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A trepar
inducía un nogal entre almendros.
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Acaricio tus sienes,
acaricio
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Al regresar prefiero
traer lo más lejano,
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Aquel muchacho, en
Harlem, me besaba;
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Aquella mar violeta
que Homero percibió,
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Brindamos en la casa
oriental;
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Conmigo
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Cuando en el
automóvil paso las avenidas,
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Cuando vuelvas, ya no
estarán aquí;
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Cuántos
días,
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En la frontera
Tú, y acoso las palabras,
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En las horas se
agolpa la tristeza
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En San Michele el
cementerio un huerto.
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En sus bordes los
labios se detienen.
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En un banco del
parque
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Eran las horas
calmas de la siesta
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Fue peatón de
amores en Stratford,
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La casa derruida, al
aire su esqueleto de argamasa.
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La casa está
vacía:
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Las cosas son
así al paso de los días:
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Lo vi en la noche
opal,
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Los retratos
están sobre la cómoda.
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Luminosa
mañana. Nada teme al olvido.
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Mañanas de
domingo, y las campanas. Lejos los días,
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Me acerco al
guardarropas con el temor de siempre,
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Me pregunto si,
cuando todo pase,
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Mínimamente
fiel es el mañana,
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Mira el rostro de
figuras beatas;
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No hallé
jardines amparando la casa,
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No te vio nadie
aquella madrugada;
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Pasaba por
aquí y a tu bonanza llego.
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Quién pudiera
dormir sin haber sido,
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Sobre el
césped dejaron las carpetas,
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Sobre la viña
el sol espejea en los pámpanos.
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Te has entregado ya,
y yo necesitaba tu presencia,
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Tiemblo
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Tiempo de
espera,
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Tres palomas tocaban
desde dentro:
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Una tarde de
agosto
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Venturoso saber que
alguien te espera
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Y esta soledad a la
que me aproximo cada día,