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Del comercio interno.

     El Comercio es efecto de la mutua necesidad que los hombres tienen unos de otros; y el comercio interno de una nación civilizada es efecto de la división desigual de las posesiones, porque ya hemos visto en la Lección II que entre los proprietarios de las tierras y las demás clases del Estado se introducía de necesidad cierta comunicación que daba fuerza y movimiento a toda la Nación, obligando a los proprietarios a procurar el aumento de la agricultura, y a los artesanos a esmerarse en sus obras, para cambiar lo superfluo por lo necesario. Esta es la misma difinición del Comercio. Por otra parte las tierras no todas producen todas las cosas; lo que igualmente obliga a los hombres a permutar entre sí las producciones de las tierras.

     Consideremos ahora más de cerca el progreso del comercio, interno según la descripción que nosotros hemos hecho de la Sociedad civil en Aldeas, Villas, y Ciudades. Los de las Aldeas llevan a las Villas y Ciudades los frutos del campo para con su importe pagar a los proprietarios los réditos de sus tierras, y pagar asimismo a los artesanos que ellos emplean. Este producto de las tierras parte devuelven los mismos proprietarios a los colonos en pago de su mantenimiento, parte entregan los proprietarios a los artesanos, y a las clases no producentes por su sueldo o salario, y parte tributan al Príncipe. Los artesanos devuelven al labrador la parte que les cupo, por los frutos de la tierra que le compran. Lo mismo sucede a las otras clases, aunque tal vez hagan los bienes algún rodeo antes de llegar a manos de los labradores. De esta manera entre Ciudades, Villas, y Aldeas se observa un perpetuo círculo; porque los frutos de la tierra, que son las verdaderas riquezas, o el dinero, que es su representante, pasa de mano de los labradores a los proprietarios, que lo reparten a las otras clases, y estas en pequeñas porciones lo devuelven a los labradores, que lo recogen de nuevo para volverlo a entregar a los proprietarios.

     Para acalorar esta circulación hay ciertas personas intermedias, que son las que llamamos traficantes y comerciantes. Porque como a los labradores muchas veces les sería molesto ocuparse en la venta y transporte de sus frutos, se destinaron algunos a tomar esta conducción a su riesgo desde las Aldeas a las Villas o Ciudades; y estos se llaman traficantes. Y como muchas veces sucede que no todos los géneros que se llevan al mercado, hallan salida el mismo día: de necesidad se introduxeron otras gentes que empleaban su caudal en comprar el sobrante de los labradores, y del mismo modo las obras de los artesanos, para venderlas quando hubiese necesidad; y estos son llamados comerciantes.

     A más de este continuo círculo que hacen las riquezas de un Estado entre las Ciudades, Villas, y Aldeas de cada una de las provincias, hacen otro mayor círculo entre las provincias y la Capital. Porque como los proprietarios envían parte de sus réditos al Príncipe, y a más de esto en las capitales residen los proprietarios más ricos: es preciso que parte de las riquezas de todas las provincias se conduzca a la capital(65); y como esta precisamente se ha de mantener de los frutos y géneros de las provincias, los que comprará con las riquezas que allí se han recogido de todas partes, es necesario que devuelva otra vez a las provincias aquellas mismas riquezas que de ellas había sacado. De aquí se deducen dos conseqüencias: la primera, que si alguna provincia no tuviese comercio con la capital(66), esta provincia sería muy pobre, y se disminuiría notablemente, porque no volvía a recibir las riquezas que continuamente subministraba. La segunda(67), que la provincia que comercie en géneros con la capital será más rica y populosa que la que envíe los frutos de su tierra; porque la primera se reservará todos los frutos de la tierra, y mantendrá mayor número de habitantes, satisfaciendo a la capital con riquezas facticias; y la otra habrá de tener menor número de moradores de los que puede mantener con las producciones de sus campos, porque estas en gran parte sirven para el sustento de los que habitan en la capital.

     El bien que este comercio interno produce al Estado es increíble(68); porque no sólo aumenta la agricultura y las artes, que son los dos manantiales de las verdaderas riquezas, sino también multiplica con la circulación estas mismas riquezas. Pero de la circulación hablaremos con más extensión en la Lección siguiente.

     No hay medio más eficaz para fomentar el comercio interno como el concederle libertad(69): los privilegios exclusivos, las exacciones y los continuos registros, son sus contrarios, que, o le destruyen, o le perturban y amortiguan. También es muy esencial para mantener el comercio interno la facilidad de los transportes: porque donde no hay caminos, o donde no hay seguridad en ellos, no puede tener el comercio mucha extensión. El poner precio fixo a los géneros, no sólo es contra la libertad del comercio, sino también inútil; porque el precio de las mercaderías se fixa por la concurrencia quando el comercio es libre, pues si en algún ramo del comercio se gana mucho, desde luego se dedican otros al mismo comercio, hasta que se llega a proporcionar el precio de las mercaderías con su coste y una moderada ganancia, y así es inútil fixar los precios, quando habiendo libertad y prohibiendo los monipolios la misma naturaleza les fixará. Donde las provincias que componen un mismo Estado, por su vario temperamento producen diversos géneros, el comercio interno naturalmente ha de florecer mucho, si, o la falta de caminos, o alguna de las causas que acabamos de exponer, no le retardan y amortiguan.

     El más excelente efecto del comercio es producir la abundancia de aquel género que se comercia(70); con lo que se demuestra quán ciega fue la política de aquellos que para procurar la abundancia de los géneros más necesarios, prohibieron que se pudiese comerciar con ellos. Mas como esto nos lleva a tratar del comercio de los granos, asunto que en nuestros tiempos ha dado motivo a tantas y tan curiosas investigaciones, hablaremos de él separadamente.

     Pregúntase ¿quál es el medio más seguro para precaver la carestía de granos(71), y por consiguiente el hambre en un país templado donde se conozca la agricultura, y no se ignore el comercio? Para resolver este problema hemos de suponer que tres suelen ser las causas de la carestía de los granos. La primera, la falta de cosechas en un país que se provee de sus proprias producciones. La segunda, las cosechas demasiado abundantes, donde no tienen salida los granos; porque oprimen al labrador, le empobrecen, y le desaniman para otra sementera. La tercera, las tasas, e impedimentos puestos al libre comercio de los granos; porque como impiden la salida, desaniman igualmente al labrador. En un Estado que consta de provincias de varios climas, no es tanto de temer una falta de cosecha universal, quanto que la demasiada abundancia junto con los impedimentos opuestos a la salida de los granos hagan baxar tanto su precio, que los labradores, viendo que es inútil su trabajo, abandonen el arado, y no procuren tener cosechas abundantes en los años siguientes. De donde infaliblemente sucederá, que entonces por falta de agricultura llegará a tal extremo la carestía, que serán inútiles las tasas y los otros impedimentos puestos al libre comercio de los granos.

     Pero esta libertad que se ha de conceder al comercio de los granos, debe tener algunas limitaciones. El exemplo de los Ingleses en esta materia es muy digno de imitarse; pues para prohibir por una parte que quando hubiera mucha carestía, no se extraxesen los granos, que eran necesarios para el consumo interior; y para animar a los labradores quando por la mucha abundancia de granos quedarían destruidos por el baxo precio de ellos, prohíben la extracción quando hay carestía de granos, y la premian quando es demasiada su abundancia. El medio que tienen para saber la copia que hay de granos, es muy seguro y sencillo, porque sólo atienden al precio en que está en los mercados; y como quando el comercio es libre, el precio de los géneros está en razón de su abundancia, o carestía, del precio de los granos coligen seguramente la copia que de ellos hay, y así tienen establecido, que en pasando de tantas libras la medida, esté prohibida la extracción, y hasta llegar a ella sea no solamente permitida, sino también premiada. Con esto han conseguido al mismo tiempo la abundancia de granos y el aumento de la agricultura. Este exemplo se ha imitado en nuestra España, aboliendo las antiguas tasas, y desde entonces se ha aumentado prodigiosamente el cultivo de los campos.

     Para precaver la carestía se ha adoptado casi universalmente en Europa el sistema de los almacenes públicos. Porque en diez años, como comúnmente se dice, siempre hay muchas cosechas abundantes que podrán suplir para los años escasos. Nadie podrá dudar, que son necesarios almacenes de granos para precaver su carestía, especialmente en las ciudades grandes. Pero algunos autores modernos creen, que sería mejor dexar los almacenes a la libertad de los particulares, que sólo por su proprio interés reservarían el sobrante de los años abundantes para venderlo en los estériles; porque donde es libre el comercio, los granos no aumentan, ni disminuyen de precio pues en los años abundantes le dan valor los comerciantes que los reservan para los años escasos, y en estos abren sus almacenes; y como la concurrencia de muchos comerciantes hace que se contenten con ganancias moderadas, apenas se conoce la diferencia de precio de unos años a otros. Verdad es que en esta materia, de donde depende la subsistencia de todo el pueblo, sería muy arriesgado, y aun injusto, querer hacer nuevas experiencias.

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