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Lección I



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Del establecimiento de las Sociedades civiles y de la división de las posesiones.

     Todas las tradiciones del género humano convienen en representarnos a los hombres(1), como si en los primeros tiempos hubieran sido fieros y salvages, poco diferentes de los brutos: hasta que obligados de la necesidad, o enseñados de la experiencia, introduxeron las leyes, inventaron las artes, y de aquella vida agreste y bárbara pasaron a otro género de vida culto y civil. Esta tradición de los mortales, que refiere fielmente Horacio en la sátira 3 del libro I, dio motivo a los antiguos para creer que los hombres habían nacido de la tierra, y por eso les llamaron ; hijos de la tierra.

     Pero los que por su felicidad se han sabido aprovechar de las luces que nos dan los libros sagrados, han conocido que aquella vida bárbara, e inculta a que llegaron los hombres en casi todos los países, no les era natural y propria, sino efecto de la división y dispersión de las naciones después de la confusión de las lenguas sucedida en los valles de Senaar. Por eso las gentes que se mantuvieron en aquellas regiones, conservaron las artes y las ciencias, y en ellas no se descubre el origen de su cultura: quando las otras, puestas en la necesidad de inventar lo que habían olvidado sus mayores, salieron muy lentamente de la obscura ignorancia en que se hallaban; y aún por desgracia pueblos enteros viven envueltos en el caos de la barbarie.

     Platón, que era capaz de descubrir en medio de las fábulas y ficciones el origen de los hombres, explica el progreso de la Sociedad civil de un modo, que tiene todas las apariencias de verdad. «El género humano, dice en el lib. 3 de las Leyes, ha padecido, según refieren las antiguas tradiciones, varias catástrofes por enfermedades, diluvios, y otras causas semejantes. En el diluvio, por exemplo, aquellos pocos que debieron escapar de la desolación universal serían los pastores que habitaban en los montes mas altos, y estos quedarían en la mayor ignorancia de todas las artes, e invenciones que la ambición y la avaricia habían imaginado hasta sus tiempos. De suerte, que lo más antiguas que pueden ser las invenciones que se atribuyen a Dédalo, Orpheo y otros, serán como de mil, o dos mil años de antigüedad. En este estado los hombres solamente se mantendrían de la caza, o de algunos ganados de bueyes y de cabras; pero no tendrían agricultura, ni ciudad, ni policía y legislación, y hasta los nombres de estas cosas se habrían olvidado: juntamente se habría perdido la memoria de infinitos bienes y males, que se crían en el seno de las ciudades, y hacen a los hombres buenos, o malos: debió costar mucho tiempo para que los hombres, perdiendo el miedo al diluvio, se atreviesen a baxar de los montes, y habitar en los llanos.

     Apenas, prosigue, podrían estas pequeñas, familias tener entre sí alguna comunicación, o comercio, porque con el diluvio el hierro, el bronce y los demás metales habían desaparecido de la superficie de la tierra, y se ignoraría el modo de sacarlos y fundirlos; y como las más de las artes no se pueden executar sin valerse del hierro y de los metales, carecerían de las artes, y con ellas de los medios de comunicarse; pero al mismo tiempo vivirían en una profunda paz y tranquilidad, y estarían desterradas de todo el universo las guerras y sediciones; porque los hombres solo tendrían motivos de amarse mutuamente; y por el mantenimiento no se podrían suscitar grandes disputas, pues todos tendrían pastos en abundancia con que mantener sus ganados; y así, ni su pobreza sería tan grande que pudiera excitar entre ellos quejas y divisiones, ni sus riquezas serían tantas, que pudieran engendrar la ambición y los demás vicios, pues que no conocían el oro, ni la plata. Por consiguiente sus costumbres serían muy puras y sencillas, como lo son en aquellas sociedades donde no se conoce la opulencia, ni la pobreza; porque la disolución y la soberbia, los zelos y la envidia nacen de estos manantiales.»

     Después de haber hecho varias reflexiones sobre el estado de aquellos primeros hombres, prueba que no conocían el imperio civil, sino que vivían todos en las Dynastías, esto es, baxo el gobierno de los padres: «cuyo gobierno, añade, describe con mucha propiedad Homero, quando hablando de los Cycoples, antiguos habitadores de Sicilia, dice:



      No están llenas las plazas de consejos;
En los bosques y montes sólo habitan:
Cada uno su muger, e hijos gobierna,
Y el bien público nadie le procura.


El más antiguo de la familia tendría toda la autoridad, y se juntarían baxo su dirección, como los polluelos al rededor de su madre, viviendo en el más justo de los reynos. Con el tiempo muchas familias de estas llegarían a unirse, y comenzarían a emplearse en la agricultura, cultivando al principio las faldas de los montes. Unidas ya estas familias, como cada una tendría su padre de familias distinto, y diversas costumbres, o modo de vivir, era menester que las cabezas de las familias se juntaran, y establecieran de común acuerdo el modo como se habían de gobernar, qué costumbres habían de prevalecer, y por quién se habían de regir; y de este modo se formaron las Aristocracias y Monarquías.»

     Últimamente refiere, que los hombres pasaron a otra forma de gobierno, del qual hace también mención Homero, quando en el lib 20 de la Ilíada dice, que « Dárdano fundó una Ciudad llamada de su nombre Dardania: los muros sagrados de Ilion todavía no se habían levantado sobre la llanura, y se continuaba en habitar al pie del monte Ida, de donde manan tantas fuentes.» Homero, que puso especial cuidado en conservar las primeras tradiciones de los hombres, nota aquí la antigua costumbre de vivir en las faldas de los montes. Porque fue menester que pasasen muchos siglos para que los mortales, olvidados de los estragos que había causado el diluvio, se atreviesen a fundar una Ciudad en una pequeña eminencia junto a una gran llanura, que fecundaban muchos ríos. Desde entonces, perdido ya el miedo al diluvio, comenzaron a navegar en el mar, y a exercer el comercio: lo que fue causa de que se formasen las Repúblicas, hasta que se aumentaron tanto sus riquezas con el comercio, que llenaron a sus ciudadanos de vicios, y degeneraron en facciones y tiranías.

     Dos motivos hemos tenido para extractar este largo pasage de Platón, el primero, porque este gran Filósofo cuenta de un modo del todo distinto del de Horacio y de los Epicúreos, así antiguos como modernos, el origen de los hombres, y hace ver la natural sencillez que debía reynar en los primeros moradores del universo; en lo que se opone a la crueldad, ignorancia, y brutalidad que les atribuyen los Epicúreos. Si se ha de decir la verdad, Platón consideró a los hombres por lo que debían ser, según su naturaleza, e inclinaciones primitivas: los otros solo atendieron a lo que los hombres fueron por el desorden y desenfreno de sus pasiones; y el Ilustrísimo Señor Bosuet tuvo razón para decir en el principio de su Política, que no hay animal más sociable que el hombre, si se atiende a sus inclinaciones primitivas y a lo que su razón le dicta y que, no hay animal mas fiero e insociable que el hombre, si se considera el desarreglo y la violencia de las pasiones que le separan de lo mismo que conoce justo. En una palabra, Platón dixo lo que los hombres debían haber sido; y Horacio lo que en efecto fueron. El segundo motivo ha sido porque de este lugar se colige claramente, que los hombres han pasado succesivamente por quatro estados para llegar al género de vida que llamamos culto y civil(2): por el de Cazadores, Pastores, Labradores, y Comerciantes.

     Ya hemos dicho, y es menester repetirlo muchas veces, que las Naciones que después del diluvio fixaron en el Oriente su domicilio, conservaron la agricultura y las artes, y en ellas no se halla el origen de su cultura; pero de las que, por haberse esparcido en varias regiones del universo, llegaron a tal estado de barbarie, que olvidaron hasta las artes más necesarias, no se puede pensar cosa más probable que la observación de Platón; esto es, que, antes que volviesen a inventar las artes, o que el trato con las naciones del Oriente se las diese a conocer, pasarían succesivamente por los quatro estados que hemos referido.

     En quanto al estado de Cazadores, no sólo la facilidad de este género de vida, sino también la necesidad, conduciría a los hombres a emplearse en la caza; porque habiendo el diluvio despoblado el universo, se llenó luego de fieras, que los primeros hombres habían de combatir para asegurar sus vidas y las de sus familias. Por eso los antiguos celebraron por Héroes a aquellos que habían muerto a algunas fieras espantosas; y a Nembrot, el primero que estableció Imperios, se le nombra gran Cazador en los Libros sagrados. Es de creer que todas las Naciones se mantuvieron al principio de la caza; y todavía se hallan pueblos enteros, que no conocen otro medio de proveer a su sustento, como los del Canadá y de la Laponia. En este estado cada familia forma un pueblo, y por precisión deben vivir separadas, porque necesita cada una de ellas de un gran distrito de cuya caza se pueda mantener.

     El estado de Pastores debió ser conseqüencia de este primero; porque fácil era de conocer que entre los animales silvestres había algunos que se podían amansar y domesticar, y de este modo aumentar su número; por esto desde tiempos muy remotos se hallan los hombres empleados en el cuidado de los ganados, y todavía hay pueblos enteros dedicados al arte pastoril, como muchos pueblos de África, y los Tártaros. Así en el estado de Pastores, como en el de Cazadores, no se conoce otro Imperio que el de los padres, y estos tienen entonces igual potestad a la de los Reyes, como se ve claramente en la sentencia que había pronunciado Judas contra su nuera Thamar. Verdad es que en estos pueblos suele nombrarse algún Capitán, o Gefe; pero es en el caso de alguna guerra con otro pueblo vecino, y este dura solo el tiempo que duran las hostilidades.

     Lo que separó a los hombres de vivir dispersos, e introduxo el género de vida que llamamos civil, fue el cultivo de los campos: de suerte, que Homero opone un pueblo bárbaro a una nación que conoce la agricultura(3). ¿He llegado, dice Ulises, a tierra de bárbaros injustos, o de gentes que comen pan de trigo? Porque para el cultivo de los campos es menester que las familias fixen su domicilio junto a las tierras que cultivan, y es regular que allí edifiquen casas. Para vivir muchas familias juntas ya es preciso que se establezca el Imperio civil, y que haya un gobierno fixo y permanente, qual era en el que se hallaban los pueblos de México y del Perú quando fueron descubiertos por nuestros Españoles. Como no puede haber Imperio y gobierno fixo sin leyes, desde luego se debieron establecer estas para determinar las disensiones que solían ocurrir entre las familias congregadas: estas leyes se conservaban al principio por la costumbre, o se perpetuaban en canciones u Odas: por eso los antiguos Legisladores fueron reputados por Poetas; y esto dio motivo a Horacio para decir fuit haec sapientia quondam. Establecióse también entonces la propriedad de las tierras para obviar las disensiones de los moradores; y para asegurar a cada uno su posesión, consagraron a los términos por Dioses.

     Del estado de Labradores pasaron los hombres al de Comerciantes, y el comercio junto con la invención de las letras llevó las Sociedades civiles al grado de perfección y cultura en que hoy las vemos constituidas(4). Porque desde este tiempo comenzaron los hombres a regirse por un gobierno sistemático, fundado en las leyes que forman la constitución, o derecho público de cada nación: por consiguiente se dividió el pueblo en varias clases; se formaron varias asociaciones entre sus moradores con diversos objetos y empresas: se adelantaron también las ciencias, y se aumentaron las artes, no sólo las de necesidad y comodidad, sino también las de luxo y vanidad.

     Nosotros nos hemos propuesto en estas Lecciones considerar la sociedad civil en este último estado, y averiguar los medios de aumentar sus riquezas, y asegurar su felicidad; y como sería fuera de él tratar de todo lo que a este estado pertenece, nos ceñiremos a exponer los principios que pueden declarar, o ilustrar el asunto que hemos emprendido.

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