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Pláticas del Padre Gil González Dávila sobre las reglas de la Compañía de Jesús


Gil González Dávila



Quae sunt anima Ignatii








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Plática 1

Del nombre de la Compañía de Jesús


1. Habiendo de hacer pláticas sobre nuestras reglas, será bien comenzar por el nombre de esta Congregación, que es «Compañía de Jesús»; pues, al principio de cada ciencia se trata del quid nominis del objeto. Y viene bien, pues estamos en vísperas del día que a Nuestro Señor Jesucristo se le puso este nombre, con que Él quiso regalar esta su Congregación que ahora en los últimos siglos envió a su Iglesia. Con este nombre suele Él regalar las almas que mucho ama. Y con razón, pues est nomen super omne nomen, ut in nomine Jesu omne genu flectatur. Así le es impuesto con sangre; y también, porque con sangre había de redimir su pueblo de sus pecados. Así lo promete en el Apocalipsis: Vincenti dabo manna absconditum et calculum candidum, et in calculo nomen novum, etc.; Y en el capítulo 3.º: Scribam super eum... nomen meum novum. Y aquellos cantores habebant nomen eius et nomen Patris eius scriptum in frontibus suis. De esta manera ha regalado el Señor a la Compañía dándole su mismo nombre; pues con éste la sacaron de pila cuando salió a la luz, y con este nombre ha sido aprobada por todos los Pontífices y Pastores de la Iglesia, y últimamente, por el Concilio Tridentino, que la llamó ordo clericorum Societatis Jesu. Y así, no es este nombre puesto acaso, sino con gran consejo y acuerdo. Por lo cual nuestro Padre Ignacio respondió a una persona que le dijo que parecía arrogancia ponerle este nombre, que no se le mudaría, ni él tenía parte en el nombre; que, como el Instituto no era invención suya, sino obra de la Sabiduría de Dios, así el nombre no era obra suya, sino de la Sabiduría de Dios.

2. Este nombre de Compañía de Jesús, o Jesuitas (que es lo mismo que hombres de Jesús, y ambos tiene la Compañía), no es nuevo; que Filón refiere que los religiosos de S. Marcos, que vivían en suma pobreza y purísima castidad, se llamaban jeseos; y aunque a algunos les pareció que se llamaban así por Jesé, padre de David, de quien descendía Jesucristo, pero a San Epifanio le parece, libro I, tomo 2, haeresi 29, que se llamaban «jeseos» de Jesús, como ahora jesuitas.

3. Ni debe parecer insolencia apropiarnos este nombre de Compañía de Jesús, que es común a toda la Iglesia, como dice San Pablo: Fidelis Deus per quem vocati estis in societatem FiIii eius; pues no es cosa nueva aplicarse, por particulares razones, a los religiosos lo que es común a toda la Iglesia. Y así refiere Dionisio, (Hierarchia Ecclesiastica), que los apóstoles llamaban «therapeutas» a los religiosos de su tiempo, que es lo mismo que cultores Dei, curatores et sanatores; y, como dice Epifanio, este nombre era común a todos los fieles, antes que en Antioquía se llamasen cristianos; y aplicábase a los religiosos por la particular obligación que tenían de procurar la perfección con más cuidado que los demás y porque habían de quitar los estorbos de la perfección; y (lo que es de considerar), porque habían de tratar el misterio de la Eucaristía con mayor inteligencia, con mayor meditación, oración y viva fe; con mayor disposición, preparación y pureza de conciencia y con fruto mayor, que se consigue de las dos. Y así Wiclef, precursor de las herejías de nuestros tiempos, erraba en reprehender a los religiosos porque se llamaban así, siendo todos de la Religión Cristiana; y a los Eclesiásticos, por lo mismo, pues son de la Iglesia.

De este nombre sacamos cinco cosas: la 1.ª, el autor de esta Congregación; la 2.ª, el fin; la 3.ª, las condiciones y propiedades de los de ella; la 4.ª, el caudal; la 5.ª, el trato entre hermanos.

4. El autor es el mismo Jesucristo, porque Él fue el que dio la traza, y nuestro Padre fue como oficial y arquitecto de este edificio. Esto engrandece y ennoblece más nuestra Compañía; como una imagen se estima en más, fuera de los buenos colores, pincel, etcétera, por ser de tal pintor. Y así suelen tenerlo escrito: es de Urbino, Michael Angelo, etc. Y así se debe estimar en más la Compañía, por ser Cristo el autor; y éste fue siempre el sentir de nuestro Padre como lo dice al principio de las Constituciones, que «la suma Bondad y Sapiencia se dignó comenzar esta mínima Compañía de Jesús», etc. Y en la 10.ª parte, § 1.º, que, así como comenzó por medios sobrenaturales, se ha de llevar adelante por los mismos, no estribando en medios humanos. Siendo, pues, así, que ésta es casa y jardín suyo, ¡ay del que rompe el seto!, ¡ay del que siembra mala semilla de doctrina!, ¡ay del que hace añudar las plantas con su mal ejemplo!, ¡ay del que las hace envejecer!

De aquí nace el gran aumento de la Compañía, el cual es el mayor que de ninguna Religión, en tan poco tiempo, habemos visto o leído, si no en gente, a lo menos en extensión, por haber Dios echado su bendición a esta su planta. De aquí también nace la firmeza: que durará para siempre: fundamentum quod Deus posuit humanus non amovebit conatus. Y así, si yo me perdiere y vos os perdiéredes, mal para mí y mal para vos: quia potest Deus de lapidibus suscitare filios Abrahae; y como sacó a nuestro Padre de las pizarras de Guipúzcoa, sacará otros, etc.

5. El fin es hacer compañía a Jesús en la reducción de las almas y conquista del mundo, como el P. Everardo decía en un discurso, que oyó a nuestro P. Ignacio y a sus compañeros; que, cuando le pusieron delante la meditación del Rey temporal, le estamparon juntamente la traza de la Compañía; que, así como aquel hijo del rey hace gente y llama soldados, ofreciéndose al trabajo, para que le sigan en la conquista del reino tiranizado, animándolos con su ejemplo; así, éste es nuestro fin, seguir nuestro capitán Jesús, haciendo lo que le viéremos hacer, que es ayudarle en la reducción de las almas a su Padre; que, como dijo Dionisio, opus maximum et divinissimum est, esse coadjutorem Dei, y llevar la honra de Dios adelante, como Cristo dijo de sí: Pater clarificavi nomen tuum; opus consummavi quod dedisti mihi ut facerem. De esto se dirá más en la segunda regla.

6. Las condiciones y propiedades que deben tener los de la Compañía, son las que dijo San Vicente in fine tractatus de vita spirituali; las cuales, si se entienden de la Compañía, o no, no tratamos esa cuestión ahora; pero a mí me parece que tiene gran apariencia y probabilidad haber sido profecía de la Compañía. En fin, lo cierto es, que allí se describe admirablemente nuestro instituto, lo que debe tener uno de la Compañía: scilicet: status virorum pauperrimorum (muro de la Religión la llama nuestro Padre a la pobreza y que la tengamos por madre); simplicissimorum (que traten con claridad, puridad de conciencia y llaneza entre sí) et mansuetorum (virtud tan necesaria para tratar almas, habiéndose puesto Cristo por ejemplo de humildad y mansedumbre); humilium, abjectorum (que sientan bajamente de sí, sin gravedades, etc.: el Padre Ignacio todo es decir de nuestra bajeza); nihil cogitantium (olvidados de todo) nisi solum Jesum et hunc crucifixum; de hoc mundo nihil curantium (muertos al mundo y al amor propio y que viven a solo Cristo Nuestro Señor, y en Él y por Él; (in Examine, capítulo 4), y quitados de pretensioncillas (en que parece que desde que entramos andamos metidos); suique oblitorum, como dice San Basilio: sicut qui responsum mortis habuerunt; que sólo se acuerdan de Dios que solo les puede valer en aquella hora.

7. Dejemos a San Vicente y preguntemos a nuestro Padre: Vos, Padre, a quien Dios Nuestro Señor hizo arquitecto de este edificio, ¿qué os parece que ha menester uno de la Compañía? ¿Son necesarias letras? Sí, pero no es eso lo principal.- ¿Será necesario buen trato con los prójimos? Bueno es eso, pero no basta, porque pocas letras con mucha virtud hacen mucho; muchas letras con poca virtud, poco; y muchas letras sin virtud, nada. ¿Qué digo nada?; antes dañan y hacen mucho mal. Digo que hacen mucho mal; digo otra vez que hacen mucho mal. La razón es, porque toda la eficacia del instrumento para hacer fruto en las almas nace de Dios; y así aquellos medios que juntan y unen el instrumento con Dios, son los que dan eficacia al instrumento para ser provechoso. Éstos son, dice él, probitas, esto es, virtud connaturalizada por el largo uso; virtus, ac praecipue charitas et pura intentio divini servitii; porque ésta es la verdadera caridad que echa de sí todo otro respeto que la gloria de Dios, porque la caridad es quita-leyes y pone-leyes: no caridad imaginaria (Filioli, non diligamus verbo, sed opere et veritate): et familiaritas cum Deo in spiritualibus devotionis exercitiis: trato ordinario y familiar con Dios, no solamente a la mañana y tarde, sino en todo tiempo y ocasión; et zelus sincerus animarum ad gloriam eius qui eas creavit et redemit, quovis alio emolumento posthabito. Este celo es una ferventísima caridad, con que el hombre procura la salvación de los prójimos: zelus domus tuae comedit me. (Dionisio, c. 4. De divinis Nominibus: De zelo Dei); a este celo parece que atribuye Cristo el haber llevado con tanta constancia y fortaleza los dolores de su Pasión, diciendo que el coraje que tenía con el pecado le ayudó en esta batalla: Calcavi eos in ira mea, et indignatio mea auxiliata est mihi. (Isaías, 63).

Últimamente pone: Qui se societati addixerint: que es palabra mayor: los que de veras se entregan al servicio de Dios en la Compañía y no por cumplimiento o interés temporal, gastando años y años sin fruto en ella: in virtutum solidarum ac perfectarum ac spiritualium rerum studium incumbant, etc.; que no sean virtudes niñas, sino virtudes ganadas con pelea y sangre, con victoria de las pasiones.

¿Sed ad haec quis idoneus? Ninguno sin la gracia de Dios. Y así, habemos de avergonzarnos porque nos falta; pero no desmayar, sino confiar mucho, que quien dio el nombre dará la cosa: Et quid facies nomini tuo magno?, dice Moisés. Y así, con grandísima confianza debemos acudir a Cristo, como a nuestro Padre, en todas nuestras necesidades, confiando en la gracia de nuestra vocación: Fidelis Deus, qui vos vocavit; qui ideo faciet; que sea toda la gloria suya, que con instrumentos débiles hace Él lo que quiere; y confiando también en el santo nombre de Jesús: Tu autem in nobis es, Domine, et nomen sanctum tuum invocatum, est super nos, ne derelinquas nos, Domine Deus noster.

9. Lo último que decíamos era el trato con los hermanos y superiores; tratando con los superiores como con padres, con claridad y con puridad, sin revoltijos y escondrijos; porque, como dice San Juan: Si dixerimus quoniam societatem habemus cum eo, et in tenebris ambulamus, mentimur et veritatem non facimus: ¿Por qué decimos que somos de la Compañía, pues tenemos el nombre y no tenemos la claridad y luz que ella pide? Esta misma sinceridad y llaneza habemos de guardar con nuestros hermanos, pues esto dice el nombre de hermano, y esto es estar en compañía, el cual nombre es tan antiguo, que así llama Plinio 2.º, (libro 10, epistola ad Trajanum), las congregaciones de los fieles: Etherias, Domine, fieri prohibueras: id est, congregationes et societates, de los fieles.

10. ¿Qué nos queda sino que debemos avergonzarnos de vernos sin estas propiedades, que para corresponder a tan alto nombre y vocación son menester? Pero no debemos desmayar, sino cobrar ánimo y esfuerzo, confiando en la gracia de nuestra vocación y en el favor que el nombre de «Compañía de Jesús» nos promete.

Plega a su Divina Majestad que nos sea despertador este nombre en todo, en el hablar y conversar con los de casa y con los de fuera; ninguna cosa desdiga de lo que nos llaman, de bueno y fiel compañero de Jesucristo; no sea injuriado este gran nombre: Ne propter nos blasphemetur nomen Dei.

Comenzar de nuevo; enterrar nuestras niñerías; hacer cabo de año de ellas; sepultarlas con eterno olvido: salir de nuestras casillas; todo nuevo; acabar de una vez con nuestra tibieza.




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Plática 2

En que comienza a tratar siete cosas sobre el proemio de las Constituciones: aunque la suma sapiencia, etc.


1. Comenzando a declarar nuetras reglas, comenzaremos por el proemio que nuestro Padre puso al principio de las Constituciones, de donde se sacó para este lugar el principio del Sumario de ellas.

Y me ha parecido tomarlo más de propósito y tratar sobre él de algunas cosas generales, para mayor inteligencia de las reglas. Éstas se reducirán a siete: la 1.ª, qué cosa sea regla, y constitución, y reglas, y en qué se diferencian; la 2.ª, la necesidad que hay de ellas, pues al principio de cada ciencia se pregunta si es necesaria, porque, si no lo es, no hay para qué tratar le ella; la 3.ª, el fin de estas reglas; la 4.ª, la vida, actuación, espíritu y alma de ellas; la 5.ª, la estima que hemos de tener de ellas, y la autoridad que han de ganar con nosotros; la 6.ª, la obligación: si obligan y cómo, si a pecado y a qué pecado; la 7.ª, la que decís allá los lógicos y filósofos «razón formal y principio» a que se reduce todo lo que se trata.

2. «Regla» es una forma de vida que nos encamina y endereza a la perfección evangélica y cristiana, dada por la Sede Apostólica. Ésta es la esencia y sustancia del estado de Religión, y todos los religiosos convienen en esto, que es tenerla; y así, todos tienen lo esencial de los tres votos que encaminan a la fineza del amor de Dios y quitan los desaguaderos y estorbos que nos apartan de la perfección, aunque difieren en el modo que cada una tiene, diferente de la otra, para alcanzar este fin. Pero todas estas maneras de vida son imitaciones de Cristo, y de todas ellas nos dio ejemplo en su vida, que, aunque es una, con todo eso est multiplex, como dice la Escritura. Porque, viendo a Cristo retirado al desierto ayunando, eso tomaron para imitar los monjes; de verle orar, se dieron otros a la contemplación; otros, viéndole tratar con prójimos, comer con publicanos y pecadores y discurrir predicando por villas y castillos, tomaron las Religiones que tratan desto, este modo de imitarle; y así otros, viéndole curar enfermos, etc.; y esta variedad es la que hermosea y adorna, la Iglesia.

De la obligación que los religiosos tienen a la guarda de su Regla se llaman «regulares»; y por ella tienen en la Iglesia de Dios tan honroso puesto. Y con este nombre los llama el Derecho en todo el tratado «de regularibus»; y en él convienen todos los religiosos: monjes, frailes y clérigos religiosos; y así, el Concilio Tridentino y los Papas nos llaman clérigos regulares. Esta regla ha de ser, como dice la definición, dada de la Sede Apostólica; porque, como se define en el concilio lugdunense, sub Gregorio 10, no puede haber Religión, que no sea aprobada por esta Sede; porque, aunque a vos os parezca útil algún modo de vida, pero, ¿cómo podréis tener seguridad y consuelo de que vais acertado, sino viendo que ese vuestro modo de vivir ha sido aprobado y confirmado por vuestro pastor, que tiene la llave de la ciencia, privilegio y asistencia del Espíritu Santo para entrar en lo que toca a la doctrina, buenas costumbres, culto y reverencia de Nuestro Señor, lo cual todo se encierra en la regla de Religión?

Los principios indemostrables de estas reglas se contienen en la bula de la erección de la Compañía, de Paulo 3.º año de 40, y en la del año de 44, y en la de Julio 3.º, año 50, y muy más extendidamente, aunque sin variar ni alterar nada, en la bula que, ahora últimamente, la Santidad de Gregorio nos concedió. Estos principios son la esencia y substancia de nuestro Instituto, los cuales ninguno debe ser tan bachiller, que, por su antojo y por el sueño de su cabeza, y por una dificultad que se le ofreció a su entendimientillo quiera alterar, ni mudar; que es mucha bachillería querer vos enmendar lo que la Sede Apostólica y vuestro fundador con luz del cielo instituyeron. Y así, en la 1.ª, 2.ª y 4.ª congregación se manda, que no se altere ni se mude nada de ello: non solum in universum, sed nec in particulari agendum est de mutatione substantialium Constitutionum nostrarum. Y así, aunque en las Congregaciones generales y provinciales se pueda variar el haber o no annuas, y el ir o no ir los procuradores a las Congregaciones generales; pero no se da licencia de que a ninguno le pase por el pensamiento mudar, o alterar, o quitar algo substancial de nuestro Instituto; porque esto que Dios le puso en la cabeza al fundador es lo que conserva y tiene en pie la religión; y la reformación de las Religiones se hace reduciéndolas a su primitivo ser y espíritu. Y así, el Concilio Tridentino, tratando de reformatione regularium, la pretende hacer reduciéndolas a su principio.

3. La diferencia entre la Regla y Constituciones es ésta: que las Constituciones son el mismo Instituto o Regla puesta en forma de comunidad y República Religiosa: son como conclusiones deducidas de los principios universales, para reducir el instituto a orden de comunidad; y así, en ellas se trata de los diferentes estados y puestos de novicios, escolares y profesos, con todas las demás suertes de personas y oficios; general, provincial, etc.; finalmente, de todo el buen ser y gobierno de esta República, formando todas las partes de este cuerpo, sus oficios, las diferentes personas, el gobierno. Y son estas Constituciones convenientísimas al fin que se pretende, si son cumplidas, que proveen a todos los casos particulares que puede ocurrir; breves para que se puedan tener en la memoria, y claras. Estas condiciones que nuestro Padre pone al principio de esta declaración de este proemio le convienen admirablemente a nuestras Constituciones. Las cuales son también hechas por nuestro Padre Ignacio, gracia particular que Nuestro Señor hizo a la Compañía; porque las Constituciones de otras religiones no fueron hechas por sus fundadores, sino, algún tiempo después, se hicieron en capítulos generales. Y no solamente hizo las «Constituciones», sino, porque hay casos particulares, en que falta la razón de la ley, y así es necesario dispensar; porque, aun la misma dispensación y epiqueya fuese conforme al espíritu de la Compañía, hizo también las «Declaraciones», para que, como él dice aquí, los Superiores vean el modo que han de guardar en las ocasiones particulares, y no le pareciese a alguno que es conforme a nuestro Instituto la dispensación, siendo disipación de su espíritu.

«Reglas» son las constituciones que pertenecen a todos y a cada uno en particular, ahora sea General, ahora Provincial, ahora sea novicio o antiguo, casa profesa o colegio, Europa o Indias, etc. De éstas, unas son que pertenecen a la institución espiritual e interior del corazón, y son las que antes se llamaban reglas generales por la razón dicha, y ahora «Sumario de las Constituciones», conforme a lo que nuestro Padre dice (p. 1, c. 4, littera E. et M.), que se haga un Sumario de las Constituciones que pertenecen a todos; y éstas son sacadas, palabra por palabra, de las constituciones de nuestro Padre, sin mudar ni añadir; tanto, que, para poner un antecedente en lugar de un relativo, fue menester particular consulta. Otras reglas son comunes, las cuales pertenecen a la policía y gobierno exterior: y, de ellas, se sacaron de las Constituciones; de ellas, de la viva voz de nuestro Padre; de ellas, son de nuestro P. General, o costumbres de la casa de Roma.

4. Lo segundo, es la necesidad que hay de estas reglas y constituciones. De ésta da tres razones nuestro Padre aquí: divina, eclesiástica y humana: divina, porque la suave disposición, etc.; eclesiástica, porque así lo ordenó el Vicario, etc.: humana, porque la razón así nos lo enseña; ésta, no dice nuestro Padre cuál, porque la deja, como dicen, a buen entendedor; porque no hay nación tan bárbara, ni República tan desconcertada, que, si ha de vivir en común, no tenga leyes comunes. Esta necesidad se prueba por cuatro razones. La 1.ª, porque sirven para enseñanza, dirección y discreción de espíritu; porque por ellas podéis discernir cuál es el espíritu propio o ajeno, casero o peregrino, adulterino o verdadero, nuestro o venido de fuera: de modo que en las reglas tenemos una piedra de toque, donde veremos cuál es el oro o no; y así, si dudáis si aquel retiramiento de aquél y el espíritu del otro es de la Compañía o no, mirad las reglas, y en ellas lo veréis claramente; y si uno dice que es verde, y otro amarillo, aquí veréis de qué color es; y así, pues no habemos de servir a Dios como nosotros quisiéremos, sino como Él quiere ser servido de nosotros, a estas reglas habemos de mirar para que, conforme al espíritu que nos enseñan, le sirvamos.

Lo 2.º, sirven para uniformidad y que todos seamos de un color; el que está en España y el que en Italia, etcétera; que, aunque se diferencian en el tocar la campana, vestir, y otras cosas exteriores, porque así conviene, según nuestro Padre dejó dicho en sus Constituciones, acomodándonos en esto a las tierras y provincias donde estamos, pero en lo interior y substancial todos habemos de convenir.

Lo 3.º, sirven de muro y antemural de la Religión, para quitar los desaguaderos del espíritu, y que no la huellen y pelen los enemigos: dirupisti maceriem, et vindemiavit eam omnis qui praetergreditur viam.

Lo 4.º sirven de ejercicio religioso; que, así como las leyes hacen las obras que mandan de alguna particular virtud, y, como dice la filosofía, que así como el espíritu y vida vivifican y dan espíritu a las operaciones, así las reglas de la religión hacen las obras que mandan, religiosas.

5. El fin de estas Constituciones, (que es lo 3.º que decíamos), es necesario que veamos, para que no descansemos hasta vernos enderezados a él.

Éste, dice nuestro Padre en la declaración de este proemio, que es criar, conservar y aumentar el cuerpo de la Compañía y todos los miembros de ella para gloria de Dios y bien de la universal Iglesia. Y así es, que, en todas ellas, no se trata otra cosa, sino cómo criar soldados deshechos de sí mismos y sujetos al amor de Dios; y cómo armados con las mejores armas que hay en la armería de Dios, que son la frecuencia de los sacramentos y predicación de la palabra de Dios, que son las más eficaces medicinas que Dios puso en su Iglesia, para que los fieles y verdaderos ministros de ella medicinasen las almas. Para este fin sirven la continua mortificación que nos enseñan las reglas, el ejercicio de humildad, un corazón mortificado de las pasiones, gobernado con virtudes verdaderas y unido con Dios con reverencia y amor.

6. De aquí se ve cuál es la vida, actuación, espíritu y alma de estas reglas, que era lo 4.º Porque las reglas escritas en cartapacios, aunque lo estén de muy buena letra, reglas muertas son, y, como tales, no pueden mover el corazón a la ejecución de lo que mandan. Resta, pues, ver cuál sea esta regla viva, que mueve, incita y da fuerza para su ejecución. Ésta, pues, es la gracia de la vocación y los dones que Dios derrama en nuestras almas, con que hace que el deseo prevenga a la ley, y que la pobreza que mi regla me manda, mi corazón antes la desee. Esto dijo San Pablo: Ipsi sibi sunt lex. Y así, aunque tenéis regla de oración, pero no es ésa la que os da el empellón y envión para que vais a la oración, sino esta gracia; quia lex jubet, gratia juvat, dice San Agustín. Y si queremos ver cuán grande fuerza da esta gracia, acordémonos de lo que obró en nosotros al principio de nuestra conversión. ¿Quién me hizo a mí, que antes no trataba sino de mis regalillos y honrillas y pretensioncillas, y que el corazón y el alma se me iban tras estas cosas, que ahora me huelgue con el desprecio, aspereza y penitencia, haber dejado con grande contento cuanto en el mundo tenía?

Y si ahora no experimentáis este empellón y principio de vida en vos, la causa es porque esta gracia que entonces obró tan admirables cosas en vos, está ahora mortecina y muerta; porque habéis vuelto el rostro atrás y os habéis tornado estatua, y plegue a Dios no sea de sal; y porque, habiendo puesto la mano al arado, habéis mirado atrás; los cuales no son dignos del reino de Dios. Y así, os habéis hecho ladroncillo, hurtándole al mundo poco a poco lo que habíades dejado, buscando acá vuestras honrillas, regalillos, y andando hecho golosillo, goloseando las golosinas que al principio no estimábades en nada. Y así, vuestra es la culpa de haber perdido aquella gracia de Dios que, cuanto tiempo vos la quisiérades conservar, Dios la conservara en vos. Por lo cual dice Casiano que es grande lástima que tengamos en mucho conservarse el religioso en aquel caudal que Dios le puso al principio; que aun no era suyo, y aun ése no sabe conservarlo; y debiendo ir cada día creciendo con el sustento de los sacramentos y de los demás medios de la religión, antes va descreciendo y desmedrando. De aquí entenderemos la respuesta de lo que pregunta San Buenaventura: ¿qué es la causa que antiguamente para mil religiosos bastaba un Superior, y ahora, algunas veces, para un súbdito son menester diez superiores, y Dios y ayuda? La razón de esto es porque el que tiene dentro de sí esta regla de caridad escrita por el Espíritu Santo en su corazón, como dice nuestro Padre, él mismo se es para sí síndico, provincial, rector, etc.; pero el que no, todo no basta.

Pero diráme alguno: Padre, ¿qué entendéis por gracia de vocación? Yo firme estoy en mi vcación; si eso es gracia de vocación, ¿qué me falta? -Quiero, hermano mío, desengañaros. Gracia de vocación no es solamente estar y perseverar en la Compañía, sino una grandísima estima, apreciación, amor y afecto al Instituto, con un grandísimo agradecimiento a Nuestro Señor por esta merced de haberte traído a la Compañía; de donde nace un ardentísimo deseo de servir a este Señor y entregarse a su servicio, guardando exactísimamente todas las constituciones y reglas. Esta gracia y espíritu prometió Cristo mediante la venida del Espíritu Santo: Inducet in omnem veritatem: scilicef, del entendimiento, donde está por fe, la meterá en el afecto, dando grandísimo amor y estima de ella; porque el entendimiento trae las verdades de fuera de sí; y el amor y el afecto sale de sí a ellas; y así estas reglas, que están en el entendimiento, el espíritu y gracia de nuestra vocación las entra en la voluntad y afecto. Ésta, pues, es gracia de vocación. Y así, cuando os sentís aspirar a la libertad y ensanchamiento, rompiendo fácilmente con las reglas, y para ir a la oración os pesa cada pie un quintal, y la campanilla os quiebra la cabeza, y en ella estáis como un madero seco, señal es que, aunque estéis en la Compañía, no vive en vos el espíritu de vuestra vocación y los dones que Dios derramó en vuestra alma, por haberos descuidado de conservar el caudal que Dios os puso al Principio, con que todo se os hacía fácil.

Plegue a su Divina Majestad conservar en nosotros esta gracia, con que perfectísimamente guardemos nuestras reglas, que ellas contienen perfectísimamente la consumada instrucción de uno de la Compañía.

Quedémonos aquí en esta cuarta cosa; en la siguiente plática proseguiremos esotras.




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Plática 3

Prosigue las 7 cosas de la plática pasada


Prosiguiendo lo que hemos comenzado, de tratar algunas cosas que sean como proemios sobre las Reglas, llegamos a la quinta, que es la reverencia con que hemos de mirar estas Constituciones y Reglas, y la estima que de ellas hemos de tener, y la autoridad que han de haber ganado con nosotros.

1. Y primeramente bastara haber dejado el mundo, vuestra libertad y todas las pretensiones que podíades tener, por seguir a este Instituto para el cual disponen estas reglas y Constituciones, para que tuviérades grande estima de ellas.

Lo 2.º, por haber sido el promulgador de ellas (por no decir autor) N. P. Ignacio, a quien Dios Nuestro Señor dio, como a cabeza, plenitud de espíritu y luz del Espíritu Santo, para que nos enseñase y guiase en el camino de la perfección, dándole grande caudal ut de bono thesauro cordis sui sacase tan gran riqueza de doctrina. Y si bastara para cualquiera, que nuestro Padre Ignacio que estuviera aquí, nos mandara alguna cosa, para que el amor que le tenemos nos hiciera que lo cumpliéramos con grande diligencia, también debe bastarnos la regla, pues en esa misma está él, y es como si él mismo, estando vivo, nos lo mandara: él las hizo todas sin ayudarse de nadie, como él mismo lo dijo, sino fue en la cuarta parte, que trata de los estudios y universidades, para lo cual se ayudó del P. Laínez y P. Polanco, por el conocimiento que tenían de esto, por haberse hallado en París, Alcalá y otras Universidades de España e Italia.

Aumenta más esta estima el ver que fueron hechas con grande consideración y acuerdo, tanto que no hay palabra de las Constituciones que no le costase mucha oración y lágrimas a nuestro Padre. Pruébase bastantemente, porque gastó ocho años en hacerlas: ¿qué digo ocho años?. Para sólo un renglón o dos de la sexta parte, c. 2, § 2, donde determina que las casas profesas no tengan renta ni aun para las iglesias, gastó cuarenta días de oración, ayuno y penitencias y diciendo siempre misa por ello; en el cual tiempo tuvo grandes visitaciones y revelaciones y particular consuelo y conocimiento de cosas sobrenaturales, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, apareciéndole Nuestra Señora. A mí me hizo Dios N. S. esta gracia, que por tal la tengo, que tuve dos años en mi poder el cuaderno que nuestro Padre escribió de lo que aquellos días le pasó en la misa y en la oración; que cierto, es de las cosas raras y extraordinarias que he leído ni sabido: y esto todo para una cosa, que, aunque es substancial, no es la más de nuestro Instituto, que más es lo que toca a los profesos, etc.

No solamente fueron hechas por nuestro Padre como quiera, mas con orden de la Sede Apostólica; y así, dice él en el proemio que «lo ordenó el Vicario de Cristo Nuestro Señor». Y así es, que Paulo III le dio autoridad para que, como General de la Compañía, hiciese Constituciones, y así tuvo para ello autoridad y moción superior, Y así, las cuatro Congregaciones Generales las han recibido y confirmado sin mudar nada de lo substancial.

Además de esto, han tenido la suma aprobación (después de haber pasado por muy riguroso examen), que se puede pensar: porque, además del examen de Paulo IV (el cual, muerto nuestro Padre a quien él estando vivo había tenido respeto, después por algunas cosas que había entre ellos, quiso ver y examinar nuestras Constituciones y Bulas, y sometió este negocio a dos Cardenales: al Cardenal que era Teatino, de la orden que el Papa, y a otro Cardenal francés; los cuales las vieron y volvieron enteras, sin quitar ni poner cosa ninguna), han sido, ahora últimamente, confirmadas y aprobadas por la Santidad de Gregorio XIII en el Breve que dio antes de la Extravagante, y en ella, mucho más; y manda, so pena de excomunión latae sententiae y de privación de oficio y inhabilidad para cualquier oficios y cargos, que ninguno las condene, glose o interprete, ni aun especulativamente dispute de ellas, sino que las entienda como suenan las palabras.

Lo cual debíamos considerar, para que veamos en cuánto grado deban ser estimadas estas Constituciones, porque es la más particular aprobación que hasta ahora del instituto alguno se ha hecho. Porque, aunque Nicolás IV, en la decretal Exiit qui seminat dada a los Menores, pone la misma cláusula, pero no se extiende más que a la Regla: pero esta Extravagante se extiende a las Constituciones y Reglas, que, después de tanta aprobación han ganado ejecutoria y pacífica posesión, determinando el Pontífice ser este Instituto enviado por Dios, y mandando que baste esta aprobación para que cualquiera, por bachiller que sea o licenciado, sujete su juicio y no discurra más.

Y la razón que para esto da es la misma que dio Gregorio X en el Concilio Lugdunense para probar que las órdenes mendicantes eran enviadas al mundo por Dios, y es ver la utilidad y fruto que hacen en la Iglesia. Lo mismo dice Gregorio XIII que, haber vivido en el Instituto de la Compañía gente tan santa y que, con su ejemplo y doctrina han hecho mucho y universal provecho a toda la Iglesia, es evidente argumento que Dios se sirve mucho de ella, y haber sido enviada por Dios a su Iglesia.

Y querría que advirtiésemos que esta excomunión no se puso por bien parecer, porque es muy justa y conforme a derecho, y lo suelen hacer, los Pontífices cuando el negocio es de importancia, como lo es éste: y así, obliga a todos, y no puede ninguno tratar de exponerlas sino los Superiores a quien nuestro Padre general lo ha cometido, como se ve en una carta general que de esto escribió.

2. La 6.ª es la obligación, y es cosa de mucha importancia por ser cosa que toca a la conciencia. Para esto, pues, es de advertir que toda ley tiene fuerza de obligar en alguna manera a aquello que manda, porque todos los superiores príncipes de una república tienen poder para hacer leyes que obliguen a sus súbditos (Rom. XIII-1): Omnis anima potestatibus sublimioribus subdita sit. Et ibidem: Subditi estote non solum propter iram, sed etiam propter conscientiam. Habemos de obedecer a los príncipes que, por el poder que tienen independiente de otro, se llaman soberanos; y no sólo les habemos de obedecer por temor del cuchillo, sino también porque nos obligan en conciencia.

Y así, las reglas, que son leyes religiosas, obligan a los religiosos en conciencia y hacen que la obra indiferente sea o no sea pecado: como el andar a caballo, indiferente es: el tocar dinero, tener dos hábitos, etcétera, pero al fraile franciscano le es pecado por razón de su regla; y así tienen muchos preceptos que su regla les obliga a pecado, como parece en la Clementina. Exivi de paradiso, de verborum significatione, donde el Pontífice, de las palabras del bendito Santo Francisco colige a qué quiso obligar.

Nuestro Padre, preguntado a qué quiere que obliguen sus Constituciones, responde (p. 6, c. último) que, deseando la Compañía (que no dice deseando yo), que todas las Constituciones, declaraciones y orden de vida conforme a nuestro Instituto se guarden sin declinar a una parte ni a otra; deseando también que sus hijos estén seguros, a lo menos ayudarles para que no caigan en lazo de pecado que podrá nacer de la obligación de las Constituciones, hanos parecido en el Señor que no obliguen a pecado mortal ni venial; y quiere, para quitar escrúpulos -si es pecado, no es pecado-, que, en lugar del temor suceda el amor y el deseo de la perfección y mayor honra de Dios; porque timor poenam habet, encoge y estrecha, pero el amor es hidalgo que dilata y ensancha el corazón. Este modo con que nuestro Padre procede con nosotros nos debía obligar a que perfectísimamente le guardásemos sus constituciones y reglas; porque al buen hijo bástale saber la voluntad de su padre para que por sólo agradarle, sin temor a otro, la cumpla.

3. Pero porque de aquí soléis sacar algunas universales que son perjudiciales, diciendo: «Regla es, pero no obliga», saca N. P. los tres votos y el que hacen los profesos a Su Santidad, o cuando el superior manda alguna cosa en nombre de Cristo, o en virtud de santa obediencia, y esto dice que se haga raras veces. Además de esto, obligan los cinco votos que hacen los profesos después de los cuatro; también, además de esto, la promesa que los escolares hacéis de incorporaros más en la Compañía, cuando ella quisiere admitiros para profeso o coadjutor formado en lo cual no sé cómo procedéis algunos: Mirad, que es voto. También obliga la promesa que uno hace cuando entra en la Compañía, de disponer de su hacienda cuando la obediencia quisiere, lo cual no es voto como lo declara la 3.ª Congregación, can. 1.º; pero es promesa «in re gravi»; y todo lo que las Constituciones declaran en materia de pecado, no por fuerza que ellas tengan, sino por ser la materia grave, como son las que declaran materia de voto o ley natural, cual es la de descubrir lo que es en daño de la Religión. Y así las reglas que declaran pobreza y obediencia «circa missiones», obligan; porque cuando prometisteis obediencia y pobreza dijisteis «juxta ipsius Societatis Constitutiones». Y así, el P. Nadal decía, que era contra el voto de la pobreza, y sacrilegio, recibir limosna por misa, como se colige del c. 1 del Examen, declarando el orden de la pobreza.

Lo mismo es de las Constituciones que declaran las misiones del sumo Pontífice, y el no recibir ni prestar nada...

Pero aunque las reglas de suyo no obliguen, dice Santo Tomás (2-2, q. 186, a. 9 ad 1) una doctrina para las personas espirituales, hablando de las reglas de los Predicadores que tampoco obligan a pecado: dice que, con todo eso, se puede pecar quebrantándolas ex contemptu, ex libidine et vel ex negligentia, cuando por tenerse en poco, o por afecto desordenado (que eso es libido), como quebrantar la regla del silencio, por pura parlería; y, porque de camino lo digamos, esta regla parece algunas veces arancel de mesón puesto en alto, donde no se ve, sino parece puesto sólo por bien parecer: puédese también pecar ex negligentia, cuando procede de un desabrimiento y poco cuidado de la guarda de las reglas.

Además de esto, en el cuerpo del artículo, da una doctrina que es bien que advirtamos todos: que todo religioso está obligado a caminar a la perfección y cada uno está obligado a procurar, este fin por el medio que sus reglas le ordenan; de donde se sigue, que, cuando uno vive con poco cuidado de la guarda de sus reglas, está en muy peligroso estado, y, creedme, hermanos, que, cuando andáis con este descuido tragando imperfecciones, pareciéndoos, y quizá con engaño y ilusión, que no son pecado, que vos tragaréis antes de mucho, pecados graves y manifiestos; y que estáis en peligrosísimo estado. Yo os digo la verdad; y, si queréis saber de dónde la saco, yo os lo diré: Cuando un hombre se queja que de las rodillas abajo se siente cansado y pesado, que no puede dar un paso, dicen los médicos que esas son disposiciones neutras, que son señales de que está a punto de una grave enfermedad: Spontaneae lassitudines morbum indicant. Y así, un alma que anda sin regla, desreglada, irregular, con decaimiento de espíritu, es señal, o que está mortecina, o cerca de una grave enfermedad que la acabe, y que no vive Dios en ella. Es Dios muy amigo de disciplina: vémoslo en que el alma donde entra; luego la compone y mete en pretina; y así, cuando acaba uno de comulgar o está devoto, mira cómo lo ha de hacer; y de aquí es que, cuando comienza a apartarse de esta disciplina, le deja Dios Nuestro Señor y permite que caiga en grandes pecados: Erudire, Hierusalem, ne forte recedat anima mea a te.

Bien veía esto nuestro Padre, pue con tantas veras encarece este negocio en la 6.ª parte, cap. 1: Omnes constanti animo incumbamus ut nihil perfectionis, quod divina gratia consequi possumus in absoluta omnium Constitutionum observatione nostrique Instituti peculiari ratione adimplenda, praetermittamus. Dice «constanti animo», porque es menester fortaleza para vencer las grandes dificultades que la sangre y carne nos ponen y por las bachillerías de la sensualidad que nos hacen contradicción «nihil perfectionis», que no digamos «poca cosa es», «no obliga», etc.: «nostri Instituti peculiari ratione adimplenda», que no andemos a buscar otras doctrinas o imaginaciones o sendillas que leímos acullá en el otro libro, sino que vamos por este camino hollado y sendereado de tantos, siguiendo a los que van delante, nulla in re declinando, como dice N. P. (10.ª part., cap. último).

4. Para entender el séptimo punto, supongamos que todas las ciencias tienen sus principios que en ellas son indemostrables; y así, los que han de tratar de estas ciencias los han de suponer y convenir en ellos: que, si estamos argumentando y vos no convenís en mis principios, no hay para qué pasar adelante, y así, os podíades quedar en vuestra casa. Es menester también, cuando la ciencia es práctica que dice orden al efecto, esté la voluntad sazonada, para que no haga al entendimiento juzgar las cosas de otra manera que ellas son: nam qualis unusquisque est, tales judicat res. Pues veamos: La Religión ¿es ciencia? Sí, ciencia moral, espiritual y práctica, y así tiene sus principios en que habéis de convenir; y si no, no había para qué venir acá. También habemos de mirar la doctrina desta religión que son sus reglas e Instituto, con afecto proporcionado y sazonado; y éste es, el espíritu con que ellas fueron hechas; y así, miradas con este espíritu, nos parecerá que no hay cosa más proporcionada para el fin que se pretende. No todo se ha de medir con una medida, que la que es larga para uno es corta para otro; por lo cual, si vos queréis medir las cosas de la religión con la medida del mundo, por el punto de honra, vanidad, etc., pareceros ha todo disparate, algarabía, y que ni tiene pies ni cabeza, por no estar el afecto proporcionado. Por ser esto cosa de mucha importancia y que pide más espacio, quédese para la plática siguiente.




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Plática 4

Trata de los principios en que estriban y apoyan las Constituciones de la Compañía


Dijimos, en la plática pasada que toda ciencia tiene sus principios indemostrables, que no los mete en probación ni averiguación, sino que los supone por cosa cierta y llana. Y de estos principios dijo Aristóteles: Oportet addiscentem credere; y que, fuera de esto, se requiere para las ciencias prácticas y morales, tener el afecto sazonado. Dijimos cómo la de la Compañía es ciencia que tiene doctrina y enseñanza moral y práctica, por lo cual ha de menester estas dos cosas.

1. Es, pues, el primer principio bueno y verdadero, universalísimo, y, si así se puede decir, formalísimo, al cual se reducen todas nuestras constituciones y reglas, y el cual hemos de dar por razón de todo cuanto se dijere en ellas, y en el cual habemos de apoyar todas las dificultades que se ofrecieren: este principio es el buscar la mayor gloria y honra de Dios y el mejor servicio divino, que N. P. llama maius Dei obsequium. Este principio nace de la sustancia y naturaleza del estado de religión: porque el fin de la religión es adelantarse más en el servicio de Dios Nuestro Señor y buscar la perfección, que consiste en la fineza del amor de Dios y de la caridad: y esta caridad consiste en desear que Dios sea honrado, conocido, estimado y servido; y así, más caridad, es más deseo de esta honra y gloria de Dios. Traer los lugares de las Constituciones donde N. P. repite este principio, sería no acabar de aquí a mañana, porque no hay renglón donde no se repita ad maiorem Dei gloriam, ad maius Dei obsequium: tratando de los que se han de recibir, dice que los que conviniere ad maiorem gloriam Dei: ¿Quién se ha de admitir, a quién se dará la profesión? A quien conviniere ad maiorem gloriam Dei: sin otros respectos. Y tratando en la 6.ª parte del modo de dividir los de la Compañía por la viña del Señor, en éste o en aquel lugar, en todo la regla que da al General es que mire dónde será mayor gloria de Dios y dónde hay más necesidad, que es lo mismo; y todas cuantas veces ordena alguna cosa dificultosa la apoya en este fundamento.

2. El segundo principio (porque después habemos de tratar más en particular de éste), es la mayor humillación nuestra o desprecio, como lo quisiéredes llamar: éste es el fundamento sobre el que se ha de fundar este edificio que llega hasta la vida eterna y hasta el mismo Dios, como dice San Agustín. Et Christus: Qui vult venire post me, abnegat, etc.

Éste es el oficio del religioso y ésta es la empresa de Dios, desde que uno entra en la religión, (hasta) deshacello de sí mismo y derribarle aquella torre de viento de su honrilla con que nació y desportillar y echar por tierra aquellas almenillas. De aquí se ve cómo las Constituciones ayudan a estos principios, pues encaminan al buen ser de este estado y a su perfección. Para esto mismo es el traerlos Nuestro Señor unas veces consolados y otras tratallos con sequedad y el darles conocimiento de sus faltas, que, como dice Casiano, hace Nuestro Señor como un padre que trae a su hijo unas veces con carretilla, otras veces de deja hacer pinos, para que veamos nuestra flaqueza y flojedad: en la oración hace esto más particularmente, dándonos luz para conocer nuestras faltas, pobreza y bajeza: y así, ésta es buena regla para saber cuándo habéis tenido buena oración; porque, al contrario, el demonio siempre enseña altivez y presunción. Por lo cual, cuando de la oración salís más pagado de vos y de vuestro propio juicio, ilusión es la vuestra, no oración.

3. De estos dos principios podemos hacer uno que es: mayor gloria de Dios con mayor humillación nuestra, o mayor desprecio nuestro para mayor gloria de Dios, porque el desprecio que predicamos no es tomándolo a secas, sino para mayor gloria de Dios. Porque estos dos principios se dan entre sí como disposición y fin: nuestro desprecio es disposición para que Dios sea honrado, y el deseo de la honra y gloria de Dios es el que hace fácil y llevadero el abatimiento y os hace entender la grande proporción que hay en las reglas para este fin. Esto es lo que arriba decíamos «gracia de vocación», cuando está viva; porque cuando está mortecina, todo parece al revés: las reglas os parecen algarabía; y de aquí nace el leerlas a veces sin entenderlas; de aquí nacen las bachillerías, y el recatarse, si me conviene esto o no. Este deseo de la honra y gloria de Dios y de nuestro desprecio es el caudal (según explica, Santo Tomás en el artículo último de la 2-2) que Cristo Nuestro Señor pide que traiga el que se pone a edificar la torre; y así, dice, aquél se entenderá que viene a la religión con vocación de Dios, que viene con este deseo, el cual es de corazones no apocados, sino generosos, atravesados y heridos del amor de Dios y anegados en el piélago de sus misericordias, como decía David: Benedic, anima mea, Domino, etc., qui coronat te in misericordia et miserationibus. Cuando un alma de éstas considera, lo que de Dios tiene recibido, toda se querría entregar en su servicio, y desea que se ofrezcan ocasiones en que ponga algo de su casa, y que Dios sea glorificado, aunque para eso sea menester que él sea abatido, pareciéndole ésta suma justicia, pues Él por su bondad y grandeza merece toda honra, y la criatura, vil y baja, todo desprecio: Tibi, Domine, gloria et justitia, nobis autem confussio faciei.

4. Acerca de esto pone N. P. una doctrina de los tres grados de humildad, que es la mejor a mi parecer que él enseñó: y la pone por fundamento de las elecciones: que, ofreciéndose dos cosas de igual gloria de Dios, tengo de escoger aquélla que tuviere más dificultad y más desprecio mío, para actualmente imitar a Nuestro Señor, como lo pide el estado religioso; porque en esto hay menos de interés y no tiene el hombre tanta ocasión de buscar su particular. Porque es cosa de admirar que en todas las cosas se busca el hombre a sí mismo y en todas pone su hierro y sello; por lo cual, no sólo ha de servir esta regla para elección de estados, sino también para elección de ésta o aquella operación; y así concluye la materia de elecciones diciendo que, cuanto el hombre en su obra se aparte más de su amor propio y otros particulares intereses, tanto será más perfecto y espiritual.

Para criar en nosotros este espíritu, pone nuestro Padre tantas invenciones en el Examen, c. 4, para disponer el corazón que viene del mundo a dedicarse a Dios por los votos, para que no tenga cosa que le retarde de su amor y del deseo de su mayor gloria. Deje la hacienda y esperanza de ella, deje la honra, sirva en hospitales, etc.: como un árbol, que para hacer de él una viga que sirva en un edificio, le cortan las hojarascas y las ramas, y lo acepillan; así, dice nuestro Padre, córtense las hojarascas, deje la hacienda; córtense las ramas y acepíllese, córtese el verdor de carne y sangre, deje el demasiado trato y afición de parientes, convirtiendo el amor carnal en espiritual; que el religioso y hombre espiritual no ha de ser tan parentero, ni se ha de encarnizar en carne y sangre, sino entregarse todo al servicio de Dios Nuestro Señor.

5. Con este fervoroso deseo, hambre y sed de la gloria de Dios y nuestro desprecio, se hacen llevaderos cinco bocados que algunas veces, cuando se encuentra con ellos la persona, apenas los puede tratar, por ser muy dificultosos a la sensualidad. Yo les doy a quien le parecieren fáciles de tres la una. El 1.º es indiferencia para cualquier puesto y ministerio; el 2.º, indiferencia para cualquier estado, oficio o grado en la Compañía; el 3º holgarse de que sus faltas sean manifestadas a sus Superiores; el 4.º, decirlas él cuando juzgara conveniente; el 5.º, obediencia ciega de entendimiento. Ha de estar uno indiferente para cualquier ocupación, para ser coadjutor formado o profeso, que no está la salvación en ser provincial o rector, antes por el cargo le darán alguna buena calda, sino en humildad y caridad; de modo que, si en la cocina uno sirve a Dios Nuestro Señor con mayor humildad y caridad, tendrá más gloria que el que hubiere predicado mucho, si no lo hiciere con humildad.

También hemos de holgarnos que nuestras faltas estén manifiestas a los Superiores, para que así nos puedan gobernar, enderezar y corregir, que éste es el fin de la religión, como dice S. Benito: correctio morum; y en la profesión dicen: «Promitto conversionem morum meorum»; prometo mudanza y enmienda de costumbres.

Estas cinco cosas, por ser tan dificultosas, quiere nuestro Padre Ignacio se propongan a los que quieren entrar en la Compañía, para que cada uno vea si tiene estómago que las pueda tragar; y, si no, se vuelva con sus vestidos a su casa.

Empresa tan dificultosa como ésta, no es para corazones apocados y que se contentan con poco, sino de corazones grandes y generosos y hambrientos de la gloria y de la honra de Dios y de emplearse todos en su servicio; y quien se contentare con poco, ese poco le será quitado, como le pasó a aquel criado perezoso que escondió el talento que su amo le dio, a quien él reprendió: «Mal criado, ¿no sabías tú que sé aprovechar muy bien mi hacienda y que quiero ganancia y coger donde no siembro? Púsete caudal sin tú merecerlo, con que podías ganar y ser hombre; contentástete con poco: pues eso te será quitado». Esto mismo le pasa a un religioso cuando comienza a decir: «Bástame una medianía; así me podré salvar, aunque no sea con tanta perfección; yo no hago grandes pecados». Yo os digo la verdad, hermano, que tenéis bien por qué temer no os quiten la gracia de vuestra vocación, y os quedéis con el nombre sólo de religioso, y en realidad de verdad no seáis más que estatua de religioso que parece en lo exterior lo que no es.

6. Todas estas dificultades las epilogó nuestro Padre en un paréntesis digno del Padre Ignacio, que no se puede decir más. Después de haber tratado (capítulo 4.º Examen), de las dificultades que abraza este Instituto, dice: in qua Societate obedire et humiliari atque aeternam beatitudinem consequi exoptat. Aquí se cifra todo nuestro Instituto y el fin que pretende el religioso, que es salvarse. Y dice in qua Societate, porque esta humillación y el sufrir injurias, no sólo ha de ser con los de fuera, que eso antes es honroso, sino con los de casa. De modo que todos nuestros ejercicios y ocupaciones han de ser obedire et humiliari: el predicar no es predicar, sino obedire et humiliari: el leer y todos los demás ejercicios; por ahí ha de procurar traer examen de sus faltas. Y junta nuestro Padre con mucha razón estas dos cosas, porque la una es indicio y prueba de la otra: la señal si hay humildad, es si hay obediencia: Humiliavit semetipsum factus obediens... (ad Philippenses).

7. Esto es lo que toca a los preludios, lo cual me ha parecido tomar tan de propósito, por ser cosa de tanta importancia. Y así, estas cosas habíamos siempre de traer en la memoria, y renovarlas en la oración; que, cierto, es lástima que se nos pasan muchos meses sin advertir en nuestra vida, y la oración se nos va en no sé qué imaginaciones. La oración ha de servir lo primero para volver un hombre sobre sí, mirar los beneficios que de Dios tiene recibidos, la obligación de serle agradecido y servirle muy de veras; también, para echar de ver cuán lejos está de cumplir aquello a que su vocación le obliga, pues habiendo sido llamado para buscar la mayor honra y gloria de Dios y su desprecio y para hacerse todo de Dios y nada suyo, anda todo lleno de niñerías, asido de sus honrillas, y buscando siempre sus comodidades. Lo 2.º, ha de servir la oración de quitar las cataratas de los ojos y las tinieblas del entendimiento, y dar luz para ver la proporción admirable que todas nuestras constituciones y reglas tienen con el fin que se pretende; que de faltarnos esta luz, nace el pasársenos muchas reglas sin entenderlas, aunque las leamos una y otra vez, y el buscarles explicaciones, y aun ponerlas en cartapacios, y buscar doctrina de no sé qué libro de acullá. También en la oración se han de destruir los dictámenes vulgares, que algunas veces tenemos, (que también entre nosotros hay vulgo); porque yo os digo la verdad, que, aunque más letrado seáis, que esos vuestros dictámenes son vulgares y tomados del medio de esa plaza; y así en la oración habemos de procurar destruir esta ponzoña, y los pensamientos de honra que nos van entrando (o por mejor decir se van saliendo afuera, estando antes mortecinos escondidos en el corazón por irse en nosotros resfriando el fervor y gracia de nuestra vocación): habemos, pues, mediante la oración, regular nuestros pensamientos y dictámenes con nuestras reglas; desechar la opinión que concebí con lo que el otro me dijo con su poco espíritu, y viéndome perdido y entenebrecido el entendimiento, y sin aquella luz con que todo me parecía tan bueno y puesto en razón, no desconfiar, ni entender que no hay remedio: Ne festines in tempore obductionis (Ecclesiast), sino mirar dónde me perdí, que allí hallaré mi remedio, pidiendo a Nuestro Señor destruya en mí lo que de esta luz me apartó, y que renueve aquella gracia de mi vocación con que todo me parecía fácil y llevadero, y de todo tenía grande estima en mi corazón.




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Plática 5

Del fin de la Compañía sobre la 2.ª y 3.ª reglas


Acabamos de tratar sobre el Proemio lo que pareció convenir para dar alguna luz y claridad a nuestras Constituciones en universal; ahora, comenzando en particular, trataremos del fin de la Compañía que en la 2.ª regla se pone; y en la 3.ª se declara el modo como es propio de la Compañía.

1. Toda ciencia moral y práctica (cual decíamos ser la Compañía), su consideración es del fin, que llaman los filósofos propter quid, o gratia cuius, de donde se toma la razón y disposición de todo lo demás. Elegís esto como conveniente; dejáis aquello como dañoso, porque lo es para este fin. De la misma manera, todas las artes y estudios humanos tienen su fin y paradero, donde tienen puestos los ojos; y, cuando el hombre se ve enderezado, o cerca de este fin, da por bien empleados todos los trabajos, y se anima a todos los demás. Este fin consuela al labrador y le hace sufrir el frío del invierno y de la simienza; y le hace derramar el trigo que tenía encamarado, y entrégalo a los terrones y fíalo de los pájaros, poniendo los ojos en la cosecha. ¿Quién mueve al soldado a ponerse a tantos trabajos, riesgos y peligros, sino el deseo de la gloria militar que pretende? Al mercader mueve la ganancia; Y así a los demás. Estos ejemplos pone Casiano (Colación 1). El fin, pues, de la Compañía, que nos ha de consolar en medio de nuestros trabajos y animarnos a ellos, ha de ser el particular que ella pretende, al cual cuando nos viéremos enderezados nos habemos de consolar, y sentir mucho el vernos apartados de él. Cuando viéremos gastarse buena parte de nuestra vida en los estudios, mortificaciones y oración, nos debemos consolar y animar mucho, viéndonos enderezados a este fin.

2. Dice, pues, nuestro Padre que el fin de esta Compañía es vacar y atender a la salvación y perfección de nuestras almas con la gracia divina, y con la misma, intensamente procurar la salvación y perfección de nuestros prójimos. A este fin endereza la Compañía sus estudios, la Metafísica, la Teología, Filosofía, etc., para dar luz a los hombres y sacarlos de sus errores. Este fin es la empresa y divisa que ilustra y da particular excelencia a la Compañía, y por él tiene particular puesto en la Iglesia; porque, aunque todas las religiones convienen en lo substancial, pero, como dijimos, cada una tiene su particular fin y divisa con que se diferencia de las demás; participa de diferente manera de la bondad de Nuestro Señor Dios y de su gracia, la cual, aunque es una, unicus spiritus, pero es multiplex et multifornis; gracia diversa en los efectos; y esto, para mostrar más su gran bondad en el repartir y comunicar sus bienes. El fin, pues, de la Compañía lo abrevió Gregorio XIII en la bula del Instituto: Profectus animarum in vita et doctrina christiana.

Este fin de ayudar a las almas, aunque les conviene a otras religiones, pero declara la 3.ª regla el modo particular con que la Compañía abrazó el mismo fin, que es ser propio de nuestra vocación, discurrir por cualquiera parte del mundo donde la mayor gloria de Dios y su servicio nos llevare. No es esta religión de gente de asiento ni aperrochiada en ésta o aquélla provincia, en este colegio o en el otro, sino de gente libre, desembarazada, y horra de todos embarazos, y universal, que haga a todas manos, imitadora de la universal caridad de Dios, que se extiende a todos. Ser este nuestro fin, claro se ve en las bulas de Paulo III, Julio III y últimamente en el Breve y Extravagante de Gregorio XIII, donde dice: Gratiae ejus quoque vocationis proprium est diversa orbis terrarum loca ex Romani Pontificis seu praepositi generalis eiusdem Societatis directione peragrare, vitamque in quavis mundi parte agere, ubi salvandarum sua opera animarum copiosior proventus ad Dei gloriam speretur. De donde se echa de ver cómo sea propio y particular fin de la Compañía ayudar a las almas de esta manera, para lo cual cría gente desasida de todo; no atada a esta casa o aquélla, sino libre, que tenga todo el mundo por casa: como dijo Sócrates, que erat civis mundanus. Y si esto obró en este filósofo el conocimiento de las cosas naturales, no es mucho que obre esto, y mucho más, la gracia divina; y por esta misma razón exceptúa Gregorio XIII a los de la Compañía de aquello del Concilio Tridentino (según la declaración que se ha dado), de no poderse ordenar a quocumque, porque no están atados a ningún obispo, ni son más de esta diócesis de Córdoba que de Sevilla, ni están atados a alguna particular jurisdicción, ni tenemos filiaciones. Esto de no tener casa propia, ni ser gente estantía, ni estar de asiento, dice nuestro Padre en la parte 7, c. 2, lit., H., que fuit nostri instituti ratio: nunca nos pasó por el pensamiento tener casas donde estuviésemos de asiento, sino entregamos en las manos del Pontífice, para que hiciese de nosotros a su voluntad y nos enviase a cualquiera parte del mundo que le pareciese. Lo mismo, 7 p., c. 1, § 1.: que nostrae Societatis valde proprius finis est dividi per Christi vineam; que es proprísimo, quod convenit omni, soli et semper, y uno como modo intrínseco, o pasión, que acompaña nuestro instituto, y está embebido y empapado en su substancia, de tal manera, que no puede ser Compañía sin esta pasión.

3. Mirad todos los ejercicios de ella y veréis cómo todo se ordena a este fin; y la razón de todos ellos se toma de la proporción que tienen con este fin. Primeramente ¿quién vio noviciado como el de la Compañía, fuera del derecho común, que manda sea un año, y en la Compañía dos? La razón es la dicha, y dícela Gregorio XIII en la Extravagante, quia talia obituri praesidio magno virtutum et devotionis muniendi sunt. Es el fin cosa tan alta, que para alcanzarlo es necesario gran caudal de virtud y devoción, y que sean muy probados en ella. Por el mismo fin, que no es noviciado retirado, como en otras partes, donde se guardan los novicios del aire y del sereno, como oro en paño; pero en la Compañía, luego los sacan a los hospitales, peregrinaciones, o a las casas y colegios, que sirvan en la cocina, para que no se críen huraños ni espantadizos, sino que desde luego se hagan a tratar con todos y hacerse a todos; que gente encogida ni cartuja no es para la Compañía; y así, en estas experiencias se ve lo que serán adelante, y el estómago y tragadero que tienen. ¿Quién jamás vio tercero año de noviciado después de los estudios? La razón de haberlo en la Compañía es la misma, y dala Gregorio XIII en la Extravagante: ut si qua fortasse in re harum virtutum fervor per litterarum occupationem intepuerit, per earundem virtutum exercitationes, etc., recalescant; para que con los ejercicios de humildad y devoción con que salieron del noviciado yendo a los estudios, se avive y aliente el espíritu, si por ventura se ha entibiado en los estudios de la Metafísica y Teología escolástica, donde se suele mezclar alguna vanidad; para que, habiendo de comenzar a tratar con los prójimos, no traten cosas de espíritu sin espíritu.

También tratando nuestro Padre en la cuarta parte, en la declaración del proemio, de este mismo fin, dice que se movió a fundar colegios y seminarios para criar operarios que, después, ayudasen a este fin; porque, comenzando desde pequeños, se críen ministros aptos, hechos al espíritu de la Compañía, y con grande suficiencia y caudal de letras; lo cual, pocas veces se halla en hombres ya hechos y criados en sus pucheruelos, y es muy más fácil criarlos desde pequeños, dándoles a mamar esta leche, y enseñándoles esta doctrina desde que les ponen el puntero en la mano y comienzan a deletrear. Y en el tercer capítulo de la 6.ª parte, cuyo título es de las cosas en que la Compañía se ha de ocupar y las que ha de dejar la razón que para todo da es este fin. Y así, no quiere que haya coro, ni se reciba obligación de Misas, porque nuestra habitación es incierta -ya estamos aquí, ya allí-, y por lo mismo, no toma la Compañía particular cuidado de las almas, ni tiene a su cargo gobernar monjas; y el dar cuenta de sus conciencias a los Superiores con tanta entereza y puridad, es por este mismo fin.

4. De lo dicho se colige la perfección de este Instituto, la cual se toma de la excelencia del fin, como dice Santo Tomás (2-2, q. 188-189), donde dice que la perfección de la religión se ha de tomar, no de la aspereza y retiramiento, sino del fin a que se endereza y de los medios de que se aprovecha, si son proporcionados. Y así concluye ser más perfecta la religión que se ocupa en los actos que llaman hierárquicos, de predicar, confesar y tratar almas, que no las que se ocupan en la contemplación; que más es «alumbrar» que «lucir», porque el lucir se supone al alumbrar. Esto, pues, abraza la Compañía y, dejada aparte la comparación que es odiosa, sólo diré que, aunque la Compañía se llama «mínima» por ser la última, con todo reconoce la mano del Señor y tiene que agradecerle muchas mercedes y dones que le ha comunicado. Cosa llana es a cualquiera que hubiere leído en libros, que el confesar y predicar han sido siempre tenidos en la Iglesia por obras muy excelentes y lo más levantado que Dios ha comunicado de los medios eclesiásticos. Éste fue siempre oficio de los Obispos, porque es oficio apostólico, y pide vida apostólica, cual debe ser la de los obispos, que tienen estado de ejercitar la perfección, los cuales son como catedráticos de propiedad; y en segundo lugar, como catedráticos de vísperas, entran los sacerdotes, los cuales sirven de ayudar en este ministerio a los obispos; porque cosa llana es que antiguamente no se ordenaban sacerdotes sólo para decir misa, sino para predicar y tratar almas: y ésta me parece a mí la causa porque San Dionisio, libro De ecclesiastica hierarchia, pone primero al pueblo, luego a los religiosos, luego al clero, luego a los obispos, prefiriendo el clero a los religiosos, por ser tan alto el ministerio de ayudar a las almas que pertenece a los sacerdotes, y haber de ser su vida tan alta como es menester para tan alto oficio, como dice el concilio toledano 4.º, que los presbíteros sean tales que possint aedificare populum doctrina fidei et disciplina morum. Lo uno y lo otro abraza el fin de la Compañía, la cual se llama religio presbyterorum en las bulas, y en el Trid., sesione 25, ordo clericorum Societatis Iesu; y ya sabemos lo que allí pasó sobre el darle asiento al P. Laínez. Por lo cual, para ser profesos, han de ser sacerdotes (Examen, c. 1); y que tengan por fin hacer el oficio de sacerdotes. Dícelo Gregorio XIII en la Extravagante: praecipuus finis Societatis est religionis defensio ac propagatio, animarum in Christiana vita et doctrina profectus; y los medios que para esto usa son todos los que hay para ayudar a los prójimos, como se dice allí mismo: predicar, enseñar, confesar, leer, catequizar, etc.

5. Aunque en confirmación de la excelencia de este modo de vida podría traer algunos dichos de santos, sólo apuntaré dos; el uno es de San Basilio in Constitutionibus monasticis: el cual mueve una cuestión: si conviene al religioso atenuar con penitencias la salud y ser inútil para la vida activa y ayuda de los prójimos. Responde que no, porque es de más perfección la vida activa y contemplativa que ésta sola; para lo cual trae ejemplos de Elías, San Juan Bautista, y de Cristo Nuestro Señor, que, al fin de su vida, trataron de esto, por ser sigillum, perfectio et consummatio, vitae spiritualis: es el poner el sello y dar cabo a toda la vida espiritual.

Gregorio Nacianceno, en la oración que hizo en las exequias de San Basilio, trae por grande alabanza el haber sabido juntar la una vida con la otra, porque decía que los monjes en el desierto no eran de tanta utilidad a la Iglesia como en la ciudad; y así como la mar y la tierra se comunican sus bienes, así la vida activa y contemplativa; porque a la activa da fuerzas la contemplativa, y la activa es utilísima para la contemplativa.oración que hizo de laudibus Athanasii, dijo que aquel santo les había enseñado dos cosas: la primera a tener contemplativam actionem, et actuosam contemplationem; lo segundo, que lo que los monjes tenían en el desierto, tenía él en medio de los arrianos.

Y si este fin es tan excelente, no hay duda sino que requiere grande virtud y caudal, y raro; por lo cual es necesario grande cuidado de nosotros, y advertir lo que dice Gregorio Nacianceno (Apología 1): Presbyteri officium caelestem, quamdam vitam requirit: primo purgari, deinde purgare, sapientia instrui et sic alios sapientes reddere; lumen fieri, et alios collustrare; accedere ad Deum, et alios adducere; sanctificari et allis sanctitatem afferre: lo cual todo parece ser tomado de Dionisio. De no guardar este orden de aprovecharse primero a sí el que pretende aprovechar a otros, nace el tratarse después las cosas del espíritu, sin espíritu; lo cual daba tanta pena a San Gregorio Nacianceno, que preguntado por qué se había retirado al desierto, dijo que por no ver ni oír a unos predicadorcillos tratar de espíritu sin espíritu, y predicar a lo modernillo, como hacen ahora algunos usando y estribando en no se qué adjetivo y vocablillo. Por esto dice Nuestro Padre que es menester gran caudal de espíritu y devoción para este ministerio; porque negocio de mover voluntades y ablandar corazones empedernidos requiere gran virtud.

Éste, pues, es el fin de la Compañía, procurar la perfección y salvación de los prójimos, comenzando de la nuestra, porque la caridad ordenada comienza de sí. Dice la perfección; porque no nos habemos de contentar con cualquiera virtud de aquéllos con quien tratamos, ni habemos de permitir que ninguno que trata con nosotros esté parado, sino que vaya cada uno adelante según su estado; porque este deseo de ir adelante le haga no caer en pecados. Dice impense: porque se ha de tomar este negocio muy de veras, con grande ahinco y conato. Et cum eadem gratia: dos cosas sacamos de esta palabra: que sea con la misma gracia con que Dios nos ayuda a nosotros, porque la gracia de nuestra vocación contiene lo uno y lo otro; que uno no entra en la Compañía para salvarse a sí solo, sino para ayudar también a salvar a su prójimo: y el que en esto estuviere tibio, es señal que está tibio consigo mismo; y esta cosa es muy cierta en nuestra vocación: o que está iluso o engañado, porque la gracia que le dan es en orden a ayudar al prójimo, y faltando en esto segundo, es indigno de ella, como la fuente que no va de su manantial encaminada donde debe, se seca. Lo segundo sacamos que todo es gracia dada de la mano de Dios, el aprovecharme a mí y ayudar al prójimo; y si todo es gracia, necesaria es oración, recurso y familiaridad con Dios Nuestro Señor, pues tanto dependemos de Él.

6. De esto que habemos dicho querría que sacásemos dos cosas: una para el cuerpo y otra para el alma. La del cuerpo es, que yo no acabo de entender, siendo el fin de la Compañía ir por todo el mundo, donde de necesidad se han de sufrir muchas incomodidades, qué manera de criarse es la con que se crían algunos, que es necesario criarlos con pasas y almendras; y andáis con tanto recato: «si esto me hace mal o lo otro», que es menester andar con un Galeno, de tuenda valetudine, debajo el brazo. Mirad que os cría la Compañía para el Brasil donde comen nuestros Padres lagartos, y para el Japón donde comen pescado crudo y arroz con sola agua caliente; y de otros sabemos que se pasaron algunos días sin comer otra cosa que hierbas, y otros días con sólo ocho o diez granos de maíz. Y cuando menos os pensáis, os vendrá un Pax Christi, que os partáis para Japón, que así se usa ahora. Y si dijéredes: Oh Padre, que no me pasaba por el pensamiento tal cosa.- Pues, hermano, debiéraos pasar; y basta que os pasase cuando entraste en la Compañía. Para esto, pues, es menester haceros a las armas y curtiros y haceros al trabajo, que no siempre estaréis en el colegio, donde todo está sobrado, y el superior tiene caridad para dároslo.

Lo segundo toca al espíritu, y es que nuestra vocación pide que seamos hombres deshechos, mortificados y horros de todo embarazo; libres y desapegados de todas las cosas de la tierra, y dependiendo sólo de Dios, para que Él haga de nosotros a su voluntad, y nos ponga aquí o allí; viviendo sin tracillas, sin pretender otra cosa que el mayor servicio de Nuestro Señor y su gloria. Heme holgado tratar esto, porque nuestro Padre General me escribe una carta, y entre todos puntos encarece lo que conviene que los hermanos se críen con este espíritu y con esta libertad de corazón universal para todo puesto, y despegado de estas paredes, de estos amigos, y de este trato; que cuelguen de sólo Dios, como el otro abad Deícola, que andaba siempre alegre porque decía: Christum a me tollere nemo potest. Aquí lo tengo todo, aquí mi consuelo y alegría; sin ir cargado de cartapacios, podré pasar, llevando conmigo este espíritu y esta verdadera devoción, no presa con alfileres, sino muy asentada en lo íntimo del corazón.




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Plática 6

Por qué la vida es común en lo exterior: sobre la 4.ª Regla


Síguese la 4.ª regla, que dice ser la vida común en lo exterior, etc. Así como esta regla está junto a las dos que tratan del fin de la Compañía, así lo está en la substancia que enseña; por lo cual habremos de decir algo sobre lo dicho en la plática pasada del fin de la Compañía.

1. La importancia de esta regla es mucha; y así, nuestro Padre, luego al principio del Examen, c. 1, después de haber puesto la aprobación de la Compañía, y los votos substanciales que la hacen religión, pone esta regla como cosa de importancia; y en otros muchos lugares la repite (3 p. c.1 y 2, et 6 p. c. 2, fin, et 3 initio); y lo que más es, está en la Bula de Julio III, entre las cosas que decíamos ser substanciales de nuestro instituto, donde dice: In his quae ad victum et vestitum et cetera exteriora pertinent, honestorum sacerdotum communem et approbatum usum sequentur, ut quae inde pro cuiusque necessitate vel spiritualis profectus desiderio subtractum fuerit ex devotione et non obligatione, rationabile obsequium corporis Deo, prout expedit, offeratur. La vida es común en esto que cae de fuera y se echa de ver, ni tiene algunas ordinarias penitencias de obligación.- No dice que no hay penitencias, que fuera mal dicho, sino que no son por necesidad de ley; ni hay ordinarias tareas de ayunos o disciplinas para todos; pero con todo eso, se toman algunas penitencias, y éstas en dos maneras: o las que cada uno pide por su devoción para su mayor aprovechamiento, o las que el Superior, no a petición de parte, sino por juicio entero, le da por su mayor bien; como el médico, que a veces receta lo que pide el enfermo, otras lo que él juzga que le está mejor para su salud, aunque le amargue.

Esta regla tiene dos partes: en la 1.ª trata nuestro Padre de lo que toca a la Compañía en lo exterior y con los de fuera. En la 2.ª, de lo que toca a los particulares de ella, tratando de las penitencias que han de hacer.

2. Cuanto a lo primero, el hábito de la Compañía no es como el de otras religiones, que por dondequiera, van diciendo: Catad que somos gente retirada y apartada del modo común. Su modo de proceder en esto es llano, como lo usan los clérigos honestos, según el uso aprobado.

La razón de esto, como arriba decíamos, se toma del fin y substancia de esta religión, que es ser religión de clérigos. Ésta es suficiente razón; basta y aun sobra; y el advertir que ésta es religión de clérigos, importa mucho, porque de aquí se ha de tomar la razón de nuestro Instituto. Y con estos ojos la habernos de mirar, si no queremos engañarnos; como muchos que, no mirándonos con estos ojos, se admiran de lo particular que ven en nuestro Instituto, porque lo comparan con monjes y frailes: por lo cual éste es como principio o dignidad, que llamáis allá, que es una proposición grande, que, ella sabida, se saben muchas. Es religión, pero de clérigos, que así nos llaman en las Bulas: presbíteros o prestes. Y el Concilio Tridentino: Orto clericorum Societatis Iesu.Y no es cosa nueva en la Iglesia, religión de clérigos; que San Agustín, de Ecclesiae Catholicae moribus, dice que San Ambrosio tenía en Milán dos monasterios que eran de clérigos. Y San Agustín estaba determinado de no ordenar a ninguno que no hubiese hecho voto de pobreza, por que todos fueran como religiosos, deshechos del mundo, que le pudiesen ayudar al fin que él pretendía de la salvación de sus ovejas. Y aun yo entiendo que las casas de aquellos obispos antiguos (como sabemos de San Hilario, San Martín y otros) eran casa y como monasterios donde se sustentaban y vivían clérigos con vida religiosa, y se criaban otros como en seminario «ad reparandam spem cleri», como dice un Concilio. En nuestros tiempos, poco antes que la Compañía, se fundó en Italia la religión que llaman de los teatinos, que es de clérigos, que fundó Pablo IV. Y en Milán hay otra que llaman de los Servulitas, más antigua que la nuestra; y no se espantó el mundo entonces de ver gente religiosa con hábito clerical.

La razón, pues, a priori, de esta regla es, porque es religión de clérigos y así tiene la vida como ellos. ¿Es religión? Sí, pues tiene los tres votos, sin los cuales no hay religión; y otros votos que hacen los profesos, que son como medios para alcanzar la perfección de los tres principales. Además de éstos, tiene otros medios de oración y mortificación y trato interior con Nuestro Señor, medios eficacísimos para alcanzar el fin de la fineza de la caridad. Es, empero, religión de clérigos; y la razón se toma del fin de la Compañía, que es, como vimos en la plática pasada, tratar de la salvación de las ánimas, enseñarlas y sacarlas de sus errores, que es oficio de sacerdotes. Para este fin pone los medios convenientes y ejercita las obras que llaman hierárquicas de predicar y confesar y todos los demás medios propios de sacerdotes. Tiene esta religión el mismo fin por el cual Cristo Nuestro Señor instituyó toda la jerarquía eclesiástica, que es, con la doctrina fiel y sana de Jesucristo sustentar a los fieles, atraer a otros a su conocimiento, y despertar en todos el deseo de su salud.

Y así como pretende la Compañía imitar el fin jerárquico de la Iglesia, así procura imitar el orden y disposición de su gobierno, y los medios que usa para el fin que pretende. Cuanto a lo primero, el gobierno de la Compañía es de monarquía, que no hay más de una cabeza: todo a uno y de uno. No hay otra jurisdicción sino la del General, como en la Iglesia. Lo 2.º, ¿quién jamás vio en una religión tanta diferencia de estados: profesos, coadjutores, etc.? Esto mismo hay en la Iglesia: Obispos como Apóstoles, y sacerdotes como discípulos. ¿Qué religión suele criar mozos de expectación y tener seminario para profesos? Así los solía haber antiguamente en la Iglesia, como se colige de muchos concilios: (el de Toledo segundo y cuarto); y hacían, a los quince años, voto de castidad.

Todo esto hace la Compañía por el alto fin que pretende, para lo cual quiere tener gente perfecta y deshecha del mundo; que no sólo vayan a la perfección, pero estén ya en estado de ejercitarla y ser maestros de ella: para que, así, la puedan enseñar, y parecer en público sin reprehensión: Inconfusibiles, como dice San Pablo: y San Juan Crisóstomo, homilía super. 1, Timoth. 3: oportet ipsum iam ex terra migrare, humanisque rebus evadere celsiorem

4. Para que entendamos cuán lejos estamos de la perfección con que antes se criaban los que habían de ser sacerdotes, es mucho de advertir lo que dice León I et habetur d. 6, c. Miramur, alabando la costumbre antigua de recibir para sacerdotes solos aquellos quorum aetas a puerilibus exordiis usque ad perfectiores annos per disciplinae stipendia ecclesiasticae cucurrissent. Criábanse mozos habiendo hecho voto de castidad des los 18 años hasta los 30, probándolos con varios ejercicios de virtud. Y si faltaban en lo que debían, eran luego despedidos; y aun siendo ya sacerdotes, si hacían algún pecado que llamaban corporal, los degradaban. Y, generalmente, cualquiera que hubiese cometido pecado grave, no era admitido al sacerdocio. Y no sólo esto, pero cualquiera que hubiese tratado negocios seglares, o curiales, o mercaderías o ganancias; y así leemos que, preguntado San Gregorio, si el que había sido soldado sería admitido, respondió que, después de tres años de probación le diesen norabuena el hábito de monje, pero clérigo en ninguna manera fuese, por los malos hábitos que traen los tales. Ésta es, pues, la pureza que pide el estado sacerdotal y se hallaba en aquellos siglos de oro, y nuestro Padre pretendió renovar. Para confirmación de esta alteza del estado de sacerdotes y de su vocación que profesamos, podría traer muchas autoridades de San Gregorio Nacianceno, Apología 1.ª) y de San Crisóstomo (De sacerdocio), y otros; pero sólo me contentaré con dos: la una es de San Gregorio Magno, et habetur d. 92, c. In Sancta Romana Ecclesia, donde dice unas palabras de mucho consuelo para nosotros: Dudum consuetudo est valde reprehensibilis exorta, ut in Diaconatus ordine constituti modulationi vocis inserviant, quos ad praedicationis officium et eleemosynarum studium vacare congruebat. Ha entrado una costumbre muy reprensible y ajena de lo que San Pedro nos enseñó, y de la distinción de clérigos que puso y oficio en que los dejó; y es que se admiten ya para sacerdotes o diáconos, los que tienen buenas voces para cantar, sin mirar si tienen las otras partes. Los sacerdotes no se han de ocupar en eso, dice el Santo, sino en predicar, y los diáconos en distribuir las limosnas y catequizar. Y para eso del coro, hágase schola cantorum.- Y Santo Tomás, 2-2, q. 91, a. 2, ad 3, dice que los obispos y diáconos que se han de ocupar en la palabra de Dios, non debent cantibus insistere, por ser de más importancia aquello, y trae las palabras de San Gregorio.

Lo 2.º es lo que dice San Ambrosio, de la diferencia entre monjes y clérigos (de donde también sacaremos la razón porque nuestro hábito es común en lo exterior). Dice, pues, en la epístola 82 (et habetur lib. 10), quae est ad Vercellenses: Vita monachorum est assuefacta ad abstinentiam et patientiam; vita clericorum ad moralitatem et comitatem disciplinae. La vida de los monjes es de gente que trata de aspereza y austeridad, de ayunos y penitencias, junto con grande ejercicio de paciencia, porque acostumbran a probarlos de mil modos y maneras. Especialmente luego que entraban, dice Casiano que los entregaban a un viejo regañado y gruñidor, que los ejercitase de la mañana a la noche, por lo cual el lugar de estos monjes llama San Basilio ejercitatorio; y San Juan Crisóstomo los monasterios llama «casa de llanto»: en ella se trataba de retiramiento y soledad, sin tratar con los de fuera ni comunicarse; tanto, que San Gregorio (18 q. 2, c. Luminoso), dijo que le parecía mal que en estos monasterios hubiese misas cantadas y solemnidades, por el concurso de gente que acudía y perturbaba la paz, quietud y sosiego del monasterio: hoc enim non expedit animabus (inquit) eorum. Y ser este el fin de los religiosos, pruébase, porque San Estéfano Papa, 31, q. 2, c. Admonere, a un hombre que había hecho un gran delito, le dio en penitencia que ayunase mucho tiempo e hiciese grande penitencia, o se hiciese monje, porque la vida de ellos era de penitencia.

4. Las órdenes mendicantes se apartaron algo de este rigor y soledad, porque fueron enviadas para ayudar a la Iglesia, aunque tomaron mucha parte de su aspereza, ayunos, coro, diferencia de hábitos, Nuestro Padre no quiso tomar nada de esto exterior; porque (como decía el P. Nadal que había oído decir a nuestro Padre), Nuestro Señor le había dado la Compañía, para que ayudase a las almas; y que este Instituto no era para personas que mirasen sólo por sí; y que por esto, no había querido ocuparles en coro, ni en otras observaciones y ceremonias exteriores, por que estuviesen más desocupados para esto y ninguno se excusase diciendo: «Perdone Su Reverencia, que tengo que acudir al coro; traigo cansada la cabeza de cantar, no puedo confesar», etc.; sino que quien de todo no se ocupase en ayudar a los prójimos, como a hombre holgazán, baldío, pan perdido, lo echen del mundo como a hombre inútil y que de nada sirve. Y así, aunque las demás religiones faltasen en los ejercicios de ayudar al prójimo, tienen en que ocuparse y con que parezcan y son religiosos. Pero el de la Compañía, si no se ocupa en sus ministerios, ¿de qué sirve?

5. Pero es de advertir, que, aunque la Compañía no tomó nada de lo exterior de los antiguos monjes, pero de lo interior, cuanto mandáredes. Pobreza altísima (que así la quiero llamar), obediencia perfectísima, abnegación y mortificación de la voluntad y desprecio del mundo. Lo cual todo pide nuestro Instituto, que requiere un hombre deshecho de sí y todo sujeto a Dios con verdaderas virtudes, nacidas con oración y mortificación de pasiones y reverencia de Nuestro Señor Dios. De esto alaba San Ambrosio, epístola 82, a Eusebio, de que juntó con el oficio de Obispo, las virtudes monacales; y esta perfección e integridad de vida interior, es tanto más perfecta cuanto tiene más dificultad y peligro. Porque, como dice el mismo San Ambrosio, los monjes huyen los enemigos, el sacerdote los acomete; ellos se retiran al desierto, y el clérigo está peleando en el teatro de este mundo. Lo mismo dice San Gregorio Nacianceno (Apología 1.ª), que los que tienen este oficio de sacerdotes, no los puso Dios allá en los yermos escondidos, mirando sólo por sí, sino donde hubiesen de mirar por sí y por otros, jugando a dos manos de la espada, adelantando a las almas de los otros sin perder ellos las suyas.

Por esto convino que la Compañía tuviese en lo exterior trato común, por haber de tratar con toda diferencia de gente; con el hereje y moscovita, etc.; porque, como decíamos, vita clericorum est assuefacta ad moralitatem et comitatem disciplinae; común en lo exterior, que eso quiere decir ad moralitatem et comitatem disciplinae: esto es, que sea afable, pero con afabilidad religiosa, para que de esta manera se haga omnia omnibus, ut omnes lucrifaciat, como decía San Pablo.

6. Esto es lo que toca a la especulación; y ha sido necesario, para entender de una vez la razón de la diferencia de nuestro Instituto a todos los demás. Vengamos ahora a lo práctico. Dos cosas sacamos de aquí: la primera que, si la vida es común en lo exterior, conviene que en lo interior sea particular y excelente, acompañada de virtudes sólidas, mortificación de pasiones, familiaridad con Nuestro Señor Dios y celo de las almas. De esto tenemos nosotros aun más necesidad que otros religiosos, que el hábito los distingue: la jerga, escapulario, aspereza de vida, les da crédito en el pueblo. Pero la Compañía, ya que no hay esto, porque no conviene a nuestro Instituto, es muy necesario que eso se supla con lo interior. Si a vos, hermano, os ven con una ropa y otra ropa defendido del frío, y no ven lo interior redundar en lo exterior, no os tendrán por religioso. Por lo cual es necesario que haya en vos mucha virtud interior que rebose en lo exterior; que haya mucha modestia, mansedumbre, humildad, caridad y recogimiento, tanto que cualquiera que nos vea diga: Verdaderamente éste es compañero de Jesús: semen cui benedixit Dominus. Y así pasa, que, cuando no ven en nosotros esta modestia y madureza de costumbres que los Santos llaman gravitas morum, nos desconocen, como le ha pasado a alguno que me ha preguntado a mí: «Padre, ¿el Padre Fulano es de la Compañía? Porque no lo parece, porque anda muy erguido, alabándose a cada paso». La cual liviandad exterior, es señal cierta del poco peso interior. Así lo dice San Ambrosio a su seminario, 1 off., 18: «Habitus mentis in corporis habitu cernitur. Hinc homo noster absconditus, aut levior, aut iactantior, aut contra, maturior existimatur; vox quaedam est animi corporis motus; et plerumque speculum mentis in verbis refulget. Y así, el Espíritu Santo, dando señales del hombre apóstata (Prov. 6), dice: Homo apostata vir inutilis, graditur ore perverso, annuit oculis, terit pede, digito loquitur: habla de dedo, guiña de ojo y da de pie.

-Pues, Padre, ¿queréis nos hagamos santuchos y mirlados, con el cuello torcido? -No, hermano; jamás eso me pudo contentar, ni pienso que me contentará, ni contentó a los compañeros y discípulos de nuestro Padre. Aquí tratamos de verdad, no queremos ficciones: Studium desit et affectatio (dice San Ambrosio a los que él criaba en su seminario off. c.) Nihil mihi fucatum placet: si quid in natura vitium est, industria emendet; ars desit, non absit correctio. Nunca agradó a los Santos modestia afectada, artificiosa ni violenta; porque nihil violentum est perpetuum. Y así acaece, que, al mejor tiempo y cuando el hombre más ha de menester la modestia, y cuando ha de dar muestras del caudal interior de donde nace la verdad en que se funda lo exterior, que es cuando está solo, entonces se descompone, porque no hay rector, ni síndico con quien cumplir, y está sólo con su confidente, que entiende que no le ha de descubrir. Y cuando está delante de quien le puede corregir, y con quien él quiere ganar honra, está tan mirlado, que no parece sino un santificetur. Modestia queremos, pero no afectada; compuestos, no mirlados; modestia que ella misma se caiga de su peso, cual es la que se tiene sin arte, sino nacida, como el efecto de su causa, de un corazón concertado y mortificado, sujeto y rendido al amor de Dios Nuestro Señor y que tiene trato familiar con él, teniéndole siempre presente con profunda reverencia en su alma, deseando entregarse todo a su servicio. El corazón compuesto de esta manera, compone los ojos, las manos, y finalmente mantiene en disciplina a todo el hombre, redundando y rebosando la virtud interior en lo exterior, y en eso que se echa de ver: sicut unguentum in capite, quod descendit in barbam, etc., et in oram vestimenti eius. Por dos cosas tiene el pueblo respeto al religioso y predicador: o por la aspereza de vida exterior, o por la santidad de costumbres. Pues, si lo uno y lo otro nos falta, no haremos cosa de provecho.

7. Lo segundo hemos de sacar que, aunque la vida es común en lo exterior, pero, aun en eso mismo, tiene respeto y cuenta con la pobreza, humildad y edificación. Así lo dice nuestro Padre, 6.ª parte, capítulo 2º., fin. Y perpetuamente que trató de esta materia, la apuntaló trayendo a la memoria que somos pobres. Tratando del comer dice que, en la probación, haya más abstinencia; en las casas profesas, que coman lo que tuvieren, y cuando no lo hayan, lo ayunen; en los colegios, dice, que tienen renta, puede ser algo más, sed superflua semper evitare convenit. En todo se vea templanza. Y así, pues en el refectorio tenemos todo lo necesario, querría y sería mucha razón que fuera del refectorio no anduviésemos ninguno golosmeando, comiendo aquí y comiendo allí, que eso más es de pupilaje que de religión. También quiere nuestro Padre que en el vestir haya moderación y se eche de ver la pobreza: Victus et vestitus et lecti ratio (c. 4, Examen, § 26) sint ut pauperibus accommodata. Y en la 6.ª parte, 2.º capítulo, § 15, dice que el vestido professioni paupertatis conveniat; et ibidem, ut in omnibus, humilitatis et submissionis debitae, ad maiorem Dei gloriam, ratio habeatur.

Y es grande engaño entender que está la autoridad en traer la sotana y el manteo resplandeciente, que riendo de esa manera ganar autoridad. Visto he yo a nuestro Padre General, y bien de cerca, sin esos ruedos y hopalandas; y a otros Padres muy antiguos, que no buscaban por ese camino la autoridad. Y así, diciendo al P. Francisco Javier, que mirase por la autoridad que convenía para acreditarse con los que había de tratar, respondió que esas autoridades y paternidades de algunos, buscadas por esos medios, tenían echada a perder la Iglesia de Dios. Y aun el Concilio Cartaginense 3, encarga a los obispos que no busquen su autoridad, trayendo grande acompañamiento de criados y pajes sed virtitis meritis et doctrina. No quiero decir que no haya vestidos nuevos, sino entendamos que no habemos de ganar nuestra autoridad con ellos. Al fin, no ha de haber en nosotros cosa que sepa a desorden, a malo amor de sí mismo, a soberbia ni deseo de grandeza. Creedme que nos miran más si somos humildes, que no si sabemos conveniencias de palacio. La crianza del de la Compañía de Jesús está puesta en quitar toda la ligereza y demasía del corazón; dar peso a nuestras costumbres; el espíritu del Señor pone orden y quita la superfluidad que ofende. Y San Gregorio Nacianceno dice de San Atanasio, que enseñó las costumbres de los monjes, su humildad, su paciencia, etc.: potius gravitatem morum quam severissima corporis imitari; que, sin estos retiramientos y soledades en el trato con los hombres, se podrían alcanzar virtudes tan verdaderas como son las dichas.




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Plática 7

De la penitencia de la Compañía; sobre la 4.ª regla


1. Tratamos la primera parte de la 4.ª regla. Síguese la 2.ª, que trata de la penitencia que se ha de hacer en la Compañía.

Estas penitencias dice la regla que son en dos maneras: unas tomadas de cada uno según su necesidad, interviniendo la autoridad y aprobación del Superior, o del confesor, si el Superior le ha comunicado sus veces; otras son dadas por el Superior, por el mismo fin: de modo que, de una manera o de otra, ha de entrevenir la autoridad del Superior. Trataremos dos cosas: la primera por qué no son estas penitencias ordinarias y asentadas; la segunda, probar la necesidad de que haya algunas.

2. Acerca de lo primero, la primera razón por que en la Compañía no hay tarea de ayunos o disciplinas, ayuno de Adviento, etc., es porque la penitencia es medicina y gobierno, y no conviene para todos una misma medicina y un gobierno. Un gobierno es menester para el enfermo, otro para el sano; uno para el mozo y otro para el viejo; uno para el que entró inocente, otro para el que entró hecho una criba, como decís, de heridas. Y San Agustín, en la Regla (que aunque dice pocas cosas, trata de ésta), dice que ninguno se maraville de que no se guarde con todos, en esta parte, un mismo modo en la Religión, y que unos hagan más penitencia que otros; porque haber igualdad en esto fuera la mayor desigualdad. Lo mismo dice San Basilio, c. 37. No sólo es buena esta diferencia y diversidad para diversas personas, pero aun para uno mismo en diversas necesidades y tiempos. Que aun los médicos aconsejan que en el gobierno y regimiento del cuerpo y en los manjares, no se guarde siempre un mismo modo de proceder, porque la variedad y mudanza es muy conforme a la naturaleza humana, amiga de mudanzas; y si uno se hace a un manjar, está expuesto a que con cualquiera mudanza le dé una grave enfermedad. Por lo cual una penitencia es buena para el tiempo de tentación y sequedad, otra para el tiempo de paz y de devoción; y una para conservarla y otra para recobrarla cuando se ha perdido; y nuestro Padre dice en la 10,ª adición de la primera semana, que, cuando uno se siente con sequedad, que mude las penitencias.

3. Otra razón hay más eficaz y concluyente, que me parece la principal, por que nuestro Padre no puso ordinarias penitencias; y es una presunción jurídica, que llaman, que no admite prueba en contrario; la cual nuestro Padre tuvo de todos los de la Compañía: que todos habían de tener tanto deseo de penitencias, que había de ser menester irles los Superiores a la mano. Esto se ve por lo que dice en la sexta parte, capítulo 3, initio. Y la razón de esto es, porque suponía que todos habían de tener espíritu de Dios y trato de esto; el cual, donde quiera que está, cría enemistad consigo y mucho amor de Dios, y afecto y deseo de justicia y vengar las injurias que ha hecho contra Dios nuestro Señor; y que él mismo sea el verdugo de sí mismo, y tratar a su cuerpo como a un ladroncillo que anda alborotando y asombrando cada día la casa. Este espíritu de Dios, mientras más crece, más crece el conocimiento y aborrecimiento propio, y la creciente del uno es menguante del otro; son contrarios, que ab eodem subiecto, etc. De aquí es también que cría un afecto de perseguirse y andar tras sí Y hacerse obras de enemigo (que no son sino de amigo), y tratarse como enemigo. Que aun allá cuando tenéis enemistad con uno, en viendo la vuestra, luego le procuráis dar mil sinsabores y disgustos; porque del amor nace el querer buenas obras; y del odio, deseo de malas. Pues en este espíritu de Dios, llega el hombre hasta aborrecer su misma vida, adhuc autem et animan suam, porque no ha de conservar para otro fin su vida, ni la ha de querer para otra cosa, sino para servir y glorificar más a Dios Nuestro Señor con ella: Sive vivimus, Deo vivimus, etc. De donde sacamos una doctrina muy verdadera, que el que no vemos con este espíritu de mortificación y penitencia, es cosa sospechosa (y no quiero alargarme más), que este espíritu se va enfriando en él.

4. Supuesto, pues, que las penitencias no son ordinarias, veamos ahora cómo es necesario haber algunas, más o menos, según la necesidad de cada uno. Y haber sido este el sentir de nuestro Padre es cosa cierta; porque cada vez que trata de penitencias, no dice que no se hagan, sino que se hagan con moderación, y no dañen a la salud, porque no se impidan mayores bienes; que le queda mucho que trabajar después de 7 años de estudio; y si de ellos salís con mal de hígado o cabeza, tendremos que curar después.

Demás de esto, en la 10.ª adición de la 1.ª Semana, pone tres razones por donde debe haber penitencias: la 1.ª, para satisfacer los pecados pasados, -y de nuevo añadimos deudas nuevas a las viejas. La 2.ª, para humillarse, sujetarse y vencer la sensualidad; traerla sujeta a la razón, como decía de sí San Pablo: Castigo Corpus meum et in servitutem redigo, non quasi aërem verberans: castigo, y sujeto a mi cuerpo y le hago estar a raya: no doy puños al aire: como los que luchan en el arena: y como explican Augustino y su amigo Paulino: Castigo, id est lividum reddo, acardenalado: de este modo se ha de castigar el cuerpo, que es como un animal brioso, que es menester andar con la rienda en la mano y no en el arzón, que dé un salto y os derribe, estando descuidado. Lo 3.º sirven para alcanzar de Nuestro Señor algún don que deseamos, o enmienda de alguna falta o para salir de alguna perplejidad. Sic Daniel, c. 10: «Ex quo posuisti in corde tuo ut affligeres te, exaudita est oratio tua»; Y San Buenaventura, De meditatione vitae Christi, c. 3, dice que Nuestra Señora dijo a Santa Elisabeth en una revelación: «Filia, pro firmo scias quod nulla gratia descendit in animam nisi per orationem et corporis afflictionem». Andáis cayendo muchas veces en una falta; dan os un capelo y otro, y no os acabáis de enmendar. Creedme: tomad una o dos disciplinas que os duelan, y sobre mí que vos os enmendéis. También en la 6.ª p., c. 3, encarga que no haya relajación en las penitencias: «ne fervore spiritus refrigescente, humani ac inferiores affectus incalescant». Confírmase muy bien lo que decíamos, que, donde hay este espíritu de Dios, hay este deseo de penitencia; y por el contrario, resfriándose este espíritu, cobran fuerzas los humanos afectos, los cuales es menester ir cercenando. San Francisco decía a sus frailes: nam refrigescente spiritu, caro et sanguis quasi quae sua sunt quaerunt. Y universalmente siempre que nuestro Padre dice que haya moderación en las penitencias, lo cual es en muchos lugares, particularmente 3.ª parte, c. 3, por el consiguiente es visto querer que haya penitencias, porque casus exceptus firmat regulam contrariam.

5. Pero veamos cuántas y cuáles han de ser estas penitencias; y 1º., de las que nosotros habemos de hacer; y luego las que nos han de dar. Acerca de lo primero, pone nuestro Padre en la 10.ª adición de los Ejercicios, 1.ª Semana, tres maneras de penitencia: una en el comer, quitando algo de la comida; otra en el dormir, en la cual quería nuestro Padre hubiese más cuenta con la moderación, por ser el sueño tan necesario para la cabeza; la 3.ª, cilicios y disciplinas, que es más a propósito, y la que más a él le contentaba, porque aflige la carne, que es lo que se pretende, y no daña. Los antiguos usaron del ayuno, «usu ciborum aridorum» que es chirophagia; humi cubationes, que dice Gregorio Nacianceno, y las llamaban cameunias; genuflexiones que llaman metanias, que yo no acababa de entender, hasta que lo leí en Pedro Damiano. Las disciplinas eran antiguamente, antes dadas que tomadas, como se lee en la Regla de San Benito. Después se han usado en todas las religiones y San Pedro Damiano cuenta de su maestro Dominico Loricato, que se daba quince mil azotes cada noche: un salterio entero de disciplinas.

En lo que toca a las penitencias dadas por el Superior, de nuestro Padre sabemos que más gustaba de darlas que de que las tomasen; y eran tales las que nuestro Padre daba, que no sé yo si hay Superior en la Compañía que tan buenas las dé: ni aun las debe dar, porque nuestro Padre las daba para ejemplo de la Compañía. A un Padre, porque entró a confesar donde no le veía el compañero, le hizo hacer una, disciplina de Miserere en las espaldas. A otro Padre, porque dijo una palabra en el púlpito contra una persona grave, le mandó hacer tres disciplinas de Miserere en el refectorio, diciéndolo el Padre Polanco muy cumplido, hasta el Gloria Patri; y a otro hermano, por no sé qué juego de manos, que no era cosa tan grave, le mandó peregrinar cuatrocientas leguas; las cuales penitencias vi yo en un libro que está en el aposento de nuestro Padre General.

Veamos ahora las que los Santos daban: que cierto era cosa de espanto, por cosas tan menudas qué graves penitencias daban; como se ve en la Regla de San Pacomio que está en las Reglas de San Jerónimo y Basilio: por murmurar contra el Superior, por escribir o recibir carta sin licencia.

De Casiano diré una cosa que me ha espantado: en el libro 4 et libro 2: «Si cum aliquo vel ad modicum substiterit vel ad punctum temporis uspiam secesserit; si alterius tenuerit manum»; (que era como indicio de conspirancioncilla o de amistadilla particular), dársele ha grave penitencia.

6. Las penitencias se han de recibir de buena gana, como nuestro Padre lo dice (3 parte, c. 1, § 15): «Cum vero emendationis et spiritualis profectus desiderio, etsi propter defectum non culpabilem iniungerentur». De donde se saca que el llevar con esta buena voluntad las penitencias es señal que uno anda de veras tratando aquello para que vino: y así, se puede esperar de él la perseverancia; porque la Religión es locus correctionis, como dice Esmaragdo sobre la Regla de San Benito; porque el hombre viene a que le ayuden a conocerse y a corregirse, porque él no se conoce, por el amor que se tiene. Por lo cual, viendo que le ayudan a esto, se consuela y recibe con buen ánimo la mortificación, aunque le amargue; como el enfermo que, por amor de la salud, deja el agua fría y toma la purga que le revuelve cuanto tiene en el estómago. Y así dijo San Pablo, Hebr., 12: «Omnis autem disciplina, in praesenti quidem non videtur esse gaudii sed maeroris: in futurum autem, fructum pacatissimum exercitatis per eam reddet justitiae»: aunque la penitencia y disciplina tiene un asomo y parecer de dolor, pero al que se ejercita y habitúa en ella trae fruto de abundantísima paz, nacida del consuelo de verse enderezado para alcanzar lo que desea, que es la victoria de sí mismo y el propio conocimiento, de donde se engendra la verdadera humildad. Lo cual Plutarco conoció, diciendo ser señal de humildad holgarse con la corrección; y esta corrección la usaban los santos públicamente, cuando los defectos eran públicos: ut aedificentur per paenitentiam qui sunt sauciati per culpam». Y nuestro Padre quiere que nosotros las pidamos por la falta de obediencia de las reglas; y añade: «para que este cuidado muestre el que tenemos de nuestro aprovechamiento». Confírmase ser señal de andar uno de veras, holgar de ser corregido.

7. De lo dicho, pues, se ve la necesidad que tenemos de penitencias. Pero, dirá alguno: -Padre, ¿queréis que nos matemos a penitencias? -No, hermano, que nunca tuve ese parecer, ni pienso que lo tendré; porque sé bien cuál sea el espíritu de la Compañía. Pero dos cosas querría en esta parte: la 1.ª, que, ya que no hagáis grandes penitencias de ordinario, a lo menos haya en vos afecto y deseo de penitencia; que dejéis esas prudencias y discreciones para el Superior; que no sé quién nos ha hecho tan prudentes y tan cuidadosos de nosotros. Y es cierto que muchas veces nos engaña la sensualidad, como dice nuestro Padre en la 10.ª adición de la 1.ª Semana: Paenitentias saepe omittimus propter carnis affectum et judicium erroneum, quasi naturalis nostra complexio ferre illas non possit: que nos engaña la sensualidad con un paralogismo que nos hace y nos deja concluídos, queriéndolo nosotros; y así, facile est volentem vincere. Por esto nuestro Padre (4.ª parte, c. 6, § 3, et littera A), diciendo que fuesen moderadas las penitencias de los escolares -como hablaba con gente nueva y a veces poco mortificada-, pone luego una declaración: que esto se entiende in genere; pero que, si de alguno en particular juzgase el Superior tener necesidad, le pueda dar con buena mano todo lo que juzgare ser necesario. Y este afecto y deseo de penitencias y el llevarlas de buena gana es una de las señales que pone nuestro Padre para conocer si uno será apto para la Compañía o no: Examen, c. 4.

Lo 2.º, que yo querría es, que no lo libremos todo a la disciplina y al cilicio, y que, en teniendo un poco de devoción, ¡alto! ande el cilicio y la disciplina. Otras mortificaciones hay de más estima: aquéllas han de ser un extraordinario y para alguna necesidad. Lo ordinario ha de ser traer nuestro corazón disciplinado, mortificar la vista, la lengua, etc. Los buenos médicos hacen más caudal de conservar al hombre en la salud con un buen regimiento, que ellos llaman ratio victus, que no en llenar el cuerpo de badulaques, purgas, etc.; que éstas no son sino para una necesidad: si grande, muchas; si pequeña, pocas; extrema, extremis, como ellos dicen; porque si son demasiadas, antes dañan las medicinas que aprovechan. Lo mismo digo yo, y es una doctrina muy buena para el cuerpo y para el ánima; porque de esta manera nos moderamos en el comer, beber, etc., que sirve de mortificación y de penitencia. No penséis que, por el cilicio que os ponéis y la disciplina que hacéis habéis cumplido, y que podéis en lo demás andar a vuestras anchas. Hermano mío, lo que importa más es el «ratio victus» de entre día. ¿Qué aprovecha que uno se purgue, si después se harta de mantenimientos dañosos, y come y bebe sin orden ni tasa? Así que la mejor penitencia es le traer el hombre siempre a su cuerpo puesto en pretina: ordenando su mirar, su hablar, moderando su comer y beber y todo lo demás, juntando con esto el deseo de castigar él cuerpo, del modo y con la tasa que al Superior pareciere.




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Plática 8

De la importancia de descubrir la conciencia al Superior, sobre la 5.ª, 6.ª y 7.ª reglas


1. Según el orden de buena doctrina, después de haber tratado del fin, se sigue tratar de los medios convenientes para alcanzarlo. De esto se trata copiosísimamente en todo lo restante de este Sumario. Comienza primero por los más principales medios, que son los Sacramentos, en la 5, 6 y 7 reglas, porque éstos son de más excelencia entre todos; porque ellos contienen y dan la gracia a los que llegan sin impedimento, porque son «vasa gratiae» y manantiales por donde se derivan a nosotros los méritos de Cristo Nuestro Señor. La oración, mortificación, etc., buenas obras son; pero no son más que obras que nosotros hacemos, aunque ayudados del Espíritu Santo: en la confesión hay, la misma confesión y contrición que es parte del Sacramento; hay también actos de fe, esperanza, etc.; pero no es eso lo principal, sino el mismo Sacramento que nos aplica la gracia de Dios: obra que hace Cristo como autor de los Sacramentos. Y así como es de grande provecho el usar bien de estos medios; así cuando hay desorden, es pernicioso y de ningún provecho.

Lo que trata en estas reglas 5, 6 y 7 nuestro Padre es, que, al principio, cuando uno entra en la Compañía, haga una confesión general, para que queden sus enemigos ahogados al pasar del mar. En lo cual no se usa de tanto rigor como en otras religiones; porque dice nuestro Padre, que, si la hubiere ya hecho con alguno de la Compañía, no sea obligado a hacer otra.- Los profesos y los coadjutores formados, cada año; y los demás, de 6 en 6 meses, comenzando de la última.- Han de confesar y comulgar cada ocho días los que no son sacerdotes. Todos tengan confessorem stabilem, de asiento; y, si por necesidad, con licencia, se confesare con otro, después dé cuenta de lo que fuere de más importancia a su confesor ordinario, para que mejor le pueda ayudar, no ignorando nada de su conciencia.

Vemos, pues, cómo en estas reglas, pretende nuestro Padre que todas nuestras conciencias estén patentes a aquéllos que en lugar de Dios nos gobiernan. Mas, porque el amor propio nos hace trampantojos, y entender uno por otro, y solapar y encubrir nuestra conciencia; me ha parecido, por ser la cosa de tanta importancia, tratar esto despacio; y así, diré cuatro puntos: 1.º, una doctrina general, que será como preámbulo para lo que adelante se tratará; lo 2.º, descenderemos en particular, qué sea confesión, qué dar cuenta de la conciencia, etc.; lo 3.º, los frutos que dice nuestro Padre que de esto se saca; lo 4.º, la diferencia que hay entre la confesión y el dar cuenta, qué sea lo uno y lo otro, y el modo de hacerlo.

2. La doctrina general es, que conviene mucho tener claridad grande con nuestros Superiores, descubriéndoles nuestra conciencia con grande sinceridad y puridad, como dice nuestro Padre; de modo que todo cuanto está en el corazón les esté patente, sin que quede rinconcillo encubierto, ni bolsillo por desplegar, dándonos a conocer al que nos ha de gobernar, para que se haga dueño de nuestra conciencia, descubriéndole los vicios y virtudes, malas inclinaciones y buenas, hábitos, inspiraciones divinas y tentaciones. Esto se funda y apoya en aquel principio que arriba decíamos que era principio indemostrable, y como razón formal de nuestro Instituto, que es el deseo de nuestra mayor humillación; que de esto nace el holgarse de ser conocido y que sus faltas sean descubiertas, como dice Gregorio, in Moralibus: el primer efecto de humildad es querer que nuestras faltas sean descubiertas. De donde sacamos que, pues nuestro Instituto apoya tanto en este fundamento, toda doctrina contraria a él es muy ajena de nosotros y se ha de desterrar de la Compañía.

3. Para probar la importancia de esto, traeré algunos dichos de Santos, Institutos de Religiones y últimamente de nuestro Padre Ignacio.

Sea el primero Casiano, libro 4.º Institutionum, capítulo 9. Y no lo traigo el primero por ser más antiguo, o de más autoridad, aunque lo es de mucha, pues San Benito mandaba leerlo cada día, y los demás Santos hacen grande caso de él; sino por lo que dice en este libro 4.º Dice en el capítulo 1.º, que es tomado de las reglas e Instituto de los Tabensiotas, discípulos del gran Pacomio: el cual, haciéndole Dios maestro de aquellos monjes, le dijo: Señor, dadme Vos la Regla con que los tengo de regir y gobernar; y Dios le envió un ángel que se la dio; y fue tan estimada, que de ella se hace mención en escrituras eclesiásticas que hablan de aquellos tiempos; y San Jerónimo la trasladó en latín, para que los occidentales gozasen de tan gran tesoro. Dice, pues, Casiano, que a los que de nuevo entraban les proponían como primera letra del A.B.C., que todo lo que pasase por su ánima lo descubriesen a su Superior que llamaban Senior, por dos razones: 1.ª, para conocer si venían con verdadera humildad; la 2.ª, para que sus Superiores estuviesen seguros de que no sería engañado del demonio: aliter quippe subtilissimus diabolus illudere vel decipere iuniorem non poterit, nisi cum eum, sive per arrogantiam, sive per verecundiam ad cogitationum suarum velamen illexerit.

El 2.º lugar es del mismo Casiano en la Colación 2.ª de discretione, c. 10; de la cual el grande Antonio dijo primera, segunda y tercera vez ser la más necesaria virtud para caminar a la perfección. Dice, pues, Casiano, que esta discreción, que es de tanto momento, se alcanza con la humildad: «Omni igitur conatu debet discretionis bonum virtute humilitatis adquiri»; y en el capítulo 10: «Vera, inquit, discretio non nisi vera humilitate acquiritur, cuius humilitatis non fictae haec erit prima probatio, si universa, non solum quae agenda sunt, sed etiam quae cogitantur, seniorum referantur examini. Et paulo supra: Quae institutio non solum per discretionis viam iuvenem recto tramite docebit incedere, verum etiam cunctis fraudibus et insidiis inimici servabit illaesum». De manera que, para alcanzar la verdadera discreción, es necesaria humildad. Y así pasa que, aunque los soberbios se tengan por muy letrados; por faltarles humildad hacen mil necedades. Concluyamos con Casiano con aquellas palabras del capítulo 9, libro 4 de Institutis: «Generale et evidens iudicium diabolicae cogitacionis esse pronuntiant, si eam Superiori confundamur aperire». Por lo cual, cuando yo veo una cosa muy solapada, gran sospecha me da que no anda todo bueno; porque el demonio procura que no os descubráis para que no tengáis remedio; porque «qui male agit odit lucem». Para esto es a propósito lo que cuenta Doroteo (Doctrina 5) (et habetur, tomo 3, Bibliothecae Sacrae): que el gran Macario, discípulo de San Antonio y heredero de su doctrina y oficio, se encontró una vez con el demonio y le preguntó, cómo le iba con sus monjes; y respondió que muy mal, porque no entraba en ellos pensamiento malo, que no lo descubriesen luego a su Superior; pero que uno le era muy amigo: «Habeo unum ex fratribus tuis quem uti turbinem cum volo verso»: que lo hago andar al retortero. Y éste era uno que andaba encubriéndose a su abad.

San Juan Clímaco cuenta en el grado de la obediencia, que traían los monjes colgadas de la cinta unas tablillas donde escribían todo lo que por ellos pasaba para dar cuenta al Superior.

San Basilio en las Reglas fusius disputatas, 15, y en otra versión, parte 15, dice que convendría que los maestros preguntasen muchas veces a los mozos que tienen a su cargo, en qué están pensando: «ut, reprehensionem metuens, operam det ut absurdas istius modi cogitationes fugiat, seseque subinde ne in illis frequenter deprehendatur revocabit». El mismo -ibi-, habiendo tratado en la interrogación 25 del oficio del Superior, que es corregir al súbdito, proponiéndole delante la obligación que tiene de corregir a sus súbditos, sin disimularles falta alguna, so pena de grave miedo; trata luego, en el 26, del oficio del súbdito con su Superior en esta parte, con unas palabras las más graves que yo he visto en este Santo: «Quilibet eorum qui inferiores sunt, si quidem memorabilem ullam progressionem facere studet, et ad perfectionem vitae illius quae preceptis Domini nostri Jesu Christi est consentanea pervenire, eum nullum animi motum apud se ipsum celatum retinere oportet, sed mentis suae arcana aperire fratribus iis quibus datum illud negotium sit, ut adhibita facilitate ac misericordia, aegrotantes curent; hoc enim fiet ut et quod laude dignum sit in nobis confirmetur, et quod minus probandum, congruo remedio sanetur atque ex huiusmodi mutua exercendi inter nos consuetudine, per modicas accesiones ad perfectionem perveniamus». De estas palabras, aunque todas son muy dignas de ponderación, mucho más la que dice que, si queremos alcanzar alguna perfección, ha de ser por este camino.

4. También se colige la importancia de esto, de muchos Institutos religiosos antiguos, que con grande rigor ordenaron hubiese esta claridad de los inferiores para con los Superiores. Lo cual, si se guarda ahora en ellos o no, no me entremeto. A lo menos tienen regla de ello, que yo lo sé y lo he visto en libros de mucha autoridad. Ni es razón comparar la Compañía, que no tiene sino 45 años de servicios, con religiones que ha 500 ó 600 años que sirven a la Iglesia. Y así, aunque falten en algo, la misma antigüedad de servicios parece que les excusa, lo cual no ha lugar en la Compañía. Suelo yo traer a este propósito un ejemplo: un árbol, un castaño viejo, aunque esté lleno de gusanos y oruga, y aunque les quemen y corten medio lado, todavía está verde lo demás; pero un arbolillo, un gusanillo basta a marchitarlo.

Tienen, pues, los Cartujos una constitución, que, cuando entran de nuevo o se mudan de una casa a otra, o viene Superior nuevo, o han hecho ausencia larga, hagan confesión general. Y si la orden de la Cartuja, retirada, y que no tiene en qué entender sino el coro y su celda, usa de tanto rigor, ¿qué mucho es lo que pide la Compañía, habiendo de estar en medio del mundo con tantas ocasiones?

En la Orden Cisterciense, donde fue abad San Bernardo y Estéfano, los cuales la fundaron, hay regla que, no sólo al entrar, pero cada año se confiesen con su abad de todo lo confesado en otras confesiones que con los aprobados y señalados por su abad han hecho; y en un capítulo general mandaron, «sub excommunione latae sententiae», que así se hiciese. Éste sí es rigor; que lo que pasa en la Compañía es cortesanía y suavidad. Acerca de esto pasó una historia: que Sixto IV, habiendo aprobado esta Constitución, les concedió a los que se hallasen en el Capítulo, que pudiesen elegir confesor que les absolviese de todos los casos reservados de su Orden. Los capitulares, entendiendo mal el privilegio, dijeron que no estaban obligados a confesarse con su Superior, pues estaban absueltos por confesor que tenía autoridad apostólica. Entendiendo esto Sixto IV, declaró una Bula (que yo he visto y anda impresa con los privilegios antiguos de esta Orden) que no había sido su intención mudar regla tan importante; y así, se guardase la costumbre de dar cuenta de todo al abad, instituida por los santos fundadores y aprobada por la Sede Apostólica y guardada siempre inviolablemente. Después Pío II, tratando de la reformación de esta Religión, que había remitido el fervor por las riquezas y otras ocasiones, mandó se guardase esta constitución a la letra, dando cuenta a sus Superiores, aunque no fuesen abades (los cuales algunas veces no tenían, por darles encomiendas y otras dignidades); y en el dicho decreto se da la razón de esto «ut cognoscat vultum pecoris pastor et ei mederi possit».

5. Esto es de otros Institutos; vamos ahora a nuestro Padre Ignacio, a quien Dios nos dio por pastor y maestro, y oigamos su voz en los Ejercicios, dados por la mano de Dios, como la regla de San Pacomio, para que fuese fundador de esta religión, y con ellos, de mano en mano, se fuese comunicando este espíritu en la gente que en ella se criase para servicio de la Iglesia. En la 13 Regla de las primeras que hace para discernir espíritus (las cuales viendo muchos de los que murmuraban de los Ejercicios, en llegando allí no pudieron decir más sino que verdaderamente nuestro Padre era dado para maestro del espíritu, por ser de lo mejor que hay escrito en esta materia y muyconforme al sentir de los Santos), dice, pues: Obnixe satagit adversarius ut anima quam circumvenire cupit aut perdere, fraudulentas suas cogitationes teneat secretas; indignatur vero maxime et gravissime cruciatur si cui molimina sua detegantur». Podemos dar la razón de esto con unas palabras admirables de Casiano, libro 4.º Inst. coenobiorum, capítulo 10: «Illico namque ut patefacta fuerit cogitatio maligna, marcescit, et antequam discretionis judicium proferat, serpens teterrimus velut e tenebroso ac subterraneo specu virtute confessionis protractus ad lucem ac traductus quodam modo ac dehonestatus abscedit; tandiu enim suggestiones eius noxiae dominantur in nobis quamdiu celantur in corde».

En el cuarto capítulo, Examen, § 35, encarece nuestro Padre la importancia de esto con las más graves palabras que en las Constituciones se hallan, apoyándolo con razones muy fuertes, diciendo cuánto lo había pensado y encomendado a Dios, lo cual en otras cosas, aunque de mucha importancia no hizo. Para la regla de que estemos indiferentes a cualquier grado, sólo la apoya en decir que reconozcamos en el Superior a Cristo Nuestro Señor; tratando que seamos contentos que nuestras faltas sean descubiertas al Superior, no trae otro apoyo sino «ad maiorem submissionem et humilitatem propriam». Pero en ésta, entra diciendo que, habiendo considerado este negocio, ha parecido delante del acatamiento de la Divina Majestad, que conviene en gran manera que los súbditos se den totalmente a conocer a sus Superiores; y esto por tres razones: la 1.ª, «ut melius regi et gubernari possint»; la 2.ª, para que, conociéndolos interior y exteriormente, los puedan apartar de las ocasiones y peligros en que podían caer, poniéndoles los Superiores en éste o en otro puesto por no saber sus vicios y malas inclinaciones, y cuánto sea el caudal y suficiencia de virtud; la 3.ª, para que, mirando en todo por su honra, sin tocarle en esto al pelo de la ropa ni infamalle, puedan mirar por el bien universal de todo el cuerpo de la Compañía. Esto repite, aunque de paso, en la 3.ª parte, capítulo 4.º, § 12. Y estaba tan lleno nuestro Padre de este sentimiento, que en la cuarta parte, capítulo 10, tratando de que no tuviesen los escolares arca ni otra cosa cerrada, junta: «ne conscientiam quidem propriam», aun pareciendo que no venía a propósito. Lo mismo, en la sexta parte, capítulo 1.º, § 2: «ut nihil ex internis vel externis eos celent», etc.

6. Veamos ahora con qué razones se prueba esto: La 1.ª, nace de la sustancia y naturaleza de la religión: porque vos sois súbdito religioso y él es Superior religioso. ¿Basta eso? Sí, esto basta. ¿Qué es ser Superior? Que está obligado a gobernaros y a corregiros; y, si no os conoce, no puede hacer esto. Qui ignorat vulnera non sanat. Y vos también, el fin que pretendisteis cuando entraste en la religión fue, el ser enderezado y corregido; porque el hombre por sí sólo no puede hacer esto. Dijo esto admirablemente San Basilio in Constitutionibus monasticis, capítulo 23: Illud firmissime tenendum, rem omnium esse difficillimam seipsum cognoscere et curare, propterea quod naturaliter se quisque amat et quilibet in veritatis judicio fallat. Porro ab alio cognosci curarique facile est, cum iis qui ceteros judicant, ad discernendam veritatem nequaquam obstet amor sui ipsorum». Ser éste el oficio del Superior, se dice en las Bulas y en nuestro Instituto: «Ut eos ad perfectionem dirigat».

La segunda razón es ser la religión un trato entre Dios y el religioso y obligación entre los dos, como lo dice Inocencio III en una decretal suya: que es el voto de religión como contrato: por lo cual el súbdito tiene obligación de entregarse todo a Dios y al que Dios tiene puesto en su lugar, para que haga de él lo que más conviene; y Dios da su palabra de gobernarnos por medio de este hombre. Y así, cuando huís de este Superior, no huís de Pedro ni de Francisco, sino del mismo Dios.

La tercera razón es, porque querer el súbdito ser guiado de Dios sin descubrirse al Superior, es querer que Dios coopere con su imperfección. ¿Por qué, hermano mío, pregunto yo no quieres declarar al Superior tus imperfecciones? -Padre, yo lo diré: Yo le digo a V. R. la verdad, que no es otra cosa sino una poca de honrilla.- Pues, hermano mío, si no quieres aprovecharte de la resina que hay en Galaad, ni guardas la fidelidad que debes con tu pastor, ¿cómo quieres que Dios remedie tus llagas y enfermedades?

Los efectos que de esto nacen son: inquietud de conciencia, amargura, melancolías, temor de ser descubierto, andar temblando si el que lo vio u oyó lo ha de sindicar, no osar parecer delante de los Superiores. De todo esto es causa el demonio, que pone en tu alma esta doctrina; y así, da lo que tiene: él es tinieblas, tú andas a oscuras; él, la melancolía, tú andas melancólico; él está como está, y tú como estás.

7. Concluyamos con el fin y paradero de los tales, en lo cual puedo hablar como quien tiene larga experiencia de esta materia; porque yo me he hallado en muchas partes, tratando con muchos, dentro y fuera de la Compañía; y puedo decir que, de ciento, los noventa han salido por andarse solapando; y ellos mismos me lo han manifestado: Padre, ni fue mi madre, ni mi hermana quien me sacó de la Compañía, sino haber andado años con esta inquietud de conciencia hasta dar con todo en tierra. Y así, cuando vemos que columnas muy fuertes dan en tierra, es porque ha mucho que se iban desmoronando. Esta ciencia experimental me confirmó Doroteo, que me holgué hallar en él lo que la experiencia me había enseñado. Dice en aquella doctrina 5: Cum ullum senseris concidisse, scito nullam aliam posteriorem causam intervenisse quam quod cordi suo credidit, quod se ipsum instituit». Y afirma que ninguno de cuantos vivían con aquel abad Macario que decíamos, había sido engañado, sino aquél que no se quería manifestar a su Superior; el cual, luego que se manifestó, fue remediado. Y con razón; porque los que andan en verdad, la verdad los librará. Y ésta es una cosa muy cierta: que los que de esta manera faltan del servicio de Dios y la Religión, son después muy más peores, porque aquella sangre mala que tenían en la Religión no puede dejar de criar malos humores. Y así dice San Agustino et habetur 47 distinct. c. Quantumlibet: «Sicut difficile sum expertus meliores quam qui in monasterio profecerunt, ita non sum deteriores expertus quam qui in monasterio defecerunt». Y dícelo esto con una aseveración que, cierto, es cosa que espanta. Y todo esto viene por andar el hombre con bolsillos, recelándose de su Superior y no descubriéndole sus llagas, para que les ponga el remedio conveniente. Por lo cual, quien no quiere venir a estos fines guárdese de aquellos medios.




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Plática 9

De la confesión general y de seis meses


Tratamos en la plática pasada de la importancia de la sinceridad y claridad con que debemos tener patentes nuestras conciencias a los que, en vez de Dios, nos gobiernan y enderezan en el camino de la perfección. Tratemos en ésta, en particular, de la confesión general que se hace al principio, cuando entra uno en la Compañía. Y no es mi intento ahora hacerme sumista y tratar casos de conciencia, y de las partes de la confesión, sino suponer eso, pues tratamos con gente espiritual: scientibus enim legen loquor.

1. Esta confesión general quiere nuestro Padre que se haga luego en entrando en la Compañía, como lo dice en el Examen, capítulo 4, § 10, y 41. Pero luego se ofrece aquí una dificultad: que nuestro Padre dice, en la primera parte, capítulo 4, que en la primera probación se ha de hacer esta confesión general; y en el Examen capítulo 4, dice que se ha de hacer en los Ejercicios de la primera semana, los cuales se hacen ya en la segunda probación. En esta última Congregación se trató cómo se han de concertar estos dos lugares; y la resolución está en el Can. 78 y en la Regla 23 del Maestro de Novicios.

En todas las religiones se ha usado esta confesión general; y los Santos aconsejan a los que de nuevo comienzan a servir a Dios y quieren hacer de veras asiento con Él, que con esta confesión general ajusten cuentas de los pecados de la vida pasada, y las rematen con Dios Nuestro Señor. Así lo dice San Buenaventura, 1 p. Speculi; y nuestro Padre en el Examen, capítulo 4, § 41, da la razón: propter multiplicem spiritus utilitatem, quae in ea deprehenditur. Estos provechos pone en los Ejercicios. El primero es para alcanzar dolor y sentimiento de los pecados; porque, tomándolos así en junto, se sienten más, y pondera el hombre mejor la gravedad de ellos; y haciendo a de ellos un hacecillo (como hacía San Pelaglo), los pone delante de Dios con grandísima confusión y dolor. Lo segundo, aprovecha, para que con la nueva luz que Dios va dando, conozca la malicia y deformidad de los pecados. El tercero es, para que se suplan las faltas de las confesiones pasadas. Porque el hombre, cuando estaba allá fuera, metido en pecados y aficionado a los vicios, por maravilla hace propósitos de veras de la enmienda; y así, más parece decir con la boca que le pesa que no con el corazón; y así, para remediar los daños pasados y acertar y reparar tantos desaciertos, y para quedar recatado en lo de adelante, conviene volver de veras sobre su conciencia.

Y no se pretende con esto que los escrupulosos anden yendo y viniendo, y revolviendo cosas de la vida pasada, desenvolviendo cosas viejas, andando con inquietud de conciencia, tratando siempre en hierro viejo, lo cual nace de falta de conocimiento de la largueza y liberalidad de Dios Nuestro Señor. Andad vos, hermano mío, delante de nuestro Señor con verdadero deseo de servirle y con un corazón entregado a su Divina Majestad; y quitad escrúpulos de si me confesé, no me confesé; que eso es andar con Dios con titulillos; y si comenzáis a hacer caso de un pecado, por quietar ese escrúpulo nacerán ciento; porque son como la hidra, que, cortada una cabeza, nacían diez. Y conviene con tiempo remediar esto, y no dar lugar en nuestra alma a estos escrúpulos; porque son una carcoma del alma, y consumidores y gastadores del espíritu, y remordimiento de la conciencia y desasosiego de la paz interior.

Verdad es que los siervos de Dios, en algunas ocasiones, suelen hacer confesión general de la vida pasada, para disponerse para recibir abundancia de gracia de Nuestro Señor, como cuando uno ha de pasar a las Indias, entra en estado o oficio nuevo, como lo hizo nuestro Padre cuando hubo de decir la primera Misa y cuando lo hicieron General.

3. De estas confesiones se saca, lo primero humillación; porque, viendo el hombre quién ha sido para con Dios y el desagradecimiento que ha tenido para sus beneficios, cuán desconcertadamente ha vivido, con cuánta soltura ha dado rienda a sus apetitos, luego se humilla y se abate. Y si alguno ha sido preservado, tiene no menos por qué humillarse y qué agradecer a nuestro Señor. Porque mucho debe quien, después de haber caído y héchose indigno de la gracia de Nuestro Señor, ha sido perdonado y vuelto a ella; y mucho quien fue preservado para que no cayese, pues lo uno y lo otro es merced y beneficio de Nuestro Señor, como dice San Agustino: «Misericordiae Dei debeo quaecumque peccata non feci; nam si adulter non fui, ut non essem tu fecisti». Y en los Soliloquios, c. 15: Scio, Domine, quod nullum est peccatum quod unquam fecerit homo, quod non possit facere alter homo, si Creator desiit a quo factus est homo. De este conocimiento de los pecados nace, que, cuando el hombre se ve favorecido de Dios y que es el mismo que ahora diez o veinte años, y que por la misericordia de Dios, no hace ahora lo que entonces hacía, humíllase y deshace la rueda de la vanidad, mirándose a los pies de los pecados de la vida pasada, como dice David: Peccatum meum contra me est semper; y agradece a Nuestro Señor el haberle sacado de ellos. Y así dice con San Pablo: «Minimus sum omnium apostolorum, et non sum dignus vocari apostolus», porque he sido blasfemo; y si ahora no lo soy, es por la gracia y merced de Dios: nam gratia Dei sum id quod sum.

4. Lo segundo se saca que, viendo las muchas deudas que tiene y lo mucho que le queda por pagar por los pecados de la vida pasada, y la obligación que tiene a Dios nuestro Señor por le haber sacado de ellos, se da prisa a servirle, y anda en el camino de la perfección con paso tendido, y pone todo su cuidado en servir a un Señor que lo ha hecho tan bien con él. Y así, la consideración de los pecados sirve de espuela para despertar este animal lerdo, cuando anda perezoso en el servicio de Dios: nam cui multum dimittitur, multum diligit; que en este sentido lo explican muchos, y a mi parecer bien; porque quien se conoce tan deudor, todo lo que antes empleaba en servicio del pecado, lo emplea en el servicio del Señor, como dice San Pablo (Rom., 6): Humanum dico propter infirmitatem carnis vestrae: sicut enim exhibuistis membra vestra servire inmunditiae et iniquitati ad iniquitatem, ita nunc exhibete membra vestra servire iustitiae in aedificationem. A este propósito cuenta San Juan Clímaco de un religioso que habiendo servido a Nuestro Señor en un monasterio algunos años, le fue revelado que sólo le habían perdonado un muy pequeño espacio de tiempo del que había de estar en purgatorio por sus pecados; y él, afligiéndose por la gran deuda que le quedaba por desquitar, se fue a otro monasterio donde no era conocido y sirvió en los oficios más bajos y humildes con gran fervor y devoción; y después, le fue revelado que ya había pagado por entero.

5. Lo tercero, el que anda con verdadero sentimiento y conocimiento de lo que por sus pecados merecía, todas las cosas, por dificultosas que sean, se le hacen fáciles; porque cualquiera mortificación que le venga le parece que la merece; todo lugar y puesto le parece que le viene ancho. Y esta consideración es muy usada de los Santos. Muchos Padres de los nuestros la traían siempre delante de los ojos: particularmente me he acordado del Padre Francisco de Borja, el cual siempre andaba con esta consideración de que estaba en el infierno a los pies de Judas; porque le parecía que no había otro lugar más bajo que aquél, ni otro que mejor le mereciese. Y siendo Comisario General en España, un Jueves Santo, considerando a Cristo a los pies de Judas, pareciéndole que por haber estado Cristo en aquel lugar ya era él indigno de estar en él le dio un desmayo que parecía haberle faltado el espíritu. Esta consideración es muy propia para el oficio que tenemos de tratar con pecados y pecadores. ¿Qué oficio piensan, Padres y Hermanos carísimos, que tenemos en la casa de Dios? Oficio tenemos de cirujanos, que habemos de traer siempre la tienta en la mano y la trementina, y no hay buen cirujano sino quien tiene larga experiencia de las heridas. Y ésta es una grande verdad, que el que tiene verdadero conocimiento de sus pecados, ése sabe darlos a ponderar a los otros. Pues, commissum est nobis ministerium reconciliationis: y como dice San Benito, aquél es buen maestro el que ha experimentado en sí lo que ha de enseñar a los otros; qui sciat curare vulnera sua.

6. No hay cosa de que más necesidad tenga hoy el mundo que de conocer la gravedad del pecado y cobrarle aborrecimiento; porque de la costumbre que hay de pecar han venido ya los hombres a no hacer caso de ellos: Peccavimus: ¿quid accidit nobis? Antes se glorían de ellos, et peccatum suum sicut Sodoma praedicaverunt (Isaías, 3). Dícelo admirablemente San Agustino in Enchiridio ad Laurentium, c. 79: Peccata quamvis magna et horrenda, cum in consuetudinem venerint, aut parva aut nulla esse creduntur, usque adeo ut non solum occultanda verum etiam praedicanda ac diffamanda videantur. Así que esto es lo que más necesidad tiene de remedio; porque, como dice San Próspero, poculum iam confectum est; no falta sino quien le quiera tomar. Medicinas hay de sacramentos, pero no hay quien los quiera. Y para dar a ponderar esta gravedad del pecado a los hombres, se ordenó un decreto en el Concilio Agath: que, cuando alguno hiciese algún pecado grave, se pusieran los eclesiásticos luto, y le sacaran cubierto con ceniza la cabeza, y se reconciliase a la Iglesia solemnemente, para que, viéndole el pueblo, tuviese horror del pecado: c. In capite, D. 50: ut videntes Ecclesiam pro facinoribus tremefactam, ipsi non incipiant parvi pendere poenitentiam.

Con todo eso, no tengo por bueno andar un hombre dudando si me ha perdonado Dios, si estoy predestinado. Hermano, déjate de esos pensamientos: haz lo que debes para que te perdonen, como dice Contemptus mundi, y déjate de esas inquietudes.

8. Causa también este sentimiento de los pecados compasión de los pecados ajenos, como dice Basilio in reg. brev., interrogat. 26: compassionem horrore plenam. Hay algunos que tienen los corazones duros cuando tratan de faltas ajenas. ¡Válame Dios! Si vieras una carnicería de hombres, dice San Basilio -como la hay ahora en esas partes de las Indias donde comen carne humana-, ¡qué horror y confusión te causara! Pues la misma carnicería de almas hace el demonio en medio de esas plazas: tantos perjurios, tantas deshonestidades, tantas maneras de vicios, que es nunca acabar contarlos. ¿Cómo no se quiebra el corazón, viendo almas redimidas con la sangre de Jesucristo en tantas miserias? Pues mete la mano en tu pecho, y verás que, por ventura en otro tiempo, andabas tú en los mismos o otros mayores pecados, y por la misericordia de Dios no estás ahora en ellos. Este sentimiento tenía David cuando decía: Iniquitatem odio habui et abominatus sum; y en otra parte: Vidi praevaricantes et tabescebam. Porque, como el hombre va teniendo cada día más conocimiento de sí y de las obligaciones grandes que tiene de servir a Dios y que todas las criaturas le sirvan, dale grandísimo dolor de los deservicios que se le hacen, y de los que él con sus pecados le hizo, y no haberle servido como Él merece. Por lo cual se vuelve contra sí con deseo de vengar las injurias hechas contra Dios: y viendo que aún tiene dentro de sí las pasiones vivas que cada día le ponen a punto de perderle, vuélvese contra ellas, según el consejo del Apóstol. Mortificate membra vestra; y acordándose de su miseria y flaqueza y que aun todavía no está seguro de volver a pecar, y que lo que ve hacer a aquél hoy, puede ser que lo haga él mañana, porque hodie mihi et cras tibi, no se atreve a juzgar mal de nadie ni hablar de faltas ajenas con desprecio, antes se compadece de ellas, porque no le castigue Dios, como lo puede hacer, dejándole caer en las mismas faltas, que en el otro vido, como dice Casiano (lib. 5, de Instit.): eisdem causis ac vitiis compertum esse monachum obligari, in quibus de aliis judicare praesumpserit.

San Ambrosio (libro 2, De poenitentia), dice que decía a Nuestro Señor: Vos me sacasteis de ser procónsul y de gobierno de república, y me hicisteis Obispo, y he padecido muchos trabajos por vuestro amor; en pago de todos ellos, no os pido más sino que me déis compasión de los pecados de mis prójimos, porque ésta (dice) est summa virtus sacerdotis: y esto es lo que habemos de pedir a Nuestro Señor.

8. Aquí es de advertir que hay personas que andan siempre hechos lloraduelos, metidos en la consideración de sus pecados sin levantar los ojos al cielo, sino como Absalón, que, aunque estaba en la casa de David, su padre, no le había visto el rostro. Otros al contrario, en echando una lágrima, les parece que tienen a Dios del pie, y verlos heis tan engreídos y despreciadores de los otros; y luego se hacen maestros de espíritu.- Lo uno y lo otro es malo. Lo que conviene es tomar un medio y guardar aquel consejo: In die bonorum memor esto malorum; memento paupertatis in tempore abundantiae. Dice Bernardo que conviene mezclar lo uno con lo otro, para que, con el sentimiento de los pecados, no se caigan las alas del corazón, y con los favores de Dios no se ensoberbezca el alma. Por eso es bueno, al principio de la oración, comenzar por el conocimiento de los pecados: lustus in principio accusator est sui; pero no escarbando mucho en ellos. Luego, Nuestro Señor levanta al conocimiento de su bondad y de la confianza que debemos tener en Él; que es lo que dice el Sabio: Mejor es el fin de la oración que el principio. De esta manera va nuestro Señor tratando a sus siervos; unas veces dándoles consuelo, otras quitándoselo y dejándoles con sequedad: ad vesperum demorabitur fletus, et ad matutinum laetitia, para que unas veces reconozcan su flaqueza y otras la bondad de Dios y su liberalidad. Y esto baste de la confesión general de toda la vida.

9. Acerca de las confesiones que se hacen cada seis meses, es de advertir que no es esto sólo de la Compañía ni cosa nueva de religión, pues sabemos que San Buenaventura, en las reglas de los novicios, capítulo 3, y en la segunda parte Speculi, aconseja este modo de confesión. Y en las crónicas de los Predicadores, siendo Provincial Alberto Magno, ordenó en su provincia (de donde lo tomaron las demás), que, una vez al año, diesen todos cuenta de su conciencia al prior; cosa bien diferente de lo que escriben ahora algunos de su Orden, que aun no saben lo que tienen en ella.

Los provechos de esta confesión son grandísimos, porque de ahí nace el conocer el hombre su aprovechamiento, comparando su vida de ahora con la del año pasado; y esta comparación importa mucho, como dice San Basilio en la homilía 4. De aquí nace también la discreción, cosa tan necesaria, como decíamos los días pasados, porque advirtiendo un hombre lo que pasa dentro de su alma, el trato que Dios tiene con él, sabe encaminar a los otros, conoce sus pasiones y las de los otros; porque en estos primeros movimientos todos somos locos, cuál más, cuál menos; en los segundos hay diferencia según el aprovechamiento de cada uno, pero en los otros, ninguna o muy poca. Conócese también la pasión que más guerra hace, conociendo las faltas en que más veces ha caído; que es como conocer el humor que predomina, que es gran bachillería de medicina. Y ésta es una gran verdad que la habrán advertido muchas veces: que las faltas no se echan de ver tanto luego que se hacen, porque aún dura la pasión que les tiene ciegos, como después de algún tiempo, estando ya, como dicen, la sangre fría; entonces se espanta el hombre y dice: ¿Es posible que yo hice aquello? Ya le parece niñería lo que antes le parecía bien. Allégase a esto el hacerse estas confesiones en tiempo de renovación de votos, donde el hombre hace reseña de las mercedes que de Dios tiene recibidas; y así, viéndose por una parte tan obligado, y por otra, que de suyo no tiene sino faltas, confúndese delante de Nuestro Señor y anímase a la enmienda, no mirando cuál es, sino cuál debía de ser quien tantas mercedes tiene de Dios recibidas.

10. Concluyamos con aquellas tres palabras de nuestro Padre en el Examen, capítulo 4, § 41. Comenzando a tratar de estas confesiones, dice así: Continuum puritatis ac virtutum augmentum et inflammata in Domino desideria multum in hac Societate divinae maiestati serviendi, procurando. Continuo dice que ha de ser, incansable, el aumento de limpieza y puridad y las demás virtudes. Tres maneras de puridad: de pecados, de afecciones y de pensamientos. La de pecados, claro está que todos la habemos de tener; las afecciones habemos de procurar ir, cada día más, desarraigando de nosotros con la mortificación, sacando siempre con la bomba el agua turbia que va haciendo nuestra alma, que, como una postema podrida, anda siempre por todas partes brotando podredumbre; porque, como dice Casiano, collatione de fine poenitentiae: Tunc demum pro praeteritis satisfecimus peccatis, cum ipsi motus atque affectus per quos poenitenda commisimus fuerint de nostris cordibus amputati. Aun hasta en los pensamientos habemos de procurar limpieza, la cual no es imposible; porque, cuando las pasiones están sosegadas, no se levantan tantos pensamientos desordenados: como dice Casiano, Collatione de fine poenitentiae, cap. 10: Isto etenim curationum remedio ad oblivionent quoque admissorum criminum sinc dubio pervenitur.

Dice N. P. aumento de virtudes continuo: que no nos contentemos con virtudes niñas, andando siempre en pañales, sino procurando virtudes más sólidas, como dice 10 p., c. 2; y crecer cada día más en los inflamados deseos de más y más y a todo esto nos ayudan estas confesiones.

11.- Pues, Padre, ¿cómo se han de hacer estas confesiones? -Hermano, como delante del tribunal de Cristo, que todo lo ve: Omnia nuda et aperta sunt oculiseius. ¿No vais al confesor que está en lugar de Cristo Nuestro Señor? Si no mirad lo que dice: Ego te absolvo. Eso, ¿puédelo decir otro que Cristo, o quien tiene su autoridad? Pues yendo a tal tribunal, mirad la puridad con que habéis de descubrir vuestra alma, y la sinceridad con que habéis de mostrar todas vuestras llagas, para que sean curadas, y no guardar faltas fiambres para la otra vida, como decía uno; que estáis delante de un juez que, el día del juicio, ha de escudriñar a Jerusalén con candelas, y a las buenas obras ha de dar mil vueltas, examinando las faltas e imperfecciones que tuvieron.- Y siendo esto una cosa que tanto estima nuestra Religión y cosa tan sustancial de ella, debemos nosotros tomarlo muy de veras y hacerlo con perfección, no guardando bolsillos, sino haciendo alarde de nuestras almas; no diciendo «distingo», y «distingo» lo otro.

-Pues, oh Padre, que no puedo entenderme ni penetrar mi corazón.- Yo bien lo entiendo así, hermano, que el corazón del hombre es inescrutable: pero decidlo vos como lo sentís, para que el Superior os pueda gobernar, y vais creciendo en virtud y en el servicio de Nuestro Señor; pues, como decíamos, de aquí nace aquel continuo aumento de puridad con los fervorosos deseos de servir a quien tanto debemos y tanto nos perdona. Y esto es una muy gran verdad, que, así como es muy provechoso para conseguir estos bienes el hacerla con la verdad y claridad que nos pide nuestra regla, así el hacerla como por cumplimiento y sin esta claridad suele hacer muy grande daño y valdría más no hacerla; y tened por cierto que ese solapar vuestras faltas lo vendréis a pagar tarde o temprano.

12. Lo segundo, es una razón que oí al Padre Nadal, cuando vino con autoridad de nuestro Padre Ignacio a publicar las Reglas a España. Decía el buen Padre: ¿A quién pensáis, hermano, que engañáis, cuando en una cosa de tanta importancia de nuestra Religión no guardáis sinceridad y verdad? Porque eso, ¿qué es sino mentir, pues no decís lo que el Superior os pregunta? No engañáis, cierto, a otro que a Dios. ¿No lo dijo así San Pedro a Ananías y a Safira, que habían engañado al Espíritu Santo, y había pasado el negocio consigo? Pues creedme, hermano, que, si una y otra vez engañáis al Superior, encubriéndoos, creedme que vos, vendréis a dar con grave daño de vuestra alma en grandes inconvenientes que os vengan a quitar la estabilidad de vuestra vocación. Y no tratamos ahora si es pecado o no, porque tratamos con gente espiritual, para los cuales bástales saber ser este grande medio para la perfección, muy estimado de nuestra Religión, para que con toda voluntad lo abracemos nosotros y lo usemos con toda perfección.




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Plática 10

1. Dicho de la confesión general y de cada seis meses, diremos ahora de la de cada semana para los Hermanos, lo cual se puede aplicar a las que los Padres hacen más a menudo según su devoción.

De ésta trata nuestro Padre en la regla 6.ª y 7.ª, adonde dice que los que no son sacerdotes se confiesen cada ocho días; y que tengan un confesor firme; y, si por ausencia se confesare con otro, después le dé cuenta de lo más notable, para que el confesor tenga plena noticia de su alma. En estas dos cosas, lo mismo dice San Buenaventura, en el c. 3, pte. 2, Speculi. Diferénciase en la 1.ª, porque él dice que se confiesen dos o tres veces cada semana, y para algunas personas les serían conveniente, como si se sintiesen con particulares tentaciones, y se entiende que la frecuencia de este sacramento podría aprovechar; pero el modo común u ordinario es el que nuestro Padre pone de cada ocho días.

De esta confesión diré algo, breve y caseramente, como suelo.

2. El primer punto sea que esta confesión no se puede hacer bien como se pide, si no se hace bien el examen cotidiano de la conciencia, por lo cual junta nuestro Padre la regla del examen con la de la confesión; porque nuestras confesiones no se han de hacer groseramente, sino debemos hilar delgado; y para conocer nuestras faltas en particular, es necesario el examinarlas, porque no hay conocimiento de culpa, si no hay examen. Pregunto yo: Hermano, ¿qué es la causa que usáis de tanto ripio en la confesión? Quiérome declarar más: ¿qué es la causa que siempre confesáis generalidades, que no parece sino que lleváis la confesión estampada en molde, que, en acabándoos de confesar, podríades con verdad volver a decir las mismas faltas? Ésta es la causa: que no sois dueño de vuestra casa, no conocéis los escondrijos de vuestra conciencia, porque no la examináis como debíades, sino tomáis las cosas a carga cerrada: allá lo envuelvo todo.

También nace esto de que, como hijos legítimos de Adán, no tenemos ánimo para descubrir nuestro corazón; y así, cubrímonos con hojarascas de generalidades; parte me encubro, parte me descubro; en llegando a cosa que me duela y pierdo honra, ando a buscar paliaciones o déjolo, diciendo «no estoy obligado»; con esto cumplo.- Pues, hermano mío, esas generalidades no son materia de confesión para salir de ella con el aprovechamiento que conviene; y así, decid lo particular que por vuestra alma pasa, que lo demás es andar a buscar honra donde venís a humillaros; acusándoos os excusáis; reprendiéndoos os alabáis; viniendo a descubrir vuestras faltas, las disfrazáis y encubrís, para que el confesor os tenga por bueno o por no tan malo como sois, olvidándoos a qué venís y delante de quién estáis, no haciendo cuenta que estáis como reo delante del tribunal de Cristo.

3. Lo segundo, yo me temo que algunas veces nos llegamos con poca reverencia a este sacramento; lo cual es falta común de los que con poca consideración frecuentan los sacramentos y viven con tibieza. Son como sacristanes de aldea, que, al principio, quitaba la gorra cuando pasaba delante de las imágenes y les tenía reverencia; y después, con la mucha conversación, viene a perderla. Así pasa, que, con mucho frecuentar la confesión, vienen algunos a perder aquel temblor con que al principio se llegaban; y me parecen como unos hombres que hay guácharos y enfermizos, que no hacen sino encharcar el estómago con purgas y jarabes, a los cuales suelen decir los médicos: No uséis, señor, de tantas medicinas que perderá la naturaleza y el estómago el horror que les tiene, y vendrá a tomarlas como cosa natural, y así no vendrán a hacer su efecto. De esta manera suele acaecer a estos que toman la confesión por cumplimiento, que no les es tan provechoso y tan eficaz remedio el de la confesión como les suele ser a los que se allegan a ella como deben. Porque pregunto yo: ¿qué provecho queréis sacar de la confesión, si, acabando de charlar y reír, os vais a poner a los pies del confesor sin más consideración de que vais a ser sentenciado, sino por decir: confesar tengo, quiero echarlo aparte?

4. También me temo que algunas veces no se saca este provecho por falta de propósito; porque, acabando de confesarme y reprenderme, de ahí a la media hora me vuelvo a las mismas faltas de que me confesé. Y de esto es la causa, como decíamos, el ir las confesiones como estampadas de molde, como supe yo del otro, que le hallé con una confesión que había sacado de un libro, y cada mes se confesaba como estaba allí escrita al pie de la letra. Pues, ¿qué propósito de enmienda se puede sacar de aquí, sino quedarse toda la vida las mismas faltas sin enmendarlas, como algunas enfermedades que dicen algunos médicos que son incurables et nobiscum commoriuntur?

-Pero diréisme: Padre, muchas faltas hay que no puede el hombre dejar de caer en ellas, sine quibus haec vita non transigitur.- Hermano, es verdad; pero yo os doy mi palabra que, si os recatásedes, y examinásedes bien vuestras faltas, tuviésedes verdadero propósito de enmendarlas, que, a lo menos, habría mengua en ellas. Si a vos de verdad os lastimase el veros tan distraído en la oración, el tiempo que perdéis, etc., yo os aseguro que alguna enmienda hubiese; y de no hacerse esto, viene a cumplirse en vos lo que dice Job: Bibit quasi aquam iniquitatem.

El remedio es tomado de la misma institución del sacramento, que es, recibirlo como se debe, repreendiéndose el hombre por sus faltas, confundiéndose de ver cuán mal sirve a quien tanta obligación tiene, reconociendo las misericordias de Dios y sus miserias, llevando firme propósito de enmendarse; y de tal manera, que el sacramento le sirva de espoleada para salir de flojedad, para que tenga efecto en nosotros la eficacia de este remedio.

Muchas cosas pudiera decir aquí de la verdad de este sacramento: no hay por qué. Y cuánto sea necesario, Nuestro Señor lo ha confirmado con milagros, de los cuales hay muchos en Pedro Cluniacense contemporáneo de San Bernardo. Éste escribió dos libros de miraculis sui temporis, donde cuenta muchos ejemplos de castigos de Dios sobre personas que se han llegado con poca reverencia a este sacramento. Holgara que este libro lo viéramos todos.

En lo que toca al modo de confesar, lo que me parece más a propósito es un tratadillo de San Buenaventura, que anda con nombre de Santo Tomás; que otras doctrinas no son tan a propósito para nuestro modo.

5. Pasemos a lo del examen, del cual podemos tratar de dos maneras: la primera, como medio para la confesión; la segunda, como medio necesario, junto con la oración, para la purificación del alma. De éste trataremos cuando tratemos del trato interior; del primero trataremos aquí, donde dice nuestro Padre: «omnes utantur examinatione consueta». Dice consueta porque ha de ser dos veces al día y porque ha de ser particular y general. De este examen hace tanto caso nuestro Padre que casi hace más caudal de él que de la oración mental; porque, en la 4.ª parte, capítulo 4.º, § 3 et 4, pone que dos veces se haga este examen; y de la oración mental habla allá en una declaración; y aunque aquí habla sólo con los escolares, pero ya (por quitar alguna diversidad que en algunas cosas ha habido en la Compañía) tenemos regla que nos obliga a todos en cualquier lugar, en el colegio, o casa, o fuera de él.

No es maravilla que nuestro Padre haga tanto caso del examen, pues todos los Santos lo hacen, como Bernardo, Basilio, Buenaventura, Casiano. Buenaventura dice (Speculum, plática 2, cap. 1), que es el más eficaz y necesario medio para la vida espiritual. Y aun los gentiles lo conocieron, pues Pitágoras, en los avisos de Filolao, pitagórico, hallamos que aconsejaba que examinase cada noche sus obras; qué hice, cómo lo hice y qué dejé de hacer. Lo mismo Plutarco, Epicteto, Séneca. Este modo de examinar sus obras es propio del hombre que usa de razón: porque, así como excede a las bestias en determinarse él a sus operaciones, así también en hacer reflexión sobre ellas y reconocerlas; y, como es propio del hombre obrar por algún fin, así el mirar si la obra fue proporcionada para el fin que pretendía. Así lo decía nuestro Padre, que quien no considera sus obras y se examina, no es hombre, porque le falta el uso principal de la razón, que es tomar residencia de sus obras.

6. Sácanse grandes provechos del examen: porque en él gana el hombre un verdadero conocimiento de sus faltas. Éste es aquel conocerse a sí mismo, venido del cielo; aquí reconoce el hombre lo que Dios hace con él; confiesa sus faltas. De aquí se saca la ciencia experimental del alma y sus afectos, con que conoce a sí y a los demás: aquí conoce a Nuestro Señor en sí y en sus atributos. Porque Dios, ¿por dónde se conoce? ¿Lo veis vosotros? No, sino por sus efectos. Pues, ¿dónde se puede ver mejor eso que cada uno en sí mismo? Así dicen los Santos que el libro del alma es el mejor de todos los libros, por lo cual dijo David: Mirabilis facta est scientia tua ex me. Y Moisés: Prope est verbum in ore tuo. Aquí se conocen las enfermedades; se busca remedio para ellas; aquí se echa de ver con qué se remedian y curan; porque, aunque los médicos no sepan remedio para todo, sino que, si es una aplopejía recia, no hayáis vos miedo que os den remedio para ella; pero para estas enfermedades espirituales, por habituadas que estén, siempre se puede hallar remedio.

7.- Pero diráme alguno: Yo, cierto, tengo deseo de examinarme bien, y voy a examinarme, y doy vuelta a mi conciencia, y no hallo de qué echar mano.- En verdad, hermano, que yo os creo. Si vos no entráis todo el día en vuestra casa, ¿cómo queréis saber lo que pasa en ella? Si todo el día os andáis haldeando por los corredores, perdiendo tiempo, ¿qué maravilla? Éstos me parecen a unos hidalgos de aldea, que no tienen en qué entender, y no sirven sino de estarse rompiendo poyos en plazas. Porque, en amaneciendo Dios, salen de su casa y no vuelven en todo el día. Así me parecéis vos:, si todo el día andáis dando larga a vuestros sentidos; habláis cuanto se os viene a la boca, sin tener cuenta con silencio, rompiendo puertas de aposentos, como el otro rompiendo poyos, ¿qué se ha de seguir de ahí, sino que andéis llenos de faltas, y que, después, no las conozcáis cuando os vais a examinar? Por eso dijo el otro: Tecum habita: «Mora contigo». Es menester que seamos guardianes de nuestro corazón, mirando lo que pasa por él. San Buenaventura dice que 77 veces nos habemos de examinar cada día. Nuestro Padre cada hora entraba dentro de sí y se examinaba. Y aquellos primeros Padres nuestros, esto aconsejaban a cualquier género de gente, como sabemos del P. Fabro, por ser éste un gran medio para la purificación del alma. Y así cada vez que diera el reloj habíamos de dar una ojeada al alma. También aprovecha para esto tener distribución de tiempo, para que viva un hombre reglado, no ocioso, ni vagabundo. Antiguamente tenían los monjes uno que distribuyese las obras que habían de hacer, para que todo el tiempo se ocupase, que llaman «epicurator».

8. Otros hay que están tan pagados de sí, que les parece que no tienen faltas y dicen: Pues, ¿un hombre tan prudente como yo había de caer en esta falta? -Esto es de hombre que se ama mucho, echar de ver en las faltas de los otros, y no conocer las propias, viendo la pajuela en el ojo del otro, y no la viga en el suyo. Por eso es gran misericordia de Nuestro Señor que haya quien nos avise de nuestras faltas, ya que nosotros no las conocemos. Dijo Plutarco en el libro de utilitate ex inimicis capta, que habíamos de dar dineros por un enemigo; porque éstos son los que nos dicen las verdades, que los amigos ya no son sino para adular y deciros que no hay más que pedir, no habiendo cosa en vos que bien les parezca. Y sois vos tan majagranzas, que así lo quiero decir, que lo estáis oyendo con grandísimo gusto. No debemos de ser nosotros así, sino como hermanos, avisarnos de nuestras faltas con caridad. Nuestro Padre, en Roma, instituyó una costumbre: que apareó todos los de casa de dos en dos para que uno fuese admonitor del otro; y aunque no tiene ninguno poder para reprender a otro, sin autoridad del Superior, pero cuando entre dos que puede haber igualdad, como dos Padres o dos Hermanos, con caridad se avisan, no tiene inconveniente; y así lo dice la regla: que «cada uno sea contento de ayudar a corregir y ser corregido».

9. Hay otros que se acobardan con tantas faltas como ven en sí: y esto dijimos el otro día que nace de no conocer la maldición que cayó sobre esta tierra de nuestro corazón: Spinas et tribulos germinabit, tibi. Pues creedme, hermano, que, si vos os resentís tanto, lo cual es señal de soberbia interior, que Dios permita que se os siente el albarda, como dicen, permitiendo que caigáis en grandes faltas, para de esta manera humillar vuestra soberbia. Dejad, pues, esos asombros, y agradeced a Nuestro Señor la merced que os hace en teneros en pie; y entended que no permite que seáis más tentado de lo que vuestras fuerzas pueden llevar, y Él hará ut sit cum tentatione proventus. Lo que pretende Nuestro Señor con tanta tentación es que os mantengáis en vuestra bajeza y humildad y andéis siempre con la rienda tiesa, no descuidándoos de acudir a Dios Nuestro Señor. Para eso os ha dejado ese jebuseo, qui sit sicut clavus in oculis, para que no estén las armas mohosas. No andéis hechos lloraduelos, que, como dice Casiano, quien pelea con muchos no puede dejar de llevar algún golpe. Pelead como hombre de bien; haced rostro al enemigo; no os desmayéis, ni dejéis ir la soga tras el caldero; presto se acabará la pelea y vendrá el premio. No es maravilla que pase eso por vos, pues dice Cipriano: «Estoy delante de Dios, y siete pecados mortales están peleando contra mí». Mirad lo que dice aquél en cuyo corazón cabía el deseo del martirio, y en quien la sangre de Cristo estaba hirviendo. Eso es ser los hombres, hombres.

Concluyamos con que no hay mejor rato de oración que el examen bien hecho. Porque en él hay hacimiento de gracias, consideración de las faltas, confusión, confesión, petición, renovación de deseos y propósitos. De aquí se sacan las cosas más particulares para poner a los pies de Cristo en la confesión, como dice San Buenaventura, dejando otras generalidades.




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Plática 11

De la preparación para la santísima Comunión. Sobre la Regla 6


1. Concluimos con las confesiones nuestras y el examen. Hablaremos ahora, con la gracia del Señor, de la santísima Comunión. La regla 6 dice que todos los que no fueren sacerdotes comulguen cada ocho días, como se ve en el Examen, c. 4, § 25. Y en la 3.ª parte, c. 1.º, § 12, dice que no se difiera, si no hubiese alguna causa para ello, y esto a juicio del Superior: en el Examen, 1. c. dice del Confesor: a fácil es de conciliar estos dos lugares. Y así como hay regla que no se difiera la Comunión más que de ocho días, la hay que no se frecuente más, como se ve, p. 4, c. 4, § 3 B, si no fuere por alguna necesidad particular; porque entonces podrá dispensar el Superior, no mirando a la devoción, sino a la necesidad y aprovechamiento que de la Comunión se saca; porque la doctrina de nuestro Padre es muy sólida, y no se funda en devociones.

De los sacerdotes, la regla es muy moderada, como se ve en la 6 p., c. 3; pero hay costumbre muy usada de celebrar cada día donde no hay impedimento; y las reglas del sacerdote dicen que ha de ser tal su vida, que cada día pueda celebrar. San Dionisio, c. 6 Ecclesiasticae Hierarchiae, dice, que, después de haber hecho profesión los monjes de aquel tiempo, se les daba el Santísimo Sacramento (como se hace en la Compañía); no solamente, dice él, porque este sacramento es perfección y consumación de todas las cosas sagradas y de todos los demás Sacramentos, como parece en que, antiguamente, luego que bautizaban a uno le daban la Eucaristía cuando era adulto (también cuando lo confirmaban, y ahora cuando se ordenan); sino también, porque el religioso ha de tener mayor inteligencia que los del pueblo, ponderación y estima de este alto misterio augustiorem scientiam mysteriorum, y, por consiguiente, lo ha de recibir con más fruto.

2. Conviénenos esto a nosotros, demás de ser religiosos, por la señalada merced que Dios ha hecho a la Compañía en ella y por ella, de levantar por su medio aquella tan loable costumbre de la primitiva Iglesia, de la frecuentación de este Sacramento, en un tiempo en que estaba tan amortiguada, como, aun los que no somos muy ancianos, lo vimos, que era milagro comulgar dos veces al año; y en un tiempo en que, con tan poca reverencia se trataba este misterio, como ya Nuestro Señor se había quejado a muchos siervos suyos por revelación; y en tiempo en que los herejes se han conjurado contra Él; que, aunque unos dicen uno y otros otro, pero todos van contra la Eucaristía; y ellos mismos dicen: «Quitado eso, en todo lo demás convendremos». Son como aquellas raposas de Sansón, las caras diferentes, las colas unidas: todos se han juntado para contrastar este Sacramento. Se ha cumplido aquella profecía de Daniel 8: Datum est illis robur contra juge sacrificium propter peccata populi: porque, por los grandes desacatos y por la poca reverencia con que se trataba este sacrificio, ha Dios permitido que los herejes tengan fuerza contra Él.

3. Ésta es una de las cosas (como dice San Agustino, epístola 118), en que ha habido variedad en la Iglesia. Porque, como dice San Crisóstomo en una homilía, algunos comulgaban una vez al año; otros vivían tan apartados, que no comulgaban sino de dos en dos años. San Jerónimo, epístola 23, ad Lucinium: (et potest intelligi hispanos communicasse omnibus diebus; verba enim sunt): «De sabbato, quod quaeris utrum jeiunamdum sit et de Eucharitia an accipienda quotidie, quod Romanae Ecclesiae et Hispaniae observare perhibent scripsit, etc.»: quod nota pro Hispania. Dice que en España y Roma se decía misa cada día; en el Oriente no era así. Y San Basilio dice en una epístola a una devota que le consultó sobre la frecuencia de este Sacramento: que él era Obispo, y tan retirado, y se contentaba con decir misa cuatro días en la semana. Y en la Clementina Ne in agro, de statu monachi, obliga el pontífice a los monjes negros, que son Benitos, que comulgasen cada mes y que no se difiriera, sin consultar a su superior o confesor. Pero, (porque dejemos otras cosas), la costumbre más antigua y célebre de la Iglesia es la que usa la Compañía, de comulgar cada ocho días. Así parece por la historia de Nicéforo, que dice, que en aquella regla que Dios dio a Pacomio, ordenaba que, cada octavo día, comulgasen los monjes: y esto se guardaba con sumo rigor, como parece en Casiano, col. 23, c. último: todos se juntaban los domingos, viniendo cada uno de su celda al lugar donde estaba el sacerdote: y estas juntas llamaban colectas o sinaxis: y Guimando Aversano, Obispo, autor antiguo, que escribió contra Berengario escribe, que a algunos les llevaba un ángel la comunión a sus celdas (¡qué grande santidad de vida!), y que algunos, con sólo el sustento de la comunión, se pasaban, sin ninguna otra comida, siéndoles mantenimiento espiritual y corporal. San Buenaventura, en el último progressu de la vida espiritual, casi al fin, dice que no piensa él que hay persona, por religiosa que sea, que no le baste comulgar por costumbre cada ocho días, si no fuere raras veces y en fiestas muy señaladas, o por muy graves necesidades, o por alguna moción espiritual particular: para que veamos cómo se han de dar las comuniones a las mujercicas que cada día querrían comulgar; y aun dos veces, si pudiesen, siendo sus vidas de poco aprovechamiento.

Esta costumbre de cada ocho días pienso que vino de la primitiva Iglesia; lo cual no fuera dificultoso de probar: así se puede probar con algunos cánones de los Apóstoles y de otros decretos de la primitiva Iglesia.

4. De aquí sacamos, que, así como la Compañía pretende reducirse a sí misma y a los fieles a aquel uso antiguo de frecuentar la comunión, así también ha de procurar de imitar ella y hacer que los demás imiten aquella pureza de vida, aquella encendida caridad, aquel fervor de devoción y aquellos deseos encendidos de los fieles y disposición para el martirio; que para este fin lo recibían tantas veces; y así tenían tan grande constancia para confesar la fe delante de los tiranos; y era tanta su pureza, que hombre no casado y virgen, se tenían por lo mismo, como se ve en San Basilio, que nunca le llama status castitatis, sino status virginitatis; y San Cipriano epístola de lapsis, reprende a los que enviaban a los fieles al martirio sin comulgar: ¿Cómo, dice, podrán tener ánimo para hacer rostro a los tormentos y constancia para sufrir las espadas y los azotes, pues los enviáis a padecer, ayunos? De donde viene el haber tantos negado la fe.

5. Este Sacramento, así como es símbolo de la caridad inmensa que Cristo tuvo a su Iglesia, y por eso lo instituyó al fin de su vida; así es también fruto del aumento y crecimiento de la caridad, así como el mantenimiento es aumento de las fuerzas corporales y sustenta la vida corporal. Ya sabemos que, por la gracia, alcanzamos otra vida de otro orden, divini ordinis, que decís allá; y, como dijo San Pedro: Facti sumus consortes divinae naturae. Pues así como la vida natural tiene necesidad de sustento para conservarse; así la vida sobrenatural de la gracia tiene necesidad de este pan de ángeles; porque ellos y nosotros tenemos un mismo sustento; aunque ellos revelata facie, y nosotros sacramentado. Por este manjar vivimos vida de Dios, como dijo Cristo: Sicut misit me vivens Pater et Ego vivo propter Patrem, et qui manducat me vivet propter me. Y como por el pecado nos desterraron del paraíso, donde fue puesta una muy fuerte guarda, para que no entrase Adán y comiese del árbol de la vida, y así no muriese; dionos Cristo Nuestro Señor otro mantenimiento con que se hace nuestra vida eterna, pues la vida de la gracia, eterna es cuanto es de su parte; y todo cuanto haya en el mundo no basta a quitárnosla, si nosotros voluntariamente no nos la quitamos: Qui manducat hunc panem vivet in aeternum. Por lo cual San Ignacio, epístola ad Ephesios, llama este Sacramento «antidotum non moriendi, medicamentum immortalitatis»: de donde se ve que lo que Adán perdió comiendo del árbol vedado, se nos ha dado en este divino sustento, el cual sustenta y ampara la vida de la gracia, de los enemigos visibles e invisibles, de dentro y de fuera; porque los demonios huyen de los cuerpos que reciben este Sacramento, como dice San Ignacio: El que acostumbra a comulgar, cuando «hoc agit, expelluntur potestates Sathanae». Y San Crisóstomo, hom. 6 ad pop. ant., dice: «Si la sangre del cordero, figura de este Sacramento, puesta en los umbrales de las puertas, libraba del castigo que iba haciendo el demonio y ángel percuciente, ¿cuánto más lo hará este divino Sacramento?». También dice San Ambrosio, y se determinó en el Concilio Aureliano, que se diese, guardada la debida preparación, a los energúmenos, para que los demonios fuesen expelidos. También nos libra de los enemigos interiores, que son nuestras tentaciones y pasiones; mitiga este fuego que dentro de nosotros arde, de la concupiscencia, que, como sabemos, es fuente de todas las malas inclinaciones y pecados. Por lo cual dice Bernardo, sermón de coena Domini: «Peccata maiora tollit, minora minuit: los mortales quita totalmente, y los veniales, sin los cuales no se puede pasar esta vida por la flaqueza de nuestra naturaleza, los disminuye. Y así como el mantenimiento corporal, cuando es bueno, cría buenos humores; así este mantenimiento espiritual, cría en nosotros, castidad, pureza de afectos: vinum germinans virgines. Hanos reparado este manjar del cielo todos los males que el pecado nos trajo por la comida del árbol vedado. Porque éste nos trajo ceguedad al entendimiento, flaqueza a la voluntad, olvido del fin para que fuimos criados. Pues, por el contrario, este manjar da luz al entendimiento; da firmeza a la voluntad; danos memoria de Dios, y danos prenda de la gloria, como dice Santo Tomás en aquella antífona: «et futurae gloriae nobis pignus datur».

6.- Mas diráme alguno: «Padre, yo creo que eso debe de ser así; pero, triste de mí; que como me voy a la comunión, así me vuelvo; seco fui, y seco me vuelvo.- Hermano mío: como decíamos estotro día ser necesaria preparación para la confesión, así lo decimos ahora ser necesaria para la comunión.- Me diréis: Cierto que no me remuerde la conciencia de pecado mortal.- Así ha de ser, que eso necesario es, porque el que llega con pecado mortal: reus erit corporis et sanguinis Domini»; que algunos explican ser como el pecado de entregar a Cristo y se han visto grandes castigos de Dios sobre los que de esta manera se llegan: Ideo inter vos multi infirmi et imbecilles et dormiunt multi (1 Cor., 11). Yo no referiré aquí de estos ejemplos, porque no trato con gente que tiene necesidad de eso: sólo diré que, en la primitiva Iglesia, visiblemente eran atormentados de los demonios; y en un Santo -pienso que es San Ambrosio-, leí que las enfermedades del verano son castigos de Dios por haber comulgado mal la Pascua. Cipriano refiere muchos milagros: a unos se les tornaba el Sacramento piedra, a otros fuego. Y San Bernardo dice de un monje que había callado cierta cosa a su Superior, que no pudo pasar el sacramento.- Y éstos son castigos corporales, pero uno hay espiritual terrible, que es dureza de corazón, que dice San Bernardo, que quien este golpe no siente ésa es la mayor dureza.

7. Pero no basta no ir en pecado mortad, sino es menester examinar si hay alguna pasión no mortificada, alguna aversión con el hermano, alguna desobediencia a vuestro Superior, algún encuentro con alguno de casa, porque esto impide tanto el fruto de este Sacramento, que se espantarán; porque, aunque la pasión no es muerte, pero es enfermedad y mal humor, el cual durante, se convierte todo el manjar en malos humores; y así salís con más tibieza de la comunión que antes teníades. Para eso referiré dos historias, que, como testigo de vista, podría referir todas las circunstancias del tiempo, lugar y personas, si fuera menester. La primera es de uno que, por un capelo que le dieron, que yo lo oí, se tentó con el Superior, y con esta tentación y alguna murmuración vehemente que dentro de sí había tenido se fue a comulgar; y en acabando se le revistió el demonio en el cuerpo y se determinó de saltar las bardas, como lo hizo; y después, no ha habido castigo de Dios que no haya experimentado, andando de un tribunal a otro de la Inquisición y jueces seglares, hasta estar preso por hechicero, y no ha aún acabado de pagar su pecado, que aun todavía vive con grandísima miseria.

Otro Hermano de edad, que aún no era antiguo, se llegó a comulgar con otra tentación semejante; y en acabando de comulgar, se fue a su aposento, y comenzó a basquear como si hubiera comido solimán, y echar espumarajos por la boca, y pararse negro como esta sotana. Yo estaba espantado, cuando veo venir un hombre negro, los ojos centelleando. Quiso Dios que vino luego su confesor (que yo estaba tan turbado como él); retiróse con él, y sosegándose, se fue a postrar delante de todos, que pidiesen a Dios alzase su mano.

De modo que no basta no tener pecado mortal; porque, como dice Buenaventura, no basta no tener muerto, sino también tener limpio el corazón de malos humores; por lo cual, cuando no sentís el calor del fuego que dentro de vos está, señal es que hay una grande helada en vuestro corazón, y no sólo no hace provecho, pero mucho daño comulgar con esta mala disposición; porque, cuando estáis con humores indigestos y crudos en el estómago, mientras más coméis, más daño os hace. Impura corpora quo magis nutriuntur magis laeduntur: porque el mantenimiento pide calor vital y, como ése está como empantanado en las flemas y malos humores, no está libre para poder obrar en el manjar. Pues, ni más ni menos, el calor del cielo, del fuego de la caridad que da vida al alma y aliento sobrenatural, si está impedido con humores crudos de desobediencia, de murmuración contra el Superior, de aversión al hermano, no está libre para poder hacer su efecto.

8. También es necesario examinar si ha habido de noche alguna ilusión. Y porque de esto no se puede hablar aquí particularmente, sólo os digo que en esta parte no os gobernéis por vuestro juicio, sino que sigáis el del confesor, teniendo humildad para decirle lo que os pasó. Sólo diré lo que dice Casiano en la colación 22, et libro 6, Instit., donde trata de esta materia. Trae a aquel lugar del Levítico, capítulo 7: Anima polluta quae ederit de carnibus hostiae pacificorum quae oblata est Domino, peribit de populis suis. San Basilio, regula 309, trata de esta materia y se debe ver este lugar, de donde se colige a qué grado de castidad puede venir el hombre con la gracia de Cristo, y qué se ha de guardar en esta materia.

9. Demás de esto, dice San Buenaventura -depura conscientia, capítulo 9: Yo no quiero poner reglas en lo que la Iglesia no las ha puesto; pero a mí me parece que yo no me llegaría a comulgar sin estas tres condiciones: la 1.ª, que me acordase con grande agradecimiento de aquella caridad encendida con que Cristo Nuestro Señor instituyó este Sacramento en memoria de aquélla con que nos redimió con su Sangre: «Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis». Et Paulus: Quotiescumque manducabitis panem hunc et calicem bibetis mortem Domini, etc. Debemos, pues, llegarnos a este Sacramento con una memoria agradecida, con un corazón compasivo, con grande estima de esta misericordia.- San Basilio, capítulo 21 de las Reglas, diciendo qué cosa sea propia del que comulga, dice que es propia servare perpetuam memoriam illius qui pro nobis mortuus est, et resurrexit.

La 2.ª, dice Buenaventura, es humiliatio et annihi latio sui, que es como deshacerse delante de Dios, y que no quede cosa enhiesta ni rebelada contra Dios, sino todo postrado y rendido, que en otras partes la llama liquefactio, que es como derretirse el alma, que nace de la consideración de la dignidad a que Dios levanta un alma y de su bajeza y miseria.

La 3.ª, buena y verdadera, es, que nunca habemos de llegar a este Sacramento sin primero despertar en nosotros -o por mejor decir, sin que Dios despierte un deseo que nos lleve a Él. Esta doctrina he hallado siempre en los Santos que he leído, que han sido algunos, Y dice Agustino, que este Sacramento «quaerit esuriem hominis interioris», con que el alma vaya ansiosa de unirse con su Dios y con algún particular deseo de alguna merced y don de nuestro Señor, como propio conocimiento, etc.

10. Pues, para recibir con esta preparación este Sacramento Santísimo, aconseja San Buenaventura que tres días antes nos vamos aparejando y salgamos al encuentro a Dios Nuestro Señor. Y así nos lo enseñó el Padre Francisco de Borja, si ya no lo tenemos olvidado. Dice también San Buenaventura, que, aquella noche antes, nos guardemos más de la parlería, cenemos templadamente, durmamos con recogimiento; y aun importaría mucho, la tarde antes, guardar más recogimiento y silencio: Bonum est enim praestolari cum silentio salutare Dei (Threnorum, 3); procurar de purificar nuestras ánimas para llegar a tan alto Sacramento, donde, como dice Dionisio (capítulo 3 Ecclesiasticae Hierarchiae) «transimus in consortium Dei»; para lo cual es necesaria gran limpieza. Acordaos, dice, que, en el Testamento Viejo, pedía Dios que los sacerdotes se lavasen las manos antes de sacrificar; y Cristo, antes de comulgar a sus discípulos, les lavó los pies, diciendo: Qui lotus est, non indiget nisi ut pedes lavet»; que es, como dice el mismo Dionisio, pedirnos Cristo, para comulgar, extremam munditiem; pues aun los pies, que andan por el suelo, quiere que se laven; que es pedirnos limpieza aun de pensamientos. De aquí es, como refiere San Gregorio, 2 diálogo, que antiguamente, cuando querían comulgar, decía uno con voz alta: Qui non sunt parati dent locum: apártense allá con los que hacen penitencia, o con los energúmenos. Y a los que estaban preparados les decían: Accedite cum fide, tremore et dilectione. Con fe, que es una luz particular que los siervos de Dios suelen tener de este misterio, y es un gran don de Nuestro Señor con que se ahuyentan las tinieblas de nuestro entendimiento. Cum tremore, delante del Señor del cielo y tierra. Refiere Nilo de su maestro San Juan Crisóstomo, que, cuando entraba en la Iglesia, veía gran multitud de ángeles alrededor del Santísimo Sacramento, vestidos de blanco, los pies descalzos, proni, encorvados por la grande reverencia con que estaban delante de su Señor. Cuando iba el sacerdote a comulgar, se ponían alrededor del que había de comulgar, espantados de la dignación y amor de Cristo nuestro Señor para con tan viles criaturas y llenas de pecados, y de rodillas estaban como reverenciando al hombre que había de ser templo de Dios, satagentes et coadjuvantes al sacerdote en aquel ministerio. Pues, si los ángeles con tan grande reverencia están delante de este Señor, ¿cómo debe estar el hombrecillo pobre y miserable?

Éstas son, pues, las preparaciones con que nos hemos de llegar a tratar tan alto Sacramento, que le llama Dionisio «augustissimum Sacramentum»: (éstos libros santos son los que dan estima y ponderación de las cosas de Dios, que esos librillos que andan por ahí hacen que los hombres tengan conceptos muy groseros de este misterio). Yendo, pues, con estas preparaciones a este Sacramento, obra él en nuestras almas tan maravilloso efectos como habemos dicho: repara nuestros daños, alienta nuestro corazón, despierta nuestra tibieza, aviva nuestros deseos, purifica nuestros corazones y da fortaleza a nuestra voluntad. Yo me temo que, por falta de esto, comulgamos los sacerdotes cada día y los hermanos cada ocho, y, al cabo del año, nos estamos como al principio. Y es porque aún están en nosotros levantados los ídolos y altares, nuestras temillas y aficiones. Por eso no tenemos aquel fervor y aquel pecho de mártires que suele causar este sacramento, ni sentimos aquella fortaleza que este pan dio al profeta Elías, para caminar 40 días y 40 noches hasta el monte de Dios. Plega a su divina Majestad damos esta gracia con que fructuosamente le recibamos.

11. Para lo cual es necesaria grande preparación; porque el uso de la sacratísima Comunión pide grande pureza y santidad de cuerpo y alma; y con razón, pues en ella se recibe al Santo de los Santos. Y vémoslo en el sacrificio de la misa, que pide que todo sea santo: el altar santo, los corporales santos, el templo santo, todo santo, consagrado y dedicado a Dios. Y así, hay un decreto de San Félix, papa y mártir, que no se celebre en lugar común, si no está santificado; y vemos que, si esta santidad se deslustra por cosas que entrevienen, hasta la reconciliación de la iglesia no se puede en ella celebrar. Pues así nos pide a nosotros este sacramento limpieza de cuerpo y alma. Pide también, como decíamos, este Sacramento, encendidos deseos, con que el alma religiosa salga al encuentro a Nuestro Señor: Veni, Domine Jesu, noli tardare. Y cuando en nosotros hay presunción (que así la llaman los santos), de llegarnos sin esta preparación, que es llegando con alguna indignidad, lo que nos había de hacer provecho, nos hace daño. Así lo dice Casiano, colación 22, capítulo 5, explicando espiritualmente aquel lugar de San Pablo (1 Corintios, 10): Ideo inter vos multi infirmi et imbecilles et dormiunt multi: que de esta presunción se engendran espirituales enfermedades, flaqueza de fe, una modorra y olvido de Dios -languor passionum- que no hay palabra en romance que lo explique, porque es una flaqueza sustancial: duermo y no me hace provecho; hablo, y no gusto; como, y no me entra en provecho: como un hombre que tiene estragadas todas las partes vitales y oficinas de la vida. Todo esto pasa espiritualmente en los que con esta indignidad comulgan. Y así, cuando no hay preparación, todos los frutos de este sacramento se vuelven al contrario. Por lo cual, como decíamos, es necesario purificar el alma no sólo de pecados, sino también de pasiones y aficiones desordenadas, que turban la paz de nuestro corazón, procurando de levantar en nosotros aquellos santos deseos que dijimos. Y esto baste de la preparación.

12. Vamos a lo que habemos de hacer después de la comunión. Preguntan algunos: -¿Qué haré, Padre?, ¿qué composición de lugar tendré?, ¿qué pensaré? -Yo os lo diré, mi hermano, que fácil es: si vos habéis comulgado con esta preparación, ello se pide, ello se ora, ello se piensa. ¿No teníades grandes deseos de este Señor? Pues gozadle, pues le tenéis presente, así como está en el cielo a la diestra del Padre. Aquí está, en cuyas manos está el despacho de vuestra salvación, Y el remedio de todas vuestras necesidades. Aquí tenéis a Nuestro Señor Jesucristo: ¿qué queréis que os diga más? ¿No os afligen y aquejan vuestros pecados? Pues, ¿a qué viene sino a daros el perdón? Echaos a sus pies, como la Magdalena, gimiendo y llorándolos; y pues es tan rico y poderoso, y está en sus manos haceros rico, y viene para eso manirroto, pedidle os comunique de sus tesoros. ¿No tenéis algún negocio que os dé priesa y aqueje? ¿No tenéis alguna tarea o algo en qué entender? ¿Quod est opus tuum?, dijeron al profeta. Pues en este ratito es tiempo de negociar con Nuestro Señor; renovad vuestros deseos, concertad la tarea, como lo hace el dispensero con su amo, y el criado con su señor. Pedidle estabilidad, perseverancia y tesón santo, para llevar adelante lo comenzado, que andáis cada día mudando hitos; y finalmente, ahora es tiempo de negociar el despacho de vuestra salvación; porque, como dice Cipriano, «praesente Domino, non in vanum mendicant lacrimae». Dijo San Pedro a nuestro Señor, viendo las redes llenas de pescado: Exi a me, Domine, quia homo peccator sum. No habéis de decir así, alma cristiana y religiosa, sino: «Mane nobiscum, Domine, quoniam advesperascit». Echados a sus pies, para recibir de la virtud que sale de su vestido que sana de todas enfermedades -como lo hizo con la otra buena mujer que llegó a tocarle-, pedidle que extienda su mano a vuestra lepra y la sane. Haced como Jacob, que decía al ángel: Non te dimittam donec benedixeris mihi: Echadnos la bendición, que con ella quedaremos ricos. Dios nuestro Señor bendice la casa donde está, como bendijo la de Obededón por estar en ella el arca. Pero es de advertir que dice la Sagrada Escritura que santificó primero a sus hijos; que es decirnos que para recibir esta bendición es menester santidad y limpieza de afectos y pasiones y todo lo demás.- Pero, ¿qué llamáis bendición? -Es abundancia y fecundidad. Hay algunas almas estériles, que casi no hacen cosa buena; otras, hay fecundas que les ha echado Dios su bendición: llenas de pensamientos buenos, deseos buenos, obras buenas: esta es fecundidad.

13. Aquí es de considerar la santidad que debe tener el alma donde este Señor mora: qué olor, qué perfumes de cielo, qué santidad de vida, qué deseos de la eternidad, qué pensamientos del cielo. También, qué reverencia ha de tener el religioso a su corazón para que no se le atreva pensamiento terreno; cuidado de cosas profanas, que deslustran y manchan estos pensamientos del cielo y también la paz interior del alma; con qué reverencia se ha de tratar el cuerpo que es custodia del Santísimo Sacramento. Si la custodia del Santísimo Sacramento la echásedes por ahí en los rincones, ¿qué os parece? ¡Qué grande indecencia sería! Pues, vuestro cuerpo, como dice San Pablo, es templo de Dios vivo, no sólo porque mora en vos la gracia y dones sobrenaturales de Dios, sino por haber estado en vos Cristo nuestro Señor, vivo, como está en la diestra del Padre. Por lo cual habemos de temer de violar o ensuciar el templo de Dios vivo; porque como dice San Pablo: «Qui templum Dei violaverit, disperdet illum Deus». Y así habéis de pedirle lo que los santos Macabeos: «Custodi domum hanc immaculatam»: No entre ya cosa que la pueda profanar. En unas admoniciones breves, que andan de Efrén, dice hablando con el enfermero: «Si fuere necesario tocar al enfermo, dándole unciones, mira cómo lo tocas; considera que tocas al templo de Dios».

Por esto, es cosa notable lo que los Santos encarecen algunos de los pecados que hacen los que reciben este Santísimo Sacramento: oír a San Crisóstomo, parece que hace temblar las columnas del cielo; porque es grande injuria la que se hace a la casa de Dios santificada con su presencia.

14. De aquí colegimos la frecuencia de este Sacramento; porque, dicen los Santos, cuando en vos con la frecuencia hay aumento de reverencia, bueno va eso. Pero, si no la hay, antes vais perdiendo la vergüenza a Dios nuestro Señor, temed el castigo, porque es señal que os llegáis con poca preparación y con indignidad; y, como dice San Buenaventura, de puritate conscientiae, 9, más vale abstenerse de comulgar cuando hay esta falta de preparación, que tomar cosa que os puede hacer tanto daño.

También sacamos de aquí, cómo habemos de pasar el día de la comunión; que parece que, aquel día que debía haber más recogimiento, entonces (como no tenéis la tarea de las liciones, que entre semana no os dan lugar) andáis zarceando por casa. Este día es la parlería y el perder tiempo. Pues, no ha de ser así; sino, este día, habemos de tener más recogimiento: mirar cada uno lo que pertenece a su oficio; el estudiante, estudiar; encomendaros más a Nuestro Señor y tener un poco más de lección espiritual más retirada, y ordenar vuestra vida para toda la semana esperando otro día de comunión.

Con esto queda concluido lo que toca a la santa Comunión.




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Plática 12

Del afecto desordenado de parientes: sobre la regla 8


Síguese la regla 8, que es ya título nuevo y materia nueva. El título es «exuendus inordinatus saeculi affectus». Puso estos títulos el P. Everardo, y ellos solos contienen admirable doctrina.

1. La religión es vida que encamina a la perfecta renunciación de todas las cosas, según aquel dicho de Jesucristo: Qui non renuntiat omnibus... Éste es aquel caudal que es necesario para edificar la torre del Evangelio. Habiendo, pues, nuestro Padre de tratar de esta renunciación, en el capítulo 4 del Examen, § 1, comenzó por la pobreza. Y así debía de ser ello, según buen orden; porque primero se ha de despojar el hombre de las cosas que están fuera de sí, como es la hacienda; y después, del amor desordenado de la carne y la sangre. Pero los Padres que ordenaron estas reglas, tuvieron cuenta a no deshermanar la pobreza de sus dos buenos compañeros y hermanos, el voto de castidad y de obediencia; y así, después, en la regla 23, se comienza a tratar de ella; y ahora, donde se comienza a tratar de la mortificación y abnegación, se trata de dejar y mortificar el afecto desordenado de los parientes. Porque no basta dejar el mundo con el cuerpo, sino es necesario también dejarlo con el corazón, perdiendo todas las aficiones que trababan de él y le inclinaban a las cosas del siglo. Dice siglo, porque saeculum, en la Sagrada Escritura, se toma en mala parte. Y así, dice San Pablo, 2 Timoteo, c. último: «Demas enim me reliquit, diligens hoc saeculum, et abiit Thesalonicam». Et, ad Titum, 2, llama saecularia desideria, a los deseos de este mundo, a la concupiscencia de la carne, soberbia de vida, etc. San Dionisio, capítulo 6 De caelesti hierarchia, llama esta renunciación «renuntiatio divisibilium vitarum et imaginationum». Dice «divisibilium», tomándolo del Apóstol, que, cuando habla de los casados, dice: «et divisus est». De esta renunciación trata nuestro Padre en esta regla, con palabras gravísimas; y está más apoyada que las demás, porque está apoyada con autoridad de la Sagrada Escritura, cosa que nuestro Padre no suele hacer. Y algunos censores han reparado en esto. Pero no tienen razón, porque toda la doctrina de nuestras Constituciones, es tomada del Evangelio, y le fuera muy fácil apoyarla con Santos y autoridades; pero no quiso, sino darnos esta doctrina con la llaneza y sinceridad con que de Dios la había recibido.

2. Tomando esta regla más de atrás, en el lugar de donde ella se sacó, dice nuestro Padre cuatro cosas. La 1.ª: que el tratar con amigos y parientes, secundum carnem, es dañoso, máxime a los principios. Por lo cual, no dice que no lo sea después, sino porque a los que son tiernos en la virtud, y el amor de los parientes está corriendo sangre, les es más dañoso; pero a los demás también lo es. La razón de esto es, que esta comunicación nos impide el aprovechamiento del espíritu, y quita la quietud, y causa perturbación, como se dice en la 3.ª parte, capítulo 1. Dice más adelante, que hemos de dejar todas las cosas por Cristo, siguiendo su consejo. «Qui non odit patrem et matrem..., etc.; y así, que dejemos todo el amor carnal. Y lo 3.º, que lo mudemos en espiritual y religioso, haciendo de amor propio, amor de caridad; de desordenado, ordenado; de amor de carne, amor de espíritu. Y pues el religioso debe ser muerto al mundo y al amor propio, no debe ya vivir en él amor del mundo, mas ha de vivir sólo al amor de Cristo nuestro Señor, teniéndole en lugar de padre y hermanos y todas las cosas.

La 4.ª, concluye como con una ceremonia, que no hallamos tal en todas las reglas porque en la Compañía hay pocas ceremonias: (así no decimos, como los frailes, nuestra celda, nuestro hábito; sino llanamente, mi manteo, mi sotana, aunque no lo sea nuestra); y es que cuando tratáremos de los parientes, no digamos «mi» padre, «mi» hermano, sino el padre que yo tenía; el hermano que yo tenía, etc. Esto, para que el mismo modo de hablar les trajese a la memoria, que ya los ha dejado y tiene a sólo Dios por padre y hermano, como Él lo aconsejó en el Evangelio, diciendo: «Nolite vocare patrem super terram; unus est enim pater vester»; y para que podamos decir con David: Pater meus et mater mea dereliquerunt me; Dominus autem assumpsit me. Mis padres me han dejado, pero Dios me ha tomado a su cargo. Y San Basilio: que el religioso tiene a Dios por padre, y en su lugar al Superior. Mi madre es la Religión, y mis hermanos, los que vamos a un mismo paradero.

La importancia de esta doctrina se ve -y es mucho de notar-, en haberla apoyado tanto, como decíamos, con Sagrada Escritura, razón y ceremonia. Y es cosa que admira que, en las demás cosas, no trae Sagrada Escritura; pero en llegando a tratar del amor a los parientes, luego lo apoya con autoridad de Cristo, como lo hizo tratando del modo de dejar la hacienda a los parientes: dice, Examen, capítulo 4, § 2, que no dijo Cristo, da consanguineis, sed pauperibus.

Y todo es menester, porque peleamos con amor tierno de parientes, que es enemigo casero que está apoderado de nosotros; y esto es ser religioso, estar descamado de parientes, como otro Melquisedec, Rey y Sacerdote de justicia; porque somos gente que hemos de ofrecer a Dios nuestro Señor, sacrificio: sine patre et sine matre et sine genealogía, era Melquisedec (Hebreos, 7).

3. La experiencia muestra también ser esto necesario; porque no hay gente más necesitada de este aviso que los que habían de estar más lejos de ello, que son los religiosos; porque no hay deuda, ni debate, casamiento o colocación, que no cargue todo el cuidado sobre el pobre religioso; de modo que parece que está como obligado a la carnicería; que a él han de acudir todos los duelos de sus parientes; y así siempre anda hecho «lloraduelos». La causa yo la diré: los seglares, cada uno tiene tanto en que entender con sus duelos, que no se acuerda de los ajenos: cada uno se acuchilla para sí; por lo cual en el mundo no hay ya pariente que se acuerde de pariente, si no hay intereses por medio. Pero el pobre religioso a quien le sucedió estar libre de todos estos cuidados de su honra y hacienda y de lo que ha de ser adelante, se carga de todos, sus parientes, con título o pretexto de piedad y obligación. Dice San Gregorio de éstos en los Morales, libro 7, capítulo 27 et 28 «que hay algunos que han dejado el mundo y se vuelven a él sin sentirlo; y, cuidando de cosas del mundo, se resfrían en el amor de la patria celestial; y, como atados y impedidos, dejan de caminar a ella como solían». Y así pasa, que, antes ibais corriendo por el camino de la perfección, con deseos de las cosas celestiales; y, poco a poco, dando lugar a estos pensamientos y cuidados inútiles, como los llama nuestro Padre, os venís a hallar resfriados en ellos y echadas pihuelas, atados pies y manos, quitando el ahínco de las cosas del cielo; y estos cuidados os han robado y saqueado el amor que teníais puesto en Dios. Esto nace, como dice San Basilio, de que el demonio, envidioso de ver que el religioso hace en el mundo vida celestial y, viviendo en carne, vive sin carne, y que va ganando lo que él perdió, ¿qué hace con pretexto de piedad? Embaraza con estos cuidados a los religiosos y los vuelve seglares; y así, les pone inestabilidad en la vocación: o, si sois más hombre de bien que eso, procura a lo menos de quitaros la quietud y paz interior.

4. Por eso es necesario resistir a los principios, y no dar lugar a estos pensamientos; de lo cual tuvo tanto cuidado nuestro Padre, que la razón que da de no dejar la hacienda a los parientes es «ad evitandum inordinatum affectum erga parentes», y porque no asegure uno las espaldas con decir: «Si saliere de la Compañía, tendré quien me acoja»; y también, para quitar el recurso a ellos, que suele ser causa de no tener estabilidad en su vocación; y finalmente, para cerrar la puerta a la memoria de ellos que llama inútil, y para quitar pensamientos: «si gastan bien la hacienda que les dejé», etc.; pues todo eso se ha de cercenar, y de todos estos pensamientos muertos habemos de huir, como se dice en el 6.º capítulo de los Números. Dice del sacerdote: Super patre et matre non contaminabitur, quia sanctus Domini est; y del nazareno se dice también: Omni tempore consecrationis suae mortuum non ingredietur, nec super patris et matris funere contaminabitur, quia consecratio Domini supra caput eius est. Maravillosas palabras, para los que son santos y escogidos de Dios: no se metan en las obras muertas de sus parientes, porque deslustran y contaminan su santidad con ellas. Y es cosa de lástima, que me libré de cuidados propios, y por ajenos pierdo muchas veces el fruto de mi vocación; pues, como se dijo en la Dominica pasada, los cuidados ahogan la semilla que no dé fruto. Y la razón que da nuestro Padre es, que los religiosos vivimos a Cristo y estamos muertos al mundo y al amor propio; y pues ya somos muertos a la carne, no tenemos ya parientes según la carne, pues ya tenemos otro nacimiento más noble que es de espíritu y vivimos vida espiritual, y hemos cobrado otro parentesco espiritual. San Basilio, (interrogat., 190): Qui natus est ex spiritu consecutus est filium Dei fieri: hunc iam pudet cognationis quae est secundum carnem, et propinquos agnoscit qui sunt propinqui fidei: ya se avergüenza de todos los demás parientes; sólo se precia de los que son de su Instituto; a éstos ama con amor fino, amor de caridad, amor eterno, que dura para siempre, que resiste a las tentaciones. Cuenta Casiano una historia en la colación última, c. 9 ó 17, de aquel santo abad Apolo: que, estando en su celda, vino, intempesta nocte, un hermano suyo diciendo a voces: «Apolo, Apolo». Salió a ver qué era, y díjole que se le había atollado un buey en un bohedar; que se lo ayudase a sacar. El abad dijo: ¿Por qué no fuiste a llamar al otro hermano, que lo tenías más cerca? Respondió: Ya ha 15 años que es muerto.- Pues, hermano mío, yo, ha veinte años que estoy muerto; no os puedo ir a ayudar; porque, si Cristo nuestro Señor no dio licencia (Mateo, 8) aquel mancebo que comenzaba a seguirle que fuese a enterrar a su padre muerto, cosa tan honesta y que en tan breve se podía hacer, ¿cómo quieres que yo me meta en negocios tuyos?.

5. Es la vida del religioso, como dice Doroteo (doctrina 4), vida de cruz, según aquello de San Pablo: Mihi mundus crucifixus est et ego mundo; estoy olvidado del mundo y no hago caso de él, y esto es haber ahorcado al mundo: et ego mundo. Cuando trata uno de veras de crucificar sus tiernos deseos, aquél es et ego mundo. Veréis a hombres que lo han dejado todo, la hacienda, amigos, etc.; y, por una niñería, andan inquietos y perturbados. Esto, es, hermano, que mudaste la afición, no la quitaste. Esta perturbación nace del amor propio que aun todavía vive en ti. Eso es lo que dice el P. Ignacio: que hemos de morir al mundo y al amor propio, etc.

Esto hemos de procurar, concluyendo con embaracillos, que no hay gente más doliente que los religiosos que no han desarraigado de sí estas aficiones y cuidados de parientes, que los traen al retortero y a muchos hacen volver las espaldas a Dios, como tenemos experiencia de muchos, que, por esta ocasión, han faltado de su vocación. Y esto es gran verdad, que, por esta compasión engañosa y pretexto de piedad, vienen muchos a desdecir de lo comenzado.




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Plática 13

Prosigue lo mismo, dando razón de la importancia de esta doctrina


1. Andamos en la regla 8, del desordenado amor de los parientes y ternura de las cosas del siglo, segundo grado de la renunciación perfecta; que es, no dejar el mundo solamente con el cuerpo, sino también con el espíritu, quitando todos los afectos desordenados que traban de nuestro corazón. Dábamos la razón de esto, que es estar muertos al mundo; por lo cual tenemos otro nuevo parentesco más noble según espíritu, conforme a aquello de Cristo (Mateo, 12): Qui sunt fratres mei, etc.? Quicumque fecerit voluntatem Patris mei qui in caelis est, ipse meus frater, etc. Estaba predicando, y dijéronle que allí estaba su madre y parientes, que le querían hablar, y no les daban lugar. Responde Cristo, tendiendo las manos sobre sus discípulos: Quicumque, etc. Y no sólo con palabras lo apoyó, sino con obras y ejemplo, como se ve en muchos lugares, que en lo exterior parece que muestra rigor y aspereza: y mirad, a quién, sino a su madre: como se ve en aquel desvío que le dio cuando le halló después de perdido: Quid est quod me quarebatis? Nesciebatis quia in his quae Patris mei sunt oportet me esse? Y en las bodas: Quid mihi et tibi est, mulier? etc. En lo cual nos quiso enseñar el modo con que habíamos de tratar a nuestros parientes: que, cuando nos quisiesen apartar de nuestro fin para que fuimos criados, les digamos: In his quae patris mei sunt oportet me esse. De manera que, cuando nuestros parientes nos traten de cosas espirituales, podremos tratarlos como hermanos según el parentesco espiritual. Si vero vulgari consuetudine sint implicati, sine dubio nulla nobis cum illis societas, quorum studiorum omne hoc ab initio expectavit ut honestati maxime serviremus et sine ulla distractione Deo assidue cohaereremus (Basilio, reg. fus., 32): Mas si su trato es de cosas seglares, no hay sino dejarlos, de lo cual da la razón San Basilio, reg. 32 de las largas: Yo no le pego, a él mis bienes, y él me pega a mí sus males: Praeter id enim quod visitatione nostra utilitatis ipsis nihil afferimus, incommodum etiam illud accedit, quod vitam nostram sexcentis curis ac perturbationibus exponimus, aeque re ipsi ad peccandum multifariam occasionem accersimus. Dice que no les hacemos provecho; y la razón es porque no hay gente menos apta para hacer fruto en parientes, que parientes. Cualquiera otro lo hará mejor; porque, como os conocen que ayer andábais azotando trompillos, no os tratan con la estima y respeto que es necesario al predicador evangélico. Decía el otro que no podía reverenciar la imagen que la conoció ayer cerezo. Y así lo dijo Cristo: Nemo propheta acceptus est in patria sua. Y queriendo hacer Dios a Abrahán un grande predicador, doctor y padre de los fieles del mundo, le mandó que saliese de la tierra de Caldea, de sus parientes, amigos y conocidos. Y a San Pablo -que es cosa de considerar (Act. Apost., 22)-, estando orando en Jerusalén, le fue dicho que se fuese de allí a predicar a la gentilidad: Ego in nationes longe mittam te; porque en Jerusalén non recipient testimonium tuum de me. Señor, que aquí me conocieron a los pies de Gamaliel.- Anda, que no sabes lo que te dices; sal de esta tierra donde eres conocido; que te quiero hacer predicador de la gentilidad. Así es, pues, que a los parientes no les pegamos nuestros bienes.

2. Veamos cómo nos pegan sus males. Claro está: porque ellos nos cuentan sus cuitas, sus pleitos, la pérdida de su hacienda, de su honra, los duelos; y venimos nosotros a hablar a la seglaresca, por dar oídos a sus lástimas; y los que dejamos los cuidados de las cosas del mundo, nos volvemos a ellos, cargándonos de sus cuidados de que ellos están llenos; porque de esa manera los pinta Nuestro Señor, metidos en cuidados (Math., 7).

De aquí es lo que dice San Basilio: Quod vitam nostram sexcentis curis et perturbationibus exponimus. Mas añade otra razón, y es, que de este trato se sigue recordatio vitae superioris quae per frequentem cum cognatis et propinquis consuetudinem ac familiarem congressum solet accedere; porque de ahí nace el renoverse las llagas viejas, refrescarse la sangre, traer a la memoria la casa de allá, etc.; y unas cosas van trayendo a otras, de lance en lance y de treta en treta, hasta dejarnos inquieto y hecho seglar. Y es una razón fuerte del daño que esto hace, que aconsejan los maestros de la vida espiritual, que no me acuerde de los pecados de la vida pasada en particular, sino que los sepultemos: cuánto más será dañoso, sin necesidad alguna, por mi curiosidad saber las cosas que no me importan. Y así, no tienes que quejarte de la iniquitud que de esto te viene, porque tú te la mereciste y tú te la buscaste. Y dice San Basilio (Constit. monast., c. 12) que los que gustan mucho de conversación de parientes se van embebiendo en su alma las malas afecciones de ellos; y, ocupada el alma con pensamientos mundanos, se va resfriando en el fervor del espíritu y perdiendo la estabilidad y firmeza en su primer deseo e intención, y se va poco a poco olvidando el amor y ahínco de la patria soberana, como dice David (Psal., 105): Commixti sunt inter gentes et didicerunt opera eorum, et facti sunt illis in scandalum. ¿Qué se les podía pegar de morar con los filisteos, sino adorar sus ídolos, y que ellos les fuesen escándalo y ruina? Y así se os pega a vos el cumplimiento y lenguaje seglar, el no andar en verdad sino con ficciones, fingimientos y fruncimientos, como se usa en el mundo. Ya sus ídolos os contentan, su honrilla os halaga; estáis llenos de presuncioncilla y amor al regalo y al salir con la vuestra; que es otro mundillo que os han pegado, como se suele hacer cuando no se trata con los parientes con el espíritu de la Compañía. Cuál haya de ser este modo dice San Basilio (Regul. fuss., interrogat. 32): In universum autem nemini est permittendum neque propinquo, neque alieno, sermonem cum fratribus de re ulla instituere, nisi de illis id planissise nobis sit persuasum, quibus de rebus illi collocuturi inter se sint eas ad aedificationem et tranquillam animi sedationem conducere.

3. Hay otra razón, que es el grande daño que hace la compasión y ternura natural, que San Basilio llama bisarma del diablo: Intellecto igitur, dice el Santo, intolerabili detrimento quod ex animi erga propinquos nostros affectione nobis nascatur, sollicitudinem de illorum rebus ut diabolicum telum fugiamus. Y así es: porque esta ternura nos va debilitando y apocando las fuerzas, que cualquiera tentación nos basta a echar por ahí; porque viene a quedar, como dice San Basilio, como una estatua de religioso. Hinc fit, dice, ut veluti statua sit monachus, quae solam monachi figuram circumfert, nimirum quae numquam virtutibus sit animata.

Y la experiencia nos muestra, y ejemplos hay infinitos, que no hay para qué referir, de personas a quien esta falsa compasión ha derrocado. ¡Cuántos han dejado de ser religiosos por meterse en impertinentes cuidados de la colocación de la sobrina, de la hacienda de los suyos! ¡Cuántos, por consolar a sus padres, los vemos apóstatas por esas calles! Así, dice San Jerónimo: Quanti monachorum, dum patris matrisque miserentur, animas suas perdiderunt! Esta sentencia fue verdad entonces, lo es ahora, y lo será para siempre. San Bernardo (Epistola 104), tratando de los que dilatan la vocación dice de uno que subita et horrenda morte perenmptus est: cuánto más los que después de haber entrado en la religión, por esta compasión la dejan.

San Basilio dice (1 c.), que allega a tales términos al hombre con esta compasión, que viene a hacer sacrilegio, hurtando a su religión para dar a los parientes, echando mano a lo vedado. Por esto es cosa admirable el cuidado que los Santos tenían de huir el trato de parientes, de lo cual hay muchos ejemplos, pero bástanos los caseros de nuestro Padre y del Padre Francisco. De nuestro Padre sabemos que, en su gobierno, procuraba trabucar los sujetos de una parte otra de manera, que no estuviesen en sus tierras, enviándolos de España a Francia, etc., porque le parecía que no era religioso del todo el que se estaba entre sus parientes; y cuando no podía sacarlos de sus tierras, les quitaba las visitas de sus parientes por desarraigarlos del mundo y para que, ya que lo habían dejado, no se volviesen a encarnizar de nuevo. Casiano cuenta (libro 5, capítulo 32), del abad Maquete, que trayéndole un pliego de cartas de su tierra, -hacía 15 años que no sabía de ella-, dijo: ¿Qué me pueden traer estas cartas sino cuidados inútiles que me inquieten, y renueven la memoria de lo que tengo olvidado? Y, como estaba, lo echó en el fuego, diciendo: Ite, cogitationes patriae, pariter concremamini, ne ulterius ad ea quae fugi revocare tentetis.

Y así habéis vos de decir: todo lo del mundo he dejado, para que todo mi pensamiento, todo el peso de mi corazón, vaya a Dios: ¿y ahora tengo de embarazarme con cosas mundanas? Lo mismo que Maquete, hizo nuestro Padre, para darnos a nosotros ejemplo de madureza de corazón, que así la quiero llamar, para que no estemos tan tiernos en el amor del mundo.

4.- Pero dirá alguno: Decidnos, Padre, ¿qué queréis? Que seamos estoicos, sine affectione, como dice San Pablo, sin compasión ni sentimiento de las necesidades de nuestros deudos, como lo pedían aquellos filósofos, de quien dice San Jerónimo, que aquello era homini hominem tollere, quitarle al hombre el ser hombre. También San Pablo dice (2 ad Timoth., 1): Si quis autem suorum, maxime domesticorum, curam non habet fidem negavit et est infideli deterior.- Hermano, fácilmente se os responderá a esto. Y primeramente San Pablo no habla con vos, como dice Basilio (c. 21, Const. nion.), sino con los padres de familia; no con vos, que todo lo habéis dejado por entregaros a Dios, y ni aun de vuestra propia vida sois señor. Demás de esto, no quita la regla el amor, sino ordénalo, quitando la amargura que el amor desordenado trae, y quiere que, en lugar de él entre el amor de caridad, que es amor limpio, sin amargura; que es querelles aquel bien eterno y ayudarles a esto en cosa que no nos impida. Bas. (reg. fuss., interrogat., 32): In universum autem nemini est permittendum.

Y advierte San Gregorio (7 Moralium) que es fácil ut amor carnis subrepat: ¡qué bien lo dijo!: se entra al soslayo, sin entenderlo.- Por lo cual es menester recato, para que no nos quite el cuidado de las cosas de la tierra el cuidado de la salvación; ni nos entibie, y haga con su peso abatirnos a las cosas de la tierra, como dice Gregorio: Et cordis gressum super imposito pondere deorsum premat: no nos impida el andar a paso tendido en el servicio de Nuestro Señor, sino que seamos como las vacas que llevaban el arca, mugientes quidem sed a recto itinere non deflectentes: aunque tengamos sentimiento de las necesidades de nuestros deudos, sea de manera, que no estorben nuestro camino.

Llama Elías a Elíseo (3 Reg., 19) para hacerlo profeta en su lugar, y dice Elíseo: Déjame ir a abrazar a mis padres y despedirme de ellos. Y respondió Elías: Vade et revertere; quod enim meum erat feci tibi: haz lo que te pareciere. Y al discípulo que quería seguir a Cristo (Lucae, 9), y pidió licencia para ir a disponer de su hacienda y legítima, como dice Basilio, Cristo respondió: Nemo mittens manum suam ad aratrum et respiciens retro aptus est regno Dei. Y como dijimos en la plática pasada, al otro que quería ir a enterrar a su padre no le dio licencia: qua in re, dice Gregorio, (7 Mor., c. 27) notandum est hoc debitum quemque exhibere patri mortuo ex affectu carnali, non licere, quod propter Deum etiam externis debet.

5. La razón que para la importancia de esta doctrina traemos es que este amor desornedado nos puede entibiar. A este propósito explica de los religiosos San Gregorio en los Morales aquello del Deuteronomio, 33, de la tribu de Leví: Qui dixerit patri vel matri «nescio vos» et fratribus «ignoro vos», illi custodierunt pactum tuum et eloquium tuum, Domine. Sobre lo cual dice Gregorio: Ille scire Deum familiarius appetit, qui pro amore pietatis nescire desiderat quos carnaliter scivit. Los que no conocen otro padre que a Dios, ni otra madre, etc., éstos son los que caminan con paso tendido, sin tener trabillas ni embaracillos que les detengan. Yo digo una verdad que cada uno me confesará, que, cuando uno conoce en la oración la estima del negocio que trae entre manos, no da oídos a negocios de parientes y todo lo demás no le embaraza. Pero el que no tiene este sentimiento, ése es el que se deja atraillar de cuidados vanos.

Otra razón se puede dar, que es, para poner nuestra confianza en solo Dios Nuestro Señor. Tratando nuestro Padre (c. 4, Examen, § 12) de las peregrinaciones, dice que su fin es ut omni spe abiecta quam in rebus creatis habere possint, integre, vera cum fiducia et ardenti amore eam in suo, Creatore ac Domino constituant; mirando siempre a Dios, como San Pablo, cui servio et cuius sum: en él tengo padre, hermanos y todo consuelo: como la paloma que puso los pies en el olivo, no hallando otra cosa en qué reposar, ni pagándose de los cuerpos muertos.

6.- Ahora, Padre, otra cosa es menester que nos digáis, que es necesario saberla. Ahora vendrán las vacaciones: ¿no habemos de visitar nuestros parientes? -Por solo cumplimiento y por consolarlos, ni por pensamiento; porque eso es meternos entre nuestros enemigos: et qui amat periculum peribit in eo. Propter aedificationem, dice Basilio (Reg. 32, fusius disp.) no por venir mejorado en ropa, ni por más salud. Y así el Padre General nuestro ha ordenado que, sin licencia suya, no se hagan semejantes visitas. Y de propósito ha querido nuestro Padre tener tanta dificultad, para que entendamos que no habemos de andar de acá para allá visitando deudos. Y yo os aconsejo que, cuando hubiéreis de ir, sea, diciendo al Superior si tenéis peligro; y después tenéis que temer, como temía Jacob de ir a Egipto (Gen., 46), hasta que le dijo Dios: Noti timere, Jacob; descende in Aegiptum; ego descendam tecum et adducam revertentem. Hasta tener estas prendas y que el ángel de Dios va con vos, no os habíades de atrever a volver a Egipto. Si supiésedes lo que en semejantes idas acontece, yo os aseguro que las temiésedes más. Cada día acontecía a aquellos monjes antiguos, venir perdidos de Alejandría y, de las otras partes donde iban a visitar a sus deudos.

De aquí entenderemos dos cosas de nuestro Instituto, que están en el 2.º y 4.º capítulos del Examen. La primera: dice nuestro Padre, que, si estoy en duda si estoy obligado a socorrer a mis padres o no, que deje que lo determinen dos Padres, y que no me gobierne yo por mi juicio, porque, en cosa de parientes, la afición ciega. La segunda, que, si se dudare si convendría hacer la distribución de la hacienda en parientes por tener mayor necesidad, o por otras causas; por no errar, engañándose con el afecto de la carne, lo debe dejar a juicio de dos o tres personas con aprobación del Superior, y porque se hacen grandes yerros, pareciendo después haber sido engaño, pues después de salidos para socorrer a sus padres, no sirven sino de comerles la hacienda y darles mala vejez con su mala vida.

7. Pero quédanos un consuelo: que vale tanto con Nuestro Señor este descarnamiento de nuestros padres, que no se contenta con pagar en el cielo, sino aun en esta vida. Vido bien nuestro Señor cuánto cuesta. Así, diciéndole Pedro (Marci, 10): Ecce nos reliquimus omnia, etc., respondió Cristo: Yo te doy mi palabra que centuplum accipies in hoc saeculo, et in futuro vitam aeternam. Así lo hace con nosotros: por un padre, cien padres; por un hermano, cinco mil; por un servicio que quizá no lo teníais, os ha dado tantos que os sirvan. Y esto, ¿no es verdad, que dejaste amor de carne, vida temporal, y hallaste amor de caridad y vida del cielo; no padre que os sea enemigo del alma, aunque padre del cuerpo, sino padre que está preparado a dar la vida por vuestra salvación, que es pastor que está obligado a dar la vida por sus ovejas? Por la madre que dejaste, halláis aquí la religión; y en Francia, y en Italia, etc. Por contento temporal, el contento verdadero, nacido de la caridad, la cual todo lo hace vuestro por ser predicador de Cristo: omnia vestra sunt.

-Una palabra hace dificultad: que dice San Marcos: cum persecutionibus.- ¿Ese bocado dejáis para la postre? -Hermano, sí; sois ciudadano del cielo, y no podéis tener pacíficamente ese privilegio sin contradicciones que os hacen vuestras pasiones y otros enemigos de dentro y fuera de vos; y así, es menester mortificaros cada día, que eso es ferre crucem suam quotidie: quien no lo hace así, siempre estará pobre, como dice el Espíritu Santo: Qui suavis est in egestate erit: el que se mortifica, dejándolo todo, nada tiene y nada le falta; pero el que vive suavemente, haciendo su voluntad, siempre está pobre; el que deja todas las cosas por Cristo recibirá en recompensa, demás de lo que le darán en la otra vida de los bienes eternos por haberse en esta vida despojado, aun en ella como ciudadanos del cielo viven ya con una participación de aquella seguridad de los bienaventurados, asentados en la firmeza de la caridad de Cristo y de hijos de Dios, herederos de su paz; pues tanto consuelo les da la esperanza, que, spe gaudentes, comienzan ya a gozar de la latitud de corazón. No hay cosa dificultosa al corazón llagado con el amor de Cristo, como lo tenía Agustino. Pidamos a Nuestro Señor llague nuestro corazón con este amor. Amén.

Pero quédanos un consuelo: que vale tanto con Nuestro Señor este descarnamiento de nuestros padres, que no se contenta con dar la paga en el Cielo, sino aun también en esta vida. Vio bien Nuestro Señor cuánto cuesta y cuán dificultoso se hace a la carne. Así diciéndole San Pedro (Marc. 10): Ecce nos reliquimus omnia, etc.; quid ergo erit nobis, etc., respondió Cristo: Yo te doy mi palabra: Centuplum accipies in hoc saeculo, et in futuro vitani aeternam: porque dejaste todas las cosas propter me et evangelium, para ser predicadores ahorrados de embarazo y ser gente descarnada, no me contento con pagar en el Cielo, sino nunc, nunc. Ansí lo hace con nosotros. Por un padre, cien padres; por un hermano, cien mil; por una casa, casa aquí y en Roma, etc.; por un criado, que quizá no lo teníades, os ha dado Dios tantos que os sirvan: un cocinero y refitolero aquí, y otro en Constantinopla, y otro en Japón, etc.; que no tiene tanto el Rey. Y esto, ¿no es verdad que dejastes amor de carne y vida temporal y hallastes amor de caridad y vida del Cielo?; no padre, que os sea enemigo del alma, aunque padre del cuerpo, sino padre que está preparado a dar la vida por vuestra salvación y ha de dar cuenta por vos, como dice San Pablo (Hebr. c. 13, 16), porque es pastor que ha de dar la vida por vos. Por la madre que dejastes, halláis la Religión aquí, y en Francia, y Italia, y dondequiera que fuéredes, que os ampare y regale el alma y el cuerpo. Por el contento temporal, os da el contento verdadero nacido de la caridad, la cual hace que todo sea vuestro, por ser predicador de Cristo: Omnia vestra sunt.

Una palabra hace dificultad, que dice San Marcos cum persecutionibus.- ¿Ese bocado dejáis a la postre? -Hermano, sí; sois ciudadano del Cielo y no podéis tener pacíficamente este privilegio sin contradicciones que os hacen vuestras pasiones y otros enemigos de dentro y fuera de vos; y de otra manera no podéis conservar ese derecho para poder poseer estos baldíos, y desmontar la tierra y pacer la hierba. Éste no se puede conservar sin amar la cruz. Y así, es menester mortificaros cada día, que esto es ferre crucem suam quotidie: es menester renovar cada día vuestro corazón, que no basta dejar una vez al mundo sino cada día renovar vuestros deseos delante de Nuestro Señor, entregaros a él de todo vuestro corazón y apartando dél todo amor de cosa criada. El que no lo haga así, siempre estará pobre, como lo dice el Espíritu Santo: Qui suavis est in egestate erit. El que se mortifica dejándolo todo, nada tiene y nada le falta; pero el que vive suavemente, haciendo su voluntad, siempre está pobre, anda con laceria, siempre mendigando; no hay caridad, ni goza de la caridad que recibe; siempre anda lánguido, flaco y miserable. Mas el que deja todas las cosas por Cristo, recibirá en recompensa (demás de lo que le dará en la otra vida de los bienes eternos, donde todos los bolsillos y faltriqueras de su corazón se han de encubrir), por haberse en esta vida despojado, que aun en ella como ciudadanos del Cielo vivirán ya con una participación de aquella seguridad de los bienaventurados, sin temores, sin asombros, asentados en la firmeza de la caridad de Cristo y de hijos de Dios, herederos de su paz; pues tanto consuelo les da la esperanza, que, spe gaudentes, comienzan ya a gozar de la latitud de corazón. Todo se le hace fácil al que está prendado del amor de la patria soberana: no hay cosa dificultosa al corazón llagado con el amor de Cristo, como lo decía San Agustín. Pidamos al Señor llague nuestro corazón con este amor. Amén.




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Plática 14

Del contento de que nuestras faltas sean manifestadas a nuestro Superior: Regla 9


1. Llegamos a la regla 9 y 10, que en el texto de romance y en el original de nuestro Padre no son dos cosas divididas, sino un mismo contexto: son como una buena consecuencia, cuyo antecedente es la 9 y conclusión la 10: la una es fuerza y prueba de la otra. Hanlas dividido para mayor claridad; y con el mismo orden están aquí que en el Examen, capítulo 4.º; que se va subiendo a más alto grado de perfección y abnegación que en las reglas pasadas. Porque el dejar la hacienda y bienes temporales dificultoso es, pero de fuera cae. Más cerca está el amor tierno de los parientes; pero más llega a lo vivo el dejarse el hombre a sí mismo, y ésta es la verdadera abnegación de la cual dice Gregorio: «Fortasse laboriosum non est relinquere sua, sed valde laboriosum est relinquere semetipsum». Por lo cual el título de esta regla es: «Vera sui abnegatio»; porque es gran salto, de abnegación de hacienda y parientes, a abnegación de sí mismo; porque es tal el amor propio, que con él nacimos, con él nos criamos; siempre lo habemos ido fomentando.

Dice, pues, nuestro Padre, que se pregunte al que entra en la Compañía, si será contento que todos sus errores y faltas sean manifestadas a sus Superiores por cualquier persona que fuera de la confesión los supiere. Bien sabía con quién lo había, y por eso lo apoya tanto diciendo: «Ad maiorem in spiritu profectum et ad maiorem submissionem et humilitatem propriam»; porque éste ha sido estropiezo de hombres que han querido hacer sus entendimientos regla de todo lo demás, pareciéndoles que lo que no está escrito en su cartapacio, todo va perdido; y cuando entra en nosotros el decir«¿por qué es eso?», andando juzgando y midiendo con nuestro entendimiento las reglas, malo va. Hanse de mirar las cosas de religión, con religión; spiritualia spiritualibus comparantes; con el espíritu que ellas se hicieron; porque, si se miran con el punto de la honra y con vuestra presuncioncilla, malo va. Porque, si negáis los principios, no hay por qué argumentar con vos, porque no se seguirá sino ronquera, como dice Tertuliano: «Argumentad con un porfiado, y no sacaréis sino ronquera». Eusebio Cesariense (de praep. evang.) refiere de Platón que dice: «Est optima lex apud lacedaemones», que, ninguno de los mozos que entraban a gobernar fuesen osados argumentar si las leyes eran buenas o malas, ni buscalles inconvenientes, sino que rindiesen sus juicios y las mirasen como cosas dadas por Dios; y que bastase haberlas dado sus predecesores para tenerlas por justas; y que, si a alguno de los ancianos se le ofreciese algún inconveniente, por haberse mudado los tiempos, que no lo propusiese delante de los mozos, por que no perdiesen el respeto y veneración a las leyes, que es un gran mal para la república: tanto que dice Aristóteles (2 Polit.), que es menor inconveniente que haya errores en una ley, que no mudarla; porque de esta manera vienen a andar cada día mudando leyes, perdiéndoles el respeto.

2. No quiero yo ponerme aquí a hacer grandes homilías, ni a disputar sobre esta regla; porque tanta obligación tienes tú a defenderla como yo. ¿No es honra tuya defender la regla que profesas? ¿No es esta regla de Ignacio, dado a ti por guía por Dios? ¿No te la pusieron delante cuando entraste en la Compañía, para que vieses si te contentaba y dijiste que sí? Por eso manda nuestro Padre que cuatro veces se lean las reglas de Examen a los novicios, para que, si no le contentan, se le pueda decir: «Tomad el hatillo, e íos norabuena».

Y esto es tomado de San Benito, que así manda que se haga. Y llámase este ejercicio, «pulsatoria». Y así hay un decreto que dice: «Religiosi bene pulsentur, id est probentur». Y ahora, en la 4.ª congregación, reconociendo las reglas del Maestro de novicios, se ordena en la 15 que se le pregunte, aquellos días que están en primera probación como huéspedes, que aún no han metido el pie en la Compañía, sino están dando aldabadas para que les reciban, entonces, se les proponga esta regla en particular, para que, si no les contenta, se vuelvan a su casa.

Pero es bien, que los que estamos aquí sepamos lo que sobre esta regla pasó pocos años ha, que, como testigo de vista, lo puedo contar, que pasó estando yo en Roma. Un forajido nuestro, italiano de nación, que le despidieron en Francia por sedicioso, atrevióse, con las espaldas que el Papa le hacía, por respeto de un tío suyo, Obispo de Pistoya a quien el Papa tuvo buena voluntad, a imprimir un pedazo de la Suma del Padre Toledo, y en ella, por pagarnos el pan que nos había comido, hizo un capítulo diciendo, que en cierta religión a quien él deseaba servir, por haber en ella hombres doctos, se tenía esta regla, contra el Evangelio, de que inmediatamente se descubriesen las faltas al Superior sin avisar primero a la persona; y que esto tenía muchos inconvenientes. El Padre Everardo, que era entonces General, se quejó al Papa, y él por el afición que tenía al autor, quiso ver el libro y ver la regla nuestra, e informóse cómo se practicaba en la Compañía; y declaró que no sólo no era contra el Evangelio, pero que estaba muy lejos de estar sujeta a calumnia, y que contenía evangélica y apostólica perfección, y mandó que aquella parte, se prohibiese, como lo hizo el Cardenal Sirleto, a quien esto pertenecía. Nuestro Padre Everardo quiso sacar Breve de este «vivae vocis oraculo»; y como murió, y por otras ocasiones, no se pudo hacer. Pero hízolo mejor el Padre Claudio, que pidió Breve para todo el Instituto; y así, ninguno tiene ya que disputar de ella, sino entender que contiene mucha perfección.

3. Pero, diráme alguno: Padre, fácilmente os concediera yo ser cosa de perfección ésa; pero, paréceme mucha perfección; porque yo soy hombre honrado y no quisiera perder el buen nombre con el Superior. Ando yo todo el año procurando que me tenga por bueno, y por esto hago cuanto puedo, y aunque me parezcan mal sus cosas, procuro disimular; si viene a saber mis faltas, nunca me mostrará buen rostro.- Hermano mío, dice Ignacio, si viniste a buscar tu honra y reputación, buen camino llevas; pero, pobre de ti, que vas errado el fin. Por esto nos pone el fin que pretendimos, o debimos pretender, cuando vinimos a la religión, que es ad maiorem in spiritu profectum. ¿Viniste, mi hermano, a que no te tengan arrinconado, sino puesto como luz en el candelero, donde todos te conozcan y estimen? No, mi hermano, sino a ser corregido y avisado. Y así dijimos arriba, que la religión es locus correctionis, por lo cual, el que no quiere ser corregido, fáltale una cosa esencial del estado de religión. Y es grande gracia de Nuestro Señor, traer al religioso a do le corrijan, y él mismo lo hace en la oración, reprendiéndose sus faltas. Así lo dice en el Apocalipsis: «Quos ego amo, arguo et castigo»; en los Proverbios: «Quos diligit Dominus castigat, flagellat autem onmem filium quem recipit». Por lo cual dice San Pablo (Hebr., 12): «In disciplina perseverate; quis enim filius quem non corrigit pater est». Por otra parte, es gran amenaza decir que no ha de castigar, sino que nos ha de dejar hacer nuestra voluntad: Tradidit illos in desideria cordis eorum; ibunt in adiuventionibus sui».- (Ezech., 6). Et requiescet indignatio mea in te, et auferetur zelus meus a te, et quiescam ne irascar amplius - (Osee, 4). Non visitabo super filias vestras, cum fuerint fornicatae». Y el Espíritu Santo dice: «Qui odit disciplinam morietur». Y antes había dicho: «Insipiens est». Por esto nuestro Padre (Examen, c. 4, § 41), dice, que es señal que uno anda de veras en su vocación cuando anda tras sí, y huelga de ser corregido; porque éste tal dice: Yo vine a conocerme, y así yo me huelgo que mi Superior, que es padre de mi alma, sepa mis faltas para que me ayude; y demás de esto, el testimonio de la comunidad, como dice ese librito de oro, es gran verdad; y así, Cristo preguntó: «Quem dicunt homines esse filium hominis?» ¿Qué sienten de mí los hombres? Por lo cual habéis de mirar qué siente de vos la comunidad; qué le ofende de vos, para procurar enmendaros. Porque uno de los provechos que trae la comunidad de hombres es éste.

4. La razón adecuada, que llena y cuadra, es la que traen los Santos, y es el alma de esta ley, nacida de las entrañas de la religión y propia del oficio y obligación del religioso, que es el deseo de la humillación y abnegación propia y propio conocimiento. Porque, ¿cuál es la verdadera humildad? San Gregorio (23 Moral., cap. 14): gustar de que se conozcan sus faltas. Y así, el que no gusta que se conozcan no es verdadero humilde. Hay algunos, dice el Santo, «qui culpas confitentur et humiles non sunt, nam multos novimus qui urgente nullo, peccatores esse confitentur; cum vero de culpa sua fortasse fuerunt correcti, defensionis patrocinium quaerunt, ne peceatores esse videantur; qui si tunc cum id sponte dicunt peccatores se esse veraci humilitate cognoscerent, cum arguerentur ab aliis esse se quod confessi fuerant non negarent»: Hay algunos que confiesan sus faltas; pero si otro se las dice, no hay padre ni compadre; luego se azoran. No es ésa la verdadera humildad, sino antes soberbia; porque vos queríades ganar honra y parecíaos buen medio decir vuestras faltas, para lo cual no os hace al caso que otros os las digan.

De aquí se ve, que no hay inconveniente ninguno en esta regla: todo dice y cuadra con el estado (de) religioso. Y no le llaméis pródigo de su honra; porque, ¿a quién dijo sus faltas sino a su padre, que tiene más cuidado de su reputación que él mismo y tiene más obligación a mirar por vuestra honra que vos mismo, porque vos ya la dejastes, y aun el cuidado de vuestro cuerpo y salud? Pues, como dice Basilio, Benito y otros, el verdadero religioso no ha de cuidar de su salud, sino decir: yo no soy mío; aquí estoy en esta cama; haga de mí el médico y el superior lo que quisiere: así, no traigo cuidado de mi honra, pues no es mía, sino de mi Superior. ¿Qué deshonra, veamos, es, que mi padre sepa mis faltas? También, ¿a quién se dicen las faltas sino al médico? Vos no conocéis vuestros accidentes; hay ojos que ven mejor vuestras llagas y que las descubran; han hecho vuestro oficio y lo deseáis o debéis desear; no tenéis que quejaros.

5.- Pero dirá alguno: ¡Oh Padre! que el Padre fulano es muy puntoso; mostrarme ha un ceño tan largo; no me mirará al rostro; veniat luctus patris mei; andará llorándome, que parece que con los ojos me está diciendo: Irse ha el Provincial, y todos nos entenderemos.- Ahora quiero deciros a vos y a él, lo que os conviene. Primeramente vos debéis ser fiel a aquel cuyas faltas sabéis y a la Compañía; no le sois fiel a él pues le hacéis oficio de enemigo; así lo dice Esmaragdo, y trae un decreto antiquísimo de la Orden de San Benito, que referiré en otra plática. Dice, pues, el decreto, que no hace obras de amigo el que no dice al Superior las faltas, sino de cruel enemigo. Porque ahora se pudiera curar fácilmente con miel rosada y con una purga muy fácil; y viene después a reventar con daño vuestro y suyo; porque, lo que guardando su honor y reputación se pudiera remediar, como decíamos que lo dice nuestro Padre (Examen, capítulo 4, § 35) después no se puede hacer con esta suavidad, viniendo a pudrirse la llaga y reventando, y dando tanto mal olor de sí, que inficiona toda la casa; y así, hacéis daño a él y a la Compañía; y ni sois fiel a él ni a la Compañía. ¿No véis que está frenético?, ¿aseglarado su corazón? Tiene calentura que le saca de juicio; en volviéndole el juicio, él os agradecerá que no le disteis agua.

6. Y a él, ¿qué le diremos? -Decid, hermano, ¿por qué os sentís? -Padre, porque soy honrado. Tiene el Superior buena reputación de mí; si sabe mis faltas, quedará infamado; mirarme ha con malos ojos.- Pues oíd una palabra que es de nuestro Padre Claudio: «Más pierdes en sentirte, y más falta es, que la misma falta: y te han bajado por eso de tu predicamiento mucho más que por la falta que te sindicaron». Porque bien sabemos que eres hombre y que tienes faltas; pero, cuando vemos que te sientes, juzgámoste por imperfecto, desquiciado del ser religioso: quedas por sospechoso, que guardas cosas fiambres que no dices, pues éstas no queréis que se sepan. Y así, los visitadores, una de las preguntas que hacen es, si alguno se ha sentido porque le han sindicado. Quiero te dar un remedio: Ponte delante de Nuestro Señor y represéntale tus faltas, viejas y nuevas; reconócelas y llóralas y repréndelas; y no harás caso del juicio de los hombres, que no han dicho todo lo que hay en ti: o tienes las que te dicen en mayor grado, o has dado ocasión para pensar ésas por la vida relajada, o al menos hay otras que suplen esto, que no han salido a plaza: y no mires con malos ojos al que te reprende; porque dice San Macario, discípulo del gran Antonio, que no habemos de mirar al que nos reprende como chismoso y temoso, sino como a ministro de la justicia de Dios. No dejes dar en vacío ese golpe de la mano de Dios. No hagas como el perro que va tras la piedra; mira la mano de donde sale; mira que es Dios el que te castiga, y tendrás consuelo: «Obmutui, quia tu fecisti». Salía David llorando, los pies descalzos, huyendo de su hijo Absalón; y Semeí le comenzó a deshonrar, diciendo que por sus pecados le castigaba Dios: «fili Belial». Querían matarle aquellos soldados que le seguían. y dijo David: Dejadle, que Dios se lo ha mandado; ¿qué sabéis si por esta humillación tengo de aplacar a Dios? Más se hace con paciencia y con callar que con prevenir al Superior y tachar testigos y buscar abonos. ¿De qué sirve andar diciendo: ¿quién me pudo sindicar? ¡Sin duda es fulano! ¡Verás lo que le pasa! ¿Quién pudo ser? ¡Las paredes! ¡que lo sabe toda la casa! Mejor haríades en humillaros; que eso permitió Dios para humillaros y purificaros de no sé qué honrilla que se os había entrado.

7.- Pero una cosa me queda por saber: ¿Y si mienten, Padre? -Cierto que tal palabra yo no la querría oír; porque me parece que me da un porrazo a los oídos, y se me hace muy de nuevo tal modo de hablar. Ya si dijeras: «Padre, ¿si exagera las faltas?» Aun ya: «¿si son antojadizos?» Bien; pero «¡si miente!».- Ciertamente que yo no sé algunos, qué juicios tienen tan libres, que yo no me atreviera a juzgar que nadie miente. Demos, disputationis gratia, que así sea: ¿No te acuerdas que, cuando entraste en la Compañía, te dijeron que si serías contento de sufrir injurias, falsos testimonios y afrentas, y falsos testimonios de personas dentro y fuera de la Compañía, como dice N. P., Examen, c. 4, § 45? ¿Cómo estáis arrepentido? Yo os doy per possibile vel impossibile, que haya sido con entrañas empozoñadas todo eso. Habéis de entender que Dios lo permite para vuestra humillación. Imitad a Nuestro Señor Jesucristo a quien levantaron falsos testimonios, y que padeció de aquéllos con quien trataba, y de su mismo discípulo como Él se queja: (Psalm.): Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem utique: tu vero, homo unanimis, dux meus et iustus meus, etc. Juntaos con Él, acompañaos con Él en vuestras tribulaciones y afrentas: ahora comenzáis a ser su discípulo y a sentir su cruz: andad en verdad con Él y con vuestro Superior, que la verdad siempre ha de prevalecer, aunque alguna vez esté oprimida. Más vale tener paciencia en la Compañía, que cuantas otras diligencias inútiles podréis hacer. Tratad verdad con vuestro Superior: más vale esto que no tachamiento de testigos, y abonos, y que andar previniendo al Superior; que, cuando uno previene, luego comienzo a sospechar: algo debe de haber aquí. ¿Por qué te quejas? ¿Es lanzada de moro izquierdo? Dejad de cuidar de vuestra reputación, que con lo que pretendéis ganar crédito con el Superior, lo perdéis. Buscad las verdaderas virtudes evangélicas, que en este ejercicio de sufrir se alcanzan; porque uno de los grandes bienes de la comunidad y porque Dios permite que haya imperfecciones, es para que haya ejercicio de ellas, moral y práctico, y no tengamos sólo concepto especulativo de ellas. Cuando yo me acuso, no me quitan la paz los que me dicen las faltas; porque, por más que me digan, sé yo más de mí.

8. Tiene dos partes esta regla: la una, que cada uno quiera ser corregido, y de ésta hemos tratado; la otra, que debemos ayudar a corregir y de ésta trataremos en la plática que sigue.

Estamos ya en cuaresma, que, como dice Gregorio y el Concilio Toledano, es el diezmo del año, en que los siervos de Dios suelen doblar la tarea, como dice Y así, querría que nosotros, particular. mente en este tiempo, tuviésemos cuidado de acudir a nuestros ejercicios y hacerlos con más perfección: tener la oración bien tenida; añadir algunas otras asperezas extraordinarias, no me parece que tenemos fuerzas para ello. Ya yo dije lo que en esa parte se ha de guardar. Démonos a quitar malos siniestros; ande la verdadera mortificación interior. Tengo también por muy propio ejercicio de este tiempo y muy conforme al espíritu de la Iglesia, la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, y sentimiento y dolor de los pecados propios y ajenos, por quien tanto padeció. Pidámosle que nos de este don, que cierto es muy grande y muy propio nuestro, que siempre habemos de andar con pecados y pecadores; y así, tenemos necesidad de tratarlos con sentimiento. A dos Padres he tenido envidia de esto: el uno era el P. Madrid, hijo de esta Provincia, que ni aun de burlas se le podía mentar el pecado, que luego, aunque estuviese en la quiete, no se comenzase a resolver en lágrimas; y cuando en el púlpito trataba del pecado, aquí perdía pie y no podía pasar adelante, por la copia de lágrimas. Lo mismo hacía otro Padre. Éste es oficio propio nuestro, llorar nuestros pecados y los del pueblo, y aplacar la ira de Dios haciendo penitencia por los unos y por los otros: Inter vestibulum et altare plorabunt sacerdotes, ministri Domini, dicentes: Parce, Domine, parce populo tuo, etc.




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Plática 15

De la justificación de la regla 10; y cómo no tiene los inconvenientes que algunos han pensado. Y fue dictada por el mismo Padre


1. En la plática pasada pusimos el fundamento de la doctrina que se contiene en estas reglas 9 y 10, que es el deseo de ser el hombre conocido y corregido, y que en esto sea ayudado: deseo del verdadero humilde. Así como el enfermo, dice Basilio (en las fusas, 52, en las breves, 158) anxius de sua salute (que ahí está el punto de todo), toma de buena gana la cura que su padre médico le da, etsi acerba sit curationis ratio, reiecta omni dubitatione de peritia et caritate medici; así el humilde toma de su Superior, cualquiera corrección, sin pensar que sea por tema o pasión del que le corrige. Y en la 159, añade que el que no está de esta santa disposición y se enoja con el que le reprende, éste no ve el peligro que tiene ni la utilidad de la penitencia; ni cree a aquél que dijo: Qui diligit, instanter corrigit (Proverbios 13); ni entiende en qué consiste la verdadera caridad, la que hace que con toda caridad se digan las faltas, como deseaba David: «Corripiat me justus in misericordia»: ésta es la verdadera: «Oleum autem peccatoris non impinguet caput meum» y añade Basilio: «Unius conversalio inter reliquos fratres perniciosa est, si quidem alios a suscepto certamine abducit»; porque los resfría de la empresa que tienen, de buscar su aprovechamiento por este medio.

Dice, pues, nuestra regla (que es como conclusión de lo pasado), que cada uno ha de ser contento de ser corregido y ayudar a la corrección de otros, descubriendo y manifestando el uno al otro con debido amor y caridad para mayor ayuda en el espíritu, mayormente cuando le fuere mandado por el Superior que de ellos tuviere cuidado, a mayor gloria divina. Aquí, en breves palabras, se contiene todo lo que debemos de hacer, con sus circunstancias. Lo que hemos de hacer es, manifestar y ser manifestados, y ser de esto contentos. Cómo lo habemos de hacer es, con debido amor y caridad. ¿A quién se ha de hacer esta manifestación? A mi Superior.- ¿Cuándo?- Cuando el Superior lo determinare o la cosa fuese tal, que lo pida.- ¿Por qué fin?- Para más ayudarle en su espíritu y para mayor gloria divina. Esta regla se debe entender sin otras exposiciones, o perversiones, por mejor decir. Débense manifestar las culpas, aunque sean secretas, siendo de momento, pues que solamente exceptúa las que se saben por confesión. Se han de manifestar al Superior como a padre, no como a juez; con el secreto que la cosa pidiere; para remedio, no para castigo; para prevenir, no para difamar. Esta regla se prueba de la pasada bastantemente. En manifestar yo a mi hermano a nuestro Superior común sus faltas, hago lo que él quiere; y dice que de ello se da por muy contento. Hago lo que me debe agradecer; lo que conviene a su estado, como persona que ha de buscar su mayor humillación; luego, no hay aquí cosa injusta de que se pueda formar queja. Y si se resiente y muestra no quererlo, podéis decir lo que decís en otras materias: que es invitus irrationabiliter. Añádese a esto, que yo hago lo que él está obligado a hacer por su Instituto, que es, manifestar todas sus culpas sin celar cosa alguna de momento, a su Superior; como se dice en el Examen, capítulo 4, § 35. Y así el P. Francisco, respondiendo a algunas Congregaciones de España que se hicieron luego después de la 2.ª Congregación, que preguntaban en qué se fundaba esta Regla, dijo: que su justificación consistía en haber renunciado nuestro derecho, si alguno teníamos, a nuestra reputación. Y ese autor que ha sacado ahora los comentarios en la 2ª.-2ae, con haber jurado decir mal de nuestras cosas, en cuanto pudiere -y aun no pudiere- confiesa, habiendo esta renunciación, no se hace contra el orden del Evangelio; aunque él se mete luego en dar consejo donde no se lo piden, y dice que le parece mal hacer gobierno de esta renunciación.

2.- Mas, para que se entienda bien lo que decimos, se ha de advertir lo que Santo Tomás anotó en el quodlibeto 11, que la caridad es la que en esta materia da y quita obligación, da y quita orden, pues a ella se reducen los preceptos del Evangelio, quitados los de la fe y sacramentos. Esta caridad es la que me hace a mí mirar por el mayor bien de mi hermano, para que no quede sobresanado, para prevenir para adelante, para andar más a lo seguro, para que no reviente con daño público; porque, como dice San Basilio (Interrogat. 46): «Morbus cum dissimulatur, incurabilis efficitur; peccatum occultari nihil aliud est quam aegrum ad mortem sua sponte ruentem impellere. Nemo ergo sit qui aut suo aut alterius peccato latebras quaerat, ne pro suo amore quem fratri debet, exitum illi conciliet». Y habla San Basilio exhortando que las culpas nuestras y de nuestros hermanos las manifestemos a nuestro Superior. ¿Veis cómo no es ley de caridad esta disimulación que se suele hacer por guardar la ley que decís de hombre de bien, pues lo que antes se podía remediar con miel rosada, se remedia después con cauterios de fuego, con daño suyo y de su honor? Y no sólo es daño suyo particular, pero de toda la comunidad; porque la Compañía no es cosa metafísica; sois vos, soy yo y aquél; y del estrago de los particulares se viene a estragar toda la comunidad. Y es cosa cierta, y la experiencia nos la enseña, que el mal del religioso, nunca es sólo de un particular, como dice Cesáreo Arelatense en una homilía suya; y, según buena medicina, todo mal de sangre podrida es contagioso. Y hay más que esto: que, cuando en un religioso cae un mal de asiento, grave, toma Nuestro Señor ojeriza, no sólo contra él, mas contra la familia o lugar donde está, como lo prueba Basilio en la pregunta 47 breviorum, trayendo aquello (de Josué, 7), de Acán, que porque había hurtado una barra de oro de Jericó, desamparó Dios a su pueblo, que huía de los enemigos, y dijo a Josué: «Non poteris stare coram hostibus, quia est anathema in medio tui, Israel». Y de nuestro Padre se sabe, que, entendiendo de unos hermanos que trataban ruin trato, llamó luego al Padre Polanco para que les echase de la Compañía, diciendo: «No podré yo dormir esta noche, estando ellos en casa, porque pensaré que se ha de caer sobre mí y sobre los demás».

Siendo, pues, este daño tan en la mano, que se puede temer tan probablemente, y por otra parte, el avisar al Superior como a padre, y que el hermano no pierde, fiando su honra de quien ha de tener más cuidado de ella que él mismo, y que si algo pierde, se da por contento de ello, y pareciendo a la Compañía allanar las dificultades que podía haber en la práctica de una cosa tan importante para el buen gobierno religioso; claro está, según la común opinión, que, si la culpa de mi hermano no está enmendada, puedo yo acudir al Superior inmediatamente, como a padre, para que le remedie; y pocos hay que contradigan esto.

Santo Tomás lo dice claramente en el cuodlibeto dicho; y nos enseña, que en hacer esto, no se hace contra el orden del Evangelio, porque «non dicitur ecclesiae, id est, praelato, como prelado y juez, pues no ha de proceder a aquello que se sigue: «Sit tibi sicut ethnicus et publicanus»; sino sólo se da noticia «ad praecavendum» y para remedio.

3.- Mas me diréis: está enmendado mi hermano: que esto es donde más soléis tropezar.- Pregúntoos yo ¿Dónde lo sabéis? -Padre, él me dijo que se enmendaría.- Pues quizá, hermano, vuestro aviso ha servido de que se recate de vos como de chismoso; y así habéis servido de que él no quede enmendado, sino reservado y recatado. Y así se ve cada día, que infinitos se han engañado en esto; porque os hago saber que no es tan fácil la enmienda como parece; porque, aunque Santo Tomás diga al fin de la 2.ª-2ae., que los pecados de los religiosos, en esta parte, son menos que los de los seglares, porque salen más fácilmente de ellos, débese de entender, que tienen más medios para salir; mas el salir, siempre es con más dificultad. Cuando ve un médico en un achaquiento y flaco una debilidad de pulso notable, no le da mucho cuidado, porque no desdice aquello de su ordinaria disposición; mas, si ve esto en un hombre robusto, tiénelo por muy ruin señal. Así es acá: si un seglar cae en pecados, no son estos accidentes que desdigan mucho de aquella vida tan descuidada, que se confiesa allá por Semana Santa, al año una vez: está en medio de las ocasiones. Pero en el religioso, sustentado con sacramenos y ejercicios santos, cuando cae, señal es de virtud muy gastada y enfermedad de asiento. Y ¿cómo podéis vos, persuadirnos, que esté ese hermano enmendado, pues se esconde y huye de Dios? Huye del que está en su lugar, a quien él ha cometido su cura; el que habiendo caído y está buscando escondrijos para su culpa y, como otro Saúl, que dijo a Samuel: «Honora me coram senioribus»: No hay enmienda donde no hay humillación; y donde veis honrilla, no hay salud de dura: tened miedo, que, no pudiendo sufrirse a sí mismo, vendrá a echar la soga tras el caldero, y ser de los que dice San Pablo «desperantes, semetipsos tradiderunt se omni immunditiae».

4.- Es también esto necesario, para el gobierno religioso que pretendemos, pues en la Compañía todo pende del Superior, y él lo actúa todo, como el maestro de capilla, que con su compás gobierna todas las voces. Por esto es necesario conocer a todos, para que ponga a cada uno en lo que es proporcionado a sus fuerzas. Aunque ese hermano esté salido de una grave enfermedad, está convaleciente: y otros ejercicios y recogimiento ha menester el recio que el flaco. Y cierto es que, si de esto no hay noticia entera, os pondrán en ocupaciones en que os hayáis de perder.

Añade el P. Nadal otra razón: que, aun en derecho común, sin esta renunciación que hemos dicho, podía usar la Compañía de esta libertad; pues en las elecciones de oficios se hace inquisición de cosas secretas, según la calidad que requieren los oficios; y en la Compañía todos pueden ser elegidos para misiones, siendo cosa tan propia del Instituto, y requiriéndose para ellas virtud tan sólida, y que no sea gente quebradiza que pierda el buen nombre de toda la religión por su flaqueza.

De aquí viene, que, en la religión de San Francisco, sin haber esta renunciación de que tratamos, se guarda el mismo orden que en la Compañía, de que se digan las faltas al Superior sin que preceda admonición del hermano, como se ve en el libro que se llama Serena conscientia en la cuestión 104. Y en los estatutos que llaman de Barcelona, se refiere, que siendo San Buenaventura General, ordenó que la doctrina contraria, como pestífera, se desterrase de la religión, y el que fuese osado de enseñarla, fuese privado de libros y de voz.

Esmaragdo, hablando en los comentarios de la regla de San Benito, capítulo 23, trae un decreto de Estéfano y Paulo, abades antiguos, del cual hicimos mención en la plática pasada, y dice de esta manera: «Si quis alterum in quacumque parte viderit illicitum quid opere vel sermone facientem et distulerit Priori publicare, cognoscat se esse nutritorem peccati, et per omnia aequalem peccanti, quia et animae suae el illius quem legit, et durissimus inimicus». «Aequalem peccanti» dice; porque no carece de sospecha de cómplice del pecado, quien pudiéndolo remediar, no lo remedia. Dice «durissimus inimicus illius quem tegit». Decláralo Basilio, (fus. 46): «Quemadmodum nullo modo benemeritum illitis de nobis diceremus, qui quae pestifera essent in corpore nostro includeret, sed eum potius qui cum dolorifico cruciatu et cruoris etiam emissione per lancinationem ea in apertum extraheret, quo videlicet, aut quod maxime esset per vomitum repelleret aut extruderet a corpore, aut per morbi cognitionem eius curandi rationem facílius cognosceret»: así es, ni más ni menos en las cosas del alma. El mismo Esmaragdo, c. 24, pone otro decreto: «Si quis aliquem qui districtionem monasterii non ferens fugam meditari cognoceret, et non statim prodiderit, perditionis illius participem se esse non dubitet, et tamdiu a conventu fratrum sequestrandus est quamdiu ille habeat revocari».

5. Concluyamos con esta prueba, que es tomada de la experiencia, que en las cosas morales es medio muv eficaz. Sabemos que todos los sucesos que hemos visto y oído en la Compañía en estos 45 años que ha que se fundó -que no han faltado, como no faltarán donde quiera que hay congregación de hombres, por más santos que sean, pues hubo entre doce apóstoles un Judas, y entre siete diáconos un Nicolao, y San Pablo decía «foris pugnae, intus timores», (como dice San Agustín (epístola 137) quien esto decía no estaba muy seguro de sus compañeros-; todo ha sucedido por estos negros secretillos, por amistades no fundadas en caridad -que mira primero el bien mayor y gloria de Nuestro Señor-, sino a respetos humanos, como se ve en el paradero que tienen estas amistades, que paran en mal para el encubierto y para el encubridor. El encubierto, porque si fuera descubierto no se perdiera del todo delante de Dios y aun muchas veces delante de los hombres; el encubridor, porque encubrió, y suele llevar a veces lo peor; que, por lo menos, queda por sospechoso y algunas veces suele ser castigado como los otros, echándolo de la Compañía; porque al fin, nihil occultum quod non reveletur y es justicia y providencia de Dios. No es razón que dure la paz que tienen los ruines; castígalos Dios en que sean sus faltas publicadas, por ser Él quien es y por tener amor a una comunidad en la cual no quiere tener cuerpos muertos.

6. Pues, Padre, decid: ¿cómo no es esto contra el orden del Evangelio, Mateo, 18: «Si peccaverit in te frater tuus...?» -Esto queda ahora de ver; que no se ha de permitir que se diga de la Compañía que no guarda el orden que nuestro Señor ha establecido. Ya hemos respondido, conforme a la doctrina de Santo Tomás en el quodlibeto 11, que, cuando se dice al Superior como a padre, no es «dic ecclesiae» id est praelato, como se declara. Y así se colige de San Agustín en su regla, capítulo 9. Y no me maravillo de que algunos hayan contradicho esto, viendo cómo proceden las visitas de otras religiones, con excomuniones, escritos, procediendo a castigos públicos; en lo cual se ha de guardar el orden del Evangelio; y en estos casos ha de preceder lo que el derecho dice «fama publica».

Aunque, como dice Inocencio III (cap. Qualiter et quando, de accusationibus), este orden de derecho, en los castigos de los regulares no debe de guardarse con tanto rigor, donde se ha de proceder sine strepitu judicii; porque, aunque haya castigos, siempre se entiende que son castigos de padre.

-Mas si acaso el superior no fuese persona caritativa y prudente, que es lo que supone Santo Tomás, ¿qué se hará? -Respóndoos que ese juicio, o pensamiento no cabe en ánimo del verdadero obediente; y si habéis de fiar vuestra alma del Superior, ¿por qué no fiaréis vuestra honra y la de vuestro hermano? -Bien consta del cuidado que la Compañía tiene en las elecciones de Superiores, para que no se de ocasión de semejante pensamiento.

7.- Pues veamos, ¿esta regla obliga que todos nos hagamos censores de las faltas de nuestros hermanos? -No pide tal: desea la Compañía en los nuestros sencillez; que no juzguemos a nadie; tan ocupados en nuestros duelos, que no nos sobre tiempo para los ajenos. Nunca me pareció bien esta curiosidad, que administréis depósito de las faltas ajenas. Pluguiese a Dios, que anduviésemos todos tan dentro de nosotros, que no echásemos de ver las pajuelas de nuestros hermanos. Lo que aquí se pide es, que lo que supiéredes, lo que echáredes de ver que sea de momento, como insinúa la regla 20 de las communes, lo manifestéis.- ¿Pues a quién lo tengo de decir? -A mi Superior como a padre común, con el secreto que convenga y pide la cosa. Al médico, dijo Basilio que tiene eso por oficio; no a otro, que eso es murmuración. Y para mí es un argumento en esta materia muygrande, que el no decir al Superior las faltas secretas no es por escrúpulo que se tiene de guardar el secreto, ni por lo que llamáis fidelidades o leyes de hombres de bien, sino por algún respeto humano, pues lo que no decís al Superior lo decís al amiguete, al tentado como vos, al de vuestra cofradía. Y así, muestra la experiencia, que sabe más un tentado de los tentados de la Provincia, que el Provincial, cualquiera que sea.- ¿Cuándo se ha de hacer esta manifestación? -Cuando la cosa lo pidiere, o el Superior lo demandare. Y si dudares que la cosa sea de tanto momento, podéislo consultar con el mismo Superior sin nombrar persona ninguna, o con vuestro confesor.

8. Ahora veamos: ¿cómo se procederá en esta manifestación? Con caridad y debido amor, dice la regla; que son palabras que al Papa Gregorio dieron mucha satisfacción, cuando examinó estas reglas. Y mirad no os mueva pasión o tema: examinaos si tenéis alguna aversión a la persona que sindicáis; no haga ésa apresurar y pasar del pie a la mano; no exageréis las cosas; no hagáis de una particular una universal; no vendáis por evidencia lo que es sospecha vuestra; dad a cada uno su puesto y lugar: la caridad cría entrañas sencillas: «non cogitat malum; non gaudet super iniquitate». Quietad vuestro corazón, si lo sentís movido de pasión: antes que toméis la pluma en la mano, o vais a decir vuestro dicho, resfríese la sangre; que ira viri justitiam Dei non operatur. Si hay caridad, todo sucederá bien; si hay pasión y rencor, siempre quedáis con amargura y remordimiento. Y aun yo os aconsejaría que, diciendo la falta de vuestro hermano, digáis al Superior si alguna cosa tenéis que os pueda hacer sospechoso.

Concluyamos, con el fin con que se debe hacer aquesto, que es mayor ayuda en el espíritu y mayor gloria divina: de tal principio, tal fin.

Ésta es nuestra regla, que debemos guardar, que va tan ordenada, cuadra con el fin que pretendemos, nace de la justicia y naturaleza de ser religioso; gobiérnala la caridad, mírase el bien del particular mayor y más seguro, y el de la comunidad. Y así, habemos todos de abrazarla y practicarla; y nuestro Padre ha mandado que se mire cómo se guarda esta doctrina y se pone en ejecución.




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Plática 16

Que trata de un principio general para todas las reglas que se siguen hasta la 23


(12 de diciembre 1586)


1. El año pasado ofrecí tratar de la declaración de las reglas del Sumario en estas pláticas ordinarias que se suelen hacer; ahora vengo a cumplir con esta deuda y proseguir lo que dejé comenzado. Y mi intento es y ha sido, aquí, como en seminario principal, poner delante los ojos cuál es el camino por donde habemos de ir al fin propio de nuestra vocación; cuál es el espíritu que a esta Compañía da vida y movimiento; dónde se ha de buscar y hallar, que son estas reglas donde está encerrado; que se desenvuelva y descubra, y toque con las manos. No es razón que cosa tan necesaria esté oscura y encubierta tanto, que sea menester mucho trabajo para encontrarla; prope verbum est, in ore tuo, dijo Moisés a aquel pueblo en el Deuteronomio; y declaró San Pablo este lugar de la doctrina de la fe, que no era menester ir allende el mar ni a los abismos de la tierra, por topar con ella; cerca está de cada uno, si la quiere ver. Así podemos decir nosotros de esta doctrina; que, si queremos oírla con ánimo atento y humilde, aquí nos está hablando nuestro Padre, doctor y maestro: como si dijera: Haec est via, ambulate in ea: esto me enseñaron para que os enseñase; no toméis otros senderos ni atajos, que os divertirán; éste es camino real y seguido; id por la huella de vuestros mayores, que os llevarán al fin deseado.

2. El año pasado acabamos la declaración de la 10.ª regla que es de la abnegación de sí mismo. Todas las que se siguen, desde ésta hasta la 23, contienen en sí avisos espirituales que enseñan la práctica de la perfección. No son oscuros en el sentido, mas son difíciles en la ejecución; tienen más necesidad de voluntad que de entendimiento, y aplicación a la práctica que a la especulación. Comencemos, con buen pie con la regla del menosprecio propio, célebre y famosa en todas las de nuestro Instituto. Ninguna veréis propuesta con más encarecimiento, con tanto peso de palabras, con tanto afecto; que se ve en ella el deseo de nuestro Padre que salgamos aprendices de esta doctrina, y la estima que él tenía de ella. Todas las vías y lugares toca para persuadirnos; ya con el ejemplo de los mundanos, que, si ellos por su interés se buscan honra, nosotros, por el particular nuestro, debemos buscar lo contrario; ya nos convida con la imitación de Cristo, como a discípulos suyos, y aun con la utilización de lo que se propone, llamando a este estado, grado de vida espiritual precioso, llamando a estos deseos santos, saludables y fructuosos. Y todo es menester; que la cosa, aunque es necesaria para hacer hacienda en la casa de Dios, mas es difícil entre los hijos de Adán donde se trata, que no saben digerir este bocado; y por eso dice magni faciendo, summique momenti id esse ducendo in conspectu Dei creatoris nostri. Si queréis saber el valor de lo que os enseño, ponderadlo, no delante de las luces del mundo, que tiene diferente sentir de eso, sed in conspectu Dei, cuyo oficio es dar vista a los ciegos y a los que andan en tinieblas y sombra de la muerte. En la oración y trato con Dios lo entenderéis, que aquí sale el hombre de sus engaños, aquí se ve esta verdad; y si con otros ojos la queréis mirar, os vendrá todo eso a pospelo, diferente de lo que es. Sin luz sobrenatural no se puede estimar esta doctrina; que la palabra de la cruz y su enseñanza, como dice el Apóstol, es cosa escondida de los ojos de los hombres sensuales; luego se olvida esta doctrina, si no la apoyamos. Cosa maravillosa, que el ayuno, la disciplina, con la costumbre son fáciles; y en esto, siempre somos novicios. Todos estos prólogos tiene esta regla, con gran razón; porque en ella se contiene el fin nuestro, la mayor empresa que se nos ha encargado y con ella se da remate a todo. Y así vemos que nuestro Padre, en el Examen, capítulo 4, no sigue esta orden que tiene el Sumario, mas el propio suyo, y pone esta doctrina por postrera, como remate y conclusión de todo, y la clave de este edificio cuya traza el Señor le mostró, y lo escogió a él por arquitecto de él.

3. En la regla, pues, 9 y 10 se comenzó esta doctrina de la abnegación, y luego, tras éstas, en el dicho capítulo del Examen se proponen las probaciones y experiencias de la Compañía, y todo el ejercicio que ella tiene del trato de, Dios y consigo; y al fin, se pone por remate esta regla 11: esto es nuestro principio, esto nuestro paradero; por aquí hemos de comenzar, por aquí hemos de rematar; ésta es la ayuda de costa y para hacer fácil todo cuanto hay en el Instituto; no habrá trabajo que no se allane, si alcanzamos este grado de vida espiritual. Dije el año pasado, que el menosprecio propio era el principio universalísimo de esta ciencia, el inmediato, que no pide prueba, sino que se presupone, al cual se endereza todo lo demás. Todas las artes y disciplinas, todas las actividades y estudios humanos tienen un fin que llaman en la filosofía «cuius gratia», por el cual se dan por bien empleados todos los trabajos, y abrazamos los medios que a ellos nos llevan. Este fin está fuera de nosotros, que aún no le tenemos, pero vámosle a alcanzar. Mas, allende de esto, como enseña Casiano (collatione 1, capítulo 1), hay lo que él llama scopus y destinatio animi, que podemos decir nosotros la «empresa», que nos lleva más cerca de este fin: como el labrador: el fin es la cosecha; la empresa que para ella tiene es la labor de la tierra, quitarla la maleza, deshacerla con el arado para que reciba la influencia y rocío del cielo, con lo cual él confía alcanzar su deseo. Poco aprovecharía desear su fin, si no supiese lo que le había de llevar a él. Con esta empresa hemos de tener nosotros nuestras mieses: en apartándonos de esto, tornar al puesto, que todo lo demás será perder el tiempo: Ego sic curro, non quasi in incertum, dice San Pablo: no tiro sin blanco y no doy en vacío, ni a la ventura, tengo puesta mi intención en una cosa donde enderezo lo demás.

Claro está que el fin nuestro, donde van nuestros deseos, es el reino de los cielos con ventaja, como lo pide el estado de perfección que profesamos; mas el «scopo», destinatio animi, la empresa, es lo que esta regla contiene, donde hemos de mirar y por ella juzgar nuestro aprovechamiento: cuanto más de ella, más fruto, más cerca el fin; cuanto menos, menos; porque eso está dentro de nosotros y lo tenemos de dentro, de las manos. Sobre esto asienta aquella caridad a la cual corresponde el galardón de vida eterna, que es caridad de corde puro et conscientia non ficta, no de cumplimiento sino de verdad. Por aquí veremos cuál anda nuestro partido, en qué empleamos el tiempo; si caminamos in incertum, si peleamos al aire, si perdemos tiempo, si nuestros trabajos son inútiles y sin fruto.

Los deseos de esta doctrina llama el Padre Ignacio por eso fructuosos; otras veces los llama santos; otras, saludables: preciosos en la vida espiritual: santos, porque son puros y limpios, que limpian y purifican al ánima de las afecciones desordenadas, purgándola de todos los malos humores; saludables, porque causan más salud de dura, que no quebradiza. Es precioso grado en la vida espiritual, porque en ella hay muchos justísimos y preciosísimos.

4. Mas, porque todas estas reglas, hasta la 21, tratan del caudal espiritual que tiene la Compañía y el uso de estos medios, del trato interior, será bien en universal hablar de todos; que de una vez entendemos este negocio y que no sea menester repetirlo a cada paso. Es verdad que la Compañía profesa vida espiritual interior; y así, le toca, por esta parte, la manera de vida que llamamos contemplativa, que llama Casiano teórica, en el un grado de ella, como adelante se dirá; mas, con todo eso, es verdad que todo este trato toma por medio para alcanzar esta doctrina de la regla 11. El gozar de Dios, dejámoslo para su lugar, que es el cielo; el trabajar y merecer, el caminar, es de esta vida, que para eso nos la dieron. Bien puede ser que el estado de los anacoretas, y, en su modo, el de la vida monástica, vayan a este paradero, a la quietud del ánimo, aquel sábado delicado que dijo el profeta, a la contemplación de Dios y a una semejanza de vida que hemos de vivir en el cielo; mas, en nuestra vocación, cierto es que buscamos el trabajo; y la oración la tomamos por medio para esto, la ayuda de costa del fin de la vocación nuestra, que es ejercicio de nuestro aprovechamiento y de nuestros prójimos. Y no se maraville nadie de esto, pues aun Basilio dijo en una constitución monástica suya, como trajimos el año pasado, que la vida práctica que está puesta en ayudar a los hombres para el fin que fueron criados, es el sello y consumación y perfección de toda la vida contemplativa, como Santo Tomás también dijo esto mismo de los actos hierárquicos que salen de la misma oración y contemplación.

5. Ahora veamos la prueba de esto. En las Constituciones pocos preceptos tenemos de oración y meditación. Tenemos la regla 22 y la doctrina que él nos da en la 4.ª parte, capítulo 4; mas presupone que hemos de alcanzar familiaridad con Nuestro Señor, como se ve en la décima parte y otros lugares. Trató nuestro Padre largamente en el libro de sus Ejercicios de oración y meditación, y esa doctrina se presupone para nuestro Instituto, que la tengamos vista y practicada y que, a la entrada de la Compañía, se os había de enseñar largamente, pues los Ejercicios son la primera probación nuestra. Pues veamos ahora el título que tiene el libro de los Ejercicios: exhortación espiritual por la cual homo dirigitur ut vincere se ipsum possit; y en algunos libros de romance he visto yo añadido «para más humillarse»; que todo se sale a una cuenta et vitae suae rationem a noxiis affectibus liberam instituere. He aquí el fin de nuestro trato interior; todo nuestro orar y meditar, exámenes y sacramentos, a eso se enderezan, vencerse el hombre a sí mismo; tener estado de vida, que, sin traviesa de pasiones desordenadas, mire a Dios, no sólo en lo universal, pero en lo particular, como lo dicen las palabras postreras de la 2.ª semana y nuestra regla 13. En las Constituciones, 3.ª parte, capítulo 1.º, litera R, tratando nuestro Padre cómo los ejercicios ayudan a la devoción, dice: descendiendo ad particulares considerationes quae ad timorem et ad amorem Dei atque virtutum et executionem earum inciten. Pocas palabras dice, pero en ellas se encierra lo que aquí pretendemos; amar virtudes y ejercitarlas es el fin de los ejercicios espirituales de la Compañía. El pensar en ellas, el especularlas, no es cosa difícil, ni aun el amarlas; porque la hermosura que tienen, como dijo el otro filósofo, despierta en los corazones nuestro amor de sí mismas; todo el trabajo consiste en ponerlas por obra; esto es de pocos. Dad vueltas a vuestro Instituto, y veréis que todo está puesto en abnegarnos, en deshacernos, en humillarnos, en despegarnos; que no hagamos cabeza de nosotros. Esto apoyan, esto repiten a cada renglón; lo demás se da por hecho, acabado esto, que es como premio y galardón.

5. Antiguamente los que se apartaban de la vida común, que son los religiosos que profesaban esta filosofía evangélica y perfección cristiana, se llamaban exercitatores, o qui vitam agunt exercitatricem, como se ve en los autores eclesiásticos que de esto han escrito, y cánones de Concilios antiguos; el meditari que tenemos en los salmos 118 tan frecuentemente, es lo mismo que exercitari; como si dijera ensayarse, que aun eso dice el vocablo latino de «meditari», «empinarse». El fin de la filosofía moral, dijo el filósofo, no es sólo saber, sino vivir bien. De aquí veremos nuestro engaño, que nos contentamos con el buen deseo y con el pensamiento, como los que entran en una tienda milanesa, o en una gran botica, con necesidad de mercaderías o medicinas, y se van muy contentos con sólo haberlas visto, sin haber tomado nada de lo que han menester para sí. Concluyamos con el sumo Maestro Nuestro Señor: cuando trató darnos regla de la perfección, dice: Si quis vult venire post me abneget semtipsum et sequatur me. (Mat., 16 y Luc., 14); cuando habló del edificio de esta torre, que cada uno mire el caudal que tiene para ella, comienza: Qui non baiulat crucem suam et sequitur me non potest meus esse discipulus; cuando nos llamó que deprendamos de Él nos dice: Discite a me quia mitis sum et humilis corde. Ved en qué está la suma y sustancia de nuestro aprovechamiento. Lo seguro, donde no hay engaño ni ilusiones. No nos pide alumbramientos, ni raptos, ni éxtasis: abneget semetipsum. Esotro de los consuelos y gracias, a su cuidado queda y su providencia, que fiel es, no puede negarse a sí. Y así dice Nilo, capítulo 17, que es el mejor dicho que tiene de oración: Quidquid durum et asperum patienter tolerabis, fructum laboris tempore orationis percipies. Poned vuestro cuidado en deshaceros a Vos mismo con todos vuestros apetitos desordenados, en negar vuestra voluntad y juicio; finalmente responder al espíritu de vuestra vocación que Dios va despertando en vos; y de lo demás descuidaos, que Él lo tiene a su cargo. Éste es camino seguro, libre de ilusiones y engaños; continuo camino, amaestrado de toda la maestría de la Iglesia y de los apóstoles y del mismo Maestro de los maestros, Cristo Nuestro Señor. Con gran razón; porque esto es lo más difícil recaudar del hombre. Muchos han dejado la hacienda, regalo, amigos y parientes; mas el semetipsum, pocos; el menosprecio de sí, pocos; esto es lo más dificultoso de vencer, por ser este vicio noble y haber tenido asiento en gente principal; en los ángeles, en nuestros primeros padres. Otros vicios, dice San Buenaventura, fácilmente se vencen, porque su fealdad hace a cualquier hombre de bien huir de ellos. Pues éste, es muy hidalgo, dulce y suave; ser el hombre tenido y estimado; y muchas veces se entra so color de honra al orden o al oficio; y así, es muy dificultoso de vencer. Es cosa sabrosa, no da en rostro; mientras hay más de eso, más se desea. Así llama San Basilio a la ambición dulcis spirituatium opum expoliatrix, jucundus animarum nostrarum hostis, tinea virtutum blandissima, depraedatrix bonorum morum.

6. Pues, por la victoria de este enemigo habéis de medir vuestro aprovechamiento: cuanto hubiereis crecido en deseo de vuestro desprecio y abatimiento, tanto habéis aprovechado, y no más. Si esta doctrina se os hace nueva y os parece que nunca la habéis oído, ningún aprovechamiento tenéis; y si poco habéis alcanzado de estos deseos, poco es vuestro aprovechamiento; si mucho, en precioso grado estáis de la vida espiritual; y ésta es buena regla y medida. No midáis vuestra perfección por los años de religión, cuando no hacéis sino ir echando años aparte sin ningún aprovechamiento, estando tan entero en vuestra honra hoy, como el primer día, aunque hayáis tenido muchos años de oración y exámenes. El fin de esta doctrina es hacernos varones fuertes; que no sea nuestra virtud niña, como dice San Pablo: nolite effici parvuli sensibus; «que, algunas veces, tenemos un sentir tan niño, que es cosa que espanta: no hay fortaleza para sufrir una palabrilla; y así es menester andar dorando y confiteando, al decir las faltas, para que lleve bien que le digan la verdad, y guisarla y aderezarla de tal manera, que no le sepa mal a Su Reverencia. Han de ser los de la Compañía, Padres y Hermanos míos carísimos, varones muy fuertes y ejercitados en desprecio propio, que sean para salir con provecho de las ocasiones, y no vencidos con daño propio y deshonra de la religión. Y así, acontece muchas veces que pensábamos que teníamos en vos algo y que erais muy buen operario de fruto, y después no vale nada cuanto hacéis, antes es menester quitaros de en medio porque no estorbéis a (los) otros. Y la causa es por no ser vuestra virtud sólida y maciza no verdadera sino aparente, como oro, de duendes. Pues este desprecio propio y abnegación de nuestra propia voluntad y ejercicio de virtudes, es lo que nos ha de hacer varones fuertes y valeroso, para pelear las batallas del Señor. Para esto nos han de servir los medios que la Compañía tiene de oración, exámenes, comuniones, con todo lo demás; no parando en andar sabatizando y, colgados de los hilos del sol, sin hacer hacienda...



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