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ArribaAbajo-VII-

Del producto.


§ 1. CONSIDERACIONES GENERALES. -Hemos llamado en otro lugar producto al resultado de la producción101.

Hemos dicho también102 que la producción consiste en la apropiación o asimilación a nuestro organismo de todos los objetos de la Naturaleza.

Por consiguiente, el producto no puede ser otra cosa que una sustancia, un objeto apropiado, o sea dotado de ciertas propiedades, de ciertas condiciones propias para la satisfacción de nuestras necesidades.

¿Qué propiedades son esas? -Una sola conocemos que conduzca al fin de que se trata: la utilidad; luego la utilidad y sólo la utilidad es la propiedad esencial del producto.

Pero también tienen utilidad los objetos de la Naturaleza. ¿Serán todos ellos productos? No, porque esa utilidad no se halla en los unos en el mismo estado que en los otros.

La utilidad puede, en efecto, hallarse en dos estados muy distintos: libre, digámoslo así, en los objetos naturales; adquirida o apropiada por el hombre, en los productos. Libre, constituye sólo una tendencia, una capacidad, un poder apropiada, es una virtud real y efectiva. Libre, se llama pura y simplemente utilidad; apropiada, recibe la denominación de valor, palabra derivada de la latina valeo, es, ere, que significa estar bueno, estar en salud o en sazón, estar fuerte, vigoroso, robusto, en la plena posesión de todas sus virtudes y todas sus propiedades.

Así se dice que una cosa vale cuando sirve para satisfacer una necesidad propia o ajena. No basta que pueda servir, que sea útil; es menester que sirva, en efecto, para que valga. No todo lo que es útil vale, pero sí todo lo que vale es útil. El agua de un río tiene utilidad porque hay en ella una tendencia, un poder, una capacidad de apagar nuestra sed; pero carece de valor mientras esta tendencia no se realiza, mientras no hacemos propia aquella sustancia, mientras no la cogemos para aplicarla a nuestros labios, y aun entonces no valdría nada, no serviría para refrescarnos, si no pudiese servir previamente, si no tuviera ya esta capacidad, si no fuese útil de antemano.

He aquí en toda su sencillez nuestra teoría del valor. No sabemos en verdad si es buena o mala, si es o no aceptable -esto lo decidirán los maestros con más elevado criterio- lo que sí creemos poder asegurar es que hasta ahora no existe otra, o por lo menos nosotros no la conocemos. Los escritores de Economía política, después de disertar mucho sobre el valor, no han explicado de un modo claro y comprensible su naturaleza, reinando entre ellos acerca de este punto una confusión de ideas, una oscuridad tal que bastaría para disgustar de la ciencia al más aficionado a su estudio103.

Así los unos derivan el valor de la utilidad, los otros de la escasez, estos de las dos cosas al mismo tiempo, aquellos del cambio, y apenas hay quien no le confunda con la utilidad misma, con el producto, con la riqueza y aun con el precio.

De aquí esa larga y fatigosa nomenclatura de valor en uso y valor natural para designar la utilidad: valor real, valor absoluto, valor necesario y utilidad onerosa para significar lo que nosotros llamamos simplemente valor; finalmente, valor en cambio, valor venal, valor relativo, valor convencional, valor del mercado, para indicar lo que, como veremos más adelante, no es otra cosa que el precio.

En cuanto a definir el verdadero valor, son muy pocos los economistas que se hayan tomado esta molestia. Prescindiendo de las definiciones que se refieren al valor en cambio, es decir, al precio, entre las cuales descuella la de Bastiat, apenas encontraremos alguna digna de tomarse en cuenta.

Molinari, el elegante Molinari, el distinguido discípulo de Bastiat, no acertando a definir el valor, dice que para definirle es preciso analizarle, porque el valor no es un cuerpo simple, sino un cuerpo compuesto de utilidad y escasez104. ¡Qué manera de expresarse! ¡El valor un cuerpo compuesto! El valor es simplemente una propiedad, una idea compleja, si se quiere, pero de ninguna manera un cuerpo. Y no se diga que Molinari se vale aquí de una figura retórica para explicar su pensamiento: los tropos, deben relegarse al dominio de la poesía y la literatura; la ciencia exige un lenguaje más propio, más filosófico, más exacto.

Para Roscher, el valor es el grado de utilidad que eleva las cosas a la categoría de bienes105, y antes declara que entiende por bienes todo lo que es propio para satisfacer las necesidades del hombre106, es decir, todo lo que es útil, pues así se llaman cuantos objetos poseen semejante, propiedad. Por manera que, según el autor ya, citado valor es el grado de utilidad que hace a las cosas útiles. ¿Qué significa esta logomaquia? ¿Dónde empieza el grado de que se trata y dónde concluye?

La definición de Flórez Estrada es, sin duda, más clara, pero, en nuestro concepto, no menos inexacta. Este economista dice que el valor es el coste de la producción107, y en efecto, todo valor tiene coste, pero no por eso deben confundirse el uno y el otro, porque esto daría lugar a errores trascendentales.

Por último, Carey define el valor diciendo que es la medida de la resistencia que debemos vencer para proporcionarnos los objetos necesarios, o sea la medida del poder de la naturaleza sobre el hombre108. Es la misma idea de Flórez Estrada, expresada en términos más brillantes, aunque también más oscuros, la confusión del valor con el coste del producto.

Dejemos, pues, a un lado todas estas definiciones ilógicas, todas estas distinciones escolásticas, y fijémonos de una vez en la palabra valor para significar, la utilidad apropiada, la utilidad efectiva que hay en los productos.

En tal sentido, el valor es un estado particular, un nuevo modo de ser, una forma de la utilidad, forma que puede desaparecer sin que desaparezca la utilidad misma, pero inherente e inseparable del producto, como que éste nace con ella y con ella también se extingue.

No hay producto alguno sin valor, como no hay objeto alguno de la Naturaleza sin utilidad.

La utilidad es la propiedad distintiva de los agentes naturales; el valor lo es de los productos.

¿De dónde proceden? La primera, ya lo hemos dicho del Criador, que nos la concede graciosamente, y por esta razón la ha llamado Bastiat utilidad gratuita. La segunda, del trabajo, por medio del cual la adquirimos y por eso la ha denominado el mismo autor utilidad onerosa.

Ahora bien: la cantidad de trabajo y por consiguiente de capital -puesto que el capital es hijo del trabajo- que se emplea en dar valor a un objeto, a lo que es lo mismo, en apropiarle, en producirle, en hacer efectiva su utilidad, se llama «gastos de producción, coste o costo del producto».

No puede haber producto sin gastos, porque en toda producción se consume, se gasta una parte de las fuerzas del trabajador, y de los objetos que constituyen el capital.

El coste es la causa de la producción; el valor es el efecto.

¿En qué relación han de hallarse uno y otro?

Si la producción fuese debida exclusivamente al trabajo, no habría en ella más que la porción de valor, la porción de utilidad apropiada que el trabajo hubiera puesto, y el valor del producto debería ser igual a su coste.

Pero a la producción concurre también la Naturaleza por medio de sus agentes, y este concurso no puede menos de dejar alguna huella, de dar algún resultado.

Por consiguiente, en el producto debe haber un valor superior al coste, o lo que es lo mismo, el valor del producto debe exceder de los gastos.

Este exceso es lo que nosotros llamamos beneficio, y los autores «producto líquido» en mal castellano, «producto neto» -para diferenciarle del valor total, que también llaman «valor bruto» o «producto bruto», y deberían llamar con más pureza de lenguaje «valor o producto íntegros».

Sea, por ejemplo, una fanega de trigo. Esta fanega satisface nuestras necesidades como 6 y se han gastado para su producción un trabajo y un capital como 4. Por consiguiente, el producto he descompondrá del modo siguiente:

  • Valor, (utilidad apropiada, o sea necesidades que satisface). 6
  • Coste (gastos de producción) 4
  • Beneficio (exceso del valor sobre el coste) 2

Este exceso es el que la Naturaleza nos concede verdaderamente de gracia, y su cantidad no tiene límite alguno, pudiendo sólo asegurarse que crece con los adelantos científicos, con la civilización, con el progreso; mientras que, por el contrario, se estaciona y disminuye y aun desaparece del todo en aquellos pueblos que se abandonan a la ignorancia y la rutina, en aquellas épocas en que la Humanidad parece hacer alto o retroceder en la senda de su perfeccionamiento.

Pero de todos modos, el beneficio es necesario, porque sin él no habría progreso, no podría la producción aumentarse, y la Historia nos demuestra que desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, la producción ha ido sucesivamente en aumento. En efecto, si se considera la especie humana desde su origen, se verá cuánto se ha desarrollado y enriquecido, cuánto ha crecido la población, y cómo, cumpliendo el precepto divino, ha llenado el hombre la tierra y la ha sometido a su imperio. ¿Qué prueba esto? Que la Humanidad, tomada en conjunto, ha producido más de lo que necesitaba para cubrir sus gastos; que a través de las vicisitudes de los siglos, ha obtenido un excedente en la producción y que éste le ha destinado a producir más y más, en vez de consumirle de un modo improductivo.

Luego en toda producción hay necesariamente un beneficio.

§ 2.º DEL SEGURO.-Tal es la ley económica; pero los hechos, considerados individualmente, se apartan bastante de ella.

Es decir que, aun cuando esencialmente y en definitiva la producción dé un beneficio, accidentalmente puede suceder, y en efecto sucede, todo lo contrario: sucede unas veces que apenas da lo suficiente para cubrir los gastos; otras que deja un déficit más o menos considerable y se resuelve en una pérdida positiva.

Las causas de esta pérdida son muchas y muy diversas, pero todas ellas se reducen a dos clases: voluntarias o dependientes de la voluntad humana, e involuntarias o ajenas a nuestra voluntad. -Estas últimas toman el nombre genérico de azar o de riesgos, llamándose siniestros a las pérdidas que ocasionan en la industria.

Las causas voluntarias consisten en la inercia, la ineptitud, el error o el descuido del productor, y en su mano se halla evitarlas, adquiriendo los conocimientos necesarios y empleando todo el celo y la actividad que la producción exige.

Pero, aunque el productor esté adornado de todas estas cualidades, aún cuando cumpla con todas las condiciones técnicas y económicas de la producción, todavía pesan sobre ésta riesgos que pueden mermarla o destruirla.

Efectivamente, el azar se mezcla en todos nuestros negocios; no hay empresa humana que esté libre de contratiempos y peligros; la inseguridad dependiente de las guerras, del bandolerismo o de la anarquía, las vicisitudes atmosféricas, las revoluciones astronómicas, los mil y un accidentes imprevistos que pueden ocurrir durante las operaciones productivas, los terremotos, los naufragios, las sequías, los incendios, las inundaciones, las epidemias, son otros tantos riesgos a que se halla expuesta la industria.

Estos riesgos no pueden evitarse, al menos por el productor, pero pueden disminuirse o atenuarse sus efectos, y a este fin se ha inventado el seguro.

Llámase así la garantía de un riesgo, o sea la compensación de un siniestro, y también la eliminación del azar en las empresas humanas.

Esclarezcamos esta definición con un ejemplo109.

Un negociante quiere trasladarse a Europa desde América, y al efecto coloca toda su fortuna en un navío. Si éste naufraga, aquélla se pierde por completo y el negociante queda arruinado.

Pero semejante riesgo no es fatal; conforme puede acontecer, puede también no realizarse; la experiencia, o sea la Estadística, enseña, por ejemplo, que de cada cien navíos, perece uno, por término medio, en la travesía de América a Europa; el riesgo es, pues, de uno por ciento; hay una probabilidad contra noventa y nueve de que se perderá el buque de que se trata.

Supongamos ahora que el mismo negociante, más avisado o más prudente, divide por igual sus bienes entre dos navíos; en tal caso, en vez de correr una suerte sobre ciento de perder el todo, corre dos sobre igual número de perder la mitad, pero también tiene cien probabilidades menos de arruinarse; porque si el riesgo de naufragar un navío es de uno por ciento, el de naufragar los dos es de un céntimo por ciento, es decir, cien veces menos110. Su situación ha mejorado, pues notablemente; porque, aunque ha doblado las suertes de perder una mitad de su fortuna, ha centuplicado en cambio las de conservar igual parte de ella.

Con diez, veinte, treinta navíos, el negociante correrá diez, veinte, treinta suertes de perder la décima, vigésima, trigésima parte de su fortuna, pero también adquirirá cada vez mayor probabilidad de conservar el resto.

Cuanto más aumente el número de buques entre los cuales divida por igual sus bienes, más se acercará a la certidumbre de no perder sino la centésima parte de ellos.

Ello sí, esta pérdida nunca logrará evitarla; pero, siendo como es insignificante, puede decirse que repartida en un número considerable de navíos la fortuna del negociante quedará segura o asegurada.

En resumen: sin más que dividir los riesgos, se arrebatan al azar los productos de la Industria, o lo que es igual, se compensan los siniestros.

Ahora bien: así es como proceden las compañías y las empresas de seguros.

Cierto número de industriales, trabajadores o empresarios, convienen en repartirse proporcionalmente entre todos las pérdidas que cualquiera de ellos sufra por causa de un riesgo. La cuota con que cada cual contribuye para el objeto se llama prima del seguro, y puede ser eventual o fija, según que el asegurador sea la sociedad misma o bien otra empresa que soporte dichas pérdidas e indemnice todos los siniestros. En el primer caso, la institución se llama seguros mutuos, y en el segundo seguros singulares o a prima fija.

En uno y otro, el seguro se reduce, como dice muy bien Reboul111, a dividir la cosa asegurada en dos partes, la una con daño y la otra sin él, pero ambas perfectamente determinadas. La primera es la parte mínima que corresponde al azar, y que constituye el menoscabo o merma natural de la cosa, la depreciación que sufre fatalmente por su condición aleatoria. La segunda es la casi totalidad de la misma cosa, es el valor medio y fijo que tiene en definitiva, es suverdadero valor.

Por manera que en el seguro no hay en realidad pérdida ninguna para el asegurado; y la prima no debe considerarse como un sacrificio que se hace, sino como una deuda que se paga, deuda en que nos hallamos con el riesgo, tributo que nos impone el azar, y al cual no podemos sustraernos, so pena de que él nos confisque todos nuestros bienes.

Asegurar, pues, su fortuna no es disminuirla, sino más bien realizarla o hacerla efectiva y el que no la asegura, el que la expone a un riesgo, es como si la apostara contra él, es como si la jugara al azar.

Sea, por ejemplo, una casa que vale cien mil duros; suponiendo que no está asegurada y que el riesgo de incendio es de uno por mil, el propietario se halla en la misma situación del que apuesta; cien mil duros contra ciento a que no se quemará su finca; está como pendiente de una lotería para cuyo sorteo tiene de mil billetes novecientos noventa y nueve. Si gana, no ganará mas que el valor de un billete, es decir, cien duros, porque ha puesto en el juego el de los restantes; mientras que si pierde, perderá el valor de estos últimos, es decir, 99.900 duros. Verdad es que lleva novecientas noventa y nueve probabilidades contra una, pero no son más que probabilidades; en tanto que no adquiera el milésimo billete, no tendrá seguridad de ganar cien duros y estará expuesto a perder 99.900. ¿Puede darse un juego más insensato?

Ahora bien: el seguro es lo contrario del juego. Éste hace perder el sentimiento del valor real del dinero, favoreciendo la prodigalidad, el lujo y el desorden; aquél da a conocer todo el precio de la riqueza, creando hábitos de economía, de amor al orden y al trabajo. El juego es improductivo, ruinoso e inmoral; el seguro es productivo, fecundo y esencialmente moralizador.

Cuando el seguro no existe, la propiedad sufre una depreciación proporcionada a los riesgos que pesan sobre ella; pero desde el momento que aquel interviene, la propiedad recobra todo su valor y se acrecienta en realidad con la diferencia que hay entre la prima y la misma depreciación.

Este aumento parece pequeño, porque no se considera más que cada caso particular; pero multiplíquense los casos y se verá que es grandísimo, viniendo a recaer en definitiva sobre la riqueza social. En efecto, cuando un navío que no está asegurado perece por causa de un naufragio, el capital que aquél representa se ha perdido, y si el propietario le reconstruye, lo hace con fondos que necesita distraer de algún otro empleo productivo. Por el contrario, si la nave está asegurada, el capital que representa se devuelve al propietario, y este capital, formado con las primas de los coasegurados y sacado del fondo común, es un ahorro que en rigor habría podido hacerse, pero que en el curso ordinario de las cosas no se habría hecho sin el contrato del seguro. Por manera que el seguro crea valores, porque reúne las partículas de los capitales que sin él serían improductivas, haciendo, por decirlo así, millones con los céntimos.

Pero la principal ventaja del seguro consiste en la seguridad que da a todas nuestras empresas, de suyo eventuales y aleatorias; porque, como dice muy bien Horacio Say112, cualquiera que sea la afición de ciertos hombres a las emociones que nacen de la incertidumbre, las operaciones productivas no se renuevan ni perpetúan sino cuando las probabilidades de éxito exceden a las de ruina, y gran parte de esas operaciones dejarían de acometerse si no hubiera la certeza do llevarlas a cabo con un razonable beneficio. Prever, añade Bastiat, es uno de los más bellos atributos del hombre, y aquel que conoce mejor las consecuencias futuras de sus determinaciones es el que, en casi todas las circunstancias de la vida, cuenta con más elementos de triunfo. Conviene, pues, mucho que personas sujetas a los mismos riesgos se reúnan para soportar en común una pérdida eventual, y que cada cual consienta de antemano en tomar a su cargo una parte proporcional de ella, a condición de que se le releve del resto, si, por desgracia, esa pérdida llegase a recaer sobre él mismo. Tal es el objeto de las sociedades de seguros. Por ellas adquiere el productor la fijeza de su posición, que es el fin a que aspira con todas sus fuerzas; por ellas se evitan esas crueles alternativas, que son para el ánimo lo que las vicisitudes atmosféricas para el cuerpo; ellas, en fin, nos proporcionan el único medio de detener en su giro la voluble rueda de la fortuna.

§ 3. CLASIFICACIÓN DE LOS PRODUCTOS. Si, como hemos dicho en otro lugar113, el producto no es mas que una sustancia apropiada, y como enseña la filosofía, la sustancia puede ser material e inmaterial, síguese de aquí que los productos se dividen en materiales e inmateriales114.

Serán productos materiales todos los objetos útiles del mundo físico, sin excluir el cuerpo del hombre, modificados o apropiados para la satisfacción de sus necesidades.

Serán productos inmateriales todos los objetos útiles del mundo racional, del mundo de la inteligencia y del sentimiento, incluso el espíritu humano, modificados o apropiados para los mismos fines.

Una llave, por ejemplo, es un producto material; porque se compone de una sustancia material, capaz de satisfacer nuestras necesidades y apropiada además para ello, o lo que es igual, dotada de valor.

Un sabio es un producto inmaterial; porque hay en él una sustancia inmaterial, un espíritu, no menos capaz de satisfacer nuestras necesidades ni menos apropiada a este fin, o en otros términos, un valor real y efectivo.

Esta doctrina no es, sin embargo, la que domina en la ciencia. La mayor parte de los economistas, A. Smith, Malthus, Sismondi, Droz, Rossi, Stuart Mill, etc., no reconocen la cualidad de productos más que en las cosas materiales, y es que, por un error procedente todavía de la escuela fisiocrática, no ven producción alguna sino allí donde hay aumento de materia, y hacen,consistir el valor en la materialidad de los objetos siendo así que, como hemos visto, la producción consiste en la creación de valor, y el valor es sólo una forma, un estado particular de la utilidad que contienen los agentes naturales.

J. B. Say fue el primero que entrevió la verdad, dividiendo los productos en materiales e inmateriales; pero, negando que los segundos formasen parte de la riqueza, no supo sacar partido de una idea que de otro modo lo hubiera conducido a resultados fecundos para la ciencia.

Después ha venido Dunoyer, quien, por una reacción muy natural en el espíritu humano, ha sostenido que no hay productos materiales, que todos son por el contrario inmateriales, y es que ha confundido el producto con el valor, de la misma manera que sus antagonistas confundían el valor con la materia.

«La forma, dice a este propósito el autor ya citado115 el color, la figura que un artesano da a los cuerpos brutos, son cosas tan inmateriales como la ciencia que un catedrático comunica a seres inteligentes: ni uno ni otro hacen más que producir utilidad116, y la única diferencia real que hay entre sus industrias es que la primera tiende a modificar las cosas y la segunda a modificar las personas.

Cierto, contestamos nosotros; pero esa utilidad, ese valor, que el artesano y el catedrático crean, residirá en algún objeto, en alguna sustancia, puesto que por sí mismos no pueden subsistir; y como la sustancia es material en el primer caso e inmaterial en el segundo, de aquí la división de los productos en materiales e inmateriales.

Los productos, pues, no son necesariamente materiales, como querían los antiguos economistas, ni tampoco exclusivamente inmateriales, como pretende Dunoyer; los productos pueden ser materiales e inmateriales.

Donde quiera que haya apropiación de utilidad, creación de valor, allí hay de seguro producción, allí hay un producto.

Y como toda industria, toda aplicación del trabajo tiene por objeto apropiar los agentes naturales para la satisfacción de las necesidades humanas, o sea dar valor a las cosas,útiles, es claro que las industrias, lo mismo objetivas que subjetivas, son de suyo productivas, y que no hay industria alguna que pueda calificarse de improductiva.

El médico que da la salud a un enfermo apropia el cuerpo de éste para que pueda satisfacer sus necesidades; comunica a sus miembros un valor de que antes carecían; por consiguiente, la medicina es una industria productiva.

El abogado que salva a un inocente del cadalso le coloca en condiciones propias para la satisfacción de sus necesidades; presta a un miembro de la sociedad un valor que, sin su auxilio, no hubiera tenido; por consiguiente, la abogacía es otra industria productiva.

El juez que pronuncia una sentencia, el catedrático que explica una doctrina, el artista que representa un drama, apropian para la satisfacción de ciertas necesidades el espíritu de las personas a quienes se dirigen, puesto que dotan a ese mismo espíritu de un gran valor, moralizándole, instruyéndole y haciéndole más sensible; luego la magistratura, el magisterio, la declamación y son otras tantas industrias productivas.

¿En qué consisten sus productos? En el hombre ya curado, para la medicina; el inocente librado del cadalso, Para la abogacía; el hombre moral, instruido, sensible, para la magistratura, el magisterio y la declamación respectivamente.

Esas personas valen: no se necesita más para considerarlas como productos.

Esta doctrina es también moderna en la ciencia, y se debe al talento filosófico de Dunoyer. Los antiguos economistas calificaban de improductivas las industrias que no ejercen su actividad sobre la materia, y especialmente aquellas que obran directamente sobre el hombre. ¿Por qué? Porque, segun ellos, no dejan detras de sí nada con que pueda alquilarse o comprarse la más mínima cantidad de trabajo, porque su trabajo se desvanece tan pronto como se ejecuta, porque sus servicios no son fructuosos sino en el momento en que se prestan, porque sus productos no se fijan en nada y es imposible acumularlos o atesorarlos, etc., etc. J. B. Say llegó a decir que es desventajoso multiplicar esos productos, y que el gasto hecho para obtenerlos es improductivo. Sin embargo, los mismos economistas a que nos referimos reconocen, por otra parte que los «talentos útiles, adquiridos por los individuos de la sociedad, son un producto fijo y realizado, por decirlo así, en las personas que los poseen, y forman una parte esencial del fondo general de la sociedad, una parte de su capital fijo». En este sentido se expresa A. Smith117, después de haber negado la productividad de las profesiones liberales, y le siguen J. B. Say, Sismondi, Droz y otros, partidarios de la misma doctrina.

Ahora bien: es evidente que unas industrias no pueden ser a un tiempo, productivas e improductivas, dar productos que a la vez se evaporan y se fijan, que se desvanecen al nacer y se acumulan a medida que nacen. Esta es una contradicción que demuestra la confusión de ideas de los economistas citados. ¿De dónde procede? Mr. Dunoyer la ha explicado admirablemente118; procede de no haber sabido distinguir el trabajo del producto.

No debe decirse, en efecto, como ha dicho A Smith, que la riqueza es trabajo acumulado, sino valor, o mejor todavía, productos reunidos. El trabajo no se acumula; lo que se acumula son sus resultados. Seguramente, la lección que da un profesor se consume al mismo tiempo que se produce, lo mismo que la mano de obra del alfarero; pero las ideas inculcadas por el primero en el ánimo de los que le escuchan subsisten, lo mismo que la forma dada a la arcilla por el segundo.

No es cierto que el trabajo del catedrático, del juez, del cantor, del cómico, no se fije en nada, ni deje nada tras sí: se fija en los hombres en que recae y deja las modificaciones útiles y duraderas que les hace sufrir, lo mismo que el trabajo del tejedor se realiza en las cosas en que se ejerce y deja las formas, las figuras, los colores que en ellas imprime.

No es cierto que los valores realizados en los hombres, la capacidad, la destreza, los talentos que se les han comunicado sean susceptibles de venderse; lo que no se vende, al menos en los países donde no existe la esclavitud, son los hombres mismos; pero en cuanto a los talentos que poseen, pueden muy bien venderse y se venden, en efecto, continuamente, no en especie, a la verdad, pero sí bajo la forma de servicios.

No es cierto que los valores que el trabajo logra fijar en los hombres no puedan acumularse: lo mismo podemos aumentar en nosotros mismos las modificaciones útiles de que somos susceptibles, que multiplicar en las cosas que nos rodean las modificaciones útiles que pueden recibir.

No es cierto que esta multiplicación sea desventajosa: lo que sería desventajoso es multiplicar los gastos; pero en cuanto a los valores mismos obtenidos con ellos, no vemos qué desventaja podría traer su abundancia. Nadie se queja seguramente de que haya demasiada destreza, demasiado gusto, demasiado saber, demasiada virtud, etc., etc.

No es cierto que los gastos hechos para obtener esos valores sean improductivos: lo que sería improductivo es los gastos inútiles; pero en cuanto a los necesarios, no lo son en manera alguna, puesto que pueden dar lugar a una verdadera riqueza superior a ellos mismos.

No es cierto, en fin, que tales valores en nada aumenten el capital nacional: un capital de conocimientos o de buenas costumbres no vale menos que un capital de dinero o de cualquier otra especie de productos. Una nación no tiene sólo necesidades físicas que, satisfacer; está en su naturaleza experimentar muchas necesidades morales e intelectuales, y por poca, cultura, que tenga, colocará la virtud, la instrucción, el gusto, en el número de sus valores más preciosos además, estas cosas son medios indispensables para obtener otra especie de valores que se fijan en objetos materiales, y no se necesita más para considerarlas como capitales.

Por lo demás, aunque todas las industrias sean esencialmente productivas, no hay ninguna que accidentalmente no pueda dejar de serlo, ya porque se dé una mala dirección al trabajo, y los resultados no correspondan a los esfuerzos, ya porque éstos se apliquen a satisfacer, más bien que necesidades verdaderas y legítimas, caprichos, apetitos, placeres que la Moral, de acuerdo con la Economía política, reprueba.




ArribaAbajo-VIII-

De la riqueza.


Se dice que un país es rico cuando está dotado de una gran fertilidad, aun cuando para ello no haya tenido que hacer esfuerzo alguno, aun cuando todo lo deba a la Naturaleza.

Al mismo tiempo que también se llama rico a un hombre que a fuerza de ingenio, de laboriosidad y constancia, han ha logrado reunir grandes bienes de fortuna o rodearse de comodidades y placeres.

Es, sin embargo, evidente que la riqueza del uno no es igual a la del otro. La primera consiste en la abundancia de cosas simplemente útiles, esto es, en la utilidad gratuita; la segunda en la multitud de cosas: que es decir, en la utilidad onerosa, en el valor.

¿Cuál de las dos es la verdadera?

A los ojos de la ciencia, no puede haber riqueza sin valor, esto es, sin utilidad: obtenida por medio del trabajo; y si la hay, es como si no existiera para ella, porque precisamente la actividad humana forma el objeto de sus investigaciones.

La riqueza, económicamente considerada, no consiste en la utilidad natural, en la que contienen los objetos en su estado nativo, sino en la que reside en los productos, en el valor.

Por esta razón hemos dicho en otro lugar119 que la riqueza es el conjunto de los productos.

No es, sin embargo, así como la mayor parte de los economistas entienden la riqueza.

En primer lugar, Bastiat distingue una riqueza efectiva y otra riqueza relativa. La primera, segun él, es la que se compone de utilidades obtenidas, ya gratuitamente, ya con el concurso del hombre; esto es, de bienes naturales y de bienes adquiridos o productos.

La segunda es la que se compone exclusivamente de utilidades onerosas o valederas, es decir, vendibles, puesto que Bastiat entiende por valor, no lo que hemos entendido nosotros, sino el valor en cambio, de que más adelante trataremos bajo el nombre de precio120.

Ahora bien: ¿cómo nuestro autor confunde, bajo la denominación de riqueza efectiva, dos cosas tan distintas como son los bienes que nos da la Naturaleza y los que nosotros adquirimos por medio del trabajo? ¿Qué puede haber de común entre los unos y los otros, a los ojos del economista? ¿Ni a qué mencionar siquiera los primeros, cuando más adelante declara él mismo que nada tiene que ver con ellos la ciencia?

Pero no es esta la única confusión en que incurre Bastiat. Confunde también lo que él llama utilidades onerosas o valederas con las utilidades vendibles, y las califica a las dos de riqueza relativa; siendo así que para que mereciesen igual nombre sería, preciso, que el valor y el precio fuesen una misma cosa lo cual no sucede así, como en su, lugar demostraremos. Riqueza relativa, en efecto, es la utilidad vendible, para hablar el lenguaje de Bastiat, o sea el producto en venta, el precio, porque se refiere a la cantidad de otros productos que se da en cambio, de ella; pero si se quiere llamar también riqueza relativa a la utilidad onerosa, esto es, al valor, es menester tener en cuenta que su relación es con las necesidades que puede satisfacer y de ninguna manera con otros productos.

Si hubiéramos de distinguir en Economía política dos clases de riquezas, admitiríamos más bien la división de J. B. Say en riquezas naturales y riquezas sociales, dando el primer nombre a las que nada nos cuesta adquirir, y el segundo a las que obtenemos por medio del trabajo. Pero esta división es también inútil, puesto que las riquezas naturales, según declara el mismo Say, no son del dominio de la ciencia, y por consiguiente no hay para qué tratar de ellas.

Lo que importa más hacer notar es que casi todos los economistas limitan la significación de la palabra riqueza a lo que Bastiat llama riqueza relativa y otros riqueza cambiable, diciendo que es un conjunto de valores -entiéndase de valores en cambio- en lo cual no habría otro mal que el de excluir del examen científico la cualidad más importante de los productos, esto es, la utilidad onerosa, el verdadero valor, si al mismo tiempo los economistas citados tuviesen una idea clara del valor y de la utilidad misma. Pero como confunden la utilidad con el valor y el valor con el precio, con el coste de producción y aun con el mismo producto; como no fijan desde un principio la significación de estas palabras y emplean cada una de ellas, sobre todo la de valor, en distintos sentidos, de aquí es que reine entre ellos una discordancia de opiniones ocasionada a disputas interminables, y que por otra parte algunos no acierten a darse razón de fenómenos muy naturales y muy sencillos, que, definiendo bien la riqueza son facilísimos de explicar.

Así J. B. Say considera como una de las mayores dificultades de la Economía política la resolución del siguiente problema:

«Estando compuesta la riqueza del valor de las cosas poseídas, ¿cómo es posible que una nación sea tanto más rica cuanto más bajo es el precio de aquéllas?»

Y efectivamente, entendiendo por riqueza un conjunto de valores y por valor lo mismo que precio, el tal problema es verdaderamente irresoluble, porque equivale a decir:

Estando compuesta la riqueza del valor de las cosas, ¿cómo es posible que una nación sea tanto más rica cuantos menos valores tenga? o bien: siendo la riqueza proporcionada al precio que tienen las cosas, ¿cómo es posible que una nación se enriquezca a medida que las cosas estén más baratas en ella?

Lo cual implica una contradicción, una paradoja.

Pero no es exacto que una nación sea tanto más rica cuanto más bajo precio tengan las cosas en ella; porque el precio se calcula hoy con relación al dinero circulante, y como en las naciones ricas circula más el numerario, resulta que allí es precisamente donde las cosas están a más alto precio. Ejemplo: la Inglaterra, donde todo cuesta muy caro, y sin embargo hay más riqueza que en Portugal, donde todo se compra barato. El alza o baja de los precios, calculados en dinero como se acostumbra en el estado actual de la sociedad: no es un síntoma necesario de miseria ni de riqueza, como explicaremos al tratar de los cambios. La riqueza no se mide por el precio de los productos, sino por su valor, o lo que es igual, por las necesidades que satisfacen. ¿Es fácil la vida en un país? ¿Se pueden obtener en él muchas satisfacciones con poco trabajo? Pues aquel país es rico cuesten o no mucho dinero las cosas, tengan éstas un alto o un bajo precio. Por el contrario, ¿se vive en él estrechamente, proporciona el trabajo del hombre poco bienestar, pocas comodidades, pocos placeres verdaderos? Pues aquel país es pobre, por muy baratas que se vendan las cosas en sus mercados.

Se ve, pues, que la riqueza indica cierta cantidad cierto número de objetos provistos de valor: cantidad o número que puede ser mayor o menor, porque en este punto no hay límite alguno, pero que de todos modos constituye riqueza121.

La riqueza es proporcionada a la utilidad onerosa, al valor, o lo que es lo mismo, a las necesidades satisfechas por medio del trabajo, y varía como éstas segun las épocas, los países y aun los individuos.

Un señor de la Edad Media era rico poseyendo un castillo desmantelado un bosque donde entregarse a la caza, algunas hanegadas de tierra mal cultivada y un rebaño de cabras y de siervos. En el día ningun hombre de la clase media cambiaría por la de aquel magnate su oscura pero cómoda existencia.

Un salvaje hace consistir su mayor riqueza en algunas cuentas de vidrio, que apenas servirían de infantil juguete en Europa, y cambia por ellas el oro, la plata y los productos más estimados entre nosotros.

Un arqueólogo, un numismático, darían la mitad de su fortuna por una espuela del Cid o una moneda de los Faraones; mientras que un labriego o un albañil. arrojarían a un lado estos objetos, si los encontrasen en los surcos de una tierra de labor o entre los escombros de alguna casa.

No se crea, por lo demas, que la riqueza consiste en una porción más o menos grande de materia; pues si es cierto que existe una riqueza material, no lo es menos que hay otra riqueza inmaterial, de la misma manera que hay productos materiales e inmateriales.

Será, por ejemplo, riqueza material un conjunto de manzanas, puesto que cada manzana es un producto material.

Será riqueza inmaterial una reunión de trabajadores hábiles, puesto que cada trabajador hábil constituye un producto inmaterial.

Una y otra entran en el dominio de la Economía política, no como objeto, porque esta ciencia no examina la riqueza en sí misma, sino como fin, porque tales también el de la actividad interesada, cuyas leyes naturales estudia el economista.






ArribaAbajoLibro segundo.

Teoría de la circulación.



ArribaAbajo-I-

Nociones preliminares.


Los productos, una vez obtenidos, pasan de mano en mano para satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los que han concurrido a elaborarlos.

Este movimiento, este trasiego de la riqueza, se llama circulación; porque parece que se verifica en un círculo, saliendo cada producto de las manos de su productor y volviendo a él en otra forma, después de haber pasado por las de otros varios productores.

«La circulación, dice J. B. Say122, es el paso que hace una cosa evaluable, un valor, cuando va de una mano a otra.»

En efecto, el paso de una mano a otra es el hecho primitivo, elemental, que constituye, multiplicándose, el fenómeno general de la circulación. Pero esta palabra tiene todavía un sentido más amplio, y el mismo Say se le da, diciendo123:

«Todo producto está en la circulación cuando se halla dispuesto a pasar a otras manos, esto es, cuando se ha puesto en venta.»

Por donde se ve que la circulación no es sólo el tránsito de los productos de una mano a otra, sino el movimiento general de los mismos productos: más aún, la disposición al movimiento.

F. Skarbeck entiende por circulación el movimiento general de la riqueza, que pasa de mano en mano; pero se apresura a añadir que no consiste precisamente en el movimiento de las cosas, sino en el movimiento de los valores.

«La circulación, dice124, no es el movimiento de la masa, sino del valor de los productos; de la misma manera que la producción no es la creación de cosas, sino la creación de valores.»

Así, es que para que los productos circulen no es necesaria siempre la traslación de lugar. A veces la circulación se verifica permaneciendo aquéllos estacionarios, como sucede con los bienes inmuebles125, cuya propiedad, posesión o usufructo pasa de una persona a otra, aunque no son susceptibles de movimiento alguno. Los mismos bienes muebles pueden estar quietos y circulando al mismo tiempo; así se ve, por ejemplo, a un comerciante recibir de un labrador cierta cantidad de trigo y cederla antesde sacarla del granero donde se hallaba, en cuyo caso el trigo ha circulado dos veces sin variar de sitio.

Por el contrario, hay casos en que los productos recorren distancias más o menos considerables sin que realmente circulen. Cuando una cosecha, por ejemplo, se lleva desde el campo al granero, no hay circulación, por más que haya habido trasporte; porque no ha salido el producto de las manos del que le ha producido.

Lejos de ser la traslación de lugar condición indispensable de la circulación, se considera muchasveces como un obstáculo a ella, porque al fin lleva consigo gastos, que no siempre pueden hacerse y que de todos modos aumentan el coste de los productos.

Por último, la circulación no consiste tampoco en la entrega material, ni es siempre necesaria esta circunstancia, como veremos más adelante. Una suma de dinero, por ejemplo, que se envía por el correo, no circula, aun cuando pase por muchas manos; porque entonces no se trasmite o confía consecutivamente a varias personas sino para que llegue a una sola, que es la que tiene derecho a disponer de ella. El efecto, dice con razón Skarbeck126, es el mismo que si la persona que envía la suma se la remitiese directamente a quien debe recibirla, porque todas las que han servido de intermediarias no le han hecho producir nada, no la han empleado como elemento productivo.

Para que los productos circulen, no basta que pasen de un lugar a otro ni de una a otra persona; es menester que muden de dueño he aquí la base, el fundamento verdadero de toda circulación: la traslación del dominio, no precisamente la traslación de lugar o de sitio.

Los productos destinados a circular se llaman mercancías o mercaderías, y las cualidades que los hacen más aptos para este objeto son:

1.ª Que tengan un valor universalmente reconocido, a fin de que esté dispuesto a aceptarlas todo el mundo.

2.ª Que puedan dividirse en pequeñas porciones sin perder por eso su valor, lo cual supone la facilidad de reunir las partes segregadas; pues cuando son poco divisibles, no se acomodan a todas las necesidades o todos los gustos, y por consiguiente circulan menos.

3.ª Que encierrren mucho valor en poco peso y volúmen, a fin de que puedan trasportarse sin grandes gastos, con lo cual pasan de mano en mano y circulan también más rápidamente.

Ahora conviene advertir que los productos no pueden circular gratuitamente, no pueden pasar de mano en mano sin compensación alguna, entrar en el dominio de un productor, sin que éste haga por su parte algún sacrificio para ello. Nadie renuncia a una cosa, al menos en el orden económico, sin adquirir otra que le convenga; nadie se desprende de un bien como no sea para obtener otro igual o mayor en concepto suyo. En una palabra, para que circulen los productos es menester que se cambien.

La circulación se verifica en una doble corriente, que consiste en dar y tomar, entregar y recibir, enajenar y apropiarse, y esto es lo que se llama cambiar los productos.

El cambio puede definirse, con Bastiat, por esta simple fórmula latiná: do ut des, facio ut facias, do ut facias, facio ut des, doy para que me des, ago para que me hagas, o bien doy para que me hagas, hago para que me des.

Porque, en efecto, hay que tener presente que no todos los productos pueden cambiarse. Los productos inmateriales no se cambian realmente: quedan siempre en poder de su poseedor, como inherentes que son a la personalidad humana e inseparables de ella; lo único que puede hacerse es ceder su uso, emplearlos en obsequio de otra persona, y esto es lo que se llama prestar un servicio.

Entre dos productos que se cambian ha de haber necesariamente una relacion: esta relación, cualquiera que sea, toma el nombre de precio.

El cambio, como la circulación, de la cual es el medio, constituye un fenómeno general de la sociedad. En el estacto actual de la Industria, todo el mundo, productor o no tiene que cambiar algo, y esta función social se ejerce en realidad a todas horas y por todas partes.

Hay, sin embargo, lugares, épocas y establecimientos, destinados especialmente a verificar o favorecer el cambio: tales son los mercados, las ferias, las bolsas o lonjas, los docks y las exposiciones industriales.

Tiene también el cambio sus agentes y sus instrumentos especiales. -Los primeros son los porteadores de toda especie, arrieros, carreteros, conductores, navieros, etc., y los comerciantes con sus auxiliares, factores, mancebos y comisionistas, cuyo oficio se reduce a poner en relación a unos productores con otros, proporcionando a cada uno lo que desea, en el tiempo, el lugar y la cantidad que lo necesita. -Los segundos, o sea los instrumentos del cambio, pueden dividirse en dos clases: indirectos, como las vías de comunicación, los correos y los telégrafos, que sirven para facilitar el trasporte de las mercancías y las relaciones de los productores; y directos, como las medidas, con las cuales se determinan, ya las cantidades, ya los valores respectivos de los productos cambiados, por cuya razón se subdividen en medidas de cantidad y medidas de valor.

Estas últimas son las monedas, que colectivamente se designan con el nombre de dinero, y por cuyo medio el cambio, en vez de hacerse directamente, en cuyo caso se llama permuta, se resuelve en dos operaciones distintas, si bien dirigidas ambas a un solo objeto: la venta, en que se entrega la cosa poseída por la moneda, y la compra, en que se da la moneda misma por el objeto que se desea.

El cambio puede también verificarse recibiendo uno de los cambiadores en el acto el producto que busca, y comprometiéndose a entregar al cabo de un plazo más o menos largo el equivalente con el premio o recompensa que se haya convenido por este servicio. Entonces toma el nombre de préstamo, llamándose capital o principal la cosa anticipada o prestada, y usura, interés o rédito el premio del anticipo. Pero en todo préstamo hay un acto de confianza por parte del cambiador que da sin recibir por el momento, el cual se llama acreedor o prestador, hacia el que recibe para dar más tarde, llamado deudor o prestamista. Esta confianza constituye lo que se califica en las transacciones económicas de crédito diciéndose que tiene crédito o que es hombre de crédito aquel que logra merecerla en mayor o menor grado de los demás productores.

Hay, pues, que considerar en la circulación de la riqueza: el cambio, el precio, las instituciones, los agentes y los instrumentos del cambio, incluyendo en los últimos las medidas, la moneda y el crédito. Examinemos cada uno de estos puntos separadamente.




ArribaAbajo-II-

Del cambio.


En el origen de la industria, dice M. Coquelin127, cada cual trabaja aisladamente, produce únicamente para sí y su familia y emplea en satisfacer sus necesidades todos o casi todos sus productos. Cierto que a veces se une un productor con otros para hacer un trabajo común, como cuando se trata, por ejemplo, de apoderarse de una res que aquél no podría cazar por sí solo; pero, una vez logrado el objeto de esta asociación accidental, el productor ya citado distribuye la presa con sus compañeros y se reserva la parte que le toca, lo cual equivale en definitiva a destinar a sus necesidades personales todo el producto de su trabajo.

«Parece a primera vista, añade el escritor ya citado que semejante régimen, más sencillo que el que hoy está en uso, es también más regular, en cuanto está menos sujeto a los desórdenes que pueden resultar de la distribución de los productos. Y sin embargo, sucede precisamente lo contrario; pues, siendo la producción muy variable, sobre todo cuando consiste en recoger los frutos espontáneos de la tierra, cada cual suele encontrarse con un sobrante considerable de ciertos productos, mientras carece absolutamente de otros no menos útiles. De aquí resulta una mala aplicación de las fuerzas y una desigualdad en los rendimientos del trabajo. De un lado hay superabundancia, y de otro escasez. Por una parte se pierde lo que se tiene de más, y por otra se sufre con la privación de lo que no se tiene. Despilfarro y miseria; es decir, todos los desórdenes a la vez.

»Así es que, apenas comienzan los hombres a relacionarse y entenderse, no tardan en buscar un remedio a estos males, cambiando entre sí lo superfluo. Tal productor, que ha sido afortunado en la caza, entrega a su vecino una parte de la que ha cogido para obtener de él el sobrante de la leche de sus ganados. Tal otro, que ha logrado proveerse en abundancia de frutos sabrosos, cambia los que no necesita por una piel de carnero que debe servirle de abrigo. De esta manera los frutos del trabajo se reparten mejor; el despilfarro disminuye, las privaciones son menores, y una misma producción basta para satisfacer más necesidades.

»El trueque de lo superfluo de los unos por lo superfluo de los otros constituye, en cierto modo, los rudimentos del cambio. No es todavía el régimen industrial, pero sí el primer paso hacia el mismo régimen.

»Cuando las permutas se hacen más frecuentes, sugieren poco a poco la idea de la división del trabajo. El que sobresale en la caza o en la pesca, observa que le tiene más cuenta dedicarse exclusivamente a cualquiera de estas dos profesiones, que dividir su atención entre varias diferentes, puesto que, cambiando por otros el producto que obtenga, puede proporcionarse igual número de satisfacciones. Se limita, pues, en cuanto le es posible, a una sola ocupación, mientras otro cultiva la tierra, otro fabrica instrumentos de caza, de pesca o de trabajo, otro hace con las pieles de las reses muertas en la cacería o con la lana de sus ganados vestidos para los primeros, etc., etc.. Las operaciones productivas se dividen, cada cual elige una especialidad y todos cambian entre sí sus respectivos productos.

»Entonces es cuando se inaugura verdaderamente el régimen industrial. Los cambios se multiplican y de excepción que eran, se convierten pronto en regla general. Ya no se limitan como en los primeros tiempos a lo superfluo, sino que abrazan para la mayor parte de los hombres casi todo el fruto de su trabajo. El zapatero, por ejemplo, que sólo hace zapatos, vende poco más o menos cuanto produce para comprar lo que necesita, y lo mismo sucede con los demás productores. Así los primeros cambios, destinados a corregir un desorden en la distribución de los productos, han dado origen a la división del trabajo, y ésta, activando y fecundando la producción, ha conducido a su vez a la multiplicación y generalización de los cambios.»

El cambio, pues, tiene una relación íntima con la división del trabajo. Su extensión es siempre proporcionada al grado de separación de las operaciones productivas; cuanto más divididas se hallan éstas, tanto más fácil y rápidamente se cambian y circulan los productos. Pero si la división del trabajo influye poderosamente en la esfera del cambio, no tiene ésta menos influencia en aquélla, y así es que cuando los cambios no son posibles, o un obstáculo cualquiera viene a restringirlos, las operaciones industriales están concentradas, o al menos muy poco divididas.

Diez operarios, dice J. B. Say128, pueden fabricar cuarenta y ocho mil alfileres en un día; mas, para ello, es preciso que se venda diariamente este número en el lugar der la fabricación. Si la venta diaria no pasase de veinticuatro mil alfileres, tendría cada operario que perder una parte de su jornal o bien dedicarse a otra ocupación, y por consiguiente la división del trabajo no sería tan grande.

Por esta razón, concluye el ilustre economista; la división del trabajo no puede llevarse hasta el último límite sino cuando los productos son susceptibles de ser trasportados lejos a fin de aumentar el número de los cambiadores, o bien cuando se practica en una gran ciudad, que ofrece por sí misma un mercado considerable. En una aldea suele suceder que una misma persona desempeña los oficios de barbero, médico y cirujano; mientras que en una población numerosa, no sólo se ejercen estas profesiones por distintas personas, sino que algunas de ellas, la de cirujano, por ejemplo, se subdivide en otras varias y se encuentran dentistas, oculistas, comadrones, etc. ¿Por qué esta diferencia? Porque el cambio es más extenso y la circulación más activa en el segundo que en el primer caso.

En resumen: la división del trabajo y el cambio tienen una dependencia recíproca: estas dos instituciones son, por decirlo así, coetáneas y no pueden existir la una sin la otra.

La práctica del cambio está subordinada a ciertas condiciones, sin las cuales no puede existir, y que constituyen, por decirlo así, sus caractéres esenciales: estas condiciones son, según Skarbeck129, la apropiación, la trasmisibilidad y la diversidad de las cosas.

En efecto, si en todo cambio hay siempre un bien concedido en compensación de otro bien equivalente, preciso será que tales bienes sean poseídos de antemano por las dos partes contratantes. Este principio de equidad, que es la base del cambio, no admite como legítima la cesión de una cosa no poseída por derecho de propiedad. La existencia de este derecho, es, pues, la primera condición indispensable del cambio; porque si todos los bienes fuesen, comunes a todos los hombres, si tuviesen todos el mismo derecho a gozar de ellos y nadie pudiera excluir de su posesión y de su goce a quienquiera que fuese, no habría cambio, pudiendo muy bien satisfacerse sin él todas las necesidades.

Por otra parte, hay bienes reales que no pueden cederse en propiedad a nadie; tales son el talento, la habilidad, la destreza; en una palabra, los productos inmateriales, de los cuales, no es posible desprenderse; y es que para, cambiar dos productos se necesita que sean trasmisibles, que tengan la cualidad de poder, pasar por derecho de propiedad de una a otra persona.

Finalmente, si todos los individuos de una sociedad estuviesen igualmente provistos de cosas propias para satisfacer sus necesidades, si todos poseyesen los mismos bienes, nadie desearía adquirir lo que tuviera otro. Por esta razón, se requiere que los productos sean diversos para que puedan cambiarse.

Las ventajas del cambio son tan palmarias que apenas hay necesidad de demostrarlas.

«Si los individuos no cambiaran los productos de su recíproco trabajo, dice Flórez Estrada130, no habría industria propiamente dicha; no habría objeto de mutuas relaciones entre hombre y hombre; en una palabra, no habría sociedad humana, sin la que, el hombre no puede conseguir ninguno de los resultados que su constitución física y moral reclaman. ¿Cómo sería posible que un individuo se dedicara a edificar una casa, a construir los muebles de que en ella se sirve, a cultivar la tierra que produce las primeras materias con que se alimenta, a fabricar los instrumentos necesarios para las labores y a manufacturar los innumerables artículos de que hace uso? Sin cambios, el hombre, ya se dedicara a un trabajo especial, ya a muchos, no sería capaz de satisfacer sino muy pocas necesidades. En el primer caso, por esfuerzos que hiciera, no podría atender más que a una sola necesidad. En el segundo caso, cada individuo tendría que aprender todos los oficios, y la división del trabajo, de la que dependen el acrecentamiento y perfección de la Industria, por necesidad cesaría. Aun cuando fuera dable que el individuo aprendiese con la mayor maestría los varios oficios que se conocen en la Sociedad, su trabajo daría un producto insignificante, teniendo que pasar de una a otra ocupación y que trasladarse le uno a otro punto.»

Importa, pues, muchísimo a la sociedad que los cambios se verifiquen regularmente, y que ningún obstáculo extraño venga a suspender su curso. Cierto que una suspensión absoluta de las transacciones es casi imposible por su misma trascendencia, y que, si por un momento aconteciera, habría contra ella una reacción tan general y tan rápida, de parte de la sociedad amenazada en su vitalidad, que el obstáculo cedería bien pronto. Pero basta que los cambios se retarden o dificulten para que se experimenten crueles sufrimientos, como se ve en los casos de turbulencias civiles, revoluciones políticas, invasiones extranjeras y otros accidentes que perturban el mundo económico. Hay entonces, por lo común, dice Coquelin131, dos obstáculos para el cambio, uno físico y otro moral: el primero, hijo de los desórdenes materiales que impiden a veces a los productos llegar tranquilamente a sus respectivos destinos; el segundo, más grande todavía y más difícil de superar, que procede de la desconfianza con que los productores se miran unos a otros. Así es que la producción languidece por falta de alimento; el consumo disminuye; los ahorros hechos anteriormente desaparecen, y sobre no obtenerse las ganancias ordinarias, se pierden en pocos días los frutos acumulados de muchos años de trabajo.

No se necesita más para comprender la influencia que tiene en la producción una circulación activa. Esta actividad constituye la superioridad industrial de los países donde existe, Inglaterra, Holanda, los Estados-Unidos. Porque, en efecto, los productos no son útiles sino en cuanto pasan a las manos de las personas que pueden emplearlos en una nueva producción, o lo que es lo mismo, capitalizarlos mientras permanecen sin empleo, mientras se hayan en poder de quien no los utiliza, no sirven de nada, y para el cumplimiento del fin económico, para la satisfacción de las necesidades humanas, es como si no existiesen realmente. Por el contrario, cuando circulan con rapidez, su valor se aumenta en razón del número de cambios de que son objeto. Así, por ejemplo, si una materia cualquiera, el hierro, tuviese que pasar por las manos de veinte o treinta productores distintos, para recibir otras tantas preparaciones antes de llegar a su estado definitivo, y verificase esta serie de transiciones en un mes, en vez de hacerlas en doce, es evidente que habría prestado en treinta, días todos los servicios que de otro modo se hubieran obtenido de ella en un año. Pues lo mismo sucede con los capitales de una nacion: empleándolos de una manera activa, cambiándolos con rapidez, se conseguirán ventajas inmensas. Con igual riqueza se crearán mayores productos; con menos capitales se obtendrán los mismos beneficios.

Veamos ahora cómo y en qué circunstancias se verifica el cambio, y dejemos la palabra en este punto a Molinari, que le ha tratado perfectamente en una de sus obras132.

«Cuando las industrias y las funciones productivas están separadas, cuando el trabajo está dividido, cada cual, como ya hemos visto, cesa de producir todo aquello que necesita: no produce más que una parte, y aún en una sociedad adelantada no produce ninguna, al menos de una manera completa. ¿Qué sucede entonces? Que cada uno ofrece las cosas que posee, y demanda o pide en cambio las que le faltan.

»De aquí la oferta y la demanda o el pedido.

»El lugar en que se hacen las ofertas y las demandas, o lo que es lo mismo, en que se concluyen los cambios, se llama mercado. Todo mercado es una salida.

»Se dice de una. mercancía que tiene salida cuando es demandada, esto es, cuando le ofrecen en cambio otras mercancías.

»Todos los productos se sirven recíprocamente de salidas, porque nadie puede demandar un producto sin tener otro que ofrecer en cambio; o lo que es lo mismo, no puede haber demanda sin oferta.» Los productos se compran con productos, dice J. B. Say133 y esto es tan cierto que la ruina de una industria basta para que se resientan todas las demás. Una mala cosecha, por ejemplo, no destruye el numerario existente, y sin embargo, la venta de telas se paraliza o disminuye, los servicios del albañil, del carpintero, del zapatero, etc., son menos demandados, y el comercio y las manufacturas sufren pérdidas considerables.

«De aquí se sigue que cuanto más se multiplican los productos, tanto más fáciles y vastas son las salidas, que cada cual está interesado en la prosperidad de todos y que el desarrollo de una industria favorece el de las demás.

Una ciudad rodeada de campiñas, fértiles encuentra en ellas numerosos y ricos compradores, y en la vecindad de un gran pueblo manufacturero los productos del campo se venden mucho mejor134

Ningún país, observa J. Stuart Mill135, puede tener una agricultura floreciente, si no posee una población urbana considerable, o lo que viene a ser lo mismo, un comercio de exportación de artículos destinados a la alimentación de otro país.

Dos circunstancias pueden presentarse en el mercado donde se verifican todos los cambios, a saber: monopolio y competencia.

«Cuando una mercancía es ofrecida por un solo productor observa a este propósito Molinari136, se dice que este monopolio de ella. El monopolio es natural si la mercancía no existe mas que en una mano o no pueden los demás poseedores de la misma llevarla al mercado, ya sea por la distancia, ya por cualquier otro obstáculo independiente de su voluntad. Por el contrario, el monopolio es artificial si el poseedor o los poseedores coligados de una mercancía logran impedir a los demás que la lleven al mercado.

»Cuando un producto es ofrecido por dos o más individuos, sin que medie acuerdo entre ellos, se dice que hay competencia. Esta es más o menos viva, segun que los individuos que ofrecen simultáneamente y sin concertarse la misma mercancía la poseen en mayor o menor cantidad y les urge más o menos deshacerse de ella, para adquirir otras.

La competencia tiene sus límites marcados por la cantidad de los productos.

Así la Naturaleza la limita, reduciendo ciertas aptitudes y ciertos elementos productivos a un número escaso de personas que monopolizan necesariamente la producción.

La limita igualmente la falta de capital, si bien esta falta puede suplirse por la asociación que, aunando los esfuerzos y los recursos individuales, constituye las sumas necesarias para acometer las grandes empresas.

Finalmente, la limita la falta de consumo; porque, bastando para un consumo escaso una producción pequeña, son pocos los productores y los productos que pueden entrar en competencia137.

Por lo demás, en todo cambio intervienen, como hemos visto, dos personas: la que ofrece cada una de las mercancías cambiadas, y la que la demanda, o lo que es lo mismo, el vendedor y el comprador. ¿Cuál de ellos es el que gana? ¿Será verdad, como ha dicho Montaigne, y como repite todavía cierta escuela, al menos respecto de los cambios internacionales, que el uno haya de ganar necesariamente y que la ganancia de éste sea una pérdida para el otro -le profit de l'un fait le dommage de l' autre?- Nada menos que eso: el más rudo campesino, cuando va al mercado y entrega una moneda por un pan, por un vestido, por unos zapatos, etc., etc., sabe perfectamente que no pierde nada en el cambio; por el contrario, está bien convencido de que gana, y si así no fuera, no compraría de seguro aquellas mercancías, puesto que nadie le obliga a comprarlas. A su vez, el comerciante que se las vende lo hace sin duda porque le conviene, porque, encuentra una ganancia en la venta, sin lo cual se guardaría muy bien de consentir en ella. Que el comprador y el vendedor procedan de un mismo país o de países diversos; que las compras y las ventas se multipliquen al infinito; que en vez de ser dos solas personas, sean dos pueblos, dos provincias, dos naciones las que verifiquen los cambias, el resultado será siempre el mismo.

Luego en un cambio cualquiera, interior o exterior, nacional o extranjero, hay ganancia para las dos partes, y así debe ser en efecto, pues que cada una de ellas da lo que no lo sirve o le sirve de poco, para adquirir lo que le es muy necesario o muy útil.




ArribaAbajo-II-

Del precio.


Si es cierto, como dijeron los antiguos filósofos, que nada hay en el Mundo sin razón suficiente, cuando se cambia una mercancía por otra, v. gr., una fanega de trigo por una vara de paño, deben tener alguna razón el productor del trigo para dar la fanega de éste por la vara de paño, y el productor del paño para dar la vara del mismo por la fanega de trigo.

¿Qué razón puede ser esa? O en otros términos: ¿a qué cualidad de los productos se atiende al cambiarlos?

No será seguramente a su volumen, ni a su peso, ni a ninguna de sus cualidades físicas o químicas, puesto que los productos inmateriales carecen de ellas, y sin embargo se cambian, al menos de la manera que pueden cambiarse, cediéndose su uso. Cuando vamos al teatro, por ejemplo, damos cierta cantidad de moneda, una cosa material, por la audición puramente inmaterial de una ópera, de una coniedia, de un sainete.

Hay más: al cambiar los mismos productos materiales, estamos muy lejos de considerar la mayor o menor cantidad de materia que, damos y recibimos, puesto que productos que encierran muy poca no se cambiarían por otros que contienen mucha. Nadie daría, por ejemplo, al menos en las circunstancias ordinarias del mercado, un diamante de medianas dimensiones por una fanega de trigo, y sin embargo, en ésta hay más materia que en el primero.

No tenemos, pues, en cuenta la materialidad de los productos en el acto del cambio: no atendemos mas que sus cualidades económicas, a su coste y su utilidad, es decir, a su valor, puesto que el valor comprende a la vez la utilidad y el coste138.

En efecto, cada cambiador, cuando va al mercado, examina: l.º la utilidad que encierra para él la mercancía que desea adquirir; 2.º el coste que le ha tenido la que quiere dar en cambio; compara después aquélla con éste, para ver si la primera es mayor o menor que el segundo, o lo que es lo mismo, para conocer si con el coste de la mercancía propia podría o no adquirir tanta utilidad como contiene la ajena, y sólo en atención a estas consideraciones, se decide por aceptar o rechazar el cambio. Se ve, pues, que el cambio no se verifica sin que preceda una comparación del producto que se ofrece con el producto que se demanda, comparación en la cual ambos cambiadores fijan de común acuerdo el valor respectivo de los productos cambiados. Por esta razón llaman los autores al valor de que se trata valor relativo, valor venal, valor en cambio, valor convencional, valor del mercado.

Por manera que el valor relativo es el valor de un producto, comparado con el de otro producto, o sea la relación de valor que hay entre dos productos.

Cuando este valor se refiere a la unidad de peso o de medida se llama precio, porque es el resultado de la apreciación respectiva de los valores que tienen los productos cambiados.

Ejemplo: diez fanegas de trigo se cambian por cuarenta de cebada; luego el precio de una fanega de trigo, es cuatro fanegas de cebada, y el de una fanega de cebada la cuarta parte de una fanega de trigo.

Por lo demás, como en el estado anual del cambio las mercancías no se truecan directamente, sino que primero se da una de ellas por cierta cantidad de moneda, para, dar después ésta por otra mercancía distinta de la anterior, siendo la moneda el instrumento general de los cambios, sucede que los precios suelen expresarse en dinero.

Mas no por eso se crea que el precio, consiste precisamente en cierta dantidad de moneda, ni mucho menos, que sea el valor mismo expresado en dinero, como supone algún economista; hay, con efecto, un precio en dinero, que es el más común, como que todas las mercancías se cambian de ordinario por moneda; pero también hay un precio en especie, y es el que se da cuando los productos se cambian entre sí, sin la intervención de aquel intermediario oficioso. El precio en dinero es puramente nominal, puesto que depende de la mayor o menor cantidad de artículos que con él puedan comprarse; el precio en especie es real y efectivo, puesto que consiste en una cantidad determinada de productos, y por consiguiente en una suma conocida de coste y de utilidad. Así cuando se quiera calcular la cuota de un precio cualquiera, hay que atender no a la porción de moneda que ese precio represente, sino, a los artículos que con ella puedan adquirirse, o lo que es, igual, a las necesidades que por su medio se satisfagan.

De dos productos cambiados, el uno es el precio del otro, y viceversa. Cuando se cambia, v. gr., una fanega de trigo por cierta cantidad de abono, el trigo es el precio del abono, y el abono el precio del trigo. Cuando se da una moneda de plata por un sombrero, la moneda es el precio del sombrero, y el sombrero elprecio de la moneda; sólo que en el lenguaje vulgar se emplea siempre la primera frase, porque el sombrero no se cambia generalmente mas que por moneda, y la moneda puede cambiarse por cualquier otra cosa.

Siendo, por otra parte, el precio la relación entre dos productos cambiados, es claro que puede variar con la variación de cualquiera de ellos; porque toda relación varía cuando uno de los términos que la forman se aumenta o disminuye con respecto al otro, siendo lo mismo aumentar el primero que disminuir el segundo, y viceversa.

Supongamos que una fanega de trigo se cambia por dos fanegas de arroz: el precio de estos productos estará representado en tal caso por la relación siguiente: 1 es a 2, o sea el trigo es al arroz como 1 es a 2; el arroz es al trigo como 2 es a 1. Si el primer término de la relación -1- varía y se convierte en, ½ por ejemplo, la relación ya no será 1 es a 2, sino ½ es a 2, y por consiguiente habrán variado los precios de ambos productos, puesto que ya no valdrá cada fanega de trigo dos fanegas de arroz, sino cuatro, o lo que es lo mismo, no se dará cada fanega de arroz por media de trigo, sino por la cuarta parte, y podrá decirse indistintamente que ha bajado el precio del arroz o que ha subido el del trigo.

Lo mismo sucederá si varía el segundo término de la relación anterior -2- y se convierte en 1 ½ por ejemplo, pues entonces ya no será aquélla 1 es a 2, sino 1 es a 11/2 y por lo tanto habrán variado a la par el precio del trigo y el del arroz, dándose por cada fanega de trigo una y media de arroz, en vez de dos, o lo que es igual, por cada fanega de arroz dos terceras partes de una de trigo, en vez de la mitad que antes se daba, y pudiendo decirse indistintamente que ha subido el precio del arroz o que ha bajado el del trigo.

Luego cuando aumenta el precio de un producto, disminuye en la misma proporción el de aquél o aquéllos por los cuales se cambia; y como en el estado actual de las relaciones sociales todos los productos se cambian por dinero, resulta que cuando sube el precio de los primeros baja el del segundo, y al contrario; sólo que, al calcular hoy los precios, al establecer la relación entre cada producto y la moneda, se toma ésta como término fijo y se atribuyen todas las variaciones a aquél, diciéndose que las mercancías son caras o baratas, según la mayor o menor cantidad de ellas que puede adquirirse con una cantidad dada de dinero. Pero, en realidad, el precio del dinero varía con las variaciones del de las demás mercancías, no precisamente porque haya variado la cantidad de moneda, sino porque han aumentado o disminuido los productos que se cambian por ella.

La baratura o la carestía de los productos, en el estado actual de los cambios, es siempre relativa a la cantidad de dinero circulante, y de ella no puede deducirse argumento alguno en favor de la riqueza o de la miseria de los pueblos. Será rica una nación si abundan en ella los productós, valgan éstos caros, o baratos; por el contrario, será pobre si cuenta con productos escasos, valgan baratos o caros. Habrá carestía en un país que tenga mucho dinero en circulación, sea o no su producción abundante; habrá, por el contrario, baratura cuando circule poco numerario. Inglaterra es más rica que España, y sin embargo, todo cuesta allí más caro. ¿Por qué? Porque hay en circulación más dinero, o lo que es lo mismo, porque el dinero circula con más rapidez, aun cuando sea menor, como diremos luego, la suma total de numerario circulante.

De lo dicho se infiere que no pueden encarecerse ni tampoco abaratarse a la vez todos los productos, inclusa la moneda; porque siendo el precio la relación entre diversos productos cambiados, para que suba el precio de los unos tiene que bajar el de los otros, y al contrario. Una relación no varía porque se aumenten o disminuyan a la par y en igual grado los términos de que consta. Lo mismo da decir 1 es a 2 que 2 es a 4 que 4 es a 8, etc., etc. Si el precio de 1 fanega de trigo es 2 fanegas de cebada, el de 1 fanega de cebada será ½ de trigo, y para que el trigo se encarezca hasta el punto de valer cada fanega de esta mercancía 4 fanegas de cebada, es menester que la cebada se abarate y no valga cada fanega de la misma más que 1/4 de fanega de trigo. Si el precio de 100 productos diversos que componen la riqueza de un país es 100 onzas de oro, el precio de estas 100 onzas de oro será aquellos 100 productos, y no podrán encarecerse todos, hasta el punto de valer 200 onzas de oro, sin que se abarate este metal en términos que 100 onzas no valgan más que 50 productos.

La relación de dos productos cambiados toma el nombre de precio natural o precio remunerador cuando ambos productos son económicamente iguales, cuando el uno tiene tanto coste y tanta utilidad como el otro, o lo que es lo mismo cuando hay equivalencia, igualdad de valor, entre ellos, puesto que a igual coste, a iguales gastos, corresponde, siempre en un período dado de la producción igual beneficio, igual utilidad, y por consiguiente igual producto. Por manera que el precio natural de un artículo consiste en la cantidad de otros artículos suficiente a cubrir los gastos del primero, más la parte proporcional de beneficio

El precio natural es también necesario, es decir, que ha de obtenerse en definitiva necesariamente, que todo productor tiene que recibir en el cambio un producto igual en valor al que da, capaz como éste de reembolsar los gastos que el mismo productor ha hecho y dejarle además el beneficio correspondiente; porque si así no fuese, si el producto obtenido en cambio no compensara los gastos, o aún compensándolos, no dejase beneficio alguno, la producción iría. decreciendo, o al menos no podría aumentarse, y ya sabemos que este aumento se realiza sucesivamente, cumpliéndose así la indeclinable ley del progreso.

No siempre se cambian, sin embargo, los productos bajo el pie de una equivalencia perfecta. Por el contrario, a veces obtienen algunos de ellos un precio mayor, a veces un precio menor que el necesario.

Se designa con el nombre,de precio corriente la porción de producto, cualquiera que sea, que se da en cambio de otro en un momento determinado.

Los productos de igual especie y calidad tienen el mismo precio corriente en un mercado; porque no hay razón para que los unos sean más apreciados que los otros; y si entre varios vendedores de una mercancía exigiera alguno por ella un precio mayor que los demás, nadie querría comprársela, prefiriendo, como es natural, hacerlo a los que la diesen más barata.

He aquí ahora cómo se fija el precio corriente en el cambio.

«Supongamos, dice el Sr. Pastor -que ha presentado admirablemente la teoría de la formación de los precios en sus artículos sobre Reforma monetaria139 -supongamos una población aislada en que existen 25 habitantes, 5 de los cuales producen sólo 60 fanegas de trigo; 5, 25 arrobas de aceite; 5 son dueños de las 25 casas; 5 industriales que producen los zapatos necesarios y otros 5 los vestidos para los 25 habitantes.

»Todos ellos necesitan para vivir, cada uno

1 casa 25
2 fanegas de trigo para comer y los labradores 10 para sembrar 60
1 arroba de aceite 25
2 vestidos 50
4 pares de zapatos 100
TOTAL 260 unidades de valor.

»Lo primero que hará cada uno será reservar la parte que necesite para su consumo, y ofrecer a los otros el sobrante, en cambio de las demás de que carece:

Consumo propio Oferta TOTAL
Los del trigo descontarán, de sus 60 fanegas, 10 para su consumo y 10 para la próxima siembra y ofrecerán al cambio 40 20 40 60
Los del aceite reservarán sus 5 arrobas y darán, en cambio de los demás objetos que necesitan 20 5 20 25
Los dueños de las casas habitarán sus 5 y darán a los otros las 20 restantes, en cambio de trigo, aceite, calzado, vestidos 5 20 25
Los sastres reservarán para sí los 10 vestidos, y darán a los demás 40, en cambio de casa, aceite, calzado y trigo 10 40 50
Los zapateros reservaran para su consumo 20 pares de zapatos y ofrecerán 80 a los otros, en cambio de la casa, del vestido, del trigo y del aceite, 20 80 100
60 200 260

«Ahora bien: como cada uno pedirá con igual exigencia lo que necesita para vivir y cada cual ofrecerá del mismo modo lo que le sobra, vendrá a resultar que la demanda y la oferta están equilibradas en la proporción expresada, ni más ni menos: no podrán dar más, porque no lo tienen; no podrán dar menos, porque no llenarían las necesidades de los demás; de donde resultará que 60 fanegas de trigo serán iguales a 25 arrobas de aceite, a 50 vestidos, al alquiler de 25 casas, y al valor de 100 pares de zapatos.

»Por consiguiente, los dueños del trigo, cambiarán sus 40 fanegas sobrantes

Por arrobas de aceite 5
Por vestidos 10
Por zapatos 20
Por alquiler de casa 5

«Es decir, que 1 arroba de aceite será igual a 2 fanegas de trigo, a 2 vestidos, a 4 pares de zapatos y al alquiler de una casa.»

O lo que es lo mismo, que, el precio de la arroba de aceite será 2 fanegas de trigo, o 2 vestidos, etc., etc.; el precio de una fanega de trigo será media arroba de aceite o un vestido, y así de los demás artículos.

«Supongamos ahora, añade el Sr. Pastor140, que en el caso anteriormente propuesto, además de los cinco elementos fijados, se introduce una moneda, cuya unidad es el peso fuerte, existiendo en el pueblo, por ejemplo, 10 pesos.

»¿Cómo se fijarán los valores141 en las cinco categorías indicadas antes? Claro es que si una fanega de trigo es igual a media arroba de aceite, tomando el peso por unidad, se darán dos pesos por la arroba de aceite, un peso por la fanega de trigo, y así de los demás.

¿Qué quiere decir todo esto? Que el precio corriente de los productos depende de la relación que hay entre la oferta y la demanda.

Cuando un producto cuesta mucho, se produce, y por consiguiente se ofrece en cortas cantidades: su oferta es pequeña, relativamente a la demanda.

Cuando hay gran necesidad de una cosa, o lo que es lo mismo cuando está tiene mucha utilidad, se demanda en cantidades considerables: su pedido es grande relativamente a la oferta.

Por esta doble razón, cada mercancía se vende y se compra cara o barata según sea más o menos abundante. ¿Abunda? Es porque no cuesta o no se necesita mucho: tiene poco coste o poca utilidad; su precio no puede ser grande. ¿Escasea? Es porque exige muchos gastos de producción, o bien porque hay mucha necesidad de ella: tiene mucho coste o mucha utilidad; su precio es considerable.

En una palabra, la oferta de un artículo representa la cantidad del mismo existente en el mercado, la cual es proporcionada a su coste, a sus gastos de producción, porque es claro que, según lo que cueste el producirle, así se producirá en más o menos abundancia: la demanda representa la necesidad que de ese mismo artículo se siente, o sea la utilidad que tiene, porque es evidente que cuanto más útil será más demandado, y viceversa: luego, en último resultado, el precio corriente de los productos depende de su coste y su utilidad, o lo que es igual, de sus gastos de producción, aumentados con una parte proporcional de beneficio, que es lo que constituye el precio natural, y ambos precios tienden a confundirse a la larga.

He aquí en pocas palabras resumidas las largas y fastidiosas disertaciones de los autores acerca de la ley de los precios.

Suponen los unos que los precios se determinan por la relación que hay entre la oferta y la demanda.

Afirman los otros, y esta opinión ha sido particularmente sostenida por Ricardo, que los gastos de producción son los que en último resultado fijan los precios, añadiendo Molinari muy acertadamente que son los gastos aumentados con una parte proporcional de beneficio.

Ambas escuelas tienen razón a nuestro modo de ver; porque si bien es cierto que el precio de los productos depende de la relación entre la oferta y la demanda, no lo es menos que esta relación depende a su vez de los gastos de producción.

Esto lo ha explicado perfectamente el marqués de Garnier142.

«Los productores, dice, propenden siempre a arreglar la cantidad del producto por la cantidad de la demanda. Ni su oferta será menor, porque su interés está en aumentar el producto, ni será mayor, porque el exceso les ocasionaría una pérdida efectiva. Estas dos cosas, la oferta y la demanda, tienden siempre al nivel, que es el punto de reposo hacia el que ambas gravitan y que determina el precio natural de todos los artículos venales-esto es, sus gastos de producción, aumentados con una parte proporcional de beneficio.- ¿Cuál es el término más allá del cual el productor no, puede elevar la cantidad del producto? Es el precio natural; si no le consiguiera, el productor perdería una parte del capital. ¿Cuál es el término de la demanda del consumidor? Es también el precio natural; el consumidor no quiere dar más que el equivalente de lo que recibe.»

«Si un artículo, añade Flórez Estrada143, se cambiara por una cantidad mayor de artículos que la necesaria para cubrir el costo de la producción -aumentado con el beneficio correspondiente- los productores de este artículo ganarían más que los productores de los otros artículos de riqueza: este lucro extraordinario atraería una concurrencia mayor de capital, hasta que subiesen a la par las utilidades de los otros capitales. Por el contrario, si un artículo no se cambiara por una cantidad de artículos suficiente a cubrir los gastos de producción -aumentados con el beneficio correspondiente- los productores de este artículo inmediatamente retirarían sus capitales de aquel destino en que no podrían continuar sin arruinarse, y al que no volverían mientras las utilidades que reportaran no se elevasen a la altura de las utilidades de los otros productores.

Así pues, los gastos de producción regulan en definitiva la relación entre la oferta y la demanda, y por consiguiente los precios; pero semejantes gastos son los de los productores colocados en las circunstancias más desfavorables, porque si no, tendrían éstos que abandonarla producción.

A todo aumento de demanda corresponde un aumento de producción, y por consiguiente de oferta; viceversa, toda disminución de la demanda promueve necesariamente una disminución de la oferta. Esto debe entenderse respecto de aquellos productos cuya producción es indefinida y puede aumentarse o disminuirse a voluntad. Naturalmente, aún tardará más o menos tiempo en proporcionarse la oferta a la demanda; porque no se llevan o retiran en un día los capitales de una industria, no se aumentan ni se disminuyen fácilmente los elementos productivos; pero, en definitiva, el móvil del interes hará que se establezca el equilibrio y que la producción o la oferta no sea superior ni inferior a la demanda.

Por lo demás, hay algunas producciones que son de auyo limitadas: tales como ciertas obras de arte, ciertos objetos históricos, los diamantes, etc., etc. El precio de estos productos dependerá, pues, de la utilidad que tengan, de la intensidad con que sean demandados, y podría subir en ocasiones desmesuradamente, si no fuera por los sucedáneos144

.

Se llaman así todos aquellos productos que pueden sustituir a otro, siquiera sea desventajosamente, por tener cualidades iguales o análogas. Por ejemplo, a las carnes sustituyen los vegetales o los pescados; al trigo el arroz, el maíz o las patatas; a la lana el algodon; a la leña la hulla; a los adornos de pedrería los de plumas o encajes; a los cuadros al óleo las acuarelas o los grabadis, etc., etc.

¿Qué sucede, pues, cuando un producto cualquiera escasea? Sucede que muchas personas, no pudiendo adquirirle, se contentan con alguno de sus análogos, y de esta manera se disminuye la demanda y se evita que se encarezca excesivamente, el artículo de que se trata. Verdad es que entonces se encarece el sucedáneo en proporción de la mayor demanda que tiene; pero, aun así, se logra una economía positiva; porque nunca el precio del segundo llega a ser tan grande como el del primero.

Tal es en resúmen la teoría de los sucedáneos, aplicable al precio de aquellos productos que, ya sea por su naturaleza o por circunstancias accidentales, no pueden reproducirse indefinidamente. Para todos los demás rige en absoluto la ley anteriormente explicada.

Conviene advertir, sin embargo, que, según algunos autores, el alza o baja de los precios no está en relación exacta con la disminución o aumento de las cantidades ofrecidas.

«Por lo general, dice B. Carballo145, el precio aumenta o disminuye en proporción más rápida que aquellas cantidades, y para poder apreciar con exactitud este resultado, es preciso tener en cuenta la naturaleza de los productos y la especie de necesidades a que están destinados; porque, no siendo todos igualmente necesarios para la vida, si hay unos, como son los objetos de lujo, respecto de los cuales, por corta que sea la subida del precio, se restringe el pedido, de un modo considerable, hay otros en que, por el contrario, no es fácil detenerlo. El precio del trigo, por ejemplo, se duplica cuando la oferta se reduce en una quinta parte, al paso que no sucede lo mismo con el del vino, porque de este último puede prescindirse con más facilidad que del primero. Influye también mucho en esto la calidad o especie de los productos y la facilidad o dificultad de conservarlos, y así en los años de abundante cosecha se ve que ciertos frutos casi se abandonan a los compradores por no tener donde recogerlos, o por no, poderlos conservar y trasportar a poblaciones situadas a cierta distancia.

Gustavo de Molinari establece, por su parte, la fórmula siguiente146.

Cuando las relaciones de las cantidades de los géneros ofrecidos en cambio varían en progresión aritmética, el precio de los géneros varía en progresión geométrica.

Y aunque esta proposición no pueda aceptarse de un modo tan absoluto como pretende el autor ya citado, es indudable que en el fondo expresa una verdad demostrada por la experiencia, y consignada ya por Tooke147 a saber: que los precios varían en proporción mucho mayor que las cantidades.

De todos modos, la ley de la oferta y la demanda es la que determina el precio corriente de los productos

Cuando éstos se ofrecen en grandes cantidades y se demandan poco, su precio baja, y viceversa, cuando se demandan mucho y se ofrecen en cantidades pequeñas, su precio sube proporcionalmente.

En resumen: la competencia abarata los productos; el monopolio los encarece.

¿Cuál de los dos estados del cambio es más ventajoso, más favorable al desarrollo de la riqueza, y por consiguiente al perfeccionamiento del hombre, que la Economía política, de acuerdo con la Moral, se propone?

O en otros términos: ¿qué es mejor, qué conviene más al bien individual, la baratura o la carestía, la competencia o el monopolio?

Si no existiesen el cambio y la división del trabajo, si cada hombre destinase a la satisfacción de sus propias necesidades todas las cosas que produce, esto cuestión estaría resuelta por sí misma, siendo evidente que le convendría obtenerlas en gran cantidad, porque así podría proporcionarse más satisfacciones.

Pero como, en el estado actual de la Industria, cada cual produce una sola cosa y emplea muchas en satisfacer sus necesidades, sucede que todo individuo de la sociedad tiene dos intereses, uno como productor y otro como consumidor.

Como productor quiere vender caro.

Como consumidor quiere comprar barato.

Por una parte, está interesado en que las mercancías que él consume Abunden, a fin de adquirirlas a bajo precio.

Por otra, desea que las mercancías que él produce escaseen, a fin de que su precio sea considerable.

¿Cómo pueden realizarse estos dos intereses? Individualmente no hay dificultad alguna.

Cada cual. se esfuerza en disminuir el coste del producto que crea, disminuyendo sus gastos de producción, o en aumentar la utilidad del mismo, haciendo que responda a mayor número de necesidades o a una necesidad más intensa.

Por el primer procedimiento, restringe la oferta con relación a la demanda, puesto que, al cambiar su producto por otros, da con aquél un coste menor, para recibir con éstos una utilidad que suponemos igual.

Por el segundo, amplía la demanda con relación a la oferta, puesto que, teniendo más utilidad su producto, ha de ser naturalmente más demandado.

En uno y otro caso, el individuo vende caro; y como todo lo que sube el precio de una mercancía, baja relativamente el de las demás que se cambian por ella, resulta que compra también barato y que satisface de una sola vez los dos intereses que le hemos atribuido.

Y nótese que esta satisfacción nada tiene de ilegítima, puesto que se ha obtenido a costa de un esfuerzo, de una combinación más feliz de los elementos productivos, combinación representada por la disminución de coste, o por el aumento de utilidad del producto.

Nótese también que la ganancia obtenida por el productor aprovecha a los consumidores, puesto que, gracias a ese aumento de utilidad, pueden éstos proporcionarse más comodidades y placeres.

Pero no sucede lo mismo cuando se consideran los intereses de los individuos de la sociedad en conjunto, esto es, como productores y consumidores que son a la vez todos y cada uno de ellos entonces esos intereses aparecen incompatibles, porque lo producido por una persona es consumido por otras, y viceversa. Lo producido por A es cotisumido por B, C, D, E.. Lo producido por B es consumido por A, C,D, E... etc., etc.

Para dar satisfacción a todos, productores y consumidores, sería preciso que todos y cada uno de ellos vendiesen caro y comprasen barato, o lo que es lo mismo, que todos y cada uno de los productos fuesen a la vez baratos y caros, lo cual es imposible.

Una de dos: o triunfa el interés del productor, o el del consumidor.

Si lo primero, todos los productos valdrán caros.

Si lo segundo, todos los productos valdrán baratos.

Pero ya hemos visto que la carestía, lo mismo que la baratura general, no pueden darse sino con relación al dinero.

Para que todos los productos suban de precio, es menester: o que, sin variar ellos, aumente en cantidad la moneda, y entonces nada ganará el productor, porque si vende cara su mercancía comprará igualmente caras las demás que necesita, o que, sin variar la moneda, disminuyan todos los productos, en cuyo caso habrá una escasez, una miseria general, que alcanzará a todo el mundo, productores y consumidores, los cuales producirán y por consiguiente consumirán mucho menos.

Por el contrario, para que todos los productos bajen de precio, es preciso: o que, sin variar ellos, disminuya la cantidad de moneda, y entonces nada perderá el productor, porque si vende barata su mercancía comprará igualmente baratas las demás que necesita, o que, sin variar la moneda, aumente la cantidad de los productos, en cuyo caso habrá una abundancia, una riqueza general, de que participarán productores y consumidores, produciendo todos más y proporcionándose de este modo mayor número de satisfacciones.

Luego en el régimen del cambio conviene más la baratura que la carestía, la competencia que el monopolio.

Sin embargo, no hay acusación de que no haya sido objeto la competencia, sobre todo en estos últimos tiempos. Víctor Considerant, Proudhon y otros escritores socialistas la han pintado con los más negros colores, atribuyéndole cuantos males puede inventar una imaginación preocupada por la observación superficial de los hechos. Enumeraremos aquí los principales:

l.º La competencia produce la instabilidad de los precios, dando lugar alternativamente a la carestía y a la baratura excesivas, con grave perjuicio de la Industria.

2.º Se opone a la justicia, sustituyendo el juego o el azar al derecho.

3.º Es contraria a la caridad y a la fraternidad humana.

4.º Introduce la inmoralidad en las transacciones mercantiles, induciendo a los vendedores a emplear el fraude, la estafa y las sofisticaciones, para abaratar sus mercancías y poder triunfar de sus competidores o rivales.

Tales son los cargos. Vamos a refutarlos sumariamente.

En primer lugar, la instabilidad de los precios no procede de la competencia, sino de las variaciones en los gastos de la producción y en la clase de elementos que en ella se emplean, variaciones hijas de los progresos industriales, y en cuya virtud se aumentan ¿se disminuyen, ya la producción, ya el consumo de ciertos artículos, aumentándose o disminuyéndose por consiguiente su oferta o su demanda. Cierto que si la Industria progresa, es precisamente por la competencia, que estimula a los productores a producir cada vez mejor y más barato, a fin de llevarse la palma en la lucha pacífica del mercado; mas si por eso hubiera de rechazarse semejante régimen, sería preciso rechazar también el progreso y condenar la Industria a la inmoralidad y al estacionamiento.

No hay, por otra parte, injusticia ni juego alguno en la competencia, porque ésta abre ancho campo para ejercitarse a todas las aptitudes y todas las fuerzas productivas, y si en ella triunfan unos productores y otros sucumben y se arruinan, esto no se debe a la casualidad, sino a la previsión, a la inteligencia y actividad de los primeros, a la ignorancia, el abandono o la torpeza de los segundos, lo cual es perfectamente lógico y justo. No hay ciertamente empresa humana que no tenga algo de eventual, de aleatorio e inseguro; pero de esta inseguridad participan por igual todos los productores, lo mismo los hábiles que los torpes, y ella justifica precisamente las grandes ganancias de los que aciertan aventurándose en las vías desconocidas de la Industria.

La caridad y la fraternidad humana no son incompatibles con la competencia; porque no falta en manera alguna a estas virtudes el productor que procura atraerse el favor del público ofreciéndole los productos mejores y más baratos, ni la caridad y la fraternidad exigen que se compren los peores y más caros.

Por último, si algunos industriales o comerciantes, en competencia con otros, apelan a medios ilícitos para dar salida a sus productos, esto constituye un abuso que, aparte de la pena con.que deben castigarle las leyes, encuentra en la competencia misma su correctivo, porque el público, que puede elegir, abandona, una vez engañado, a los autores del engaño y los condena al descrédito y a la ruina.