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11

Véase, por ejemplo, Principios de Economía Política, de McCulloch, (1825) parte I.

 

12

Syllabus de un compendio de los méritos de las doctrinas de Jesús, Los escritos de Thomas Jefferson, coleccionados y editados por Paul Leicester Ford, Hijos de Putnam's Sons, volumen VIII, pág. 227.

 

13

De physiocracia o gobierno conforme a la naturaleza de las cosas u orden natural, nombre sugerido en 1768 por Dupont de Nemours, uno de sus más activos miembros.

 

14

Riqueza de las Naciones, libro V. Capítulo II. Parte II.

 

15

El libro original fue publicado en 1803. Pero esta introducción contiene pruebas implícitas de no haber sido escrita antes de 1814.

 

16

Hay aquí una confusión latente en el uso de una palabra, confusión acerca de la cual quiero llamar la atención, porque en algunos escritos anteriores yo también he caído en ella. La palabra «utilidad» expresa correctamente la idea de lo que da valor en uso -la cualidad de poder ser usado.- Y la palabra «deseabilidad» es empleada algunas veces por los economistas para expresar la idea que contrasta con aquélla; la idea de lo que da valor en cambio, la cualidad de ser deseado, aunque no satisfaga precisamente una necesidad o un propósito útil. Tal uso parece conveniente y tiene cierta sanción en los escritos económicos, y he visto que he incurrido en él en la parte1.ª, capítulo V de Un filósofo perplejo donde digo:

«Si investigamos cual es el atributo o condición concurrente con la presencia, ausencia o grado de valor adscripto a algo, veremos que las cosas que tienen alguna clase de utilidad o deseabilidad, son valiosas o no según sea difícil o fácil obtenerlas».

Sin embargo, en realidad, tal uso de la palabra no es correcto. Surge una dificultad del uso de la palabra «deseabilidad» distinguiéndola de «utilidad». «Utilidad» significa la capacidad de ser usado, y, por analogía, «deseabilidad» significará la capacidad de ser deseado. Sin embargo, si lo hacemos así, no tendremos la palabra que necesitamos para contrastar con utilidad. Porque las palabras que distingan tienen que ser palabras restrictivas, como lo es «utilidad» o «usabilidad», expresando en algunas cosas una capacidad que otras cosas no tienen. «Deseabilidad», no obstante, aunque tenga o podamos darle el sentido de capacidad de ser deseado, no será una palabra de restricción, puesto que todo, sin excepción, puede ser deseado, y lo que nosotros realmente necesitamos no es una palabra que exprese la capacidad de ser deseado, sino el hecho de serlo. «Deseabilidad», en su recto uso, por tanto, no significa la capacidad de ser deseado, como «utilidad» significa la capacidad de ser usado. Cuando decimos que una cosa es o no deseable, no significamos que pueda ser o pueda no ser deseable ni que lo sea o no lo sea, sino que deba o no deba ser deseada. Así un cambio o comercio deseable es un comercio que, con respecto a las partes consideradas, sería bueno. Un cambio no deseable es el que produciría perjuicio a las partes consideradas. Así, hablamos de un libro, caballo, bebida, alimento, medicina, apetito, costumbre, pensamiento, sentimiento o satisfacción deseables, con referencia a un último beneficio o daño para la persona o personas especialmente consideradas o para el género humano en general. Por ello podemos con exactitud hablar hasta de un deseo deseable o no deseable. La razón por la cual no hay en el idioma inglés palabra que exprese la idea que yo quiero expresar, y que si libremente hubiera de forjar una palabra llamaría «desiredness», es que la sola palabra «valor» sirve en el lenguaje usual para los dos sentidos, por lo que no hay una necesidad general de ella.

 

17

Como se explicó en el libro I, cap. XI.

 

18

«Precio», como término económico, ha llegado a significar valor en términos de dinero, o por lo menos, en términos de una particular mercancía. Pero Adam Smith no hizo esta distinción. Usa la palabra «precio» unas veces, para significar «coste», y otras para significar «valor». Este uso de precio por valor, lo advierte él alguna vez, como en el capítulo sexto cuando habla de «precio o valor en cambio», pero, en general, lo deja a la interpretación. Cuando le es necesario hacer la distinción entre lo que nosotros llamamos ahora valor y lo que llamamos precio, habitualmente habla aquél del uno como «precio real» y del otro como «precio nominal», significando por «precio real», valor en trabajo, y por «precio nominal», valor en dinero.

 

19

Véase, por ejemplo, un libro de texto usado en muchos de los colegios americanos e ingleses, la Economía Política, por Francis A. Walker, tercera edición, New York, 1888, sección séptima: «La riqueza comprende todos los artículos de valor y nada más».

 

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Pág., 28.