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El concepto de la historia en Eugenio María de Hostos

Carlos Rojas Osorio





La amplitud de la obra hostosiana nos permite adentrarnos en los más variados terrenos del saber humano. Hostos se ocupó de la historia desde varias perspectivas. Una como maestro, de lo cual nos quedan varios cursos pedagógicos sobre varias de las civilizaciones históricas1. Otra, como crítico de obras históricas2. Todavía otra, como sociólogo, pues Hostos considera que la Sociología como ciencia resulta de un amplio trabajo de inducción y deducción histórica. Y, finalmente, su concepción filosófica lo lleva a un concepto de la historia humana. De manera que hay bastante material para ocuparse del tema de la historia en Hostos, por lo cual habremos de dar aquí meramente un bosquejo de dicha temática.

Consideremos en primer lugar las distintas formas de hacer historia, o, para ser más precisos las tres historiografías que Hostos pone de relieve: la historia narrativa, la historia crítica y la historia filosófica.

  1. La historia narrativa es la que meramente describe y ello en forma poco escrupulosa sin ocuparse de las conexiones causales de los acontecimientos bajo estudio (XVII, 207);
  2. La historia crítica es aquella que establece relaciones de causa y efecto y establece la verdad de los hechos en el tiempo y en el espacio. Hostos pone como ejemplo de la historia crítica a Montesquieu, a Herder y a Hegel;
  3. «La historia filosófica [o filosofía de la historia] empezó a presentarnos hechos de la humanidad como clara, patente y congruente manifestación de la vida de un ser colectivo, activo productor de un orden invariable y natural, en cuanto sometido a leyes invariables de la naturaleza» (XVII, 208).

Notemos que Hostos enfatiza la historia filosófica, sin desconocer la importancia de la historia crítica. Ambas son necesarias para la constitución de la ciencia sociológica, pues esta revelación de las leyes invariables de la sociedad sólo se hace en la historia. Sólo entonces es posible «reunir todo el conjunto de causas y efectos de que dan cuenta los hechos de la humanidad» (XVII, 208). «La sociología surge, pues, de la última evolución de la historia» (XVII, 209). Y no sólo ello sino que Hostos llega a decirnos que la ciencia propiamente tal del hombre es la Historia.

Para Hostos el sujeto de la historia es el hombre, la humanidad colectiva fraguándose en el espacio y en el tiempo.

«La historia crítica -que trata, principalmente de establecer la verdad de los hechos, contratándolos con tiempos, lugares, circunstancias y naturaleza racional y pasional del hombre- serviría para declarar que en el fondo de esos hechos había una vida, y que el ser que vivía y vive en la historia es la Humanidad. Pero la Historia crítica no podía por sí sola, presentarnos reconstruida esa vida de la humanidad, en tal modo que viéramos -como después nos hizo ver la historia filosófica- la existencia normal y regular de un ser idéntico a sí mismo, en todos los tiempos y lugares de la Historia».


(XVII, 209)                


Y más adelante agrega: «La sociedad es a quien vemos en la Historia, puesto que por medio de la sociabilidad o Ley universal de Asociación es como se nos manifiesta el hombre, en el tiempo y en el espacio» (XVII, 209).

La historia filosófica suministra a la sociología tres datos fundamentales:

  1. La realidad de la vida colectiva del ser humano;
  2. La igualdad de su naturaleza en todo tiempo y lugar; y,
  3. La igualdad de la conducta humana en circunstancias semejantes.

Si profundizáramos en la Sociología hostosiana, veríamos que las leyes sociales que él postula son todas ellas resultado del estudio de la historia.

Hostos ve en Gianbattista Vico (1666-1724) un eximio exponente de la historia crítica:

«Si no hubiera sido por Vico que, desentendiéndose de la historia aduladora o entusiasta, supo no ver otra cosa que símbolos, alegorías y apoteosis en los orígenes de Roma; y que de un solo examen de razón echó por tierra todas las cabezas coronadas de Roma primitiva, viendo usurpadores y bandidos en donde la tradición orgullosa había visto una ordenada sucesión de hechuras del derecho divino; si no hubiera sido por Vico, la tradición caprichosa hubiera impuesto sus leyendas como historia de todos los orígenes de los pueblos, y acaso no se hubiera ocurrido a nadie hasta el siglo XIX o quizá el anterior, ver que en esa exposición del desarrollo de la vida de la humanidad, como en esencia es la historia, todos los hechos históricos de todo tiempo y lugar habían por fuerza de corresponder a la naturaleza del ser que los producía, y que pues era, es y será hombre el productor de los hechos que constituyen la historia, al hombre en todas sus manifestaciones tenía ella que referirse, y no tan sólo a su actividad brutal, y mucho menos a la brutalidad genial de tales o cuales monstruos...».


(«La historia de Quisqueya» en XI, 253)                


Como Marx, Hostos toma de Vico la idea de que la historia es la obra del hombre. Le da una significación democrática al referirla a la totalidad de los seres humanos implicados en las luchas y no meramente a los Atila, Gengis Khan, Alejandro, Felipo, Nerón, Tiberio, Napoleón, Felipe II, Gustavo Adolfo o Rosas. Para Hostos, Vico cumple una profunda labor historiográfica al desmitificar la historia heroica y de leyenda, al arrebatarla a los dioses, a los héroes y referirla simplemente a los seres humanos, en su Diario Hostos anota la profunda impresión que le causó la lectura de la Scienza Nuova: «He empezado a leer a Vico. El hombre me ha cautivado porque siempre me cautiva la desgracia y la exposición del pensamiento de su vida intelectual me interesa» (I, 72). Hostos llama a Vico: «el mártir intelectual del siglo XVII».

Pero indudablemente es Augusto Comte el mayor inspirador de Hostos en su concepto de historia filosófica:

«Comte, el fundador de la filosofía positivista. Y, ¿cuál es el postulado fundamental de esa doctrina? Los tres estadios históricos del pensamiento; las tres fases que necesariamente recorre el pensamiento de la humanidad... tres estados objetivos; es decir, de tres posiciones del pensamiento humano en el tiempo y en el espacio, de tres relaciones del pensamiento colectivo de todos los hombres de una misma civilización, con respecto a la tendencia de la época. Esto quiere decir: 1.º, que se cree en la unidad fundamental de la razón humana, y por tanto en la relación de identidad, en su proceso, progreso o desenvolvimiento; 2.º, que puesto que esa unidad determina estados noológicos, que caracterizan épocas enteras y puesto que estos estados son sucesivos, es decir, ligados íntima y necesariamente por relación al tiempo, están como los estados biológicos en las organizaciones corporales, concatenados, entrelazados, y para decirlo en una palabra comprensiva, coordenados».


(XII, 102-3)                


Notemos que la última parte del texto coincide exactamente con la descripción que Hostos hace de la historia filosófica: la unidad de la razón y la naturaleza humana a lo largo del espacio y del tiempo. No está de más recordar que Hostos se adhiere a esta concepción de la historia que es la del racionalismo y del positivismo europeo del siglo XVIII y XIX. Sobre este aspecto tendremos ocasión de volver más adelante.

Hostos ve que la historiografía ha sido muy diferente en distintos momentos de la historia del saber humano:

«La crítica, como la historia, ha sido sucesivamente fatalista, providencialista, deísta, naturalista, humanista, consagrando en esas diversas manifestaciones una fatalidad, ya irracional, ya racional, ora convencional, ora derivada de leyes inmutables, en cuyo nombre se ha aceptado como necesario y como natural cuanto sucede y ha sucedido; como bueno y conveniente cuanto se declaró necesario y natural. Ha llegado la hora de negar sacrificios a la fatalidad. Sea cualquiera su nombre, ella es la adorada por nosotros en la historia y en la crítica cuando afirmamos necesario y natural el mal, el error, que nunca serán ni son ni han sido necesarios ni naturales, puesto que nuestra vida es combate contra ellos, puesto que la civilización es lucha de la humanidad por destruirlos».


(VI, 300-301)                


La historia humanista es la de Comte. Hostos critica el fatalismo del error, del mal, de la ignorancia; pues son todos ellos males superables por la humanidad civilizada. Es fatalismo considerar natural lo que no es más que un producto histórico transitorio.

La preferencia de Hostos por la historia filosófica encaja en el ámbito del positivismo latinoamericano. En efecto, Sarmiento y José Victorino Lastarria defendieron esta idea de la historia filosófica contra lo que Leopoldo Zea denomina el proyecto conservador defendido por Andrés Bello. El pensador venezolano defiende una historiografía rigurosamente empírica, estricta en las fuentes y paciente reconstructora de los hechos. Rehúye las grandes síntesis. Esto desde el punto de vista metodológico. Pero hay otro aspecto involucrado: la valoración del pasado colonial de América. Los positivistas adoptan una actitud de ruptura con el pasado hispánico, que todavía consideran presente. Bello, en cambio, ve en nuestros pueblos una «Iberia joven» que mantiene «el aliento indomable de la antigua». Según el historiador colombiano Germán Commenares, Bello disocia el problema metodológico del ideológico. Se mantiene siempre atento al estricto y riguroso método histórico, y para ello incitaba a reconstruir el pasado parte por parte.

Desde el punto de vista ideológico veía una continuidad entre el pasado y el presente. Bello cita a Thierry el cual invita a individualizar el relato histórico, y a Sismondí, quien enfatiza las fuentes históricas3. Zea describe así el proyecto conservador: «[...] trataba de asimilar lo mejor de su pasado, la herencia sobre la cual tendría que levantarse la nueva nación. Pasado en el que se había dado una cierta forma del orden, el cual debía, también, ser conservado»4.

En cambio, Lastarria, y Hostos se pone en la misma línea comentando los escritos del positivista chileno, defiende la historia filosófica con su ambición interpretativa, como la denomina Colmenares. Tengamos en cuenta que aquí los nombres de los sistemas filosóficos nos traicionan. Pues es el positivismo el que defiende una historiografía de corte hegeliano, es decir, ampliamente interpretativa. Su fuente de inspiración es Comte. Pero como positivistas parecería que debieran defender un estricto recurso a los hechos concretamente individualizados; en cambio, defienden síntesis interpretativas amplias. Bello, en contacto con el romanticismo y con el empirismo inglés, en cambio, defiende un empirismo histórico.

La actitud de Lastarria, como la de Hostos, frente al pasado colonial hispánico de América es de rechazo y ruptura. Piensan que la colonia está aún viva en las sociedades latinoamericanas después de la independencia. Postula Lastarria una destrucción del pasado. Combate los «elementos viejos de la civilización». «El pasado -comenta Colmenares- era tan sólo, en el mejor de los casos, un espectáculo lamentable de envilecimiento, oscurantismo y opresión y, en el peor, una influencia todavía activa que debía extirparse»5.

Zea denomina «proyecto civilizador» al defendido por los positivistas, y lo describe así: «El proyecto civilizador en esta nuestra América se propondrá ahora colaborar en la tarea civilizadora que se había impuesto el mundo occidental. Su gran modelo será el poderoso imperio que se va levantando en el norte»6.

Hostos también enfatiza la ruptura con el colonialismo. De ahí que defiende con énfasis la idea de la independencia mental que debe adquirir el hombre latinoamericano. A la independencia política debe seguir la independencia intelectual. Es ahí donde radica el fervor hostosiano en la educación. Hablando de Santo Domingo dirá que se trata de iniciar la única revolución que no se ha iniciado, la revolución por la educación, y la única que pueda cimentar de raíz la joven nación. Encuentra el colonialismo en los prejuicios centralistas de la práctica política, en el religionismo -o fanatismo religioso- en la preponderancia del escolasticismo, en el caciquismo, en el énfasis en los puestos públicos en lugar del trabajo productivo, etc.: «La Conquista y la colonia necesitan encastillarse. Sin sólidos baluartes, sin sólidos cañones, sin vigilancia suspicaz, sin perpetua alarma, sin guerra, sin sangre, sin distribución, sin muerte, la Conquista no hubiera podido aniquilar al conquistado, la Colonia no hubiera podido envilecer y esclavizar a los colonos» (VI, 24).

En cuanto a lo que Zea denomina «el proyecto civilizador» conviene reiterar la observación que un estudioso dominicano hace acerca de dicho proyecto en el pensamiento de Hostos:

«Las disyuntivas de Hostos entre Civilización o Muerte, no es en modo alguno la de civilización o barbarie. La propuesta es fundamentalmente distinta. Hostos expone su preocupación sobre lo que él considera el dilema del siglo venidero, el siglo del imperialismo; pero de un imperialismo que iba a cumplir una tarea de civilización forzosa en aquellos pueblos que no hubiesen decidido esa tarea deliberadamente, de ahí que Hostos propone que: o nos civilizamos y constituimos un Estado de derecho y una nación que abarque toda la sociedad a través de un principio de orden natural, como única solución para la paz, desterrando el centralismo de los caudillos que tienen sometida a toda la sociedad al caos; o -y ésta es la alternativa- nos absorbe el imperalismo y nos elimina como pueblo, imponiéndose con su potente modernidad e industria, que constituye un principio ordenador extraño a nuestro medio social nacional, pero de características arrolladoras, pujante de civilización. No es sólo Europa la que cuenta con la fuerza civilizadora sino también los Estados Unidos. Y tal determinación la extiende al ámbito antillano; pues la patria antillana cuenta para Hostos con su propia especificidad, y por ende, su acceso por vías propias a la civilización»7.


Veremos luego que, aunque primigeniamente Hostos ve con entusiasmo el sistema de derecho norteamericano, sin embargo, se decepciona y ve aparecer el imperialismo, hecho que corrobora especialmente con la invasión norteamericana a Puerto Rico. Veremos también que, al contrario de Sarmiento, Hostos no desprecia en modo alguno al nativo, al indígena y que, por el contrario, sale enérgicamente en su defensa.

Expuesta ya la cuestión metodológica de la historiografía, conviene pasar al análisis histórico propiamente tal que Hostos hace.

Hostos analiza la historia a base de seis coeficientes: la raza, la industria, el gobierno, la religión, la educación y la fuerza. Analicemos la compleja relación entre fuerza y derecho que constituye la trama de la historia. En el salvajismo domina el «régimen, de fuerza bruta: la ignorancia completa de todo derecho social y el predominio absoluto del derecho individual, de aquí el uso continuo de la violencia, y la ignorancia total de la organización y disciplina de la fuerza armada» (XII, 237). Sin embargo, durante esa misma etapa de salvajismo existe un gobierno, es «el patriarcado durante la paz; caudillaje durante la guerra; en ningún caso el gobierno es general ni coactivo, es decir, ni se extiende a toda la tribu ni tiene fuerza de derecho por tiempo preciso ni definido» (XII, 237). En cambio en el estado de barbarie surge ya un derecho: «En este estado existen ya en rudimento casi todas las instituciones del Estado en la sociedad» (XII, 238). Por ejemplo: hay ya una administración de justicia bien sea por los ancianos o por el jefe de la tribu; hay una asamblea rudimentaria en los consejos de ancianos. El gobierno sigue siendo el caudillaje, el cual es dinástico en los períodos de paz y electivo en los períodos de guerra. La fuerza comienza a ser organizada: «La organización de la fuerza como servicio público empieza a ser sintética y disciplinada» (XII, 138). La educación deja de ser meramente familiar, como en el estado salvaje, para pasar a ser educación militar. Empero, hay también una educación moral «fundada en el conjunto de usos y costumbres tenidos ya por buenos y capaces de contribuir al orden establecido» (XII, 238).

En el estado de semibarbarie «el ejercicio de la fuerza empieza a subordinarse a la idea del derecho colectivo. Ya empieza a nacer el derecho de propiedad individual en la posesión de un número de animales tenidos en custodia; y el de la propiedad territorial porque se considera como de la tribu el territorio de donde no se sale sino para trashumar» (XII, 240). Hostos agrega una observación que dice: «La fuerza colectiva empieza a organizarse mediante el trabajo y relevo alternativo de los guardianes del ganado» (Id.). En la semibarbarie existen gobiernos patriarcales para los períodos de paz y caudillistas para los períodos de guerra.

Aquí es importante entender que la idea que Hostos se hace del derecho es muy alta e ideal. El derecho es el espacio de libertad, igualdad y justicia que debe presidir la vida de una sociedad. Y como tal no ha existido en ninguna civilización histórica en toda su pureza. Es por eso mismo que nos dice que la civilización es más bien un ideal que un estado social positivamente establecido. Es dentro de esa postura filosófica que Hostos juzga con todo el rigor el caso de la civilización romana. Para entender el rigor del juicio hostosiano es bueno recordar que él vio en los Estados Unidos el comienzo de una civilización basada en el derecho, pero bien pronto tuvo que decepcionarse de dicho juicio, justamente a base de la intervención por la fuerza de las armas en su amada patria puertorriqueña.

En el estado de semicivilización hay ya una fuerza armada «como signo del poder público». La fuerza armada es permanente en los pueblos invasores y transitoria como forma de defender el territorio. El gobierno del estado semisalvaje es ya un Estado o monárquico o republicano. Corresponden a este estado los pueblos orientales. En el pueblo hebreo, el griego y el romano se dan ya estados republicanos. En el estado de civilización la fuerza organizada tiende a la defensa de la seguridad personal.

Es interesante en este contexto el juicio que Hostos hace sobre Roma:

«Suele decirse que Roma representa la mayor actividad del derecho entre los pueblos de la antigüedad. Esto no es así: pues si así fuera, ya habría la humanidad visto una civilización en que predominara la función del derecho y en que prevaleciera la ley de la libertad. Lejos de eso, Roma, como sucintamente acaba de verse, por su modo egoísta de extender el derecho restringiéndolo, y de extender el dominio violado con sus invasores el derecho externo; Roma no representa, en realidad, otra cosa que la fuerza organizada».


(XVII, 104)                


Vemos que Roma no es sin más la civilización del derecho, es bueno comprender, sin embargo, que Hostos no la ve por ninguna parte, y que siempre sigue dominando la organización de la fuerza más que el derecho como tal. De ahí que su descripción de la civilización no muestre el avance que se supondría debería haber. Al contrario, Hostos nos dice que hay pérdida del poder del Estado, afeminamiento de la raza: «En virtud del desgaste de las instituciones jurídicas, que sigue a la pérdida de las costumbres políticas, y en virtud de los desarreglos económicos que produce en la sociedad civilizada el desnivel de las fortunas; del abismo entre pobres y ricos, las querellas entre el capital y el trabajo, y las disidencias continuas entre capitalistas y trabajadores, la acción de las potestades gobernantes se hace muy débil y el quebranto del orden público o social se hace un mal crónico. De aquí las revoluciones sociales» (XII, 241). Como se ve Hostos no pinta color de rosa la civilización; el espíritu de su juicio histórico me parece ampliamente russoniano. Da la impresión que a medida que avanza la historia hacia la civilización predominan los factores económicos pero se pierde el espíritu político. Viceversa, en las sociedades políticas el poder se haya ampliamente organizado, y decae con las fuerzas en pugna de los factores económicos.

Hostos considera signos de la civilización principalmente tres: el industrialismo, el moralismo y el intelectualismo. El industrialismo es el desarrollo completo de la industria el cual preside el desarrollo de la sociedad (XVII, 101). Como tal el industrialismo caracteriza a la civilización contemporánea. En cambio, en la China el moralismo es lo dominante, y en Grecia domina el intelectualismo: «El intelectualismo de nuestro tiempo no es comparable al de la antigua Grecia. En aquel rápido florecimiento de la familia helénica, el desarrollo de la actividad mental fue tan vivo y tan fecundo, que todavía es la admiración de los historiadores, motivo de indagación de los pensadores y fuente de vivas complacencias para los contempladores desinteresados de la vida del hombre en el planeta» (XVII, 103).

Una civilización bien desarrollada debería ser un complejo equilibrado de las tres fuerzas. El hombre colectivo sería a la vez «un trabajador completo, un discurridor correcto y un realizador puntual de las virtudes del trabajo y de la razón» (Sociología; XVII, 102).

Después de su juicio sobre Grecia y Roma, Hostos pasa a considerar la civilización germánica. Domina en ella el Cristianismo, la fuerza de la individualidad, la variedad del carácter y, sobre todo, el descubrimiento de un nuevo continente, el americano.

Hostos considera que la fuerza es el modo de actuar de la clase dominante mientras que es el oprimido quien lucha por el derecho: «Durante los veinticinco siglos, bien o suficientemente estudiados en la historia, el gobierno de los pueblos ha sido un conflicto perenne entre la fuerza de individualidades depravadas y derecho de multitudes ignorantes» (IX, 206). Y luego agrega: «Nunca se ve otra cosa que el perpetuo conflicto entre usurpadores y desheredados del derecho» (IX, 206). Las multitudes claman y luchan por sus derechos, pero estos les son usurpados por la fuerza. Ha triunfado siempre la fuerza puesto que el derecho ha sido siempre usurpado.

De ahí que la historia tenga su propia mecánica. Hostos enuncia una de esas leyes de la dinámica del poder: «Toda opresión determina en los individuos y en los pueblos una acción contraria a la ejercida por los agentes opresores» (XIV, 279). Un ejemplo claro de ello lo da el mismo Hostos: «La conquista aniquiladora debía producir una revolución proporcionada a ella» (XIV, 279). Se refiere obviamente a la conquista española de América y la consiguiente revolución de independencia.

Se da también una ley de inercia social: «Las masas inertes pasan de la fuerza a la fuerza» (V, 284). Si las masas no llevan una dirección propia, se suman a la fuerza que más arrastra. De ahí que vencer la fuerza de la inercia social requiera una fuerza mayor: «Las revoluciones son tanto más necesarias cuanto mayor es la pasividad antes de la revolución» (I, 121). Pero una vez que la necesidad empuja a la revolución el movimiento no puede ser detenido. «Cuando la masa se pone en movimiento, la revolución es un hecho incontrastable» (IX, 474).

El derecho es todavía tan bárbaro que con mucha frecuencia no es sino expresión de la fuerza bruta: «El derecho de gentes, si efectivamente merece el nombre de derecho, es todavía tan bárbaro que casi está basado en el principio de la fuerza bruta; hasta el punto de que su jurisprudencia es una simple serie de meras regulaciones de fuerza». «El derecho nacional de cada pueblo ofrece generalmente tan pocos principios que oponer al de la fuerza bruta, que casi nunca ofrece asidero al derecho de terceros, cuando éste ha sido lastimado en contienda de mayores o más fuertes» (V, 99).

La cuestión central es, pues, la siguiente. Hostos ve, por un lado la realidad histórica claramente basada en un juego de fuerzas: usurpadores del derecho y masas oprimidas que lo reclaman; pero por otro lado, ve la idealidad y la racionalidad del derecho al cual debemos aspirar. Lo cierto es que nunca la sociedad humana históricamente investigada se nos presenta como un puro régimen de derecho, y éste continúa siendo una aspiración, un ideal por alcanzar. Dicho de otro modo, el derecho es el espacio ético desde el cual Hostos juzga la dura realidad histórica de los seres humanos. Y ese derecho es un derecho racional, libertario, justiciero e igualitario. La razón y la conciencia postulan un derecho racional, pero la historia nos muestra el conflicto, la lucha, las fuerzas operantes. El derecho es lo racional, pero ideal; la fuerza es lo real, pero irracional. El predominio de la fuerza es lo irracional, por más que sea lo racional. De hecho Hostos habla de un tránsito de un gobierno irracional a uno racional (IX, 208). Precisamente la protesta hostosiana contra la invasión norteamericana a Puerto Rico se basa en que es un ejercicio de fuerza bruta, mientras que el propio Hostos tenía todavía una fe sincera en que la joven nación norteamericana estaba asentada en principios de derecho, de libertad e igualdad. Pero de nuevo aquí la realidad histórica muestra su faz, y Hostos estuvo bien consciente de ello: «Los bárbaros que intentan desde el ejecutivo de la federación popularizar la conquista y el imperialismo» (V, 301). Afirma también: «Es la primera vez que toca a un pueblo débil armarse del derecho para defenderse contra atentados de la diplomacia o contra las brutalidades de la fuerza» (V, 107).

En esta dinámica de la lucha entre la fuerza y el derecho Hostos no claudica porque en algún momento se haga alguna conquista; el movimiento de lucha debe estar siempre alerta, pues no tiene término: «En estados revolucionarios ser revolucionario es ser conservador» (I, 113). Concluida una lucha es necesario aprestarse en otra. El derecho es absorbido por la fuerza, y por ello los luchadores del derecho han de enrolarse en nueva lid.

En esta dinámica de la Historia que Hostos nos describe él se pone siempre del lado de los oprimidos, de los que luchan contra el poder dominante. Sus héroes son siempre los libertadores de los pueblos: Bolívar, Francisco Miranda, Sucre, Washington, Juárez, Bartolomé de las Casas, Arístides, Coriolano, Garibaldi, Betances, Antonio Maceo, Carlos Manuel de Céspedes, etc. De Bolívar dice: «Para ser más gran capitán que Aníbal o Napoleón, le basta haber conducido el ejército de Colombia por las eminencias sublimes de los Andes, que son a los Alpes lo que fue su empresa libertadora a la empresa del ambicioso corso o la del vengativo hijo de Cartago» (XVI, 332). Su admiración por el Libertador es tan grande que lo considera digno de libre imitación. En Bartolomé de las Casas admira Hostos al enérgico defensor de los indios. Pero le cuestiona su error de no defender a los negros: «Pero si ha habido en la historia un crimen inconsciente fue el que cometió el obispo de Chiapas al preferir que se cambiara una esclavitud por otra» (XVI, 385).

Tratándose aquí del tema de la historia en Hostos, no deja de ser interesante recordar un ejemplo de virtud intelectual que Hostos registra en un sabio historiador chino: Se-ma-tsien. El emperador Chiuan-ti fue tan feroz que mandó destruir todos los documentos de la historia china, que centenares de cronistas e historiadores habían recopilado. Los historiadores seguían gimiendo por aquella atrocidad. El emperador Vuc-ti resolvió enderezar la situación y encargó a un historiador la tarea formidable de recopilación. Después de mucho trabajo, viajes e investigaciones el historiador estaba a punto de morir, y encargó a su hijo Se-ma-tsien la continuación de tan magna labor. La cual cumplió con extrema fidelidad.

Los acontecimientos de la historia con los cuales Hostos se identifica más son aquellos en que el pueblo lucha con toda la fuerza de su derecho y de su pasión por su libertad: la revolución francesa, el pueblo inglés con Cromwell frente a la monarquía, la lucha emancipatoria norte y latinoamericana, la lucha por la unidad italiana de Garibaldi. De la lucha del pueblo inglés afirma: «La guerra civil que subsistió puso a frecuente prueba, la abnegación de aquellos hombres y de aquel pueblo, y la guerra civil encontró hombres de hierro y espíritus de acero que ante nada cejaron, que por nada cesaron en su empresa, hasta que la vieron concluida en el patíbulo del único de los reyes de Inglaterra que ha subido a él» (XVI, 415). Acerca de la revolución francesa dice Hostos: «La revolución francesa no trabajó solamente para Francia; al contrario, el más recóndito conato, la aspiración más viva, su mejor título al respeto de la posteridad, fue el afán incesante de hacer partícipes de los bienes que intentaba realizar a todos los pueblos de la tierra. Ella, por último, fue la que repitiendo la declaración de derechos del hombre, que la Revolución americana había hecho poco antes, popularizó la nación de los derechos del mundo entero, y dio con ella uno de los más poderosos motivos de orgullo que tiene la civilización occidental» (XVI, 338). Hostos defensor del derecho subjetivo y objetivo no podía dejar de ver en la gesta francesa el impulso libertario. Desde luego, no deja de ver también los horrores que allí se cometieron.

Hay todavía en Hostos otros conceptos relacionados con la Historia, los cuales pasamos a exponer. La historia es la más amplia manifestación de la vida: «El que vea en ella -la historia- lo que es ella, es decir, la simple expresión de la vida humana con todas sus armonías y contrastes» (VI, 289-290).

La historia como expresión de vida tiende al desarrollo: «Es ley de la historia que los organismos sociales tienden al desarrollo individual, en virtud y en relación a su nativa fuerza orgánica, en proporción inversa a la acción que sobre ella ejerce el núcleo en formación que los produjo, y en progresión constante de las aptitudes para la vida propia, y de las actividades cohibidas por la dependencia» (IX, 472). La vida tiende al desarrollo, y el desarrollo lleva a la autonomía: «La historia de la independencia de los pueblos no es más que una comprobación histórica de esta ley de desarrollo» (IX, 472).

Hostos no defiende sólo el desarrollo de la sociedad, conforme con la filosofía racionalista y positivista de la historia, defiende también el hecho del progreso en la historia. Hostos ve el progreso histórico en cuatro aspectos importantes:

  1. Progreso intelectual o superioridad de la ciencia sobre la ignorancia; siendo dentro de este proceso el momento más revolucionario la aparición de las ciencias positivas. En cambio, en los períodos de semicivilización la mente humana está sometida a dolencias metafísicas y fantasías que nada explican. La revolución filosófica europea significó también un desarrollo intelectual; desarrollo de la conciencia y la razón universales. Se refiere así Píos tos a la filosofía de la Ilustración. De hecho en la moral insiste, al igual que Kant, en la mayoría de edad del hombre. Madurez por su razón y sobre todo por su conciencia moral. De ahí que considera también la reforma protestante como una revolución contra el monopolio religioso del catolicismo.
  2. Progreso en el derecho, el cual ya analizamos como paso del gobierno irracional al racional; del centralismo al federalismo; del autocratismo al sistema republicano y democrático. La revolución política de Inglaterra y Francia significaron el desarrollo de los derechos individuales: «Europa moría en las tres unidades de religión, rey y régimen despótico» (XIV, 277).
  3. Progreso hacia la cooperación para la vida, en lugar de lucha fratricida por la existencia. Aquí es importante notar que cuando Hostos describe la historia la interpreta como lucha y conflicto, mientras que en su proyecto histórico piensa más bien en la cooperación y armonía. No se puede decir que en Hostos esté ausente la lucha y el enfrentamiento de distintas fuerzas sociales. Pero sí se puede afirmar que trata de aunar dichas fuerzas para una nueva sociedad, armónica y cooperativa.
  4. Independencia con respecto al mundo anglosajón, lograda por Norte, Centro y Sur América. De hecho, estos cuatro aspectos del progreso están presentes palmariamente en la independencia de los pueblos americanos.

Por último, Hostos observa a lo largo de la historia una correlación entre el sistema de trabajo y el tipo de gobierno de una sociedad. No es necesario ser marxista para valorar profundamente este momento teórico del pensamiento hostosiano:

«Preponderen los grandes sobre los pequeños cultivos y se tendrá un carácter señorial y aristocrático; preponderen los pequeños sobre los grandes cultivos, y se dará un carácter igualitario y democrático. A preponderancia de las grandes sobre las pequeñas industrias, corresponde un carácter social autoritario, conceptuoso y personalista. A preponderancia inversa corresponde un carácter independiente, ingenioso, individualista».


(VII, 232)                


Queda así dibujada la correlación entre propiedad, trabajo y sistema de gobierno. Las sociedades democráticas son compatibles con regímenes económicos de minifundios o de pequeñas industrias. Es la etapa del liberalismo europeo; pero no es compatible con el apogeo de grandes latifundios o grandes empresas industriales.

Hostos defiende al trabajador, al esclavo, al cholo, al indio, al emigrante. Se refiere a la «trata de chinos que se disfraza de inmigración asiática» (XII, 154). Acerca del cholo afirma: «En todo problema social busco yo la justicia; no concibo el triunfo de la justicia en el Nuevo Continente sino mediante la rehabilitación de la raza abrumadora por la conquista, envilecida por el coloniaje, desvencijada por la Independencia» (Lima, 1870.- VII, 154).

Quiero terminar con algunas breves reflexiones. Me parece que hay cierta tensión en el propio pensamiento hostosiano entre la visión de la historia como progreso y la visión de la historia como continuo conflicto. En efecto, aunque Hostos afirma claramente lo primero, el progreso, sin embargo, hace ver también a base de la primacía de la fuerza sobre el derecho el que la barbarie está a flor de piel: «Hombres a medias, pueblos a medias, civilizados por un lado, salvajes, por otro, los hombres y los pueblos de este florecimiento constituimos sociedades tan brillantes por fuera, como las sociedades prepotentes de la historia antigua, y tan tenebrosas por dentro como ellas. Debajo de cada epidermis social late una barbarie» (XVI, 98). Enrique José Varona y José Ingenieros, positivistas latinoamericanos, también tendrán su desencanto con el progresismo ante la furia de la Primera Guerra Mundial. Hostos no tuvo necesidad de este enfrentamiento bélico para darse cuenta de que la civilización no suprime la barbarie. La razón fundamental de esta realidad histórica la ve Hostos en la desproporción entre el progreso material y el progreso moral de los pueblos. La conciencia moral no corre pareja con la razón material. De ahí que la moral y el derecho son las instancias casi utópicas desde las cuales Hostos interpreta la cruda realidad de la historia humana. La realidad es la fuerza, el conflicto, la lucha sin tregua. Pero la ve desde un ideal de armonía, de concierto universal y de cooperación. Esto es lo que la razón y la conciencia nos dicta; aquello lo que la inducción y sistematización histórica nos muestra implacablemente. En la denuncia de la fuerza dominante Hostos lucha contra el colonialismo y el imperialismo; pero en la fe en la armonía y la cooperación se hace vocero de la construcción de una nación, dentro de un proyecto burgués. Proyecto con el cual colabora en Chile y Santo Domingo. En Chile es más que un proyecto, es ya una realidad palpitante, y por ello Hostos tiene mejor acogida en la clase burguesa dominante que en Santo Domingo donde la fragilidad del dominio burgués tiene que recurrir a las dictaduras. Proyecto burgués, ciertamente. Pero revolución burguesa en lucha contra la burguesía colonialista europea y norteamericana; y revolución burguesa, a los ojos del propio Marx, necesaria.





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