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Eugenio María de Hostos

Apunte biobibliográfico de Eugenio María de Hostos

Eugenio María de Hostos (1839-1903) nace un once de enero en el barrio Río Cañas de Mayagüez (Puerto Rico), en un lugar donde hoy está enclavado el museo que lleva su nombre y suelen celebrarse ofrendas florales y festivales de trovadores, costumbre propia de la zona en la época en que vino al mundo. Por el lado paterno, su familia proviene de españoles radicados en Cuba, que finalmente se establecieron en Puerto Rico. Por el materno, desciende de dominicanos que emigran a la isla vecina a raíz de las luchas independentistas. Es el quinto de ocho hermanos que fueron desapareciendo paulatinamente. En 1847 accede a los estudios primarios en el Liceo San Juan de Mayagüez que completará con otros en el Liceo de Jerónimo Gómez de Sotomayor en San Juan; pero ya en 1852 lo encontramos en España, cursando su bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao. El bajísimo nivel de la enseñanza local obligaba a las familias que podían permitírselo a enviar sus hijos a la metrópoli. En el 54 volverá a la isla donde termina su cuarto curso de latinidad en el Seminario de San Ildefonso (San Juan). Retorna a Bilbao en el 55 y finalmente pasa a Madrid en el 58 para ingresar en la Universidad Central. De hecho se matricula en las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras, carreras que abandonará enseguida. No sin quedar fascinado por la enseñanza de Julián Sanz del Río, difusor del krausismo en España y que marcará para siempre sus ideas.

¿En qué contexto sociopolítico transcurrió su existencia? A lo largo del XIX, asimilismos, autonomismos y separatismos son parte de la agitación reformista en las Antillas. Los liberales ganan las elecciones de comisionados ante la Junta Informativa de Reformas. Llamados a Madrid, los puertorriqueños fueron más allá que los cubanos pidiendo la abolición de la esclavitud, el libre comercio entre el archipiélago y la península, la reducción de los aranceles y los mismos derechos individuales que los españoles... sin éxito: Cánovas fue reemplazado por el ultraconservador Alejandro de Castro. La frustrada sedición militar de 7 de junio del 67 en San Juan tuvo como resultado el destierro de liberal-reformistas como Betances y Ruiz Belvis quienes, a partir de ahora, trabajarán desde fuera. El también fracasado Grito de Lares (1868) sólo se palió con la revolución española de septiembre del 68, en la que participaron los antillanos residentes en Madrid logrando la amnistía para los presos antillanos. Por ley de 14 de diciembre del 68 se le reconoció a la isla el derecho a enviar a las Cortes Constituyentes del 69 once diputados, que se ampliaron después. Triunfarán los liberales y en 1873 se proclamará la Primera República Española que abolió la esclavitud en ese mismo año. No obstante, la inmediata caída de los liberales españoles y el posterior encumbramiento de Cánovas arrinconaría el reformismo en las Antillas. Entre 1865 y 1879 la productividad económica favorece a los hacendados criollos conservadores, pero las alternativas políticas van de mal en peor. El club Borinquen, organizado por un grupo de separatistas puertorriqueños en Nueva York, lanza ardientes proclamas, buscando la ayuda militar de Estados Unidos. La, en otro tiempo ansiada carta autonomista, llega tarde y se queda corta, de la mano del recién nombrado ministro de Ultramar Moret, tras ser asesinado Cánovas el 17 de febrero del 97 y subir al poder Mateo Sagasta. Este es el contexto en que se desarrolla la actividad política de Eugenio María de Hostos.

En el 59 y 62-63 realizará sendos viajes a Puerto Rico por motivos familiares, con el subsiguiente retorno a la metrópoli. Será allí donde publique La peregrinación de Bayoán (1863) y donde comience a señalarse por su labor periodística; una labor crítica, in crescendo del 65 a la revolución. Asimismo, entra en contacto con la Sociedad Abolicionista fundada por Vizcarrondo (1864) en cuya junta estuvieron Giner de los Ríos, Salmerón y Castelar y en la que se fueron integrando los isleños llegados a Madrid -el cubano Rafael de Labra y los puertorriqueños José Julián Acosta o Segundo Ruiz Belvis, Román Baldorioty de Castro y Mariano Quiñones-. Son significativos sus artículos en prensa sobre la materia, por ejemplo «Un crimen sin castigo» (La Nación, 6, abril, 1866) denunciando el problema desde su humanitarismo krausista y estableciendo correlaciones entre esclavitud/abolición y Colonia/independencia. Retomará el asunto años después en Chile («La abolición de la esclavitud en Puerto Rico», El Ferrocarril, Santiago, 1873) con ocasión de ésta por la República española (22 de marzo de 1873). Desde el 63 miembro del Ateneo de Madrid (1835), vivirá a fondo la política capitalina dedicado a liberar la metrópoli de sus males, reivindicando al principio la autonomía para su isla. Como recuerda Galdós en Prim, el veinte de diciembre del 68 Hostos pronunciará un discurso crítico y desencantado, culminación de una actividad política cuyo eje fue la relación de España con las Islas y que se puede seguir en el Diario y aún más en el Epistolario. Su intervención responde a la pregunta del presidente Moreno Nieto: «cuál de las dos formas de gobierno, monarquía o república, realiza mejor el ideal del derecho» -pregunta pertinente tras el derrocamiento de la monarquía en la Gloriosa-. El caribeño se pronuncia a favor de la que realice más plenamente la justicia: nunca la monarquía -el gobierno de uno, sin margen de libertad y menos para las colonias-. Pero, tras este preámbulo, aparece el auténtico eje de su discurso: «Señores -dirá- yo no necesito deciros lo que soy. Yo soy americano: yo tengo la honra de ser puertorriqueño y tengo que ser federalista» Y concluye: «El lazo de libertad que aún puede unir a las Antillas con España es el lazo federal; el modo de realizar la independencia dentro de la dependencia, la federación». Confederación antillana que -ahora lo empieza a ver claro- no tiene sentido alguno sin la independencia de las islas, a su vez muy ligada al abolicionismo, caballo de batalla durante más de cincuenta años en el Caribe y la metrópoli.

Termina entonces su etapa europea y se inicia una larga, itinerante y fructífera vida americana: Nueva York será el centro de operaciones de quienes ya promueven públicamente la independencia de Cuba y Puerto Rico; algo que cuajará como programa en sus «Estatutos de la Liga Independiente». Allí se entrevistará con su compatriota Betances, el líder abolicionista que durante cuarenta años (1858-1898) activará la lucha anticolonialista en las Antillas, y será el mentor de dos generaciones independentistas. Y que en 1875 (Puerto Plata) le presentará al caudillo dominicano Luperón, uno de los primeros en intuir que las Antillas solamente podrían evitar el dominio estadounidense mediante la integración dentro de una amplia confederación insular. Progresivamente miembro de la Sociedad de Auxilios a los Cubanos, de la Sociedad de Instrucción de la Liga de Independencia y de algunos otros foros, abre un largo periplo suramericano por Colombia, Perú, Chile, Paraguay, Argentina y Brasil (noviembre del 70-marzo del 74); periplo que completará más adelante recalando en Venezuela, Santo Domingo y Cuba. Al llegar a un nuevo país se interesa por los problemas locales, a los que trata de aplicar la educación, posible redentora de pueblos. Por el epistolario sabemos de su intensa actividad política, siempre en torno a las asociaciones independentistas cubanas, más numerosas y mejor organizadas de cara a estos ideales. Y en los periódicos encontramos huellas de su apoyo a los ferrocarriles (el de los Abismos peruanos o el Trasandino entre Argentina y Chile, cuya primera locomotora llevará su nombre (1910). Ferrocarril significa progreso, lo que articula su utopía civilizadora.

En esta etapa intensificará lo que fue su medio de vida habitual, el trabajo en los periódicos. Ya lo había hecho en el neoyorquino La Revolución y había fundando además La Patria (1871) en Lima, y Las Tres Antillas y Los Antillanos (1875) en Puerto Plata (República Dominicana). Pero sus intereses profundos estaban dirigidos a la educación y la política, es decir, el apoyo a la revolución, independencia y posterior confederación de las Antillas. Son significativos al respecto sus viajes a Nueva York en el 74 pasando por Buenos Aires, Río de Janeiro y Saint Thomas; o en el 76 para redactar el programa de la Liga de los Independientes. Mucho más meritorio fue el que realizó en 1898, puesto que implicaba un corte radical con la vida familiar, por fin asentada y feliz en Chile. En efecto años atrás, el nueve de julio de 1877, se había casado en Caracas con la cubana Belinda Ayala, de la que tendrá seis hijos. En 1898 rompe con su vida cotidiana urgido por su patriotismo: so capa de cumplir el encargo del gobierno chileno de estudiar los Institutos de Psicología Experimental de los Estados Unidos, embarca en Valparaíso rumbo a Panamá abriendo un nuevo periplo de actividad política. Llega a Caracas y, comisionado por los emigrados cubanos y puertorriqueños de Colombia y Venezuela, parte hacia Nueva York, donde fundará la Liga de Patriotas Puertorriqueños (25 de julio de 1898), de la que es elegido presidente. Se dirige después a Puerto Rico, estableciendo en Juana Díaz el Primer Capítulo de esa Liga que debía incentivar al pueblo de cara a la convocatoria de un posible plebiscito. Sus coterráneos le escogen -junto a Manuel Zeno Gandía, Rafael del Valle y Julio J. Henna- para formar parte de la comisión puertorriqueña que planteará sus reivindicaciones en Washington al presidente McKinley (21 de enero del 99). Comisión que fracasa: la ley Foraker convertirá la isla en una Colonia.

Dos son los países que reclaman a Hostos como propio: Chile y Santo Domingo. En ambos incardinó su vida cotidiana. Llega a Chile en diciembre del 71 y vivirá allí año y medio, entre Santiago y Valparaíso, donde trabajará en el periódico La Patria; tiempo suficiente para crear la Sociedad de Auxilios para Cuba. Esta primera estancia chilena es importante para su actividad literaria: gana un premio por su Memoria para la Exposición Nacional de Arte e Industrias, publica su biografía sobre Plácido, su Ensayo crítico sobre Hamlet y unas conferencias sobre la educación científica de la mujer, bastante progresistas. Asimismo lanza una segunda edición (corregida y aumentada) de La peregrinación de Bayoán (1873). Índice del prestigio alcanzado fue su nombramiento como socio de la Academia de Bellas Letras de Santiago. Su segunda estancia chilena -país al que venía siendo invitado de nuevo desde el 85- se abre a comienzos del 89. Rector del Liceo de Chillán (1889-1890) y del Miguel Luis Amunátegui (1890-1898), redacta su Reforma de la Enseñanza en Chile y Reforma del Plan de Estudios de la Facultad de Leyes y colabora con Letelier y Bañados Espinosa en la Reforma para la Enseñanza del Derecho. Vendrán después una Gramática general (1890), su Crisis constitucional de Chile (1891), Ensayo sobre la historia de la lengua castellana (1894) y una Historia de la civilización antigua (1894).

Por lo que se refiere a Santo Domingo y tras una primera y breve estancia (mayo 1875/abril 1876) en que traba contacto con Luperón y Henríquez y Carvajal, además de colaborar en periódicos antillanos, se establecerá en marzo del 79 iniciado las tareas educativas: fundará la primera Escuela Normal del país. Realizará durante nueve años una honda labor cívica y educativa que a veces choca con la política oficial, modernizando las técnicas pedagógicas, insistiendo en la educación científico-positivista y ampliando ésta a la mujer. Labor apoyada en grandes amigos como los Henríquez y Carvajal o Salomé Ureña... y ensombrecida por el ascenso al poder en 1887 del dictador Ulises Heureaux que le decide a partir. En consecuencia, acepta la petición del presidente chileno Balmaceda para regresar a Chile a principios del 89, no sin antes preparar para la publicación su Tratado de Sociología, sus Lecciones de Derecho Constitucional (1887) y su Moral social (1888), tercero de los cuatro libros que componen su Tratado de Moral. Volverá a la isla caribeña el 6 de enero de 1900 aprovechando el nuevo gobierno de Horacio Vázquez y será nombrado Inspector General de Enseñanza Pública y Director de la Escuela Normal. Dictará una serie de conferencias sobre sociología publicadas póstumamente por sus discípulos. Allí morirá el 11 de agosto de 1903.

María Caballero Wangüemert
(Universidad de Sevilla)

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