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La inscripción monumental del lecho del Jarama, entre Titulcia y Ciempozuelos (Madrid)

Sebastián Mariner Bigorra





Séame permitido contribuir a la honrosa invitación a participar en este sentidísimo y entrañable homenaje al doctor Almagro, una de las personas a quienes más debo en mi introducción en el mundo de la Epigrafía, mediante lo que bien lamento que no puede pasar de una noticia primeriza, y ello, pese al tiempo transcurrido desde que yo mismo la tuve y atendí a su estudio; pero que afecta, si no me ciega el interés de la materia propia, a la que me atrevo a llamar inscripción más importante entre las latinas de la provincia, por la monumentalidad de su elemento sustentante, y pese a la cortedad del texto hasta ahora conocido. Precisamente las ganas de conocer más -y así tener que fiar menos de mi pobre capacidad de restitución- me han ido llevando a diferir la publicación, así como la esperanza de que, a lo mejor, ésta podría ser una simple parte de una gran presentación arqueológica del monumento entero o, al menos, de una también probable reconstrucción ideal suya. Convencido, al fin, de que ni una ni otra cosa van a ser posibles en un futuro prudencialmente próximo, me decido a no demorar más la difusión de, al menos, los aspectos epigráficos del hallazgo, en honor de doctor Martín, y en agradecido recuerdo a su paciente amabilidad para con mis quisquillosidades de gramático frente a los textos que generosamente ponía, desde mis años de principiante, ante mi afanosa curiosidad1.

Vi por primera vez las piezas gracias a la utilísima indicación de mi buen amigo y meritísimo entusiasta de la historia de la antigua Bayona de Tajuña, hoy -desde comienzos del pasado siglo- Titulcia, don Armando Rico, hace ya cerca de cinco años, el 4-I-1977, frente a la «casa de Román», guarda de la finca de don J. del Pozo, en el término municipal de Ciempozuelos2. Se trataba de una serie de bloques de arenisca parda, más oscura, en general, en las partes centrales de las caras, y más clara en las cercanas a los distintos bordes. Hay letras en cinco de los bloques, todos ellos paralelepípedos inscritos por una de sus dos superficies más extensas, que aparecen muy bien alisadas dentro de lo que el material permite -bien que también las caras no escritas muestran haber sido bien labradas, aunque no con tanto esmero-. De las piezas anepígrafas, creo que debo destacar aquí, por la importancia que su presencia puede representar para el aspecto a que he dicho que se ciñe el presente trabajo el par de bloques que parecen corresponder a partes de una cornisa que rematara el conjunto monumental (lám. 1, 1).

Las dimensiones de los cinco paralelepípedos inscritos varían precisamente en la longitud -tomando como tal la que corresponde al sentido en que corre la escritura-, en tanto que anchura y grueso vienen a ser bastante coincidentes entre unos y otros, lo que -aparte de la comunidad del lugar de aparición, tipo de letras y posibilidad de contexto congruente- parece ser apreciable prueba de la unidad del epígrafe: 0,622 x 0,423. Las «longitudes», en cambio, difieren según sigue3: bloque I (íd. 2a y 3a), 1,36; II (íd. 4a), 1,428; III (íd. 4b), 1,925; IV (íd. 2b y 3b), 1,05; y V (íd. 5-6), 1,475, «máxima», si se le considera incompleto a la derecha, esto es, suponiendo que el resto del vocablo fragmentado en dicho lado acabara en la propia pieza: si bien cabe igualmente que tuviera todavía otro bloque al lado, el amplio margen (0,775) que ya así queda a la derecha del que seguramente pudo ser el último vocablo de toda la inscripción parece aconsejar la solución primera, a saber, que este V bloque era, por la parte derecha, el último de los inscritos. En cambio, no parece que quepa dudar del defecto a la izquierda del bloque III, no sólo porque resulta la longitud indicada ser la menor del conjunto, sino porque lo es mucho respecto a los dos que propongo que le siguen, además del mal trato que supone en él también la arista contraria (inferior derecha de su texto), donde el segundo renglón que contenía aparece -en comparación del que le precede, prácticamente completo- falto de cerca de tres letras. Y no parece que quepan dudas, ni siquiera en la hipótesis, que creo poder presentar como totalmente plausible, de que todavía a su izquierda hubiera otro bloque inscrito, en el que figurarían, en un primer renglón, el praenomen y el nomen del dedicante que supondré principal -a los que seguiría, ya en la parte quebrada de este bloque, el prenombre del padre, inmediatamente anterior a la F extante-; en tanto que el segundo renglón contendría, ante todo, un margen simétrico al que ya he indicado que queda a la derecha (algo similar a los 0,775; por tanto, en el supuesto de que la fórmula dedicatoria final estaría centrada en dicho renglón) y parte del verbo (FECERVNT? POSVERVNT?) indicador de la construcción del monumento.

Aparte de este muy posible bloque a la izquierda de los dos que propongo considerar últimos, puede faltar entre él y la sección que creo constituida por los bloques actualmente I y II -pero que pudieron haber sido una sola pieza, que se habría roto precisamente por la sinuosidad de la S de PRISCO, que aparece quebrantada, pero segura, en su estado presente, y por la identidad de medidas de letras y márgenes a que enseguida me referiré -un conjunto de piezas que se hace difícilmente determinable, ya que depende de que se piense que conocemos la mayor parte del epígrafe -en cuyo caso el honrado con él apenas figuraría más que con su nombre e indicación del parentesco que le unía con el que llamaré dedicante incógnito (hipótesis por la que, de momento, me inclino, aunque sin más argumentos exhibibles que el muy impugnable ex silentio4- o que, por el contrario, entre la porción que parece ser la inicial y la que presento como muy probablemente final mediaba una parte importante de texto; parte cuya extensión, naturalmente, es susceptible de ser calculada de muy diferentes maneras, según lo que se hipotetice que hubo de contener.

A: Esquema «panorámico» de las piezas de la sección inicial. / B: Íd. de las de la final

Fig. 1.- A: Esquema «panorámico» de las piezas de la sección inicial. B: Íd. de las de la final.

Como sea respecto a tal hipotética parte central, la que vengo proponiendo como inicial pienso que -aparte de que realmente lo fuera o no- cabe reconocer objetivamente que proporciona un congruente texto mediante el «casado» de los bloques que creo que la constituyen, los cuales tienen en común -en tanto que mucho menos con los demás, del que supongo pasaje final del epígrafe-: altura de las letras -sensiblemente igual a la que daré para el segundo renglón de la sección segunda, excepto en lo que inmediatamente digo a propósito de la I longa-; falta absoluta de diferencias entre las íes, siendo así que tocaban longae tanto la de PRISCO como la primera de FILIO, en tanto que en el pasaje final ninguna de las íes cuantitativamente largas ha dejado de ser notada por dicho procedimiento regular, y margen inferior bastante mayor (0,311), con notable diferencia del que queda en el otro «pasaje» (0,086 máximo en los tres bloques que lo constituyen).

En cambio, es interesante la similitud respecto a los márgenes superiores entre una y otra sección, lo que indica que se «ordinaron» con un estilo y sentido del espacio parecido: en ambas decrece de 0,075 (bloques I y III) a 0,07 (íds. II y IV-V). En fin, y por lo que a esta última sección se refiere, aparte de las similitudes que acaban de registrarse, son de notar las que afectan a: tamaño de las letras, mucho más altas en el renglón I (0,251) que en el 2 (0,129) -análogamente, en lo que atañe a las íes longae respectivas (0,274 y 0,162) e interlineación (0,09).

Elementos comunes a ambas porciones son: la forma de los puntos, triangulares con alguna tendencia a lanceolados, y la forma y esmeradísima ejecución de las letras, capitales cuadradas con remates y contraste de gruesos y perfiles, O con el «ojo» sin cerrar, Q de larga cola, etc., de modo que no soy capaz de observar otro problema «gráfico» que el que plantea una especie de ápice -que no parece defecto de la piedra, tan exquisitamente elegante sería su figura, si se le tuviera en algún lugar del texto en que cupiera admitirlo como tal, intencionadamente- entre la S y la D iniciales respectivas del r. 1 y del 2 en el bloque IV. Dada la absoluta ausencia de dicho signo con respecto a todas las vocales largas de la inscripción al contrario de la presencia de las I longae ya reseñadas5-, y la distancia espacial a que se halla de la E que supongo final de EIDEM-[Q]VE, antes de llegar a tomarlo como una equivocación- dado que la -E indicada es, cabalmente, breve- y aunque el ocurrir precisamente en la proximidad de la laguna producida por la falla deteriorante hace particularmente inseguro cuanto pueda apuntarse6, considero preferible reconocer hallarme entre la espada -quizá demasiado fácil de desenvainar- de atribuirlo a equivocación meramente gráfica del incisor, no enmendada debidamente luego, y la pared -sospechosa de excesivamente bien alisada ad hoc- de interpretarlo con su otro valor de sicilicus, que aludiría a un doble valor (tal vez sólo previsto en algún proyecto de ordinación, pero no suprimido luego convenientemente) de la consonante sobre la que figura, esto es, la D: repetición precedente de algún modelo gráfico estereotipado donde se hubiese recurrido al sicilicus para ahorrar la excesiva repetición de la D en la fórmula D D, o aun D D D, en sus diversas consabidas interpretaciones, varias de las cuales bien contienen el verbo que precisamente aquí figura.

Si, pues, se me aceptan las series de conjeturas que he ido formulando, cabrá, como hipótesis de trabajo, admitir que el conjunto de ambas secciones se vea algo así como

Inscripción

donde se lea más o menos

[¿? ¿? ¿? f(ilius)? ¿? ¿et? ¿? ¿? ¿?] f(ilius) Quir(ina) Seuerus nepo[ti]7 ¿fecerunt? o ¿posuerunt? eîdem[q]ue dedicarunt

y donde, aun reconociendo la doble posibilidad comentada en la última nota -y aún la de que, en la más pura clasicidad, eîdemque habría valido más bien como dat. sg. que como nom. pl.8, si bien aquí el formularismo epigráfico más bien parece abonar esta última posibilidad, también dentro de lo admisible como correcto9- puede intentarse interpretar, al menos en parte:

¿? ¿y? ¿? Severo, hijo de ¿?, de la tribu Quirina, a su hijo y nieto Sexto Prisco lo erigieron y a la vez lo dedicaron10.

De ser así, la propia elección de la forma eidem frente a la más antigua iidem sería un nuevo indicio revelador y congruente respecto a una cuestión interesante: la posible datación del epígrafe por medios indirectos. De no tratarse del consabido desfase provincial, la relativa situación del empleo de los signos cuantitativos -comentada expresamente en las notas 4 y 5- y el también relativo descuido en la constancia de una onomástica completa -comentada en la número 7-, concuerdan con este otro indicio en llevar la datación ya hacia el período postclásico. Pero no fuertemente, pues en los tres terrenos se trata más bien de pérdida de regularidad o uniformidad sistemática, más que de deterioro alarmante de la corrección. Al contrario, en lo que resta del texto, la lengua puede reconocerse tan elegante como el trazado de las letras en que está expresada, elogiado al comienzo. Postclasicismo, sí, pues, pero no muy extremado, y menos dada la lejanía del lugar del hallazgo respecto a los grandes centros de cultura conocidos: probablemente, no más acá del siglo II, y -ya con menor probabilidad- no mucho más de su parte central. En cuanto al otro extremo, bien cabe remontar la posibilidad hasta el siglo I d. de C., pero también no mucho más arriba de su mitad.

Desgraciadamente, en su estado actual, nada me ha podido ayudar la onomástica. Reducida a dos cognomina de los más frecuentes en casi todas las épocas de la romanidad, Priscus y Seuerus -si ha sido acertado el desarrollar Sex como praenomen, creo que resulta menos indicativo todavía-, la falta de posible conexión con nombres auténticamente gentilicios dificulta no ya sólo un estudio prosopográfico, sino incluso uno que se ciñera a la mera antroponimia.

En cambio, y a no ser que se trate de la osadía de la ignorancia, me permito terminar -tal vez alentado porque se acepte benévolamente al ir dedicado el trabajo a un arqueólogo- con una sugerencia fundada en lo que me atrevería a llamar «arqueología comparada», al menos en el plano de la romana hispánica. Si el carácter «no oficial» del epígrafe se me admite, su pertenencia a un monumento de tan próceras proporciones no puede menos de hacer pensar: muy importante debió de ser la influencia de los dedicantes en la Carpetania romana, para poder llegar a un auténtico derroche de medios como los restos conservados permiten imaginar que fue el conjunto. Si, de acuerdo con lo desarrollado en la nota 7, se me sigue admitiendo que ni siquiera el homenajeado fue persona de grandes hechos en su vida personal, el paralelo que en lo hispano parece presentarse automáticamente es el llamado «mausoleo» de Fabara, en el viejamente romanizado valle del Ebro, en el sureste de la provincia de Zaragoza actual11. Como aquí, antigua zona de ribera: ¿como en nuestro caso?, según la lectura de Blanco, monumento a un muchacho joven -allí, dedicado por sus padres-, y texto brevísimo, casi conciso, pero letras de gran monumentalidad. Es cierto que el último autor no se muestra muy entusiasta de la datación antes atribuida al edificio (época de los Antoninos), pero sólo en cuanto le resulta de mucho menor precisión que la que él puede atribuir al Arco de Medinaceli. No sé si será mucha travesura notar que la cronología que, por causas más bien filológicas, he venido sugiriendo para el epígrafe del Jarama -entre mitad del I y mitad del II d. de C.-, entroncaría bien con la apuntada para Fabara. Mas, aunque realmente fuera muy grande, espero que la gran bondad de los arqueólogos me la quiera perdonar.

Fig. 6. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloques 2.º y 3.º

Fig. 6. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloques 2.º y 3.º

Fig. 7. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloques 1.º y 4.º

Fig. 7. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloques 1.º y 4.º

Fig. 8. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 3.º

Fig. 8. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 3.º

Fig. 9. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 4.º

Fig. 9. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 4.º

Fig. 10. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 5.º

Fig. 10. Inscripción del lecho del Jarama, junto a Titulcia (Madrid), bloque 5.º





 
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