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Los grandes estadistas. Excmo. Sr. D. Manuel Estrada Cabrera

Concepción Gimeno de Flaquer





Habíanme hablado tanto en Europa del insigne centroamericano Estrada Cabrera, discutiendo las condiciones de su carácter, nunca su talento consagrado por la fama, que sentía ardiente anhelo de conocerle: Estrada Cabrera es un hombre franco, leal, un hombre ecuánime, un perfecto caballero, tan correcto en su vida social, como en su vida política; un estadista de espíritu moderno. No encontraréis ninguna afectación en trato; modesto en demasía, parece no darse cuenta de la importante obra que ha realizado. Enemigo de perisologías, piensa más que habla; su palabra es sobria, como de mentalidad vigorosa. Su circunspección dale aspecto de hombre frío, pero al tratarse de altos ideales para su patria, aparecen sus vehemencias, sus entusiasmos.

Su rostro de líneas abiertas, revela decisión, energía serena; su sonrisa es melancólicamente escéptica como de quien conoce los misterios de la vida; sus grandes ojos iluminados por luz intelectual, intentan velar sus fulgores, entornándose con un leve parpadeo que algunos de sus interlocutores no comprenden, pero que encierra suprema habilidad.

Con ese parpadeo indefinible para muchos, hace la vivisección de su visitante, apoderándose de su psicología, recogiendo la impresión que le produce, para plasmarla en su cerebro, en ese prodigioso cerebro, que encierra portentosa memoria, una memoria que acaso alguien califique de cruel.

La fisonomía moral de Estrada Cabrera tiene tantas facetas, tantos matices, tantas iridiscencias, que no es extraño sea mixtificada.

Es muy difícil juzgar desapasionadamente a los hombres que ejercen el más alto poder de una nación.

El Presidente Wilson ha dicho que nunca ha leído un artículo acerca de su ser psíquico, en el que se haya reconocido que tiembla al pensar en la variedad y falsedad de las impresiones que causa, como si tuviera un aparato de quita y pon dentro de su alma.

Estrada Cabrera, sinceramente demócrata, recibe al pueblo: oye con paciencia sus aspiraciones y quejas, le alienta, le consuela y le convence, porque Estrada Cabrera posee la diplomacia de un Metternich.

El ilustre centroamericano, amable, fino, cortés, contesta la carta del más insignificante guatemalteco, porque piensa, como Pedro el Grande, que no ha de tener más educación que él ninguno de sus súbditos.

Estrada Cabrera debe ser considerado en la cultura mundial como uno de los más entusiastas propagandistas; su intenso amor a la instrucción pública le ha hecho erigir veintidós templos a Minerva, le ha hecho decir, que entre inteligencias estériles o campos incultos prefiere estos; él que ha dictado leyes agrarias dignas de un Jovellanos.

Cuando en el Erario no hay bastantes fondos, costea escuelas de su propio peculio. La República Argentina debe su importancia a la miríada de escuelas de que está sembrada; Guatemala es hoy, relativamente, una de las naciones de menos analfabetos.

Amante Estrada Cabrera de las letras y las artes, hace imprimir libros, honra a los poetas erigiendo un monumento a José Batres Montúfar, en el parque donde se alza el teatro Colón, con fachada de elegantes columnas jónicas, y un friso que por sus triglifos y metopas recuerda el Parthenon de Atenas.

El Presidente de Guatemala es creador de las fiestas anuales consagradas a Minerva, dedicadas a la juventud estudiosa, fiestas muy originales. Si como embellecedor de Guatemala, la que ha hecho arquitectónica, estatuaria, es un Pericles, como reorganizador del Ejército es un estratega espartano. Su obra administrativa tiene importancia colosal; él ha abierto puertos y carreteras, ha reedificado pueblos, ha construido el ferrocarril interoceánico, ha creado laboratorios de química, gabinete de física, desinfectorios, crematorios. Ha promulgado leyes sobre sociedades cooperativas, trabajo nuevo en la América Latina; ha formado códigos de minería, de comercio, de higiene, de instrucción pública; ha erigido un mapa de la República en relieve, con sus volcanes, ríos y mares, que es único en el mundo.

Protector de la beneficencia, ha reformado hospitales y asilos, atendiendo muy especialmente el Asilo Maternidad porque, como buen sociólogo, sabe que auxiliar a las mujeres grávidas, ampararlas en el período de la gestación, es mejorar la raza, es hacer patria.

Nadie aventaja a Estrada Cabrera en introducir progresos en su país: he visto con sorpresa que existe en Guatemala una Escuela de Aviación, le dernier cri de l'actualité.

Mi asombro ha sido grande al saber que ha permitido la investigación de la paternidad, problema por el que está' rompiendo lanzas en Europa muchos humanitaristas. La investigación de la paternidad es ley que decretose en Francia hace dos años. Estrada Cabrera se adelantó a los europeos.

Goza el Presidente de Guatemala de gran prestigio entre sus conterráneos, de gran respeto entre las colonias extranjeras: los españoles quiérenle sinceramente. Es verdad que Estrada Cabrera les distinguió siempre. En una época en que lamentábanse de hallarse sin Ministro, díjoles efusivamente: Yo lo seré. No es para olvidarlo este rasgo.

En Guatemala no existe el extranjerofobismo que se ve en otras naciones disgregadas de España; mientras exista Estrada Cabrera no se promulgará jamás la ley Patria Popea: él cree con Sáenz Peña que América debe ser para la humanidad.

Celebrábanse en Guatemala las fiestas de su Independencia; asistí a la solemne conmemoración de tan memorable evolución política, y complázcome en hacer saber a España, que todos los discursos pronunciados en el Salón de Recepciones del Poder Ejecutivo en presencia del ilustre mandatario de esta nación, han tenido notas afectuosas para la madre patria. El orador oficial estuvo muy acertado al hablar de las causas que promovieron la Independencia: trató a España con amor.

Suntuoso es el salón del palacio presidencial donde verificose la fiesta; de estilo árabe, con rico artesonado, luciendo en sus muros soberbios gobelinos, enlazábanse graciosamente las banderas, a variada profusión de orquídeas, de sorprendentes matices. El escudo nacional formado de flores con el quetzal por blasón, ese simbólico pájaro que muere al verse privado de libertad, hízome admirar el arte de la jardinería guatemalteca.

Todas las naciones han rendido tributo de simpatía a Estrada Cabrera, enviándole condecoraciones: de España tiene tres. Cuando recibió la gran cruz de Isabel la Católica, la colonia española de Guatemala festejó dignamente el suceso. Por iniciativa de un entusiasta español, el popular Juan Martínez Puig, que con inteligencia y actividad se ha labrado una fortuna, verificose espléndida fiesta.

Dedicaron los españoles al señor Presidente de la República lujoso y artístico pergamino, engalanado con los retratos del ilustre centroamericano y de nuestro amado Monarca, los escudos de España y Guatemala, con cien firmas de adhesión, representando a la colonia española.

Estrada Cabrera merece más que nadie como pacifista el premio Nobel. Cuando tuvo noticia de la guerra europea, exclamó: «Esa guerra es la bancarrota de la civilización». Guatemala es hoy una nación seria, gracias a su actual Presidente, que le ha dado diez y siete años de paz. Él ha sacado a su patria de la anarquía, ha establecido el orden, la tranquilidad, le ha dado nueva vida.

¿Qué sobrenombre otorgará la Historia a Estrada Cabrera?

¿Campeón del progreso?

¿Mecenas de los estudiosos?

¿Pacifista?

Los tres sobrenombres merece quien ha rasgado las densas nieblas en que se envolvía esta República, para presentarla a la admiración universal entre resplandores.





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