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ArribaAbajoParte segunda.

Distribución y consumo de la riqueza.



ArribaAbajoSección I

De la repartición de los diferentes rendimientos.



ArribaAbajoCapítulo XIV

Principio de repartición entre los pueblos civilizados.


403. Recordemos antes de pasar adelante algunas materias elementales indicadas ya en la primera parte de esta obra.

Las fuentes de los rendimientos, o sea de los réditos, son los instrumentos generales de la producción: la tierra, el trabajo, el capital.

La tierra está casi siempre reunida con el capital; hay también con frecuencia en el trabajo, además del trabajo propiamente tal, un capital moral e intelectual, el talento o la habilidad.

Los réditos procedentes de estos tres instrumentos generales de producción se designan con distintos nombres.

Hemos llamado:

Al rédito de la tierra, RENTA y arriendo;

Al rédito del trabajo, RETRIBUCIÓN o JORNAL;

Al rédito del capital, PROVECHO e interés.

La palabra arriendo no es sinónima de renta; la palabra retribución es más genérica que la de jornal; la palabra interés es menos genérica que la de provecho. En el discurso de los capítulos consagrados a las tres especies de réditos tendremos ocasión de fijar nuevamente el sentido de todos estos términos.

404. Los réditos están actualmente repartidos entre todos los productores por conducto del empresario, que es el agente director de la producción. Siendo las más de las veces un producto el resultado de muchas empresas sucesivas, el empresario que recibe el producto no terminado de manos de otro empresario le reembolsa todos los adelantos hechos hasta entonces: de esta suerte un par de zapatos pasa por las manos del empresario colono, del empresario carnicero, del empresario curtidor, del empresario zurrador, del empresario zapatero y aun de varios empresarios mercaderes que se han hallado interpuestos en las diferentes fases de esa producción complexa.

405. Las cualidades de la moneda son tales, que generalmente se perciben sus réditos bajo la forma de esa mercancía; pero bien se comprende que es posible percibirlos bajo otra cualquiera.

406. La demostración de la variabilidad del valor en general, del valor del franco, por ejemplo, según los tiempos y los lugares, nos ha permitido ya decir que es imposible evaluar con exactitud el rédito de un país y comparar a las naciones entre sí bajo este punto de vista. Así, cuando se dice que la Francia posee un rédito de 8,000 millones de francos, es preciso tener presente que esa suma es un compuesto de unidades de magnitudes desiguales, por más que la cifra sea intachable a los ojos del estadístico más fidedigno.

407. Siendo así que la producción exige gastos, adelantos y consumos, el productor saca, ante todo, sobre el resultado de su industria, lo que ha adelantado. Si no retira más que un valor igual al que ha adelantado, ha trasformado riqueza sin crearla, y en general ha errado el golpe, porque ha consumido inútilmente su tiempo, su trabajo y su talento; pero si su producción es más normal, es decir, si después de haber retirado de su crédito en bruto los adelantos que ha hecho de capital, encuentra una diferencia en beneficio, esta diferencia no será en realidad suficiente, sino en el caso de que se halle en ella dos cosas muy distintas, a saber, su retribución como trabajador, y un beneficio neto o líquido que podrá capitalizar, consumir o emplear del modo que mejor le parezca. Téngase bien entendido que, en los adelantos que debe recobrar desde luego y apartar ante todo, se encuentran: primero, el jornal de los obreros, que no son sus socios, y que no han querido ni podido aguardar las eventualidades de la empresa; segundo, el arriendo que ha pagado al posesor del fundo; tercero, el interés del capital que le ha servido para hacer los adelantos, inclusa en ese arriendo y en ese interés la amortización del capital destruido en mejorar el fundo, o en el deterioro de los edificios, de las máquinas, etc.

408. En la sociedad actual, tal cual la ha formado la serie de los sucesos pasados, cuya tendencia parece que debe considerarse, sobre todo, como la resultante del desarrollo natural de las facultades del hombre que va avanzando en la senda de la civilización, la repartición de los bienes de este mundo se hace bajo la influencia del derecho de propiedad. Sobre el valor del beneficio líquido obtenido se hacen dos partes: la una para el pesesor del suelo, y la otra para el posesor del capital que ha hecho los adelantos.

409. Cuanto más es un hombre propietario de tierra y de capital tanto más rico se llama, y más derecho tiene a una renta superior a la de los demás hombres; siendo de advertir que cuando hablamos de capital, comprendemos en esta voz genérica el capital moral, que a su vez comprende el capital intelectual o el talento, y aun cualquier otro capital moral, como la virtud, el valor, etc.

Todo el mundo tiene en su mano apurar la verdad de este aserto en lo concerniente a la tierra y al capital material: insistamos para mostrar que la misma proporción se observa en punto al capital moral. Entre dos abogados ¿cuál es el que puede exigir mayor retribución? Seguramente que es el que da mejores consultas y gana más pleitos. Esto por lo que hace al talento. Entre dos cajeros ¿no es acaso el de mejor conducta el que inspira más confianza y por el que se hacen mayores sacrificios? Esto por lo que respecta a la virtud. Lo que decimos del abogado ¿no puede igualmente aplicarse a los artistas, a los sabios, a los literatos, etc.? Lo que decimos del cajero ¿no se aplica igualmente a todas las profesiones para las que se necesita lealtad, celo, rectitud, templanza, etc.?

Tal es la regla: las excepciones, muy numerosas ciertamente, que podrían citarse serían por lo común sacadas de las industrias y profesiones organizadas de un modo irregular, en forma de monopolio, fuera del derecho común y del principio de libertad.

410. Pero, para que el capital moral sea recompensado en razón directa de su utilidad y de su valor económico, es preciso que ese valor sea reconocido por la sociedad o por los individuos de la sociedad que tienen necesidad de él. Decimos valor económico, porque hay talentos que pueden tener un altísimo valor en su género y un valor mínimo en cambio, únicamente porque no tienen una grande utilidad. Un profunda inteligente en tulipanes, un sabio versadísimo en la lengua de los pueblos con quienes ningún género de relación tenemos ni hemos tenido nunca, el autor de una catedral gótica hecha con plumas de gallo, son mal pagados, porque lo que saben producir satisface poco las necesidades de la sociedad, y no posee sino en un grado muy inferior el primer elemento del valor de las cosas, que es la utilidad. Analícese bien la posición de los talentos arrinconados, y se verá que casi siempre ahí está todo el secreto de su posición precaria en medio de los demás hombres. Muy raro es que verdades útiles y fecundas se presenten clara y positivamente formuladas al nacer, y que sus autores sepan y puedan dar a conocer de pronto sus ventajas reales y tangibles; de suerte que éstos tardan bastante en sacar de ellas un valor en cambio proporcionado. Este fenómeno económico depende de la marcha de todas las cosas acá en la tierra y de la naturaleza del hombre; si el hombre de genio muere pobre e ignorado no es culpa del medio social en cuyo seno se produce; es porque ha venido al mundo demasiado pronto. ¿Por qué? Sólo Dios lo sabe. Obsérvese, sin embargo, que esas injusticias de la suerte disminuyen a proporción que se van difundiendo las luces.

411. Al investigar el fundamento del valor en cambio de los productos del talento, es decir, de los réditos que pueden y deben proporcionar, es preciso tener presente, que el valor de aquellos productos, cuyo primer fundamento es su utilidad, se regula también por la ley de la oferta y del pedido, combinada con la de los gastos de producción.

En completa igualdad de circunstancias, el talento76 que más ha costado de adquirir es el que se hace pagar más; lo mismo exactamente sucede con el talento más pedido y menos ofrecido, o sea el más raro, el menos común. Cuando vemos un gran talento reducido a darse por poco precio, sucederá infaliblemente una de estas tres cosas: o el posesor de ese talento querrá hacer de él un don a los hombres por filantropía, por amor a la gloria, etc., o bien los productos de ese talento se verán ofrecidos en gran cantidad por sabios o artistas del mismo orden, o bien, por último, no satisfarán más que un cortísimo número de necesidades77.

412. Hemos visto que la utilidad que está al alcance de todo el mundo no tiene valor cambiable: en la jurisdicción de la inteligencia sucede lo mismo con la utilidad que no puede dejar de producirse. Supongamos una invención tan obvia, tan terminante, tan fácil de comprender, que baste manifestarla para que todo el mundo la conozca y pueda servirse de ella sin necesidad de proporcionársela por medio de un cambio; es evidente que nadie querrá hacer sacrificios por una cosa tan fácil de obtener; entonces interviene la sociedad y vota recompensas nacionales. Un acto de gran valor que ha salvado a un país, un acto de virtud que le honra y le moraliza, no tienen valor en cambio, aunque están dotados de una inmensa utilidad. Del mismo modo el aire, útil hasta el punto de ser indispensable, no tiene precio alguno: nadie lo compra.

413. Los inconvenientes de una profesión aumentan su rendimiento. Adan Smith ha observado que si ciertas profesiones, como las de cómico y bailarín, etc., son más pagadas que la de un sabio, consiste, entre otras cosas, en que estas profesiones no tienen en la sociedad la misma consideración; en efecto, se ve que a medida que se va modificando la opinión en este punto, una competencia cada vez mayor hace disminuir el valor de los artistas que no poseen un talento extraordinario, un verdadero monopolio. Por el mismo motivo la profesión de pocero, que presenta notables desventajas, no obtiene más que una retribución próximamente igual a la de las demás profesiones manuales.

414. La seguridad del rédito disminuye el tanto de ese rédito, la inseguridad le aumenta. Los empleados que están seguros del pago se contentan con sueldos reducidos; al paso que los trabajadores, que siempre están dudosos sobre el resultado de sus operaciones, suelen ganar mucho más.

Pero no hay que confundir esa inseguridad sobre la cuota del rédito con las variaciones extremas de las especulaciones aventuradas. El que se dirige al azar no se puede decir que trabaja, ni siquiera que especula: lo que hace es jugar; y J. B. Say observa con razón que, en suma, las profesiones azarosas no están mejor retribuidas que las demás.

415. Cuando la riqueza aumenta, el trabajo es más buscado y los jornales suben: al mismo tiempo, como los capitales aumentan con la riqueza, éstos se ponen en competencia, y los provechos bajan; pero hay, sin embargo, casos en que los capitales abundan sin reclamar la cooperación de los trabajadores. Esto ha sucedido siempre que los capitalistas han sido víctimas de especulaciones arriesgadas.

Es cualidad ingénita en el capitalista ser codicioso de lucro y muy crédulo: las promesas le seducen fácilmente, pero una vez libre de la celada, se vuelve por mucho tiempo medrosísimo; el capitalista francés es el prototipo de este género. Este fenómeno y estas crisis se reproducen regularmente siempre; pero estas últimas no tendrán una larga duración sino en tanto que no se den sanas ideas sobre la ciencia de la riqueza a todas las clases de la sociedad, llamadas a tomar parte en los negocios de la industria, ya como trabajadores, ya como capitalistas, ya como terratenientes.

416. En resumen, la repartición de los beneficios sociales se hace, en la sociedad actual, bajo la influencia del principio de propiedad y con arreglo a las leyes que regulan la variación del valor.

A medida que la civilización va caminando, la sociedad se enriquece en cosas y en ciencias, es decir, el capital se eleva; la igualdad de accidentes, la igualdad de talento, la igualdad de sentimientos se introducen entre los hombres78. La tierra no aumenta, es cierto, pero su cultivo y sus productos se mejoran continuamente; en fin, el trabajo se perfecciona, se hace más sencillo y más fácil y produce más con menos sudores. Todos estos resultados son infalibles, si la población se modera de modo que no exceda del límite de las subsistencias. En el momento presente, los propietarios de las tierras, de los capitales y de algunos talentos dominan el mercado: los hombres que no tienen en su posesión más que el instrumento del trabajo, más numerosos, demasiado numerosos sin duda, se ven precisados a pasar por las condiciones que los imponen los demás hombres.

417. Terminaremos este capítulo con un cuadro que recordará sinópticamente el mecanismo de la repartición.

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Fácil sería manifestar cómo concuerda este modo de repartición con los modos recientemente propuestos, o cómo se diferencia de ellos.




ArribaAbajoCapítulo XV

Del rendimiento del trabajo, o de las retribuciones.


I. Clasificación de los réditos del trabajo. -II. De la retribución del empresario. -III. De la retribución del obrero. -IV. De la retribución del sabio. -V. Retribución de los trabajadores organizados en monopolio.

§. I. Clasificación de los réditos del trabajo.

418. Hemos dado al rédito o rendimiento del trabajo el nombre de RETRIBUCIÓN, propuesto por M. Rossi. El salario de los criados, el sueldo de los empleados, los derechos de los abogados, de los médicos, de los artistas son también retribuciones (83).

Hay dos partes muy distintas en los derechos obtenidos por ciertas profesiones: la parte correspondiente al trabajador, considerado como tal, y la que le corresponde como capitalista; la retribución no debe comprender más que la primera. Del mismo modo algunos escritores confunden en el provecho la retribución del trabajo del empresario propiamente tal, es decir, del que dirige una empresa en una de las tres grandes industrias, con el provecho o interés del capital que emplea, y conviene mucho evitar esa confusión.

Pero como es imposible separar claramente en la repartición la retribución debida al trabajo ordinario de la retribución que corresponde al talento o capital moral de un operario diestro, de un empleado capaz, de un artista eminente, de un médico hábil o de un empresario entendido, la palabra retribución comprende forzosamente estos dos elementos de rédito.

§. II. De la retribución del empresario.

419. Hemos visto que para ser empresario, es preciso tener juntamente un talento o aptitud cualquiera y capitales, es decir, un capital moral y un capital inmaterial: estas dos condiciones son siempre difíciles de llenar (60, 63).

420. Además de los conocimientos especiales de su profesión, dice J. B. Say79, «necesita tener criterio, constancia y cierto conocimiento de los hombres; debe poder apreciar con alguna exactitud la importancia de su producto, la necesidad que habrá de él, los medios de producción de que podrá disponer. Es preciso hacer que ponga manos a la obra un gran número de individuos; es preciso comprar o hacer comprar primeras materias, reunir operarios, hallar consumidores; se necesita tener una cabeza capaz de cálculos, capaz de estimar el precio de producción y de compararlo con el valor del producto terminado. En el trascurso de todas estas operaciones hay obstáculos que vencer, que exigen cierta energía; hay inquietudes que soportar, que piden entereza; hay desgracias a que hacer frente, para las cuales se necesita travesura y ser hombre de recursos. En fin, el oficio de empresario exige, en quien se dedique a él, mucha inventiva, es decir, el don de discurrir a un mismo tiempo las mejores especulaciones y los mejores medios de realizarlas».

La reunión de todas estas cualidades es menos común que la de las que necesita el hombre que ejecuta las órdenes que se le dan.

421. No es menos difícil de reunir el capital por medio del empréstito, de la asociación o del crédito. Para tener crédito es preciso que el empresario posea, no sólo todas las cualidades que pueden tranquilizar a un prestamista, lo cual excluye a cierto número de hombres de la posibilidad de encontrarle; mas también es preciso que esas cualidades sean reconocidas por hombres que tienen dinero que colocar, y acaso esta condición excluye todavía a muchos más. Hay una multitud de hombres que tendrían la aptitud y la probidad necesarias para ser unos excelentes directores de empresas; pero sus dotes permanecen sepultadas en la oscuridad, o a lo menos no son conocidas más que de personas incapaces de adelantarles fondos. ¿Han de ir a ponderar ellos mismos lo mucho que saben? ¿A protestar de su moralidad? Todos los charlatanes, todos los intrigantes pueden expresarse en los mismos términos. (Say.)

Un hombre de mérito y de probidad se recomienda por sus actos; pero para obrar, para dar pruebas de sus intenciones, de su capacidad, seríale preciso tener ya lo que trata de obtener: un capital.

422. Por último, el oficio de empresario tiene un tercer inconveniente; el empresario se ve obligado a correr los azares de la producción, azares que no corren el sabio y el obrero, los cuales reciben inmediatamente el precio de sus servicios.

423. Estas tres causas, siempre reunidas, dan por resultado el alza de la retribución de trabajo y del talento de los empresarios, que es preciso no confundir, lo repetimos, con las otras partes del rédito que perciben, con el interés o provecho de los capitales materiales que emplean.

§. III. De la retribución de los obreros.

424. Los empresarios emplean a otros empresarios y a obreros.

El obrero u operario es el hombre que ejecuta servilmente una obra corriente, tal cual se le encarga por un maestro y con arreglo a métodos conocidos que han sido objeto de un aprendizaje. Esta designación comprende al obrero que trabaja en un taller, en una tienda al lado del maestro y a aquél a quien se confía una cierta cantidad de materias que él confecciona en su casa.

Muchas veces el obrero que trabaja en su casa suministra la materia del producto, como en la fabricación de los tejidos de lienzo, de la mercería, de las cajas, de los abanicos, etc. Estos obreros son, en rigor, unos empresarios en pequeño; pero sus provechos como empresarios son tan mínimos que no hay inconveniente en confundirlos con la clase obrera. Además, ya lo hemos dicho, el obrero que tiene crédito para el alquiler de su casa y una o dos herramientas, debería igualmente clasificarse entre los empresarios, lo cual sería, en verdad, abusar de las palabras.

425. Sin embargo, podemos dividir a los obreros en simples jornaleros, braceros o peones y en oficiales. Son jornaleros o braceros todos aquellos que pueden ejercer su oficio sin ningún aprendizaje o después de un aprendizaje brevísimo y poco o nada costoso, como cavar la tierra, machacar drogas, acarrear espuertas de cal, etc.

426. Aquí, no hablamos más que de los obreros propiamente tales; pero en cada profesión hay el trabajo ordinario, que todos saben desempeñar, y varios grados de trabajos, que necesitan aptitudes y talentos diversos.

En toda empresa hay hombres que desempeñan un trabajo sencillo y corriente, y otros que están precisados a apelar a una orden de ideas más imprevistas, más complexas: ahora bien, todo trabajo fijo, determinado, definido, corriente es obra del jornalero, ya tenga que limar hierro, ya que resolver ecuaciones, ya que acepillar madera o llevar una teneduría de libros, etc., etc.

427. En vista de cuanto queda dicho (416), fácil es comprender cuál es la ley de retribuciones. Las retribuciones suben y bajan en razón inversa de la cantidad del trabajo ofrecido por los obreros, y en razón directa de la cantidad pedida por los empresarios. El trabajo presta, en efecto, servicios cuyo precio varía por las mismas razones que el de los demás servicios productivos; es decir, que cuando se presentan muchos obreros para hacer una pequeña cantidad de trabajos, como sucede en invierno, los jornales bajan; y alzan, por el contrario, en las demás estaciones, y sobre todo en verano, cuando los empresarios tienen muchos trabajos que encargar.

Puede, por consiguiente, decirse también que la tarifa de las retribuciones depende de la cantidad de capital disponible, porque el capital alimenta el trabajo, y la cantidad de éste regula las retribuciones.

428. Una mala cosecha, una crisis, restringen el consumo; los empresarios hacen trabajar menos, los jornales bajan, y por otra parte, muchas veces las subsistencias aumentan en razón de la escasez.

429. Los jornales de los braceros no pueden bajar de aquella cuota natural que les es absolutamente necesaria para subsistir, de lo contrario desaparecen del mercado hasta que se disminuye su número lo bastante para que el pedido de trabajo haga que vuelvan a subir los jornales. Por otra parte, en el estado actual de las costumbres de las clases pobres, tampoco pueden los jornales exceder notablemente de aquella cuota, porque el exceso de población aumenta la oferta del trabajo y produce por necesidad la baja de los jornales80.

430. El trabajo de los oficiales, o sea de los hombres que saben un oficio, es siempre algo más caro, y su retribución comprende la del jornalero y una parte del provecho afecto a su habilidad, a su talento. Sin embargo, su retribución oscila alrededor de la cuota que les es necesario para mantenerse ellos y sus familias.

431. En las épocas de suma escasez, el oficial sufre menos que el simple bracero, porque puede entrar en competencia con éste, y éste nunca puede competir con él ventajosamente.

432. En virtud de este análisis81, fácil es deducir en cuán lastimoso estado debe hallarse la clase más numerosa del pueblo, la que cultiva los campos, fabrica los productos, defiende el territorio, en suma, la que forma la base de la nación, y es, digámoslo así, aquella en que van a templarse las otras para salir de este modo más vivaces y más profundas.

433. Si es cierto que el maestro y el obrero se necesitan uno a otro, es también evidente (y en esto no hacemos más que sentar simplemente con J. B. Say un hecho) que los empresarios ejercen una especie de monopolio natural con respecto a los obreros, por la razón de que los empresarios hallan casi siempre todos los obreros que necesitan, al paso que los obreros no siempre tienen, ni con mucho, tan ancho campo para elegir.

Pero las relaciones generales que regulan las relaciones de los provechos con los jornales no están todavía suficientemente indicadas, y la explicación de sus respectivas oscilaciones sería un gran paso dado hacia una asociación más equitativa entre todos los trabajadores.

§. IV. De la retribución del sabio.

434. Hay sabios que descubren verdades desconocidas, que inventan, y se los llama hombres de genio, cuando la verdad que ellos ven los primeros abre una senda nueva al progreso del linaje humano; hay sabios que hacen aplicaciones nuevas de las verdades conocidas; hay, en fin, sabios que vulgarizan las ciencias.

A los ojos del economista, el sabio es el que se ocupa, ya en las ciencias físicas y matemáticas, ya en las ciencias morales y políticas, ya en la literatura o en las bellas artes.

435. La propiedad intelectual del sabio no está exactamente definida, y la sociedad se limita a conceder un privilegio temporal al autor de un método, de una obra literaria, de un patrón de dibujo, etc. A veces, sin embargo, compra esa propiedad por medio de una distinción honorífica, de un empleo lucrativo, de una recompensa pecuniaria; pero lo más común es que deje al sabio producir su obra y correr todos los azares de esta producción.

Aquí no hacemos más que sentar los hechos: no entra en nuestro plan desentrañar cuestiones tan complexas.

436. El trabajo del sabio se diferencia del de todos los demás trabajadores en que cada uno de sus servicios dura eternamente. Desde el momento en que ha publicado un hecho, una ley, un método, el adquiriente puede usar de él todas las veces y por todo el tiempo que la acomode, sin necesidad de recurrir a las luces del sabio. Además, la idea científica acaba siempre por caer más o menos en el dominio del público; de donde resulta que en nuestro estado social nada es más raro que un sabio que se enriquece únicamente con las ciencias, a menos de que se tase esa riqueza en aprecio y consideración.

437. Nuestro estado social está, pues, en desacuerdo con las doctrinas de los que quisieran recompensar a los trabajadores en razón directa de sus capacidades, pero más en armonía con la doctrina comunista, que tiende a limitar la aristocracia del talento, y a no darlo más que una sobre-recompensa de consideración, en virtud del principio de que un Newton no necesita comer más que cualquier otro productor, y de que bastante fortuna tiene ya en ejercer un monopolio tan brillante.

438. No es difícil comprender que la imprenta y la libertad de las sociedades modernas, permitiendo una gran competencia en la clase de los sabios, hayan reducido mucho sus provechos, y se observa que esos provechos no se conservan en una cuota alta, sino en los ramos útiles en que, a consecuencia de las dificultades o de cualquiera otra causa, el número de los sabios es todavía muy reducido.

439. Otra razón tiende a mantener a bajo precio los servicios del sabio. El atractivo inherente a las investigaciones científicas, la honra y fama que a ellas van anejas, son causa de que esa clase de trabajadores esté menos sometida a la consideración del provecho pecuniario; y más de un trabajador se encuentra suficientemente recompesado con el honor y el placer que experimenta en vulgarizarlas, porque del mismo modo que los provechos materiales desarrollan lo que los frenólogos llaman el órgano de la adquisitividad, así la acumulación de los elogios y de los honores hace al sabio codicioso de alabanzas82.

§. V. De la retribución de los trabajadores organizados en monopolio o que no están sometidos al régimen de la competencia.

440. De la mayor o menor necesidad que tiene la sociedad del trabajo de los sabios, de los empresarios y de los obreros, o del mayor o menor número de éstos, resulta una oscilación que regula, mediante la ley de la oferta y el pedido, la retribución de todos esos trabajadores; pero hay profesiones en que no existe esa competencia: tales son las que producen servicios para la nación.

En nuestro estado social, esos servicios están peor pagados que los servicios libres: tales son los de los marineros, los soldados, los magistrados, etc. Salvo el abuso de las acumulaciones de algunos altos empleos, de algunas verdaderas prebendas, sería justo, si se pudiese, retribuir mejor a estas últimas clases de trabajadores útiles.




ArribaAbajoCapítulo XVI

Del rédito del capital o de los productos.


I. De los proyectos en general. -II. Del provecho llamado interés del dinero, y de la usura.

§. I. De los provechos en general.

441. Entendemos especialmente en este capítulo bajo los nombres de capital y capitales todo instrumento artificial de trabajo obtenido por el ahorro, por un trabajo acumulado, a saber: las máquinas, las herramientas, las monedas, las provisiones, las primeras materias, los edificios, los muebles, etc.

442. Del mismo modo que el jornal del obrero comprende la retribución del trabajo y la del talento, así el rédito del empresario encierra la retribución de su trabajo y el provecho del capital que emplea. De este último rédito, del rédito del capital propiamente tal, es del que vamos a hablar ahora.

443. Los capitales siguen la ley de la oferta y del pedido: reciben un rédito más considerable allí donde son más necesarios y abundan menos. Dicho rédito o rendimiento está también en proporción con los riesgos que se corren; así, la prosperidad de un país, la instrucción general, que disminuyen los azares de pérdida, tienen por objeto hacer bajar los provechos de los capitales.

444. Se ha observado que los rendimientos del capital son muy diversos en la superficie de un mismo país, lo cual depende de que los capitales mudan difícilmente de sitio: la imperfección de las vías de comunicación, la ignorancia y la falta de confianza dejan estacionarios a los capitales en una localidad, en una industria. Se hacen una guerra encarnizada en un punto, y en otros, por el contrario, prefieren renunciar a sus legítimos provechos.

Los vicios de la organización social, unas costumbres intolerantes, una mala política, disminuyendo la facilidad y la seguridad de las colocaciones, pueden elevar el precio del servicio que presta el capital; por eso son más raros y están más caros los capitales en Turquía, en Rusia y en España que en Francia o en Inglaterra.

445. Otra observación: los capitales ya destinados, por lo mismo que están más expuestos, a causa del tiempo que se requiere y de las dificultades que hay para recobrar su valor, se alquilan a un precio más alto.

446. Se ha puesto en tela de juicio si, con un sistema de prosperidad cada vez mayor, el alquiler de los capitales acabaría por bajar a cero; pero lo que siempre impedirá este resultado es los consumos y las disipaciones a que renunciarán sin duda los propietarios cuando el servicio de los capitales no cueste gran cosa, así como también las innovaciones de toda especie, para las que serán necesarios los capitales. Yendo éstos siempre en aumento, el motivo que impulsa a acumular va necesariamente disminuyendo; pero no hay, en realidad, ningún grado asignable en que el motivo que mueve a acumular llegue a ser absolutamente nulo. Como quiera, cuestión es ésta que no merece la pena de discutirse.

§. II. Del provecho llamado interés del dinero.

447. Cuando se prestan capitales, se evalúan en moneda corriente, y el provecho se llama interés del dinero. Este interés se evalúa a tanto por ciento.

448. Cuando se presta dinero, se presta un instrumento; el provecho de este instrumento se fija por la naturaleza de las cosas y por la libre discusión entre el prestamista y el prestamero. En unas partes es 1 p. %, en otras 5 ó 6, en otras 15 ó 20, lo mismo que sucedería con la tierra, con los demás capitales, con el trabajo, si fuera posible estimar el valor intrínseco de estas cosas en metálico.

449. Partiendo de este punto de vista natural, es fácil apreciar en su justo valor la preocupación vulgar que representa al interés exigido por el prestamista, como una extorsión únicamente fundada en las necesidades del prestamero.

La moneda, dicen, no da por sí ningún fruto, y el interés no es legítimo sino en cuanto el prestamero no está obligado a reembolsar el capital, porque en este caso el interés es un reembolso parcial de los fondos. Cierto es que los pesos no se reproducen, pero no por eso dejan esos pesos de ser un capital; ahora bien, un capital, sea el que fuere, supuesto que presta servicios y es útil, tiene un valor con el cual se producen otros valores, y su interés es muy legítimo. El que alquila, paga el alquiler del instrumento que se le presta.

Esta preocupación tiene un origen católico; la mayoría de los teólogos le ha sostenido en centenares de volúmenes, y fuerza es reconocer, con M. de Sismondi, que esta doctrina ha contribuido a mantener a los países católicos en un estado de riqueza inferior a los demás. Claro es, como hemos dicho, que con la falta de estimulantes el ahorro y la acumulación de los capitales se limitan naturalmente, y los capitalistas propenden más a la disipación y a la desmembración de ese instrumento de trabajo83.

450. Las diversas causas que influyen sobre la tarifa de los provechos influyen también sobre la del interés. Recordemos las dos principales:

1.ª El riesgo que corre el prestamista, que percibe de este modo, con el precio del servicio del capital, una prima de seguro.

2.ª El pedido y la oferta de los capitales que hacen oscilar su alquiler, como el de todos los valores.

451. En Francia y en España existe, merced a la teoría de la Iglesia84, una ley reglamental que prohíbe al prestamista exigir más del 5 p. % en las transacciones civiles, y arriba del 6 p. % en las comerciales, siendo infamado con el dicterio de usura todo préstamo hecho a un tanto más alto que el llamado legal.

452. Esta ley es absurda, porque es, como hemos visto, contraria a la naturaleza de las cosas, porque favorece lo que debe impedir. Vamos a probarlo.

Muchos prestamistas, no queriendo exponerse a las penas de la ley ni prestar al tanto que ella señala por límite, y que conceptúan insuficiente, no alquilan sus capitales, con lo cual los usureros ejercen un verdadero monopolio, y se hacen pagar en razón de la poca competencia que encuentran en el mercado y de los riesgos que corren.

453. Pero, en este estado de cosas, la usura es todavía, justo es decirlo, útil a los prestameros o deudores. Pongamos un solo ejemplo: un comerciante contaba con 1,000 pesos para satisfacer un pagaré; esta suma no debe llegar a sus manos hasta algunos días después del vencimiento de su obligación; es evidente que el que acude en su auxilio, prestándosela y evitándole los gastos y el descrédito que le ocasionaría un protesto, le hace un servicio mayor que el que le rehúsa su capital, cualquiera que sea por lo demás la cuota del interés que le reclama el prestamista: al deudor es a quien le toca calcular si el sacrificio que se le exige vale más o menos que el que haría no tomando dinero a préstamo85.

454. Pero, responden algunos, el usurero puede conocer la posición del deudor y abusar de ella. Desgraciadamente esto es muy cierto, y el usurero obra entonces como un hombre que, antes de salvar a otro que se estuviese ahogando, le hiciese prometerle una gran suma. Toda la cuestión estriba en averiguar si la ley impide esta rapiña, y la experiencia demuestra que no la impide. Algunos establecimientos del Gobierno, como por ejemplo, el Monte-Pío, ejercen la usura; los banqueros la ejercen también cuando toman una comisión y provechos a más del interés; los notarios y escribanos facilitan la usura en los contratos, y los particulares la practican entre sí. Lo repetimos: el único resultado que produce la ley es ahuyentar los capitales, abandonar el mercado a las malas artes y al saqueo de los más atrevidos, que practican la usura con tanta más desfachatez, cuanto son menos numerosos y están más expuestos a recibir el castigo que merecen; hay más, y es que hace extensiva cierta idea de vituperio a todas las clases de prestamistas, y ejerce de este modo una funesta influencia sobre todas las transacciones mercantiles. La libertad en los negocios, que traerá consigo los buenos efectos de la competencia, la instrucción de los trabajadores, que les permitirá descubrir el fraude, son hoy, como en todos tiempos, los mejores principios que puede consagrar la ley.

455. En suma, no hay usurero vituperable más que el que abusa de la irreflexión de un calavera o de la triste situación de un productor; y en este último caso ¡cuántos compradores son usureros, aprovechándose de los apuros de los vendedores!

456. Turgot legitima el oficio de prestamista a la semana, que consiste en prestar pequeñas sumas por pocos días, cobrando algunos cuartos, verbi gracia, por cada pieza de veinte reales. El interés debe ser alto en tal caso, porque se aventura el capital, y es legítimo, porque permite a una serie de revendedores realizar beneficios importantes, que serían imposibles con la rigidez de los prestamistas, que se contentan con un 5 por 100, pero que exigen hipotecas.

Bástanos haber indicado los principios; pero todo comerciante, todo capitalista, todo legislador debe profundizar este asunto y leer las excelentes Memorias de Turgot y de Bentham86 sobre esta gravísima cuestión, que puede dar una muestra de los tristes resultados de los reglamentos en la jurisdicción de la riqueza.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Del rédito de la tierra.


I. Del rendimiento de las tierras. -II. Del arriendo. -III. De la cuota del interés del capital empleado en la compra de las tierras.

§. I. Del rendimiento de las tierras.

457. Al completar la noción de la tierra (cap. XI) hemos debido investigar la naturaleza de la renta87 o del rendimiento, que se ha definido «la diferencia entre el precio natural y el precio corriente en el mercado de los productos agrícolas.»

Si la doctrina que hemos expuesto es verdadera, de ella resulta que la renta del posesor del suelo, cuando nada contraria la marcha natural de las cosas, debe ser idéntica a aquel rendimiento.

458. Es preciso confundir con la tierra los capitales que se han fijado con ella (212) bajo formas muy variadas de nivelaciones, de desmonte, de canales, de zanjas, de edificios, de plantíos, etc.88, que la han mejorado y hecho ser más productiva; de aquí se deduce que el propietario de esas tierras debe hallar, en la renta que percibe, siempre que haya echado bien sus cuentas al hacer aquellas mejoras, el interés del capital que ha empeñado al precio corriente de los intereses de esa especie de capitales, más la amortización del suyo; en fin, es también consiguiente que una vez amortizado ese capital, su rédito debe confundirse con la renta lisa y llana (69).

459. La renta del propietario se diferencia esencialmente de las retribuciones que se pagan al operario por su trabajo o al empresario por el beneficio de los adelantos hechos por él, en que estos dos últimos géneros de retribución son la indemnización, el primero de un afán, trabajo o molestia que uno se ha tomado; el segundo de una privación y de un riesgo a que se ha sometido en vez de que el propietario recibe la renta gratuitamente y sólo en virtud de una ficción de la ley que reconoce y sostiene en ciertos individuos el derecho de propiedad.

460. Cuanto más aumenta la sociedad en población y riqueza más pedidos son los productos de la tierra y más numerosos los equivalentes que se ofrecen en cambio; más aumenta también, por consiguiente, la renta del propietario en cantidad y en valor; porque así como todo otro objeto útil al hombre se paga tanto más caro cuanto es más pedido y menos ofrecido, el instrumento-tierra es tanto más pedido cuanto el territorio en que se halla está más poblado y es más productivo. Entonces, en efecto, hay más necesidad de los productos de la tierra; y al mismo tiempo cada individuo tiene más medios para comprarlos.

461. El estudio y la feracidad de las tierras son los que determinan en el mismo distrito la cantidad de los servicios que, pueden prestar. Hay circunstancias particulares que hacen a ciertos terrenos más propios que otros para ciertas producciones, pero sólo por una casualidad puede aumentarse el rendimiento de súbito y de un modo natural, por el descubrimiento de un manantial o de una mina, por el paso inesperado de un camino, o por cualquier otro accidente de que el propietario tiene muy buen cuidado de aprovecharse.

462. Siendo la tierra una cosa limitada, resulta que la oferta de las tierras es forzosamente limitada más bien que el pedido; esto es indudable. Sin embargo, parece que esta oferta no ha de ser de suyo limitada mientras existan en el globo terrenos incultos, y lo que es en teoría nada hay más cierto; pero sabido es que la lejanía de las tierras o su difícil acceso, que aumentan extraordinariamente los gastos de cultivo, equivale a la esterilidad, y que por lo mismo esas tierras no pueden entrar en competencia con las otras. Por igual razón, la proximidad de una capital, de un camino, de una salida, en fin, equivale a un verdadero monopolio.

463. De este modo de considerar el plusvalor que adquieren ciertas localidades, y de la teoría de la renta, resulta que los propietarios nada tienen que reclamar de la sociedad, cuando en otras circunstancias desaparece el monopolio, cosa que continuamente, estamos viendo a consecuencia de la perfección a que por días van llegando las vías de comunicación. También se puede con lo dicho apreciar en su justo valor la singular pretensión de los labradores que, so pretexto de que la libertad del comercio de cereales disminuiría el producto de las tierras, se oponen a los progresos de la industria comercial89.

464. Si hay, pues, terrenos baldíos, como ya hemos visto que la población se aumenta siempre al mismo tiempo que las necesidades, es porque faltan los capitales necesarios para cultivarlas, o bien porque son bastante ingratas para que su producto no dé ningún provecho, y no pague tan siquiera los adelantos hechos para el cultivo. En resumen, también la tierra más productiva, no es solamente la más feraz, sino además la que está al alcance de los consumidores más ricos y más numerosos.

§. II. Del arriendo.

465. Cuando el posesor del terreno no dirige por sí mismo su laborío, saca de él, alquilándole, un rédito a que se da el nombre de arriendo.

Hemos dicho que la tierra no entrega todo el producto que puede dar sino con la acción de otros dos instrumentos, el trabajo y el capital, que se incorporan con ella de cien modos diversos (338). Por consiguiente, el empresario debe hallar en la suma de los productos que obtiene cuando emplea la tierra: primero, la retribución de todos los trabajadores, incluso la suya propia, y los demás adelantos que ha hecho; segundo, el provecho o interés del capital que la ha servido para hacer los adelantos necesarios; tercero, el arriendo que se ha comprometido a pagar al propietario.

466. Ahora bien, este arriendo, ya lo hemos dicho, no debe confundirse con la renta. Estas dos variedades de réditos pueden ser idénticas, y también diferenciarse entre sí.

Económicamente, no corresponde al propietario más que la renta, tal cual la hemos definido (356 y 407); pero cuando el arrendatario, colono o inquilino, bajo cualquier título, suscribe una escritura de arrendamiento, corre el azar de beneficiar una parte de aquella renta, o bien de hacer beneficiar a su arrendador una parte de su propio provecho como capitalista, y aun de su retribución como empresario y trabajador.

En realidad, cuando el propietario exige por aquel arrendamiento más que la renta, y si el colono lo concede, no tarda éste en ver que debe buscar un empleo mejor de su trabajo y de su capital. Esto no obstante, las traslaciones de industrias y de capitales son más difíciles en la agricultura que en la industria fabril, y que en el comercio, sobre todo.

467. El aumento de la población, excitando la competencia de los empresarios (en pequeño o en grande) y de los trabajadores agrícolas, tiende a hacer subir el alquiler de las tierras o el arriendo, a más de lo que importa la renta natural; por consiguiente, el análisis económico nos conduce siempre a este principio fundamental, a saber: que la población, siguiendo los progresos de la industria, no puede exceder de lo que consienten los límites de éstos, sin acarrear por una necesidad fatal los privilegios de un corto número y la desgracia de todos.

468. Lo que produce también el mismo efecto, esto es, el exceso del arriendo sobre el renta, es la elevación de los aranceles de aduanas, la dirección irregular o abusiva de una vía de comunicación, una contribución mal repartida, estímulos ininteligentes, o cualquiera otro empleo desacertado de la dirección administrativa y económica.

469. Pueden también influir excepcionalmente sobre los arrendamientos las costumbres, más fuertes que los intereses: así se ve a algunos colonos perseverar fieles a heredades que no producen ya lo que por ellas se paga en arriendo, y a algunos propietarios que se obstinan en no alterar los precios de arrendamiento que señalaron sus padres y sus abuelos.

§. III. De la cuota del interés del capital empleado en la compra de las tierras.

470. No es raro ver confundida la renta, no sólo con el arriendo, mas también con el interés de la suma consagrada a la adquisición del fundo. Esta confusión es causa de muchos errores.

Si el arriendo asciende, verbi gracia, a 20,000 rs. en un fundo comprado por 20,000 duros, el propietario que tiene 20,000 rs. de rédito o de renta, como vulgarmente se dice, calcula muy mal si creo que el rédito de su fundo es de 5 por 100. Es posible, en efecto, que al concluirse el arrendamiento haya entre los colonos o inquilinos menos competencia, y no le ofrezcan por arriendo más que la diferencia exacta entre sus gastos de producción y el valor de los productos, y si bien esta diferencia puede ser mayor, también puede ser menor de 20,000 rs.

Supongamos ahora que el arriendo de esa finca sea doble de la renta: supongamos que la especulación se precipite, hacia la compra de tierras, y que un hombre consienta comprando esa finca, en colocar su capital a 2 ½ p. %; pagará por ella 40,000 duros; pero supongamos también, y esto se ve todos los días, que los arrendamientos en la localidad que tomamos por ejemplo hayan subido de precio a consecuencia de un privilegio, de un monopolio, de una tarifa, por ejemplo, que impida la entrada de los productos similares; por más que el propietario diga que no tiene más que una renta de 2 ½ p. %, la economía política tendrá siempre derecho para responderle: Cobras más de lo que te corresponde, y te has engañado si confundes el arriendo con la renta material de la finca que te han vendido.

Por consiguiente, la cuota del interés de la suma consagrada a la compra de un terreno, no obstante que se confunda con la renta y el arriendo, es siempre una cosa distinta. Comprar un terreno es comprar su renta más o menos bien representada por el arriendo: haciendo semejante operación, puede uno, si ha apreciado mal la renta o las eventualidades del arriendo, encontrar su capital colocado a una cuota inferior a aquella con que había contado cuando tomó por base el arriendo.

Es natural creer que el valor venal de las tierras está en proporción de su rendimiento; pero se ha visto que ese valor puede a veces aumentar más rápidamente que la renta o el arriendo. Con frecuencia oímos decir que, tal o cual terreno produce hoy menos que a principios de este siglo, lo cual no siempre significa que la tierra ha perdido parte de su feracidad, y que el rendimiento ha disminuido, sino que el valor venal de la tierra ha acumulado más que el valor intrínseco. Este aumento corresponde a un pedido mayor de tiempo, resultado de una tendencia particular y momentánea de los capitales tímidos que, no osando lanzarse a los azares de la industria y del comercio, se refugian, digámoslo así, en la compra de tierras, lo cual, en resumen es un mal, por la razón, entre otras, de que los capitales que perseveran mucho tiempo en la misma industria, en la misma casa, tienen, a más de su valor virtual y absoluto, una inteligencia y una práctica de los negocios que los hace más provechosos.

471. La tierra, ya lo sabemos, es un instrumento sui generis, que se diferencia esencialmente de los capitales; pero esta diferencia no impide a los que la poseen tener una grande analogía con los demás capitalistas.

Oigamos a un gran propietario que ha sido uno de los más profundos pensadores de nuestra época:

«No hay términos con qué expresar cuán extraño es, dice Destutt de Tracy90, que todos los hombres, y especialmente los agrónomos, no hablen de los grandes propietarios de tierras sino con un amor y un respeto verdaderamente supersticioso; que los consideren como las columnas del Estado, el alma de la sociedad, los padres de la agricultura, al paso que, por lo común, prodigan el horror y el desprecio a los prestamistas de dinero, que prestan exactamente el mismo servicio que ellos. Un rico hacendado que acaba de arrendar su cortijo a un precio exorbitante se cree un hombre muy hábil, y lo que es aún más, muy útil; ni la más leve duda le queda en punto a su escrupulosa probidad, y no echa de ver que hace exactamente lo mismo que el más desalmado usurero, a quien escarnece y vitupera sin empacho ni compasión. Acaso su mismo colono, a quien arruina, tampoco advierte esa perfecta semejanza; tanto se dejan alucinar los hombres por el prestigio de las palabras.»

Bastan estas consideraciones para manifestar la profundidad del descubrimiento de Ricardo, y lo importante que sería difundir la enseñanza de las verdades económicas; con esto sólo se lograría desarmar al error que se ostenta arrogante con pretensiones de teoría legítima, y cuyos inconvenientes son tanto mayores, cuanto casi siempre ese error procede de bonísima fe.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

Del rendimiento general, producto en bruto y producto líquido.


I. Qué cosa sea el producto en bruto y el producto líquido. -II. El producto líquido no es idéntico ni a la renta ni al sobrante de las subsistencias que no sirven a las clases agrícolas, ni al arriendo, ni a la cuota del capital que representa el precio corriente de las tierras. -III. Una producción inteligente debe aspirar a obtener un producto líquido. Error de los filántropos en este punto.

§. I. Qué cosa sea el producto en bruto y el producto líquido.

472. Consideremos primeramente la producción agrícola. La mayor parte de los productos agrícolas no se obtienen sino por medio de consumos o de adelantos; el productor procura, pues, ante todo, recoger sobre el resultado de la producción total lo que ha gastado, adelantado o consumido para obtenerle; y cuando no saca más que valores iguales a los consumidos, hay trasformación, pero no aumento de riquezas. Lo que queda del producto, una vez reembolsados los adelantos y los rendimientos ordinarios (de la tierra, del trabajo y del capital), es lo que debe llamarse producto líquido de la tierra. El producto en bruto es el producto total, el conjunto de todas las cosas útiles que proporciona el laborío, incluso el producto líquido.

473. De esta definición pueden sacarse las dos siguientes proposiciones, que por sí mismas parecen evidentes.

1.ª El producto líquido puede ser nulo, y entonces no hay ni renta para el propietario, ni aumento procedente de la tierra en la riqueza nacional.

2.ª El producto en bruto, cuando no contiene producto líquido, puede no bastar ni aun para el reembolso de los adelantos con sus provechos, y entonces hay pérdida, no sólo para el empresario, mas también para la sociedad entera.

474. Lo que sucede en punto a la tierra, sucede igualmente con respecto a todas las fuerzas productivas: todas pueden dar un producto líquido, solamente que la industria agrícola puede dar un producto líquido territorial y un producto líquido industrial, resultados del trabajo y del capital que a él se aplican: al paso que las otras industrias no pueden dar más que un solo producto líquido, el producto líquido industrial.

475. Esta juiciosa observación, hecha por M. Rossi91, nos permite apreciar en parte la importancia del teorema fundamental de los fisiócratas, que todavía no se ha comprendido bien.

El error de los fisiócratas consistía en creer que no hay producto líquido más que el de la tierra, y que los hombres dedicados a cualquiera otra industria que no sea la agrícola, no hacen más que reproducir lo que han consumido sin obtener un producto líquido, error fundado en que tenían una noción incompleta del arriendo. La renta era para ellos la causa y no el efecto del precio de los géneros, y entraba como elemento forzoso, constitutivo del precio de los productos del suelo; de donde lógicamente deducían que donde no hay renta territorial, lejos de haber provecho, hay pérdida, no pudiendo el producto obtener siquiera en el mercado el precio necesario, esto es, el precio igual a los gastos de producción.

§. II. El producto líquido no es idéntico ni a la renta ni a las subsistencias que no sirven a los trabajadores agrícolas ni al arriendo.

476. Es preciso no confundir el producto líquido con la renta del propietario. Estos dos resultados de la producción agrícola tienden a confundirse, como el precio natural y el precio corriente en todas las industrias, pero no son idénticos. La renta puede ser nula o poco menos, al mismo tiempo que el producto líquido puede ser muy importante; porque la renta es el beneficio que corresponde al propietario, por el mero hecho de serlo. Ahora bien: supongamos un país nuevo, fértil, ocupado por una población proporcionada a sus recursos y provista de la inteligencia y del capital suficientes; supongamos además que abunden las tierras y estén a la disposición de los cultivadores; la renta del propietario será nula, pues nadie tendrá interés en pagar un derecho patrimonial al que posee lo que tan fácilmente se encuentra; y sin embargo, en ese país será considerable el producto líquido de la industria agrícola. Todos estos fenómenos económicos se han observado prácticamente en los Estados-Unidos de América; pueden repetirse en otros puntos, y sería un gravísimo error calificar de pobres a esos países por la sola razón de que en ellos no obtuviesen renta los propietarios; así como es un error muy craso en Inglaterra tomar la gran renta de los propietarios por otra cosa que por el efecto de un monopolio tiránico por parte de los propietarios territoriales. También era, hace algún tiempo, un error en Francia tomar por un signo de prosperidad la elevación de los arriendos en el norte a consecuencia del cultivo de la remolacha, que ocasionó entre los colonos una gran competencia, es decir, exceso del pedido de las tierras sobre la oferta, o lo que es lo mismo, en último análisis, un exceso de renta.

477. Tampoco hay que confundir el producto líquido con el sobrante de las subsistencias que quedan después de alimentada la clase agrícola.

Puede suceder que los cultivadores vendan un sobrante del trigo, y que este trigo no produzca bastante para compensar los gastos de cultivo. En este caso, más frecuente de lo que se cree, no hay evidentemente producto líquido.

478. De estos diferentes errores han participado los fisiócratas y muchos discípulos de Adan Smith. Con este motivo impugna M. Rossi al mismo J. B. Say, y refuta su fórmula de que «para una nación, su producto líquido es exactamente lo mismo que su producto en bruto o total»; fórmula ilógica que exigiría que fuese cierta esta proposición, a saber: «que la nación produce sin adelantos, sin sacrificios, sin consumos»; es decir, que el axioma ex nihilo nihil fit no fuese cierto. Pero un entendimiento tan claro como el de J. B. Say ¿pudo equivocarse tan groseramente? Así lo cree el sabio autor a quien seguimos en este momento: no es dado a un solo hombre verlo todo; J. B. Say vio en muchas ocasiones mejor que Smith; otros verán mejor que Malthus, Rossi y Macculloch, lo mismo sucede en todas las ciencias; y todo bien considerado la Economía política en aún, entre las ciencias morales, aquella en que menos se contradicen los verdaderos sabios92. J. B. Say, aplicando la expresión viciosa de servicios productivos a todos los instrumentos de la producción (tierra, trabajo, capital), se forjó la ilusión de tomar por una renta todo lo que reciben los productores, y de creer que el producto en bruto de cada uno de ellos es una fracción del producto líquido del país93. (Rossi.)

§. III. Una producción inteligente debe aspirar a obtener un producto líquido. Error de los filántropos en este punto.

479. Con ocasión del producto en bruto y del producto líquido, se ha suscitado una contienda entre los economistas y los filántropos, que padecen por lo común el error de creerse capaces y entendidos por el mero hecho de proclamarse filántropos.

Los economistas, bajo el punto de vista económico, han sostenido que lo que hay que averiguar es el producto líquido. Esta proposición es evidente; solo el producto líquido, territorial o industrial, aumenta la riqueza social, riqueza indispensable para que el bienestar vaya cundiendo poco a poco, en perfecta igualdad de circunstancias por de contado, a todas las clases de la población que no desconoce el principio que hemos establecido.

480. Cuando se ve en un país a los hombres afanarse por cultivar un suelo ingrato, o exprimir un terreno feraz a fuerza de operaciones costosas, es señal de que ese país ha salido de las vías naturales de la economía, de que la población no está ya en él en armonía con el capital y el trabajo disponible, y es seguro que se afanará en vano hasta que vuelva a su barril natural; pero si para volver a este carril es preciso alterar la proporción que existe entre el trabajo y el capital, si es preciso reemplazar a los hombres con máquinas, si es preciso hacer praderas y expulsar labradores, ¿es por ventura la Economía política causa de estos tristes resultados? Ella ha manifestado el mal, como era su obligación; puede ayudar a hacer que sea más suave una transición, y a veces ha tenido la fortuna de conseguirlo; pero el filántropo, que niega la causa del mal, que aconseja la inconsiderada propagación de la especie humana, a fin de que los posesores del monopolio de las tierras vean crecer sus rentas en presencia de esa nube de comedores de patatas y de borona, el filántropo es entonces, según las palabras de M. Rossi94, o un bobo o un tuno.

481. Con el producto líquido, haya o no haya renta con él, compran los cultivadores a los otros hombres los productos de la industria, del comercio, de las ciencias y de las artes. Cuantos menos hombres hay empleados en la labranza para producir las subsistencias necesarias a la población, más progresa la industria agrícola. El inventor del arado fue uno de los más grandes bienhechores de la humanidad.






ArribaAbajoSección II

Del consumo de las riquezas.



ArribaAbajoCapítulo XIX

Análisis del consumo.


I. Nociones generales sobre el consumo. -II. De los consumos privados. -III. De la prodigalidad y de la disipación de los capitales. -IV. Del lujo. -V. De los consumos públicos.

§. I. Nociones generales sobre el consumo.

482. Muchas veces hemos tenido ya ocasión de emplear la expresión de consumo, cuyo sentido hemos explicado al explanar las funciones y el oficio del capital (198 y 199). Poco tendremos, pues, que añadir para determinar la naturaleza del consumo.

Hacemos un consumo cuando destruimos valor, riqueza. En general, todo producto es consumido, es decir, que se disfruta de su utilidad; así se halla compensado el afán que ha costado el producirle.

La lentitud o la rapidez con que se hacen los consumos no cambia su naturaleza; así la joya que dura siglos, el fruto o el producto inmaterial que dura una hora, pierden su valor del mismo modo.

Debemos, comprender en los consumos la exportación de los productos, porque esta operación los pone en el caso de las materias primeras que se emplean para la confección de otros productos. Recíprocamente, si se evaluasen las producciones de un país, sería preciso comprender en ellas sus importaciones.

483. Cuando se efectúa un consumo, la indemnización del que lo hace puede verificarse de dos maneras: ya por el bienestar que le resulta de una necesidad satisfecha, ya por una producción de riqueza igual o superior al valor consumido. Llamamos necesidad a toda voluntad del hombre, que tiene bastante intensidad para decidirle a sacrificar una porción cualquiera de valor; esa necesidad puede, pues, variar entre la que está dictada por el capricho más fútil y la provocada por la más imperiosa precisión. Todas estas necesidades varían según los tiempos, los lugares, las costumbres, los caracteres y las circunstancias; sólo el buen sentido, ilustrado por una sana moral, puede clasificarlas y asignarles el grado de importancia que les corresponde (225).

484. Se ha llamado consumo improductivo a todo consumo de un producto destinado a satisfacer las necesidades o los placeres del hombre. Esta expresión es en verdad poco feliz. Bien se comprende que el ciudadano inútil, que el ocioso destruya improductivamente todo lo que consume; pero es difícil calificar de ese modo el consumo del trabajador, su manutención, sus vestidos, su sustento físico y moral; es preciso, pues, dar a esa palabra una significación móvil, que designe diversos grados de improductividad, según la importancia industrial y social del consumo que se quiere caracterizar.

Por consumo reproductivo entienden los economistas los adelantos que se hacen en la producción, y que se hallan representados al fin de la operación por un valor igual, o mejor aún, superior a la riqueza consumida.

485. Del mismo modo que la producción (92), el consumo puede considerarse como un cambio en el que se dan riquezas adquiridas o servicios de instrumentos (tierra, trabajo o capital) para recibir satisfacciones o nuevas riquezas, según que el consumo es estéril o reproductivo.

486. Es útil hacer distinción entre el gasto y el consumo, que son sinónimos en el lenguaje usual. Gastar es comprar con dinero, lo que se trata de consumir; así, gasto no siempre es sinónimo de consumo, ni aun de consumo estéril.

487. Fácil es evidenciar una reacción del consumo sobre la producción y de la producción sobre el consumo; pero hay en punto a la apreciación de este fenómeno doctrinas muy distintas: una que sostiene que cuanto más se consume más se produce; de suerte que es preciso constantemente buscar consumidores, siendo de advertir que los partidarios de esta doctrina entienden por consumidores a los ricos capaces de multiplicar sus gastos. Esta teoría es, en sentir de J. B Say, viciosa, aristocrática, y además inadmisible. En efecto, los que consumen sin haber antes producido, consumen los valores creados por otros, y de aquí resultan una falsa distribución de la riqueza y la sanción del estado de hombre ocioso.

488. Hablando J. B. Say del principio de que los consumos están limitados por los rendimientos, saca de él la consecuencia de que conviene la multiplicación de éstos, o sea el gran desarrollo de la producción, para que así se aumente luego el consumo95.

489. Hay en este punto una preocupación muy general. Puesto que el consumo dicen aumenta la producción, es preciso consumir todo lo más que se pueda, y por consiguiente, no hay por qué sentir la destrucción de ciertos objetos, ni el deterioro de otros, toda vez que, una vez destruidos o deteriorados, habrá que reemplazarlos, y esto hace prosperar al comercio.

Como un consumo se hace siempre con exclusión de otro, un destrozo cualquiera hace prosperar a una industria con detrimento de otra tal vez más natural, sobre todo, cuando se trata de objetos de lujo; y luego ¿no es evidente que no se debe recurrir al consumo estéril sino cuando es indispensable, o cuando la satisfacción que de él resulta puede compensar esa improductividad?

490. Es evidente que debemos colocar en la clase de los consumos más favorables a los consumos reproductivos, porque llevan en sí el germen da su renovación: tal es el consumo de todo lo que se emplea en la industria.

Entre los consumos improductivos, los que se debe procurar con mayor empeño obtener son los de las clases más numerosas. Los de los pueblos pobres, que carecen actualmente de una multitud de objetos, pudieran en su día alimentar una producción incesante, si llegasen poco a poco a emanciparse y a gozar del bienestar que disfruta hoy el estado llano en toda la Europa culta.

§. II. De los consumos privados.

491. Se ha sentado como principio que los consumos más favorables a los consumidores son los que satisfacen necesidades reales y los que se efectúan lentamente.

Pero el mejor consejo en esta materia es el que da un juicio sano, que sabe apreciar la naturaleza de las cosas y prescribir los límites en que es preciso usar de la riqueza y aprovecharse de las circunstancias.

Por necesidades reales debemos entender las imprescindibles y las que razonablemente exige la sociedad en que se vive. ¿Quién decide si una necesidad es real o facticia? La cordura misma habla por boca de Franklin en el buen sentido del buen Ricardo, cuando dice: «Los que compran lo superfluo acaban por vender lo necesario.» Pero para distinguir bien lo que es superfluo de lo que es necesario en la posición socia en que uno se halla, no hay más medio que una buena educación, así privada como pública..

Cuando el consumo recae sobre objetos duraderos, se disfruta de él más tiempo, y hay posibilidad de volverle a vender; los excesos son en este caso menos peligrosos, y las reformas más fáciles. Nada es más fugitivo que los servicios de los criados; nada es más difícil de disminuir, porque la vanidad lo impide. Aquí no hablamos más que de los consumos llamados improductivos.

492. El segundo principio que hemos recordado admite excepciones. Una casa de piedra de sillería, una vajilla de plata demasiado maciza son gastos mal entendidos: una casa ligera cuesta la mitad menos; con lo que se deja de gastar en ella se puede alimentar un ramo de industria, cuyos provechos progresan de año en año, prescindiendo de que la casa presta iguales servicios y produce lo mismo que si estuviera más sólidamente construida. Supongamos una casa que pudiera costar 20,000 duros, y que se construye con la mitad menos, y sigamos a los 10,000 duros ahorrados en la progresión de sus rendimientos con los intereses compuestos; al cabo de 15 años formarán un capital de 20,000 duros; al cabo de 30 otro de 40,000, al cabo de 45 años otro de 80,000. Verdad es que en esta época la casa ya no valdrá nada, pero se habrá ahorrado con que fabricarla de nuevo.

La misma observación puede hacerse por lo tocante a la vajilla de plata, en cuanto al valor y al provecho del capital empleado: sabiendo limitar este gasto mueble, se puede renovarle de cuando en cuando y disfrutar de un capital que él hubiera absorbido.

493. Lo que aquí decimos de las habitaciones y de la vajilla de plata se aplica a otros muchos consumos. Ahora bien, no es ésta una cuestión secundaria; ¡cuántas fábricas hay que no pueden seguir adelante por haberse construido un palacio donde hubiera bastado un simple cobertizo! ¡Cuántos comerciantes ven absorbidos sus provechos por el lujo y aparato escénico de sus tiendas! Por medio de un cálculo exacto, de un juicio sano, es preciso saber resistir a la tentación y no consumir más que lo indispensable; de lo contrario se aumentan los gastos de producción, se limitan las salidas y el consumo de los productos, es decir, se enerva y tal vez se asesina a la industria.

494. Preciso sería, para apurar este asunto, recorrer todas las industrias, trabajo que todavía no se ha hecho, y que no podrá irse haciendo sino muy poco a poco y por efecto de la experiencia y de la instrucción de los trabajadores; pero las observaciones habrán de ser muchas antes de que se pueda formular en pocas palabras, principios y leyes. Esta es la razón por que son muy vagas en algunos puntos las obras de Economía política.

495. Sólo una distinción haremos ya, con motivo de los objetos que se gastan pronto y en los que se consumen, además de la materia, el trabajo y los servicios productivos, y es que se deben preferir los mejores productos, salvo a pagarlos más caros. Esta es la mejor economía, pero desgraciadamente está al alcance de muy pocos.

496. La Economía política puede ser de excelente consejo en la familia y armonizarse con los prudentes datos del orden bien entendido de la economía doméstica. Ella manifiesta los inconvenientes de los grandes abastos, sobre todo en los puntos en que, a consecuencia de la división del trabajo, es fácil proporcionarse los objetos necesarios; las provisiones por mayor son una manía de provincia, nacida en una época en que el comercio estaba en la imperfección, y que luego se ha conservado por vanidad, ella aconseja la supresión de numerosos guardaropas, a los cuales es aplicable todo lo que hemos dicho de la plata maciza y de las casas demasiado sólidas; ella aconseja las compras al contado, porque comprar al fiado es tomar prestado al mercader, y tomar prestado para consumir improductivamente no es una acción normal.

§. III. De la prodigalidad y de la disipación de los capitales.

497. Aquí se presenta la cuestión de la prodigalidad.

La avaricia es un instinto maquinal cuyo objeto único es, no acumular para facilitar al trabajo los medios de reproducción, sino allegar o atesorar. La economía, hija de la prudencia y de una razón ilustrada, sabe rehusarse lo superfluo para asegurarse lo necesario (491).

Un hombre económico compara sus necesidades futuras con lo que exigen de él su familia, sus amigos y la humanidad: un avaro no tiene familia, no tiene amigos, y la humanidad no existe para él.

La prodigalidad es el exceso opuesto a la avaricia; la una seca la fuente de los recursos de la industria, la otra no sabe beber en ella. Si la prodigalidad es más simpática, y va unida a algunas buenas prendas sociales, es también más fatal a la sociedad, porque siempre que un capital se disipa, hay en algún rincón del mundo una cantidad equivalente de industria que se destruye. El pródigo que disipa una renta, priva al mismo tiempo a un hombre industrioso de su legítima retribución. El capital improductivo que el avaro deja a su muerte, vuelve a la circulación para favorecer la producción; pero el capital del disipador se parece al del avaro que ha escondido su tesoro tan bien, que no hay forma de descubrirle. ¿Por qué, pues, se ha de ensalzar tanto a los pródigos por sus disipaciones? Ningún mérito hay en destruir; eso es cabalmente, dice J. B. Say, lo que saben hacer los brutos.

«Un hombre económico, dice Adan Smith, es como el fundador de un taller público, establece en cierto modo un fondo para el sostenimiento perpetuo de un cierto número de trabajadores retribuidos... El pródigo, por el contrario, distribuye a la holgazanería, que no los restablece, unos fondos que la frugalidad de sus padres había consagrado al fomento de la industria, y entre cuyas manos renacían sin cesar: dedica a un uso profano los caudales de una fundación piadosa... Todo pródigo es un enemigo público, que disminuye los provechos del trabajo inteligente, y todo hombre económico debe ser considerado como un bienhechor de la sociedad.» Más aún, la sociedad, el público, deben preferir en su interés el avaro, que con sórdida codicia allega pesos sobre pesos, al disipador que los derrama con profusión. El valor de éste no volverá a gastarse, al paso que el tesoro del avaro caerá necesariamente, tarde o temprano, en manos que podrán hacerle fructificar, a menos de que esté tan bien enterrado que nadie pueda dar con él.

498. Si la prodigalidad es lo contrario de la avaricia, la disipación, que destruye los capitales, es el acto opuesto al ahorro, que los aumenta. Disipa un capital el que consagra sin tino a la satisfacción de sus placeres o de sus necesidades valores antes empleados en hacer adelantos a las operaciones productivas. Supongamos, para apreciar el oficio del disipador, dos valores capitales de 20,000 pesos cada uno; el primero, bajo forma de herrería, perteneciente al disipador, y el otro bajo forma de café y azúcar, perteneciente a un comerciante cualquiera. El disipador vende la herrería y la compra el comerciante; para ello este último retirará del comercio sus fondos, y no comprará más géneros coloniales, con lo cual quedarán retirados de la industria comercial 20,000 pesos, y este valor, entregado al disipador en pago de su herrería, será transformado por él en objetos consumibles y destruidos para siempre; así, de dos capitales que había, no queda ya más que uno, y el valor del otro ha sido destruido, a pesar de que consistía en una sustancia susceptible de consumo directo. J. B. Say dice que ha sido destruido, porque un capital desparramado no es ya un capital.

499. No todos los capitales son disipados por la pasión del fausto y de los placeres sensuales; los hay que se disipan por la impericia de los empresarios, engolfados en operaciones que no restablecen más que en parte los valores capitales, con lo que se pierden aquellos lo mismo que si los consumiera un verdadero disipador. También pueden disiparse del mismo modo los productos inmateriales de un profesor, de un abogado, de un médico, de un sacerdote, etc., es decir, también se pueden consumir de un modo no reproductivo.

Los imprudentes, los inhábiles que evalúan mal los gastos de producción y el valor de los productos de su industria son también disipadores. En fin, para apreciar los funestos efectos de la disipación, basta observar que un valor ahorrado se convierte en un valor capital, cuyo consumo se renueva sin cesar; al paso que un valor disipado no se consume más que una vez.

§. IV. Del lujo.

500. Estas ideas y los principios que hemos sentado en punto a la formación de los capitales permiten ya resolver la famosa cuestión del lujo, sobre la cual se han escrito tantos volúmenes. En efecto, sabido que los valores acumulados son valores gastados lo mismo y mejor que los disipados, ¿qué ventaja puede haber para la clase trabajadora en las disipaciones de los ricos? El lujo hace trabajar a cierta clase de obreros; el ahorro hace trabajar a muchos más. El capital que negamos a nuestros caprichos y a nuestros placeres puede servir para alimentar industrias útiles; la única diferencia consiste en que se multiplica el número de los trabajadores que se ocupan en la reproducción, o bien en crear objetos ajustados a la razón, en vez de multiplicar el de los que trabajan en fruslerías. ¿Podrán decirnos los defensores del hijo por qué motivo la industria del diamantista ha de excitar más vivamente nuestro interés que la del ganadero, por ejemplo, o la del que bate el cobre o el hierro, o la del que cuece el barro, los cuales fabrican alimentos, vestidos, utensilios, etc., para otros productores? ¿No está toda la ventaja de parte de este consumo, productivo por excelencia, y no vale más vestir a tres jornaleros, como dice J. B. Say, que hacer con la misma suma un galón para un lacayo?

501. Sin embargo, hay en todas las cosas un justo medio razonable, y desde luego nos apresuramos a decir que no es conveniente proscribir todas las superfluidades; no debemos privarnos de lo que nos causa placer, siempre que por lo demás no dañemos con ello ni a la salud ni a la prosperidad pública, sino cuando esa satisfacción no equivale a otra, o bien cuando impide un empleo más útil, un gasto mejor entendido. En estas materias, como en todas, el buen juicio del consumidor es árbitro soberano; pero la ciencia, disipando las preocupaciones, descubriendo la naturaleza de las cosas, contribuye a dar al entendimiento del hombre más fuerza y libertad para aplicar ese criterio.

502. Antes de pasar adelante es preciso entendernos bien sobre el significado de la palabra hijo, significado que varía según los lugares, los tiempos y las costumbres, y sobre todo con los progresos de la producción. Hubo un tiempo en que era lujo trasladarse rápidamente de una ciudad a otra en un carruaje suspendido; hoy es una necesidad. Gastos hay que hubieran sido antiguamente ostentosos y extravagantes, y que en el día están al alcance de cualquiera, familia pobre, pero laboriosa.

503. Los progresos de la civilización dan origen a necesidades que los trabajadores deben absolutamente satisfacer y que influyen sobre los rendimientos; con razón o sin ella, esas necesidades pueden ser tales, que, si no se satisfacen, el trabajador tenga que cambiar de profesión. Este aumento de retribuciones y de provechos ocasiona otro en los precios de producción, y éstos a su vez influyen sobre el precio de los productos. El mal no empieza sino en el momento en que, excediendo el precio corriente a la utilidad de los objetos, disminuye el pedido, baja la producción con el consumo, y el país se halla menos próspero (369).

504. Tal es el efecto de la pasión del lujo, de los gastos excesivos y del recargo de las contribuciones. Las modas, las costumbres ocasionan con sus descarríos los mismos males; la riqueza del país tiene tanto que temer de la inmovilidad absoluta como de las instables locuras de la moda.

Aquí se ocurre naturalmente hablar de la influencia de las costumbres cortesanas. Bajo el punto de vista económico, corte vale tanto como fausto y ociosidad, y por consiguiente, exceso de caudales gastados improductivamente, lo que es peor, caudales sacados, casi siempre sin compensación, del bolsillo de los contribuyentes.

505. Ha habido y hay leyes llamadas suntuarias, que se han hecho para proscribir o limitar ciertos consumos, partiendo de un punto de vista religioso, moral o político. Económicamente hablando, estas leyes eran otros tantos errores; el legislador no es más capaz de dirigir el consumo que la producción, y la experiencia prueba que esas leyes han caído en desuso o se han eludido, como acontece con todas las leyes inútiles y nocivas96. Un Gobierno que cree saber en este punto más que los particulares, es un insensato; Smith es quien lo dice: «Los reyes y los ministros, añade el ilustre maestro, son los hombres más gastadores de la tierra. Empiecen por moderar su propia prodigalidad antes de ocuparse en la de los demás; si el Estado no se arruina con sus despilfarros, nunca se arruinará con los de sus súbditos97.» Añadamos que la excepción confirma la regla.

506. Pero una vez admitido el impuesto, nadie puede negar que vale más que recaiga sobre consumos habituales a los más ricos y sobre objetos de una utilidad secundaria, cuidando de moderarle de modo que no aumente los gastos de producción a tal punto, que quede abandonado el consumo y que el impuesto venga a recaer sobre los productos más útiles para el uso de los más pobres (369).

507. Por último, así como ciertas leyes impiden o limitan tal o cual consumo, así otras obligan a consumos de una naturaleza especial; así, por ejemplo, nuestra legislación, tan oscura y embrollada en este punto, obliga a los ciudadanos a pagar a muy alto precio los servicios harto hipotéticos de los letrados y los curiales.

§. V. De los consumos públicos.

508. Los consumos públicos son análogos a los consumos privados. Son reproductivos o improductivos; el arte del gobernante consiste en distinguirlos y en apreciar su importancia conforme a las necesidades de la sociedad.

Punto es éste cuya explanación no cabe en nuestro plan; así no haremos aquí más que indicar los principales gastos, que son los relativos a la confección de las leyes, a la administración civil, a la administración de justicia, a la defensa del Estado, a la marina militar, a las vías de comunicación, a la instrucción pública, a las academias o a los ensayos en las ciencias y en las artes, a las recompensas nacionales, etc.98

509. Lo que se entiende por diversiones del pueblo es un consumo del mismo orden. Es conveniente excitar el contento, la alegría, y sobre todo, los buenos sentimientos de los ciudadanos por medio de funciones y de monumentos públicos; pero es preciso que en estos gastos se unan el buen gusto, la probidad y la grandeza, sin excluir en lo posible la utilidad. También ésta es cuestión de criterio.

510. Importa ahora mucho determinar bien lo que debe ser de gasto público, y asignar, una vez hecha esta determinación, los límites de esos gastos.

La primera parte de este problema no está económicamente resuelta en todo lo concerniente a los establecimientos públicos, las vías de comunicación, la instrucción pública y los ensayos en las artes.

La segunda debe ser el constante objeto de las meditaciones del estadista; cada día, por decirlo así, se presenta un nuevo fenómeno que observar.

511. Esto conduce a examinar los deberes del Estado para con los individuos. El Estado les debe evidentemente el libre uso del trabajo, la instrucción, que puede desarrollar sus medios de acción, y la libre circulación del capital, de donde se deriva la necesidad de las vías de comunicaciones públicas; ¿pero tiene el Estado obligación de dar trabajo y socorros a los que carecen de uno y otro? No tendría obligación de dar trabajo sino en el caso de que fuese cosa fácil y hacedera dárselo a los que lo piden; no tendría obligación de dar socorros sino en el caso de que pudiese echar mano para ello progresivamente de un fondo abundante y puro. En las circunstancias ordinarias, el Estado mejor organizado es el que más se ocupa en dar protección, libertad o igualdad a todos.

Esto no impido que los hombres, considerados cada cual en particular, sean humanos, serviciales, caritativos, y apliquen entre sí la doctrina evangélica de la fraternidad.




ArribaAbajoCapítulo XX

De la contribución.


I. Definición de la ciencia económica. -II. De los efectos y de la naturaleza de la contribución. -Contribución proporcional y contribución progresiva. -III. De la base de la contribución. -Contribución directa e indirecta. -IV. Administración y contratas. -Contribución única.

§. I. Definición de la ciencia económica.

512. La ciencia económica, rentística o de la hacienda, está todavía poco adelantada, y sin embargo es uno de los ramos principales de la economía política. Cuando se llegue a conocerla suficientemente, enseñará los medios de proveer a las verdaderas necesidades del Estado con sus verdaderos recursos.

Hasta ahora la mayor parte de los gobiernos han considerado más cómodo poner los recursos a la discreción de las necesidades, y más de una vez han cortado el árbol para coger los frutos. No es esto decir que la ciencia consista siempre en regular las necesidades por los recursos ordinarios; este modo de proceder, que no exige a mayor abundamiento más que conocimientos de un orden más secundario, puede comprometer el servicio del Estado. La ciencia económica bien entendida debe dominar a un mismo tiempo las necesidades y los recursos; pero en el momento presente, este ramo de la economía de las naciones se confunde con el arte del rentista o del hacendista, cuyo objeto primordial es la extracción más abundante posible de los caudales de los ciudadanos, para hacer con harta frecuencia un empleo más rutinero que razonable de esos mismos caudales, cuyo receptáculo común es el tesoro público.

513. El tesoro público no puede alimentarse sino por medio de las contribuciones y de los empréstitos, y éstos no pueden tener más origen que los rendimientos de los tres instrumentos generales de la producción: la tierra, el trabajo y el capital.

La guerra, es cierto, puede llenar un tesoro por medio de la rapiña; pero la misma rapiña se alimenta con los fondos productivos de los vencidos.

514. Este punto es el más escabroso de cuantos puede tocar un publicista; por cuestiones de hacienda han empezado las emancipaciones sucesivas de los pueblos y de las clases medias; con ocasión de las contribuciones se separaron de su metrópoli los Estados-Unidos; los descalabros de la hacienda precipitaron el advenimiento de la revolución francesa, nueva era de las sociedades presentes y futuras.

§. II. De los efectos y de la naturaleza de la contribución. -Contribución proporcional y contribución progresiva.

515. La contribución es aquella parte de la renta de los particulares consagrada a satisfacer las necesidades del cuerpo social o del Estado, y a que sucesivamente se han dado los nombres de pecho, talla, impuesto, tributo, servicio, subsidio, donativo, etc.; la impone el soberano, ya sea un príncipe, ya sea el pueblo.

Supuesto que la contribución no puede sacarse más que de la renta de los ciudadanos, no es verdaderamente legítima sino cuando el Estado les proporciona, en cambio de aquel sacrificio, una ventaja equivalente.

Si 100 reales bastan para hacer disfrutar a cada familia de la seguridad y de los demás beneficios del gobierno, hay despojo cuando la contribución asciende a 120. La experiencia ha demostrado que este linaje de saqueo puede practicarse lo mismo por una cámara representativa que por una autócrata.

Este modo de ver la cuestión condena la doctrina de los que creen que la contribución es la mejor de las colocaciones del dinero, y que se debe multiplicar las contribuciones lo más posible para dar al gobierno los medios de multiplicar también lo más posible los beneficios dispensados a los ciudadanos.

516. Las contribuciones favorecen a la producción en el concepto de que aseguran la tranquilidad y permiten atender a la construcción y conservación de algunos instrumentos de trabajo, como los caminos, los canales, etc.; pero se ha abusado de la naturaleza de las cosas cuando se ha dicho que no ocasionan ninguna pérdida a la sociedad, la cual recoge por ellas en detalle lo que ha dado por mayor, y se ha erigido en teoría la conveniencia de los grandes sueldos «que dan vida al comercio». Voltaire era el intérprete de este error cuando decía99: «El rey de Inglaterra tiene un millón de libras esterlinas que gastar al año... Ese millón vuelve íntegro al pueblo por medio del consumo». Con pocas palabras queda desvanecido este sofisma: si el rey de Inglaterra recibe gratuitamente valores, no los vuelve a dar, sino que los cambia, lo cual es muy diferente, por otros valores; semejante en esto, ha dicho Roberto Hamilton, económicamente hablando por de contado, a uno que cogiese con una mano el dinero de un mercader, y con la otra se sirviese de ese dinero para comprarlo sus géneros.

517. La verdadera fuente de las contribuciones, lo repetimos, está en los rendimientos cuya naturaleza es renacer sin cesar: rendimientos de la tierra, rendimientos del capital, rendimientos del trabajo o de la industria. Cuando se impone la contribución sobre los fondos productivos, sobre los instrumentos de producción, la industria se paraliza, y vemos, como dice Genovesi, secarse y corromperse la fuente misma de las rentas públicas; pero una contribución sobre los capitales y la tierra no parece ilegítima en ciertas circunstancias, en el caso de sucesión, por ejemplo, en el momento en que el heredero no ha comprendido todavía el caudal sobre que recae el impuesto, entro sus instrumentos de trabajo. Esta opinión de muchos economistas tiene un vigoroso impugnador en Flórez Estrada.

518. Hay dos maneras de recaudar la contribución: progresiva y proporcionalmente. La contribución proporcional es la que se exige en razón directa de cada renta. Si a la cuota de 10 p. % una renta de 1,000 duros paga 100 duros, y una renta de 100,000 paga 10,000, de modo que al dueño de la primera le queden 900 pesos y 90,000 al dueño de la segunda, la contribución es proporcional. Tal es el sistema de contribución generalmente adoptado.

519. La contribución progresiva sería la que no tomase nada o casi nada al hombre que a duras penas tiene con que vivir, y que fuese recaudando cada vez más, en proporción progresiva, sobre las rentas del rico, de modo que se llegase por fin a gravar lo mejor posible los sobrantes de riqueza; se pediría, por ejemplo, 0 a una renta de 400 reales, 1 p. % a una renta de 800, 2 p. %, a una de 1,200, 3 p. % a una de 1,600, y así sucesiva y progresivamente. A esto se ha objetado, es cierto, que a ese paso la progresión acabaría por absorber la renta; pero nada impide pararse en el límite de 50 o 75 p. %, o en otro cualquiera que parezca más ajustado a las circunstancias del país.

520. Hay en toda contribución que no es progresiva una causa radical de desigualdad que repugna a las nociones que tenemos de las leyes de la justicia distributiva. No es equitativo a los ojos de nadie que un pobre labriego pague para la subvención de la ópera100, cuya existencia ignora, o para hermosear el paseo por el que rarísima vez tiene ocasión de pasar, tanto como el vecino de la ciudad que puede arrellanarse en su luneta o disfrutar la frescura de las alamedas. En principio, no se puede atacar la legitimidad de la contribución progresiva; toda la cuestión estriba en los medios de aplicación, porque fácil es ver que la contribución proporcional arrebata casi siempre al pobre lo indispensable y deja al rico lo superfluo, cuando el Estado, la sociedad y el gobierno tienen cien veces más ocasiones de proteger a los que poseen más que a los que poseen menos.

521. Pero insistamos todavía para manifestar las causas de desigualdad que se hallan en la contribución proporcional. Supongamos una contribución de un diezmo sobre los rendimientos de la tierra, y varias tierras de diferentes calidades que produzcan: la primera 32 reales de trigo, la segunda 24 y la tercera 20; la contribución pedirá un octavo del rendimiento a la tierra más feraz, un sexto a la que lo es un poco menos, y en fin, un quinto a la que todavía lo es menos. ¿No estará esta contribución establecida en sentido inverso del que debiera?

522. En lugar de la tierra, podemos suponer los demás instrumentos de producción, y comparar capitales de igual valor o cantidades de trabajo del mismo orden aplicadas a ramos de industria de una productividad diferente: la conclusión será la misma. Es una injusticia pedir una capitación igual de 40 reales al jornalero que gana 4,000 reales y al artista o al médico que reúne 10,000 duros de renta.

La variabilidad del valor en general y del valor numerario que complica las investigaciones de la economía política ocasiona también en la repartición proporcional de las contribuciones una desigualdad bastante notable. Cuando el poder legislativo ha establecido una cuota de contribución de 40 reales, por ejemplo, esta cuota no pesa del mismo modo sobre todos los contribuyentes, en atención a que 40 reales tienen diferente valor, según los sitios en que se verifica la exacción. Sobre esto ocurren dos observaciones: la primera, que es casi imposible combinar una progresión de impuesto capaz de compensar la desigualdad procedente de la variabilidad del valor; la segunda, que a consecuencia de la mejora de las vías de comunicación, se verá disminuir el campo de las oscilaciones del valor de las cosas en el seno de un mismo imperio, de un mismo país.

523. Por consiguiente, las reformas deben tender a establecer una proporcionalidad progresiva, digámoslo así, mucho más justa, mucho más equitativa que la supuesta igualdad de la contribución, que es la más monstruosa de las desigualdades.

524. Obsérvese que hay contribuciones que, aunque no figuran en los presupuestos, no por eso dejan de pesar sobre los pueblos; en Francia, la venalidad de algunos cargos u oficios grava el consumo público con una contribución de 60 millones de francos, que perciben los que los ejercen como interés y como amortización del coste de aquellos cargos (notarios, agentes de cambio, etc.).

525. Otra observación debemos hacer, y es que hay contribuciones que nada producen al fisco101; tales son los derechos muy altos de entrada, que destruyen la circulación de los productos. El sistema continental (en tiempo de Napoleón) redujo el consumo del azúcar desde 25 millones de kilog. a 7, y el fisco percibió de menos los derechos sobre 18 millones. Este es un ejemplo de impuesto equivalente a una prohibición; pero la prohibición misma equivale a un impuesto. En efecto, cuando se prohíbe la entrada de un producto para proteger la producción de un producto semejante, el plusvalor de este último es un impuesto pagado en favor del que le fabrica por todos los que le consumen.

526. Sabido es que la contribución debe pararse cuando encarece los objetos a punto de atajar su consumo; por desgracia este efecto no es ni instantáneo ni muy aparente; de modo que la contribución va poco a poco absorbiendo los ahorros, ataca los capitales y hace decaer a las naciones, a menos de que los adelantos de la industria contrapesen el efecto de las contribuciones (369).

527. Es ya una verdad antigua en Economía política que la contribución más módica y mejor repartida, produce más que la que tiene una base viciosa y una cuota elevada.

No se debe, pues, tratar de establecer la contribución más gravosa, no sea que se llegue a ese límite delicado y funesto. Cuando las leyes incurren en este gravísimo error son tanto más malas cuanto la estadística ha probado cien veces, y prueba todos los días, que la contribución comprime el consumo en razón progresivamente directa de la elevación de su cuota, y que toda rebaja, dejando tomar más vuelo al consumo, aumenta el manantial de los productos impuestos, a tal punto, que la reunión de una infinidad de pequeños derechos hace una suma doble, triple, cuádruple, etc., de la que provenía de los derechos crecidos (369). Más de una vez hábiles hacendistas han empleado este procedimiento de descargo para aumentar los ingresos del erario, bastándonos citar, por ejemplo, los resultados de Huskisson hace veinte años, y los que mucho más recientemente ha obtenido sir Roberto Peel.

528. Por consiguiente, la contribución es una privación precisa que debe procurarse disminuir lo más posible, hasta llegar al mínimum de lo necesario para cubrir las necesidades de la sociedad. Una última consideración añade nueva fuerza a esta opinión, y es que el exceso de las contribuciones tiende a la inmoralidad, porque castiga a la industria por sus progresos, provoca el contrabando y el fraude, o por lo menos la mentira en las declaraciones.

529. Penetrando todavía más en el estudio de cada ramo de la contribución, se llegará a desvanecer tres preocupaciones que ocasionan grandes estragos en la economía de las naciones: 1.º poniendo a los hacendistas en la imposibilidad de sostener doctrinas de pillaje y de proclamar a la contribución como la mejor de las colocaciones del dinero; 2.º persuadiendo al público que las arcas del Estado no son inagotables, pues que no se llenan sino vaciando las de todos los ciudadanos; y 3.º manifestando que, a condición de verla bien empleada, la contribución es una deuda sagrada que contribuye al sostenimiento de la seguridad, del orden, de la independencia y de la libertad.

530. Esperemos que se llegará a conocer bien las necesidades reales del cuerpo social y el modo de hallar en él recursos sin esquilmarle; entonces, y sólo entonces, recordaremos gustosos a los hombres de Estado la máxima de Quesnay: «No conviene escatimar los gastos públicos necesarios, ni que el Gobierno atienda más a ahorrar que a las operaciones conducentes a la prosperidad del reino, porque puede suceder que enormes gastos dejen de ser excesivos a consecuencia del aumento de las riquezas; pero no hay que confundir los abusos con los simples gastos, porque los abusos podrían tragarse todas las riquezas de la nación y del soberano102.

Muchas veces se ha invocado esta fórmula; pero ¡cuántas se han confundido de muy buena fe los abusos con los gastos útiles!

§. III. De la base de la contribución. -Contribución directa e indirecta. -Administración y contratas. -Contribución única.

531. No es de nuestro propósito ni cabe en nuestro plan dar la nomenclatura de todas las contribuciones, ni tampoco señalar sus bases de repartimiento; estos pormenores corresponden a un tratado especial y circunstanciado de hacienda; aquí debemos limitarnos a las generalidades.

Los fisiócratas querían que todas las contribuciones pesasen sobre la propiedad territorial, por la razón de que, para ellos, sólo la tierra suministra un valor nuevo y excedente sobra los gastos de producción, es decir, un producto líquido (474).

La noción más segura que tenemos hoy de la naturaleza y del oficio de la tierra en la producción de la renta debe conducirnos a conclusiones menos absolutas, sin perjuicio de que la renta del propietario sea siempre en justicia la materia imponible por excelencia, y estribando la mayor dificultad sólo en los medios de alcanzarla sin alcanzar también de rechazo al arriendo o al precio de los géneros.

532. Empero Ricardo, que hizo profundos estudios sobre la contribución, opina que los tributos, cualesquiera que sean, son siempre pagados por el consumidor, en razón a que el productor los toma siempre en cuenta entre sus gastos de producción (91), y cuando esto no le es posible, aplica sus capitales y su industria a otros ramos.

J. B. Say, confesando que Ricardo tendrá tal vez razón en abstracto, sienta que en la práctica los capitales no por eso dejan de redituar diversos provechos muy imponibles; en su sentir, no siempre consigue el productor hacer pagar al consumidor la contribución, de la cual pesa sobre él una buena parte.

Y añade el economista francés: «Este punto no admite solución absoluta. Probablemente no hay ninguna especie de contribución que no pese sobre muchas clases de ciudadanos.» Sería preciso, pues, según las ideas de J. B. Say, que las bases de la contribución fuesen bastante numerosas para que a los productores, a quienes no alcanza un tributo, los alcanzase otro; pero estas conclusiones son todavía muy vagas.

533. Dos sistemas generales se conocen de establecer la contribución: el directo y el indirecto.

534. Por medio de las imposiciones directas se pide directamente al contribuyente una parte de su renta, en proporción con ciertas indicaciones palpables, tales como sus predios rústicos o urbanos, su habitación, sus muebles, el número de sus puertas y ventanas, etc.

535. Por medio de las imposiciones indirectas se les impone indirectamente un tributo, en razón de los géneros que compra para su trabajo o para su consumo particular, o que hace trasportar de un punto a otro, ya del extranjero a su país (sistema de aduanas), ya del campo a las ciudades (derechos de puertas).

536. Pero analizando bien los presupuestos modernos, fácil es ver que estas expresiones de directas e indirectas no tienen un sentido muy satisfactorio; que sólo se conservan, en suma, para caracterizar un grupo de ingresos que tienen entro sí cierta analogía, y que no debemos darles más que una significación puramente rentística. Más legítimas eran con la teoría de los fisiócrotas, que creían que todas las contribuciones, de cualquier modo que se impongan, gravitan sobre la propiedad, territorial; y daban el nombre de directas a todas las que gravaban directamente el producto líquido, y el de indirectas a todas las demás.

537. La más usual de las contribuciones directas es la contribución territorial sobre los inmuebles. A primera vista parece muy fácil establecerla, y sin embargo, es dificilísimo.

El valor de una fanega de tierra o de cualquier otro inmueble es esencialmente variable y fugitivo, lo mismo que el valor de la moneda que se emplea para las evaluaciones103.

538. Entre las propiedades hay una, la de las rentas, que todavía no está sometida a contribución, y parece muy legítimo hacerla entrar en el derecho común.

539. Toda contribución tiene inconvenientes. Se han negado los de las imposiciones indirectas diciendo que los contribuyentes las pagan con el precio de los géneros, sin echar de ver el sacrificio104. Esto es exacto, pero no por eso el sacrificio es menos constante; y tarde o temprano los contribuyentes se resienten de él, porque la contribución aumenta, y los gastos de producción limitan el consumo y provocan, en resumidas cuentas, un verdadero malestar. La contribución indirecta priva al pobre de la sal, su verdadero azúcar105, de ese maná con que Dios ha querido favorecer al linaje humano106; obliga a las siete octavas partes de los franceses a privarse de vino y a reemplazarle con líquidos debilitantes, etc., etc.

540. Pocos tributos hay peor repartidos que la contribución indirecta. Citemos un solo ejemplo: 120 reales sobre una pipa de vino de 1,200 reales no son más que un 10 p. %, y son, por el contrario, un derecho de 100 p. % sobre el vino del pobre.

541. En fin, las contribuciones indirectas están sujetas a enormes gastos de recaudación. Hay en Francia más de 20,000 aduaneros y otros tantos guardas de puertas, verdadero ejército costeado a expensas del público107.

542. Los impuestos se recaudan por administración y por contrata.

La administración se compone de empleados públicos que recaudan los impuestos a costa y por cuenta del Estado que manda.

Las contratas se hacen por empresas particulares, que dan al Estado una suma fija y recaudan la contribución, con arreglo a las leyes, pero teniendo siempre alguna ganancia; este es el sistema antiguo108. La rapacidad de los contratistas ha llegado a ser proverbial, y el odio que inspiraban fue uno de los cargos de la revolución (en Francia) contra el antiguo orden de cosas. En general, las cuestiones relativas a los sistemas tributarios se rozan todas más o menos con la insurrección; y por eso este punto debe ocupar constantemente a los gobernantes.

543. Desde que ya lo hizo Vauban109, muchos han demostrado la conveniencia de una contribución única que evitase tantas discusiones, tantos actos arbitrarios, tantas dilapidaciones, tantos gastos. La cuestión se ha pasado al estado de axioma; pero falta aún discurrir los medios de establecer una contribución única que esté en relación con la renta de cada particular, evitando por parte del poder una inquisición odiosa e ineficaz, u obteniendo del contribuyente una declaración franca y leal. La base normal de la contribución no podrá intentarse hasta que los interesados no puedan negar la legitimidad de los análisis económicos que indiquen sobre qué puntos debe gravitar el tributo, y cuando los datos estadísticos hayan alcanzado una perfección que escasamente sospechamos; muy lejos estamos, pues, aún de la utopía de Vauban. Por ahora, los más hábiles hacendistas consideran preferibles, a falta de otra cosa mejor, las contribuciones establecidas hace mucho tiempo, y que los contribuyentes están acostumbrados a pagar; para ellos las mejores son todavía las contribuciones indirectas, que los mismos contribuyentes (gabbatti, chasqueados) pagan sin advertirlo.

544. Como observación general relativa a este capítulo, diremos que los economistas no han desentrañado todavía bastante la índole de la contribución ni las numerosas cuestiones anejas a esta parte del consumo de las riquezas, o más bien, que todavía no se han debatido suficientemente las doctrinas de los economistas que en ellas se han ocupado110.

545. En el estado de ignorancia general de estas materias, en que por desgracia nos hallamos, bueno será que recordemos las siguientes proposiciones:

La contribución nunca debe ser contraria a la moral pública.

Debe recaudarse en el momento en que el contribuyente se halla más en estado de pagarla.

No es lícito, como decía Necker, establecer una contribución o hacer un empréstito antes de haber apurado los recursos que el orden y la economía pueden producir.




ArribaCapítulo XXI

De los empréstitos y del crédito público.


I. De la naturaleza del sistema de los empréstitos públicos. II. Del crédito público. -III. Cotejo entre la contribución y el empréstito. -IV. Sobre la necesidad de los empréstitos públicos. -V. De algunas opiniones sobre el empréstito. -VI. Resumen.

§. I. De la naturaleza del sistema actual de los empréstitos públicos.

546. Los Estados gastan generalmente la totalidad de las contribuciones que recaudan; así es que, cuando llega el caso de declararse una guerra o de que los servicios públicos requieran un gasto imprevisto, los Gobiernos se ven en la precisión de echar mano de recursos extraordinarios. Antiguamente, como suelen hoy todavía los déspotas del Oriente y del África, los jefes de las naciones allegaban un tesoro en tiempo de paz. Enrique IV murió dejando uno acumulado por los afanes de su gran ministro Sully; el mismo Napoleón tenía un tesoro en las Tullerías. Este sistema tiene todos los inconvenientes del atesoramiento, de los cuales es el mayor privar de numerosos capitales a la producción.

En el día, los Gobiernos civilizados están más seguros de hallar, en las contribuciones anuales de los pueblos, los medios de hacer frente a los gastos ordinarios y regulares; sin embargo, no hay para qué ocultarlo; todavía es cosa muy rara un balance exacto entre los ingresos y los gastos en los presupuestos de las diversas naciones que figuran al frente de la moderna cultura.

547. Cuando los gastos públicos exceden a los ingresos, el Estado debe aumentar sus rentas, o disminuir sus gastos, o vender una parte de su patrimonio, o tomar prestado. Los particulares juiciosos emplean uno u otro de los dos primeros medios; los Estados no emplean más que los otros dos, y sobre todo, el último, porque la enajenación del patrimonio público no es un recurso constante ni suficiente.

548. El sistema de los empréstitos ha experimentado variaciones bastante notables; en el día la mayor parte de los Gobiernos han abandonado los empréstitos a fondos perdidos, en rentas vitalicias y en supervivencias, porque no pueden elegir con el suficiente cuidado las cabezas sobre que han de tomar prestado, y han adoptado generalmente los empréstitos por suscrición, practicados por los ingleses desde mediados del pasado siglo y vulgarizados por el famoso Pitt.

549. En este sistema, los Gobiernos emiten títulos o rentas, que llevan la mención de un capital fijo y de un interés fijo también, como por ejemplo, 20 pesos de capital, y 20, 16 ó 12 reales de premio o interés.

Pero aunque mencionan el capital de 20 pesos como si le hubieran recibido, no han cobrado en realidad más que una suma mucho menor, a veces 11, 13, 15, etc., según se ha visto en varios empréstitos públicos. Los que han adquirido estos títulos, los suscritores del empréstito, se los revenden entre sí o los revenden a otros, a diferentes precios, según que la confianza ha aumentado o ha disminuido, en virtud de todas las oscilaciones de la oferta y del pedido; y mientras que el capital varía así en la apariencia, el interés es el que varía en la realidad. En efecto, aunque el título lleve invariablemente 20 pesos de capital y 20 reales de interés, si el capital real aprontado en cambio del título es 10 pesos, el interés real está a 10 p. %; si el capital real es 15 pesos, el interés real está a 6 2/3, p. %; si es 25, el interés está a 4 p. %.

Los ricos banqueros son, por lo general, los que hacen el comercio en grande de estos títulos o fondos públicos, que compran o suscriben por mayor, y revenden al menudeo; esta venta se hace en la Bolsa, verdadero mercado de los capitalistas, por medio de los corredores especiales, llamados agentes de cambio.

550. Además de este sistema de deuda, el Tesoro público contrae otras de otra especie, emitiendo billetes a término o pagarés, que algunos prestamistas le descuentan, y se llaman bonos del tesoro. Esta deuda se denomina deuda flotante, por oposición a la otra, que se llama deuda consolidada, para tranquilizar a los prestamistas después de una primera bancarrota. La deuda flotante permite al Tesoro servirse del importe de los contribuciones que aún no ha recaudado, y es uno de los puntos más delicados de la ciencia económica.

§. II. Del crédito público.

551. Hemos visto que los capitales no siempre pertenecen a los que los emplean; que sus dueños los prestan a los que los benefician, y que se ha dado al fenómeno económico del préstamo el nombre del crédito (305).

El crédito público no es otra cosa más que la confianza que tienen los prestamistas de que el Estado satisfará sus compromisos; de modo que, en general, ese crédito es tanto mayor cuanto mayor es la tranquilidad pública; solamente entonces alquilan los prestamistas sus capitales a condiciones moderadas. En el caso contrario, piden, con el interés, una prima de seguro.

En general, los Gobiernos no son unos deudores ordinarios; por una parte, tienen en su mano hacer bancarrota, o cuando menos, imponer condiciones retroactivas; por otra, tienen por auxiliares a todos los contribuyentes, y su propio interés los mueve a cumplir los empeños, aun de los mismos Gobiernos que ellos han derribado; de suerte que, todo bien considerado, los Gobiernos son en realidad de verdad los mejores deudores, cuando son poderosos. Un Gobierno débil no tiene crédito.

552. Las rentas atraen, además, a los compradores, porque están libres de contribuciones y son de una trasmisión tan fácil como los efectos del comercio y el papel-moneda, sobre todo cuando están en títulos al portador.

553. ¿Es útil el crédito público? Hacer esta pregunta vale tanto como preguntar si es útil que una nación, cuando lo cree indispensable o ventajoso, pueda tomar dinero prestado con buenas condiciones. La respuesta no es dudosa.

Pero ¿quién puede ser el juez de la necesidad o de la conveniencia que hay en usar del crédito? Sin duda que lo es, y muy competente, un Gobierno ilustrado, probo y verdadero representante de los contribuyentes; ahora bien, en tesis general, un Gobierno no reúne todas estas circunstancias sino cuando los ciudadanos son también ilustrados y capaces de comprender los límites de sus derechos y de sus deberes.

554. Admitiendo por hipótesis que los Gobiernos que recurren a esa gran palanca del crédito sean suficientemente probos, ilustrados y prudentes, fuerza es reconocer que la institución de los empréstitos lleva en sí todos los caracteres de un gran progreso en el mecanismo social.

Pero cuanto más poderoso es ese medio más delicado es de manejar con acierto, más terribles son los inconvenientes que puede traer su uso indiscreto: bástenos recordar los desastres, por decirlo así, diarios que ocasiona el agiotaje. Tal parece ser la ley del progreso, que acompañen siempre inconvenientes inmensos a inmensas ventajas: así la poderosa locomotora de los caminos de hierro acarrea peligros formidables.

§. III. Cotejo entre la contribución y el empréstito.

555. El empréstito no es, en último análisis, más que una variedad particular de la contribución, toda vez que de las contribuciones anuales es de donde sacan los Gobiernos los fondos necesarios para pagar a los prestamistas y a los censualistas el interés pactado; pero este modo de recaudar la contribución se distingue de todos los demás por dos cualidades que le son propias, y que constituyen una gran ventaja y un gran inconveniente.

556. La ventaja es que una nación puede proporcionarse, por decirlo así, instantáneamente un capital cuantioso, pidiéndoselo a los que lo tienen, es decir, a los ricos, lo que no siempre sería posible por el método de la contribución que se dirige, en el estado actual del sistema de impuestos, más bien a los pobres que a los ricos.

El inconveniente consiste en que si el sacrificio de los contribuyentes, de los ciudadanos, no es instantáneo, se prolonga infinitamente y gravita sobre generaciones que no han sido consultadas para el gasto. Este inconveniente se atenuaría mucho si el capital tomado a préstamo se consumiese siempre de un modo reproductivo; pero cuando se disipa en expediciones descabelladas, en sueldos de haraganes, ¡qué de apuros y de borrascas legamos a las sociedades venideras111.

557. Quede, pues, bien sentado que con los empréstitos el Estado consume las rentas anticipadamente; que el contribuyente descuenta su propia contribución, a fin de dar al Gobierno los medios de gastar desde luego una contribución futura, y que, además, el interés y los gastos consiguientes al empréstito elevan en el porvenir los gastos de producción; y como es constante que un precio elevado equivale a una disminución de fondos productivos o de rendimientos, resulta que los empréstitos empobrecen por necesidad a un país, a consecuencia de los gastos que hacen los Gobiernos a expensas de los contribuyentes futuros y del encarecimiento de todos los objetos de consumo.

Dejemos igualmente sentado que el empréstito crea una deuda, cuyo interés tiene que ser producido por el rédito de un capital equivalente, y que queda, por decirlo así, paralizado para la producción social; observación que, como vemos, reduce a su verdadero valor la ventaja del crédito, que hace hallar más fácilmente un capital más disponible. A los ciudadanos no se los grava ni más ni menos, pero se los gabba (chasquea) mejor (539).

558. Acabamos de dejar (531) la responsabilidad de la elección entre la contribución y el empréstito al Gobierno. Si éste se dirigiese a los economistas, ¿qué le responderían?

559. Si el medio de los empréstitos es el más expedito, y aún a veces el único posible, es también el más delicado y el que la experiencia ha demostrado ser más funesto; de suerte que el primer consejo que debiera darse a los hacendistas sería que se anduviesen con mucho tiento en lo tocante a los gastos que requieren empréstitos, así como en el empleo de éstos y medios de reembolsarlos. «Superemos, ha dicho Ricardo112, las dificultades a medida que se vayan presentado, y quedemos desembarazados de todas las obligaciones atrasadas.» La opinión de este economista es fundamental en semejante materia: cuando condena los empréstitos y sus consecuencias, cuando señala los abusos del agiotaje, es preciso recordar que, merced a su talento, llegó a ser rico capitalista, y que muchas veces tomó parte en la suscrición de los empréstitos de Inglaterra.

560. Esta opinión, sobre estar, según ya hemos visto, corroborada por la autoridad de nombres célebres, como los de Ricardo, J. B. Say, etc., puede defenderse con las armas del sentido común y de la experiencia, ¿No nos dice el sentido común que el estado normal de la hacienda de un pueblo, como de una gran sociedad, como de una casa de comercio o de una familia, exige que no se contraigan deudas sino con la mayor circunspección, y que una vez contraídas se paguen con sacrificios inmediatos y economías? Creer que las naciones tienen medios rentísticos o de otra especie para pagar sus obligaciones diferentes de los de los simples particulares, es creer en el movimiento perpetuo, es estar bajo la influencia de una aberración.

561. M. Mac-Calloch, citado por J. B. Say113, ha dado en la Revista de Edimburgo un estado de las contribuciones inglesas desde la primera guerra de 1793 hasta el fin de la última de 1816, y ha patentizado en estos veinte y cuatro años un excedente de los gastos sobre los ingresos, importante 114 millones de libras esterlinas114 o sea 4 ½, millones anuales. Al principio los gastos importaban 28 millones; al fin ascendían a 101. Más adelante, en 1827, once años después de ajustada la paz, todavía importaban 54 millones, y en 1845 ascendían a 30. ¿No es natural, dice Say, suponer que los contribuyentes que han podido soportar cargas cada vez mayores, hasta pasar de un gasto anuo de 101 millones, podrían ya en 1793 sobrellevar un gasto de 28 millones, más 4 ½ millones, es decir, 33 millones de libras esterlinas?

Es, pues, evidente que el pueblo inglés paga, desde que disfruta la paz, mucho más de lo que hubiera pagado durante la guerra, prescindiendo de qué, si no hubiera trabajo al fiado, hubiera procedido con más economía, con más pulso, y su política nunca hubiera ensangrentado la Europa entera.

§. IV. Sobre la necesidad de los empréstitos públicos.

562. Se ha dicho que los empréstitos son como la artillería, y que un pueblo no puede prescindir de ellos cuando los demás echan mano de los recursos que proporcionan. Aun admitida la comparación, nadie negará que la mejor condición para contratar empréstitos es no deber nada a nadie, porque el miedo a contraer las deudas prueba que se piensa pagarlas.

Por consiguiente, si es preciso tomar prestado para pelear, el mejor medio de sacar buen partido y de obtener un crédito lato es no recurrir a él antes del momento fatal. Es absolutamente inútil ejercitarse en el arte de los empréstitos, para poseerlo a fondo en un momento dado; los capitalistas no son como los oficiales de línea, cuyos cuadros deben tenerse siempre bien organizados; sería un trabajo perdido; cuando la crisis es enérgica, los capitales de los prestamistas de profesión se pasan al enemigo si éste les ofrece más probabilidades de lucro, y la patria no puede retenerlos más que con el cebo de las ganancias y a fuerza de sacrificios.

563. La experiencia ha demostrado que no siempre se debe contar con el apoyo de los prestamistas a las causas más justas; lo que necesitan es garantías. En 1776, la Inglaterra hallaba capitales para sostener los injustos monopolios que quería imponer a los Estados-Unidos, y éstos no los hallaban para asegurar su independencia. La Francia no los halló para luchar con la Europa, y los tuvo para pagar a sus vencedores.

564. M. Laffite ha dicho115 que si el gobierno inglés ha conseguido tomar prestados 20,000 millones de francos en medio siglo es porque no ha hecho ninguna guerra que no fuese eminentemente nacional y no haya contribuido a proporcionar a su pueblo o más comercio o más poderío.

Esta experiencia prueba solamente que cuando un gobierno piensa como los grandes capitalistas, éstos propenden naturalmente a acudir en su auxilio, pero de ningún modo que la causa defendida por la Inglaterra fuese la más justa. Mucho se ha ponderado el patriotismo de los prestamistas, que no todos eran ingleses, en aquella memorable lucha que terminó en Waterloo; si hubo muchos que obedecieron a aquel noble impulso, muchos más adelantaron sus capitales a la Gran Bretaña con preferencia a la Francia, únicamente porque el estado de la primera les inspiraba más confianza que el de la segunda, y columbraron mayores ganancias con aquella que con ésta.

565. Hacia fines del siglo pasado y principios de éste, para lo que más particularmente han recurrido los gobiernos al empréstito ha sido para atender a los gastos de la guerra. Hasta el presente la experiencia ha demostrado también que, una vez pasado el peligro, el empréstito subsiste, que el alcance de las naciones va creciendo como una bola de nieve, y que vamos perdiendo la esperanza de que luzca un sol bastante ardiente para derretir las enormes masas que han acumulado las discordias europeas. En este momento (1846) la Francia y la Inglaterra, para no citar más que estos dos ejemplos, tienen un cáncer que las devora; el interés de la deuda recarga enormemente las contribuciones; las contribuciones aumentan los gastos de producción, y éstos elevan el precio de los productos, que ya no alcanzan a pagar los recursos del consumidor.

Sucede también con las naciones lo mismo que con los particulares; con el hábito y la facilidad de tomar prestado116 cualquier pretexto excita su cólera y su vanidad; esta flaqueza cunde a los pueblos, y se votan los gastos más desatinados sin mucha reflexión. Se empieza por ser imprudente, y luego se pasa a ser tenaz; los intereses privados intervienen en la demanda; los que viven a expensas del erario revuelven o votan, y el mal se convierte en crónico, empeorando por años. Cada hombre que pasa por el poder se dice a sí mismo: detrás de mí venga el diluvio; o bien, si ha querido oponerse al torrente y no ha podido, creo haber hecho bastante, como Pilatos, lavándose las manos.

566. Así, antes de ahora, se han hecho empréstitos para consumir de un modo improductivo. Una vez bien evidenciado este resultado, la consecuencia parece ya haber sido que la guerra se ha hecho más difícil, en atención a que los prestamistas y los contribuyentes no han querido volver a tentar tan fácilmente los azares de la lucha.

567. Trátase ahora de saber si el progreso de los empréstitos públicos, que ha tenido tan tristes consecuencias en los tiempos de guerra, verdaderos tiempos de enfermedad, puede y debe tener las mejores, si los pueblos se conservan en el estado de salud, es decir, en el estado de paz.

En tiempo de paz, un Estado no puede empeñarse más que para fecundizar su territorio o mejorar sus instituciones; ahora bien, en este nuevo uso de los empréstitos es fácil obtener un consumo más comúnmente reproductivo.

Pero ¿cuáles son las mejoras de cuya ejecución debe encargarse el Estado? ¿Cuál es su límite?

¡Cómo obviar a ese gran inconveniente de las traslaciones que se llevan los fondos votados para los mejores usos a un uso lamentable?

Estas grandes cuestiones se están estudiando y todavía no se han resuelto; su solución depende en parte de las costumbres públicas, que deben a su vez influir sobre la marcha de las administraciones. La enseñanza pública de todo lo que se liga con los fenómenos de la riqueza pública y privada aparece aquí también con evidencia como un poderoso medio de progreso. Entre tanto los sucesos van adelante, se votan los empréstitos, se emprenden los trabajos, y en todas partes se procede de un modo empírico. ¡Quiera Dios que la nueva experiencia no sea tan negativamente instructiva como la que ya llevan hecha los pueblos!

§. V. De algunas opiniones sobre el empréstito.

568. Para penetrar aún más en la noción del empréstito, sigamos paso a paso a J. B. Say en la refutación de los principales errores que se han emitido sobre este punto.

569. Voltaire creía117 «que un Estado que no debe sino a sí mismo, no se empobrece, y que sus mismas deudas son un nuevo fomento para la industria». ¡Cuántos piensan como Voltaire!

Esto es una consecuencia de la teoría de los grandes sueldos y de la de que la contribución es la mejor de todas las colocaciones del dinero: todo lo que hemos dicho contra la exageración de las cargas públicas halla aquí una nueva aplicación. El Estado no toma a préstamo más que para consumir; ahora bien: si el consumo es improductivo, ¿cómo no ha de empobrecerse el país en tanto cuanto importa el consumo? Si es reproductivo y lo bastante para consentir un reembolso, la deuda cesa, y ya no es este el caso de que habla Voltaire, pues cree que basta que la nación se deba a sí misma para que no haya pérdida. Cuando los contribuyentes pagan cada año a los acreedores del Estado 300 millones de francos, como en Francia, y 750 millones, como en Inglaterra, yo veo en esto una mudanza o traslación de rendimientos de un capital aniquilado en sus tres cuartas partes; veo una renta pagada a los que han prestado ese capital; veo, en fin, que los provechos de otro capital perteneciente a los contribuyentes costean esa renta; de suerte que hay empobrecimiento social por el capital perdido, y empobrecimiento individual por los provechos anuales que pagan la renta; por consiguiente, la Francia y la Inglaterra me parecen mucho más empobrecidas que si no tuvieran que pagar anualmente, la una 300 millones y la otra 750 de intereses. Por lo que respecta al fomento de la industria, salvo el caso de trabajos y mejoras bien entendidas, hechas por el Estado con el capital tomado a préstamo, todavía es muy cuestionable si los ciudadanos por sí lo hubieran hecho con más acierto; pero, por el pronto, podemos asegurar que los contribuyentes sabrían emplear los 300 y los 750 millones, lo mismo que los censualistas de Francia y de Inglaterra, de manera que no nos parece posible admitir que los acreedores franceses, por el mero hecho de ser franceses, fomentan la industria recibiendo 300 millones de los contribuyentes de la misma nación. De ese modo la industria preferiría no recibir fomento alguno.

570. Condorcet, impugnando a Voltaire118, sostiene que el empréstito produciría peores efectos si los extranjeros suministrasen los fondos para él.

El mal consiste en que se consume un capital. Los intereses pagados a un extranjero provienen de los rendimientos de un capital productivo: si es preferible, bajo el punto de vista patriótico, que los nacionales presten a su Gobierno, es porque esto prueba que pueden prestar.

571. M. Dufresne St. Leon119 ha dicho que los Gobiernos vuelven «siempre a la circulación los fondos que sacan de ella por medio del empréstito, puesto que no toman prestado más que para pagar».

Ya hemos visto cómo devuelve el Gobierno el importe de las contribuciones (516). El Gobierno restablece en la circulación la moneda que de ella ha sacado, pero no la devuelve: las compras no son restituciones.

572. Los empréstitos, dicen algunos, favorecen las economías de los particulares, ofreciéndoles un medio fácil, siempre expedito, de colocar sus ahorros, aguardando la ocasión de emplearlos en alguna empresa más productiva.

Si los empréstitos provocan los ahorros, lo cual es dudoso, esos ahorros son de personas que pueden hacerlos bastante considerables, y colocarlos de cualquier otro modo; pero aun así, eso probaría que los empréstitos son funestos a la cosa pública, retirando los capitales de la agricultura, de la industria y del comercio.

Y haciéndolo así, ¿no provocan la disipación de los capitales, que se hubieran dedicado a consumos lentos, a gastos duraderos, a mejoras de toda especie y a colocaciones cuyo rendimiento sería la utilidad o el placer de las familias?

Pero ¿es seguro que los empréstitos sirven de depósito a los ahorros, y que el prestamista recoge su capital cuando lo necesita?... Como ese capital se ha gastado, el Estado no puede devolverlo; y si el prestamista vende su crédito a otro, éste empeña su capital y se limita a ocupar el lugar del primero.

573. Se ha dicho: los efectos públicos favorecen la circulación. Si alguna circulación favorecen, es una circulación viciosa, que no es más que el paso de una mano a otra, siendo así que la sola circulación apetecible es aquella que añade al objeto que circula una utilidad, un valor nuevo. Cuando se consume un capital en una fabricación para reaparecer bajo forma de productos se verifica una circulación útil.

574. También se ha dicho: los empréstitos, suministrando a los capitalistas un empleo de sus fondos, impiden que los envíen al extranjero.

Pero ¿no vale más prestar al extranjero que recargar nuestras contribuciones? Los capitales que salen del país producen réditos, y siempre se pueden recobrar vendiendo los títulos.

575. «Los empréstitos multiplican el número de los censualistas, y los censualistas fomentan la industria.»

La respuesta a este argumento es muy obvia. Cuando el censualista tiene menos que gastar, el contribuyente puede gastar más.

576. Ganish atribuye a los empréstitos la prosperidad de la Inglaterra, diciendo que esta es una verdad de hecho120, a la que nada se puede objetar; pero Ganish, probando que la Inglaterra ha prosperado mientras hacia empréstitos, no ha probado de modo alguno que haya prosperado porque los hacía o a pesar de que los hacía.

§. VI. Resumen.

577. La cuestión de los empréstitos es fundamental. Las ideas que hasta el presente nos hemos formado de ese sistema de consumo son más bien administrativas y políticas que económicas; para que de ellas se forme el público una noción exacta, los economistas tienen todavía numerosas preocupaciones que destruir, y muchos análisis muy delicados que hacer.

Mientras haya hombres importantes en el Estado que no teman aumentar la deuda pública, los Gobiernos se empeñarán demasiado y creerán hacer con ello un bien. ¡Es tan grato cobrar el dinero de los contribuyentes, gastarlo sin tasa, creerse por ello hombre hábil y adquirir derecho a la gratitud pública!

Mediten los publicistas a todas horas los escritos de Vauban, de Quesnay, de Turgot, de J. B. Say, de Ricardo, etc., etc., que han predicado la justicia, la economía, la moderación en las contribuciones y el horror a los empréstitos, verdades ya algo conocidas, pero diariamente atropelladas.

578. «Evite el Estado los empréstitos que forman rentas metálicas, que los abruman con deudas devoradoras y que ocasionan un comercio o tráfico de caudales por medio de los papeles comerciales, en que el descuento aumenta más y más los haberes particulares estériles. Esos haberes separan a los caudales de la agricultura y privan a los campos de las riquezas necesarias para la mejora de los fundos y para el laborío de las tierras121

«No esperemos recursos para las necesidades extraordinarias de un Estado, más que de la prosperidad de la nación, y no del crédito de los hacendistas, porque los caudales pecuniarios son riquezas clandestinas que no conocen ni rey ni patria122

579. En estos términos resume Florez Estrada en su Curso de Economía política los diferentes males que ocasiona el sistema de los empréstitos públicos123:

«1.º Este sistema arrastra los Gobiernos a la prodigalidad.

»2.º Produce guerras injustas.

»3.º Contribuye a consolidar el despotismo.

»4.º Fomenta la inmoralidad.

»5.º Impide que las contribuciones sean repartidas con igualdad.

»6.º Exime de todo impuesto la renta de las clases más ricas.

»7.º Disminuye el número de los contribuyentes.

»8.º Aumenta el número de los capitalistas ociosos y disminuye el de los capitalistas activos.

»9.º Arrebata a la producción los fondos destinados al juego de la Bolsa.

»10.º Encarece los productos nacionales, y por consecuencia impide su exportación, lo que no puede verificarse sin disminuirse la producción.

»11.º Ocasiona al país un sacrificio mayor del que sufriría si el Gobierno exigiese, por medio de una contribución, los fondos que toma prestados.

»12.º Es causa de que los Gobiernos existentes devoren los recursos de las generaciones futuras.

»13.º Imposibilita al contribuyente de conocer el estado de su fortuna.

»14.º Extingue el amor del trabajo y de la frugalidad.

»15.º Priva a la industria de un gran número de brazos.

»16.º Hace embarazosa la administración de la Hacienda.

»17.º Convierte a la nación deudora en tributaria de la nación acreedora, siempre que la cuota del interés sea más alta que la del mercado.

»18.º En fin, produce una subida en el interés del dinero y una baja en las utilidades del capital, perjuicio para los progresos de la industria, en mí concepto, el mayor de todos los enumerados.»








 
 
FIN