Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




- III -

Del valor que añade a una mercancía la cualidad de ser moneda


Resulta de lo que precede que se recibe la moneda en los cambios, no por la autoridad del gobierno, sino porque es una mercancía que tiene un valor propio. Si, eli igualdad de valor, se recibe en los cambios con preferencia a cualquiera otra mercancía, es a causa de sus propiedades como moneda, las cuales le dan una ventaja particular, que es la de servir generalmente para el uso de todos: supuesto que teniendo todos necesidad desde el más pobre hasta el más rico, de hacer cambios, de comprar los objetos que le son preciosos nadie hay que deje de ser consumidor de moneda, o en otros términos que deje de necesitar de la mercancía que sirve para los cambios, de la mercancía que generalmente está reconocida como la más a propósito, y la que más se emplea en este uso. El hombre que tiene cualquiera otra mercancía, por ejemplo, alhajas que ofrecer en cambio de lo que necesita, no puede cambiarlas por el objeto que le hace falta, a no ser que encuentre un consumidor de alhajas, al paso que el que tiene moneda, está seguro de que ésta convendrá a la persona que posea lo que él desee comprar, supuesto que esta misma persona tendrá por su parte necesidad de hacer otras compras217. Con la mercancía-moneda se puede obtener todo lo que se quiere por medio de un solo cambio, que se llama compra: con cualquiera otra mercancía se necesitan dos, la venta y la compra; y éste es el resumen de sus ventajas como moneda; ¿pero quién no advierte que la preferencia que de aquí resulta a favor de la moneda proviene de sus usos?

Ahora añadiré que el hecho de adoptar una mercancía para que sirva de moneda aumenta considerablemente su valor intrínseco, u sea su valor como género de consumo. Éste es un nuevo uso que se ha hallado en este género, y que multiplica el número de sus consumidores; es un empleo que absorbe gran parte de él, la mitad, o acaso las tres cuartas partes, y por consiguiente hace que escasee y cueste más caro.

Si con la cantidad de oro y plata que existe actualmente, no sirviesen estos metales sino para la fabricación de algunos utensilios y adornos, abundarían, y estarían mucho más baratos de lo que están; quiero decir, que cambiándolos por cualquier género que fuese, se necesitaría en este cambio dar más metal a proporción. Mas como una gran parte de estos metales sirve de moneda, y no se emplea en ningún otro uso, queda menos cantidad que emplear en muebles y alhajas; y esta escasez aumenta su valor. Del mismo modo, sino sirviesen jamás para muebles y alhajas, quedaría mayor porción de ellos para el uso de moneda, y ésta bajaría de precio, quiero decir, que se necesitaría dar mayor porción de ella para comprar la misma cantidad de mercancía. El uso de los metales preciosos en alhajas de oro y plata les hace más escasos y más caros como moneda, así como su uso en clase de moneda les hace más escasos y más caros para convertirlos en alhajas de oro y plata218.

De este hecho resulta que habiendo llegado a ser estas materias de un precio mayor que el que permite su uso en muebles y utensilios, a causa de su cualidad de moneda, conviene menos, por razón de esta circunstancia, emplearlas como muebles; porque esta mercancía tiene más coste que utilidad. En consecuencia ha desaparecido enteramente el uso de muebles de oro macizo algo considerables, sobre todo en los países donde un comercio activo y un gran movimiento de riquezas han hecho muy precioso el oro como moneda. Las gentes más ricas se contentan con muebles dorados, en los cuales no entra más que un ligerísimo baño de oro; y sólo se hacen ya de oro macizo alhajas muy pequeñas, en que el arte del lapidario ha hallado además el medio de que sea menor el valor del metal que el del trabajo de labrarle. En Inglaterra son muy ligeras las vajillas de plata, y aun las personas más acomodadas se sirven del cobre u acero plateado u dorado. Los ricos fastuosos que por vanidad quieren ostentar una vajilla considerable, pierden anualmente el interés de un gran capital.

El aumento del valor de los metales en general, que tiene algunos inconvenientes, por cuanto sube el precio de algunos utensilios muy cómodos, como platos, cucharas de plata, &c, de modo que las facultades de muchas familias no les permiten su compra, no tiene ningún inconveniente, cuando sube su precio como moneda; antes bien hay más comodidad en transportar, ya sea que se trate de cambios o de una mudanza, menor cantidad de plata que la que sería necesario transportar si este metal fuese más común.

El uso de una mercancía como dinero en cualquier lugar de la tierra aumenta su valor en todas partes. Si la plata dejase de ser admitida como moneda en Asia, no hay duda en que el valor de este metal disminuiría en Europa, y que se necesitaría dar en ella más plata en cambio de cualquier otro género; porque uno de los usos de la plata de Europa consiste en poder emplearse en Asia.

Esta facultad de servir de moneda no fija el valor de los metales preciosos, el cual puede variar de un lugar a otro, u de un tiempo a otro, como el de cualquiera otra especie de mercancía. Con media onza de plata se adquieren en la China géneros útiles o agradables, equivalentes a los que tendrían en Francia el coste de una onza de plata, y en Francia con una onza de plata se adquieren en general más cosas que en América con la misma cantidad de este metal. La plata vale más en la China que en Francia, y en Francia más que en América.

Es visto que la moneda, a la cual llaman algunos numerario, es una mercancía cuyo valor se establece según las reglas comunes a todas las demás mercancías; es decir, que sube en razón de la necesidad que hay de ella, combinada con su abundancia. Es tal esta necesidad que ha bastado para dar a un pliego de papel que servía de moneda, un valor igual al oro acuñado, como se ha visto en Inglaterra.

No se crea que el papel-moneda de Inglaterra (Bank-notes) recibe su valor del reembolso que se le ha prometido; porque este reembolso se prometió en la época de la suspensión de pagos del banco en 1797, y ni se ha efectuado jamás, y hay muchas personas que le miran como imposible219. No se puede adquirir oro en cambio de cédulas de banco sino por un convenio voluntario, y sacrificando un agio, esto es, pagando más libras esterlinas en cédulas que las que se reciben en oro. Sin embargo de esta alteración en el valor de las cédulas de banco, tienen estas un valor muy superior al de su materia, la cual no es más que un despreciable trapo viejo. ¿Pues de dónde reciben su valor? De la necesidad que hay en una sociedad muy adelantada e industriosa, de un agente o intermedio para los cambios.

En el estado en que se halla la Inglaterra necesita para las ventas y compras que en ella se hacen, de un agente cuyo valor se suponga igual al que tendrían, 1.284.000 libras de oro, u lo que es lo mismo, 1.200 millones de libras de azúcar, o si se quiere, 60 millones de libras esterlinas en papel (suponiendo que haya en circulación 30 millones de cédulas del banco de Inglaterra, y otros 30 de los bancos de provincia): y he aquí la razón porque los 60 millones de cédulas, aunque sin valor intrínseco, valen por la sola necesidad que hay de ellas tanto como 1.284.000 libras de oro, y como 1.200 millones de libras de azúcar.

En prueba de que estas cédulas tienen un valor que les es propio, se ha visto que cuando se ha aumentado su número, sin que su descrédito fuese mayor que el que tienen ahora, ha decaído su valor a proporción de su superabundancia, del mismo modo que hubiera sucedido con el de cualquiera otra mercancía: y como todas las demás mercancías subían a proporción de la degradación de las cédulas, su valor total no equivalía nunca más que a 1.284.000 libras de oro, u a 1.200 millones de libras de azúcar, porque no se necesita un valor superior a ésta para que puedan realizarse todos los contratos que se hacen en Inglaterra. Ningún gobierno puede aumentar sino nominalmente la suma de la moneda de un país, puesto que si aumenta su cantidad, disminuye su valor, et vice versa220.

Como la moneda que circula en un país, cualquiera que sea su materia, tiene un valor propio, un valor que nace de sus usos, forma parte de las riquezas de aquel país, del mismo modo que el azúcar, el añil, el trigo, y todas las mercancías que posee221. Varía de valor como las demás mercancías, y se consume también, aunque más lentamente que la mayor parte de ellas. Por tanto no se puede aprobar el modo con que la representa Mr. Garnier cuando dice que «mientras permanece la plata en forma de moneda, no es propiamente riqueza, según el sentido estricto de esta palabra, porque no puede satisfacer directa e inmediatamente una necesidad o un goce». Hay una multitud de valores que no son capaces de satisfacer una necesidad o un goce mientras conservan su forma actual. Tiene un negociante un almacén enteramente lleno de añil, que no puede servir en especie para alimentar ni para vestir, y no por eso deja de ser riqueza, la cual será transformada cuando quiera su dueño, en otro valor inmediatamente a propósito para el uso. Por consecuencia, la plata en escudos es riqueza, del mismo modo que el añil en zurrones. Además de esto ¿no satisface la moneda, por medio de los usos que se hacen de ella, una necesidad de las naciones civilizadas?

Verdad es que el mismo autor confiesa en otra parte «que el numerario encerrado en las arcas de un particular es una riqueza verdadera, una parte integrante de los bienes que posee, y que puede destinar a sus goces; pero que, con relación a la Economía política, este numerario no es más que un instrumento de cambio, totalmente distinto de las riquezas que pone en circulación»222.

Creo que he dicho bastante para probar la analogía completa que hay entre el numerario y todas las demás riquezas. Lo que es riqueza para un particular, lo es para la nación, la cual se compone de la reunión de los particulares, y lo es igualmente con respecto a la Economía pública, que no debe discurrir sobre valores imaginarios, sino sobre lo que cada particular o todos los particulares reunidos miran no en sus discursos, sino en sus acciones, como verdaderos valores.

Esta es una nueva prueba de que no hay dos órdenes de verdades en esta ciencia, así como no los hay en las demás: lo que es verdadero con respecto a un individuo, lo es con respecto a un gobierno y a una sociedad. La verdad es una; y sólo hay diferencia en las aplicaciones.




- IV -

De la utilidad del cuño de las Monedas y de los gastos de fabricación


Hasta ahora no he tratado del valor que añaden a las monedas el cuño y la fabricación. El oro y la plata tienen casi en todas partes un valor como mercancías útiles y agradables; y en su utilidad he comprehendido la de servir de moneda. Pero aun hay más.

En los países en que el oro y la plata sirven de moneda, los expone esta cualidad a sufrir cambios frecuentes. Pocas personas hay que en el discurso del día no hagan muchas compras o ventas; y sería incomodo ir siempre con el peso en la mano a comprobar la cantidad de plata que seda o se recibe. ¡Cuántos errores y disputas nacerían de la torpeza de las gentes, o de la imperfección de los instrumentos!

Poco importaría esto. El oro y la plata pueden padecer, por su mezcla con otros metales, una alteración que no es posible conocer con sólo el auxilio de la vista. Para asegurarse de su pureza, se necesita una operación química, delicada y complicada. ¡Cuánto más cómodos son los cambios, cuando un cuño fácil de conocer testifica a un mismo tiempo el peso del pedazo de metal y su calidad!

El arte del monedero es el que reduce los metales a una ley conocida, y el que los divide en piezas cuyo peso es igualmente conocido.

Por lo común se reserva el gobierno en todos los estados el ejercicio exclusivo de este género de manufactura, ya sea que por medio del monopolio quiera lograr una ganancia más considerable que si esta industria fuese libre para todos; o más bien, que se proponga ofrecer a sus administrados una garantía más digna de su confianza que la que les daría una fábrica perteneciente a particulares. En efecto, la garantía de los gobiernos a pesar de que ha sido fraudulenta con demasiada frecuencia, conviene a los pueblos más que una garantía particular, ya a causa de la uniformidad de las piezas, y ya también porque acaso sería más difícil de conocer el fraude, si fuese cometido por particulares.

El monedaje o braceaje añade incontestablemente un valor al metal amonedado o acuñado; es decir, que un pedazo de plata acuñada en una pieza de 5 francos vale algo más que la misma cantidad de este metal en barra, por la sencilla razón de que la forma dada a la plata evita al que la recibe en cambio los gastos que le ocasionaría el haber de ensayarla y pesarla, además de la incomodidad y la pérdida de tiempo, que deben también incluirse en los gastos. Por eso vale más un vestido hecho que la tela de que se hizo. Así, suponiendo que fuese libre la industria de sellar moneda, y que la autoridad pública se limitase a fijar la ley, el peso y el sello que debiese tener cada pieza, la persona que sólo se hallase con barras de plata habría de pagar al fabricante la hechura del metal que quisiese emplear como moneda, porque de lo contrario le sería difícil cambiarla, y aun quizá tendría que experimentar en este cambio una pérdida mayor que lo que le costase la hechura de las piezas de moneda.

No confundamos el valor así añadido a los metales preciosos por medio del monedaje con el que adquieren como mercancía que sirve de moneda. Este último valor es común a la masa total del oro y de la plata; pues un vaso de plata vale más que si la plata no sirviese para hacer moneda del mismo modo que para hacer vasos, al paso que el valor añadido por la fabricación de las piezas es peculiar de ellas, como la hechura lo es del vaso, y es un aumento del valor que les dan los diversos usos de aquella mercancía.

En Inglaterra paga el gobierno todos los gastos de fabricación, y devuelve en guineas el mismo peso que se le entrega en tejos de la misma ley que las guineas, de modo que hace un presente al pueblo, como consumidor de moneda, de los gastos de fábrica, los cuales exige después del mismo pueblo, como contribuyente, por medio de los impuestos. Sin embargo, el oro reducido a guineas tiene evidentemente una ventaja, que no es la de estar ya pesado, supuesto que se toman la molestia de volver a pesarle siempre que le reciben, sino la de estar ensayado. Por consiguiente sucedía algunas veces, antes de la invención del papel-moneda que se llevaban tejos a la casa de moneda, no para convertirlos en piezas, sino sólo para hacer constar la ley del metal, y servirse de esta certificación en el país o fuera de él. En efecto, cuando hay que enviar oro al extranjero, se debe preferir enviar guineas, que son tejos ya ensayados más bien que tejos que no llevan ningún certificado de este ensaye.

Por otra parte al extranjero que tiene que remitir oro a Inglaterra, le es indiferente enviar guineas o tejos, porque, en igualdad de ley y de peso, no tienen allí más valor aquellas que éstos, supuesto que la casa de moneda da gratuitamente guineas por tejos. Al contrario, tiene interés el extranjero en reservar las guineas, que son un metal a que acompaña siempre el certificado de ensaye, y enviar a Inglaterra tejos, a los cuales se dará sin ningún gasto el mismo certificado. Es visto que este método presenta motivos para extraer del país el metal amonedado, y no para hacer que entre en él223.

Se precavían en parte estos inconvenientes por una circunstancia puramente accidental, que no había entrado en los cálculos del legislador. La casa de moneda de Londres, que es la única que hay en Inglaterra, se hallaba tan recargada de trabajo que no podía entregar la moneda fabricada hasta después de muchas semanas y algunas veces de muchos meses de haberle llevado el oro en tejos224. De aquí resultaba que cuando el dueño del oro dejaba allí su metal para que le acuñasen, perdía el interés de su suma todo tiempo que se conservaba en la casa de moneda: lo que equivalía a un corto derecho de fabricación que subía el valor del oro en moneda algo más que en tejos. Bien se deja conocer que este valor habría sido exactamente el mismo, si no hubiese habido que hacer más que llegar y recibir de pronto guineas por oro al peso.

Tal es el efecto de la legislación inglesa sobre est punto.

En todos los demás estados de Europa sino me engaño, se quedan los gobiernos con una ganancia más que suficiente para cubrir los gastos de fabricación225. El privilegio exclusivo de acuñar moneda, que se han reservado justamente, y las penas severas a que están expuestos los monederos clandestinos, les permitirían aumentar mucho esta ganancia, limitando la cantidad de moneda que entregasen al público, porque el valor de la moneda, como el de cualquiera otra cosa, está siempre en razón directa de la necesidad que hay de ella, y en razón inversa de la cantidad que circula.

En efecto, cuando la plata amonedada escasea tanto y es tan cara que con 90 francos amonedados se puede comprar tanta plata de ley en barras como la que hay en 100 francos amonedados, es prueba de que el público da el mismo valor a 9 onzas de plata amonedada que a 10 onzas de plata no amonedada. En tal caso puede el gobierno, acuñando sus piezas, dar a 9 onzas el valor de 10, y gana diez por ciento. Pero si la plata amonedada es más común; si es necesario dar mayor cantidad de ella para comprar plata en barras, quizá será preciso pagar 95 francos en lugar de ciento para adquirir el mismo peso de plata de ley contenida en 100 francos amonedados: y siendo este el curso de las barra, no podrá ganar el gobierno más que 5 francos por ciento comprando barras y transformándolas en moneda.

Si para gozar el gobierno de un derecho más considerable, no comprase por sí mismo la materia de las monedas, y se limitase a exigir un derecho de 10 por ciento, por ejemplo, sobre las materias que se le llevaran para adquirir plata amonedada, no se la llevaría el público, porque tendría que pagar 10 por 100 por una transmutación que sólo añadiría 5 por 100 al valor del metal. No tendría pues el gobierno nada que fabricar, ni por su propia cuenta ni por la de los particulares o del público: y así es que no puede a un mismo tiempo fabricar mucho y ganar mucho en la fabricación.

Resulta de aquí que el derecho de fabricación y el de señoraje, de que tanto se ha hablado, son absolutamente ilusorios; que los gobiernos no pueden, en virtud de sus ordenanzas, determinar la ganancia que les quedará en la fabricación de la moneda, y que esta ganancia depende siempre del curso voluntario de las materias de oro y plata, el cual depende por su parte de las cantidades existentes de materias amonedadas y en barras, a proporción de la necesidad que hay de ellas.

Conviene advertir que al público, en calidad de consumidor de plata amonedada, le es indiferente que este género sea caro u barato; porque con tal que su valor no esté expuesto a variaciones repentinas, siempre le despacha por el mismo valor en que le recibió.

Cuando la fabricación de la moneda no es gratuita, y sobre todo cuando se paga sobre el pie de una fabricación exclusiva, es del todo indiferente al estado que se funda o se exporte la moneda, porque no se puede fundir o exportar sino después de haber pagado bien la hechura, que es el único valor que se pierde en la fundición o en la exportación226. Al contrario, no es menos ventajosa su exportación que la de cualquiera otra mercancía manufacturada. Es un ramo de platería; y no hay duda en que una moneda acuñada con tal perfección que fuese difícil falsificarla; una moneda ensayada y pesada con precisión, podría llegar a ser de un uso corriente en muchos países, y el estado que la fabricase hallaría en ello una ganancia nada despreciable. Esto es lo que sucede con respecto a los ducados de Holanda, que son buscados en todo el Norte, dando por ellos un valor superior a su valor intrínseco, y con respecto a los pesos fuertes de España, que fabricados en México, en Lima o en la Península, lo han sido siempre de un modo tan constante y tan fiel que corren como moneda no sólo en toda la América, inclusa la república de los Estados Unidos, sino también en una parte considerable de Europa, África y Asia227.

Los pesos fuertes ofrecen también un ejemplo curioso del valor que da el cuño al metal. Cuando los americanos de los Estados Unidos quisieron fabricar sus dolares, que son unos verdaderos pesos fuertes, se contentaron con pasar sobre éstos su volante, de modo que sin variar nada su peso ni su ley borraron el cuño español para estampar el suyo. Desde aquel momento no quisieron ya los chinos ni los demás pueblos de Asia recibirlos en la misma forma que antes; de suerte que no se compraba con cien dolares la misma cantidad de mercancía que con cien pesos. El gobierno americano echaba a perder cuidadosamente estas monedas, y les quitaba una parte de su valor poniéndoles un sello más bonito. Quiso valerse de esta circunstancia para impedir las exportaciones de monedas que sus conciudadanos hacían al Asia, y ordenó que todas estas exportaciones se hiciesen en dolares de los Estados Unidos, lisonjeándose de que mediante esta providencia se preferiría exportar mercancías producidas por los Estados de la Confederación; de manera que después de haber disminuido el precio de los pesos fuertes, lo cual tenía pocos inconvenientes con respecto a los que quedaban en el país, quiso que se hiciese de ellos el uso menos favorable, esto es, el de emplearlos en las relaciones comerciales que existían con los pueblos que los desestimaban.

Era necesario dejar que se llevase al extranjero, en cualquier forma que fuese, el valor que hubiese de producir retornos más considerables; y esta empresa podía fijarse muy bien al interés particular.

¿Y qué diremos del gobierno español, cuya fidelidad en el cuño de los pesos fuertes le permite cambiarlos ventajosamente en el extranjero, esto es, por un valor superior a su valor intrínseco, y sin embargo prohíbe un género de comercio que le es tan ventajoso; un comercio por el cual vende un producto de su suelo, que lleva bien pagado el trabajo personal empleado en su fabricación?

Aunque el gobierno sea fabricante de moneda, y no esté obligado a fabricarla gratuitamente, no puede sin embargo deducir con justicia los gastos de fabricación de las sumas que paga en cumplimiento de sus contratas. Si por ejemplo, se ha obligado a pagar la suma de un millón por suministros que se le hayan hecho, no tendrá razón para decir al asentista: «es verdad que me obligué a pagar a vd. un millón; pero haciendo este pago con moneda que acaba de salir de debajo del volante, retengo y rebajo a vd. veinte mil francos, poco más o menos, por gastos de fabricación».

En efecto, el sentido de todas las obligaciones contraídas por el gobierno u por los particulares, es este: Me obligo a pagar tal suma en moneda fabricada, y no tal suma en barras. El cambio que sirve de basa a este contrato se hizo a consecuencia de que uno de los contratantes daba por su parte un género algo más caro que la plata, esto es, plata acuñada.

Está pues obligado el gobierno a dar plata amonedada; y debió en consecuencia comprar, esto es, obtener más mercancía que si se hubiese obligado a pagar con plata en barras: en cuyo caso percibe los gastos de fabricación en el momento en que celebra el convenio, u en que obtiene mayor cantidad de mercancía que si hubiese hecho sus pagos en barras.

Cuando se le lleva metal para reducirle a moneda, es cuando debe hacer pagar, o retener en dinero los gastos de fabricación.

De todo lo que se acaba de decir resulta que la fabricación de la moneda en piezas acuñadas aumenta su valor a proporción del aumento de comodidad que produce a los que hacen uso de ella; y nada más, cualesquiera que sean los gastos y derechos que se le quieran añadir228; que reservándose el gobierno la facultad de fabricar exclusivamente las piezas de moneda, puede aprovecharse de todo el valor que se añade de este modo al metal; que le es imposible ganar más que esto en los pagos que hace a consecuencia de las contratas libremente celebradas con él; y que en cuanto a los pagos que hace en virtud de contratas anteriores, no puede ganar más sin hacer bancarrota.

En fin, es evidente que por lo que toca a las ventas y compras entre particulares, tiene aun menos facultad el Soberano para dar por medio del cuño, a la mercancía que sirve de moneda, un valor superior a su valor intrínseco, aumentado con el de la hechura. Por más que mande el Soberano que una onza de plata en que se haya estampado su cuño valga cien francos, nunca se comprará con ella más de lo que puede comprarse con una onza de plata así acuñada.




- V -

De la alteración de las Monedas


Se puede observar ante todas cosas que la potestad pública ha tenido casi siempre la pretensión de designar la mercancía que había de servir de moneda. Esta pretensión por sí misma ha tenido pocos inconvenientes, porque los intereses del Soberano estaban aquí perfectamente de acuerdo con los del pueblo. El gobierno que ofreciese una moneda de poca aceptación, siempre haría compras nada favorables, y el pueblo se serviría poco a poco de otra cosa.

Así Numa, que fue el primero que acuñó moneda para los Romanos, la hizo de cobre; y esta materia era la que más convenía en aquella época, porque antes del tiempo de Numa se servían ya los Romanos de cobre en barras. Así también los gobiernos modernos han elegido el oro y la plata, que serían sin duda elegidos por los particulares, aunque los gobiernos no interviniesen en ello.

Habiéndose persuadido los Príncipes de que su voluntad era necesaria y suficiente para que tal o tal mercancía corriese como moneda, llegaron a persuadirlo a pueblos ignorantes, al mismo tiempo que guiados éstos por el interés personal se gobernaban por principios enteramente opuestos; porque cualquiera que no se hallaba contento con la moneda del Príncipe, o no vendía, o buscaba otros medios de disponer de sus mercancías.

Este error produjo otro mucho más grave, que lo embrolló todo.

Creyó la autoridad pública que podía aumentar o disminuir a su arbitrio el valor de las monedas, y que en el cambio de una mercancía por una pieza de moneda, se compensaba el valor de la mercancía con el valor imaginario que daba el Príncipe a su moneda, y no con el que la necesidad que había de este agente, combinada con su cantidad, podía darle naturalmente.

Así, cuando Felipe I, Rey de Francia, mezcló una tercera parte de liga en la libra de plata de Carlo Magno, que pesaba 12 onzas de plata229, y dio el nombre de libra a un peso de solas 8 onzas de plata fina o de ley, creyó sin embargo, que valía tanto su libra como la de sus predecesores; pero no valió más que dos tercios de la libra de Carlo Magno, supuesto que por una libra de moneda no fue ya posible comprar más que dos tercios de la cantidad de mercancía que se adquiría antes por una libra. Los acreedores del Rey y los de particulares no sacaron de sus créditos más que dos tercios de lo que debían sacar, ni produjeron los arriendos más que dos tercios de las rentas pagadas anteriormente a los propietarios de tierras, hasta que haciéndose nuevos contratos se pusieron las cosas en un pie más razonable.

Es claro que se cometieron y autorizaron muchas injusticias; pero no se consiguió que valiese una libra de 8 onzas de plata pura tanto como una libra de 12 onzas230.

En el año 1113, lo que se llamaba libra no contenía más que 6 onzas de plata fina, y al principio del reinado de Luis VII, cuatro solamente. S. Luis dio el nombre de libra a una cantidad de plata de peso de dos onzas, 6 dracmas y 6 granos231. Por fin en la época de la revolución francesa, lo que se llamaba con el mismo nombre no era más que la sexta parte de una onza, de modo que la libra tornesa no tenía más que la 72.ª parte de la cantidad de plata fina que contenía en tiempo de Carlo Magno.

No trato ahora de la diminución que ha tenido el valor de la plata fina, la cual, en igualdad de peso, y cambiada por cosas útiles, apenas vale más que la cuarta parte de lo que valía entonces. Hablaré de este punto en otra parte, porque su examen no corresponde al párrafo presente.

Se ve que el nombre de libra tornesa se ha aplicado sucesivamente a cantidades muy diversas de plata fina. Unas veces se ha hecho esta mudanza disminuyendo el tamaño y el peso de las piezas de plata de la misma denominación, otras alterando su ley, esto es, poniendo en ellas más liga y menos plata fina; y otras aumentando la denominación de una misma pieza, y dando, por ejemplo, el nombre de 4 libras a una pieza que antes sólo era de 3. Como aquí no se trata sino de la plata fina, porque es la única mercancía que tiene algún valor en la moneda de plata, la alteración hecha de cualquiera de estos modos ha producido el mismo efecto, pues ha disminuido la cantidad de plata a que se da el nombre de libra tornesa. Esto es lo que nuestros escritores llaman muy ridículamente, conforme al estilo de las ordenanzas, aumento de la moneda, porque semejante denominación aumenta su valor nominal; pero sería más justo llamarla disminución de la moneda, pues que disminuye la cantidad del único metal que la constituye.

Aunque esta cantidad ha ido disminuyendo desde Carlo Magno hasta nuestros días, sin embargo muchos Reyes la han aumentado en diversas épocas especialmente desde el tiempo de San Luis. Las razones que tenían para disminuirla son bien evidente. Es más cómodo pagar con menor cantidad de dinero lo que se debe. Pero los Reyes no son solamente deudores, sino que en muchos casos son también acreedores, y se hallan con respecto a los contribuyentes en la misma situación en que se halla un propietario con respecto a su arrendador. De consiguiente, cuando todos estaban autorizados para pagar con menor cantidad de plata, el contribuyente pagaba sus contribuciones, del mismo modo que el arrendador su arrendamiento, con menor cantidad de este metal.

Al paso que el Rey recibía menos plata, gastaba tanta como antes, porque las mercancías subían nominalmente de precio a proporción de la diminución de la cantidad de plata, contenida en la libra. Cuando se llamaba 4 libras la cantidad de plata llamada antes 3, daba el gobierno 4 libras por lo que antes le hubiera costado 3; y se veía obligado a aumentar los impuestos o a establecer otros nuevos, es decir que para recaudar la misma cantidad de plata fina, se pedía a los contribuyentes mayor número de libras. Pero este medio, siempre odioso, aun cuando realmente no hace que se pague más, era algunas veces impracticable. Entonces se acudía a lo que llamaban moneda fuerte: y como la libra contenía mayor peso de plata, pagando los pueblos el mismo número de libras, daban en efecto más plata232.

Por eso vemos que los aumentos de metal fino contenido en las monedas son con corta diferencia de la misma época que es establecimiento de los impuestos permanentes. Antes de aquel tiempo no habían tenido interés los Reyes en acrecentar el valor intrínseco de las piezas que acuñaban.

Se engañaría cualquiera que creyese que estas numerosas variaciones en la cantidad de metal fino contenida en las monedas eran tan sencillas y claras en la ejecución como yo las presento aquí para comodidad del lector. Unas veces no se confesaba la alteración y se ocultaba todo el tiempo que se podía: de donde se originó el bárbaro guirigay adoptado en este género de manufactura233. Otras se alteraba una especie de moneda, sin hacer novedad en las demás; y en una misma época la libra representada por ciertas piezas de moneda contenía más plata fina que la libra representada por otras piezas. En fin para oscurecer más la materia se obligaba casi siempre a los particulares a contar ya por libras ya por sueldos, ya por escudos, y a pagar en piezas que ni eran libras, ni sueldos, ni escudos, sino solamente fracciones o múltiplos de estas monedas de cuenta. Los Príncipes que se valieron de tan miserables recursos no pueden considerarse sino como unos falsarios armados de la fuerza pública.

Fueron tales los perjuicios que de aquí debían resultar a la buena fe, a la industria, y a todos los de la prosperidad, que en varias épocas de nuestra historia las operaciones monetarias desterraron completamente toda especie de comercio. Felipe el Hermoso ahuyentó de nuestras ferias a todos los mercaderes extranjeros, obligándolos a recibir en pago su moneda desacreditada, y prohibiéndoles contratar en otra que les inspiraba más confianza234. Felipe de Valois hizo lo mismo con respecto a las monedas de oro, y resultó el mismo efecto. Un historiador de aquel tiempo235 dice que casi todos los mercaderes extranjeros dejaron de venir a traficar en el reino; que aun los franceses, arruinados con tan frecuentes alteraciones en las monedas y con la incertidumbre de sus valores, se retiraron a otros países; y que los otros súbditos del Rey. Nobles y plebeyos, no se hallaron menos empobrecidos que los mercaderes: por cuya causa, añade el historiador, no había quien amase al Rey.

Aunque los ejemplos que he puesto, los he tomado de las monedas francesas, ha habido las mismas alteraciones en casi todos los pueblos antiguos y modernos: ni se han conducido en esta parte los gobiernos populares mejor que los otros. Los romanos hicieron bancarrota en las épocas más felices de su libertad, variando el valor intrínseco de sus monedas. En la primera guerra púnica el as que debía ser de doce onzas de cobre, pesó dos solamente, y una en la segunda236.

La Pensilvania, que aun antes de la guerra de América, procedía en esto como estado independiente, ordenó en 1722 que la libra esterlina pasase por 1 libra y 5 sueldos esterlines237; y los Estados Unidos, no menos que la Francia, lo hicieron mucho peor después de haberse declarado repúblicas.

«Si hubiesen de referirse por menor (dice Steuart) todos los artificios inventados para embrollar las ideas de las naciones con respecto a las monedas, a fin de disfrazar o de presentar como útiles, justas o razonables las alteraciones que han hecho en ellas casi todos los Príncipes, se podría escribir un tomo bien abultado238». Pudiera haber añadido Steuart que este tomo serviría de la menor ilustración, ni impediría que al día siguiente se pudiese practicar un nuevo artificio. Lo que importa aclarar es el fango donde germinan estos abusos; porque si se logra transformarle en una agua limpia y pura, no habrá abuso que no se pueda descubrir y frustar luego que nazca.

No se crea que pierden los gobiernos una ventaja preciosa al perder la facultad de engañar. La astucia no les sirve más que por un tiempo muy corto, y al fin es mayor el perjuicio que les causa que el provecho que habían sacado de ella. Ninguna cosa excita tanto la inteligencia del hombre como el interés personal: este es el que da talento a los más rudos; y así, entre todos los actos y providencias del gobierno, ningunos están más lejos de poder engañar que aquellos en que se halla comprometido el interés personal. Si se dirigen a proporcionar recursos al estado por medio de arterías, no serán cogidos en el lazo los particulares; si hacen un agravio de que éstos no pueden eximirse, como cuando encierran una violación de la fe pública, por grande que sea la destreza con que esté disfrazado, se echará de ver muy pronto: en la opinión que se forme de semejante gobierno, se asociará la idea del ardid a la de la fidelidad, y desaparecerá la confianza con la cual se hacen mucho mayores cosas que con un poco de plata adquirida fraudulentamente. Añádase a esto que no pocas veces son los agentes del gobierno los únicos que se aprovechan de la injusticia que se ha cometido con el pueblo; de manera que el gobierno pierde la confianza, y ellos perciben la utilidad, y cogen el fruto del oprobio que difunden sobre la autoridad pública.

Lo que más conviene a los gobiernos es proporcionarse recursos realmente fecundos e inagotables, no facticios, vergonzosos y funestos. Se les hace pues un servicio útil cuando se les indican aquellos, y se los aleja de éstos.

El efecto inmediato de la alteración de las monedas es una reducción de las deudas y obligaciones pagaderas en metálico; de las rentas perpetuas o reembolsables, pagaderas por el Estado y por los particulares; de los sueldos y pensiones, de los alquileres y arrendamientos; en fin, de todos los valores expresados en metálico: reducción que hace ganar al deudor lo que hace perder al acreedor. Es una autorización concedida a todo deudor cuya deuda lleva la cláusula expresa de haber de pagarse con cierta cantidad de moneda, para que haga bancarrota del importe de la diminución del metal fino empleado bajo la misma denominación.

Así, el gobierno que recurre a esta operación, no se contenta con lograr una ganancia ilegítima, sino que excita a todos los deudores sujetos a su autoridad a lograr la misma ganancia.

Sin embargo, al disminuir o aumentar nuestros Reyes la cantidad del metal fino contenido bajo una misma denominación, no quisieron siempre, que en las relaciones que tenían los súbditos entre sí, se aprovechasen de esta circunstancia para su utilidad particular. Es verdad que el gobierno se ha propuesto siempre pagar menos o recibir más plata fina que la que debía pagar o recibir; pero algunas veces ha obligado a los particulares, en el momento de una alteración, a pagar y a recibir en moneda antigua, o bien en nueva al curso que se establecía entre las dos monedas239.

Los Romanos habían dado un ejemplo de esto, cuando en la segunda guerra púnica redujeron a una onza de cobre el as que pesaba dos. La república pagó en ases, esto es, no pagó más que la mitad de lo que debía. En cuanto a los particulares, sus obligaciones se estipulaban en denarios. El denario no había valido hasta entonces más que 10 ases; y se dio un decreto por el cual debía valer 16. Fue necesario pagar 16 ases a 16 onzas de cobre por un denario, y antes se hubieran pagado 20, esto es, 10 ases de a dos onzas cada uno por cada denario. La república hizo bancarrota en una mitad, y no autorizó a los particulares para hacerla más que en un 5º.

Se ha mirado algunas veces la bancarrota hecha por la alteración de las monedas como una bancarrota simple y franca, que lleva consigo una reducción de la deuda. Se ha creído que era menos duro al acreedor del estado recibir una moneda alterada, que puede dar por el mismo valor en que la recibió, que ver reducido su crédito una cuarta parte, la mitad, &c. Distingamos.

De ambos modos pierde el acreedor en las compras que hace después de la bancarrota; y le es indiferente que sus rentas se hayan disminuido una mitad, o que tenga que pagarlo todo doble más caro.

Verdad es que paga a sus acreedores en la misma forma, en que a él le pagó el tesoro público; ¿pero con qué fundamento, se cree, que los acreedores del estado hayan de ser siempre deudores con respecto a los demás ciudadanos? Sus relaciones privadas son las mismas que las de las otras personas; y hay sobradas razones para creer que en general se debe tanto a los acreedores del estado por los demás particulares como se debe a éstos por los acreedores del estado. Así, la injusticia que se les autoriza a cometer queda compensada con aquella a que se les expone, y la bancarrota que procede de la alteración de las monedas no les es menos funesta que cualquiera otra.

Pero tiene gravísimos inconvenientes, que son fatales a la propiedad y al bien estar de las naciones.

Ocasiona un transtorno en los precios de los géneros, el cual se verifica de mil modos, según cada circunstancia particular, lo que desconcierta las especulaciones más útiles y mejor combinadas; y destruye toda confianza para prestar y tomar a préstamo, porque no se presta de buena gana cuando hay riesgo de recibir menos de lo que se prestó; y se repugna tomar a préstamo, se teme que haya necesidad de devolver más de lo que se recibió. En consecuencia no pueden los capitales buscar un uso productivo; y el máximum y las tasas de los géneros, que suelen seguirse a la degradación de las monedas, dan también un golpe funesto a la producción.

No padece menos la moral del pueblo con las variaciones monetarias, porque estas confunden siempre por cierto tiempo sus ideas acerca de los valores; y en todos los ajustes dan al bribón astuto una ventaja que no logra el hombre honrado y sencillo; en fin, autorizan con el ejemplo y con el hecho el robo y el despojo, y establecen una lucha entre el interés personal y la probidad, entre la autoridad de las leyes y los movimientos de la conciencia.




- VI -

La moneda no es signo ni medida


La moneda sería solamente signo, si no tuviese valor por sí misma; pero muy lejos de esto, lo único que se considera en ella cuando se hace una compra o una venta, es su valor intrínseco. Al vender una mercancía por una pieza de cinco francos, no se cambia por la figura o por el nombre de esta pieza, sino por la cantidad de plata acuñada que consta haber en ella.

Es esto tan cierto que si el gobierno acuñase escudos de estaño, no valdrían tanto como los de plata. Aun cuando su denominación fuese la misma, sería muy diferente el número de ellos que se pidiese por un mismo género; y si no fuesen más que un signo, valdrían tanto unos como otros.

Si la fuerza, el arte, o circunstancias políticas extraordinarias han sostenido alguna vez el valor corriente de las monedas, cuando declinaba su valor intrínseco, nunca ha sucedido esto sino durante un espacio de tiempo muy corto. El interés personal llega muy pronto a descubrir si la mercancía que recibe vale menos que la que da, y encuentra siempre medios para evitar los perjuicios de un cambio desigual.

Aun cuando la necesidad absoluta que hay de un intermedio para la circulación de los valores obligase a dar precio a un agente sin valor intrínseco y sin prenda, el valor dado al signo por razón de la necesidad sería un valor propio, nacido de sus usos, y que le convertiría en una verdadera mercancía. Una cédula del banco de Inglaterra no vale como si representase un valor real, porque no representa ninguno, puesto que es una promesa sin prenda, de un banco que le ha prestado al gobierno sin prenda, y sin embargo esta cédula de banco tiene en Inglaterra, por razón de su utilidad, un valor tan real como una pieza de oro u de plata.

Lo que sí es un signo, es una cédula de banco pagadera a la vista; porque es el signo del dinero que se puede recibir cuando se quiera, con la presentación de este efecto. Pero la moneda de plata que se recibe en la caja, no es el signo, sino la cosa significada.

Cuando se vende pues una mercancía, no se cambia por un signo, sino por otra mercancía llamada moneda, en la cual se supone un valor igual a la que se vende.

Cuando se compra, no se da solamente un signo, sino que se da una mercancía que tiene un valor real igual a la que se recibe.

Este primer error ha dado origen a otro que se ha reproducido frecuentemente. De que la moneda era el signo de todos los valores, se ha inferido que el valor de todas la monedas, cédulas de banco, papeles de crédito &c, era en cada país igual al valor de todas las mercancías: opinión que recibe una apariencia de verosimilitud del hecho, que acredita que el valor relativo de la moneda disminuye cuando su masa va en aumento, y aumenta cuando, su masa disminuye.

Pero ¿quién no ve que esta variación se verifica del mismo modo en todas las demás mercancías? Cuando la cosecha de vino ha sido doble en un año, su precio bajará una mitad que en el año anterior. Por la misma razón se puede suponer que si llegase a duplicarse la masa de la moneda que circula, se duplicaría también el precio de todas las cosas, es decir, que para adquirir el mismo objeto sería necesario dar doble cantidad de dinero. Mas este efecto no indica que el valor total del dinero es siempre igual al valor total de las demás riquezas, así como no indica que el valor total de los vinos es igual a todos lo demás valores reunidos. La variación ocurrida en el valor del dinero del vino, en ambas suposiciones, es una consecuencia de la relación de estos géneros entre sí, y no de su relación con la cantidad de los demás géneros.

Hemos visto que el valor total de la moneda de un país no llega con mucho a la masa entera de sus valores, aunque se le agregue el de todos los metales preciosos que posee. De consiguiente, el valor representado sería superior al signo, que le representa, y no bastaría este signo para adquirir la cosa significada240.

No con mayor fundamento, pretende Montesquieu que el precio de las cosas depende de la relación que hay entre la cantidad total de los géneros y la cantidad total de las monedas241. ¿Por ventura el vendedor y el comprador saben lo que existe de un género que se pone en venta? Y aun cuando lo supiesen ¿produciría esto, con respecto al mismo género, alguna alteración en la cantidad que se ofrece y en la que se pide? Todas estas opiniones nacen evidentemente de haber ignorado la naturaleza de las cosas y el orden que siguen los hechos.

Con alguna más apariencia de razón, aunque no con más fundamento, se ha dado al numerario u moneda el nombre de medida de los valores. Se puede apreciar el valor de las cosas; pero no es posible medirle, esto es, compararle con un tipo invariable y conocido, porque no le hay.

Por parte del gobierno sería una empresa desatinada querer fijar una unidad de valor para determinar cuál es el valor de las cosas. Mandará que Carlos, poseedor de un costal de trigo le dé a Marcial por 24 francos; pero también puede mandar que Carlos le dé por nada. Con esta orden habrá despojado a Carlos en beneficio de Marcial; mas no habrá establecido que 24 francos sean la medida del valor de un costal de trigo, así como no establecería que un costal de trigo no tiene valor, obligando a darle por nada.

Una toesa o un metro son verdaderas medidas, porque presentan siempre a mi espíritu la idea de un mismo tamaño. Aunque me halle al cabo del mundo estoy seguro de que un hombre de cinco pies y seis pulgadas (medida de Francia) tiene la misma estatura que un hombre de cinco pies y seis pulgadas en Francia. Si me dicen que la gran pirámide de Ghicé tiene cien toesas de ancho en su base, puedo medir en París un espacio de cien toesas, y formar una idea exacta de aquella base; pero si me dicen que un camello vale en el Cairo 50 cequíes, que hacen unos 2.500 gramos de plata, o 500 francos, no tengo una idea precisa del valor de aquel camello, porque los 500 francos de plata valen sin duda alguna en París menos que en el Cairo, sin que pueda yo decir cuánta es esta inferioridad de valor.

Lo más que se puede hacer se reduce a valuar las cosas, esto es, a declarar que una vale tanto más o menos que otra, en el momento y en el lugar en que se hace esta valuación, sin poder determinar cuál es absolutamente el valor de una y otra. Dícese que una casa vale 20.000 francos; pero ¿qué idea de valor me da una suma de 20.000 francos? La idea de todo lo que puedo comprar por este precio: ¿qué idea de valor me dan todas las cosas compradas por este precio? La idea de un valor igual al de aquella casa, mas no la idea de ninguna cantidad de valor fijo o independiente del valor comprado de las cosas.

Cuando se comparan dos cosas de valores desiguales con diversas fracciones de un producto, de la misma naturaleza, tampoco se hace más que valuar la relación de sus valores. Cuando se dice: esta casa vale 20.000 francos y la otra 10.000, lo que dice la frase en realidad es que: esta casa vale dos veces tanto como la otra. Como se compara una y otra con un producto, que puede dividirse en muchas porciones iguales (con una suma de dinero) es más fácil, a la verdad, formar idea de la relación de valor de las dos casas, porque cuesta poco trabajo comprehender la relación de 20.000 unidades con 10.000; pero no se puede decir, sin cometer un círculo vicioso, lo que vale cada una de estas unidades.

No hallo inconveniente en que esto no se llame medir, pero se debe observar que tiene la misma propiedad cualquiera otra mercancía divisible, aunque no sirva de moneda. La misma idea se tendrá de la relación que hay entre el valor de las dos casas, cuando se diga: la una vale mil hectolitros242 de trigo candeal y la otra no vale más de quinientos.

Una vez comprehendida esta materia, observaré que la medida común de dos valores (si se le da este nombre) no presenta idea alguna de la relación que hay entre ellos por poca que sea la distancia o el espacio de tiempo que los separe. En efecto, 20.000 francos, o mil hectolitros de trigo no pueden servirme para comparar el valor de una casa de otros tiempos con el de una casa de ahora, porque el valor de los escudos y del trigo no es rigurosamente ahora lo que era en otros tiempos.

Una casa de 10.000 escudos en París, en tiempo de Enrique IV, valía mucho más que una casa que valiese ahora 10.000 escudos. Una casa de 20.000 francos en la Bretaña-baja tiene mucho más valor que una casa de 20.000 francos en París; del mismo modo que una renta de 10.000 francos en la Bretaña-baja es mucho más considerable que una renta de igual suma en París.

Esto es lo que imposibilita la comparación que se ha intentado hacer algunas veces de las riquezas de dos épocas o de dos naciones diferentes. Este paralelo es la cuadratura, del círculo de la Economía política, porque no hay ninguna medida común para establecerle.

La plata y aun la moneda de cualquier materia que esté compuesta, no es más que una mercancía cuyo valor es arbitrario y variable como el de todas las mercancías, y se arregla en cada contrato que se hace, por un convenio entre el vendedor y el comprador. La plata vale más cuando se compran con ella muchas mercancías que cuando se compran pocas. No puede pues servir de medida, supuesto que las funciones de ésta son conservar la idea de un tamaño. Así, cuando dijo Montesquieu hablando de las monedas: «nada debe estar tan exento de variación como lo que debe ser la medida común de todo243, cometió tres errores en dos líneas. En primer lugar, no se puede pretender que la moneda sea la medida de todo, sino de todos los valores: además, ni aun es la medida de los valores; y en fin, es imposible hacer su valor invariable. Si Montesquieu quería persuadir a los gobiernos que no alterasen las monedas debía servirse de buenas razones supuesto que las hay, y no de rasgos brillantes que seducen, y contribuyen a acreditar falsas ideas.

Sin embargo, muchas veces sería cosa muy curiosa, y en ciertos casos útil, poder comparar dos valores separados por tiempos y lugares, como en los casos en que se trata de estipular un pago que ha de efectuarse lejos, o una renta que ha de durar muchos años.

Smith propone el valor del trabajo como menos variable, y por consiguiente más a propósito para dar la medida de los valores que no se tienen presentes. He aquí las razones en que se funda.

«Dos cantidades de trabajo, dice, cualquiera que sea el tiempo y el lugar, son de igual valor para el que trabaja. En el estado ordinario de su salud y vigor, de su aptitud y destreza, la anticipación que en ambos casos hace de su trabajo, debe ser para él la misma. El precio que paga es por consiguiente el mismo cualquiera que sea la cantidad de cosas que reciba en cambio. Si recibe mayor u menor cantidad lo que varía es el valor de las cosas, y no el valor del trabajo con que las compra. En todos tiempos y lugares es caro lo que se obtiene con mucha molestia y afán, y es barato lo que cuesta poco trabajo. No variando jamás éste en su valor, es por consiguiente la única medida real con que puede compararse y apreciarse en todos tiempos y lugares el valor de todas las mercancías244».

De que cierta cantidad de trabajo tenga siempre el mismo valor para el que ejecuta este trabajo, no se sigue por más que diga Smith, que haya de tener siempre el mismo valor permutable. Del mismo modo que cualquiera otra mercancía, puede el trabajo ser más o menos ofrecido, más o menos buscado; y su valor, que como cualquiera otro, se fija por el debate contradictorio que se suscita entre el vendedor y el comprador, varía según las circunstancias.

La calidad del trabajo no influye menos en su valor. Et trabajo del hombre robusto e inteligente, vale más que el hombre débil y estúpido. El trabajo vale más en un país que prospera y en que hay falta de trabajadores, que en un país recargado de población. Un jornalero gana en los Estados Unidos245tres veces más que en Francia; ¿y hemos de creer por eso que el dinero vale allí tres veces menos? La prueba de que el jornalero de los Estados Unidos está realmente mejor pagado, es que come y viste mejor y tiene una habitación más cómoda. Quizá es el trabajo uno de aquellos géneros cuyo valor varía más, porque en ciertos casos se busca extraordinariamente y en otros se ofrece con instancias molestas, como sucede en una ciudad que ha quedado sin industria.

No puede pues traer más ventajas su valor que el de cualquiera otro género para medir dos valores separados por grandes distancias a por un largo espacio de tiempo. No hay realmente ninguna medida de los valores, porque para esto sería necesario que hubiese un valor invariable, el cual no existe.

A falta de medida exacta, es menester contentarse con valuaciones aproximativas. Entonces, siendo bien conocido el valor de muchas mercancías, puede dar una idea más o menos aproximada del valor de otra. Para saber, con corta diferencia, lo que valía una cosa entre los antiguos, sería necesario conocer que mercancía, en la misma época, debía valer con corta diferencia tanto como entre nosotros, y saber después, qué cantidad de este género se daba en cambio de aquella cuyo precio se quiere averiguar. No convendría pues tomar por objeto de comparación la seda, por ejemplo, supuesto que esta mercancía que en tiempo de César era preciso sacar de la China de un modo muy costoso, y que no se producía en Europa, debía ser mucho más cara que entre nosotros. ¿No habrá alguna mercancía que haya debido variar menos desde aquel tiempo hasta el nuestro? ¿Cuánto se daba de esta mercancía para adquirir una onza de seda? Esto es lo que se necesitaría saber. Si hubiese un género cuya producción estuviese casi igualmente perfeccionada en las dos épocas, y cuyo consumo fuese de tal naturaleza que se extendiese al paso que es más abundante, es probable que este género habría variado poco en su valor, el cual podría en consecuencia venir a ser un término medio de comparación bastante regular de los demás valores.

Desde los primeros tiempos históricos, el trigo es el alimento del mayor número en las principales naciones de Europa; y la población de los estados ha debido por consiguiente proporcionarse a su escasez o a su abundancia más bien que a la cantidad de cualquiera otro género alimenticio. El pedido pues de este género, con respecto a su cantidad ofrecida, ha debido ser uno mismo en todos tiempos con muy corta diferencia. Además, no veo ningún otro cuyos gastos de producción deban haber variado menos. Los métodos de los antiguos en materia de agricultura valían tanto como los nuestros en muchas cosas, y en algunas les eran quizá superiores. Es verdad que era más caro el uso de los capitales pero esta diferencia es poco sensible, por cuanto entre los antiguos cultivaban mucho los propietarios por sí mismos y con sus capitales, y empleados estos en empresas agrícolas podían reclamar menores ganancias que invertidos en otros usos, sobre todo si se considera que los antiguos tenían por más honroso el ejercicio de la industria agrícola que el de las otras dos, y por lo mismo debían acudir a ella los capitales y el trabajo con más actividad que a las fábricas y al comercio.

En la edad media, en que tanto degeneraron todas las artes, se mantuvo el cultivo del trigo en un grado de perfección no muy inferior al que tiene actualmente.

De estas consideraciones concluyo que el valor de una misma cantidad de trigo debió ser el mismo, con corta diferencia, entre los antiguos, en la edad media, y en nuestro tiempo. Pero, como la abundancia de las cosechas ha variado siempre prodigiosamente de un año a otro; como ha habido hambres en un tiempo, y en otro se han dado los granos a un precio ínfimo, se deberán valuar éstos por su valor medio, siempre que se tomen por basa de algún cálculo.

He aquí lo que conviene tener presente en cuanto a la estimación de los valores en distintas épocas.

No es menos difícil su estimación en dos lugares distantes; porque el alimento más general, y por consecuencia aquel cuyo pedido y cantidad permanecen más comúnmente en una misma proporción relativa, varía de un clima a otro. Este alimento, es el trigo en Europa, y el arroz en Asia: el valor de uno de estos géneros no tiene ninguna relación en Asia y en Europa; y aun el valor del arroz en Asia no la tiene con el del trigo en Europa. El arroz tiene incontestablemente menos valor en las Indias que el trigo entre nosotros, porque su cultivo es menos costoso, y las cosechas son dobles. Ésta es en parte la razón de que en las Indias y en la China sean tan baratos los jornales.

Por consiguiente, el género alimenticio, de uso más general es mala medida para los valores cuando median grandes distancias. Tampoco ofrecen una medida más perfecta los metales preciosos, supuesto que valen incontestablemente menos en la América meridional y en las Antillas que en Europa, y más sin dada alguna en toda el Asia, adonde van a parar constantemente. Sin embargo, atendiendo a la gran comunicación que hay entre estas partes del mundo, y a la facilidad de transportarlos, se puede suponer que es la mercancía que varía menos en su valor al pasar de un clima a otro.

Por fortuna, no es necesario para las operaciones comerciales, comparar el valor de las mercancías y de los metales en dos climas distantes, sino que basta conocer su relación con los demás géneros en cada clima. Al negociante que envía a la China media onza de plata, no le importa que esta media onza valga más o menos que una onza en Europa. Lo único que le interesa es saber que con esta pinta podrá comprar en Cantón una libra de té de cierta calidad, que traída a Europa, se venderá por dos onzas de plata. Sabiendo, conforme a estos datos que, concluida la operación tendrá en este objeto la ganancia de onza y media de plata, calcula si esta ganancia después de cubiertos los gastos y los riesgos de ida y vuelta, le deja un beneficio suficiente; y no se cuida de otra cosa.

Si envía mercancías en lugar de dinero, le basta saber la relación entre el valor de ellas y el del dinero en Europa, esto es, lo que cuestan; la relación entre el valor de las mismas y el de los géneros chinos en aquel país, esto es, lo que se obtendrá en cambio; y finalmente, la relación entre estos últimos y el dinero en Europa, esto es, en cuánto se venderán, cuando hayan llegado. Claro está que en estos casos no se trata más que de valores entre dos o muchos objetos en un mismo tiempo y lugar.

En los usos comunes de la vida, esto es, cuando sólo se intenta comprar el valor de dos cosas que no está separadas por un largo espacio de tiempo ni por una gran distancia, casi todos los géneros que tienen algún valor pueden servir de medida; y si para designar el valor de una cosa, aun cuando no se trata de venta ni de compra, se prefiere para esta apreciación el valor de los metales preciosos o de la moneda, es porque el valor de cierta cantidad de moneda es más generalmente conocido que cualquiera otro246. Pero cuando se estipula para tiempos remotos, como cuando se constituye una renta perpetua, vale más estipular en trigo, porque el descubrimiento de una sola mina pudiera hacer que decayese muy considerablemente el valor del dinero, al paso que el cultivo de toda la América septentrional no haría bajar de un modo sensible el valor del trigo en Europa; porque la América se poblaría entonces de consumidores al mismo tiempo se cubriese de mieses. De todos modos, la estipulación de valores para tiempos remotos es necesariamente vaga, y no puede dar ninguna seguridad del valor que se recibirá.

No habría peor estipulación que la que se hiciese en moneda nominal; porque pudiendo aplicarse este nombre a valores diversos, sería estipular un vocablo más bien que un valor, y exponerse a ser pagado en palabras.

Me he detenido en impugnar ciertas expresiones inexactas, porque me parece que están demasiado extendidas247, porque bastan algunas veces para hacer que se formen ideas falsas; porque éstas llegan a ser frecuentemente la base de un sistema falso, y en fin, porque de un sistema de esta naturaleza resultan las malas operaciones.




- VII -

De una circunstancia que se debe tener presente al valuar las sumas de que se hace mención en la historia


Los historiadores más ilustrados se contentan, cuando valúan en moneda de nuestro tiempo las sumas de que se hace mención en la historia, con reducir a moneda corriente la cantidad de oro u de plata efectiva indicada por la suma antigua.

No basta esto; porque la suma actual, la denominación actual de esta cantidad de metal, no nos da ninguna idea del valor que tenía entonces, y esto es sin embargo lo que tratamos de saber. Es pues necesario atender también a la variación que haya experimentado el valor del metal mismo, lo que se entenderá mejor con algunos ejemplos.

Dice Voltaire en su Ensayo sobre la historia universal248 que el Rey Carlos V declaró que los Príncipes de Francia tendrían una dotación de 12.000 libras de renta; y valuando esta suma en 100.000 libras de nuestra moneda, observa con bastante razón que no era gran cosa para los hijos de un Rey.

Veamos el cálculo en que fundó Voltaire su valuación. Supone que el marco de plata fina valía unas 6 libras en tiempo del Rey Carlos V 12.000 libras hacen, según esta cuenta, 2.000 marcos de plata, que por la tasa que tenían cuando escribía Voltaire, dan en efecto una suma de cien mil libras poco más o menos. Pero 2.000 marcos de plata fina en tiempo del Rey Carlos V, valían mucho más que en tiempo de Luis XV. Para convencernos de ello, bastará comparar el valor medio del trigo, como uno de los menos variables, con el de la plata pura en estas dos épocas.

Dupré de San Mauro, que ha escrito una obra llena de doctas investigaciones sobre el valor de las cosas, cree que desde Felipe Augusto, que murió en 1223, hasta por los años de 1520, valía comúnmente el sextario249 de trigo (mediada de París) tanto como la novena parte de un marco de plata fina: que son 512 granos de plata de la misma ley250.

Valiendo el marco de plata, por los años de 1536, trece libras tornesas, o por mejor decir, teniendo la denominación de 13 libras tornesas, el precio común del sextario de trigo era de 3 libras tornesas con corta diferencia, esto es, del marco de plata, o un valor igual al de 1.063 granos de plata fina.

Siendo de 22 libras el marco de plata fina en 1602 eu tiempo de Enrique IV, el precio común del sextario de trigo era de 9 libras, 16 sueldos y 9 dineros, o valía tanto como 2.060 granos de plata fina251.

Desde aquel tiempo ha valido siempre el sextario de trigo, en un año común, casi la misma cantidad de plata fina. Siendo en 1789 el marco de plata de 54 libras y 19 sueldos, y el precio común del trigo, según la valuación de Lavoisier de 24 libras, valía el sextario 2.012 granos de plata fina.

He despreciado las fracciones de granos, porque en todo, esto no se puede tratar sino de aproximación, en vista de que aun el sextario de trigo, que se valúa aquí con respecto a las cercanías de Parí,. no es más que una aproximación bastante vaga.

Resulta de estos cotejos que el sextario de trigo, cuyo valor comparado con los demás géneros ha variado poco desde 1520 hasta nuestros tiempos, se ha cambiado, a saber:

En 1520, por 512 granos de plata pura.

En 1536, por 1.063.

En 1602, por 2.060.

En 1789, por 2.012;
lo que indica que el valor de la plata pura ha experimentado una variación considerable desde la primera de estas épocas, supuesto que ahora es necesario en los cambios dar casi cuatro veces tanto como se daba hace tres siglos por la misma cantidad de mercancía.

En otra parte veremos252 por qué razón el descubrimiento de las minas de América, que ha derramado en el mundo casi diez veces más plata que la que había antes, no ha hecho sin embargo que baje su valor más que en la proporción de 4 a 1.

Apliquemos estos conocimientos a la dotación de los hijos del Rey. Si la plata pura valía cuatro veces más en tiempo del Rey Carlos V que en la época en que escribía Voltaire, los 2.000 marcos que formaban aquella dotación valían tanto como 8.000 de los nuestros, esto es, más de 400.000 francos de estos tiempos.

En tal caso ya no es tan exacta la reflexión de Voltaire sobre la cortedad de la dotación de que se trata.

Sin embargo de haber escrito Raynal sobre materias comerciales, comete el mismo error cuando valúa las rentas públicas del reinado de Luis XII en 36 millones de francos de estos tiempos, fundándose en que llegaban a 7.650.000 libras a II libras el marco de plata. En efecto contenía esta suma 695,452 marcos de plata; pero no bastaba reducir estos marcos a libras según la tasa o precio que hoy tienen supuesto que valían tanto como cuatro veces la misma cantidad de plata en el día; sino que antes de reducirlos a libras actuales era necesario multiplicarlos por cuatro, y lo que es lo mismo, hacer la multiplicación después de haber hecho la reducción: y conforme a este cálculo resultará que en el reinado de Luis XII ascendían las rentas públicas a la suma de 144 millones de francos de estos tiempos.

Leemos en Suetonio que César regaló a Servilia una perla de seis millones de sestercios; y los traductores253 valúan esta suma en un millón y doscientos mil francos. Pero vemos un poco más adelante, en el mismo Suetonio, que César vendió en Italia por plata amonedada tejos de que había robado en las Galias, y que los vendió a razón de 3.000 sestercios por libra de oro: lo que demuestra que está valuada muy imperfectamente la perla de Servilia. La libra de los romanos pesaba, según Le Blanc, 10 2/3 de nuestras onzas; y 10 onzas 2/3 de oro en tiempo de César valían tanto como valen ahora 32 onzas de oro, porque se cree fundadamente que el valor del oro ha bajado en la proporción de 3 a 1254. Treinta y dos onzas de oro valen ahora unos 3.036 francos. Luego es este el valor actual de tres mil sestercios; y así valía la perla 6 millones 72 mil francos, y el sestercio algo más de un franco: lo cual excede mucho a la valuación que se hace de ella comúnmente255.

Cuando César se apoderó del erario de Roma, a pesar del tribuno Metelo dicen que encontró en él 4.130 libras de oro, y 80.000 de plata. Vertot valúa esta presa, sin que sepamos con qué fundamento, en 2.911.100 libras tornesas. Si se quiere formar una idea algo más exacta del tesoro de que se apoderó César en el momento de su usurpación, se reducirán 4.130 libras de oro a onzas francesas a razón de 10 onzas 2/3 por cada libra romana256: lo que dará 44.052 onzas. Pero como esta cantidad valía entonces tres veces tanto como ahora, tendremos 132.156 onzas, esto es, 12.530.346 francos, suponiendo aquel oro de la misma ley que nuestras monedas.

Por lo tocante a las 80.000 libras de plata, valían entonces tanto como valdrían ahora 320.000, esto es, cerca de 20.915.735 francos, no contando más que 10 onzas por libra, y suponiendo, la ley igual a la de nuestras monedas.

El oro y la plata que robó César componían pues una suma igual a 33.446.081 francos de moneda actual; y ya se ve cuánta diferencia hay entre esta valuación y la que hace Vertot de unos 3 millones de la misma moneda.

¡Con cuánta más razón deberemos desconfiar de las valuaciones hechas por historiadores menos ilustrados que estos! En la historia antigua de Rollin y en la eclesiástica de Fleury se aprecian los talentos, las minas y los sestercios conforme a la valuación hecha por algunos sabios durante el ministerio de Colbert. Pero estas valuaciones presentan de un modo muy problemático la cantidad de metales preciosos contenida en las sumas antiguas; primer origen de errores. El valor de estos metales preciosos ha variado considerablemente desde los tiempos antiguos hasta el de Colbert; segundo origen de errores. La reducción que se hizo de ellos durante aquel ministerio estaba calculada a razón de 26 libras y 10 sueldos por cada marco de plata, que era el precio a que se recibía entonces la plata fina el la casa de la moneda, y este precio y tasa no era ya el mismo en tiempo de Rollin; tercer origen de errores: y en fin ha subido mucho el mismo precio después del tiempo de aquel escritor, y una libra tornesa nos presenta ahora la idea de menos plata que en su tiempo; cuarto origen de errores. De suerte que cualquiera que lea ahora a Rollin, y se refiera a las valuaciones que en él se encuentran, formará las ideas más falsas de las rentas y gastos de los estados antiguos, como también de su comercio, de sus fuerzas y de toda su economía.

No pretendo que ningún historiador pueda tener datos bastante seguros para ofrecer a sus lectores una valuación siempre exacta de todas estas cosas; pero creo que para alejarse mucho menos de la verdad que lo que se ha hecho hasta ahora en la reducción de las sumas de los antiguos y aun de las de la edad media, a moneda actual, es necesario tratar de conocer ante todas cosas por medio de los anticuarios (que es lo que se practica) la cantidad de metal de plata u oro que expresaban; y después, hasta el tiempo del Emperador Carlos V, esto es, hasta por los años de 1520, se debe multiplicar esta cantidad por 4, si se trata de plata, y por 3, si de oro, porque el descubrimiento de las minas de América ha disminuido el valor de la plata en la proporción de 4 a 1 poco más o menos, y el del oro en la de 3 a 1 solamente257En fin es necesario reducir esta cantidad de oro u plata a moneda corriente al curso de la época actual.

Desde el año 1520 fue disminuyendo siempre el valor de la plata hasta el fin del reinado, de Enrique IV, esto es, hasta los primeros años del siglo XVII. Esta diminución de valor se puede graduar por el aumento del precio de un mismo género, como lo he demostrado en el párrafo anterior. Para tener una idea exacta del valor del marco de plata en aquella época, es necesario aumentarle tanto menos cuanto más va subiendo el precio de los géneros, por ejemplo, del trigo, no nominalmente, sino en metal.

Como desde el principio del siglo XVII parece que no ha decaído sensiblemente el valor de la plata (supuesto que por la misma cantidad de plata fina se ha podido comprar la misma cantidad de casi todos los géneros), después de haber reducido a marcos de plata las sumas de esta época, no se les debe dar ningún aumento, ni se hará más que valuarlas en moneda corriente actual, según el curso del día con respecto al marco de plata fina258.

Así, por ejemplo, vemos en las memorias de Sulli que este ministro había acumulado en los soterráneos de la Bastilla 36 millones de libras tornesas para llevar a efecto los grandes designios de Henrique IV contra la casa de Austria.

A fin de conocer el valor actual de esta suma, es menester saber desde luego la plata fina que contenía. Veinte y dos libras tornesas eran entonces la expresión, en libras, del marco de plata; y así, 36 millones de libras equivalían a 1. 636.363 marcos y 5 onzas de plata. El valor de este metal no ha variado sensiblemente desde la época de que se trata supuesto que con aquella cantidad de metal se compraba la misma porción de trigo que se compraría ahora; y es constante que en estos tiempos 1.636.363 marcos y 5 onzas, o que es lo mismo 399.588.018 libras y 5 gramos de plata fina reducida a moneda hacen 88.797.315 francos.

No se ejecutarían en el día de hoy grandes designios con esta suma; pero es necesario considerar que se hace la guerra de muy distinto modo, y que es mucho más costosa no solamente en el nombre, sino también en la realidad.




- VIII -

No hay relación fija entre el valor de un metal y el de otro


El mismo error por el cual se ha creído que se podía fijar el valor de un metal, ha inspirado la idea de querer fijar el valor relativo de los diferentes metales que han servido de moneda a un mismo tiempo. Se ha dicho: cierta cantidad de plata valdrá 24 libras, y cierta cantidad de oro valdrá también 24 libras: con lo que se ha dado por sentado que se había establecido una proporción fija entre el valor nominal del oro y el de la plata.

Siendo esta pretensión tan varia como la otra, ha resultado que el valor de los dos metales, siempre variable comparativamente a todos los géneros, lo ha sido también en los cambios que se han hecho de uno de estos dos metales por otro. Antes de la refundición de las monedas de oro, decretada en 30 de octubre de 1785, se vendían los luises de oro por 25 libras de plata y algunos sueldos. Por esto se tenía gran cuidado de no pagar en moneda de oro las obligaciones estipuladas en libras, pues se hubieran pagado realmente 25 libras y 8 u 10 sueldos por cada 24 libras contenidas en la suma estipulada.

Desde la refundición de 1785, en que se disminuyó la cantidad de oro contenida en el luis, ha valido éste con muy corta diferencia tanto como la cantidad de plata llamada 24 libras, y así desde aquella época se ha pagado más indiferentemente en oro u plata. Sin embargo, han continuado siendo más comunes los pagos en plata, ya sea porque la nación estaba acostumbrada a ello o porque estando la moneda de oro más expuesta que la otra a las maniobras de los falsarios y desgastadores, da mas lugar al que la recibe a disputar sobre su peso y calidad.

Una fijación diferente ha producido en Inglaterra efectos contrarios. En 1728, el curso natural de los cambios había establecido el valor relativo de la plata fina y del oro fino en la proporción de 1 a 15 9/124 (o para servirme de una fracción más sencilla, a 15 1/14. Con una onza de oro se compraban 15 1/14 de plata, y al contrario. Esta fue la tasa a que se fijó la relación de las monedas de oro y plata; es decir, que una onza de oro amonedado se llamaba 3 libras 17 sueldos 10 1/2 dineros esterlines, y que 15 onza 1/14 de plata amonedada se llamaba del mismo modo 3 libras 17 sueldos 10 1/2 dineros esterlines. Pero esto era fijar una proporción variable por su naturaleza. Se buscó sucesivamente la plata con preferencia al oro; se hicieron más comunes las vajillas y utensilios de plata; tomó más incremento el comercio de la India, y transportó mayor cantidad de plata que de oro, porque en el Oriente vale más aquel metal, con respecto al oro, que en Europa; y en fin, el valor de la plata comparado, con el del oro había venido a quedar a fines del siglo último en la relación de 1 a 14 3/4 solamente: de forma que la cantidad de moneda de plata que valía 3 libras 17 sueldos 10 1/2 dineros esterlines, podría venderse, si se redujese a barras, en 4 libras esterlinas por moneda de oro. Se ganaba pues reduciéndola a barras, y se perdía pagando en moneda de plata. Por esta razón se hacían todos los pagos en oro hasta el momento en que se autorizo al banco de Inglaterra en 1797 a suspender sus pagos en dinero.

Desde entonces ya no se ha pagado sino en papel; pero si la Inglaterra vuelve a adoptar una moneda metálica, y sigue las mismas leyes y reglamentos monetarios, es probable que se harán en ella los pagos, no como antes, en monedas de oro, sino de plata. En aquel país ha llegado a ser el oro más precioso que la plata, probablemente a causa de la grande exportación que se ha hecho de estos metales por razón de las circunstancias, y que ha debido ser más considerable con respecto al oro que a la plata, la cual presenta menos facilidad para exportarse fraudulentamente.

Allí vale ahora la onza de oro en el comercio casi tanto como 15 1/2 de plata; y según la relación de las monedas metálicas no vale más de 15 1/14 como hemos visto arriba. Pagando pues en oro, se daría por cada onza de este metal un valor igual a 15 1/2 de plata al paso que se podría satisfacer el mismo valor entregando solamente en monedas de plata 15 onzas y 1/14 de este metal.

De todo esto se infiere que no es posible en la práctica asignar un valor fijo a mercancías cuyo valor es realmente variable; y que se debe dejar que una onza de oro u de plata busquen sus diferentes valores en los cambios en que se debe por conveniente usar de estos metales259.

Lo que se acaba de decir del oro y de la plata, puede decirse también de la plata y del cobre, y en general del valor relativo de todos los demás metales. El mismo desacierto se comete cuando se dice que la cantidad de cobre contenida en 20 sueldos vale tanto como la plata contenida en una libra tornesa, que cuando se dice que la cantidad de plata contenida en 24 libras tornesas vale tanto como el oro contenido en un luis.

Sin embargo, la proporción fijada por la ley entre el cobre y los metales preciosos, no ha tenido inconvenientes muy graves, por cuanto la ley no ha autorizado para pagar indiferentemente en cobre o en metales preciosos las sumas estipuladas en libras tornesas y en francos; de modo que la única moneda reconocida para las sumas que exceden el valor de las piezas de plata, es la plata o el oro260.




- IX -

Lo que deberían ser las monedas


Lo que he dicho hasta ahora acerca de las monedas puede hacer que se presienta lo que convendría que fuesen.

La suma conveniencia de los metales preciosos para servir de moneda ha hecho que sean preferidos casi en todas partes para este uso. Ninguna materia es más a propósito para ello; y así no debe desearse la menor variación en esta parte.

Lo mismo se puede decir de la división de los metales preciosos en porciones iguales y manejables. Conviene pues acuñarlas, como se ha hecho hasta ahora en casi todos los pueblos civilizados, en piezas de igual peso y ley.

Es lo más acertado que tengan un sello, el cual sea la garantía de este peso y ley, y que la facultad de dar esta garantía, y por consecuencia la de fabricar monedas, esté exclusivamente reservada al gobierno, porque una multitud de fabricantes que las acuñasen a un mismo tiempo no ofrecerían igual garantía.

Aquí es donde debería detenerse la acción de la autoridad pública con respecto a las monedas.

El valor de un pedazo de plata es arbitrario, y se arregla amigablemente en las contratas o convenios que se hacen entre particulares, o entre éstos y el gobierno. ¿Porque se ha de establecer de antemano este valor, que no puede menos de ser imaginario, ni se hará caso alguno de él al servirse de la moneda? ¿Porqué se ha de dar nombre a este valor imaginario y fijo que es imposible atribuir a la moneda? ¿Qué es un peso fuerte, un ducado, un florín, una libra esterlina y un franco? ¿Es posible ver en todo esto más que unos pedazos de oro u plata que tienen cierto peso y cierta ley? No siendo pues otra cosa, ¿por qué se ha de dar a estas barras otro nombre que el suyo, esto es, el que designa su naturaleza y peso?

Cinco gramos de plata, se dice, valdrán un franco. Esto es lo mismo que si se dijese: cinco gramos de plata valdrán cinco gramos de plata; porque la idea que se tiene del franco nace únicamente de los cinco gramos de plata de que se compone. ¿Toman distinto nombre el trigo, el chocolate y la cera, cuando se dividen según su peso? Una libra de pan, de chocolate, o de bugías ¿se llama de otro modo que una libra de pan, de chocolate, o de bugías? Pues, ¿por qué no se ha de llamar una pieza de plata de peso de 5 gramos por su verdadero nombre? ¿Por qué no se la ha de llamar lisa y llanamente 5 gramos de plata?

Esta leve rectificación, que al parecer consiste en una palabra, en una nada, es inmensa en sus consecuencias. Una vez admitida, ya no es posible contratar en valor nominal, sino que en cada ajuste o convenio, es necesario igualar una mercancía real con otra igualmente real, cierta cantidad de plata con cierta cantidad de granos, de carne o de telas. Si se contrae una obligación a pagar en cierto tiempo, ya no es posible valerse de ningún pretexto para violarla; porque obligándose mi deudor a pagarme tantas onzas de plata fina, y siendo abonado, estoy seguro de la cantidad de plata fina que recibiré cuando se cumpla el tiempo u plazo estipulado.

En tal caso queda destruido todo el sistema monetario; sistema tan complicado que jamás le han entendido completamente aun la mayor parte de los que forman de él su ocupación habitual; sistema de donde nacen perpetuamente la mala fe, la injusticia y el robo. En tal caso es imposible hacer una operación falsa con las monedas sin acuñar moneda falsa, ni tratar de composición o de variación en los contratos sin hacer bancarrota; y la fabricación de la moneda viene a ser la cosa más sencilla, esto es, un ramo de platería.

Los pesos adoptados hasta la introducción del sistema métrico en Francia, a saber, las onzas, dracmas y granos, tenían la ventaja de presentar cantidades equilibrantes, fijadas ya por espacio de muchos siglos y aplicables a todas las mercancías; de modo que no se podía variar la onza por lo tocante a los metales preciosos, sin variarla también por lo tocante al azúcar, a la miel y a todos los géneros que se miden al peso. Pero aun en esta parte ¿cuántas más ventajas tienen los pesos del nuevo sistema métrico? Estos se fundan en una cantidad dada por la naturaleza, y que no puede variar mientras subsista nuestro globo. El gramo es el peso de un centímetro cúbico de agua: el centímetro es la centésima parte del metro; y el metro es la diezmillonésima parte del arco que forma la circunferencia de la tierra desde el polo al ecuador. Podrá substituirse otro nombre en lugar de gramo; pero no está en mano de los hombres alterar la cantidad de peso de lo que se entiende actualmente por gramo: y cualquiera que se obligase a pagar en una época futura, una cantidad de plata igual a cien gramos de plata, no podría, por más operaciones arbitrarias que interviniesen, pagar menor cantidad de este metal, sin violar su promesa de un modo evidente.

La facilidad que puede dar el gobierno para la ejecución de los cambios y contratos en que se emplea la mercancía-moneda, consiste en dividir el metal en diferentes piezas, de uno u de muchos gramos, de uno u de muchos centigramos, de modo que sin necesidad de peso se puedan contar quince, veinte, treinta gramos de oro u de plata, según los pagos que se hayan de hacer.

Varias experiencias hechas por la Academia de las Ciencias prueban que el oro y la plata puros resisten menos a la frotación que cuando contienen un poco de liga; y además dicen los monederos que para acendrarlos completamente serían necesarias algunas operaciones muy costosas que encarecerían mucho la fabricación de la moneda. Mézclese pues con el oro y la plata cierta cantidad de liga; pero anúnciese esta cantidad por medio del sello, el cual no debe ser más que una marca que certifique el peso y la calidad del metal.

Es visto que de ningún modo se trata aquí de francos, de décimos, ni de céntimos; porque en efecto no deberían existir semejantes nombres, supuesto que nada significan. Nuestras leyes disponen que se acuñen piezas de un franco que pesen 5 gramos de plata; y deberían mandar lisa y llanamente que se acuñasen piezas de 5 gramos.

Entonces en lugar de hacer un vale o una letra de cambio de 400 francos, por ejemplo, se harían de 2.000 gramos de plata fina de ley de 9/10 o si se quería más bien de 130 gramos de oro fino de ley de 9/10; y no habría cosa más fácil de pagar, porque todas las monedas de oro u plata serían múltiplos o fracciones de gramos de ley de metal fino mezclado con 1/10 de liga.

Sería necesario, en verdad, establecer por ley que todo convenio en que se estipulase cierto número de gramos de plata o de oro, no pudiese saldarse sino en piezas acuñadas (a no estipularse lo contrario) a fin de que el deudor no tuviese arbitrio para pagar en barras que valiesen algo menos que las piezas acuñadas. Pero ya se deja entender que esta precaución no es más que un pormenor relativo a la ejecución y que en rigor todo contrato debería contener (además de la expresión de la materia y de la ley) la circunstancia de que la cantidad estipulada hubiera de pagarse en piezas estampadas con el punzón o cuño nacional. Esta ley u ordenanza no tendría otro objeto que el de evitar en cada escritura la expresión de muchas cláusulas que en el mismo hecho se darían por sobrentendidas.

El gobierno no acuñaría las barras de los particulares sino pagandosele los gastos y aun el beneficio de la fabricación. Este beneficio o utilidad podría ser de bastante importancia en virtud del privilegio exclusivo de fabricar, y podría variar según las circunstancias en que se hallasen las casas de moneda y según las necesidades de la circulación. Cuando el gobierno tuviese pocas materias que fabricar por su cuenta, bajaría el precio de fabricación, más bien que dejar ociosos sus talleres y operarios, y le subiría cuando hubiese mucha abundancia de barras, y no pudiese atender al cumplimiento de todos los pedidos: en lo cual no haría más que lo que hacen todos los fabricantes.

Ningún inconveniente habría en que al sello que enuncia el peso y la ley se le añadiesen todos los signos que se juzgasen a propósito para impedir la falsificación.

No he hablado de proporción entre el oro y la plata por que no había necesidad de tratar de este punto. No proponiéndome enunciar su valor con una denominación particular, me son tan indiferentes las variaciones recíprocas de este valor como las que tiene con respecto a todas las demás mercancías. Es necesario dejar que se establezca por sí mismo, pues sería inútil empeñarse en fijarle. Por lo que hace a las obligaciones, se pagarían según se hubiesen formalizado: y la estipulación de dar cien gramos de plata se cumpliría por medio de cien gramos de plata, a no ser que en la época del pago se conviniesen los interesados en saldarla con otro metal o con otra mercancía, según la valuación que hiciesen de común acuerdo.

Difícil sería calcular el bien que de una disposición tan sencilla resultaría a todos los ramos de industria; pero se podrá formar alguna idea por el mal que ha resultado del sistema contrario. No sólo se han arruinado con mucha frecuencia los intereses, y entorpecido u destruido las empresas más útiles y mejor combinadas, sino que a cada instante y casi en todas partes se cometen lesiones contra el haber del estado y el de los particulares.

Una moneda que no fuese más que plata u oro marcado; que no tuviese ningún valor nominal distinto de su valor real; y que por consiguiente estuviese exenta del capricho de las leyes, sería tan ventajosa para todo el mundo y en todos los ramos de comercio que no tengo la menor duda de que llegaría a ser corriente aun entre los extranjeros. La nación que la acuñase sería entonces fabricante de moneda para el consumo exterior, y podría ganar muy bien en este ramo de industria. Vemos en el tratado histórico de la moneda de Francia escrito por Le Blanc (Prolegómenos, pág. 4), que cierta moneda acuñada de orden de S. Luis, cuyas piezas se llamaban agnels d'or (agnus de oro) porque tenían el sello de un cordero, fue muy buscada aun de los extranjeros y que gustaban mucho de contratar en esta moneda, solamente porque contuvo siempre la misma cantidad de oro desde el tiempo de S. Luis hasta el de Carlos VI.

Suponiendo que la nación que hiciese esta buena especulación fuese la Francia, creo que ninguno de cuantos Franceses me honran leyendo esta obra sentiría ver salir así nuestro numerario, según la expresión de ciertas gentes que nada entienden ni quieren entender de estas materias. La plata o el oro amonedado no se irían ciertamente sin ser bien pagados, y con ellos la hechura que se les hubiese dado. ¿No se consideran como muy lucrativas las fábricas y el comercio de joyería sin embargo de que envían oro y plata al extranjero? Es verdad que la hermosura de los dibujos y de las formas aumenta mucho el precio de los metales que despachan fuera del reino, pero la exactitud de los ensayes y pesos, y sobre todo la permanencia de un mismo peso y ley en las monedas son un mérito todavía más raro, el cual no sería ciertamente menos apreciado.

Si se me dijese que Carlo Magno siguió este sistema; que llamó libra a una libra de plata, y que sin embargo no impidió la degradación de las monedas ni que se diese después el nombre de libra a lo que realmente no pesaba más que 96 gramos, respondería yo:

1.º Que ni en tiempo de Carlo Magno ni después ha habido jamás piezas de plata de una libra, y que la libra ha sido siempre una moneda de cuenta, una medida ideal. Las piezas de plata eran entonces sueldos de plata; y el sueldo no era una fracción de la libra de peso.

2.º Ninguna moneda expresaba en el sello el peso del metal de que se componía. En los gabinetes de medallas se conservan muchas piezas de moneda del tiempo de Carlo Magno. Sólo se ve en ellas el nombre del Príncipe, y algunas veces el de las ciudades en que se había acuñado la moneda, escritos en letra de una forma grosera, lo que no debe admirar tratándose de un reino cuyo Monarca no sabía escribir, a pesar de que era protector de las letras.

3.º Tampoco expresaban las monedas la ley o el grado de finura del metal: y esta fue la primera causa de la degradación; porque los sueldos de plata que en tiempo de Felipe I formaban una libra de cuenta tenían también una libra de peso; pero esta libra de peso de componía de 8 onzas de plata con liga de 4 de cobre, en lugar de contener, como en el tiempo de la segunda línea, 12 onzas de plata fina de peso de la libra de entonces.

Ciertos acontecimientos sumamente notables en materia de monedas, ocurridos en Inglaterra desde las primeras ediciones de este tratado, han hecho ver que la solo necesidad de un agente de circulación, o de una mercancía-moneda, podría sostener el valor de una papel-moneda absolutamente destituido de prenda o garantía; con tal que se limitase su suma a la que exigen las necesidades de la circulación261. Esta circunstancia ha hechos presumir a algunos autores ingleses profundamente versados en esta materia, que supuesto que al hacer uso de la moneda no nos servimos de sus propiedades físicas y metálicas se podría emplear para este uso una materia menos cara que los metales preciosos; del papel, por ejemplo, tomando precauciones para que la suma de la moneda de papel no pudiese exceder a las necesidades de la circulación. Con este objeto ha propuesto M. David Ricardo un medio muy ingenioso, que consiste en obligar al banco o cualquiera otra corporación a la cual se autorizase para emitir moneda de papel, a reembolsar en barras al momento que fuese presentada. La cédula en que se estipulase cierto tejo de oro u barra de plata con facultad de realizar su entrega cuando se quisiese, no podría tener menos valor que aquel tejo u barra; y por otra parte, si la cantidad de cédulas emitidas no excediese a las necesidades de la circulación, los portadores de cédulas no acudirían a recoger los metales estipulados, porque estos no se prestan a las necesidades de la circulación. Si por efecto de desconfianza fuese preciso reembolsar demasiadas cédulas de banco, aumentaría el valor de éstas, porque no habría otra moneda, y entonces no hay duda en que el interés del público exigiría que se llevasen barras al banco para recibir cédulas262.




- X -

De la moneda de cobre y de billón


Las piezas de cobre y las de billón263 no son propiamente moneda, pues que no se reciben en pago de las cantidades estipuladas, sino sólo los picos que a causa de su pequeñez no pueden saldarse con oro u plata. El oro y la plata son los únicos metales-moneda en casi todos los pueblos comerciantes. Las piezas de cobre son una especie de cédula de crédito, o de signo que representa una porción de plata demasiado pequeña para acuñarla.

Como cédulas de crédito, debería el gobierno que las pone en circulación cambiarlas por plata en el acto de la presentación, siempre que se la llevasen en número suficiente par igualar una pieza de plata: único medio de asegurarse de que no quedan en manos del público sino que las que son necesarias para los cambios.

Si quedasen más, como las piezas de cobre no pueden ser tan útiles al que las posee, como el oro y la plata que representan, pero sin tener el valor de estos metales, procuraría deshacerse de ellas ya vendiéndolas con pérdida, ya empleándolas en pagar los géneros que comprase por menor, y que por lo mismo subirían de precio, o ya en fin entregando estas piezas en los pagos que tuviese que hacer, en mayor cantidad que la que exigen los picos.

Interesado el gobierno en que no se vendan con pérdida, porque en tal caso dispondrían menos ventajosamente de las que pone en circulación, suele autorizar el último partido.

Antes de 1808, por ejemplo, se podía pagar en París en moneda de cobre 1/40 de las sumas que se debían: lo que producía un efecto igual a una alteración en la ley de las monedas; porque valiendo menos cualquier suma de moneda por razón de esta circunstancia, los vendedores de toda especie de mercancías, que sin saber las causas que influyen en el valor de las monedas, conocen muy bien lo que éstas valen, no se descuidaban en arreglar sus precios por aquel principio.

El vendedor no puede detenerse a examinar con la balanza y el crisol cuál es la ley de las monedas y cuánto su peso; pero las gentes que comercian en materias de oro y plata, o en otros ramos análogos están perpetuamente ocupadas en comparar el valor de los metales preciosos contenidos en las monedas con el valor de éstas, para aprovecharse de las ganancias que puede dejar su diferencia; y las operaciones mismas que ejecutan para lograr esta ganancia, se encaminan siempre a nivelar el valor corriente de las monedas con su valor real.

La cantidad de cobre que es preciso recibir, influye también en el cambio con el extranjero. Una letra de cambio pagadera en francos en París se vende o negocia ciertamente menos cara en Amsterdam, cuando se ha de pagar en cobre una parte de su valor, así como valdría menos, si contuviese el franco menos cantidad de plata fina y más liga.

Sin embargo, es necesario observar que aquella circunstancia no disminuye el valor de la moneda en general tanto como la liga, porque ésta no tiene ningún valor intrínseco, como se vio al fin del II de este cap. pág. 223, al paso que la moneda de cobre que entraba por 1/40 en nuestros pagos, tenía un ligero valor intrínseco, bien que inferior al 1/40 de la suma en plata, pues de lo contrario no habría habido necesidad de una orden para obligar a recibirla.

Si el gobierno reembolsase en plata y en el acto de la presentación las piezas le cobre que se le llevasen, podría, casi sin ningún inconveniente, darles un valor intrínseco sumamente pequeño, porque las necesidades de la circulación absorberían siempre una cantidad muy grande, y las piezas de cobre conservarían su valor tan completamente como si valiesen la fracción de moneda que representan, a la manera que una cédula de banco que no tiene ningún valor intrínseco, circula sin embargo, y aun por espacio de muchos años, como si valiesen intrínsecamente lo que expresa su valor nominal. Esta operación traería más ventaja al gobierno que la que puede sacar de la circulación forzada de aquellas piezas, y no se alteraría el valor de las monedas.

Sólo habría que teme entonces la codicia de los falsificadores, la cual se aumentaría a proporción de la mayor diferencia entre el valor intrínseco y el corriente. Habiendo querido el antepenúltimo Rey de Cerdeña recoger una moneda de billón que había mandado fabricar su padre en tiempos calamitosos, recogió tres veces más que la que se había acuñado de orden del gobierno. La misma pérdida experimentó el Rey de Prusia por igual causa, cuando, con el nombre supuesto del judío Efraín, hizo recoger el billón de inferior calidad que había obligado a recibir en Sajonia con motivo de los apuros a que le había reducido la guerra de siete años264. Estas falsificaciones se ejecutan principalmente en los países extranjeros. Los ingleses han procurado evitar este inconveniente, fabricando en 1799 medios dineros esterlines (halfpence) con un cuño muy hermoso y un esmero tan singular que con dificultad podrán ser imitados por los falsificadores.




- XI -

De la mejor forma de las piezas de moneda


El deterioro a merma de las piezas de moneda es proporcionado a la extensión de su superficie. Entre dos pedazos de metal de un mismo peso, se gastará menos el que ofrezca menor superficie a la frotación.

La forma esférica, o la de una bola sería por consiguiente la que se gastase menos; pero ha sido desechada, porque es muy incómoda.

Después de esta forma, la que ofrece menos superficie es la de un cilindro igualmente largo que ancho; pero, como no sería menos incómoda; se ha adoptado en general la de un cilindro muy aplanado. Sin embargo, por lo que se acaba de decir se ve que no conviene aplanarle más que lo que sea necesario para el uso que se ha de hacer de él, esto es, que las piezas de moneda deben ser más bien gruesas que aplastadas o extendidas.

En cuanto al cuño, he aquí las principales cualidades que debe tener:

La primera de todas es hacer constar el peso de la pieza y su ley. Es pues necesario que sea muy claro y visible para que aun los más ignorantes puedan comprender lo que significa. Además es preciso que el cuño se oponga, en cuanto sea posible, a la alteración de la pieza, de modo que ni la circulación natural ni la malicia puedan alterar su peso sin alterar el cuño. Los medios dineros de Inglaterra tienen de pocos años a esta parte un cordoncillo en el grueso del canto, que ni le ocupa todo, ni sobresale por los lados, y así no puede gastarse ni cercenarse. Este método se aplicará infaliblemente a las monedas de oro y plata cuya alteración es la que más importa precaver.

Cuando el cuño es de relieve, debe levantar poco, para que las piezas se mantengan fácilmente unas sobre otras, y en especial para que estén menos expuestas al roce. Por la misma razón no deben ser delgadas las líneas del cuño de relieve, pues la frotación las borraría con demasiada facilidad. Con este objeto se ha intentado hacer cuños en hueco, y se ha advertido que se adelgazaban las piezas, se doblaban y rompían más fácilmente. Pero quizá se ha hecho mal en abandonar este método, cuyos inconvenientes se habrían evitado con dar más grueso a las piezas.

Los motivos que hay para dar en general a las piezas de moneda la menor superficie que sea posible, deben excitar a hacerlas tan gruesas como se pueda sin faltar a la comodidad; porque cuanto más divididas están, tanto mayor es la superficie que presentan. No se deben fabricar más piezas pequeñas de metal precioso que las que son absolutamente necesarias para los cambios menudos y los picos; y deberá haber piezas grandes para todos los pagos considerables.




- XII -

¿Quién debe sufrir la pérdida que resulta de la merma de las monedas?


Se pregunta quién es el que debe pagar la merma de las piezas de moneda. En rigor de justicia debería recaer esta pérdida, como sucede con cualquiera otra especie de mercancía, en el que se ha servido de la moneda. El que vende un vestido después de haberle estrenado, le da por menos de lo que le costó. El que vende un escudo por una mercancía, debería darle por menos de lo que le costó, esto es, recibir en cambio, menos mercancía que la que él dio.

Pero es tan pequeña la porción que se desgasta cuando pasa un escudo por las manos de un solo hombre ajeno de todo fraude, que es casi imposible valuarla. Sólo se disminuye sensiblemente su peso después de haber circulado por espacio de muchos años, sin que se pueda decir con certeza en qué manos se verificó la diminución. Sé muy bien que todos aquellos por cuyas manos pasó el escudo sufrieron sin advertirlo la degradación ocasionada por la merma en su valor permutable: sé que diariamente ha debido comprarse con el escudo algo menos de mercancía: sé que esta diminución, la cual no es sensible de un día a otro, llega a serlo al cabo de cierto número de años, y que con una moneda desgastada se compran menos mercancías que con una nueva. Por consiguiente creo que si se fuese degradando una especie entera de piezas, de moneda en tales términos que exigiese una refundición, no podrían pretender razonablemente los dueños de estas piezas en el acto de refundirlas, que se cambiase su moneda degradada por moneda nueva, pieza por pieza y sin ningún descuento. Tampoco debería tomarlas el gobierno sino por lo que realmente valen, pues si contienen menos plata que en su origen, no se debe olvidar que las adquirieron más baratas, habiendo dado por ellas una cantidad de mercancías inferior a la que habrían dado al principio.

Esto es lo que se debería hacer en rigor; pero se oponen a ello dos consideraciones.

1.º Las piezas de moneda no son una mercancía individual, si puedo explicarme así. Su valor en los cambios se establece, no precisamente por el peso y calidad de las piezas actualmente ofrecidas, sino por el peso y calidad que se sabe por experiencia que tiene la moneda del país tomada a bulto y en grandes masas. Un escudo algo más antiguo, u algo más usado pasa del mismo modo que otro más entero, y se compensa uno con otro. Todos los años acuñan las casas de moneda piezas nuevas que contienen todo el metal puro que deben tener; y en tal estadio no experimenta diminución el valor de la moneda, a lo menos por razón de lo que ésta se consume con el uso, ni aun al cabo de un gran número de años.

Esto mismo, se podía observar en las piezas francesas de 12 y de 24 sueldos, que por la facilidad que tenían de circular en concurrencia con los escudos de seis libras conservaban un valor igual a los escudos, aunque en una misma suma nominal había como una cuarta parte menos de plata en las piezas usadas de 12 y de 24 sueldos que en los escudos.

La ley que autorizó a las cajas públicas y particulares para no recibirlas ya sino por 10 y 20 sueldos, no las apreció en menos de lo que valían intrínsecamente, sino en menos del valor por el cual las había recibido el último poseedor; porque este valor sostenido, digámoslo así, por el de los escudos, había subsistido hasta entrar en su poder como de 12 y de 24 sueldos, del mismo modo que si nada hubiesen perdido las piezas por la frotación. Se causó pues al sólo portador la pérdida de la merma producida por los millares de manos por donde habían pasado.

2.º El cuño y la hechura de la pieza sirven precisamente en el mismo grado hasta el último momento, aunque al fin no se puedan distinguir sino con mucha dificultad, o de ningún modo, como en los chelines de Inglaterra. Hemos visto que la pieza de moneda tiene cierto valor por razón de este cuño, valor reconocido hasta el cambio que la puso en manos del último poseedor, el cual la recibió por esta razón a un precio algo superior al de una barrita del mismo peso. Él solo sería pues el que perdiese el valor de la hechura, aunque tal vez hubiese servido a cien mil personas la pieza de moneda.

Estas consideraciones me mueven a creer que la pérdida del desgaste o merma procedente del uso, y la de la hechura, deberían ser en semejantes casos de cuenta de toda la sociedad, o sea del tesoro público, porque toda la sociedad ha usado y desgastado la moneda, y es imposible hacer que recaiga esta pérdida en cada particular con proporción a la ventaja que ha sacado de la moneda misma.

Así, se puede hacer que todo el que lleve barras a la casa de moneda para que las acuñe, pague los gastos de fabricación, y aun, si se quiere, las ganancias del monopolio, en lo cual no hay inconveniente; porque el monedaje añade al valor de sus barras todo el precio que paga a la casa de moneda, a donde ciertamente no las llevaría, sino les diese la hechura aquel aumento de valor. Pero al mismo tiempo soy de parecer que deberían cambiarse sin dificultad ninguna en las casas de moneda las piezas viejas por nuevas, luego que se presentasen, pero cuidando de tomar todas las precauciones posibles contra los cercenadores, y de no admitir sino en clase de barras aquellas piezas a que faltasen ciertas porciones del cuño que no pueden desaparecer por efecto de la merma natural. Entonces recaería la pérdida sobre el particular que hubiese tenido el descuido de recibir piezas en que no estuviesen bien señalados los signos. La prontitud en llevar a las casas de moneda todas las piezas alteradas, suministraría a la vigilancia del gobierno medios más fáciles de descubrir el origen de las alteraciones fraudulentas.

En un gobierno diligente serían de poca importancia las pérdidas que por esta causa experimentase el tesoro público, y se mejoraría visiblemente el sistema general de monedas, como también el cambio con el extranjero.





Arriba
Anterior Indice Siguiente