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El socialismo científico organizado en Alemania -y aún podemos decir que el de Bélgica, Francia e Italia-, clasifica de este modo la evolución económica en su relación con el pasado, el presente y el porvenir:

I. Sociedad de la Edad Media. Pequeña producción dividida. Medios de producción adaptados al uso individual y, por tanto, primitivos, mezquinos, de efectos muy limitados, poseídos por el productor mismo. Producción para el consumo inmediato del productor o de su señor feudal. Sólo allí donde hay excedente de productos sobre el consumo, se ofrecen éstos a la venta, entrando así en el cambio, producción de mercancías en estado naciente, pero llevando ya en su seno el germen de la anarquía social en la producción.

II. Revolución capitalista. Trasformación de la industria por la cooperación simple y por la manufactura. Concentración de los medios de producción, hasta entonces esparcidos, en grandes talleres, es decir, su transformación de individuales en sociales, transformación que apenas alcanza al cambio, y, por consecuencia, conservación de las antiguas formas de apropiación. El capitalista aparece; se hace propietario de los medios de producción y se apropia los productos, convirtiéndolos en mercancías. La producción se convierte en acto social; el cambio y con él la apropiación, siguen siendo actos individuales; el producto social es apropiado por el capitalista individual. Antagonismo fundamental, origen de todos los antagonismos dentro de los cuales se agita nuestra sociedad.

a) Separación del productor de los medios de producción. Condena del trabajador a vivir asalariado. Antagonismo entre el proletariado y la burguesía.

b) Desarrollo, principalmente merced a la grande industria, desde fines del siglo XVIII, de la acción de las leyes, reglamentando la producción de mercancías. Lucha desenfrenada a causa de la concurrencia. Antagonismo entre la organización social de la producción en cada fábrica y la anarquía social en la producción general.

c) Por un lado, perfeccionamiento del maquinismo, necesario a todo industrial merced a la competencia, que equivale a la destitución siempre creciente de los obreros, creando así el ejército industrial de reserva; por otro, extensión ilimitada de la producción, obligatoria asimismo para el industrial; por ambos lados, desarrollo sorprendente de las fuerzas productivas, exceso de la oferta sobre la demanda, exceso de producción, amontonamiento en los mercados, crisis decenales, círculo vicioso: aquí superabundancia de medios de producción y de productos; allí superabundancia de obreros sin trabajo y sin medios de existencia; pero estos dos motores de la producción y del bienestar social no pueden reunirse porque la forma capitalista de la producción impide obrar a las fuerzas productivas y circular a los productos, a menos de cambiarse en capital, cosa que no permite la misma superabundancia. El antagonismo llega hasta el absurdo. El modo de producción se recela contra la forma del cambio. La burguesía se muestra incapaz de dirigir en lo sucesivo las fuerzas productivas sociales.

d) Reconocimiento parcial del carácter social de las fuerzas productivas, que se impone hasta a los capitalistas; apropiación de los grandes organismos de producción y de comunicación por sociedades por acciones, y más tarde por el Estado. La burguesía, convertida en clase inútil, deja que sus funciones activas sean efectuadas por asalariados.

III. Revolución proletaria, solución de los antagonismos. El proletariado se apodera del poder público y transforma, mediante dicho poder, en propiedad pública los medios de producción sociales, que escapan de manos de la burguesía, y por este acto los despoja de su carácter de capital; da plena libertad de arraigarse a su carácter social, y hace posible la organización de la producción social, siguiendo un plan predeterminado. El desarrollo de la producción hace que sea un anacronismo la existencia de las clases sociales. La autoridad política del Estado desaparece con la anarquía social de la producción. Los hombres, dueños ya de su modo de asociación, se hacen dueños de la naturaleza, de sí mismos: se hacen libres.

Llevar a cabo este acto, que libertará el mundo, es la misión histórica del proletariado moderno. Estudiar detenidamente las condiciones históricas y al mismo tiempo el carácter específico y las consecuencias inevitables de este acto; dar a la clase llamada a la acción, y hoy oprimida, el completo conocimiento de las condiciones y de la naturaleza de su propia acción inminente, ésa es la misión de la expresión teórica del movimiento proletario, del socialismo científico. (N. del E.)

 

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¡Protección al trabajo y a la industria! Vanas palabras en los labios de nuestros gobernantes. La estadística nos demuestra que el librecambio sigue haciendo un papel funestísimo para la industria chilena. Nuestros gobernantes parecen obstinados en matar la producción nacional y el noble y emprendedor espíritu de industriales y trabajadores. Conocido es ya el resultado que dieron las últimas locomotoras que el Estado encargó al extranjero: ¡resultaron inútiles armatostes, que ha sido menester adaptarlos a nuestras vías y túneles! ¿A cuántos obreros y familias chilenas se les arrebata el pan con estos criminales derroches? La riqueza pública, ¿cuánto deja de utilizarse, por no fabricarse aquí esas locomotoras? Pero, aún nuestros gobernadores no se dan por convencidos de la conveniencia de preferir a la industria y al obrero nacional para protegerles con los trabajos del Estado. Consecuentes con este modo de pensar, contratan buen número de impresiones fiscales en el exterior, y, como por vía de ejemplo, en 1896 el Presidente de la República ha encargado, pagando en sonantes libras, ¡todos sus muebles a Europa!

Once millones de pesos van anualmente al extranjero en pago de los siguientes productos que se nos importa, productos de que es abundante para su elaboración nuestro suelo: manteca de chancho, quesos, sal común y refinada, harina flor, fréjoles, aceite de linaza, aceite de olivos, almidón, canastos, betún para zapatos, cola, jarcias de cáñamo, seda para bordar, ají, azúcares, escobas, cristalería, plumeros, botellas, damajuanas, azufre, dulces confitados, cebada común, loza, vidrios planos, trigo, sacos calcios, perfumería surtida, calzado surtido, maíz, jabón de olor y frutas en conserva. ¿Qué pensarán de nosotros en el extranjero al hacernos estas remisiones? ¡Seguramente que somos o muy pródigos o extremadamente holgazanes!

En 1895 ha contratado nuestro gobierno en Europa equipo y artículos para el ejército y armada por un valor aproximado de cuatro millones de pesos. ¡Como si no se pudieran fabricar en Chile correajes, tela para colchones, guantes, ropa de paño, cantimploras, sillas de montar, frazadas...! (N. del E.)

 

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No podemos dejar de reproducir las hermosísimas palabras de aquel célebre hijo del pueblo, Horacio Mann, a quien tanto debe la instrucción pública de los Estados Unidos de Norte América:

«Que -decía él a sus oyentes, en uno de sus discursos memorables-, si supieseis que se ha descubierto una mina de carbón que produce el 10 por ciento de beneficio neto, allá iríais todos; y hay, sin embargo, hombres que dejáis vegetar en la ignorancia, cuando de ellos podéis sacar 40 y aún 50 por ciento. Os ocupáis sin cesar en capitales y máquinas; pero la primera máquina es el hombre, y lo descuidáis. Sabéis sacar ventaja de las plantas y de los animales; de una yerba estéril habéis sacado el trigo; del chacal hecho el perro, y tenéis hijos de quienes no sabéis que hacer.

Construís tribunales, hospicios, ¿para qué? Para castigar gentes a quienes la ignorancia ha hecho criminales, para recoger miserables que no han podido prosperar por falta de instrucción. ¿No sois cómplices o autores de los males que tratáis en vano de remediar o curar? Estableced escuelas y disiparéis la ignorancia, el crimen y la miseria, disminuiréis los odios, y haréis la fortuna y la grandeza del país por las comodidades de la vida, la moralidad y la felicidad de cada uno». (N. del E.)

 

214

Richesse des nations, tomo I, págs. 81, 102. (N. del E.)

 

215

Cours d'Economie Politique, tomo II, pág. 45. (N. del E.)

 

216

Cítese [sic]. (N. del E.)

 

217

F. Le Play, L'organisation du travail, pág. 185. (N. del E.)

 

218

Encíclica sobre la condición de los obreros. (N. del E.)

 

219

P. Leroy Beaulien, Traité d'Economie Politique, V. IV. pág. 288 y sigtes. (N. del E.)

 

220

Muy probablemente se trata de un error tipográfico, siendo la palabra incentivo, la que el autor del texto colocó en su manuscrito original (nota del compilador). (N. del E.)