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ArribaAbajoCapítulo VII

Del capital, tercer instrumento de producción.


I. -De la naturaleza del capital. -II. De las diferentes especies de capitales. -III. Cómo se forman los capitales, -IV. De la posibilidad de evaluar el capital nacional.

§. I. De la naturaleza del capital.

195. Ya hemos visto (cap. III, §. III) que el capital se diferencia de los otros dos instrumentos de la producción en que es artificial, obtenido por el hombre, y en que su poder puede aumentarse casi indefinidamente: «El capital, dice M. Rossi, es casi la vida material de los Estados, la medida de su civilización y de su progreso... El capital, bajo cien formas diversas, pone en movimiento, anima y duplica las fuerzas sociales; merced al capital se acercan los hombres unos a otros... se multiplican los gustos, y va el hombre, elevándose poco a poco en la escala de sus necesidades y de sus goces.»

196. El capital, ya lo hemos dicho, lo componen los instrumentos apropiados de que necesita la industria: los edificios, los instrumentos y herramientas, los ganados, las mercancías, las monedas32, etc., y también las clientelas, la parroquia de un almacén o de una tienda, la suscrición de un periódico, etc., que puede venderse o alquilarse, y las capacidades, los talentos adquiridos, de que también puede sacarse un provecho alquilándolos.

197. Por consiguiente, bajo cierto punto de vista, el hombre es un capital; pero aquí M. Rossi hace una distinción importante. En su concepto se comete una inexactitud cuando se dice que el niño capitaliza todo lo que consume, como el perro y el buey, instrumentos de que podemos deshacernos a nuestro antojo. El hombre está obligado a vivir, y tenemos obligación de mantenerle, como él la tiene de trabajar; pero cuando es llegado el momento del trabajo natural, si se lo hace hacer un aprendizaje cualquiera, ahorra, capitaliza todo el trabajo natural de que es capaz, y de que se le priva durante el aprendizaje.

El pastorcillo, el niño empleado en las fábricas, gastan todo su trabajo, no capitalizan nada o casi nada; el aprendiz capitaliza mucho más, pues que su padre se priva de una parte de su trabajo, y lo deja adquirir y acumular conocimientos, de que podrá disponer más adelanto.

198. Para penetrarse bien de cuál es la naturaleza de los capitales y del oficio que desempeñan en las operaciones productivas, es preciso comprender dos expresiones: adelanto y consumo, de que vamos a servirnos. En adelanto es un valor empleado, de tal suerte que se hallará restablecido más adelante; no es un valor perdido, como si sirviera para satisfacer nuestras necesidades o las de nuestra familia o las de las personas a quienes le damos; es un valor consumido, y que, sin embargo, volverá a nuestras manos. Así como producir no significa en economía política crear materia, sino crear valor, consumir no significa destruir materia, sino destruir valor; porque el hombre es tan impotente para destruir un átomo de materia como para crearle. Así, por consumo debemos entender la destrucción parcial o total de la utilidad, de esa cantidad moral, o más bien económica, que da a la materia el valor que hace de ella una riqueza. Aunque se conserve el valor capital, los productos de que se compone el capital quedan verdaderamente consumidos en todo el rigor de la expresión, porque la utilidad que residía en ellos está destruida. Cuando el color del añil se ha trasmitido al paño azul, el añil, como droga de tintorería que tiene un valor, está verdaderamente consumido, pues que ya no conserva ningún valor cambiable.

199. Si observamos, pues, de qué se compone la operación de un empresario; notamos: 1.º, que consiste en consumir los objetos sobre los cuales se ejerce su industria, instrumentos y jornales de operarios; 2.º, que todos estos consumos no son más que adelantos, pues que de ellos saldrá un producto cuyo valor le reembolsará. Estos adelantos y estos consumos son menos fáciles de observar en la industria mercantil que en las otras dos; pero ¿no podemos considerar las mercancías compradas como la primera materia sobre la cual se ejerce nuestra industria? Nuestras remesas en grande ¿no son consumos análogos a las semillas que confiamos a la tierra? Y las mercancías que nos llevan en cambio ¿no son cosechas, productos nuevos, resultantes de ese consumo, y que nos reembolsan nuestros adelantos? El oficio de un capital es suministrar el valor de esos adelantos, dejarse consumir para renacer bajo otras formas, dejarse consumir de nuevo para volver a renacer, y así sucesiva y constantemente de un modo productivo. En menos palabras, un capital es una suma de valores consagrados a hacer adelantos a la producción, y el empresario es el que le consume y le reproduce, ya le pertenezca en propiedad, ya se le presten.

200. Tan luego como están reembolsados los adelantos hechos en favor de una producción por medio de la realización del producto que de ellos ha resultado, pueden emplearse de nuevo, de suerte que el mismo capital sirve muchas veces, para la misma producción en el mismo año. Un panadero podría, en rigor, comprar día por día la harina con que hace su pan y la leña con que enciende su horno, y también puede vender su pan día por día; en este caso, adelanta esa porción de su capital trescientas sesenta y cinco veces al año, y la recobra otras tantas. En la refinación del azúcar, los adelantos se hacen lo menos por dos meses; lo menos por doce en el curtido de los cueros, y por más aún en el comercio de exportación.

201. El conocimiento de la naturaleza íntima del capital es, según M. Rossi, una de las partes más espinosas de la economía política. En este punto se contradicen algunos autores, y emiten proposiciones vagas, complexas y mal definidas, que introducen suma oscuridad en las deduciones, y dificultan la apreciación de los resultados prácticos.

Según el mismo economista, debemos definir el capital: un producto ahorrado destinado a la reproducción. Esta definición comporta tres nociones: las del producto, el ahorro y la reproducción.

J. B. Say no incluye en su definición más que las dos primeras, y entiende por capital: la simple acumulación de los productos.

202. M. Rossi, para explicar bien su pensamiento, analiza el trabajo del salvaje, que después de haber matado a una alimaña hace de ella tres porciones; la que se come, la que guarda para el día siguiente, y la que podrá servirle para cazar, como por ejemplo, los cuernos del animal, que serán un instrumento de trabajo, un capital, en fin. Para M. Rossi, lo que se guarda para el día siguiente no es un capital; de lo contrario tendríamos que decir que la hormiga capitaliza.

De este modo de entrever la naturaleza de las cosas resultan consecuencias importantes.

203. 1.º El ahorro no es, como se ha dicho, un agente de la producción, a menos de que se entienda en sentido figurado, y se quiera decir que el ahorro conduce al capital. El ahorro no es más que un hecho negativo: no consumir no es producir.

204. 2.º Conocer la suma de los productos ahorrados de un país no es conocer su capital, es decir, la porción de los productos aplicados a la reproducción.

205. 3.º Las monedas no son un capital sino cuando están destinadas a la reproducción, porque entonces su valor no se disipa, y no hace más que cambiar de forma. En cuanto a las sumas de dinero que nos proporcionan nuestras ganancias, nuestras rentas, y que están destinadas a cubrir nuestras necesidades de familia, no forman parte de ningún capital (véase lo que sobre esto decimos más adelante); así, si hay mil millones de numerario en España, y si un tercio de esta suma está habitualmente empleado en la manutención de las familias sólo poco más de seiscientos sesenta y seis millones del numerario de España forma parte de sus capitales.

206. Acaso es también útil recordar aquí, que para que una suma de valores lleve el nombre de capital, no es de modo alguno necesario que esté en metálico, y que si se evalúa un capital en moneda, es únicamente para formarse una idea clara de su importancia y darle una denominación común a otros. Así los capitales de un país son diferentes de su numerario. En efecto, siempre que se emplea un valor capital, se le pone bajo la forma que más conviene al objeto que uno se propone. Si queremos hacer compras, reducimos nuestro capital a dinero; si queremos hacer especulaciones o remesas, le reducimos a mercancías, a objetos de exportación; si queremos hacer fábricas, le reducimos a máquinas, edificios, etc. Sin embargo, siempre que se da principio a una empresa, es costumbre reducir los valores capitales y cambiarlos por una suma de numerario, porque con este numerario se efectúan más fácilmente nuevas trasformaciones, y esto a causa de las propiedades de la moneda. Tal es la razón por la que el público no ve el capital más que en los valores metálicos33.

207. Según la definición que adoptamos, no se puede llamar capital a los comestibles, a los vestidos, a los muebles34 ni a los demás fondos de consumo que sirven para el sostén de los trabajadores y de los capitalistas. J. B. Say ha clasificado muy bien a esos fondos en la categoría de los capitales productivos de utilidad y recreo; pero M. Rossi, siguiendo una idea en que Smith no se fijó bastante, cree que no deben hacerse figurar esos fondos más que con las rentas, para no tomarlos en cuenta dos veces. Según él, la naturaleza del capital no abraza los jornales, los adelantos hechos a los trabajadores.

208. Las consecuencias de este modo de ver son inmensas: el hombre no es una máquina; es un instrumento sui generis, que forzosamente ha de ser mantenido, hospedado y vestido. La máquina de vapor no está destinada más que a producir; no es más que un medio, el hombre es juntamente el medio y el fin. Esto es lo que le distingue del esclavo antiguo35; de otra suerte no habría más que dos instrumentos de producción, la tierra y el capital.

209. Patente está la analogía de las casas vivideras con los comestibles, los vestidos, etc. Cuando nos servimos de ellas o las alquilamos, no hacemos más que sacarles una porción de la renta de los que las habitan.

Así, no todo lo que da una renta es un capital. Dos mil duros prestados a rédito; a semejanza de una casa alquilada, no son un capita sino cuando el deudor los hace producir. Si no, los dos mil reales que reditúan salen de otro capital, de que queda privada la sociedad.

210. Estudiando la naturaleza de los capitales, se presenta una cuestión, dice J. B. Say: si la producción, si la creación de nuevos valores no sirve más que para reembolsar el adelanto hecho por medio del empleo de los capitales, parece que no ha de hacer producción nueva; y entonces la acción industrial, reemplazando un valor existente por otro valor en un todo semejante, resulta inútil. Sin duda; pero admitiendo la hipótesis de que una empresa industrial en el trascurso de un año ha restablecido su capital, tal cual existía al principio del mismo año, todos los productores que han contribuido a esa producción han vivido durante el mismo espacio de tiempo, y han producido, a más del valor capital, el valor de todo lo que ellos han consumido para su manutención.

Y ésta es la ocasión de recordar que M. Rossi nos enseña que el capital y el trabajo pueden también dar un producto neto, al que propone se dé el nombre de producto neto industrial, para no confundirle con el producto neto territorial.

§. II. De las diferentes especies de capitales.

211. Adan Smith ha dividido los capitales en dos clases: los capitales fijos y los capitales circulantes.

212. Entiende por CAPITALES FIJOS los que pueden dar un rédito sin cambiar de dueño; tales son los edificios que sirven para la producción, las mejoras hechas en la tierra, las máquinas y los instrumentos que facilitan o abrevian el trabajo, así como las habilidades útiles, adquiridas por los operarios.

213. Reserva el nombre de CAPITALES CIRCULANTES a los que no dan beneficios sino por medio de cambios sucesivos; tales son las monedas y otros valores de circulación; las primeras materias, que la producción debe transformar, inclusos los trabajos hechos, como los de la relojería, por ejemplo, inclusos también los acopios de los panaderos, de los carniceros, de los colonos, de los cerveceros, etc., que son, como el paño, primeras materias destinadas a servir al alimento y a las demás necesidades del trabajador.

214. Observa Adan Smith que profesiones diferentes exigen proporciones muy diferentes entre el capital fijo y el capital circulante que se emplea en ellas; indicación muy útil para los productores, que muchas veces fracasan por haber fijado demasiada suma de capitales, y empobrecido demasiado el fondo de giro o circulación, pero parécenos que esta indicación no la podrá dar más que la experiencia de los productores inteligentes, y eso después de hacer averiguaciones muy difíciles. Se comprenderá la importancia de esta observación considerando el gran número de los que construyen un palacio, cuando bastaría un simple cobertizo para el objeto; de los que gastan la gran masa de sus capitales en trabajos de ostentación, harto poco productivos, cuando no son completamente estériles.

215. Otra observación digna de tornarse en cuenta es que los capitales fijos o destinados, a pesar de las reparaciones que pueden hacerse en ellos, tienden a deteriorarse, y hasta pierden una buena parte de su valor cuando se quiere cambiar su destino.

216. Sobre este punto J. B. Say opina que, en general, el valor de las mejoras hechas en un fundo es el capital más sólidamente adquirido para una nación. El comerciante puede huir con su capital, aunque lo tenga en mercancías; el propietario territorial, por e1 contrario, desecando y roturando terrenos, crea valores que quedan. Ya no se ven ni reliquias de la brillante existencia de varias ciudades, antiguamente ricas por su gran comercio, al paso que la Lombardía, la Flandes, a pesar de las largas guerras de que tantas veces han sido teatro, figuran todavía entre los países mejor cultivados y más populosos de Europa.

217. Una capacidad adquirida, un talento, se deterioran también con el uso, con la edad sobre todo; y su analogía con los demás capitales fijos es completa.

218. Hay, pues, capitales materiales y capitales inmateriales, contándose entre estos últimos las clientelas y todas las capacidades adquiridas, designadas bajo el nombre de capital moral, cuyo sentido no siempre se ha determinado bien. J. B. Say ha designado los capitales inmateriales bajo el título de facultades industriales, o simplemente, de fondo industrial.

219. Bajo el estricto punto de vista de la ciencia, las primeras materias, que son productos, no serían capitales, es decir, instrumentos; pero con la distinción de capitales fijos y de capitales circulantes esta irregularidad desaparece, porque las primeras materias son producidas, ahorradas y destinadas a la reproducción, y forman un verdadero capital, que puede en rigor denominarse capital materia, por contraposición al capital instrumento.

220. Existe además, en oposición a las cosas que pertenecen especialmente a los ciudadanos, un capital público, que comprende sobre todo las vías de comunicación36. El capital nacional es la suma del capital público y de todos los capitales privados. Si se pudiese averiguar la cifra proporcional del capital de cada país, se tendría una excelente medida de su situación económica y de sus disposiciones morales.

221. Los capitales se consideran también como productivos o como improductivos, según las circunstancias. Hay capitales que no contribuyen a ninguna especie de producción, en el momento en que se los considera, y a los cuales se ha dado el nombre de capitales improductivos. Los ingresos, por ejemplo, quedan ociosos e improductivos hasta el momento en que se vuelven a emplear; las cantidades en caja destinadas para pagos, los géneros almacenados, aún no teñidos por falta de tintes, de operarios o de fondos, etc., son capitales improductivos.

222. Los capitales destinados suelen ser improductivos; su producción se encuentra detenida, ya por motivo de reparaciones, ya, en fin, por falta de pedido. Este inconveniente ocurre con frecuencia a los capitales destinados, porque no son aptos más que para una sola producción; ocurre con más frecuencia en los sitios en que faltan la seguridad, la libertad y el bienestar; en efecto, es muy común que la falta de seguridad y de confianza muevan a los poseedores de los capitales disponibles a no hacerlos valer, por miedo de comprometerlos, y a perder los intereses antes que aventurar el capital. El banco de Francia tiene muchas veces cuantiosas sumas en depósito, por las que no paga interés, que guarda en metálico y que le dejan los particulares simplemente, porque lo creen más seguramente guardados en sus cuevas. En los tiempos en que la seguridad era menor que en nuestros días, en tiempo de la caballería y del feudalismo, se reducían a plata y oro los valores que se allegaban, y era costumbre enterrar cada cual sus tesoros, práctica, dice Adan Smith, que debía ser muy general en medio de las rapiñas y de las exacciones de la edad media, pues que los soberanos contaban por un ramo de sus rentas el descubrimiento de los tesoros, que andando el tiempo fue la base de muchas novelas y comedias. Todavía existe esta manía, pero ha disminuido mucho; y es de notar, por otra parte, que la seguridad está en razón de la capacidad y de los conocimientos de los capitalistas: cuanto más saben, mejor juzgan lo que hacen los hombres de quienes tienen que fiarse y menos aventuran.

223. Hay también capitales ficticios. (Véase el capítulo IX, MONEDAS.)

§. III. Cómo se forman los capitales.

224. Los capitales se forman por el ahorro de las ganancias y por la acumulación de los ahorros sucesivos, con el fin, no de atesorar, sino de hacer adelantos a la producción.

225. Se ahorra gastando dinero, lo mismo que amontonando pesos sobre pesos, con tal de que se gaste a título de adelanto y para un consumo que será reembolsado con productos. En una palabra, hay capital, cualquiera que sea la cosa en que resida el valor ahorrado; y si un interés, un sueldo, un jornal, un ahorro se conservan por algún tiempo en forma de moneda, es para esperar, bajo esta forma más cómoda, a que la suma, acrecida por varias acumulaciones sucesivas, sea bastante considerable para hallar colocación. De este modo hay en cada país muchas pequeñas porciones de capitales, cuyo empleo resulta retrasado, y cuya suma total, en un pueblo numeroso, activo y económico, forma un capital improductivo muy cuantioso.

226. Otra especie de ahorro es el que se hace adquiriendo ciertas aptitudes, criando un hijo, etc. Si esas aptitudes son lucrativas, representan un capital, cuyo valor reside en las ganancias que pueden proporcionar. Si lo que se adquiere es puras habilidades, o lo que vulgarmente se llama adornos, no por eso las ganancias son menos reales, pues que satisfacen un placer. El hombre, aun cuando no sea más que un pobre peón, es, como ya hemos dicho, un capital acumulado, obtenido por una serie de privaciones y de ahorros. Cuando para nada sirve es un capital improductivo37.

227. Los terratenientes y los capitalistas, que reciben sus arriendos y el interés de sus capitales en uno o dos pagos cada año, suelen verse apurados para colocar sus ahorros. Por el contrario, los empresarios industriales tienen toda especie de facilidades al efecto, pues consistiendo su oficio en manejar capitales útilmente, el menor de sus ahorros puede emplearse desde luego en aumentar la materia sobre que se ejerce su industria. No sucede lo mismo con los productores en pequeña escala, o sean los operarios de todas clases, cuyas economías son muy reducidas, y a quienes, por lo mismo, han hecho un grandísimo servicio las cajas de ahorros, facilitándoles la reunión de los suyos de un modo inmediatamente productivo. Un jornalero que ahorra dos pesetas por semana no puede sacar partido de esta corta suma, y se ve precisado a acumularlas economías de muchas semanas y de muchos años; pero si existe una caja de ahorros que merezca su confianza, el jornalero lleva a ella sus dos pesetas; otros ciento hacen lo propio, de manera que la caja se encuentra con doscientas pesetas que colocar en un mismo día, y de esta suerte cada jornalero se aprovecha desde aquel mismo día del interés de sus dos pesetas.

228. Toda economía es difícil, y por consiguiente, el ahorro es una virtud, porque los productores no pueden ahorrar más que aquella porción de sus ganancias que excede a sus necesidades, y que no dedican a la satisfacción de sus placeres o de sus pasiones. Cuando un género de industria da grandes beneficios, la competencia que inmediatamente se establece los reduce por necesidad; los métodos secretos, las posiciones excepcionales son casos raros, y las acumulaciones de los pueblos se componen más bien de una multitud de pequeños ahorros, que de un corto número de ahorros grandes, los cuales son siempre obra de muchos años. Por lo que respecta a las acumulaciones hechas a favor de ganancias abusivas, a consecuencia de monopolios, de lo que vulgarmente se llama gangas, de una gran fortuna al juego, etc., se parecen a todas las riquezas que son fruto del despojo o de la rapiña, y ejercen una grande acción disolvente sobre la moral de las naciones: lo que los acumuladores añaden de este modo a sus capitales no es sus ganancias anuales, sino una parte de las ganancias de los productores legítimos.

229. Por el modo con que se forman los capitales es fácil ver que los ahorros no disminuyen los gastos, y que en una ciudad industrial en que se aborra mucho, se gasta todavía más que en una morada regia en que se disipa enormemente. Sin embargo, los gastos son distintos. Un pueblo económico (lo cual no quiere decir que sea avaro ni mezquino) y observador, gasta todas sus rentas en producir los objetos más pedidos; y como cabalmente estos objetos más pedidos son los que mejor se venden, vese a la producción dirigirse entonces hacia los productos aptos para el consumo reproductivo.

230. Si la inteligencia del hombre es la causa de su superioridad, esa inteligencia se revela por los métodos que emplea, sobre todo, para reunir los medios de producción, para crear de un producto mucho más de lo que de él podemos consumir, y para cambiar el excedente por aquello que nos hace falta. Las tribus salvajes, que no conocen estos medios, dice J. B. Say, se asemejan a los brutos, y tienden a desaparecer de la haz de la tierra si la civilización no acude en su auxilio.

§. IV. De la posibilidad de evaluar el capital nacional38.

231. Hemos dicho con M. Rossi que si pudiese conocerse la cifra proporcional del capital de un país, se tendría una excelente medida de su situación económica y de sus disposiciones morales; pero este conocimiento exacto es imposible. Supongamos, en primer lugar, que la estadística estuviese bastante bien hecha para que se conociesen todos los productos españoles, por ejemplo: todavía distaríamos mucho de conocer la suma de los productos ahorrados y la de los que se destinan a la reproducción. Ahora bien, la relación entre el capital y la riqueza total varía según las costumbres, los hábitos, las circunstancias del país, y fácil es comprender que éstos son elementos difíciles de determinar con precisión por medio de números; luego es propio de la naturaleza del capital variar también de un día a otro, según la marcha de los sucesos: una crisis, una catástrofe, una buena noticia influyen en las disposiciones de los capitalistas que dan dirección a los ahorros, prefiriendo muchas veces la inacción sin lucro a un empleo productivo, pero peligroso. Es cierto que hay una relación entre la cuota de las ganancias y el aumento o la disminución de los capitales que están en mucha competencia, pero esa relación nunca se conoce más que de un modo muy vago, con tanto más motivo cuanto depende también del número de los trabajadores que piden el capital. Véase más arriba la teoría de la oferta y el pedido (28).

232. No hay, pues, que pensar en evaluar el capital más que de un modo muy aproximativo, y todavía tendría razón J. B. Say diciendo que ningún libro de estadística ofrece una evaluación admisible en este punto. Para llegar a un resultado pasadero se necesitaría, dice el mismo economista, interrogar a todos los empresarios de industria, desde el poderoso armador de buques hasta el último zapatero de viejo. ¿Qué medio hay de conocer el caudal de cada individuo? ¿Quién ha tenido jamás tiempo ni medios para hacer un inventario general, ni quién podrá obtener de cada particular una noticia exacta de su haber, de sus deudas, etc.?

233. Y luego, para hacer semejante trabajo, es preciso sumar unidades de distintas magnitudes, y ya sabemos que el numerario de una época y de un lugar dados no vale lo mismo que el de otra época y otro lugar. (30-280.)

En Francia mismo los francos o los gramos de plata de dos localidades o de dos épocas no son unidades de valores semejantes: así, cuando Ganilh dijo en su Teoría de la Economía política (tomo I, página 206) que la suma de los capitales franceses ascendía en 1789 a cuarenta y siete mil doscientos treinta y seis millones ciento cinco mil setecientos veinte y nueve francos, y cuando Becke hace ascender los capitales ingleses a la suma de 57,600 millones, nada nos prueba que no se hayan equivocado en una mitad. (Say.)

234. J. B. Say, sin embargo, menospreciaba demasiado este género de trabajos; en efecto, toda la cuestión está en su grado de exactitud. Si los cálculos son falsos, nada valen; si, por el contrario, se llegase algún día a hacerlos exactos o simplemente aproximativos, podrían servir de base al economista. Todos los trabajos concienzudos deben tender a este objeto, siendo, ínterin lo consiguen, sobrios de consecuencias, e indicando con precisión, sobre todo, las bases de sus evaluaciones.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Del capital (continuación). -Efecto de las máquinas y de las invenciones sobre la producción.


I. Oficio y ventajas de las máquinas. -II. Las máquinas no tienen más que un inconveniente. -III. La introducción de las máquinas es inevitable. -IV. De las circunstancias que compensan el inconveniente de las máquinas- V. De las máquinas de la industria trajinera. De los caminos de hierro.

§. I. Oficio y ventajas de las máquinas.

235. Debemos entender por herramientas y máquinas los instrumentos de que arma el hombre su debilidad para obrar sobre los objetos materiales. Las herramientas son unas máquinas muy sencillas; las máquinas son unas herramientas muy complicadas: no hay más diferencia entre estos dos instrumentos.

236. Las máquinas aumentan la fuerza del hombre en la producción, forman parte de los capitales, son la consecuencia de la división del trabajo y de la acumulación de los capitales. Este es, pues, el momento de estudiar su oficio en economía política.

237. Las máquinas suplen el trabajo de los hombres39 poniendo en juego fuerzas materiales, ya proporcionen un empleo mejor del trabajo de los hombres, ya hagan obtener una cantidad igual de productos por medio de un número menor de trabajadores. En esto cabalmente estriba su principal ventaja, que pasa por un grande inconveniente a los ojos de todos los que consideran la desgracia de no suministrar trabajo a los indigentes, como superior al ligero inconveniente de pagar más caro un producto; pero lo que esas personas miran como un ligero inconveniente, dice J. B. Say, es el principal obstáculo que se opone a los progresos de las sociedades. En efecto, supóngase que los productos no cuesten ningún sacrificio, y los obtendremos por nada; verdad es que los trabajadores no encontrarán trabajo, pero también lo es que no necesitarán trabajar. Ahora bien, toda economía de trabajo es un paso dado hacia ese fin: fin que evidentemente no se alcanzará jamás; pero la economía de trabajo trae progresivamente la baratura de los productos en beneficio de la sociedad. ¿Quién podría, pues, considerar como una desgracia el descubrimiento de los medios de coger el pan amasado y cocido en los campos, el vino corriente en los viñedos, los tejidos confeccionados en el lomo de los animales, y de sacar los instrumentos ya concluidos del fondo de las minas? ¿Y quién ignora que si las máquinas no realizan estas maravillas, llenan una parte de nuestros votos, que en otro tiempo pasaban por utopías, y economizan nuestro tiempo y nuestros afanes?

238. Un ejemplo citado por J. B. Say hará más aparentes los efectos de las máquinas: -un molino de agua ordinario puede moler cada día 36 hectolitros de trigo; con molinos de brazo se necesitarían 168 hombres para hacer la misma obra. Reduciendo este número para nuestro cálculo a 150, tendremos 150 peones a 2 francos en las cercanías de París, cuyo coste, sería 300 francos. En el mismo distrito, el uso de una corriente de agua, sin contar el local y las máquinas, pues que en ambos sistemas el gasto es el mismo, puede costar 3,000 francos, que divididos por 300 días de trabajo, dan un cociente de 10 francos diarios, en vez de los 300 que hubiera costado el trabajo de los hombres, todo esto prescindiendo de las interrupciones resultantes del cansancio o de la mala voluntad de los peones, como también de la fatiga horrible que por mucho tiempo ha ocasionado la necesidad de dar vueltas a la muela.

Se han economizado, pues, 290 francos por 36 hectolitros de trigo, o sea 8 francos por hectolitro, que es la mitad del precio del trigo; además, el gasto de pan que hace cada familia ha podido reducirse por lo menos a los dos tercios del que se hacía entre los antiguos.

239. Nadie niega esta economía; pero dicen algunos que se ha obtenido a expensas de los que daban vueltas a las muelas, cuyas ganancias han disminuido en proporción, y que, por consiguiente, no ha habido más que una traslación de riquezas; pero no se puede negar que pagando 290 francos menos a los peones que daban vuelta a las muelas, se les deja la disposición de su tiempo y de su trabajo, los cuales pueden, por consiguiente, emplearse en la creación de nuevos productos. -Pero ¿quién comprará esos nuevos productos? nos preguntarán... -Los mismos que han ahorrado 290 francos sobre la harina. De suerte que la harina se ha hecho más abundante y menos cara, y un número mayor de hombres ha podido elaborarla y adquirirla.

240. Las máquinas multiplican los productos intelectuales y emancipan el trabajo. Si las diversas labores que necesita la tierra no pudieran hacerse más que por medio de la azada o de otros instrumentos tan poco expeditivos como éste; si no pudiéramos hacer coadyuvar a esos trabajos el arado y los animales, que también son máquinas, es probable que se necesitaría emplear, para obtener las materias alimenticias, la totalidad de los brazos que actualmente se emplean en las artes industriales. El arado ha permitido, pues, a un gran número de hombres dedicarse a las artes, aun las más fútiles, y lo que vale mucho más, al cultivo de todas las facultades del entendimiento y del corazón.

241. Merced también a la intervención de las máquinas, el operario se va viendo sucesivamente libre de las faenas más duras y repugnantes, es decir, de las que pueden embrutecerle y rebajarle a la condición de las bestias. El estado a que constantemente se debe tender es al de una sociedad en que toda acción maquinal se ejecute por medio de animales o de máquinas, y en que todos los trabajadores no sean más que inspectores de los motores ciegos.

§. II. Las máquinas no tienen más que un inconveniente.

242. No son, sin embargo, estos hechos tan decisivos como pudiera suponerse, y muchos publicistas combaten la introducción de las máquinas: M. de Sismondi, en particular, ha señalado sus funestos efectos. M. de Sismondi, partiendo del principio de que las necesidades de las naciones son una cantidad fija, dice que siempre que el consumo excede a los medios que se tienen de producir, todo descubrimiento nuevo es un beneficio para la sociedad, y que, cuando el consumo basta plenamente para la producción, todo descubrimiento semejante es una calamidad. En respuesta, J. B. Say no admite que las necesidades de una nación sean una cantidad fija y asignable, porque la población se aumenta, y porque todos los días se hace, uso de productos desconocidos para los que nos han precedido, así como nuestros nietos se servirán de productos de que no tenemos la menor idea; observa, además, que los productos creados por un productor suministran a éste los medios de comprar los productos creados por otro; que a consecuencia de esta doble producción, ambos están mejor surtidos, y que, en general, si hay exceso en un género es porque hay defecto en otro. Si se le replica que ciertas necesidades tienen límites necesarios y que no se necesitan en un país, verbi gracia, más sombreros que cabezas hay en él, responde que la multiplicación de los productos distintos de los sombreros multiplica las cabezas. En el capítulo XII desenvolveremos estas proposiciones.

243. Quéjase también M. de Sismondi de que un descubrimiento no produce más bien que el de surtir a los consumidores a precio más cómodo; sin considerar que la mayor baratura es sinónima de mayor abundancia. Ahora bien, lo que una máquina hace de más sobre lo que antes se hacía es un suplemento que se resuelve en objetos cualesquiera capaces de aumentar nuestro bienestar (237).

244. También ha dicho M. de Sismondi, y se ha repetido después de él, que vale más que un país esté poblado de ciudadanos que de máquinas; pero a esto la respuesta es perentoria: las máquinas no disminuyen la cantidad de los alimentos; luego si hay hombres que carecen de ellos, éste es un vicio de distribución, que nada tiene que ver con el oficio de las máquinas.

245. Pero es preciso convenir en que las máquinas obligan a los hombres a cambiar de ocupaciones, lo cual no se verifica sin algunos inconvenientes. No se hace sin dificultad un nuevo aprendizaje, ni se hace en un momento: tampoco se halla en un momento cuando se necesita la ocasión de hacer uno valer su trabajo o su industria; de aquí se originan males graves y crisis, que hasta ahora no se ha sabido remediar más que con paliativos muy poco eficaces. Esto es un problema más que resolver de los muchos que interesan a las clases pobres y a la sociedad entera. El inconveniente es tanto mayor cuanto la introducción es más súbita. Así fue como el descubrimiento del telar y de la máquina de vapor, hechos uno después de otro a fines del siglo XVIII, produjeron tantas complicaciones, cambiando todos los sistemas de fabricación.

246. Sin embargo, como estos inconvenientes, no son más que pasajeros, y no pueden a mayor abundamiento atajar los progresos por medio de los cuales llegan las naciones a la civilización y a la abundancia, razón más, pues que la sociedad halla en ello ventajas, para que se busque un medio de indemnizar a aquellos a quienes perjudica una nueva invención. Hasta ahora no se ha discurrido más que la creación de trabajos públicos para emplear en ellos el sobrante momentáneo de los jornaleros desocupados y aconsejar economías en la previsión de la crisis; mas por desgracia no siempre es fácil ahorrar cuando no se tiene más que lo necesario. En cuanto a los trabajos oficiales, no hay forma de costearlos más que con las contribuciones, y quien principalmente paga éstas es el pobre; además, esos trabajos no pueden pasar de ser un recurso muy limitado y provisional; por consiguiente, sacamos en limpio que los malos efectos de una máquina se harán sentir tanto menos cuanto mejor organizada esté la sociedad, y más fácilmente puedan hallar en ella una ocupación lucrativa las clases que viven de su trabajo.

247. Pero es preciso no hacer responsables a las máquinas de las crisis y de los excesos de producción ocasionados, ya por la fiebre de las especulaciones, ya por una mala legislación de aduanas, ya por la impericia de los empresarios, en suma, por la ignorancia.

§. III. La introducción de las máquinas es siempre inevitable.

248. Muchos han pensado, como es una cosa muy sencilla, en proscribir las máquinas; pero ¿quién no ve que su introducción es inevitable, y que el país que las rechazase no haría más que agravar sus inconvenientes? Si la Francia no hubiera adoptado las máquinas para hilar el algodón, las cotonías se hubieran fabricado en otras partes, y se hubiera cambiado un mal por otro. Reflexionándolo bien, se ve que la cuestión no está ahí: no se trata de saber si se hará o no refluir un río hacia su fuente, sino de prever los estragos de ese río, de dirigir sus avenidas, y sobre todo, de aprovecharse del beneficio de sus aguas.

249. Otra consideración domina también la cuestión. Si se admitiese la prohibición de las máquinas, habría imposibilidad en establecer una distinción entre las máquinas que deben permitirse y las que se deben prohibir: las poleas, las tenazas, el cepillo, la carreta, el arado, el telar, la rueda hidráulica, la máquina de vapor y todos los descubrimientos químicos y físicos tienen entre sí más estrecha relación de lo que generalmente se cree.

También se ha propuesto no conservar más que las más necesarias, las menos complicadas, las que quitan menos trabajo a los jornaleros, en fin, se ha propuesto no proscribir más que las nuevas; pero examinando estos diversos sistemas de clasificaciones, pronto se conoce la imposibilidad de tomar una resolución cualquiera. Es cosa curiosa recorrer la lista de las máquinas que tienen que admitir los más declarados enemigos de ellas, ya porque su construcción mantiene a millares de trabajadores, ya porque hacen lo que los hombres no podrían hacer; tales son los relojes, las prensas, las bombas, las armas, etc., que ocupan a tantos operarios, las sierras circulares, los molinos, todas las máquinas de la marina y hasta las máquinas de vapor, que no se pueden reemplazar para dirigir los buques, beneficiar las minas, etc., etc.; y el arado, sobre todo, ¿cómo se reemplaza? Pero acabamos de nombrar la máquina que resume todos los argumentos. ¡Qué de progresos en esta máquina! ¡Qué de servicios! ¡Qué de inteligencias emancipadas de un pesado yugo! (240)

§. IV. De las circunstancias que contrapesan el inconveniente de las máquinas.

250. Por fortuna, y grande, varias circunstancias atenúan los inconvenientes que pueden resultar momentáneamente para la clase jornalera de la introducción de las máquinas expeditivas.

1.º Las máquinas, por lo general, son caras, y se necesitan grandes capitales para ponerlas en movimiento: si esta dificultad no impide su adopción definitiva, retrasa por lo menos la época en que puede verificarse, de lo cual se halla una prueba convincente en la historia de los progresos de la mayor parte de las industrias.

2.º El espíritu de rutina, el temor de las innovaciones, el miedo de perder los capitales, retrasan la aplicación de las máquinas y hacen que la transición sea gradual, y aun a veces que desaparezcan los inconvenientes.

3.º A medida que se perfeccionan las artes, la invención de las máquinas se va haciendo más difícil. Arte hay en el que se hace ejecutar por una fuerza ciega todo lo que es posible hacerle ejecutar, y en que el hombre desempeña todos los oficios en que la inteligencia es de rigurosa necesidad.

251. Aun hay más. La falta de trabajo no es más funesta en los países donde no hay máquinas que en aquellos en que las hay; lo que ocasiona la miseria de los pueblos no es los suplementos al trabajo de los brazos, sino el exceso de la población, la falta de industria y de actividad, la escasez de los capitales, una mala administración, etc. No había máquinas en Inglaterra en tiempo de la reina Isabel, y sin embargo, de aquella época data la ley sobre el sostenimiento de los pobres, que tanto los fía multiplicado. Y en nuestros días, en ninguna parte son tan desgraciados los jornaleros como en los países en que todavía no se han introducido los medios expeditivos: en Polonia y en la China se mueren de hambre. Es también una verdad que los productos fabriles están expuestos a grandes vicisitudes de cambios de moda y otras, cualquiera que sea el método de fabricación.

252. En muchos casos las máquinas expeditivas, lejos de suprimir el trabajo, le han multiplicado. En efecto, todo procedimiento expeditivo, reduciendo los gastos de producción, pone el producto al alcance de mayor número de consumidores, y lo que es aún más, la experiencia prueba que los consumidores se aumentan en una proporción todavía más rápida que la de la baja del precio, sobre todo cuando se mejora el producto. La baja de una cuarta parte en el precio ha llegado a duplicar el consumo40.

No citaremos más que dos ejemplos,

253. Primer ejemplo. La imprenta. Aunque la prensa mecánica permite a cada operario hacer él solo tanta obra como 200 hombres, la multiplicación de los libros, las artes que de ellos dependen, el grabado de los punzones, la fundición de los caracteres, la fabricación del papel, las profesiones de autor, de corrector, de encuadernador, de librero, etc., ocupan un número de trabajadores cien veces mayor que el que ocupaba antiguamente el mismo género de producción. Y ¡qué diferencia de forma y de precio entre los manuscritos de entonces y los libros de ahora!

254. Segundo ejemplo. El hilado del algodón. Cuando se observa la perfección de las máquinas para hilar el algodón y la admirable rapidez con que las canillas se cubren de hilo, parece consiguiente que habrán dejado sin trabajo a la mayor parte de los operarios de ambos sexos que antes vivían de hilar; pero cabalmente ha sucedido lo contrario. En Inglaterra, antes de la invención de las máquinas, no se contaban más que 5,200 hilanderas al torno y 2,700 tejedores, total 7,900 operarios; al paso que en 1787, diez años después, había 150,000 hiladores y 247,000 tejedores, total 397,000 operarios. Comparando el algodón importando en aquella época con el que se importa en nuestros días, resulta que hoy debe haber dos millones de trabajadores dedicados a esa industria. (Say.)

Aun cuando tomemos en cuenta la habitual exageración de los documentos estadísticos, nunca podremos menos de reconocer el considerabilísimo incremento del trabajo humano, producido por la invención de las máquinas destinadas a suprirle, sin contarlos marineros, trajineros, tratantes, comisionistas, corredores, indianeros, tintoreros, mecánicos, etc., etc., que se ocupan cada cual a su modo en el comercio de algodones. Por lo tocante a Francia, carecemos de datos; pero todo mueve a creer que un cálculo exacto conduciría a resultados análogos. Personas muy competentes admiten hoy en Inglaterra 720,000 operarios, y en Francia 600,000. (Blanqui.)

La historia de la industria del algodón suministraría materia para muy importantes deducciones, si pudiéramos analizar el prodigioso aumento del consumo de cotonías en el mundo entero, los trabajos accesorios de toda especie que se han creado en el orden fabril, comercial y agrícola, y los productos de todos géneros que ha sido preciso crear, como demostraremos más adelante, para adquirir esos inmensos valores en tejidos de algodón41.

Las máquinas de hilar el algodón, lejos de reducir el jornal de. los operarios, le hicieron subir, por el contrario, en los diez primeros años de la invención. Una mujer ganaba diez reales en vez de cuatro, y un hombre, veinte en vez de ocho. La mano de obra ha bajado después por efecto del aumento desproporcionado de la población.

§. V. De las máquinas de la industria trajinera. -De los caminos de hierro.

255. El perfeccionamiento de las vías de comunicación disminuye, los gastos de producción y hace progresar la industria de un pueblo. Hay una relación íntima entre el desarrollo de las máquinas de la industria trajinera y el de las salidas, que se caracterizará cuando hablemos de la circulación de la riqueza. (Véase el capítulo XII.)

256. Nuestra época será notable en la historia, sobre todo por lo que ha perfeccionado las vías de comunicación: ríos, canales, caminos ordinarios, caminos de hierro42. Estos últimos especialmente deben contribuir a cambiar la faz del mundo.

257. En pos y en ayuda de esa fuerza formidable del vapor, que fue al mundo físico lo que la revolución francesa era, casi en la misma época, al mundo moral, los resultados que producen y deben producir estas nuevas comunicaciones son incalculables; algún día nos los dirá la estadística. Esperémonos a que sean imprevistos, extraordinarios. Las decenas de viajes llegarán a ser millares; ciertas aldeas serán grandes ciudades; algunas ciudades perderán su importancia; y acaso, como dijo el obispo de Orleans en la inauguración de aquel camino de hierro hasta París (1.º de Mayo de 1843), la Francia llegará a ser una inmensa ciudad, rodeada de gigantescos arrabales. Una agitación universal se imprimirá a las industrias locales; unas se reavivarán, al paso que desaparecerán otras; goces y dolores inesperados serán el resultado de las nuevas fases que seguirá la producción, tan radicalmente modificada por esos nuevos y poderosos órganos circulatorios; en suma, habrá decadencia en algunos pormenores, pero revivificación en el conjunto. Nada puede dar una idea de la misteriosa revolución que va a consumarse, ni siquiera los grandiosos efectos que, a fines del siglo pasado y a principios de éste, se produjeron en el hilado del algodón y en todas las industrias dependientes y similares: de ella será también causa primordial el vapor, y con el vapor la aplicación tan sencilla de dos carriles. Ya está dado el empuje: los Estados-Unidos, la Inglaterra y la Bélgica tienen, hace muchos años, surcado su suelo por esas nuevas vías de comunicación; la Alemania y la Rusia han entrevisto ya en ellas una enorme influencia; la Francia necesita apretar el paso si quiere ponerse a la cabeza de ese movimiento de las ideas, porque las ideas son lo que más principalmente recorre la tierra con el vapor de las locomotivas; los productos no figuran, digámoslo así, más que en segunda línea, y para muchos problemas, considerados hasta ahora como insolubles, se hallarán, no lo dudemos, soluciones inesperadas en los resultados obtenidos por las nuevas vías de comunicación.

258. Todo lo que hemos dicho de las máquinas es aplicable a los descubrimientos de cualquiera especie, a todos los procedimientos, de cualquier naturaleza que sean, y que tienen por objeto hacer las cosas mejor, más aprisa, y en resumen, más barato.




ArribaAbajoCapítulo IX

Del capital (continuación). Del capital. En monedas.


I. Oficio y cualidades de la moneda. -II. Cualidad de los metales preciosos. -III. Consideraciones sobre el valor de las monedas; la moneda no es ni un signo de los valores, ni la medida exacta de los mismos. -IV. Comparación del valor de los diferentes metales amonedados. -Monedas de cobre. -V. -Consideraciones sobre la forma, la composición y el nombre de las monedas. -VI. Del numerario.

§. I. Oficio y cualidades de la moneda.

259. Dejamos dicho (cap. V, §. III) que no siendo posible que cada uno cree todos los productos, recurrimos al cambio para proporcionarnos todo lo que nos hace falta, y que siendo casi siempre imposible este cambio directo, se empieza cambiando por moneda los productos que se poseen (y esto es vender), para cambiar luego la moneda por los otros productos de que se tiene necesidad (y esto es comprar).

260. Cuanto más civilizado está un país, mayor es en él la división del trabajo, más numerosos son los cambios y más importante oficio hace la moneda. Este oficio y la naturaleza íntima de esta parte del capital, instrumento poderoso de circulación, no han sido bien analizados sino a fines del pasado siglo por los fisiócratas43 y la escuela de Adan Smith; y su ignorancia, que ya ha desaparecido de la ciencia, pero que todavía conservan el público y la administración, es la causa primera de una multitud de errores, de malas doctrinas y de disposiciones funestas por parte de los gobernantes y de los gobernados. No hay, pues, en nuestro sentir, estudio más indispensable que el de la moneda, cuando se quiere juzgar sanamente las cuestiones de interés material, y esta es la razón por qué conviene que examinemos este punto con bastante detenimiento.

261. Por lo que ya sabemos del valor y del oficio que hace la moneda en los cambios, fácil es ver que cada mercancía puede servir de escala o de medida común para la comparación del valor de todas las demás; de modo que puede sentarse en principio:

1.º Que toda mercancía es moneda.

2.º Y recíprocamente, que toda moneda es mercancía.

262. Pero no toda mercancía presenta una escala de valores igualmente cómoda. Para que una mercancía sea apta para servir como medio de cambio y se convierta en moneda es preciso que tenga en mayor grado que todas las demás las propiedades siguientes:

263. 1.º Es preciso que tenga una cierta utilidad, de donde resulta un valor propio, natural.

264. 2.º Que tenga ese valor, por decirlo así, estable, es decir, que le conserve para todo el mundo, desde el momento en que uno la recibe vendiendo, hasta el en que la da comprando. Es preciso, por consiguiente, que conserve, en cuanto posible sea, la misma utilidad, y que la cantidad existente, como también los obstáculos para su producción, sean siempre los mismos. Es preciso, pues, también que resista lo más posible a la frotación y a los agentes químicos.

265. 3.º Que pueda ser dividida, fraccionada de tal suerte, que se puedan comprar con ella objetos de todos valores; es decir, que debe ser de una uniformidad y de una homogeneidad tales, que cada fragmento tenga las mismas cualidades, sin que de ello resulte una alteración en el valor.

266. 4.º Que sea trasportable con el menor gasto y el menor peligro posible; es decir, que tenga un gran valor bajo un pequeño volumen, y que se la pueda encerrar en pequeño espacio.

267. 5.º Que su valor sea fácil de hacer constar por todos; es decir, que reciba fácilmente una estampa o cuño que indique ese valor a todo el mundo.

6.º De todas estas cualidades resulta una sexta: por efecto de la confianza pública, esta mercancía conocida y apreciada circula todavía con más facilidad de una provincia a otra, de una nación a otra.

268. Con todas esas cualidalides, todos los vendedores aceptarán con más gusto, en la mayor parte de los casos, la moneda que no cualquiera otra mercancía; pero esto no siempre es cierto: si un tintorero, por ejemplo, tiene necesidad de cochinilla, preferirá este producto al metálico.

269. Acabamos de hablar del valor de las monedas: dejemos bien sentado, aunque pequemos de prolijos, que el valor de las monedas no es arbitrario, y que nunca puede depender de una autoridad, cualquiera que sea, sino que es únicamente el resultado del libre acuerdo que se efectúa entre el vendedor y el comprador. Tan luego como se altera el valor de la moneda, sube el precio de los productos; esta es una ley natural; la experiencia ha demostrado que no hay poder en el mundo que baste a obligar a que se reciba una moneda por más de lo que vale, porque en este caso, o el vendedor ocultaría sus géneros, o se harían tratos secretos, o bien se estipularían condiciones que disfrazarían una parte del precio; en otros términos, el valor de las monedas está sujeto a las oscilaciones de la oferta y del pedido, y se regula también sobre los gastos de producción. Cuando la cantidad de las monedas aumenta y su valor disminuye, el precio de las cosas aumenta en proporción.

270. Sólo dos mercancías poseen enteramente la utilidad, la constancia en el valor, la divisibilidad y las demás cualidades que acabamos de enumerar; estas dos materias son desde los tiempos más remotos el ORO y la PLATA, que se designan bajo el nombre de metales preciosos. El diamante y las pedrerías se asemejan algo a estas dos mercancías; pero les falta el carácter de divisibilidad y la posibilidad de recibir cuños: con un diamante de seis mil pesos no se harán seis pedazos que valgan mil pesos cada uno. Véase en el párrafo siguiente (275) lo que se dice del platino, que por un momento ha servido de metal monetario.

271. Las monedas ideales, imaginarias o de convención, tomadas por unidades de evaluaciones medias, no se emplean sino porque expresan cantidades reales de tal o cual mercancía. Cuando el negro Mandigo, que vende oro en polvo a los árabes, evalúa todos los géneros por una medida llamada macuta, y que los viajeros califican de ficticia, es indudable que por esa palabra entiende un peso o un volumen cualquiera de oro en polvo o de alguna otra mercancía, perfectamente bien determinado en su mente en un todo como el tratante holandés aceptaba y daba el florín de banco, moneda imaginaria, con cabal conocimiento de causa, y lo mismo que en algunos pueblos se emplean todavía en el lenguaje común monedas que ya no existen, como los ducados en España, etc.

272. La historia nos enseña que varios pueblos han tenido monedas hechas con diversas materias. En las épocas en que eran raros los metales hoy más comunes, se empleaban en este uso los lacedemonios tuvieron monedas de hierro; los primeros romanos las tenían de cobre. La sal ha servido de moneda en la Abisinia (Montesquieu); el bacalao, en Terranova; los clavos, en una aldea de Escocia (Smith); las conchas, en las Maldivas y en algunas partes de la India y del África, los granos de cacao, en Méjico; y el cuero, en Rusia hasta de reinado de Pedro I. (Storch.)

Pero estas mercancías, tomadas por monedas en atención a que tenían algunas de las propiedades que acabamos de indicar, no pudieron tener curso por mucho tiempo, cuando las naciones que las empleaban llegaron al caso de traficar más allá de ciertos límites, porque eran de un manejo poco cómodo y porque, fuera de cierto territorio, no subsistían ya las razones que las hicieron aceptar como monedas.

§. II. Cualidades de los metales preciosos.

273. Las numerosas propiedades que poseen el oro y la plata les dan el privilegio de ser, bajo un volumen reducido, aptos para una multitud de usos, sea para objetos de lujo, sea para objetos de una utilidad científica o industrial. A estas propiedades, que los hacen codiciables, esos dos metales agregan la ventaja de ser raros y de una producción costosa y limitada. De los dos, el oro es el que las posee en primer grado, y es también el que más vale, es decir, aquel por el que se consiente en dar en cambio mayor cantidad de mercancías cualesquiera. Esa rareza y esa dificultad de extracción parecen a primera vista un mal, en cuanto privan a muchos individuos del uso de los metales preciosos para los utensilios y para los muebles; pero este inconveniente es levísimo, y aun resulta nulo cuando los metales preciosos se emplean como moneda. En efecto, su rareza, dando un gran valor a un objeto muy pequeño, permite trasportar a poca costa de un sitio a otro valores cuantiosos.

274. Hace veinte y cinco años se pensó en hacer del platino un metal monetario a semejanza del oro y de la plata; aquel cuerpo goza en general (salvo el brillo metálico) de las mismas propiedades físicas y químicas, y se halla también en las mismas condiciones de rareza y carestía de producción que los metales preciosos. La Rusia ha hecho acuñar algunas monedas de platino, pero ha sido preciso abandonarle para los cambios, porque la fabricación del nuevo metal ha hecho en poco tiempo grandes progresos, y su valor no ha tenido la duración ni la constancia que el del oro y la plata. El platino vale en este momento dos o tres veces más solamente que la plata, después de haber tenido un valor igual al del oro.

275. La dificultad que se ha hallado para inaugurar las monedas de platino se hallará siempre que, debidos a la química los medios de obtener un metal hermoso, raro y útil, se quiera valerse de él para reemplazar al oro y la plata. El cobre se emplea para las monedas en toda Europa; pero su oficio, que más adelante explicaremos, no es el de mercancía-moneda (§. IV).

276. Es cosa muy digna de atención que nunca el oro y la plata se han hallado con suma abundancia, y que por otra parte, los gastos de extracción han sostenido regularmente su valor, por el contrario de lo que ha sucedido con los demás metales. A medida que se ha llegado a sacar de la tierra una gran cantidad de hierro o de cobre, las monedas hechas con estos metales han tenido los inconvenientes anejos a los productos de valor demasiado escasos, que son excesivamente abultados y de muy difícil acarreo, inconvenientes capitales para un producto continuamente destinado a cambiar de posesor. Es fama que Licurgo quiso que la moneda fuese de hierro, cabalmente para que no se pudiese allegar ni trasportar fácilmente una gran cantidad de ella; pero como su ley contrariaba uno de los principales usos de la moneda, debió necesariamente ser violada. Hasta ahora el oro y plata no son bastante raros, ni por consiguiente bastante caros para que la cantidad de oro o de plata equivalente a la mayor parte de las mercancías se sustraiga por su pequeñez a la percepción de los sentidos, ni tampoco son bastante vulgares para que sea preciso trasportarlos en gran cantidad para representar un gran valor: acaso algún día estarán sujetos a esos inconvenientes si se descubren nuevas y abundantes minas. ¿Qué se hará entonces?... Lo que se pueda. Tal vez se acuñará moneda con platino o con otros metales que no conocemos aún sino imperfectamente, tales como el paladión y la titana, o en fin, con productos que todavía no conocemos. La verdad es que la resolución del problema de la piedra filosofal introduciría una gran perturbación (probablemente momentánea) en las relaciones mercantiles de la Europa, y en suma, aun cuando el oro y la plata podrían emplearse en una multitud de usos de que los aleja en la actualidad su carestía, es de desear que su producción continúe siendo limitada, a fin de que sigan prestando los mismos servicios. Los físicos y los químicos, que aguardan tan brillantes resultados de sus procedimientos galbánicos, se hacen, por consiguiente, ilusión bajo el punto de vista económico.

277. En muchas naciones modernas las monedas de oro y de plata se reemplazan en parte con monedas de papel. (Véase el cap. X, §. V.)

§. III. Consideraciones sobre el valor de las monedas. La moneda no es ni un signo de los valores, ni la medida exacta de los mismos.

278. Dícese generalmente que las monedas son el signo representativo de los valores; pero esta expresión dista mucho de ser exacta. Cuando se cambia un caballo por un birlocho, ¿cuál de los dos es exclusivamente el signo del otro? ¿Por qué razón 2,000 reales han de ser más bien el signo del valor del birlocho o del caballo, que no uno de estos últimos el signo de los 2,000 reales? Esta expresión no puede, pues, tomarse de un modo absoluto. El valor de las monedas sirve frecuentemente para apreciar otros objetos y dar una idea de su valor, porque todo el mundo está familiarizado con la mercancía-moneda, todos son mercaderes de moneda, y el valor de la moneda, aunque variable, no es tan considerable como el de las otras mercancías.

279. Diciendo que un sombrero vale ocho libras de café o diez libras de azúcar, no nos hacemos comprender tan bien como cuando decimos que vale 60 rs., porque todos están más acostumbrados a cambiar reales por otros objetos que no por libras de café o de azúcar.

280. Sin embargo, ni la moneda ni ninguna otra mercancía puede servir, en razón de su valor, para medir exactamente el valor de otro objeto; porque ella misma no conserva un valor constante en todos los tiempos y en todos los lugares. Fácil es comprender que el descubrimiento de nuevas minas y de nuevos métodos de extracción puede hacer variar el valor de la actual moneda. Más hay: de cuarenta años a esta parte no se ha hallado ninguna mina importante, y sin embargo, mil reales de hace cuarenta años no son lo mismo que mil reales de hoy. Las comunicaciones están regularmente establecidas entre París y Madrid, y sin embargo, una moneda de oro de París, traída a Madrid en el bolsillo de un viajero, vale un poco más en esta segunda capital, por la razón de que, en términos generales, Madrid es más barato que París. Del mismo modo y en virtud del mismo principio, una familia pobre en Madrid con 8,000 rs., es proporcionalmente rica en un pueblo de provincia con los mismos 8,000 rs.

281. Pero a la mercancía-moneda se lo han dado todavía más privilegios que los que tiene en realidad, y se le ha atribuido un carácter de fijeza absoluta. Partiendo de este principio completamente falso, los Gobiernos han podido muchas veces cambiar el valor sin cambiar el nombre, y hacer así moneda falsa.

282. Si existiera un tipo invariable de los valores, a ese tipo referiríamos los valores de que se hace mención en todos tiempos y lugares; pero hasta ahora es preciso renunciar a esa ventaja, y limitarse a ver en las evaluaciones monetarias unas evaluaciones que se acercan más a la verdad que las evaluaciones expresadas con otros objetos; pero, en suma, unas evaluaciones puramente relativas.

283. Muchos, haciendo consistir la riqueza pública exclusivamente en la cantidad de oro o plata que posee un Estudo, sostienen que un Gobierno debe constantemente atraer estos bienaventurados metales al seno del país nacional; pero discurriendo así, se alucinan completamente. Supongamos que la Francia necesite dos mil millones para el servicio de los cambios que tiene que efectuar; si con una varita de virtudes se lograse introducir dos mil millones más en la circulación, ¿qué sucedería? Que no teniendo la Francia que ofrecer por la moneda más que la misma cantidad de mercancías que antes, lo que antes costaba 5 francos costaría luego 10. La experiencia ha demostrado este hecho, y es constante que siempre que se ha aumentado la cantidad de los instrumentos monetarios, su valor ha disminuido en proporción, así como éste ha aumentado a medida que aquella se ha disminuido44. Añadamos que cuando por una razón u otra baja el precio de los metales preciosos, las millas los suministran en menor cantidad, y aun acaban por no suministrar cantidad alguna cuando los filones no bastan a pagar lo que cuestan los jornales de los operarios, la manutención de las caballerías, el mercurio, el combustible, etc., etc.

284. También se han manifestado temores de que las revueltas políticas de las repúblicas de la América meridional acaben tarde o temprano con el surtido de los metales preciosos, pero sin impugnar los fundamentos de este temor baladí (porque los Estados posesores de las Cordilleras, sean cuales fueren, tendrán siempre un vivísimo interés en cultivar sus productos), admitamos la posibilidad de una producción suspendida del todo: -¿Qué sucedería? Que se consumiría menos oro y plata en los objetos de lujo, y que el deterioro de las monedas existentes sería muy lento, porque todos estarían interesados en la conservación de los metales preciosos, y porque se podría conservarlos en depósito y emplear signos metálicos o de papel para representarlos: únicamente resultaría de aquel hecho un aumento de valor en una progresión muy lenta; por donde se ve que en realidad el oro y la plata, sin los que siempre hubiera podido hasta cierto punto subsistir la sociedad, son todavía en la nuestra dos de los productos cuya falta absoluta acarrearía menos inconvenientes.

285. Hemos hablado del caso en que el aumento fuese súbito: examinemos lo que sucede todos los días para contrapesar o a lo menos disminuir los efectos de ese aumento. Se destruye mucho oro y mucha plata por el desgaste que experimentan los utensilios (cucharas, tenedores, tazas de plata); por el considerable deterioro de las monedas; por la pérdida de los metales empleados en bordaduras, en obras de pasamanería; por la desaparición anual de las sumas enterradas por los avaros o por los habitantes de los países expuestos a invasiones o a conmociones intestinas; por la de las cantidades que se bailan en las casas que se incendian y en los buques que se van a pique, en número de muchos miles todos los años; en fin, por la pérdida de una pequeña cantidad de oro o de plata empleada en las preparaciones químicas o farmacéuticas; con todo; es imposible que estas diferentes causas de destrucción absorban los 1,400 millones de reales entre plata y oro en que se calcula el producto actual de las minas. El excedente aumenta la masa de las monedas y de los objetos de oro o plata que se fabrican en todo el mundo, y provee a las necesidades progresivas de una población, que también aumenta progresivamente.

286. Por lo que ya sabemos, es lícito suponer que los metales preciosos, y sobre todo la plata, no están próximos a faltarnos. Según M. de Humboldt, en cien años se han aumentado los productos de las minas de Méjico en la relación de 25 a 110, y al decir del mismo célebre viajero, escasamente estaban aún desfloradas las minas de las Cordilleras. Además, ¿quién nos dice que las montañas del Tibet, de donde se exporta polvo de oro y otros minerales, no serán algún día tan productivas como las Cordilleras? Pero es inútil dircurrir sobre un punto tan remoto45; limitémonos a dejar sentado que el valor de los metales preciosos sigue, al parecer, una desestimación lenta, pero continua. En 1750, según David Hume las cosas costaban tres o cuatro veces más caras que en la época del descubrimiento de la América; hoy hay motivos para creer con J. B. Say, que cuestan cuando menos seis veces más. Así es como deben explicarse en parte el encarecimiento de los arriendos y la disminución del valor de los rendimientos a largos plazos.

§. IV. Comparación del valor de los metales-monedas. Monedas de cobre.

287. Según las cifras que presenta M. de Humboldt, parece que se extrae anualmente 45 ó 46 veces menos oro que plata; por otra parte, la relación del valor del oro con el de la plata en nuestras monedas (las francesas) no es más que como 15 ½ a 1, es decir, que se puede pagar una deuda con uno u otro de estos metales, dando indiferentemente 15 ½, gramos de plata o 1 gramo de oro; de donde resulta que el valor respectivo de estos dos metales no proviene solamente de las cantidades respectivas que se obtienen de los laboreos, sino de sus gastos de reproducción combinados con las necesidades de los consumidores. En efecto, esas cifras indican que el oro es, con corta diferencia, tres veces (15/13) menos buscado que la plata; porque su alto precio, comparativamente con el de la plata, le pone al alcance de un número menor de consumidores. La plata tiene cualidades de que carece el oro; es menos pesada y menos consistente, y esto explica como las personas, a quienes una gran riqueza permitiría tener indiferentemente muebles o adornos de uno u otro de aquellos metales, prefieren la plata o el cobre dorado. El oro es, además, tan dúctil y divisible, que una pequeñísima cantidad basta para comunicar su brillante color a una multitud de objetos.

288. El oro y la plata, en virtud de la diversidad de su naturaleza y de sus usos, son dos mercancías que no pueden tener entre sí una relación invariable y exacta. «Cuando se hace decir a nuestras leyes que cuatro piezas de 5 francos valen tanto como una pieza de oro de 20, se les hace decir una mentira.» (Say.) Así se explica el agio que hay casi siempre en los diversos países entre la moneda de oro y la de plata. En realidad, cada nación no tiene más que uno de los dos metales por moneda. En Francia, como un gramo de oro vale algo más que 15 ½ gramos de plata adoptados en la correspondencia legal, se prefiera pagar en plata: en Inglaterra sucede lo contrario.

289. Todavía no se ha explicado la elección espontánea que han hecho diversas naciones en diversas épocas de un metal con preferencia a otro. Adan Smith cree simplemente que han preferido el metal que les ha servido primero de instrumento de comercio. ¿En qué consiste, por ejemplo, que en nuestros días el oro afluye a Inglaterra y la plata se concentra en Francia? Sin duda que la mayor riqueza de los ingleses opulentos o de la clase media, y la mayor circulación monetaria que ocasionan sus negocios, han contribuido a producir ese resultado y a hacer preferir aquél de los dos metales que goza en más alto grado de las cualidades que hemos asignado a la moneda. El sistema monetario inglés es evidentemente superior, pero es dudoso si convendría adoptarle legislativamente en todos los países civilizados, si la diversidad en los metales-monedas contribuye o no a mantener una cierta regularidad en el surtido de los Estados, y en fin, si hay bastante oro en el mundo para atender a las necesidades de la circulación metálica, hoy que los negocios han tomado tanto vuelo.

290. Después del oro y la plata, los demás metales-monedas han dado hasta ahora ocasión a consideraciones poco importantes. Ya hemos dicho lo bastante acerca del platino, y sólo añadiremos algunas palabras para indicar el oficio del cobre. Las piezas de cobre, ya lo hemos dicho, no son una mercancía-moneda con un valor intrínseco correspondiente al valor de las cosas que con ellas se compran; no son, propiamente hablando, más que signos que representan las fracciones de la unidad monetaria, demasiado pequeñas para que puedan representarse con plata. Ahora bien, un signo no necesita valer lo que representa, cuando siempre se halla medio de cambiarle por un valor igual de oro o de plata. En Francia, en las cobranzas no hay obligación de recibir arriba de 5 francos en piezas de cobre o de vellón (cobre mezclado con un poco de plata): esas piezas, aunque sirven de moneda, no son verdaderas monedas, y habría algún inconveniente en que circulasen por el público más de las necesarias, y en que los particulares las acumulasen en sus arcas46.

§. V. Consideraciones sobre la forma, la composición y los nombres de las monedas.

291. El metal en barras podría en rigor servir de moneda, y aún es de creer que primitivamente los cambios se efectuarían con metales en barras no trabajados, sin marca ni cuño. Plinio dice, con referencia a un autor antiguo, que hasta Servio Tulio los romanos se sirvieron de barritas de cobre sin marca; pero sin remontarnos a tiempos tan antiguos, M. Horacio Say nos dice47 «que no hace muchos años que en lo interior del Brasil todavía se empleaba como moneda el metal sin labrar: cada uno llevaba entonces consigo un saquito de cuero lleno de polvo de oro, y además un pesito para medir la cantidad de aquella especie de moneda que daba o recibía». Acaso sea excusado decir que el uso de los metales, en ese estado de imperfección, está sujeto a dos gravísimos inconvenientes, la dificultad de pesarlos y la de asegurarse de su buena o mala calidad. No es fácil pesar metales preciosos, en los que una pequeña diferencia en el peso envuelve una diferencia muy grande en el valor; la operación del ensayo, operación necesariamente química, es todavía más impracticable para el vulgo de las gentes. ¡Qué de afán y de tiempo no han debido perderse antes de llegar a la marca de las monedas! ¡Qué de errores y de apuros en las transacciones mercantiles! La marea ha bastado para garantizar al comprador de la moneda la finura y la cantidad del metal precioso comprado.

292. Esto no obstante, las piezas no indican expresamente su peso y su título. Cuando leemos las palabras 1 franco en las piezas de este nombre no quiere decir que contengan 4 gramos, 50 centigramos de plata pura y 50 centigramos de cobre; no lo sabemos sino de un modo indirecto, lo cual es un inconveniente que en todos tiempos ha embrollado las ideas sobre la moneda, y contribuido a propagar la preocupación vulgar de que el valor de la moneda consiste en el nombre y no en el valor intrínseco de la mercancía que ese nombre representa. Fácil es sin duda hacer que desaparezca esta imperfección, y aunque hace mucho tiempo que los economistas reclaman esa reforma de nombres48, muchos años han de pasar todavía antes de que se consienta en dar a 1 franco por ejemplo, el nombre de 5 gramos de plata a 9/10, de plata fina. Mas aún: si no se fija la atención seriamente en este punto, acaso parecerá a primera vista que semejante mudanza no pasa de tener una importancia muy secundaria.

293. Se ha dicho que, aunque no se dé un nombre propio a las piezas de monedas, el uso se lo da, como ya ha sucedido con los florines, a causa de una flor que se veía representada en ellos; con los luises, a causa del nombre de los reyes que hacían representar en ellos su efigie; con las coronas, etc.; pero es fácil discurrir que un nombre impuesto por el uso se ve constantemente reducido a su verdadera significación por medio de los contratos y de las escrituras públicas, y que en ningún caso es posible olvidar el peso escrito de la pieza de moneda.

294. Ya hemos visto que una de las ventajas de la moneda consiste en poder subdividirse para comprar pequeños objetos o fracciones de objetos; ahora debemos añadir que no se han señalado límites a estas subdivisiones. Compréndese fácilmente que si hay demasiadas, los particulares pierden tiempo en contarlas, y el fabricante tiene que pagar más de hechuras, por la razón de que 10 piezas de 2 rs., por ejemplo, necesitan diez golpes de volante, al paso que una pieza de 20 rs. no necesita más que uno. Por otra parte, es necesario que circulen en cantidad bastante crecida y en razón directa del número y del valor de las cosas que la sociedad compra y vende más comúnmente; pero nos sería imposible indicar la cifra exacta de la proporción que debe existir en este punto.

295. Se ha reconocido que es necesario un poco de liga para dar a las monedas de oro y plata más duración, y también para dispensarse de una refinadura completa, que aumentaría mucho los gastos de consumo. Esta adición de cobre no da valor ninguno a las piezas, y sólo se estiman los nueve décimos de oro o plata fina: salva la proporción de la liga, lo mismo sucede en todos los países del mundo.

296. Ahora, cuando una pieza está desgastada, el Gobierno, que por lo común es el único fabricante de la moneda, ¿debe recoger la moneda vieja en el mismo pié que si estuviera nueva? La opinión más general está por la afirmativa, y la razón que se da es que, habiéndose desgastado la pieza en el servicio de la sociedad entera, el Gobierno, representante de esa misma sociedad, debe recogerla, a menos de que sea falsa o esté alterada. En este último caso, a quien naturalmente le correspondía cerciorarse de si era o no buena es al portador.

El Gobierno se reserva el servicio exclusivo de este linaje de artefactos, no tanto por obtener un lucro sobre esta industria, como por ofrecer al público más garantías que las que lo darían unas fábricas particulares.

§. VI. Del numerario.

297. Las palabras numerario, metálico, dinero contante designan las piezas de monedas metálicas.

Un país necesita, para ocurrir a sus cambios, una cierta cantidad de numerario; sin embargo, si es cierto, como dice Genovesi49, que el numerario es el aceite que unta el eje del carro del comercio, no es menos cierto que ese aceite no debe exceder de cierta proporción. Ahora bien, esa proporción, que debe el determinarse bien por la naturaleza de las cosas, no está económicamente formulada50.

Y es tanto más difícil de determinar, cuanto la misma cantidad de numerario se cambia más o menos según la riqueza, el consumo y las costumbres. Un millón que se renueva mil veces, produce el mismo efecto que mil millones que no se renuevan más que una vez; y es preciso penetrarse bien de que los millones encerrados en las arcas no son más útiles a un Estado que si fueran guijarros.

Ni siquiera se sabe cuál es a punto fijo la cantidad de numerario en circulación, utilizado o no; y todas las cifras que presentan los publicistas pueden sin escrúpulo ponerse en duda.

298. Los documentos administrativos sobre la fabricación, la exportación y la importación, la refundición, las pérdidas y el desgaste de las piezas no son ni con mucho suficientemente explícitos. Seré, pues, muy breve en este punto, y me limitaré a decir, con la autoridad de M. Moreau de Jonnés, muy competente en la materia y que ha discutido con suma lucidez esta cuestión de estadística, que en Francia hay 2,860 millones de francos de numerario, de los cuales (en peso) un tercio está en oro, y los dos restantes en plata, habiendo en el total unos 52 millones de cobre. El mismo autor51 hace ascender el numerario de la Gran Bretaña a 2,000 millones, de los cuales sólo hay en plata 1/15, siendo además el cobre absolutamente insignificante.

En orden a las otras naciones no tenemos más que evaluaciones muy antiguas y muy vagas, que evidentemente no representan ya la realidad. La suma de estas cifras daría, por la Europa entera, unos 30,000 millones de reales próximamente.

299. El numerario tiene la particularidad de que desaparece de un modo fantástico, como el rocío bajo los rayos de un hermoso sol, cuando la tranquilidad pública experimenta algún vaivén. Durante la barbarie y las rapiñas de la edad media, era práctica usual enterrar los valores numerarios, y por mucho tiempo después se tomó en cuenta en el presupuesto de ingresos de los Estados el descubrimiento de los tesoros, práctica admitida todavía en los países en que la propiedad no está suficientemente protegida, y sobre todo, en tiempo de guerra. Aun hoy, que casi todos los países de Europa disfrutan de libertad y de paz, en plena civilización, es opinión muy común (aunque no fundada por cierto en datos positivos), que un tercio, por lo menos, del numerario existente duerme estéril en manos de los avaros y de los nimiamente precavidos y recelosos de futuros trastornos.




ArribaAbajoCapítulo X

Del capital (continuación.) -Del capital en monedas.


De los signos representativos de la moneda. Del crédito, de los bancos y del papel moneda.

I. De los signos representativos de la moneda. -II. Del comercio del cambio. -III. Del crédito. -IV. De los bancos. -V. Del papel moneda o de la moneda de papel.

§. I. De los signos representativos de la moneda.

300. Ya sabemos que las monedas son una verdadera mercancía y no un signo; que las monedas de oro y de plata tienen un valor intrínseco y cambiable, al paso que un signo no tiene valor por sí mismo (o tiene muy poco, como el cobre), y saca todo su valor de la cosa que representa.

301. Los pagarés, los billetes de banco, las libranzas, las letras de cambio, en suma, todos los llamados efectos de comercio, es decir, todos los títulos pagaderos al portador (las facturas, los conocimientos, las obligaciones fácilmente trasmisibles, las acciones, los cupones de emprestito, etc.), son signos representativos de la moneda. Estos instrumentos no deben su uso, como la moneda, a un valor suyo propio, y no se consiente en reconocer en ellos un valor sino porque son simplemente títulos que aseguran a los que los poseen una riqueza positiva.

302. Los signos representativos de la moneda prestan exactamente los mismos servicios que ella, y hasta son de un uso más cómodo; en efecto, uno de los usos de la moneda es ser trasmisible, y esta cualidad se encuentra en un pedazo de papel en mucho más alto grado que en un talego de pesos duros.

303. Otra ventaja tienen además, y es la de poner en circulación créditos de que no podría hacerse uso sino cobrándose en metálico. Una letra de cambio, una acción, un billete pasan por muchas manos, y el resultado es absolutamente el mismo que si pasase por ellas el valor que representan.

§. II. Del cambio.

304. Los efectos de comercio, los billetes las libranzas, las letras de cambio son los instrumentos con que los banqueros pagan las deudas y recobran los créditos de sus clientes, evitando de este modo, por medio de un comercio bien entendido, el trasporte del metálico de un país a otro, como igualmente los gastos y riesgos que acompañarían a dicho trasporte. Este comercio se llama giro o cambio, palabra que sirve también para designar el precio a que se venden los efectos de comercio, es decir, las monedas de que éstos son el signo52.

§. III. Del crédito.

305. El crédito es la facilidad de tomar prestado, facilidad debida a la confianza que se inspira.

El crédito tiene por objeto dejar a los capitales, fruto de un trabajo anterior, disponibles para el trabajo presente, haciendo de este modo a la riqueza adquirida contribuir a la creación de una riqueza. Las instituciones de crédito tienen por objeto hacer que sean fácilmente cambiables las propiedades de toda clase, de tal suerte, que toda propiedad real, mueble y aun inmueble, pueda ser ofrecida como una prenda segura, casi al igual de la moneda metálica.

306. «Ofrece al débil un recurso precioso, al poderoso una palanca para cambiar el equilibrio comercial de las ciudades y de los reinos... Establece una asociación entre el rico y el pobre, entre el que ha recibido de sus padres o ha sacado de su trabajo un buen patrimonio y el que entra en la vida sin más recurso que su inteligencia, su moralidad y su aplicación; permite al pobre trabajar, y le da la esperanza y los medios de llegar a su vez a vivir con desahogo... Una buena constitución del crédito consolidará la independencia de los trabajadores... Ya ha ejercido una influencia mágica sobre los desiertos del Nuevo-Mundo... él es el que ayudará al hombre a subyugar la materia, a beneficiarla, a embellecerla para su propio uso.»

Todas estas proposiciones están sacadas de un excelente discurso de M. Miguel Chevalier53, y formulan muy bien las ventajas de ese poderoso auxiliar del trabajo, con el cual la imaginación se apasiona involuntariamente; verdadero Proteo que a cada instante se trasforma y que desafía el análisis científico.

307. El asunto es muy delicado; procuremos examinarle a sangre fría.

Es evidente que, cuando se toma prestado para obtener beneficios superiores a los intereses que se tienen que pagar, se obra con buen acuerdo, porque entonces el que tal hace se limita a alquilar, digámoslo así, un instrumento, cuyo alquiler paga y utiliza al mismo tiempo; absolutamente lo mismo que cuando se alquila una casa o cuando se arrienda una finca. Este es un cálculo facilísimo de hacer; sin embargo, la experiencia demuestra que el que toma a préstamo no siempre sabe pararse a tiempo; y como no hay límites positivos que indicarle, su juicio le abandona a veces y abusa de la facilidad que hasta entonces ha encontrado54. Así, muchos propietarios, por una vanidad mal entendida, se obstinan en tornar dinero prestado a 5 y 6 p. %, cuando no es a más, para mejorar inmuebles que no les reditúan más que un 2 o un 3 p. %; así, algunos empresarios hacen por un negocio más sacrificios de los que merece; así, en fin, la costumbre en esta senda engendra fácilmente el abuso a tal punto, que basta se ha visto a hombres de seso sentar ese abuso como principio, y sostener que el crédito multiplica los capitales.

Parémonos un momento en este punto. Repitamos lo que ya hemos dicho.

308. Los efectos de comercio no son capitales, sino porque representan objetos materiales y dan derecho a la propiedad de esos objetos. Las letras o los pagarés que no se satisfacen, pero que se renuevan al vencimiento, no representan ya ninguna propiedad y son capitales ficticios. Se dirá que esos efectos pueden descontarse, y es cierto; pero en este caso lo que se verifica es un préstamo sin garantía, y si hay valor, no existe más que en la propiedad del que hace el descuento.

309. Cuando se compra al fiado, se torna prestado al vendedor; y si es cierto que no se puede prestar o tomar prestada una porción de capital más que en objetos efectivos y materiales, claro está que el crédito no multiplica los capitales; porque si el crédito hace que el que toma prestado disfrute de lo que no tenía, también hace que el prestador se prive de ello. El crédito, sin embargo, produce ventajas, da al que carece de capitales la disposición de los capitales de que no quiere o no puede hacerlos fructificar por sí mismo, e impide de este modo que permanezcan ociosos los valores capitales. Un fabricante de paños trabaja constantemente sin aguardar a que estén vendidos y pagados sus primeros panes, porque el tintorero le fía, y éste tampoco se está ocioso por falta de fondos, porque el droguero le fía a él del mismo modo, y así sucesivamente; pero lo que en todo esto se verifica es un empleo más frecuente, y no una verdadera multiplicación de capitales.

310. Así, los capitales productivos no pueden nunca consistir en valores ficticios y convencionales, sino sólo en valores reales e intrínsecos, que sus posesores juzgan conveniente consagrar a la producción; porque no se pueden comprar servicios productivos sino con objetos materiales que tengan un valor intrínseco; no se puede allegar en capitales o transmitir a otra persona más que valores incorporados en objetos materiales. Verdad es que la clientela, por ejemplo, no está incorporada en una cosa material, pero es una especie de valor muy real, y no solamente un signo, como los efectos que pueden representar los capitales.

311. Por consiguiente, el crédito, si se supiese, si se pudiese usar de él con moderación, por circunstancia que además le daría doble intensidad, tendría por objeto facilitar la distribución y el empleo de los capitales, y llegaría a ser el utilísimo auxiliar de la libertad, es decir, del estado verdaderamente natural en que deben estar todos los instrumentos de producción para desempeñar sus funciones con mayor ventaja de todos.

Bajo este punto de vista, los fanáticos apasionados del crédito han prestado servicios perfeccionando los instrumentos de circulación de los valores. Lo esencial ahora es reducirlos a sus verdaderos límites, que evidentemente han traspasado.

312. Pero, cualesquiera que sean los efectos del crédito, es preciso citar la opinión de J. B. Say, el cual confiesa que es una fortuna para la sociedad que el crédito esté generalmente difundido; pero hay, a su juicio, una situación todavía mucho más favorable, y es aquella en que nadie tiene necesidad del crédito, porque la necesidad de hacer empréstitos y de obtener un término o plazo para pagar multiplica las ocupaciones de los trabajadores sin multiplicar los productos, los precisa a hacer sacrificios, que son un recargo de gastos de producción; expone, en fin, a los capitalistas a pérdidas no merecidas, y eleva de este modo el precio de los capitales y la cuota del interés. Dos observaciones pueden hacerse sobre este punto: la primera es que un país donde nadie tiene necesidad de que se lo fíe se halla en las mejores condiciones para organizar los instrumentos de crédito; la segunda, que trabajar al fiado no es lo mismo que trabajar con ayuda de los instrumentos de crédito.

Más adelante diremos la diferencia que existe entre el crédito público y el crédito privado o industrial, entre los empréstitos públicos y los de los particulares.

313. Concentremos lo que acabamos de decir.

El crédito supone en el que toma prestado, o sea en el prestamero, un trabajo productivo capaz de pagar el rédito legítimo del capital, y además la manutención cuando menos del trabajador, pues de lo contrario sería una añagaza. Supone también en el prestamista un capital preexistente y la confianza en el prestamero.

Ahora bien, esta confianza es ese no sé qué que hace creer al prestamista, no sólo en la moralidad del prestamero y en su inteligencia, sino también en su buena suerte, en su estrella, y en fin, condición sine qua non, en su riqueza, o a lo menos en su posición social, que es también un capital; es decir, en otros términos, en las garantías que puede ofrecer el prestamero.

Supone en los dos contratantes una instrucción conveniente y apropiada a la naturaleza del trabajo a que debe ayudar el capital.

Fuera de todas estas condiciones, hay dolo, robo, seducción o felonía, y no sé hasta qué punto han estado y están exentos de este impuro maridaje los recursos y las instituciones actuales del crédito.

§. IV. De los bancos.

314. Los bancos hacen en grande lo que los banqueros hacen en pequeño. Son los bancos unos establecimientos de crédito, más o menos constituidos en monopolios, y destinados a recibir en depósito el numerario y los metales preciosos de los particulares y a prestar capitales a los trabajadores.

315. Para comprender bien el oficio de los bancos, podemos dividirlos:

En bancos de depósito y en bancos de descuento o de giro.

Los bancos de depósito son los que reciben en depósito monedas o metales en barras, y dan sus billetes en cambio; los bancos de descuento reciben efectos de comercio, y dan también en cambio sus propios billetes. Sin embargo, los bancos modernos, y en especial el de Francia en París, y el de Inglaterra en Londres, reúnen ambos sistemas55.

316. De los bancos de depósito. Los bancos de depósito tuvieron origen en las grandes ciudades dedicadas al comercio extranjero, y precisadas por lo mismo a recibir muchas especies de monedas de diferentes títulos. Las variaciones a que daban ocasión aquellas monedas introducían cierta perturbación en los negocios, y por eso se discurrió establecer unos depósitos donde se recibiesen todos los valores metálicos movibles en concepto de rieles, y donde se dio en cambio la moneda nacional de título y peso definidos o una moneda oficial del banco, por cuyo medio las transacciones adquirieron un carácter más regular. Bien se comprende cómo aquella moneda del banco y los certificados de depósito pudieron obtener un valor superior al del dinero corriente, y cómo pudo establecerse el agio o diferencia a favor de la moneda del banco.

Por medio de estos bancos los pagos se hicieron con suma facilidad. Un comerciante no sacaba materialmente el numerario que había depositado en el banco, sino que daba una libranza a su cargo, y por medio de un simple traspaso la suma cambiaba de dueño. Poco a poco se fue acostumbrando el público a hacer transacciones sin numerario, por medio de los certificados de depósito, con cuya fianza la seguridad era completa. Los bancos percibían un derecho sobre estos traspasos, y además se lucraban también con los depósitos o préstamos que hacían sobre barras y otros objetos preciosos.

Los bancos de depósitos que más importancia han llegado a adquirir son los de Amsterdan, Venecia, Génova y Hamburgo, y es indudable que en su tiempo contribuyeron poderosamente a la fortuna comercial de aquellas opulentas ciudades56.

317. De los bancos de giro. Ya hemos dicho que los bancos de depósitos familiarizaron al comercio con los certificados que evitaban la traslación material del numerario. De aquí a los billetes emitidos por los bancos con la facultad del reembolso inmediato no había más que un paso; y como la experiencia vino a probar que este reembolso no se exigía más que en cierta proporción, pronto se hizo la probatura algo arriesgada de tener más billetes en circulación que numerario en caja, sobre todo cuando en vez de dar estos billetes en cambio de rieles o de monedas, se dieron en cambio de letras garantidas simplemente por sus firmas.

Tal es el origen natural de los bancos de giro y descuento: grandes invenciones que caracterizan al comercio moderno, y que son, según la feliz expresión de Gioja, tesoros confiados al cuidado de una administración, para servir de garantía a billetes, cuyo objeto es facilitar los pagos57.

318. Los bancos de depósito no podían, pues, hacer sus operaciones sino sobre una masa de certificados o de billetes igual al importe total de los valores depositados, al paso que los bancos de giro pueden emitir billetes por un valor triple o cuádruplo del importe del metálico que compone su fondo social; pero esta proposición, generalmente admitida, no se apoya en ninguna demostración científica58.

319. Así un banco de giro beneficia los descuentos sobre los billetes y las letras de cambio del comercio, como si tuviera un capital triple o cuádruplo. Si no toma más que buenas firmas y papel a cortos plazos, no hay que encarecer las grandes ganancias que puede sacar de su posición, ni tampoco los grandes servicios que puede prestar a los comerciantes, que no tienen necesidad de metálico más que para pagar los picos, y que inmediatamente pueden realizar con interés el papel del banco, que de esta suerte se halla trasformado en un capital monetario.

Como los bancos de esta especie tienen en cierto modo el privilegio de acuñar moneda, fácilmente se comprende que no debe haber más que uno en una circunscripción dada, y que la autoridad superior tiene la imprescindible obligación de vigilar muy de cerca y con sumo cuidado sus operaciones.

320. Pudiera temerse a primera vista que un banco que emitiese su papel, no sólo por la suma del numerario que tiene en caja, sino también por un doble, verbi gracia, lo cual pondría en circulación una suma triple del importe de aquel numerario, podría verse obligado a suspender sus pagos si en una época de crisis o en un momento de terror pánico todos los portadores de sus billetes se presentasen a la vez en sus despachos a pedir dinero; pero la experiencia prueba que este temor no es, bien considerado, más que un peligro quimérico. Supongamos, en efecto, que el público, aquejado de una necesidad momentánea de dinero, o bien perdida toda confianza en el banco, acude a las puertas del establecimiento; veamos lo que sucederá naturalmente. Los cajeros pagarán con más lentitud de lo acostumbrado, si es preciso, a los primeros que se presenten, echando mano del numerario en depósito, y de este modo se hallará retirado de la circulación un tercio de los billetes. Durante este tiempo, los efectos de comercio, cuya época común es de 40 a 45 días, y eso con buenas firmas, llegarán a su vencimiento, y en menos de dos meses, los otros dos tercios de billetes quedarán pagados en dinero, y el depósito se hallará reconstituido íntegramente; lo más que podrá suceder será que los no-valores, o sean los valores no realizables, se equilibren con los beneficios del descuento. Por lo demás, esos terrores pánicos no pueden ocurrir más que en tiempos de revolución o de calamidades públicas, cuando todo está conmovido; y no hay ejemplo de que un banco haya tenido que sucumbir después de un suceso de esa naturaleza, antes por el contrario, todo nos autoriza a creer que esas crisis robustecen la confianza pública e inspiran nuevo vigor a los establecimientos de crédito.

321. Esto no obstante, de la emisión prudente, aunque atrevida, del triple o del cuádruplo en billetes de la suma en depósito a la emisión indefinida no hay más que un paso; y entonces la creación de esos capitales ficticios no dura más que un momento, los billetes de banco pasan pronto al estado de papel moneda, la confianza se desvanece, los pedidos de numerario se acumulan, y de la imposibilidad del reembolso nace la quiebra, que puede sumir en la ruina al comercio de una nación.

322. Al frente de los principales bancos modernos figuran el de Inglaterra y el de Francia.

El banco de Inglaterra es, al mismo tiempo que un establecimiento económico, una de las principales ruedas de la máquina del Estado; recibe y paga la mayor parte, de las sumas que se deben a los acreedores del erario; hace circular los billetes del tesoro (exchequer), y adelanta al Gobierno el importe anual de las contribuciones y del impuesto de la renta, que no se cobran sino bastante después. En cambio tiene el derecho de emitir banknotes, que son unos verdaderos billetes al portador.

El banco de Francia descuenta el papel del comercio que le acomoda, hace adelantos sobre los efectos públicos, los metales en barra y las monedas; toma en depósito títulos, monedas, alhajas, etc.; es también, pero accidentalmente, una de las ruedas del Estado, y acude en auxilio del tesoro descontando sus bonos o billetes del tesoro.

Estos dos bancos son, pues, a la vez bancos de depósito y de giro.

323. La cuestión de los bancos y de la organización del crédito es una de las más arduas de la economía política; pero no entra en el plan de estos Elementos, ni es de nuestro propósito tratarla con extensión, y así, no hemos hecho más que indicarla someramente. Los que quieran conocerla a fondo deben estudiar la historia de los bancos antiguos de Génova, de Hamburgo, de Amsterdan, de Venecia, etc.; la historia del famoso banco de Law59, la de los dos grandes establecimientos arriba citados, la de los bancos de América, con ocasión de los cuales se han hecho en estos últimos años tan dolorosos experimentos60, y también la de los bancos de Escocia, que pasan por estar bastante bien organizados para ser a un mismo tiempo cajas de ahorros y bancos socios de los empresarios íntegros y entendidos. Esto es hasta ahora lo mejor que se conoce en punto a institución de crédito.

Esta cuestión es inmensa, y aún resta muchísimo por hacer en esa senda. Además de que los bancos que tenemos son susceptibles de grandes mejoras, como no son más que industriales y mercantiles, y principalmente mercantiles, falta discurrir y plantear instituciones de crédito agrícola.

§. V. Del papel moneda o de la moneda de papel.

324. Estas dos expresiones de papel moneda y moneda de papel designan hasta ahora una sola y misma cosa. El uso, sin embargo, ha dado alguna preferencia a la primera, que parece ser la traducción literal del paper-money de los ingleses.

325. Hemos dicho, hablando de la moneda, que el oro y la plata conservan, en el estado de moneda, sus cualidades esenciales de mercancía, luego hemos manifestado cómo otras muchas mercancías han podido, y pueden en caso de necesidad, hacer el oficio de moneda. Hasta ahora no hemos tratado más que de las monedas hechas con una materia dotada de cierto valor intrínseco; pero la experiencia y la teoría prueban que pueden hacerse con materias que por sí mismas no tienen valor ninguno; tales son las monedas de papel.

326. A primera vista; cuando no se analiza profundamente la naturaleza del papel moneda, es fácil confundirle con los signos representativos de la moneda, que pueden aceptarse o rehusarse, es decir, con los billetes de banco, muchos efectos de los Gobiernos, y los efectos de comercio en general, tales como los pagarés y las letras de cambio, casi siempre preferibles aun a la misma moneda, a lo menos para los negocios importantes y en un país en que está bien entendida la circulación; sin embargo, no son una misma cosa. Un billete de banco de mil reales representa mil reales en piezas metálicas, cambiable en cualquier momento que le acomode al portador: un pagaré, una letra de cambio o un bono cualquiera de igual suma, pagadero en una época fija, y para la cual hay una garantía, tiene con frecuencia un valor tan estable como el que ofrecen los billetes de banco. En este caso la propiedad de comprar de que disfruta un efecto semejante nada tiene de particular, pues es un signo representativo de la moneda, y ya sabemos que estos signos son de mucho uso en la economía de las sociedades. Por lo que respecta al papel, para el que se ha reservado el nombre genérico de papel moneda, su curso es forzoso, y los Gobiernos mandan, so penas más o menos graves, que se reciba en pago de las ventas y de los créditos estipulados en monedas. En el fondo, sin embargo, son obligaciones; pero estas supuestas obligaciones no obligan efectivamente al poder que las emite a un reembolso inmediato a merced de los portadores, y hasta ahora sólo han contenido la promesa de un reembolso a la vista, que nunca se efectuaba, o de un reembolso a término sin garantía, o de un reembolso en tierras de un valor más que equívoco (como los mandatos territoriales en Francia). Fácil es, pues, comprender cómo se han acostumbrado las gentes a considerar el papel moneda como el último término de la alteración de las monedas.

327. La moneda de cobre o de vellón, que circula en España, en Austria y en otros países, tiene un título muy superior a su valor intrínseco. Esta especie de numerario es un signo forzoso, y entra en la categoría del papel moneda; en este concepto el papel de los bancos de Suecia y de Rusia, cuyo curso es forzoso, es un papel moneda, aunque se paga a la vista, por la razón de que este pago se efectúa en piezas de cobre.

328. En Francia el curso del cobre no es forzoso más que en ciertos límites; esta moneda no es más que un signo representante de las fracciones del franco, que resultarían impalpables si se trabajasen con metales preciosos; no hay obligación de recibirle en una cuenta más que por valor de cinco francos cuando más; porque como un franco en plata vale mucha más que un franco en cobre, los deudores sacarían partido de esta diferencia en perjuicio de sus acreedores.

329. Pero puesto que, hablando de las cualidades y de las alteraciones de la moneda, hemos demostrado ya que es imposible hacer moneda como no sea con una mercancía que tenga cierto valor, ¿en qué consiste que los Gobiernos han logrado hacerla con una materia que no tiene valor ninguno?... Por la simple razón de que su curso es forzoso, el papel moneda, que por lo demás, a semejanza de los signos representativos, disfruta en el más alto grado de la trasmisibilidad, una de las más indispensables propiedades de la moneda, adquiero una parte de aquel valor que la utilidad de servir de moneda añade aún a las mismas piezas metálicas. En efecto, los productores (y éste es el desastroso resultado a que se llega con semejante sistema) se ven precisados a renunciar a su industria cuando no quieren aceptar una moneda sin valor; por otra parte, los acreedores tienen igual precisión de recibirla, y esta medida puede tener un efecto muy prolongado cuando se trata de arrendamientos por largos términos.

El papel moneda sirve naturalmente para pagar las contribuciones, verdaderas deudas permanentes, a menos que el Gobierno tenga por más conveniente recibir moneda real y efectiva y pagar en papel. Durante cierto tiempo, y en los principios sobre todo, el que recibe una moneda de papel que no puede hacer pagar a la vista, se cura muy poco de la promesa contenida en ella, pero está seguro de hacerla pasar de nuevo; y esta propiedad de servir para las compras constituye un cierto valor ficticio, que puede ser (la experiencia lo ha probado) equivalente al de la moneda metálica, a la que reemplaza sin representarla. Los asignados de la revolución (en Francia) conservaron por algún tiempo casi todo su valor, sin que hubiese despachos de reembolso para ellos; aún hay más: los billetes del banco de Inglaterra, autorizado a suspender sus pagos en metálico, no solamente han conservado su valor más tiempo que los asignados, sino que dicho valor, después de haber bajado un 30 p. %, se volvió a levantar mucho antes de la época del reembolso.

Esta producción de un valor, de suyo tan fácil de destruir, no puede explicarse, más que por el análisis de los sucesos, pero es un hecho positivo; sin embargo, la experiencia ha demostrado muy bien que la promesa sola, escrita en el papel, no basta para acreditar el valor: los billetes del banco de Law, los asignados de la revolución cayeron a cero, y sin embargo, la promesa subsistía siempre la misma; esto consiste en que es preciso que la conciencia pública, excitada por el patriotismo o por cualquiera otra causa, sostenga aquella promesa, y que se crea en su realidad: en una palabra, en que es preciso que exista el crédito. Ahora bien, este crédito se disipa al amago de la más pequeña conmoción; muchas veces desaparece como el entusiasmo, por efecto de un examen más detenido, tan fugaz como la tersura de un espejo, que un soplo basta a empañar: tan delicado como la reputación de un hombre de bien, que un nada basta a comprometer.

330. En virtud de la índole y del oficio de las monedas, se admite, teóricamente a lo menos y a falta de datos estadísticos, que un país tiene, para atender a sus cambios, una porción de numerario bien determinada por la naturaleza de sus negocios. Por otra parte, la experiencia enseña que todo aumento de numerario en un Estado disminuye proporcionalmente el valor de la unidad monetaria: este envilecimiento de precio se llama depredación o descrédito. Con respecto a la moneda metálica, sabido es que esta depreciación nunca es muy grande; en cuanto las monedas valen algo menos que el metal en barras, la fundición restablece el equilibro; es decir, cuando las monedas abundan y están a un precio inferior, se disminuyen para aumentar su precio, y recíprocamente se amonedan las barras tan luego como escasean las monedas, o lo que es lo mismo, tan luego como llegan a encarecerse. Por lo que hace al papel moneda, no es muy de temer que llegue nunca a alcanzar un valor demasiado alto; antes bien lo contrario es lo que sucede casi siempre, sin embargo de que la experiencia hecha en Inglaterra ha demostrado que la reducción de la moneda de papel puede determinar una alza en su valor.

331. Un inconveniente muy grande va anejo a la naturaleza del papel moneda, tal cual hoy la comprendemos, y es la facilidad con que el Gobierno puede multiplicarle. ¿Cómo resistirá la tentación cuando hay graves apuros? ¡Es tan fácil fabricar monedas con una prensa, tinta y papel! De aquí se originan descréditos precipitados y terribles catástrofes.

332. Este inconveniente es un problema de política, que tal vez no sea imposible resolver por medio de una combinación de leyes que los Gobiernos no pudieran infringir, y que acaso sabrán hacer cuando se haya llegado a comprender claramente los principios; sería tanto más importante resolverlo, cuanto el papel moneda es mucho menos dispendioso que los metales preciosos, y también cuanto que una nación que llegase a adoptar semejante instrumento en sus transacciones podría emplear los metales preciosos, ya como utensilios, ya en cualquier otro uso. Para llegar a este resultado, Ricardo ha propuesto un papel moneda cuya circulación fuese voluntaria; que, sin embargo, circulase necesariamente, y cuyo valor no pudiese bajar a menos que el del dinero. Para esto ha ideado un papel reembolsable a merced del portador, no en dinero, sino en barras, que no se pedirían sino en el momento en que el valor del papel bajase a menos que el de las barras. De este modo habría seguridad de que el Gobierno no podría fabricar aquel papel en cantidad superior a las necesidades de la circulación, porque lo que excediese de esas necesidades volvería a convertirse en barras61; pero ésta es cuestión muy para estudiada, y que aún dista mucho de hallarse resuelta62.

333. Como la teoría de la moneda es fundamental, debe exponerse con todos sus pormenores, hasta en una obra elemental; por esta razón nos hemos detenido en ella lo bastante, para que el lector se forme una idea clara de los verdaderos principios que la rigen.




ArribaAbajoCapítulo XI

De la tierra, tercer instrumento de producción.


I. Nociones de la tierra. -II. Del mejor empleo de la tierra; grande y pequeña propiedad territorial; grande y pequeño cultivo. -III. Teoría de la renta; teorema de Ricardo.

§. I. Nociones de la tierra.

334. Hemos visto someramente en el párrafo III del capítulo III cuál es el oficio de la tierra cultivable, y la analogía, como también la diferencia que hay entre este instrumento y los demás instrumentos generales de la producción; pero todavía necesitamos insistir sobre este punto, ahora que ya tenemos una noción completa del trabajo y del capital.

335. Hállanse algunas veces confundidos en los cálculos económicos el capital y la tierra; pero no se necesita mucha reflexión para ver que la tierra es un capital sui generis, del que es preciso tener en muchos puntos una noción separada para llegar a la solución de muchas cuestiones muy delicadas.- «Suéñese, dice M. Rossi63, la igualdad absoluta de las reparticiones o la comunidad de todas las tierras; destrúyase la propiedad particular para no reconocer más que un sólo propietario, la asociación general; ¿se quitarán por eso a la tierra sus propiedades económicas? Se la convertirá en un instrumento de producción diferente de como ha querido dárnosle la naturaleza? ¿Será nunca ilimitada su extensión, o será su sustancia homogénea igualmente productiva e igualmente fácil de beneficiar?»

336. De los agentes naturales comprendidos bajo el nombre de tierra, el suelo es el que más particularmente atrae la atención del economista.

El suelo se halla ordinariamente en el estado de propiedad individual; éste es uno de los rasgos característicos de toda sociedad civilizada. Esto aserto, fundado en el conjunto de los hechos históricos, nos basta por ahora, sin necesidad de entrar en las cuestiones suscitadas con ocasión del derecho de propiedad, y que siempre se han dirigido mucho menos al principio de la apropiación de la tierra que a la distribución del suelo; porque, en vez de llegar a la apropiación individual, los adversarios de la propiedad se han parado en la apropiación colectiva.

337. La tierra no entrega todo el producto que puede dar sino con la acción de otros dos instrumentos de producción, el trabajo y el capital. Sus productos espontáneos no tienen importancia alguna, comparados con los que pueden arrancarle un trabajo hábil y un capital suficiente; de modo que el llamar productos de la tierra a todos los productos de la industria agrícola no pasa de ser una expresión vulgar, que desgraciadamente ha dado margen a más de un error. (Rossi.)

338. El capital se incorpora con la tierra bajo la forma de nivelaciones, de canales, de fosos, de cercas, de edificios, de plantíos, etc.; a él se apega también bajo la forma de herramientas, de aperos, de máquinas, de ganados, de abonos, de semillas, etc.

339. El trabajo se combina, por decirlo así, con la tierra, no sólo bajo la forma de trabajo muscular, mas también bajo la de trabajo intelectual, de observación y de ciencia.

340. La tierra hasta cierto punto puede considerarse como una máquina, o más bien como una colección de máquinas de fuerzas desiguales. En efecto, nadie ignora que existe una gran diferencia entre una tierra y otra, ya a causa de su feracidad natural, ya a causa de su exposición, ya también por motivo de su proximidad al sitio de la venta de los productos, ya, en fin, por cualquiera otra circunstancia favorable o adversa. Una fanega de tierra en el norte o una fanega de tierra en el mediodía, una finca aislada en medio de los campos o un terreno en la afueras de una gran ciudad, cerca del centro de consumo, son otras tantas máquinas de fuerzas muy diversas y muy desiguales.

341. Ricardo y después de él Malthus, han hecho sobre esta diferencia de las tierras estudios profundos, y han considerado que había fundamento para subdividir los campos en tierras de primera, de segunda, de tercera, de cuarta, etc., calidad. De este modo ha llegado Ricardo a ilustrar su teoría de la renta, y a dar útiles preceptos para fijar la base del repartimiento de las contribuciones.

342. Otro carácter hay no menos importante de estudiar, y es que el producto de la tierra no está, pasado un cierto límite, en proporción con la cantidad de capital y de trabajo.

Supongamos, por ejemplo, para establecer esta proposición, un terreno fértil. Este terreno, inculto, da uno; ligeramente removido, dará dos; cultivado con la azada, dará diez; veinte, con el arado; treinta, con un cultivo más sabio, es decir, con un empleo juicioso del trabajo y de capitales suficientes; pero al llegar aquí, si todavía es posible aumentar el producto, no es a lo menos permitido esperar que se doblará ni que se triplicará con un trabajo y un capital dobles o triples. Acaso no se obtendrá más que la mitad o la cuarta parte; luego a duras penas se recobrarán los adelantos hechos; luego, en fin, no se cubrirán ya los gastos64.

Sobre este carácter fundamental de la tierra está establecida la segunda proposición de Malthus.

343. Así, pues, si hay semejanzas entre las demás producciones y la producción agrícola, hay también diferencias profundas de que el análisis no debe prescindir, y siempre honrará a la escuela de Quesnay haber puesto en claro esa desemejanza, y comprendido que de ella debían originarse grandes resultados. Efectivamente, en la producción agrícola, el suelo hace el principal papel, y desenvuelve en ella todas sus cualidades de agente natural, limitado, apropiado, desigualmente productivo y capaz él solo de suministrar todas las cosas indispensables para el alimento y multiplicación de las poblaciones.

§. II. Del mejor empleo de la tierra; grande y pequeña propiedad; grande y pequeño cultivo.

344. Cuanto más se adelanta en los estudios económicos más se ve que la cooperación de la tierra en la producción es una causa de fenómenos y de resultados económicos los más graves y complicados. Muchas cuestiones tendríamos, pues, todavía que examinar aquí; pero no olvidemos que estudiamos unos meros elementos, y que no podemos entrar en la discusión de las cuestiones que, por no estar aún suficientemente esclarecidas, necesitarían comentarios demasiado extensos.

345. Procurando los economistas inquirir cuáles son las condiciones que se requieren para el empleo más útil de la tierra, como instrumento productor, se han visto conducidos a considerar la grande y la pequeña propiedad territorial bajo el concepto de la fuerza productiva del suelo. Del conjunto de sus trabajos resulta que nada hay absoluto en la noción de la grande y de la pequeña propiedad.

Como la fuerza del trabajo y del capital no se desarrolla totalmente, sino cuando estos dos instrumentos se aplican en una grande escala a grandes empresas (admitida siempre en hipótesis la inteligencia del empresario), pudiera creerse que las condiciones exigidas por el empleo más productivo de la propiedad territorial no pueden realizarse más que en los laboríos de cierta extensión.

Pero para determinar esta extensión, no puede haber una medida única, y variando, como varía, esta medida con los países, con los climas, con el carácter de los habitantes y con las condiciones económicas y morales, en el seno de las cuales se ha desarrollado la industria, claro es que la extensión de los laboríos debe estar subordinada a las circunstancias, y que es imposible establecer en este punto, no ya una regla absoluta, mas ni siquiera una regla general65. (Rossi.)

346. Pero el laborío de la tierra es independiente de la propiedad. Gran propiedad y gran cultivo, pequeña propiedad y pequeño cultivo, no son ideas que se traducen necesariamente una por otra. La Irlanda, para no citar más que un ejemplo, es un país de gran propiedad y de pequeño cultivo; y por otra parte, la propiedad podría pertenecer a dos mil propietarios, y ser objeto de un laborío muy en grande. Esto nos conduce a una de las fases de la sociedad, a la asociación.

§. III. Teoría de la renta; teorema de Ricardo.

347. Hemos dicho que la tierra es un monopolio, el más importante de todos los monopolios, hemos manifestado que las tierras labradas y labrantías presentan entre sí diferencias esencialísimas; entremos ahora más adelante en el análisis de la producción agrícola, y procuremos determinar la naturaleza verdadera de la renta que corresponde económicamente al propietario o posesor de ese monopolio.

348. Supongamos que todas las tierras de primera calidad, es decir, las más feraces y mejor expuestas, se hayan puesto en cultivo, sin que las cosechas que dan basten para la población existente; ¿qué harán los labradores? Cultivarán tierras igualmente fértiles, pero más distantes, o las tierras igualmente cercanas, pero menos fértiles; o bien emplearán en las tierras que ya están en cultivo una cantidad mayor de trabajo y de capital; es decir, en otros términos, que cultivarán tierras de segunda calidad, o lo que es lo mismo, que producirán con mayor coste que si continuasen cultivando tierras de primera calidad.

349. Habrá, pues, entonces en el mercado productos (primeras materias y comestibles), que se habrán obtenido, unos con menos, otros con más gastos de producción. El trigo procedente de la tierra de primera calidad habrá costado menos que el procedente de la de segunda.

350. Esto sentado, ¿hay dos precios o un solo precio? Habrá un solo precio, si suponemos el mismo mercado, la misma época y la misma calidad de trigo; porque es visto que los precios se nivelan entre dos calidades, en completa igualdad de circunstancias, cualquiera que sea la diferencia de los gastos de producción.

351. Ahora bien, ¿cuál es el precio que domina? El del trigo que se ha producido a mayor coste, el del trigo que proviene de la tierra de segunda calidad; porque si el productor que produce a mayor coste no obtuviese el reembolso de sus adelantos y un beneficio, no produciría. Puede en verdad haber error de cálculo y pérdida efectiva por parte de este o el otro labrador; pero es físicamente imposible que ese error subsistía por mucho tiempo y en un gran número de productores.

El posesor de la tierra de primera calidad, que disfruta de un monopolio, no teme la competencia, porque las buenas tierras no se improvisan, y el comercio tiene precisión de hacer gastos para ir a buscar los productos que podrían establecer esa competencia.

352. Por consiguiente, el regulador general del precio del trigo es el precio del trigo obtenido con mayores gastos, y puede decirse sin rebozo que el trigo de la tierra de primera calidad tiende a ponerse en consonancia con el trigo de la tierra de segunda calidad.

353. Hemos supuesto solamente dos calidades de tierra; pero hubiéramos podido suponer más, cuatro, por ejemplo, con trigo que costase de producir 44, 48, 56 y 64 reales. De lo que precede resultaría que el precio hacia el que oscilarían en el mercado todas las calidades de trigo sería el de 64 reales, dando de esta suerte al posesor del suelo un beneficio líquido de 20, 16, 8 y 0 reales.

354. Lo que decimos del trigo se aplica a todos los géneros agrícolas, y basta para manifestar la marcha de la producción agrícola.

Lo que es cierto con respecto a dos tierras, lo es igualmente con respecto a dos porciones de capital aplicadas a la misma tierra.

355. Acabamos de demostrar que hay una diferencia entre el valor de los productos de una tierra y el valor de los productos de otra: esta diferencia entre el precio natural y el precio corriente de los productos, entre los gastos de producción y el precio del mercado, entre los gastos exigidos por el producto menos costoso y el precio de la plaza regulado por los gastos de producción necesarios para los que han producido más caro, es lo que forma la renta de la tierra, el rédito líquido del que la posee.

356. Esta renta forma parte del arriendo pagado por el colono o arrendador; pero este arriendo puede también ser mayor o menor que la renta.

357. Por lo visto, la renta es el efecto y el resultado del precio del mercado, y de ninguna manera su causa. En cuanto al arriendo, es evidente que puede hasta cierto punto influir sobre aquel precio, porque puede, si es superior a la renta, transformar momentáneamente un terreno de primera calidad en un terreno de calidad inferior, y recíprocamente; si es inferior a la renta, puede poner a un terreno de segunda calidad en las condiciones de un terreno de primera calidad, a menos de que en este caso el colono o arrendador no se lucre con la diferencia, lo que siempre es más probable, en atención a que los compradores de subsistencias son siempre bastante numerosos para que haya entre ellos competencia. Ya Adan Smith entrevió este modo de considerar la producción agrícola: pero a quien debemos, su demostración completa es a Ricardo, el primero de los economistas después de Smith66. El mismo modo de ver la cuestión han adoptado los principales economistas, como fruto de sus investigaciones sobre esta parte de la ciencia, sin que contra él hayan valido de nada las varias objeciones que se le han hecho, bastando, para convencerse de su exactitud, leer el final de la lección octava del Curso de M. Rossi.

358. El conocimiento de la verdad, en este delicadísimo punto de la economía política, derrama nueva luz sobre las relaciones que ligan entre sí al propietario y al colono, a los posesores de tierra y al resto de la población; en fin, ilustra al Gobierno en orden al repartimiento de las contribuciones.

También a nosotros nos servirá para profundizar las importantes nociones del producto en bruto y del producto líquido de la sociedad.

Por de pronto ya nos demuestra que, no siendo la renta del propietario más que el efecto del precio del mercado, no debe entrar en la suma de los gastos de producción (91).






ArribaAbajoSección III

Circulación de la riqueza.



ArribaAbajoCapítulo XII

De las salidas y de los límites de la producción.


I. Teoría de las salidas. -II. Consecuencias. -III. De las objeciones opuestas a esta doctrina. -IV. De los límites de la producción.

§. I. Teoría de las salidas; teorema de J. B. Say.

359. Hemos visto que un hombre no hace bien más que un cierto número de objetos, y que sólo por medio del trueque logra gozar de todos los productos que pueden hacer los demás, casi siempre por medio de una mercancía intermedia, la moneda, o bien por medio de signos representativos de esta moneda.

Esto sentado, todo trabajador debe buscar salidas, es decir, medios de efectuar el cambio o trueque de sus productos, o en otros términos, consumidores a quienes puedan convenir sus productos, porque ya hemos visto que la importancia de la fabricación está en relación directa con la división del trabajo, y ésta con la extensión del mercado. Así, en el lenguaje económico, mercado y salida son casi sinónimos (167).

Es, pues, muy importante conocer lo que pasa en este particular, gracias sobre todo a J. B. Say, que ha analizado esta parte de la ciencia con tanta sagacidad como la que desplegó Smith en demostrar los prodigiosos efectos de la división del trabajo.

360. Si los productos no costasen nada, el pedido que de ellos se haría sería infinito, porque está demostrado (véase el principio de población) que los hombres acuden adonde quiera que pueden obtener las cosas capaces de hacerlos subsistir; por consiguiente, en este supuesto de los productos gratuitos, las salidas serían inmensas, y como lo que falta al hombre nunca es la voluntad, sino el medio de adquirir, las salidas no se hallan limitadas más que por la necesidad en que están los consumidores de pagar lo que quieren adquirir.

Ahora bien, ¿con qué se pagan los productos de que se tiene necesidad? -Claro está que con dinero. -Pero ese dinero ¿con qué se ha adquirido? -Con productos. Luego el dinero no es más que una mercancía intermedia; y en suma, no se compran productos sino con productos.

361. Este principio es incontestable, y pasa ya con razón por un axioma en la ciencia.

El propietario, el capitalista, el rentista, el privilegiado, todos sin excepción, no compran productos sino con productos. Si el propietario de tierras no vende su cosecha, su colono la vende por él. Si el capitalista no vende los objetos fabricados con sus capitales, el fabricante los vende por él. Si un pensionista del Estado, que nada produce, compra, lo hace con dinero que se le ha dado en cambio de sus servicios o sea de los productos inmateriales que ha suministrado, de modo que ni aun ese dinero ha dejado de ser obtenido en cambio de un producto.

362. Resulta de este principio el siguiente corolario; a saber, que si con productos se compran otros productos, cada producto halla tantos más compradores cuanto más se multiplican todos los demás productos.

Los hechos vienen en apoyo de este aserto y son como su prueba matemática. Hoy se compran y se venden en todos los países cultos diez veces más cosas que hace quinientos años; y sin embargo, queda ya demostrado en el capítulo de la MONEDA que este hecho no es el resultado del descubrimiento del Nuevo-Mundo y de la multiplicación del numerario, su consecuencia inmediata; admitamos que, por su rareza, la plata valiese cuatro veces más, por ejemplo; lo único que de aquí resultaría es que con una pieza de veinte reales se compraría y se vendería lo mismo que con una pieza de oro de ochenta reales (283).

363. Si ciertos hechos son la prueba del principio establecido, otros son como su contraprueba, de modo que la demostración es perfecta. En erecto, tan cierto es que los productos se compran con productos, que una mala cosecha perjudica a todas las ventas. Ciertamente que el granizo que destruye la flor de la vid en nada daña a los cáñamos, y sin embargo, la venta de lienzos sufre alguna paralización de resultas de la piedra; ¿por qué? porque los productos del albañil, del carpintero, etc., son menos pedidos, y porque estos varios consumidores compran menos vino a los consumidores de lienzos.

Lo que sucede con las cosechas agrícolas se manifiesta también cuando decae la producción fabril y comercial.

§. II. Consecuencias.

364. Las consecuencias de esta teoría, reducidas al estado de verdad científica y realizable, son inmensas, y van a enlazarse con la gran ley de Smith, la división del trabajo, y con las enseñanzas que de ella emanan para la industria y el comercio de las naciones, y también para la paz y buena armonía que deben reinar entre ellas.

1.º Cuanto más numerosos son los productores más se multiplican las producciones y más fáciles son las salidas.

2.º Cada productor está interesado en la prosperidad de todos los demás.

3.º Las ciudades están interesadas en la prosperidad de las poblaciones rurales; los pueblos en la prosperidad de los otros pueblos.

365. Por consiguiente, la economía política está conforme con la caridad cristiana; es la auxiliar de la moral; contribuirá a realizar la paz universal.

Estas verdades son todavía muy nuevas. Voltaire67 hacia consistir el patriotismo en desear el mal a los vecinos, expresando así una idea entonces casi universal y que todavía es demasiado común; sin embargo, resulta de esa guerra constante que la economía política ha hecho a la guerra material que una política ilustrada no volverá a recurrir a aquel abominable medio más que en el caso de legítima defensa, y cuando el interés de la civilización la convierta en una triste e inevitable necesidad.

§. III. De las objeciones opuestas a esta doctrina.

366. Primera objeción. Si los productos se compran unos con otros, ¿cómo es que hay crisis? o en otros términos: ¿en qué consiste que en ciertas épocas todos los productos sobran a la vez, y que no se encuentra nada que vender?

Primeramente, todos los productos no sobran a la vez, porque en este caso se harían cambios. La superabundancia de algunos productos solamente es lo que llama la atención, porque los tenedores se quejan de ella; y esto es tan cierto, que basta a veces el envilecimiento de un producto para que por todas partes se vaya diciendo: «El comercio está perdido; nada se vende»; lo cual es verdad, a causa de la mancomunidad que acabamos de señalar entre las diferentes industrias.

367. Segunda objeción. ¿Por qué en el caso contrario, es decir, a pesar de un precio elevado, no se crean ciertos productos en cantidad suficiente?

Esta objeción puede hacerse, dice J. B. Say, con motivo del poco azúcar que se producía en 1812 y 181368, a pesar de su alto precio, cuando se hubiera vendido muy bien y hubiera servido para comprar las indianas, que habían caído en el mayor descrédito.

En aquella época el comercio estaba acompañado de tantos peligros, que había que comprar el azúcar en Europa, donde no se sabía aún producirle; a diez francos el kilogramo; pero a este precio se hallaban pocos compradores, por consiguiente pocos vendedores de azúcar, y por consiguiente también menos compradores de indianas.

§. IV. De los límites de la producción.

368. La consecuencia de la teoría de las salidas parece ser también que no existe ningún límite para la producción.

Mucho se ha discutido sobre este punto; pero J. B. Say ilustró la exposición del problema definiendo el producto, no solamente «una cosa que puede servir para satisfacer la necesidades de los hombres», sino también una cosa cuya utilidad vale y se vende por lo que cuesta.

Con arreglo a esta definición, conforme con el sentido común, gastar treinta reales para obtener un producto que vale veinte, no es producir, sino gastar inútilmente diez reales, y ya se comprende que un país no puede caminar mucho tiempo por semejante senda. Por consiguiente, no se produce sino cuando se recuperan todos los gastos de producción, y para esto es preciso que la sociedad, que da en cambio el importe de esos gastos de producción, halle en este acto una satisfacción suficiente. Ahora bien, hasta hoy el grado de esa satisfacción no puede asignarse positivamente, y depende del tiempo y de los lugares; luego también, si es cierto que, en principio, la producción debe tender constantemente a elevarse, es preciso que cada productor no trate de producir más que aquello que sabe que puede producir bien y vender a un precio regular.

369. Luego, en resumen, una producción prudente es aquella que se funda en las necesidades de los compradores, que comprarán tanto más cuanto más baratos sean los productos.

J. B. Say ha representado gráficamente este principio por medio de una pirámide.

imagen

Supongamos que la pirámide representa el caudal de los ciudadanos, y que la escala que está al lado representa los precios de los productos. Se ve que cuando los productos no cuestan nada 0, todos los caudales representados por la base de la pirámide pueden proporcionárselos; que a cierto precio, a cien pesos por ejemplo, un cortísimo número de individuos, que forman la cúspide, son los únicos que quieren comprarlos; y en fin, que a 125 pesos ya no están al alcance de nadie, o lo que es lo mismo, todos renuncian a comprarlos.

Igualmente puede suponerse que la pirámide representa el conjunto de las cosas que necesita una familia. Al precio de 0, esta familia podrá contentar todos sus deseos; a 100, no satisfará más que un cortísimo número de ellos; y de 100 para arriba ya no podrá satisfacer ninguno.

Cada sección de la pirámide puede también representar la porción de caudal que cada particular puede y quiere consagrar a la adquisición de un producto que se eleva a un precio determinado.

Estas cifras son arbitrarias; pero es fácil reemplazarlas con datos reales y positivos. La forma misma de la pirámide se debería modificar para que pudiese adaptarse a todas las sociedades; habría que rebajarla para representar un país en que los grandes caudales. fuesen raros; habría que combar sus lados para representar un país donde lo más general fuese una medianía de riqueza.

370. Veamos ahora de dónde proviene la carestía de los productos que limita su consumo, cierra las salidas y daña, por consiguiente, a la producción. Según J. B. Say proviene de cuatro causas:

1.º De la falta de civilización;

2.º Del atraso de la industria;

3.º De los malos reglamentos administrativos;

4.º Del exceso de población.

371. Primero: donde no hay civilización no hay necesidades, y entonces nadie hace sacrificios para comprar los productos capaces de satisfacerlos, y que siempre son demasiado caros.

372. Segundo: cuando el trabajo de la industria está poco adelantado, es también más caro, y entonces sus productos no están al alcance de la masa de los consumidores. Muchos ejemplos pueden citarse en apoyo de este aserto. Véase lo que hemos dicho de las máquinas, con ocasión de los progresos de la imprenta y de la fabricación de las cotonías; véase también lo que pasa ante nuestros ojos en las vías de comunicación; con un buen sistema de carruajes, el número de los viajeros es hoy décuplo del que era en otro tiempo; con los ferrocarriles y el vapor, el número no será cien veces ni mil veces mayor, sino que será incalculable.

373. Tercero: en el capítulo siguiente se demostrará cuánto pueden aumentar los malos reglamentos la carestía de los productos y limitar la producción, coartar el desagüe de todas las cosas y producir crisis locales.

374. Cuarto: es evidente que si la población es excesiva, agotará los géneros que están a un precio moderado, luego tendrá que proporcionárselos a precios exorbitantes. Véase acerca de esto la influencia del pedido sobre el precio de las cosas (37). Hasta llegará el caso de no poder ya proporcionárselos. (Véase el Principio de población.)

375. Queda demostrado que no hay motivo para temer el exceso de producción. Muy necesario es fijar las ideas del público en este punto, porque su opinión ejerce una grande influencia sobre los consumos que hacen los particulares y los Gobiernos. El mal que se cree sea un bien se arraiga y aumenta, y es indudable que J. B. Say ha hecho un servicio inmenso atacando esas preocupaciones con su magnífica teoría. J. B. Say, dice M. Rossi, daba pruebas de entereza y de sagacidad juntamente, sosteniendo con valor sus principios en medio de las más violentas crisis mercantiles, y cuando el público se veía apoyado en sus preocupaciones y sus errores por hombres tan ilustres como los Malthus y los Sismondi.




ArribaAbajoCapítulo XIII

De la libertad del comercio.


I. Que el comercio debe ser libre. -II. De las excepciones que comporta la libertad del comercio. -III. Aplicación de la libertad del comercio a los países sometidos al régimen prohibitivo.

§. I. Que el comercio debe ser libre.

376. Si no hubiera en el mundo entero ninguna barrera aduanera o política para la entrada o salida de las mercancías, viviríamos bajo el régimen absoluto de la libertad del comercio, del hagan lo que quieran, pase todo69, aplicado a la circulación de la riqueza, con tanta más intensidad cuanto más seguras, más rápidas y menos costosas fuesen las comunicaciones.

¿Qué sucedería en este grado de libertad? Se efectuaría una división espontánea del trabajo, con arreglo a las condiciones peculiares de cada pueblo: el capital se distribuiría con arreglo a la misma ley natural. Cada país fabricaría, por consiguiente, mejor y más baratos los productos de su especialidad; el consumo, animado por la abundancia y la baratura, excitaría la producción, que a su vez influiría activamente sobre el consumo, y se obtendría el mínimum de esfuerzos perdidos, de tentativas vanas y de capitales aventurados.

Este es un axioma, es decir, una verdad fundada en el buen sentido, que nadie puede negar, y que se deriva naturalmente de los principios de la división del trabajo.

En esta hipótesis, y perdiendo la humanidad la menor suma posible de sus fuerzas productivas, el nivel de la riqueza pública se elevaría rápidamente; y la fácil satisfacción de las necesidades físicas dejaría a los trabajadores el solaz necesario para el cultivo del entendimiento, y les inspiraría la afición a los goces morales.

377. Empero a estos asertos incontestables y verdaderamente seductores se han opuesto objeciones que vamos a examinar.

378. La mayor parte de las objeciones opuestas al régimen de libertad comercial, cualesquiera que sean por lo demás su origen y su forma, se reducen en último análisis a esta:

Primera objeción. La competencia permitida a Pedro será funesta a Juan, porque, dicen algunos, la competencia es un privilegio provechoso para unos y funesto para otros, de suerte que ese supuesto principio de libertad y de igualdad, aplicado al comercio y a la industria, no sirve más que para producir la ruina de un gran número de trabajadores.

Pero en primer lugar, ¿a quién puede en realidad perjudicar la competencia? Claro está que no puede ser más que a los capitalistas, a los trabajadores, a los trabajadores capitalistas, o bien aun a los consumidores.

Ocupémonos primeramente en estos últimos, y hagámosles hablando de ellos, un honor a que no están acostumbrados; además, el argumento que vamos a presentar, en lo que los concierne, es muy breve, hele aquí: siempre que el consumidor obtenga más cosas con el mismo sacrificio, la competencia le será provechosa. Baste este aserto, pues nunca los adversarios de la libertad comercial se han cuidado de los consumidores en el concepto de tales.

379. Pero se ha dicho: los consumidores son trabajadores, y entonces ¿qué importa que el sistema les sea favorable como consumidores si les es fatal como trabajadores? ¿A qué fin ofrecerles géneros baratos si por carecer de trabajo no pueden comprarlos?

Fuerte es la objeción, pero se puede destruir. En la hipótesis del principio natural de la libertad del comercio no hubiera habido cebo falaz para provocar ese hacinamiento artificial de capitales y de población, que el sistema prohibitivo ha favorecido de un modo lamentable. Los capitales y el trabajo, pudiendo constante y libremente pasar de un sitio a otro y de una industria a otra, se hubieran siempre hallado en proporción con los medios de producción y las exigencias del mercado. Entonces los trabajadores hubieran tenido siempre un jornal, y un jornal que hubiera sido suficiente cuando se hubieran presentado como consumidores.

Es, pues, un grande error creer que la competencia hubiera ocasionado el mal; la restricción es la verdadera responsable de él. Lo único que puede decirse es que en este momento la competencia, lanzada de súbito en medio de nuestro sistema artificial, sería funesta a un gran número de trabajadores, y esto es lo que condena doblemente el sistema establecido, que, no sólo es malo en sí mismo, sino que además dificulta, por no decir que imposibilita, la vuelta al único sistema que puede apoyar la razón.

380. La libertad del comercio ¿perjudica al capitalista? Examinemos. Si el capitalista quiere asegurarse grandes ganancias con un pequeño capital y colocaciones seguras y fáciles, ciertamente sueña una utopía. A consecuencia de la ley del progreso, cada día son necesarias más habilidad y actividad para hacer producir los fondos, cuyo interés tiende siempre a bajar; pero, por otra parte, es preciso reconocer también que la cantidad del capital va aumentando igualmente que la facilidad de colocarle al precio común.

381. Lo que es cierto con aplicación al capitalista propiamente tal lo es igualmente aplicado al que reúne la calidad de trabajador a la de capitalista.

382. En suma, el sistema exclusivo tiene por objeto asegurar a ciertos productores y por un tiempo dado, una condición privilegiada, es decir, una masa de hombres precisados a comprarles a un precio más alto (o sea en cambio de mayores sacrificios) sus alimentos, sus vestidos, sus muebles y los demás productos capaces de satisfacer sus necesidades. Cuando nuestros padres estaban obligados a ir a moler su trigo en el molino del señor o a cocer su pan en el horno del mismo, no eran más de lo que nosotros lo somos víctimas de un sistema antieconómico.

383. Segunda objeción. No puede negarse, dicen, la diversidad de las naciones, y entonces es preciso doblegar el principio radical del indiferentismo (laissez-faire) a las necesidades de cada una de esas naciones.

No es esta la ocasión de tratar a fondo la gran cuestión política de saber si los estados individuales existen o no existen como medios indispensables a la especie humana, no sólo de prosperidad material, sino también de perfeccionamiento moral, y si las naciones deben o no deben confundirse en una sola; admitiremos la diferencia de los pueblos, de los talleres nacionales, de los diversos mercados del globo, y vamos a examinar si esta diversidad debe modificar la doctrina que acabamos de exponer. Si esta modificación es inevitable, ¿cuál es su medida? ¿cuáles son sus consecuencias?

384. En primer lugar, hay estados nuevos que se constituyen y estados que tienen antecedentes.

Supongamos primeramente un estado naciente, y la hipótesis no es quimérica, pues podemos tomar por ejemplo a todos los estados del nuevo continente, que se han formado a nuestra vista, a las colonias que todos los días se agregan a su metrópoli, a la Argelia, verbi gracia, que ahora mismo se está trabajando en rodear de una cintura de aduanas. Para todos estos países la cuestión está resuelta; con la libertad del comercio la producción seguiría sus leyes naturales, y como ya se ha demostrado en la teoría de las salidas, el país, comprando y vendiendo, no haría simplemente más que cambiar por productos de que carece sus propios productos, es decir, los productos de su suelo, de su trabajo y de sus capitales.

385. Admitamos ahora que el estado que nos sirve de ejemplo se asemeje a los de la Europa, y que en él se proteja (que es la expresión consagrada) la industria, prohibiendo las mercancías extranjeras o bien gravando estas mercancías con crecidos derechos para impedirles competir con las mercancías del país; todo se hará menos proteger la industria nacional, el trabajo nacional, y dejar de pagar tributo a los extranjeros.

386. Supongamos, para explicar nuestro pensamiento, una prohibición, la de los cueros, por ejemplo, y veamos lo que sucede. Primeramente, si los cueros están prohibidos, y si los nacionales no los hacen pagar más caros que los extranjeros, se atrae artificialmente el capital y el trabajo a la tenería con detrimento de todas las demás industrias naturales, y se preparan numerosas complicaciones, haciendo por una industria una cosa que es perjudicial a todas las demás.

Pero si, como siempre sucede, compramos los productos nacionales más caros que los que prohibimos, hacemos pagar a todos los consumidores y a todos los trabajadores una prima para el sostenimiento de una industria facticia, y hacemos afluir los capitales hacia aquella industria, que llamamos nacional, y que no es más que privilegiada; y como los capitales no se improvisan, lo que se hace es trasladarlos de una dirección a otra, y se arruinan las industrias naturales, la agricultura tal vez. Y no se limita a esto el mal; los capitalistas, engolosinados por el lucro, entran en competencia, los beneficios bajan a su cuota común, y los trabajadores acaban por recibir un jornal más módico que en las industrias que no son nacionales.

387. Así pues, la prohibición es un artificio que aprovecha al principio a algunos productores, y que acaba por no aprovechar a nadie.

Los derechos protectores, que no son más que derechos prohibitivos disfrazados, obran en el mismo sentido, según su intensidad. Así, los protectores fanáticos del trabajo nacional, no queriendo pagar tributo a los extranjeros, son simplemente unos opresores del trabajo nacional, y unos privilegiados cuyos verdaderos tributarios son los nacionales.

§. II. De las excepciones que comporta la libertad del comercio.

388. Veamos ahora las excepciones que pueden hacerse en el sistema de la libertad comercial.

Bajo el punto de vista económico, preguntar si el principio de la libertad del comercio admite excepciones es preguntar si hay circunstancias en que el sistema restrictivo puede aumentar la suma de la riqueza nacional; ahora bien, esto nunca puede ser cierto inmediatamente, porque no cabe ganancia en pagar caro lo que se vende barato.

Pero es posible, dicen algunos, que un sacrificio de algunos años sea el medio de que llegue a crearse una industria útil; tal era el pensamiento de Colbert (ministro de Luis XIV) cuando fundó el sistema restrictivo que debía tener en su mente una duración limitada, pero cuyos efectos funestos, sin embargo, está todavía experimentando la Francia.

389. Para acudir en ayuda de la industria particular, el Gobierno tendría, pues, que elegir entre estos dos medios: asociarse a la empresa y hacer pagar por medio de las contribuciones beneficios extraordinarios a los empresarios, como recientemente se ha propuesto (en Francia) por lo tocante a los caminos de hierro, o bien, sin asociarse, imponer derechos sobre los géneros semejantes a aquellos cuya producción quiere activar. En el primer caso dice: pagáis 40 reales de contribución, pues pagaréis 50 por los ensayos que me propongo hacer en el segundo caso dice: lo que consumís por 40 reales, os costará en lo sucesivo 50. Estos dos medios se diferencian en la forma y en los resultados administrativos, pero en el fondo son uno mismo.

390. Admitido este punto, resta calcular la tasa y la duración del derecho protector, tasa y duración que pueden variar, sobre todo, según que la industria de que se trata exija más o menos capital fijo, porque el capital fijo es el más difícil de trasladar, y el que, por consiguiente, está más comprometido (215).

391. Se ha sostenido la necesidad de otra excepción; se ha creído que el sistema prohibitivo sería un aguijón para pueblos sumidos en un letargo industrial, y que despertaría en ellos la afición al trabajo con el estímulo de una ganancia segura. Muy dudosa es la eficacia de este medio, pues al cabo ahí están la España y la Italia, que se hallan en la categoría que acabamos de indicar, y que ningún partido sacan del sistema prohibitivo en provecho de su actividad industrial, a pesar de que son ricas y de que la naturaleza les suministra gratuitamente, aún más que a los otros pueblos, agentes dotados de una fuerza prodigiosa. Más confianza tiene M. Rossi en los capitales extranjeros, que propone atraer por medio de la libertad y de la seguridad; entonces el ejemplo, sostenido por la instrucción y el aliciente del lucro, volverá a las naciones adormecidas la energía y la dignidad del trabajo; pero en todos los casos, sea bueno el medio o sea malo, lo cual no está de todo punto aclarado, la protección no puede ser más que temporal.

392. Puede haber también excepciones políticas.

Antes de saber si se ha de ser más o menos rico, es preciso pensar en existir; y si está demostrado que el sistema restrictivo es indispensable para la producción de tal o cual mercancía indispensable a su vez para la defensa nacional, no hay más arbitrio que violentar en este punto las conclusiones y los preceptos de la ciencia económica. Las armas, las municiones, hasta los mismos caballos, están en este caso, porque nuestros enemigos pueden impedir fácilmente su exportación, y porque el interés individual no podría surtirnos de estos objetos en suficiente número por medio del contrabando. Por fortuna, casi todos los países pueden estar constantemente surtidos de estos productos sin excesivos sacrificios.

Pero sería ridículo temer en caso de guerra una escasez de azúcar, de café, de canela, de chales, de muselinas o de sederías. Si nos acomoda recibir estos géneros, el enemigo mismo nos los traerá; pero ¿no podemos en rigor pasarnos sin ellos? Muy afortunadamente la guerra dura poco; y no es por cierto el menor de los muchos servicios que la ciencia ha hecho al mundo el demostrar a los pueblos los tristes resultados de ese gran sistema de recíproca destrucción.

393. Así se responde a una multitud de productores, y señaladamente a los dueños de herrerías, que en la eventualidad de una guerra quisieran hacernos pagar muy caros sus productos, como si fuera preciso estar siempre sujeto a un régimen farmacéutico por miedo de no saber someterse a él en el momento de la enfermedad. Los dueños de herrerías están muy equivocados si creen que su hierro es una materia indispensable para las armas de guerra: en un caso desesperado en todas partes se encuentra hierro, en las armazones de los edificios, en las rejas, etc. Y todavía es dudoso si vale más el huracán convencional durante la guerra que el feudalismo del trabajo nacional durante la paz.

394. Las mismas razones se han invocado también a favor de los cereales. Ciertamente es necesario que un país saque partido de su suelo y cultive en él plantas nutritivas; pero el precio natural de estas plantas debe costear los gastos de producción, y en el caso contrario vale más que las pida a los vecinos, que no es posible que se coliguen todos para matarle de hambre: ésta sería una combinación demasiado odiosa y difícil, que nunca se realiza en la práctica, y que es preciso abandonar en teoría. Por lo tocante a la exportación, Quesnay ha dicho: «No se impida el comercio exterior de los géneros de casa; porque tal es el despacho, tal es la reproducción»70. Véase acerca de esto, cómo desenvuelve su máxima el ilustre filósofo; véanse también los trabajos de Turgot sobre el comercio de granos71.

395. Una segunda excepción política es la que resulta de las necesidades del tesoro. En esto todos están conformes: es evidente que siempre que los derechos de aduanas son bastante bajos para no impedir la importación ni el consumo de los productos extranjeros, y están bastante bien discurridos para hacer contrapeso al impuesto recaudado sobra los productos indígenas, la percepción de esos derechos es muy justa, con tal que no se conozca por de contado una base mejor de la contribución.

§. III. Aplicación de la libertad de comercio a los países sometidos al régimen prohibitivo.

396. Por el mero hecho de que el sistema prohibitivo ha existido hasta el día en todos los países, muchos capitalistas y no pocos trabajadores se encuentran metidos en sendas artificiales.

397. En principio, a consecuencia de lo que precede, y si fuera posible no perjudicar con ello a nadie, se debería proclamar inmediatamente la libertad absoluta en punto a comercio: en el estado actual de las cosas, es necesaria una transición; pero los esfuerzos de los economistas deben dirigirse, no sólo contra los que niegan la legitimidad del principio científico o contra los interesados que siempre quieren aplazar el momento de esa transición, mas también contra todos los que quieren que esa transición sea demasiado lenta y poco eficaz.

398. Clasifiquemos los intereses. Los productores que temen la libertad comercial son o terratenientes, o capitalistas, o trabajadores, y estos productores pueden temer o por los valores que poseen o por sus rentas.

399. Como los terratenientes gozan de un monopolio, el cultivo, a consecuencia del sistema prohibitivo, se extiende a las tierras de inferior calidad, y de aquí resulta una alza en la renta de las tierras buenas: de esto están perfectamente convencidos los propietarios ingleses, que se empeñan en parapetar su famosa ley de cereales con las prohibiciones que anuncian como protectoras de los capitalistas y de los obreros72: lo mismo ha demostrado en Francia la ley protectora del azúcar nacional, que ha hecho subir los arriendos en todos los distritos en que se cultiva la remolacha73. Por consiguiente, con la reforma de los aranceles, muchos terratenientes verán disminuir su renta territorial; cosa justísima, puesto que no les es debido más que el exceso del precio corriente sobre el precio natural74 (356).

400. Si es cierto que el sistema prohibitivo es para los capitalistas la ocasión de un aumento de beneficios, ya hemos visto que, de resultas de la afluencia de los capitales hacia las industrias privilegiadas, ese aumento no es duradero, y que además no es ni equitativo ni útil tampoco a la economía nacional, pues que siempre se verifica en detrimento de los consumidores y de los trabajadores. Así, al pasar al sistema de libertad, lo que se verá comprometido, no es los beneficios, sino el capital: ahora bien, el capital es fijo o circulante; este último se trasladará casi sin pérdida, en cuanto al otro, una parte de él se hallará comprometida, y para apreciar la importancia de esta pérdida sería preciso conocer ese capital y los azares a que está expuesto.

401. En resumen, la transición del sistema prohibitivo o restrictivo a la libertad comercial, puede: 1.º, disminuir la renta de ciertos propietarios; 2.º, comprometer una parte del trabajo empeñado. Lo que pierdan los terratenientes lo ahorrarán los consumidores. El rédito general será próximamente el mismo; sólo que su distribución será más conforme a la razón y a la justicia. «La depreciación de una parte del capital fijo, dice M. Rossi75, cosa triste sin duda, es un mal inevitable: no hay caso en que podamos empeñarnos impunemente en las vías del error; pero si esa pérdida es segura, ¿qué es, comparada con las pérdidas incesantemente renovadas que causa al Estado el sistema prohibitivo? ¿Qué es, comparada con los beneficios anuales del sistema de libertad? La libertad hace en breve olvidar, con sus beneficios y con el rápido y vigoroso impulso que imprime en la fuerza humana, todos los esfuerzos y todos los sacrificios que nos ha costado; la libertad comercial cicatriza, antes tal vez que la libertad política, las heridas que hace a los imprudentes que han desconocido sus derechos. Pronto los valores perdidos serán reemplazados por los beneficios de una producción más activa y menos costosa y por los ahorros de los consumidores: el capital nacional y el pedido de trabajo no tardarán en aumentarse.»

402. El ilustre escritor a quien acabamos de citar, y que es uno de los más enérgicos defensores de la libertad comercial, después de refutar victoriosamente el error de los que temen la emigración de los capitales, recomienda sumo miramiento en las transacciones, en el interés mismo y en nombre de la ciencia, que debe, como la verdad, como la eterna justicia, saber aguardar; tanto más cuanto el sistema prohibitivo debe morir por sí mismo. Producir sin comprar, dice, es querer producir sin vender, lo cual es imposible; poco a poco los mismos partidarios del sistema prohibitivo querrán dar a la población que ellos habrán aglomerado, y a la producción que habrán forzado, ese desagüe natural que la ciencia les indica como remedio, y al cual recurrirán cuando hayan apurado todas las evasivas a que se están agarrando todavía en el momento presente.