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Intelectuales baratos y militares carísimos

Fernando Iwasaki Cauti






Jorge Eduardo Benavides: Un millón de soles, Alfaguara (Madrid, 2008), 416 pp.

Jorge Eduardo Benavides ha escrito una novela extraordinaria que podría haber sido calificada como políticamente incorrecta, de no ser porque los personajes de carne y hueso que inspiraron a las criaturas literarias de Un millón de soles continúan empeñados en que sus vidas imiten al arte, como alguna vez ironizó Wilde.

Aunque parezca inverosímil, en el Perú tuvimos una dictadura que se pidió el rimbombante título de «Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas» y que le dio la vuelta al país como si fuera un calcetín. ¿Tuvo algún plan? No. ¿Tenía formación ideológica o preparación tecnocrática? Tampoco. ¿Quizás fue un régimen controlado a distancia por alguna potencia mundial? Menos. ¿Acaso se trató de un sofisticado grupo de militares lúcidos y geniales? Ni siquiera. Sin embargo, esa panda hizo el paripé revolucionario mientras duraron el «boom» de la pesca, la guerra fría y los créditos internacionales, porque la impagable deuda externa peruana fue la herencia de aquellos militares y su corte de milagros.

Si en Conversación en la Catedral (1969) Vargas Llosa se recreó en describir el lado más cruel, siniestro, miserable y putrefacto de la dictadura del general Odría (1948-1956), en Un millón de soles Jorge Eduardo Benavides nos descubre el lado más cómico, patético, ridículo y «cutrefacto» del gobierno del general Velasco Alvarado (1968-1975). Estamos ante una genuina «novela de dictador», en la tradición de El señor presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias y Yo el supremo (1974) de Roa Bastos, pero el modelo elegido por Benavides sería más bien la irreverente Maten al león de Jorge Ibargüengoitia y en ningún caso La fiesta del chivo (2000) de Vargas Llosa, obra que sí ha influido en otras «novelas de dictador» más recientes como Grandes miradas (2003) de Alonso Cueto y El desierto (2005) de Carlos Franz.

No obstante, la gran novedad de Un millón de soles la encuentro en el acierto que ha tenido Jorge Eduardo Benavides a la hora de retratar a la tropa de intelectuales y periodistas reclutados por la dictadura como asesores, palmeros y hombres de paja para rotos y descosidos varios. Velasco los llamaba públicamente «mis mastines» y me apresuro a dejarlo claro para que nadie piense que Jorge Eduardo Benavides ha exagerado. Después de todo, cuando un general expropia todos los periódicos y coloca como directores a sus asesores para que lo mimen con titulares, editoriales y suplementos especiales, ¿cómo no va a estar incluido en el sueldo que te llamen «mastín»? Si Velasco hubiera sido más fino, como mucho los habría llamado «dóbermans».

Vargas Llosa acuñó un concepto -«El intelectual barato»- para definir a todos aquellos que ponen su sintaxis al servicio de los dictadores y que utilizan los resortes del poder al que sirven para perseguir a sus enemigos, humillar a los mejores y alicatarse de medallas. En Contra viento y marea (1986) definió al «intelectual barato» y en sus memorias -El pez en el agua (1993)- les puso nombres y apellidos. ¿Y quiénes eran esas criaturas? Precisamente los asesores, correveidiles y palmeros que Velasco reclutó para la causa del «Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas» y que Jorge Eduardo Benavides pone a lustrar las botas de los generales en Un millón de soles, porque fueron los felpudos ideológicos de Velasco.

Gracias a la aparición de los mismos personajes de Los años inútiles (2002) y El año que rompí contigo (2003), Un millón de soles completa una suerte de trilogía sobre el poder y la crisis en el Perú contemporáneo, donde los intelectuales fueron baratos, pero los militares nos salieron carísimos.





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