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Asturias y el conflicto de la expresión: un documento inédito

Giuseppe Bellini

1. Que Miguel Ángel Asturias, gran forjador del idioma, en este sentido por mí varias veces acercado a Quevedo1, uno de sus autores preferidos, haya siempre considerado el castellano que, forzosamente, tenía que emplear para expresarse come escritor, un instrumento valioso, pero inadecuado, aparece en varios de sus escritos. Será suficiente recordar aquí un texto de 1963, argumento de una conferencia sobre La novela latinoamericana come testimonio de una época2. Asturias definía en él la novela suprema aventura de la palabra, una «hazaña verbal», y se empeñaba a demostrar la novedad de la expresión americana, que consistía en no obedecer a regla alguna, presentándose más bien «como la pulsación de mundos que se están formando»3; e insistía sobre el valor de la onomatopeya, aunque sin profundizar definitivamente el argumento:

Es el sonido, es la onomatopeya. Es la aventura de nuestro lenguaje, lo primero que debe rastrearse es la onomatopeya. ¡Cuántos ecos compuestos o descompuestos de nuestro paisaje, de nuestra naturaleza, hay en nuestros vocablos, en nuestras frases!4.


Años después, ya Premio Nobel, con ocasión de entregarle la Universidad de Venecia la laurea ad honorem5, disertaría Miguel Ángel sobre el tema Paisaje y lenguaje en la novela hispanoamericana6. En esta ocasión su pensamiento se aclaraba más y llamaba de propósito la atención sobre la relación de la lengua empleada y «los resabios ancestrales que afloran inconscientemente»7 en la prosa de la narrativa hispanoamericana. Notaba que la lengua castellana «se construye con frases. Es una lengua docta, madura, en la que las palabras encadenadas por una estricta sintaxis, desarrollan los conceptos»8. Al contrario, en el español empleado por los hispanoamericanos la palabra es «entidad absoluta, contiene en sí tanto simbolismo que en una palabra encerramos los conceptos»9.

Era una tentativa más de aclararse a sí mismo el problema, dentro de lo posible. Lo que atormentaba al escritor guatemalteco era la conciencia de un sustancial divorcio entre su íntimo indigenismo y el vehículo expresivo, recibido con la Conquista, no nacido del medio americano. Por ello acentuaba las relaciones con la manera de expresarse indígena, subrayaba que la prosa hispanoamericana era «incisiva, directa, poseedora de una riqueza conceptual, pero al mismo tiempo apretada y sencilla»10. Una prosa «en la que la palabra adquiere valor tan importante, que no depende de las otras palabras, sino de lo que cada una de ellas encierra de fuerza expresiva»11, aludía a un idioma en el cual «parecen ir pesadas por sabidurías antiquísimas, las valoraciones, la adjetivación, el rápido disolverse de lor verbos» las frases y las imágenes12.

Naturalmente, no se podía renunciar al castellano. De ello Asturias tenía plena conciencia. Pero había que modificarlo. Afirmaba, pues:

Muchos creen, juzgando a la ligera, que estamos destruyendo el idioma. A mi juicio estaríamos destruyendo el idioma, si tratáramos de ajustamos a la sintaxis castellana, imitando la nobilísima lengua de nuestros maestros españoles. Lo que estamos haciendo es inventar, crear una lengua, un vehículo de expresión de lo nuestro, de nuestros sentimientos, de nuestros pensamientos, de nuestra carne, de nuestra naturaleza, de nuestros problemas, de todo lo que sería inexpresable si no llegamos a poseer nuestro propio idioma, ese que se ha movilizado ya, como avalancha, en nuestras novelas13.


2. A pesar de estas consideraciones el problema no quedó nunca resuelto para Asturias. Hasta lo iba atormentando en los que serían los últimos días de su vida. Nos lo revela un poema que la amabilidad de doña Blanca, esposa del Premio Nobel, me favoreció hace algunos tiempos, autorizándome -como lo hizo a propósito de otros14- a publicarlo. Es un documento precioso desde el punto de vista humano, además de todo.

En enero de 1974 Miguel Ángel Asturias había presidido en Dakar, rogado por su entrañable amigo, el entonces Presidente de Senegal, Léopold Sedar Senghor, el Coloquio Internacional dedicado al tema de la presencia de África en la cultura latinoamericana. Al terminar el Coloquio Asturias fue a Canarias, invitado por la Universidad de La Laguna, donde tenía que dictar una serie de conferencias sobre novela de América. En esta ocasión compuso un poema de gran significado, donde pone de relieve, frente al mundo hispánico, el irresuelto conflicto entre sus orígenes indias y el vehículo expresivo, la lengua de los conquistadores.

En el poema se aprecia un elaborado proceder; muchas son las tachaduras presentes en el texto -escrito a máquina- , las sustituciones, a veces de mano del propio Asturias, las sucesivas elaboraciones de estrofas entera. También aparece en la hoja mecanografiada otra escritura, la de doña Blanca, que como siempre servía de secretaria a su marido. Es el caso de un terceto, en función de epígrafe, al comienzo del poema:

Patria de ayer

con ojos de hoy

oye lo que diré mañana.


El caso es que Asturias debía leer su poema, efectivamente, en el paraninfo de la Universidad. Más que epígrafe estos versos se nos presentan como una invocación a la antigua madre, la Patria remota, cada vez más presente en el desterrado, que ya sentía faltarle las fuerzas, viendo acaso próxima la hora decisiva15. Sus lecturas finales serán La Providencia de Dios y La constancia y la paciencia del Santo Job; precisamente en este último libro de Quevedo privilegiará un pasaje que dice: «las calamidades dan mejor cuenta del seso humano que la prosperidad»16.

Los versos arriba citados fueron seguramente puestos a última hora al comienzo del poema. Lo que iba a leer, y a decir, significaba para Asturias algo muy importante: el rescate de un mundo de valor incontaminado, el mundo indio de sus orígenes.

3. En cuanto al poema propiamente dicho, este presenta cinco cuartetas, formadas por versos de nueve silabas; de estas cuartetas aparece atormentada en su redacción la última. Sigue una serie de versos que no encuentran exacta formulación en estrofa. El texto del poema es el siguiente:

Mineralizo mi conciencia

cuando me expreso en esta lengua

desnuda, pétrea, sin penumbra,

en esta lengua, mi enemiga.

Hablan mis gentes vegetales

en un lenguaje que es aroma,

polen celeste, espuma verde,

clave de símbolo en semilla.

En nuestro idioma, la palabra

que los martillos del oído

quiebran, golpeándola, es siempre

un Dios, un sueño, un amuleto.

Filtros divinos los sentidos,

palpan en ella lo palpable,

gustan sabores, lo que esconde

para la nupcia con el hombre.

No me dan tregua, subyacentes

terrenos pudren, el idioma,

en que me expreso y que no es mío

es más adentro en su sonido.


En las cinco cuartetas hay alguna que otra corrección, pocas en realidad: en el tercer verso de la cuarteta tercera encontramos la sustitución, de mano del propio Asturias, de proteje con es siempre; en la quinta cuarteta, además de una formulación originariamente distinta en lo que se refiere a la segunda parte del verso tercero, y que no es mío, que lo modifica en porque no es el mío -y que no he aceptado en mi reproducción del poema porque sale del número regular de sílabas de cada verso-, el cuarto verso está escrito por la misma mano que escribió el epígrafe.

Los versos que siguen a la quinta cuarteta, a máquina siempre, son más bien tentativas de verso y van precedidos de un verso, a máquina, dejado como en el aire, que también hubiera podido ser título del poema: Lengua del indio subyacente.

La primera serie de versos aludidos se presenta como sigue:

En esta lengua que no es mía

hablo mi idioma subyacente,

pelo de pluma en arco iris,

plumajería en que descansan

todas las joyas de mi verbo

mezclas verbales tan ajenas,

lengua del indio subyacente.


En el texto que acabo de transcribir, siempre a máquina, aparecen tachados los versos tercero y quinto, luego rescatados íntegros a mano -la misma mano del poeta-, con añadidura, siempre a mano, del séptimo verso.

El sucesivo grupo de versos es el siguiente:

De esta lengua que no es mía

y de mi idioma subyacente

hago una mezcla, ¿a quién traiciono?

mezclo la lengua que no es mía

con mi lenguaje subyacente

verbal injerto en que subsiste

eco de aquella y sangre de éste.


En estos versos, tercera formulación del concepto fundamental expresado en la quinta cuarteta del poema definitivo, o sea la distancia-proximidad de dos mundos espirituales, que un idioma extraño al mundo indio, a pesar de todo, expresa, hay que subrayar la tachadura y el sucesivo rescate del verso tercero y la sustitución, al final del último verso, del pronombre éste con ésta, de mano del poeta, evidente equivocación de concordancia.

En la margen izquierda de la hoja aparece otra prueba del final del poema, de la que sobreviven a las tachaduras los siguientes pasajes:

Mezclo /tachadura/ que no es mío

con mi lenguaje subyacente,

verbal injerto en que subsisten

/tachadura/ quel


Por debajo de las tachaduras del primer verso es posible leer un idioma que, de modo que el texto completo sería: Mezclo un idioma que no es mío. Las tachaduras del cuarto verso, incompleto, dejan ver un eco de a. de manera que el verso, en la parte formulada, es: eco de aquel.

4. El poema, cual se presenta en su integridad, ha conservado de las tentativas ilustradas solo un adjetivo, un concepto, subyacente, insistido, al contrario, en el primer grupo de versos-prueba, donde aparece dos veces, referido al idioma y al indio, y en el segundo grupo, donde aparece igualmente dos veces, referido a idioma y a lenguaje. En el tercer grupo de versos-prueba subyacente aparece una sola vez, referido a lenguaje, pero, ya lo he dicho, aquí se trata de una estrofa inacabada, confusa, que por lo tanto dejamos a un lado.

Tanta insistencia sobre el término indicado nos abre el ánimo del poeta, nos muestra su íntimo tormento, y al mismo tiempo su adhesión casi «religiosa», diría, al mundo indio poderosamente operante en él. De este mundo en el primer grupo de versos-prueba destaca la maravilla a través de una serie de imágenes y valores cromáticos que penetran directamente en el dominio de un universo fabuloso, y nos recuerdan ciertos pasajes de Clarivigilia Primaveral17, el gran poema con el cual Asturias da a la literatura maya una extraordinaria contribución contemporánea en lengua castellana.

En el segundo grupo de versos-prueba, el poeta concentra su atormentado pensar sobre el concepto de traición. Si en su personal modo de expresarse, en su lenguaje, entra tanto el mundo indio como el mundo español, ¿a cuál de los dos traiciona? Exactamente, de todos modos, Asturias llega a definir su idioma: eco de aquélla y sangre de éste. O sea, eco de la lengua que no es mía, el español, y sangre del lenguaje subyacente, es decir indio.

Quiere decir todo esto que el español es para el poeta un medio obligado, e inadecuado, para expresar lo que en él subyace. ¡Cuán lejos estamos de las primitivas formulaciones del problema expresivo -me refiero a las citas iniciales-, cuando todavía Asturias consideraba capaz el idioma de los hispanoamericanos de expresar la peculiaridad americana.

Volviendo al poema en su redacción definitiva, Miguel Ángel Asturias denuncia en él el carácter de lengua/ desnuda, pétrea, sin penumbra, del idioma español, que está obligado a emplear, la falta especialmente, en él, de una dimensión que llamaré «de la sombra», o sea capaz de expresar el mundo anímico que vive más allá de la desnuda realidad. Sigue, en la segunda cuarteta, la celebración casi sagrada del lenguaje indio, que es aroma, / polen celeste, espuma verde, / clave de símbolo en semilla, y en la tercera la insistida identificación del lenguaje indio con el de los Dioses: es siempre / un Dios, un sueño, un amuleto.

Quien oye este lenguaje se siente en comunicación con lo divino, lo concreto y lo impalpable al mismo tiempo. Al final del poema, la expresión del tormento del artista por lo inadecuado del medio expresivo, que no ha resuelto el conflicto. En ello está el significado dramático del texto, la última composición acabada que nos dejó Asturias en sus últimos meses de vida. Sobre el tema no volvió.