1
Puede decirse, a la luz de las objeciones filosóficas al uso del calificativo de «Bárbaros» que plantea las Casas en Apologética Historia Sumaria por ejemplo, que posteriormente, por efecto en parte de ciertas líneas culturales, filosóficas e ideológicas del «Siglo de las Luces», hubo una regresión extrema en la antagonización «Civilización» vs. «Barbarie» -Paradójica regresión si se tiene en cuenta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre-. Al respecto, ver el libro de María Rosa Lojo citado en bibliografía.
2
Entiendo aquí ideología no sólo en su definición restringida -aquello que legitima una práctica política- o en algunas de sus acepciones clásicas -por ejemplo como «visión del mundo» de una conciencia, o «falsa conciencia» según lo entiende una central vertiente marxista clásica-, sino sobre todo como compleja manifestación de lenguaje, dialógica, que remite a los conflictos y luchas por la hegemonía en el poder y la vida material. Para una revisión actualizada -desde un marxismo que ha incorporado muy bien los diversos aportes de Mijaíl Bajtín, Ludwig Wittgenstein o Richard Rorty, por mencionar algunos-, ver Terrry Eagleton, Ideología. Una introducción. Buenos Aires: Paidós, 1996 (Ideology. An Introduction. London and New York: Verso, 1995).
3
Desde 1838 por lo menos, Sarmiento y los miembros de su generación intelectual habían adherido al «pre- positivismo» de los escritos de Saint-Simon. La creencia de que la ciencia abría los secretos del desarrollo humano y guiaba las instituciones humanas hacia el más perfecto orden fue un lineamiento que marcó a dicha generación y lo que impulsó para Argentina. El conocimiento posterior de los textos de Auguste Comte ratificó esta convicción para el desarrollo «civilizatorio» tras la senda del «progreso». Al respecto, ver William Katra, Domingo F. Sarmiento. Public Writer (Between 1839 and 1852), pp. 121 y ss. Recurrentemente, Sarmiento en Conflictos y armonías... reafirma su «fe» positivista: «No pudiendo entrar los orígenes de la tierra en los límites de la ciencia positiva que nuestro Burmeister...»
, etc.
4
David Viñas, en Indios, ejército y frontera, habla de cómo los miembros de la generación de 1837 y la generación de 1880 -las dos generaciones decisivas en la constitución del Estado burgués-liberal argentino del siglo XIX- negaban el «gaucho», inclusive el «indio» que llevaban encima. Esta es una idea muy sugestiva para explorar una problemática de identidades negadas que, desde lo autobiográfico, se proyectan hacia el diseño institucional de la Nación. Esta observación de Viñas puede corroborarse en muchos de esos intelectuales y políticos, pero antes que nadie en el mismo Sarmiento. Este ya en sus primeros escritos cuenta la relación de una rama de su familia con antepasados huarpes (indios que habitaban su San Juan natal). También en Conflictos y armonías... vuelve a mencionar «familiarmente» a los huarpes. Claro que sobre todo desde 1860 tener un antepasado indio era cada vez más «vergonzoso» para alguien que se pensaba dirigente de una «próspera nación».
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Jorge Luis Borges realiza la más conocida reescritura de este pasaje sarmientino, basado a su vez en el Undécimo Remedio del «Memorial de los Remedios para las Indias» (1516) de Las Casas. Borges escribe: «En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros [...] A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos...»
(«El espantoso redentor Lazarus Morell, Historia universal de la infamia, primera edición: 1934). La relevancia de la reescritura es múltiple. Borges estiliza, reafirma el uso ideológico sarmientino de Las Casas. Por consiguiente, actualiza culturalmente ese uso en pleno siglo XX, proyectándolo literaria e ideológicamente. En gran medida, esto también ayuda a entender la vigencia de la autopercepción como cultura blanca de sectores centrales de la intelectualidad argentina, considerando la proyección de figuras de la dimensión de Borges. Cuando Susana Rotker, en cautivas..., revisa la elaboración que la literatura fundacional del país hizo de los «desplazados», «excluidos» en las fronteras de lo «blanco», la remitencia a los relatos de Borges es constante ya que éste reescribe decisivamente aquellos relatos fundacionales (y sus bordes críticos).
6
Esta puede ser otra decodificación posible de ciertas indagaciones que en la crítica literaria latinoamericana contemporánea apuntan a mostrar el devenir articulado de los códigos literarios en su definición sobre todo con respecto a los códigos jurídicos (en la época Colonial, las Crónicas y los relatos picarescos por ejemplo), y en el siglo XIX hasta entrado el XX con respecto a los códigos científicos. En este enlace, las críticas en cuestión se proponen explorar el origen de la ficción latinoamericana por una parte, y su formalización articulada con los saberes que organizan las formaciones discursivas de cada momento histórico. Al respecto, entre otros ver Roberto González Echevarría, Myth and Archive. A Theory of Latin American Narrative, donde inclusive realiza consideraciones sobre Sarmiento, en particular la etapa de Facundo (1845).
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La Historia de Indias había sido publicada finalmente en 1875 en Madrid. Si bien Sarmiento no hace referencia a ella, es posible que la haya conocido debido a la trascendencia que tuvo su aparición.
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Lo que a nivel continental se relaciona con la visión de los indios que emiten documentos como la célebre «Carta de Jamaica» de Simón Bolívar.
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El genocidio realizado por la Triple Alianza de Argentina, Brasil y Uruguay -con apoyo de las naciones más poderosas a nivel mundial- en la «Guerra del paraguay» es también otra imposición de lo «Civilizado» burgués y blanco sobre lo «Bárbaro» mestizo. Fue una acción hacia las «fronteras externas» del Estado Burgués liberal argentino, correlativa del ajusticiamiento de caudillos provinciales opuestos al gobierno central y a la «Conquista» de las «Fronteras» interiores, las que se disputaban con los indios (1982).
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La estrategia de Alsina también buscaba crear zonas pactadas de asentamientos -ciudades- indios. Esto era central. Se avanzó, inclusive, en varios acuerdos con importantes caciques y se comenzó el diseño de algunas ciudades. En estas vivirían no sólo los llamados «indios buenos», indios muy asimilados ya a la vida de frontera. La gran novedad es que allí vivirían populosas tribus, con estimable autonomía en algunos casos. Evidentemente, esto estaba lejos de ser aceptado por los sectores con mayores intereses y ambiciones económicas de la elite liberal. Luego, tras el «exterminio», esa elite se distribuirá impunemente los antiguos e inmensos territorios indios para lograr un enriquecimiento espectacular a nivel mundial basado en la unidad económica de la Estancia y su óptima inserción en el circuito agroexportador del orden mundial.