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FRANCISCO ROBLEDO

(1640-1647)

Francisco Robledo inicia sus trabajos tipográficos en los últimos meses de 1640 y emprende a la vez el comercio de libros en tienda que abre en la calle de San Francisco, en cuyo local, seguramente, tenía también   —[153]→   su taller. En 1642 obtiene ser nombrado impresor del Secreto del Santo Oficio. Cesa de imprimir en fines de 1647.

Robledo fue el impresor de quien se valió don Juan de Palafox y Mendoza para la publicación de sus trabajos, siendo de entre ellos los más notables, al menos por su volumen, el Varón de deseos y la Semana Santa. Estas relaciones que mediaron entre el Prelado-Virrey y Robledo fueron sin duda tan satisfactorias para ambos, que cuando aquél pasó a su obispado de la Puebla de los Ángeles, le indujo a que llevara, si no todo, al menos parte de su material tipográfico328, como que allí Robledo le imprimió en un grueso volumen en folio la Historia real sagrada329.

ANTONIO CALDERÓN BENAVIDES

(1645-1649)

Antonio Calderón Benavides fue hijo de Bernardo Calderón y de Paula de Benavides. Nacido en 1630, tuvo por hermanos a fray Gabriel Calderón, de la Orden de S. Agustín -a la que ingresó sin duda por estar el convento muy cerca de su casa-, que en 1672 hizo imprimir en el taller de su madre el Oficio de Santa Mónica (núm. 1066); al bachiller Diego Calderón Benavides, capellán que fue del hospital de Nuestra Señora, en la capital, comisario del Santo Oficio y hermano mayor de la cofradía de San Pedro Mártir en 1677330; y a Bernardo, que se hizo franciscano. Como se ve, los cuatro hijos varones del impresor habrían abrazado el estado eclesiástico.

Antonio, que se sabe fue el mayor, junto con estudiar, se dedicó a aprender el oficio de tipógrafo, que poseía ya bien en 1645, fecha en que empezó a correr con el taller de su madre331. González de Barcia cita332 un compendio de la Imagen de la Virgen de Guadalupe, del bachiller Miguel Sánchez, cuya edición príncipe salió a luz en 1648 por la Imprenta de la Viuda de Calderón, que dice imprimió Antonio Calderón en 1660, 8º, que no hemos visto, si bien el Auto general de la Fe del P. Bocanegra aparece impreso por él en 1649 -y ese es también el último en que se registre su nombre- con el título de impresor del Santo Oficio.

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Pudiera creerse, en vista de este pie de imprenta, que Antonio Calderón tuvo taller propio, pero, en realidad, en este caso, a nuestro juicio, se trata de un trabajo hecho en casa de la Viuda de Calderón, cuyo nombre se omitió en la portada, hecho idéntico al que ocurrió más adelante con Bartolomé de Gama, que no pasaba de ser simple cajista de Rodríguez Lupercio.

Es muy probable, pues, que siguiera regentando la imprenta de su madre, pero sin nombrarse ya.

Consta, sí, que en 1664 era capellán mayor del Hospital de Nuestra Señora, en cuyo carácter dedicaba a la Concepción de la Virgen un sermón a la misma, predicado por don Lorenzo Salazar Muñatones.

Finalmente, tres años más tarde, decorado ya con el título de comisario del Santo Oficio, extractaba de los Anales de Aragón, de Blasco de Lanuza, la vida de Pedro Arbues y la daba a luz en casa de su familia. Como hemos dicho al hablar de su madre, vivía aún y seguía a cargo de la imprenta en 1669. La circunstancia de que su hermano Diego tuviese el puesto de capellán del hospital de Nuestra Señora en 1677, parece indicar que le sucedió en él y que, por consiguiente, había fallecido antes de esa fecha.

Esto es lo que puede sacarse en limpio en cuanto a la vida de nuestro impresor estudiando la bibliografía mexicana de aquel tiempo, que bien poco vale al lado de lo que refiere García Icazbalceta en los párrafos siguientes:

«Dióse con ardor al estudio, y el 24 de Enero de 1650, antes de cumplir los veinte años, recibió el grado de bachiller en filosofía: el 18 de Junio de 1653 el de bachiller en cánones, y el 24 de Junio del año siguiente, igual grado en leyes. Entonces resolvió abrazar también el estado eclesiástico, y recibidas todas las órdenes, cantó su primera misa en la iglesia del convento de Santa Isabel, á 10 de Enero de 1655: ceremonia que llamó mucho la atención del público, por las circunstancias que concurrieron en ella. El misacantano era nuestro bachiller; acompañáronle en el altar, como diácono y subdiácono, sus hermanos don Diego y fray Gabriel; su hermana doña Micaela, dotada al efecto por él, entraba monja en aquel convento, y hacía profesión en manos del custodio fray Gabriel de Benavides, cuyo apellido da á entender que era un pariente por la línea materna, y en fin, la otra hermana doña María casaba con Juan de Rivera, y recibía allí mismo las bendiciones nupciales. Era verdaderamente una fiesta de la familia.

»Fué D. Antonio consiliario de la Universidad varias veces: la primera en 1653. Sirvió la secretaría de la misma, y sustituyó cátedras de retórica, instituta y cánones. En 1656 fué nombrado consultor del Tribunal de la Santa Cruzada, después comisario del Santo Oficio. Tan conocidas eran sus virtudes y letras, que la Real Audiencia y el Ayuntamiento pidieron para él una canongía, que no llegó á obtener, y se contentó con ser teniente cura en la parroquia de Santa Catarina Mártir.

»El 22 de Marzo de 1662 fué nombrado capellán del hospital de Jesús, fundado por Cortés. A los principios se había destinado allí para el culto divino una sala baja, que carecía de la decencia necesaria. En 1601 se comenzó la construcción de una iglesia; pero por falta de dinero ó de diligencia,   —[155]→   había quedado sin concluir. La sacristía estaba acabada, y cerradas las bóvedas del altar y crucero, mas no enladrilladas, sino simplemente cubiertas con tierra: en lo demás sólo se habían enrasado las paredes. Penetrando las lluvias por el terrado de las bóvedas, habían humedecido todos los muros: el piso, por ser más bajo que los inmediatos, se convertía en laguna; la humedad extendió por la parte inferior la plaga del salitre, y produjo una frondosa vegetación en los altos, que acabó de destruir todo: aquella era una ruina. La sacristía estaba arrendada para vivienda á unos indios, quienes habían convertido la iglesia en cocina, llenándola de basura y ahumando las paredes. La grande elevación de los muros, que impedía una evasión, hizo que el cuerpo de la iglesia fuese destinado para encerrar todos los años á los forzados que iban á Filipinas, mientras se disponía su conducción al puerto de Acapulco.

»En ese triste estado encontró aquello el Br. D. Antonio, y como era celosísimo del culto divino, aplicó toda su actividad y energía á la conclusión del templo, que logró en menos de cuatro años, celebrándose su solemne dedicación el 9 de Octubre de 1665. Le adornó de costosos retablos, y le proveyó de ricos ornamentos y preseas. Nada le estorbó esta empresa para la asistencia diaria de los enfermos del hospital, quienes tenían en su capellán un padre cariñoso.

»Hallándose él mismo gravemente enfermo el año 1657, hizo voto á S. Felipe Neri de fundar en México, si recobraba la salud, una congregación á la manera de la que el santo había fundado en Roma. Para D. Antonio resolver y ejecutar eran una misma cosa. Pronto reunió en S. Bernardo treinta y tres sacerdotes (que luego crecieron á ciento veinte) con los cuales dió principio á lo que intituló sencillamente Unión, no atreviéndose todavía á darle el nombre de congregación. De allí se pasaron á la iglesia de Balvanera, y en ella dedicaron al santo un pequeño altar. No permanecieron mucho tiempo en aquel sitio, sino que fueron á establecerse en la calle que aún lleva el nombre de S. Felipe Neri, donde levantó D. Antonio una capilla, contribuyendo con cuatro mil pesos de su peculio, y este fué el segundo templo que México debió á su celo. Nunca fué superior de la congregación que había fundado: más adelante, en 1689, ocupaba ese puesto su hermano D. Diego; pero él no cayó en el error común de creer que el autor de un pensamiento es el más propio para llevarle hasta su última ejecución. Dejando á otros el gobierno, sirvió los cargos, relativamente inferiores, de tesorero, de rector de la casa y hospicio, y de secretario. Muchas veces fueron desechados sus dictámenes, sin que él mostrase el menor sentimiento por ello.

»Admirábanse todos de que tuviese tiempo para tantas ocupaciones. Pasaba horas enteras en oración; decía misa diariamente y oía después otras; empleaba largo tiempo en el confesionario; atendía á la imprenta, cumplía con la mayor exactitud las obligaciones de sus empleos, pertenecía á todas las congregaciones de México, que no eran pocas, y no faltaba á ningún ejercicio religioso de ellas; fundó otras, y les dió reglas; en su casa imprimía y luego distribuía gratuitamente cuantos papeles devotos llegaban á sus manos. Con todo eso, nadie le vió nunca atareado, y parecía que el tiempo se le alargaba á medida del deseo. Repartía copiosas limosnas con el mayor secreto, y difícilmente pudieron averiguarse algunas. Sus costumbres eran intachables: jamás pudo la maledicencia poner nota, ni infundada, en su conducta; y no era que le faltasen cualidades para haber gozado de los placeres mundanos, porque era (como dice un contemporáneo suyo) 'muy galán, de muy linda cara y muy rico'.

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»Su carrera en este mundo no fué larga. Acometido de un fuerte tabardillo, falleció, antes que la madre viuda, el 12 de Julio de 1668, poco después de haber cumplido treinta y ocho años, 'dejando (dice un cronista) lastimada toda la ciudad, como se reconoció en su entierro, pues desde las ventanas le lloraban como si fuera dueño de cada casa, y los clérigos no podían cantar de llanto: de la misma manera salió la Religión de S. Francisco á recibir el cuerpo, siendo la cosa más rara que en México se había visto, pero tal era la prenda que perdía'. Fué sepultado en la capilla de la Tercera Orden de S. Francisco.

»El Br. Calderón acertó á juntar en alto grado la vida activa y la contemplativa. Para su familia fué un padre: para los enfermos un amparo, para los pobres una Providencia, para los sacerdotes un modelo. Privado desde su niñez del respeto del padre, creció sin más autoridad sobre sí que la de una pobre viuda cargada de obligaciones; por su propia bondad vivió sin tacha, supo guiarse á buen puerto, y enseñó el camino á los demás.

»El enérgico niño, el ejemplar sacerdote, parecía infundir robusta vitalidad á sus obras, y no brillaron con efímera existencia. En pié, y abierta al culto católico, á pesar del tiempo y de las revoluciones, permanece la hermosa iglesia del hospital de Jesús. La Congregación del Oratorio, á que tantos sacerdotes sabios é ilustres han pertenecido, trasladada después á la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, aun mantiene allí el culto con notable esplendor».-Obras, t. IV, pp. 68-73.

HIPÓLITO DE RIBERA

(1648-1656)

Hipólito de Ribera se estrenó en la tipografía mexicana en los últimos meses de 1648, abarcando a la vez la impresión y venta de libros en su tienda y oficina, que estableció en el Empedradillo, y aunque al principio tuvo algún trabajo como tipógrafo, pasaron más de tres años después de iniciadas sus tareas antes de que viese la luz pública ninguna otra obra suya.

Desaparece de entre los impresores mexicanos en los primeros días de 1656, sin dejarnos ninguna muestra tipográfica de aliento. Es digno de notarse que las pocas suyas que se conocen son todas bastante raras.

Respecto a su filiación, sospechamos que pudiera ser hijo de Diego de Ribera, librero, que se hallaba establecido en México en 1624, y, en vista de la identidad de nombre y apellido, que fuese el padre de Diego de Ribera, autor de varias obras que se describen en esta bibliografía, y de Juan de Ribera, también tipógrafo.

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AGUSTÍN DE SANTISTEBAN

(1658-1661)

Agustín de Santisteban se inicia en la tipografía mexicana, en consorcio de Francisco Rodríguez Lupercio, a mediados de 1658333, y, siempre juntos, imprimen hasta los primeros días de 1661, no más de seis obras, casi todas de muy poca extensión, con excepción de la última, cuyo facsímil aquí damos.

A mediados de ese año, en los pies de imprenta que firmaban ambos, desaparece el nombre de Santisteban y queda sólo el de Rodríguez Lupercio, bien sea por haber muerto aquél, o porque éste le comprase su parte en la sociedad.

FRANCISCO RODRÍGUEZ LUPERCIO

(1658-1673)

Francisco Rodríguez Lupercio: Beristain cita un impreso suyo, de 1657, que nadie ha visto hasta hoy, y como la fuente de que procede el dato no es del todo segura, debemos por hoy admitir el hecho con cierta reserva. De lo que no puede caber duda es de que en 1658 poseía en México una imprenta, asociado con Agustín de Santisteban. La compañía entre ambos ha debido durar hasta mediados de 1661, sin que sepamos la causa de su cesación, que acaso pudo ser la muerte de Santisteban, o que éste vendiese su parte a Rodríguez Lupercio. El hecho es que en 1º de julio de ese año Rodríguez Lupercio firma solo los Privilegios de los Hospitalarios.

Debido quizás a las necesidades de una nueva instalación o a dificultades surgidas entre los antiguos asociados, fue que no salió trabajo alguno de Rodríguez Lupercio durante los años de 1662-1663, hasta que en el siguiente pudo anunciar que en su taller, no sólo se imprimía sino que también se grababa: «ex tecca et graphiario»...

Más aún: a contar desde 1666, Rodríguez se anuncia como librero con tienda abierta en la Puente de Palacio, y dos años más tarde edita y dedica a un oidor de México la Vida de Nuestra Señora de don Antonio Hurtado   —[158]→   de Mendoza. Sus trabajos tipográficos no eran, sin embargo, numerosos por esos días, como que consta que en 1669 sólo trabajaba junto con él en el taller Bartolomé de Gama, de quien hablaremos en su lugar. Su negocio, en realidad, parecía ser más el de librero que impresor, y así se explica también que en 1674 editase otra obra, destinada a tener grandísima venta, como todas las de su especie, el Tesoro de medicinas de Gregorio López, el libro también más abultado que hasta entonces hubiese salido de su prensa.

Poco a poco, sin embargo, fue imprimiendo obras de cierto aliento hasta que en 1677 puso su nombre a uno de los tomos más considerables publicados en México en el siglo XVII, los Sumarios de la Recopilación de Aguiar y Acuña, cuya reimpresión corrió a cargo del famoso jurisconsulto don Juan Francisco Montemayor de Cuenca.

El último trabajo de Rodríguez lleva fecha 22 de mayo de 1683; ya en agosto del mismo año aparece suscribiéndolos su viuda334.

BARTOLOMÉ DE GAMA

(1670)

Un hecho tipográfico casi tan anómalo como el que nos ofrece Pedro de Charte estampando su nombre al pie de un solo libro, es el que se presenta respecto de Bartolomé de Gama, que figura como impresor de La Estrella del Occidente, en 1670. Por fortuna en este caso existe un documento que nos permite resolver satisfactoriamente el problema. La forma en que se presenta es también más fácil de desatar. En esta vez no sucede como en aquélla, en que se trataba de un papel impreso «en casa de Pedro de Charte», sino simplemente un libro «impreso en México por Bartolomé de Gama».

El documento a que aludimos es uno que existe en el Archivo de Indias y se refiere a ciertas notificaciones que en 1669 se hicieron a los impresores de la capital del virreinato, que hubimos de aprovechar tratándose de Juan Ruiz, y la solución de la duda está en que de él consta que Bartolomé de Gama era simplemente el impresor, prensista o tipógrafo que diríamos hoy, del taller de Rodríguez Lupercio. Así resulta que Gama no tuvo jamás imprenta propia, y así se explica también que su nombre no figure en otro libro alguno. En el de que tratamos se pensó quizás poner en el colofón la imprenta de que salía a luz, pero no hubo al fin lugar a ello, porque la extensión de la tabla de capítulos, que llenó la última hoja, no lo permitió.

Sentimos no disponer de una copia fotográfica de la portada en que aparece el nombre de Gama para haberla reproducido aquí.

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MIGUEL DE RIBERA, SU VIUDA Y HEREDEROS

(1675-1684)

¿Quién era este Miguel de Ribera? Confesamos que no conocemos ningún libro compuesto por él. Confesamos también que no hemos visto trabajo alguno salido del taller de su viuda; hasta que en 1682 nos hallamos con el Manual de Vetancurt, impreso «en México por los Herederos de la Viuda de Miguel de Ribera, en el Empedradillo». En este pie de imprenta no se da el nombre de la viuda, como se ve. Respecto de sus herederos, Andrade ha hecho notar la existencia de unas Meditaciones de la Pasión de Cristo por fray Diego Romero, que se insertaron en la vida de éste, en las cuales se lee que fueron reimpresas en México, en 1675, por los Herederos de Doña María de Rivera.

Esta sería, según las noticias que poseemos, uno de los herederos de Miguel de Ribera, cuyo segundo apellido era Calderón. Llamábase en realidad María de Ribera Calderón y Benavides, y era hija de Miguel de Ribera Calderón y de Gertrudis de Escobar y Vera. Tal es el nombre, por consiguiente, de la viuda de que tratamos.

El período que abarcan, pues, las impresiones de los herederos de Ribera y su viuda comprende desde 1675 a 1684, sin que tengamos noticia de otros impresos salidos de ese taller que los que dejamos anotados.

En realidad, en todo esto hay un vacío que nos ha sido imposible llenar. Sospechamos aún que debe haber existido dos impresores con el mismo nombre de María de Ribera, pues la que dejamos indicada como hija de Miguel de Ribera Calderón, era biznieta de Paula de Benavides, mujer que fue de Bernardo Calderón, y vivía aún en 1725, hecho que está en contradicción con el pie de imprenta referido de 1675, que la da ya entonces como fallecida. Más adelante tendremos ocasión de ocuparnos de su persona.

HEREDEROS DE JUAN RUIZ

(1676-1678)

Muerto Juan Ruiz en 1675, la imprenta siguió a cargo de sus herederos, a más tardar desde abril del año inmediato siguiente335. Entre ellos se contaba sin duda a Feliciano Ruiz, que creemos fuese su hijo, del cual como hemos dicho, se sabe que trabajaba en el taller, por lo menos desde 1669.

Parece que la imprenta desapareció muy pronto, en 1678, según es de creer336.

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JUAN DE RIBERA

(1677-1684)

En Sevilla hubo un impresor llamado Juan de Ribera, del cual se conocen sólo dos trabajos, publicados en los años de 1657-1659337. La circunstancia de que su nombre se pierda tan repentinamente de los anales de la tipografía hispalense y la de que en México se vea aparecer un impresor del mismo nombre y apellido, si bien cerca de 18 años después, autorizan con visos de probable la suposición de que ambos fuesen una misma persona, o por lo menos, de la propia familia. Lo más cierto, sin embargo, es que fuese hijo o hermano de Hipólito de Ribera338.

Juan de Ribera aparece imprimiendo en México en principios de 1677, con oficina en el Empedradillo, y no se le ve figurar durante los dos años siguientes, hasta que en 1679 se presenta de nuevo allí con imprenta y tienda de libros.

En el año de 1681 tampoco sale obra alguna de su taller, ocupado por entero de la composición de la Chrónica de fray Baltasar de Medina, que vio la luz pública en el siguiente de 1682, y que sin duda le acreditó, porque luego se le ve recargado de trabajo en los dos años inmediatos siguientes, hasta principios del de 1685, en que falleció339.

VIUDA DE RODRÍGUEZ LUPERCIO

(1683-1694)

No hemos podido descubrir el nombre de la viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, que le sucedió en la tienda y en la imprenta340, mediado del año 1683, y continuó con ellas por lo menos hasta enero de 1696341. Debe haber fallecido en ese año, porque ya en el siguiente el taller aparece bajo el nombre de sus herederos.

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El libro más notable por su importancia y por su rareza que saliera de su prensa es el Arte de la Lengua Mexicana, de fray Juan Guerrero, cuya portada damos aquí facsímil.

En 1695 editó el Ofrecimiento de la hora342.

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MARÍA DE BENAVIDES VIUDA DE JUAN DE RIBERA

(1684-1700)

Hemos dicho que María de Benavides pertenecía a la familia de Calderón, cuya mujer se llamó, como sabemos, Paula de Benavides. Apuntamos también que el 10 de enero de 1655 se había casado con Juan de Ribera, a quien sucedió por su muerte, hacia el mes de junio de 1685343, en la propiedad del taller establecido en el Empedradillo, que regentó hasta 1700, y, con muy pocas excepciones, siempre indicando su carácter de viuda de Ribera344.

La obra más voluminosa que imprimió fue el Teatro Mexicano de Vetancurt, en 1698.

JUAN JOSÉ GUILLENA CARRASCOSO

(1684-1700)

Juan José Guillena Carrascoso inicia su carrera tipográfica en 1684, con un folleto en folio de pocas hojas, con señas perfectamente determinadas respecto a su profesión y lugar en que tenía su establecimiento: «En México: En la Imprenta de Juan José Guillena Carrascoso, impresor y mercader de libros, en el Empedradillo, junto las casas del Marquesado». Y ¡cosa verdaderamente extraña! transcurrieron no menos de nueve años (1693) antes de que se vuelva a ver aparecer su nombre en la portada de un libro mexicano y en esa vez con la designación de Imprenta Plantiniana dado a su taller345, que permanecía situado en el Empedradillo, en inmediata vecindad del de doña María de Benavides, la viuda de Juan de Ribera. Quizás por esta circunstancia y para evitar la competencia del de ésta,   —[163]→   Guillena Carrascoso se transladó en ese mismo año de 1693 a la Alcaicería346. La designación de «Imprenta nueva» que dio entonces a la suya, acaso nos permita conjeturar que de hecho habría dejado de imprimir en el lapso de tiempo que indicábamos y que con materiales recientemente adquiridos volvía, en realidad, sólo entonces a reanudar sus tareas de que por excepción había dado muestras en 1684 y 1691.

Respecto a la ubicación de su nuevo taller, parece que debemos admitir la hipótesis de que, establecido segunda vez en la Alcaicería en 1693347, hubo de removerlo nuevamente en ese mismo año a su antiguo local en el Empedradillo, junto a las casas del Marqués, donde se le ve, en efecto, figurar otra vez en 1694, y como de antiguo, no sólo de impresor sino como mercader de libros. En el propio año da cima a su trabajo más notable, al menos por su volumen y rareza, la Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva-España del P. Florencia.

Al año siguiente (1695) Guillena Carrascoso se hace editor y da a luz de su cuenta El confesor instruido del P. Señeri. Y por efecto de pura devoción reimprimió asimismo, a su costa, en 1698, un pequeño opúsculo piadoso348.

El último trabajo de Guillena Carrascoso corresponde por sus preliminares a mediados de diciembre de 1707. En octubre del siguiente año aparece que la imprenta que había dirigido se hallaba a cargo de sus herederos349.

Guillena Carrascoso había nacido en España350.

HEREDEROS DE LA VIUDA DE BERNARDO CALDERÓN

(1684-1703)

Muerta la Viuda de Bernardo Calderón en 1684, poco después de los primeros días del mes de agosto, según queda dicho en su lugar, sus herederos, cuyos nombres no aparecen en ninguna de las muchas obras que imprimieron, prosiguieron sin interrupción desde aquel mismo año las labores del taller, que continuó establecido en la calle de San Agustín, y en 1688 añade al nombre de sus propietarios el de Imprenta de Antuerpia351,   —[164]→   que alterna desde el siguiente con el de Imprenta Plantiniana352, para conservar sólo el primero en algunas de sus portadas de los años 1693 y 1694353. En julio de 1698 se le llama también Imprenta del Superior Gobierno, que observa particularmente en las impresiones de las Relaciones de avisos de España, que le eran entregadas sin duda por la Secretaría del Virreinato354. Ese título se derivaba probablemente de haber obtenido el privilegio para la impresión de Cartillas y Doctrinas cristianas que logró por lo menos desde el año de 1700, «con prohibición que ninguna otra persona sino la dicha Viuda pudiese imprimirlas, pena de doscientos pesos y los moldes perdidos»355.

De esa imprenta salieron también en su tiempo muchas de las Gacetas y añalejos que se publicaron en la capital del virreinato y algunas obras de cierto aliento, entre las cuales la más notable por su extensión y condiciones tipográficas es el Paraninfo celeste de Luzuriaga (n. 1376). Cesa en 1703356, en los días en que comenzó a escasear tanto el papel que de hecho nada o casi nada se pudo dar a luz en los años inmediatos de 1704-1705 y aún en parte del de 1706.

Entre los que tenían participación en la imprenta debemos contar en primer término a Francisco de Ribera Calderón, quien fue acaso el que se quedó con gran parte del taller, como lo indica, si no estamos equivocados, el hecho de que abriese uno con su nombre en ese mismo año de 1703 y también en la calle de San Agustín, donde, como sabemos, había estado el de los Herederos de la Viuda de Calderón.

Desde dos años antes, es decir, en 1701, Miguel de Ribera Calderón, hermano sin duda de Francisco, había separado de su cuenta taller propio, dejando quizás desde entonces de figurar entre los socios, merced a algún arreglo que no conocemos.

Los demás socios de la imprenta debieron ser quizás fray Juan de Ribera Calderón y los bachilleres José y Gabriel de Ribera Calderón.

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Facsímil de la portada de un libro publicado en México tomada del único ejemplar conocido, y que es de dudar si fue impreso por Diego Fernández de León, por los Herederos de Francisco Rodríguez Lupercio, por Francisco de Ribera Calderón, por la viuda de Miguel de Ribera Calderón, o por los Herederos de Guillena Carrascoso.

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DIEGO FERNÁNDEZ DE LEÓN

(1690-1692 y 1710)

Diego Fernández de León abre tienda de libros en Puebla, «debajo de los portales de la plaza», y comienza su carrera de impresor en principios de 1683. Tres años más tarde mudó su tienda y taller a la calle de Cholula, en la esquina de la Plaza. En algunos de sus trabajos hay todavía señas más precisas de su vivienda, diciendo que estaba en aquella calle, en la plaza, junto a la Catedral. En 1688 renovó su material, habiendo recibido de España tipos, sin duda de origen holandés, pues desde entonces la llamó Plantiniana357. Probablemente junto con ella le llegara también el escudo que usó después en algunas de sus obras, siendo así el único impresor angelopolitano que gastara ese lujo. Dos años más tarde transladó su librería y taller al Portal de las Flores, dejando aquélla en los bajos, y ésta «en un cuarto alto que está en el descanso de la escalera»358. Trabajaba entonces con cinco cajistas y su material constaba de nueve cajas359.

Luego de llegada la primera remesa de su material tipográfico, Fernández de León hizo sacar certificación autorizada del buen pie en que se hallaba su taller y se presentó con ella al Conde de la Monclova, expresando que en la Puebla imprimía «artes, conclusiones y otras obras de letras», sin salario ni ayuda de costa, con cortísima utilidad, por ser muy pocos los trabajos que se le encomendaban, ni haber en aquella ciudad Universidad Real, como en México; añadiendo que algunos comerciantes le defraudaban de los provechos que pudiera obtener con su trabajo, llevando de fuera impresas, para vender «por manos», las esquelas de convites y otros papeles que él pudiera ejecutar en su taller.

Y siendo conveniente y lustroso, concluía, el tener en aquel obispado la dicha imprenta, es conforme a razón y equidad el que en él, donde se extiende el bien, no se defraude del corto fruto que le puede rendir por medio de tanto costo y trabajo.

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Acompañó, asimismo, a su memorial licencia del Ordinario de la ciudad para poder imprimir papeles de convites, de entierros y otras funciones; y habiéndose dado vista de todo al Fiscal, y con su dictamen y previo el entero de cincuenta pesos y el de los derechos de medianata, obtuvo del Virrey, en 11 de julio de 1688, el privilegio para imprimir allí dichos papeles, con prohibición de que nadie pudiese llevarlos a vender de fuera. Y como en el hecho esta prohibición no se cumpliese, obtuvo a fines del mismo año nuevo mandamiento del Virrey para que las justicias de Puebla lo hiciesen publicar por bando.

Todavía, a intento de dar fuerza a este privilegio, Fernández de León acudió al monarca en solicitud de que se le confirmase, habiéndolo, en efecto, obtenido por la siguiente real cédula:

El Rey.-Por cuanto en nombre de vos Diego Fernández de León, vecino y impresor de libros de la ciudad de la Puebla de los Angeles, se me ha representado que el Conde de la Monclova, siendo mi virrey de las provincias de la Nueva España, os concedió privilegio y facultad para que pudiéseis imprimir papeles para convites de entierros y otras cualesquier funciones que se ofreciesen en la dicha ciudad y su obispado, prohibiendo el que otra ninguna persona lo pudiese hacer ni llevarlos á vender á ella de otras partes, habiendo servido por esta gracia con cincuenta pesos, que el dicho mi Virrey aplicó para obras del Palacio, y asimismo enterado lo que debísteis satisfacer al derecho de la media annata, cuyo privilegio aprobó y revalidó el Conde de Galve, mi virrey actual de dichas Provincias, suplicándome fuese servido de aprobar y confirmar el referido privilegio para que se observe y cumpla en la forma que se os concedió por dichos mis Virreyes; y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias con los papeles que en su justificación se presentaron por vuestra parte, he venido en concedéroslo, aprobando y confirmando (como por la presente lo hago) el referido privilegio en la forma y con las calidades que os le dieron dichos mis Virreyes, pero entendiéndose que la prohibición de que otra persona pueda vender es sólo por lo que mira á papeles de convites de entierros y para otras funciones de este género, respecto de que con ellos sólo habéis de correr vos el dicho Diego Fernández de León. Por tanto, mando al Consejo y demás justicia de dicha ciudad de la Puebla de los Angeles y su obispado no os pongan ni permitan poner embarazo en el uso de todo lo que por dicho privilegio os está concedido, ni consientan que otra ninguna persona venda los referidos papeles, incurriendo, si lo hicieren, en las penas impuestas en el título que os dió dicho mi Virrey, Conde de la Monclova, el cual mando se cumpla y observe enteramente, que así es mi voluntad.-Fecha en Buen Retiro á siete de Junio de mil seiscientos y noventa y uno.-YO EL REY.-Por mandado del Rey, nuestro señor.-Don Juan de la Rea.-Señalado del Consejo.-(Hay una rúbrica).-(Archivo de Indias, 87-6-14, tomo XLI, fol. 279 vlto.)

De aquí, sin duda, por qué desde el año siguiente de 1692, Fernández de León en algunos de sus trabajos se tituló «impresor por Su Majestad»360.

Bien fuera por lo nuevo de los tipos o porque Fernández de León se   —168→   ofreciera a trabajar en mejores condiciones que otros impresores de la capital, es lo cierto que en mayo hizo transladar parte de su imprenta a la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de México, por virtud de un contrato que celebró con el padre Alonso Ramos, prepósito de aquella Casa, a efecto de que en ella se continuase la impresión de la Vida de la Venerable Catalina de San Juan, que se había iniciado en la Puebla el año precedente, poniendo como administrador de esa parte de su taller a Juan Francisco Fernández Orozco, acaso hijo suyo, y como impresor a Juan Manuel de Castañeda: trabajo de largo aliento, que sólo vino a terminarse en 1692361.

Durante un interregno de cerca de nueve años (1695-1704) el nombre de Fernández desaparece de las portadas de los libros angelopolitanos; continúa luego con un período bastante activo y, por fin, cesa de figurar en ellas definitivamente en 1709, fecha en que, según parece, traspasó su taller con el privilegio para la impresión de esquelas, a Miguel de Ortega362.

Más abajo insertamos los documentos relativos a la concesión del privilegio de que disfrutó Fernández de León y al incidente de la translación de parte de su taller a la Casa Profesa de México.

Después de haber ejercido accidentalmente su profesión de tipógrafo en la Casa Profesa para imprimir a los jesuitas dos de sus obras durante los años de 1690-1692, vuelve a abrir su taller en la capital del virreinato en 1710, con el título de Imprenta Nueva Plantiniana, situándose «frente   —169→   á las rejas de Balbanera» y saca en ese año siete obras, entre ellas la de que fue autor, el facsímil de cuya portada damos aquí363.

  —170→  

Por causa de su fallecimiento, ocurrido a mediados de ese mismo año, la Imprenta se le ve figurar en septiembre como de propiedad de su viuda364 y en diciembre a nombre de los herederos de Diego Fernández365 respectivamente en sendos trabajos salidos de ese taller. El hecho de que desaparezca desde entonces ese pie de imprenta y que la que tenían los Herederos de Juan José Guillena Carrascoso comience a llamarse Plantiniana por esos mismos días, nos autorizan a sospechar que debe haber sido adquirida por éstos.

He aquí el facsímil del escudo usado por Fernández de León.

Don José de Meneses, escribano del Rey, nuestro señor, vecino de esta ciudad de los Angeles de la Nueva España, certifico y doy testimonio de verdad cómo hoy día de la data de éste, á hora de las nueve de la mañana, poco más ó menos, estando en la casa de la morada de Diego Fernández de León, maestro impresor de libros, que es en esta dicha ciudad, en la plaza pública debajo de el portal que llaman de las Flores, en un cuarto alto que está en el descanso de la escalera de ella, veo estarse imprimiendo en una imprenta en que están trabajando cinco oficiales, y nueve cajones de diferentes moldes de letras de plomo, al parecer. Y para que conste, de pedimiento de dicho Diego Fernández, di el presente, en la ciudad de Los Angeles de la Nueva España, á diez y ocho días del mes de Mayo de mill y seiscientos y noventa años, siendo testigos Diego Sánchez Conchoso, Domingo de Herrera y Diego de Neira, vecinos de esta ciudad.-Diego Fernández de León.-(Una rúbrica).-Hago mi signo (hay un signo) en testimonio de verdad.-Joseph de Meneses, escribano de M. (Una rúbrica).

  —171→  

Don Gaspar de Sandoval Cerda Silva y Mendoza, Conde de Galve, del Consejo de S. M., su Virrey. Gobernador y Capitán General de esta Nueva España y Presidente de la Real Audiencia de ella, etc., etc.

Por cuanto gobernando esta Nueva España el Excmo. señor Conde de la Monclova despachó un mandamiento del tenor siguiente:

Don Melchor Portocarrero Lazo de la Vega, Conde de la Monclova, etc., Virrey, Gobernador y Capitán General de esta Nueva España y Presidente de la Real Audiencia de ella.

Por cuanto ante mí se presentó un memorial del tenor siguiente:

Excmo. señor: Diego Fernández de León, vecino y mercader de libros de la ciudad de la Puebla de los Angeles, como más haya lugar y á en derecho convenga, ocurre á la grandeza de V. E. y dice que con ocasión de haberse avecindado en dicha ciudad y tener en ella hoy una imprenta de toda perfección y limpieza, que nuevamente trajo de España, y que le está con todos costos en más de dos mill pesos, y ha introducido en dicha ciudad por su lustre y conveniencia de sus habitadores, como en algunos lugares comarcanos, é imprimir papeles de convites para entierros, honras y otras funciones, haciendo, como ha hecho, memoria de las personas de república para este efeto, siendo de la utilidad que se deja entender, por la pública ocupación de dicho ministerio en que se ejercita, imprimiendo también actos, conclusiones y otras obras de letras, sin tener salario ó ayuda de costa, sino sólo los pocos provechos que puede adquirir por medio de este trabajo, por no ser tanta la copia de obras, ni haber en aquella ciudad Real Universidad como en ésta; y es así que, sin embargo, algunas personas que conducen mercaderías é hacen trato y comercio de esta materia llevando papeles impresos que vender por manos en dicha ciudad y en los demás lugares del obispado, quitando por este medio al suplicante la corta utilidad que le rinde la pública que resulta á dicha ciudad y su comarca, y respecto de que no teniendo salarios públicos y siendo conveniente y lustroso el tener en aquel obispado la dicha imprenta, es conforme á razón y equidad el que en él donde se extiende el bien no se defraude de el corto fruto que le puede rendir por medio de tanto costo y trabajo; y en atención á todo,

A V. E. pide y suplica se sirva de concederle privilegio particular para que sólo el suplicante pueda imprimir y imprima en dicha ciudad y su obispado los dichos papeles que se estilan para convidar en las funciones, y para que ninguna otra persona los pueda llevar impresos para venderlos de los que tratan y comercian, con penas graves pecuniarias para los que contraviniesen y á las justicias de todas partes para que así lo hagan cumplir y ejecutar inviolablemente, que en ello recibirá la merced que espera de la grandeza de V. E., y en lo necesario, etc.-Diego Fernández de León.-De que mandé dar vista al señor Fiscal de Su Majestad, que dió esta respuesta:

Excmo. señor: El Fiscal de Su Majestad ha visto este memorial y licencia adjunta del juez eclesiástico de el obispado de la Puebla que presenta el suplicante, para poder imprimir en aquella ciudad, donde es impresor, papeles de convites de entierros y otras funciones y dice: que respecto de ser útil en la república que haya este ministerio para no necesitarse con mayores costos á ir á otras partes sus vecinos en busca de la imprenta cuando se les ofrece, y que en la referida de la Puebla no tendrá continuamente que hacer el suplicante, y así no podrá mantenerse, sino es valiéndose de estas menudencias, podrá V. E. siendo servido, concederle esta gracia y previlegio de que el susodicho sólo pueda imprimir dichos   —172→   papeles de entierro y otros de cualquier género de convites, sin que otra persona lo pueda hacer, ni llevarlos á vender de esta ciudad á otras partes, pena de cincuenta pesos por cada vez que lo hicieren y de doscientos á las justicias que lo consintiesen; y por esta gracia podrá servir el suplicante con cincuenta pesos para Su Majestad y pagar la media annata que se le regulare. V. E. mandará lo que sea lo mejor. México y Julio diez de mill seiscientos y ochenta y ocho años.- Doctor don Benito de Navas Salgado.

Y por mí visto, conformándome con dicha respuesta y atento á que tiene enterados los cincuenta pesos de esta gracia, que apliqué para las obras de este real palacio, con más lo que se le reguló al derecho de la media annata, por el presente le concedo privilegio y facultad para que el dicho Diego Fernández de León pueda imprimir dichos papeles de entierros y otros cualesquier que se ofrezcan en la dicha ciudad de los Angeles y su obispado: sin que otra ninguna persona lo pueda hacer, ni llevarlos de esta ciudad ni de otras partes á vender á ella, pena de cincuenta pesos aplicados en la misma forma, se lo consientan ni le pongan impedimento ni embarazo en el uso de este previlegio y licencia al dicho Diego Fernández de León, en consideración de las razones propuestas por dicho señor Fiscal. Fecho en México, á once de Julio de mill seiscientos ochenta y ocho años.- El Conde de la Monclova.- Por mandato de S. E.- D. Joseph de la Zerda Morán.

Y ahora, don Joán Bermúdez de Castro, en nombre de dicho Diego Fernández de León, por memorial que ante mí presentó, me hizo relación, diciendo habérsele despachado á su parte el dicho mandamiento para el efecto referido, y que aunque el susodicho lo había presentado ante un juez ordinario de dicha ciudad y obedecídolo, sin embargo se estaba contraviniendo á lo dicho y mandado, por causa de que muchas personas comerciantes hacían empleos de dichos papeles impresos en esta ciudad y los llevaban á vender á la dicha de los Angeles, en grave perjuicio de su parte, y que esto no se podía remediar, porque, como la dicha ciudad es grande y de mucho concurso, no era fácil averiguar las personas que á ello contravenían, pues, de practicarse, se le causarían crecidas costas y gastos en la averiguación, y á veces fuera infructuosa, por no poderse con certeza averiguar los transgresores, además de la dificultad en andar ocurriendo á la justicia en tiempos y horas que suelen ser incómodas; y porque ninguno de los que contravinieren alegasen ignorancia y todos fuesen sabidores del dicho privilegio concedido á su parte y se le pudiese imputar mejor la culpa y ejecutar la pena impuesta en dicho mandamiento en los transgresores, me pidió y suplicó me sirviese de haberlo por demostrado con los recaudos á él adjuntos y mandar se guardase y cumpliese, añadiendo mayor pena de la impuesta, y que se pregonase públicamente en la dicha ciudad de los Angeles y demás lugares de su obispado que conviniesen, para que por este medio fuesen todos sabidores por lo notorio, y que para ello se le despachase recaudo, en que recibirá merced.

Y por mí visto, por el presente mando se guarde, cumpla y ejecute el mandamiento despachado por el Excmo. señor Conde de la Monclova, Virrey, Gobernador y Capitán General de esta Nueva España y Presidente de su Real Audiencia, aquí inserto, según y en la forma que en él se contiene y declara; y en su conformidad mando á los jueces y justicias de S. M. de la ciudad de la Puebla de los Angeles hagan se publique en ella el referido despacho en las partes acostumbradas, para que llegue á noticia de todos y no se pretenda ignorancia en contravención de lo en él dispuesto. Fecho en México, á diez y seis de Diciembre de mill seiscientos   —173→   ochenta y ocho años.- El Conde de Galve.- Por mandado de S. E.- D. Joseph de la Zerda Morán.

Concuerda con el mandamiento original que para efecto de sacar este traslado exhibió ante mí el dicho Diego Fernández de León, vecino de esta ciudad de los Angeles, á quien lo volví con el obedecimiento y pregones en su virtud dados en ella y firmó aquí su recibo, y va cierto y verdadero; y refiriéndome á él, de su pedimiento, doy el presente, en dicha ciudad de los Angeles, á nueve días del mes de Mayo de mil y seiscientos y noventa años, siendo testigos de lo ver sacar y corregirlo Joán García de Pereda y Jorge Antonio, presentes.- Diego Fernández de León (rúbrica).- En testimonio de verdad (hay un signo).- Joán Bautista de Barrios, escribano público, etc., (rúbrica).

En la ciudad de México, á veinte y nueve días del mes de Mayo de mill y seiscientos y noventa años, ante el capitán don Francisco de la Peña, caballero del Orden de Calatrava, alcalde ordinario de esta ciudad por Su Majestad, se leyó esta petición.

Petición.- Juan Francisco Fernández de Orozco, vecino de esta ciudad, en nombre de Diego Fernández de León, impresor y mercader de libros en la de los Angeles, y en virtud de su poder, que con la solemnidad necesaria demuestra para que se me vuelva original, parezco ante vuestra merced, como mejor proceda en derecho, y digo: que al de mi parte conviene se le reciba información de cómo por su cuenta se está trabajando en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de esta ciudad en la impresión de la Vida de la Venerable Sierva de Dios Cathalina de San Juan, y para que en todo tiempo conste la solicitud de dicho trabajo, y ser la imprenta del dicho Diego Fernández de León, y estarla administrando yo; y los testigos que presentare se examinen al tenor de este escripto, por ante el presente escribano, y fecho, se me den los treslados que pidiese, autorizados en pública forma y manera que haga fe, que los quiero para remitírselos al dicho mi parte que le conste de lo referido y ocurra con ellos donde le convenga. A Vuestra Merced suplico mande se me reciba dicha información en la forma que llevo pedido con justicia, y juro en ánima de mi parte este escrito ser cierto, y en lo necesario, etc.- Bachiller D. Buena-Ventura del Guijo.- Juan Francisco Fernández Orozco.

Auto.- Y por su merced visto, hubo por demostrado el poder, y mandó se le reciba á esta parte, en nombre de la suya, la información que ofrece, y los testigos que presentare se examinen al tenor del pedimiento por ante el presente escribano, y fecha, se le den los traslados que pidiere autorizados en pública forma y manera que haga fe y obren lo que hubiere lugar en derecho, y se le vuelva el dicho poder; y así lo proveyó y firmó.- D. Francisco de la Peña-Francisco de Valdés, escribano real y público.

Información.- En la ciudad de México, á veinte y nueve días del mes de Mayo de mill seiscientos y noventa años, Juan Francisco Fernández de Orozco, en nombre de Diego Fernández de León, impresor de libros en la ciudad de los Angeles, para la información que tiene pedida y le está mandada recibir presentó por testigo á un hombre español, que dijo llamarse Juan Manuel de Castañeda, vecino de esta ciudad, impresor de libros, de quien por mí el escribano fué recibido juramento, que lo hizo por Dios Nuestro Señor y la señal de la cruz y prometió de decir verdad; y siendo preguntado por el tenor del pedimiento, dijo que conoce á el que le presenta, de cinco años á esta parte, y asimismo conoce á Diego Fernández de León, impresor y mercader de libros; y que lo que sabe es que el dicho Juan Francisco Fernández de Orozco está administrando en esta   —174→   ciudad, en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, la dicha imprenta de los libros de la Vida de la Madre Cathalina de San Juan, por cuenta del dicho Diego Fernández de León, cuya es: y este testigo está actualmente como oficial trabajando en dicha imprenta, y el dicho Juan Francisco Fernández corre con todo lo necesario para ello y paga los oficiales y lo demás, como tal administrador del dicho Diego Fernández de León; y que esto es lo que sabe y la verdad, so cargo del juramento, en que se afirmó y ratificó; declaró ser de edad de veinte y siete años, y que las generales de la ley no le tocan, y lo firmó.- Juan Manuel de Castañeda Ruiz.- Ante mí.- Francisco de Valdés, escribano real y público.

Testigo.- En la ciudad de México, á veinte y nueve días del mes de Mayo de mil seiscientos y noventa años, el dicho Juan Francisco Fernández de Orozco para la dicha información que tiene ofrecida en nombre de Diego Fernández de León, impresor y mercader de libros en la ciudad de los Angeles, presentó por testigo al sargente mayor Joseph de Mesa, vecino de esta ciudad, de quien por mí el escribano fué recibido juramento, que lo hizo por Dios Nuestro Señor y la señal de la cruz, so cargo de el cual prometió decir verdad; y siendo preguntado por el tenor del pedimiento, dijo: que conoce al que lo presenta y asimismo conoce al dicho Diego Fernández de León de más de cuatro años á esta parte, y que le trató y comunicó en la dicha ciudad de los Angeles, por cuya causa sabe que la imprenta en que actualmente se está trabajando en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de esta ciudad en la impresión de la Vida de la venerable sierva de Dios Cathalina de S. Juan es del dicho Diego Fernández de León, y la trujo á esta ciudad á pedimiento del Padre Alonso Ramos, prepósito de dicha Casa Profesa, para el efecto de dicha impresión de dicha Vida, y con ella y su administración por cuenta de dicho Diego Fernández está corriendo el dicho Juan Francisco Fernández Orozco, y paga los oficiales que en ella se ocupan; y que esto es lo que sabe por las razones referidas, que es la verdad, so cargo del juramento, en que se afirmó y ratificó, y ques de edad de cincuenta años, y que las generales de la ley no le tocan, y lo firmó.- Joseph de Mesa.- Ante mí.- Francisco de Valdés, escribano real y público.

Testigo.- En la ciudad de México, á veinte y nueve días del mes de Mayo de mill seiscientos y noventa años, el dicho, Juan Francisco Fernández de Orozco, para la dicha información que tiene ofrecida en nombre de Diego Fernández de León, vecino de esta ciudad de los Angeles, impresor y mercader de libros, presentó por testigo á Juan Joseph Guillena Carrascoso, mercader de libros y vecino de esta ciudad, de quien por mí el escribano fué recibido juramento, que lo hizo por Dios, Nuestro Señor, y la señal de la cruz, so cargo del cual prometió de decir verdad, y preguntado por el tenor del pedimiento, dijo: que conoce al que le presenta, y á el dicho Diego Fernández de León de siete años á esta parte; y que lo que sabe es que la imprenta que está en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús pertenece al dicho Diego Fernández de León, que la trujo á esta ciudad á pedimiento del Padre Alonso Ramos, prepósito de dicha Casa, para la impresión de la Vida de la venerable Cathalina de San Juan, en que se está trabajando, y que corre con dicha administración el dicho Juan Francisco Fernández de Orozco, quien paga los oficiales: y questo es lo que sabe, y la verdad, so cargo del juramento, en que se afirmó y ratificó, y declaró ser de edad de treinta y dos años, y que las generales de la ley no le tocan, y lo firmó.- Juan Joseph Guillena Carrascoso.- Ante mí.-Francisco de Valdés, escribano real y público.

  —175→  

Testigo.- En la ciudad de México, á veinte y nueve días del mes de Mayo de mill seiscientos y noventa años, el dicho Juan Francisco Fernández de Orozco, para la dicha información que tiene ofrecida en nombre de dicho Diego Fernández de León, presentó por testigo á un hombre español, que dice llamarse Antonio de Orozco, vecino de esta ciudad, oficial de impresor de libros, de quien por mí el escribano fué recibido juramento, que lo hizo por Dios, Nuestro Señor, y la señal de la cruz, prometió de decir verdad, y preguntado por el tenor del pedimiento, dijo: que conoce al que le presenta, y á Diego Fernández de León de cinco años á esta parte, y que lo que sabe y pasa es que en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de esta ciudad se está trabajando en la imprenta de los libros de la Vida de la venerable sierva de Dios Cathalina de San Juan, que murió con opinión ejemplar en la ciudad de los Angeles; y que la dicha imprenta es del dicho Diego Fernández de León, y sirve para la dicha Vida de dicha madre Cathalina, quien la remitió para dicho efecto á pedimiento del padre Alonso Ramos, prepósito de dicha Casa Profesa, donde actualmente está trabajando este testigo en dicha impresión; y que esta es la verdad, so cargo de su juramento, en que se afirmó y ratificó; declaró ser de edad de veinte y ocho años, y que las generales de la ley no le tocan, y lo firmó.- Antonio de Orozco.- Ante mí. - Francisco de Valdés, escribano real y público.

Concuerda con la dicha información, que original queda en el oficio de Francisco Quiñones, escribano público, que al presente despacho como su teniente, á que me refiero. Y para que conste, doy el presente, en la ciudad de México, á treinta días del mes de Mayo de mill seiscientos y noventa años, siendo testigos Miguel González, Diego de Marchena y Antonio Ramírez de Segura, vecinos de México.- Hago mi signo, en testimonio de verdad.- (Hay un signo).- Francisco de Valdés, escribano público. (Rúbrica).- (Archivo de Indias, 59-3-12).

HEREDEROS DE LA VIUDA DE FRANCISCO RODRÍGUEZ LUPERCIO

(1698-1736)

Empieza el taller a figurar con este nombre en mayo de 1698366, siempre situado en la Puente de Palacio. Como carecemos de los documentos que pudieran manifestar cuáles eran los propietarios de esa imprenta, nos vemos en el caso de formular una simple conjetura, derivada de la identidad de apellidos entre el del fundador Francisco Rodríguez Lupercio y los de Antonio, fray Bernardo y Rodrigo Alfonso Rodríguez Lupercio, cuyos nombres figuran entre los preliminares de algunos de los libros descritos en nuestra obra y siempre en impresos salidos del taller que llevaba sus apellidos.

  —176→  

Es de creer que en 1722 recibiese material de Europa, porque en algunos de los libros impresos en el taller en aquella fecha se lee «en la imprenta nueva de los Herederos de la Viuda, etc.367» De esa imprenta salieron dos de los libros más raros que existan sobre idiomas de los indios, la Doctrina christiana en Lengua Chinanteca de Barrales (1730) y el Vocabulario castellano-cora del jesuita Ortega (1732).

No se conoce muestra alguna del taller de 1734 y 1735, y después de marzo del siguiente año se acaba definitivamente.

MIGUEL DE RIBERA CALDERÓN

(1701-1707)

Comienza Miguel de Ribera a figurar con su imprenta en 1701, sin indicación del lugar en que estuviera ubicada, que muy luego subsanó expresando que se hallaba en el Empedradillo, y luego añade asimismo a su primer apellido el segundo, que era Calderón368. Al año siguiente agrega en sus portadas que era, no sólo impresor, sino también mercader de libros369.

Consta que por los años de 1697 era rector de la Cofradía de San José, en cuyo carácter firmó la dedicatoria del Manual de exercicios, impreso en aquella fecha.

Debe haber fallecido entre los meses de marzo y septiembre de 1707370.

Fue casado con Gertrudis de Escobar y Vera371, y era hijo de Juan de Ribera y de María Calderón o Benavides, como se firmaba por el apellido de su madre372.

FRANCISCO DE RIBERA CALDERÓN

(1703-1731)

Aparece Francisco de Ribera Calderón, hermano, sin duda, de Miguel, como impresor establecido en la calle de San Agustín, hacia el mes de Junio de 1703373. En 1716 pone en la portada de uno de los libros impresos   —177→   por él, que era la del Santo Oficio374 (designación con la que se le ve aparecer nuevamente en 1729375) que en años anteriores había estado, según parece, a cargo de los Herederos de la Viuda de Calderón, quizás del propio Francisco de Ribera376.

Francisco de Ribera Calderón falleció a mediados de 1731; al menos en Julio de ese año la imprenta empieza a aparecer como de propiedad de su viuda377.

VIUDA DE MIGUEL DE RIBERA CALDERÓN

(1707-1714)

Por fallecimiento de Miguel de Ribera Calderón, ocurrido a mediados de 1707, su viuda Gertrudis de Escobar y Vera continuó a cargo de su taller del Empedradillo, a más tardar desde septiembre de aquel año. La viuda, cuyo nombre no aparece en portada alguna, continuó imprimiendo hasta 1714, cuando más tarde hasta noviembre de ese año, fecha en que se hacen cargo del taller sus herederos378.

  —178→  

HEREDEROS DE MARÍA DE RIBERA

(1708)

Aparece la Imprenta de los Herederos de doña María de Ribera en 1708, en la calle de San Bernardo. Una sola pieza conocemos salida con el nombre de ese taller, la Novena de San José, impresa en 1708. Si esta es, como lo creemos, la misma doña María de Ribera de quien nos ocuparemos más adelante, tenemos que llegar a la conclusión de que la fecha del impreso a que aludimos está equivocada.

HEREDEROS DE GUILLENA CARRASCOSO

(1708-1721)

Los Herederos de Guillena Carrascoso empiezan a trabajar en 1708, a más tardar en octubre de ese año, continuando con el taller abierto en el Empedradillo. En octubre de 1710 dan a la imprenta el nombre de Plantiniana379, circunstancia que, unida a la de haber cesado de imprimir en dicho año la que con ese nombre fundó Diego Fernández de León, nos induce a sospechar que acaso la comprarían a sus herederos.

En 1718 la encontramos funcionando en la Alcaizería, donde permaneció hasta su conclusión, en 1721, probablemente en los primeros meses de ese año380.

La imprenta fue vendida en 1722 a doña María Cerezo, viuda de Miguel de Ortega y Bonilla, establecida como impresora en Puebla de los Ángeles381.

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MIGUEL DE ORTEGA Y BONILLA

(1711)

Miguel de Ortega y Bonilla empieza a imprimir en México en octubre de 1711382, sin dar seña alguna del sitio en que hubiese estado ubicado su taller, y ya en principios del año siguiente aparece establecido en Puebla de los Ángeles, habiendo comprado allí su imprenta a Diego Fernández de León, con el privilegio de que disfrutaba para la publicación de las Cartillas383. Su nombre desaparece de las portadas de los libros angelopolitanos en 1713, habiéndole sucedido en la dirección de la imprenta, desde 1715, su viuda Catalina Cerezo384.

HEREDEROS DE LA VIUDA DE MIGUEL DE RIBERA CALDERÓN

(1714-1732)

Por fallecimiento de la Viuda de Miguel de Ribera Calderón, ocurrido, según parece, hacia mediados de 1714, entran a regentar su taller de Empedradillo sus herederos. A principios de 1721 renovaron su material, cuidando de advertir al público que los trabajos se hacían en «imprenta nueva385». En septiembre de ese mismo año aparece, asimismo, que estaba a cargo del taller don Domingo Sáenz Pablo, familiar del Santo Oficio386. Y desde principio de 1727 se la llama «Imprenta Real del Superior Gobierno», designación que no pudo emplearse sino por haber obtenido el respectivo título, que no conocemos387.

Cesa la imprenta en sus labores a mediados de octubre de 1732.

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JUAN FRANCISCO DE ORTEGA Y BONILLA

(1721-1725)

Juan Francisco de Ortega y Bonilla abrió imprenta en la calle de Tacuba, al finalizar el año de 1720388. Diole el título de Plantiniana389. Cesó de funcionar en los primeros días de 1725390. Es por consiguiente, muy probable que los tipos y material de la imprenta de Ortega y Bonilla fuesen franceses y no peninsulares. El hecho se explicaría por hallarse Felipe V en el trono de España. Pudiera también admitirse la hipótesis de que los caracteres fuesen fundidos en España conforme a las matrices de los que usó Plantin.

La identidad de apellidos nos autoriza a creer que Juan Francisco de Ortega y Bonilla debía ser hermano de Miguel.

JOSÉ BERNARDO DE HOGAL

(1721-1741)

Don José Bernardo de Hogal desempeñó el cargo de oficial de la Tesorería y Pagaduría General de los Ejércitos del Rey en Andalucía con grado de teniente de caballos391,' y pasó a México en 1720, «comisionado por S. M. a la recaudación de ciertos intereses del Real Erario392». Su hijo, don José Antonio de Hogal, cuyas son las palabras precedentes, dice que luego de llegar pensó establecer una imprenta, una vez que vio el mal estado en que   —181→   se hallaban las dos o tres que existían en la capital del virreinato, que eran casi inservibles, y que habiendo pedido licencia a Su Majestad para fundarla, se le dificultó tanto conseguir el permiso, a pesar de la manera satisfactoria con que había desempeñado la comisión que le trajera a México, que le fue forzoso regresar a la corte para agitar allí en persona su pretensión, lo que ejecutó en el año de 1722, habiendo regresado con la respectiva licencia en 1724.

Hasta aquí lo que dice don José Antonio de Hogal. Según esto, la imprenta no la habría establecido su padre sino en 1724 cuando más temprano. Los hechos que conocemos no se avienen bien con lo que acaba de leerse. Para nosotros es indudable que don José Bernardo de Hogal abrió imprenta en México en 1721 y el hecho se comprueba sin más que leer la portada del libro del jesuita P. Juan Antonio de Mora, intitulado Alientos á la verdadera confianza, descrito bajo el número 2646.

Más aún: puede pensarse por lo que resulta de los preliminares de ese libro que el hecho tuvo lugar, cuando más tarde, en agosto del año indicado, y que el taller en que fue impreso el opúsculo estuvo situado en la «Calle nueva», con cuya designación parece que se quiere aludir a la Calle nueva de la Monterilla, donde estuvo radicado también años más tarde.

La historia tipográfica mexicana nos permite adelantar todavía algunos detalles, que modifican y complementan por lo menos, las aseveraciones del hijo de nuestro impresor. Así, por ejemplo, no aparece hasta hoy, o al menos no ha llegado a nuestra noticia, ningún otro trabajo de Hogal fechado en 1721; en cambio, hay varios del año siguiente, en cuyos pies de imprenta se establece que aparecían en la calle de la Azequia; en 1723, en el Puente del Espíritu Santo, año en que vuelve a dar también las señas de la imprenta en la calle de la Azequia Real y se intitula «impresor y mercader de libros»; al año siguiente, repite las señas del Puente del Espíritu Santo, o junto a él393; y, finalmente, en otros de sus pies de imprenta del año indicado (1724) liga ambas señas y precisa aún más la ubicación de su taller: «En la calle de la Azequia: Puente del Espíritu Santo394

Llama también a su establecimiento en esa fecha «imprenta nueva».

Dados estos antecedentes, hay que convenir en que Hogal obtuvo licencia para poner su imprenta por lo menos en 1721; y que si su hijo no se engañó en cuanto al viaje que hiciera a España en 1722 para volver en 1724, el taller permaneció abierto durante ese tiempo. Posiblemente, en España obtendría nueva licencia o confirmación de la que ya tendría en México y de allí trajo los materiales que en 1724 le permitían anunciar al público de la capital del virreinato que tenía «imprenta nueva».

Completando los antecedentes relativos al establecimiento de Hogal en México, podemos añadir que, según él mismo lo expresó al Consejo de Indias   —183→   algunos años más tarde, pasó a las Indias después de haber sido reformado del empleo de oficial que sirvió en la Pagaduría General de Andalucía, sin hablar para nada de la comisión que su hijo le atribuye. En nuestro concepto, una vez en México, se le ocurrió establecer una imprenta, como lo hizo, y a fin de procurarse los elementos necesarios para competir con las existentes en la capital y superarlas, volvió entonces a la Península y en 1724 regresó con su mujer, sus hijos, madre y cuatro hermanas, y se radicó definitivamente en México. Tal sería la realidad de los hechos.

Probablemente por ser el local que ocupaba en la calle de la Azequia, estrecho para su nuevo taller, o buscando una situación más adecuada, en octubre de 1725 se trasladó a la calle de Monterilla395; y dedicándose con verdadero empeño al ejercicio de su nueva profesión, logró en ese mismo año dar cima a un trabajo tipográfico muy notable y del cual con justicia ponderaba más tarde las dificultades que su ejecución le había acarreado y el éxito que alcanzara: la impresión de tres mil ejemplares de la Regla de San Francisco con notas de canto llano, habiendo logrado él solo, a fuerza de paciencia, componer las matrices y fundir los puntos y claves que necesitaba la obra396.

No implicaba tampoco una novedad menor el que Hogal hubiese podido sacar a luz un libro de estudio con caracteres griegos397; y el hecho fue que por estos antecedentes y el esmero que ponía en sus trabajos, a él se le encomendó la impresión de los papeles y libros relativos a la jura y exequias de Luis I. Tan orgulloso de su pericia, después de esto, se mostraba el nuevo impresor, que no podía menos de declarar en un documento público, que «no había incidente, aún el más prolijo, ó cosa, aún la más dificultosa» que no pudiese ejecutar en su imprenta, de lo cual no eran absolutamente capaces sus demás colegas mexicanos398.

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El favor creciente del público así lo manifestaba también, siendo en ocasiones tantos los trabajos con que se veía recargado, que a duras penas   —185→   podía despacharlos399, ayudado, es cierto, como no ocultaba declararlo, del «particularísimo cuidado de sus operarios».

Entre éstos, debemos mencionar en primer término al que tuvo de oficial mayor cuando recién empezó a trabajar, José Benito, «hombre inteligente en la facultad», que llevaba más de cuarenta años en el oficio en 1725, y que por no haber podido salir avante con la ejecución de los puntos y claves del libro de canto llano ya mencionado, se retiró en aquella fecha a su casa.

Le acompañaban como cajistas, desde poco después que fundó la imprenta, José de Munguía y Saldaña, oriundo de la ciudad de México, nacido en 1697; José Fernández Orozco, originario de Puebla, que contaba 36 años en 1728 y había trabajado en las dos imprentas de aquella ciudad y en casi todas las de la capital; Miguel Fernández Orozco, hermano, según es de creer, del precedente, aunque siete años menor que él; y Antonio Fernández Orozco, el mayor de los tres hermanos400. Con el cargo de prensista u «oficial tirador de la prensa», como se decía entonces, estaba Jerónimo Cirilo de Ibarra401 que había asistido sin interrupción en su puesto desde que se fundó el taller; y principalmente, como encargado del despacho en la tienda y librería se hallaba un sevillano, llamado José Salvador Delgado.

Con tales auxiliares contaba Hogal para sus tareas, cuando solicitó del Cabildo de la capital que le decorase con el título de impresor mayor de la Ciudad, ofreciendo hacer los trabajos que se le encomendasen a precio equitativo y poner en ellos todo esmero y cuidado: título que le fue acordado en 16 de Mayo de 1727, autorizándole, en su conformidad, para que pudiera poner el respectivo escudo de armas en su tienda y casa402.

Un año más tarde, Hogal entabló otra solicitud análoga ante el comisario general subdelegado de cruzada y obtuvo asimismo que se le diera el título de ministro de aquel Tribunal y su impresor, en virtud de constarle, dice el doctor don Juan Ignacio de Castorena, que le extendió la gracia403, «los sanos, honrados procedimientos de el dicho don José Bernardo   —186→   de Hogal, como publicó su buena fama y celo fiel en pro y utilidad de la república404».

No contento con tales prerrogativas, Hogal, por medio de apoderado intentó, en 1730, obtener del monarca el que se le concediese privilegio para imprimir él únicamente los papeles de convite, entierros, actos, conclusiones y otros análogos. A fin de lograrlo, levantó una información para acreditar su habilidad en el oficio de impresor, acompañó los títulos de que hemos hablado e hizo valer el antecedente de que en 1725 se había concedido uno análogo para la Puebla de los Ángeles a doña María Zerezo405.

Esta vez, sin embargo, sus gestiones habían de resultar vanas, a pesar de la oblación de cien pesos anuales que ofrecía, habiendo el Consejo resuelto su instancia en último término y de manera perentoria con un redondo no ha lugar406.

A pesar de verse privado del privilegio que solicitaba, el taller de Hogal seguía una marcha próspera, hasta el punto de que en octubre de 1734 hubo de trasladarle, en busca de un local más desahogado, según es de creer, a la calle de las Capuchinas407. Y allí estuvo situado hasta la muerte de su propietario, ocurrida en los primeros meses de 1741408.

Si realmente es obra de Hogal la dedicatoria que aparece con su nombre al frente de las Las Llaves de la Sabiduría de fray Nicolás de Jesús María, sermón que publicó en 1733409, y no hay, en verdad, motivo para dudarlo, debía ser también bastante ilustrado, pues en las cuantas páginas de que consta aquella pieza, cita no menos de doce autores, sin contar as referencias de la Biblia, que no son pocas.

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VIUDA DE FRANCISCO DE RIBERA CALDERÓN

(1731-1747)

Aunque existe impreso con fecha de 1726410 en que se vea el nombre de la Viuda de Francisco de Ribera Calderón, es evidente que esto no ha podido tener lugar sino por error de caja, ya que hay muchos otros firmados por él, no sólo en esa fecha, sino hasta cinco años después.

Apenas transcurridos algunos días de la muerte de Ribera Calderón, empezó a figurar la imprenta que había tenido a cargo de su viuda, en junio o julio de 1731, siempre en la calle de San Agustín, donde había estado desde su fundación.

Dedicada, según es de creer, a la impresión de cartillas, y especialmente a la del P. Alonso de Molina en lengua mexicana, apenas se conocen algunos cuantos libros salidos de su taller, y esos, con largos intervalos de tiempo.

En esa forma continúa su trabajo hasta 1747, sin que nos sea posible precisar más esta fecha, por causa de que ninguno de los impresos publicados en su taller en ese año tienen preliminares datados.

MARÍA DE RIBERA

(1732-1754)

Era doña María de Ribera Calderón y Benavides (que tales fueron sus apellidos) hija de Miguel de Ribera Calderón y de Gertrudis de Escobar y Vera; y rebiznieta de doña Paula de Benavides, la viuda de Bernardo Calderón, dueña en otro tiempo de la imprenta que había sido como patrimonial de la familia.

Empieza doña María de Ribera sus labores en 1732 con un pequeño folleto cuyos preliminares carecen de fecha, que debemos suponer salió a fines de aquel año411. Su taller lo titula desde el primer momento «Imprenta Real del Superior Gobierno», demostrando con ello que el privilegio de que se valían los herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón había pasado a ser suyo, a título de miembro de esa familia, y en ese entonces, según es de creer, único dueño de la imprenta.

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Sin duda como representante de ella había otorgado en México, en 3 de diciembre de 1725, poder a Juan José Rodríguez de Ortigosa, vecino de Sevilla, para que solicitase en el Consejo de Indias la confirmación del privilegio otorgado a sus antepasados de tiempo atrás para la impresión de las cartillas, que el virrey Marqués de Casafuerte le había renovado por diez años en 10 de marzo de 1724. Diose vista de los antecedentes al fiscal de aquel alto Cuerpo, y con lo que este funcionario expuso, obtuvo una resolución favorable en 16 de junio de 1727412.

La falta de impresos con el nombre de doña María de Ribera en el primer tiempo en que funcionó el establecimiento que llevó su nombre, se explica cuando sabemos que tuvo a su cargo la impresión de la Gazeta desde el número de Noviembre del año 1732 hasta terminar el de 1737.

Consta del número de Febrero de 1733 que doña María de Ribera comenzó a trabajar a mediados de ese mes con tipos nuevos que le acababan de llegar en la última flota413.

Al título de Imprenta Real «del Superior Gobierno» -calificativo que no debe, por supuesto, entenderse en el sentido de que fuese del Estado, sino simplemente de que en ella se hacían las impresiones oficiales-, doña María de Ribera añadió también el de serlo del Nuevo Rezado, cuidando de estampar en las portadas que tenía para ello privilegio414.

Los trabajos que produjo esa imprenta son numerosísimos, especialmente en los años de 1745 a 1748, pero a contar desde esta fecha disminuyen considerablemente por causa de haberse fundado entonces la del Colegio de S. Ildefonso, que hubo de quitarle mucha de su clientela. Distinguiose especialmente en la composición de obras en latín, como tesis universitarias y añalejos, y en algunas de largo aliento, entre las cuales merece especial mención el Cursus philosophicus de Zapiain, impreso en 1754, que acaso fue también la última que saliera de su taller, pues si bien se conocen algunas que llevan en la portada la fecha de 1755, hay   —189→   antecedentes que nos permiten sospechar que doña María de Ribera falleció a fines del año anterior, o, a más tardar, recién entrado el de 1754415.

FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ PIZERO

(1737-1765)

Inicia sus tareas tipográficas don Francisco Javier Sánchez Pizero en el Puente de Palacio, en 1737, probablemente a fines del año, con la impresión de dos libros sobre lengua cahita, que son hoy sumamente raros416.

En 1740 se traslada a la calle de San Francisco, y bien sea porque no firmó algunos de sus trabajos o porque no han llegado hasta nosotros, o bien, finalmente, porque no los produjo, nada suyo se conoce de 1743. Continúan saliendo algunos durante los años que siguieron hasta el de 1748, y en seguida desaparece nuevamente su nombre de los impresos mexicanos, hasta el de 1754, en que el taller estaba frente del Colegio de las Doncellas417. Vuelve su imprenta a quedar sin muestra alguna en 1755, y al año siguiente aparece otra vez, cambiada a la calle de Bergara418, donde permanecía aún en 1765, fecha en que termina definitivamente419, después de dar al público, en un largo interregno de ocho años, uno que otro trabajo de cortísima extensión y todos plagados de gravísimos errores de caja.

PEDRO ALARCÓN

(1747)

He aquí que se nos presenta un caso curiosísimo en la historia de la tipografía mexicana. Se trata, en efecto, de un impreso sin fecha, ni lugar de impresión, y, a la vez, único que se conozca salido de la prensa que lo dio a luz. Nos referimos al Día, mes y año de la Jura de Fernando Sexto, escrito por don José Antonio Alarcón y publicado por la imprenta del   —190→   doctor don Pedro Alarcón420. Por lo que reza el colofón, sabemos que este taller estuvo situado en la calle de San Miguel y que el impreso de que tratamos se vendía a la entrada del Portal de Mercaderes. Dada la similitud que se nota entre el apellido del autor y el del propietario de la imprenta, es de suponer que se tratase de padre e hijo. El tema del folleto, que sólo consta de 3 páginas, se reduce a establecer, por medio de un juego artificioso de números y palabras, la fecha en que tuvo lugar la jura del Monarca. Hasta ahora, como se ve, no hay antecedente alguno preciso que demuestre que se trata en realidad de un impreso mexicano; pero examinados los que se desprenden de lo que llevamos dicho, se viene en conclusión de que efectivamente ha salido de una prensa mexicana.

La fecha que se trata de establecer corresponde en efecto a la en que tuvo lugar la jura de Fernando VI en la capital del virreinato; existen en ella una calle de San Miguel y un portal de Mercaderes, y en cuanto a que en México viviera un doctor llamado don Pedro Alarcón a mediados del siglo XVIII, hemos dicho ya (t. II, pp. 79-80)421 que fue catedrático de la Universidad, miembro de la Sorbona de París y quien durante varios años publicó los Almanaques (acaso editados por su propia imprenta). Beristain asegura que vivía en 1748, tal vez porque viera algún ejemplar de aquéllos del año que indica.

VIUDA DE JOSÉ BERNARDO DE HOGAL

(1741-1755)

Muerto don José Bernardo de Hogal en los primeros meses de 1741, continuó su viuda (cuyo nombre no hemos podido averiguar) con la Imprenta y comenzó a figurar con su nombre en mayo de aquel año, intitulándose también «impresora del Real y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada en todo el reino422».1 El taller continuó en su mismo local de la calle de las Capuchinas423, donde permaneció hasta la muerte de su propietaria, ocurrida a principios de 1755, a más tardar en el mes de Abril424.

  —191→  

Debemos referir el apogeo del taller al año de 1746, como que en él salieron a luz con tipos obras tan notables y voluminosas como el Escudo de armas de México de Cabrera Quintero, las Disertaciones de Eguiara, la Crónica de fray Félix de Espinosa, el Arte maya de Beltrán de Santa Rosa y el Teatro americano de Villaseñor.

JOSÉ AMBROSIO DE LIMA

(1744-1746)

Fue José Ambrosio de Lima, impresor de recursos modestísimos que sólo le permitían dar a luz novenas y piezas de corta extensión, dejando todavía mucho que desear en su ejecución tipográfica; aparece en 1744, sin que sea posible determinar con más precisión la fecha de su primer trabajo, como no es dable tampoco decir cuándo concluyó sus tareas, reducidas por todo a tres libros de cortísima extensión, el último de los cuales apareció en 1746425. Tuvo su taller en la calle de Tacuba.

COLEGIO DE SAN ILDEFONSO

(1748-1767)

La imprenta que se estableció en el Colegio Real y Más Antiguo de San Ildefonso de México empezó a funcionar a mediados de 1748426. Continúa sus labores con bastante empeño, y, a estarnos a lo que reza el pie de la portada de cierto libro salido de sus prensas, editó también a su costa alguno dedicado a los estudios427. En el año de 1755 se hace notar en sus portadas que salían en la «nueva imprenta del Colegio428», con lo que se quería indicar sin duda que el establecimiento acababa de emplear por esos días tipos recientemente adquiridos, ya que esa frase no podríamos aplicarla al taller mismo, cuya fundación, como hemos dicho, databa de ocho años antes. Esta suposición adquiere los caracteres de certidumbre cuando sabemos por lo que nos dice don José Antonio de Hogal en su informe al Virrey, que «algunos años después [de fundada la de la Biblioteca Mexicana] Su Majestad dio licencia para que viniese otra imprenta completa de todos sus caracteres y demás necesario, para el Colegio de San Ildefonso de esta ciudad429». En todo caso conviene advertir que los   —192→   años a que se refería Hogal, que hablaba, según se nota, por sus recuerdos, no pasaron de dos, pues, como hemos de ver, la de la Biblioteca Mexicana llegó en 1753 y la nueva del Colegio de San Ildefonso estaba ya en ejercicio en 1755. Hacia el de 1760, el establecimiento adquiere un auge notable y continúa sin interrupción sus labores hasta 1767, en que cesa de funcionar por causa de la expulsión de los jesuitas, cuyo era aquel Colegio.

Consta que en 1759, por lo menos, estaba a cargo del impresor Matías González, y que en 1764 de Manuel Antonio Valdés, de cuya persona hablaremos más tarde por extenso430.

NICOLÁS PABLO DE TORRES

(1752-1754)

Nicolás Pablo de Torres es otro de los impresores mexicanos «menores», de importancia absolutamente secundaria por el género de obras que compone y por la reducidísima extensión de sus trabajos. Aparece, en efecto, establecido en la plazuela de Jesús Nazareno en 1752431 y cesa de imprimir en 1754. Sus obras conocidas llegan apenas a ocho y son todas opúsculos de devoción en tamaño 16º.

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IMPRENTA DE LA BIBLIOTECA MEXICANA

(1753-1757)

Fue el fundador y dueño de la imprenta de la Biblioteca Mexicana don Juan José de Eguiara y Eguren, quien solicitó y obtuvo licencia del monarca para llevarla a México, y se le concedió «en atención a sus notorias circunstancias y con la precisa calidad de que fuese completa de todos sus caracteres y demás arreos necesarios para poder desempeñar cualquiera obra con toda perfección432». Llegó a México en 1744433 y estuvo destinada especialmente a dar a luz la obra de su dueño intitulada Biblioteca Mexicana, de donde le vino su título434.

Si la imprenta llegó a México en 1744, como afirma Hogal, debió haber permanecido encajonada nueve años, pues en realidad no comenzó a funcionar hasta mediado el de 1753435. Como semejante hecho supone una anomalía que sólo podría disculparse con la circunstancia de que la obra que debía componerse con ella no estaba aún preparada para los moldes y ésta no es bastante para que se dejara inactiva, estamos en la persuasión de que hay una errata de copia en el escrito de Hogal y que donde dice 1744 debe leerse 1754, si bien, aunque así resulta el dato de la fecha de su llegada a México inexacto, se explica porque escribiendo Hogal treinta años más tarde -en 1785- pudo muy bien su memoria equivocarle en un año.

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El hecho es, como decíamos, que comienza sus labores a mediados de 1753 y que se abrió «en frente de San Agustín436». Tanto por la posición social e ilustración de su propietario, como por ser imprenta nueva, según se tenía cuidado de avisarlo en las portadas, tuvo gran auge desde un principio, habiendo salido de sus prensas numerosos libros, entre los cuales debemos recordar el primer volumen de la misma Bibliotheca Mexicana del autor, para cuya impresión había sido especialmente adquirida, que salió a luz en 1755.

Permaneció en su primitivo local, trabajando siempre con éxito, hasta principios de 1761, en que fue trasladada junto a la iglesia de las Monjas Capuchinas437. Esta mudanza obedeció quizás a que, siendo Eguiara confesor de aquellas monjas, quiso que la imprenta estuviera cerca del lugar en que debía ejercer su ministerio y no perder tiempo en hacer viaje diario al convento, o estando en éste, atender con prontitud a cualquiera dificultad que se presentara en el taller. Pero al año siguiente de 1762 se le ve ya funcionar en el Puente del Espíritu Santo438, salvo que supongamos que hay alguna errata en la fecha de la portada del libro en que se registra esa fecha, porque son varias las de otros impresores en ese mismo y aún de 1763 que la dan como funcionando en el local de las Capuchinas439.

Eguiara falleció en ese último año, y de allí sin duda porqué, a contar desde 1764, fue trasladada al Puente del Espíritu Santo, donde permaneció hasta 1769, si bien existe impreso en cuya portada se lee que en 1767 estaba en la calle de San Bernardo440. En 1770 la hallamos en el Empedradillo441 y en 1771 otra vez en la calle de San Bernardo442.

Para explicarnos tan frecuentes mudanzas, es necesario que sepamos que en la segunda mitad del año 1767 había sido adquirida por el licenciado don José de Jáuregui, quien le conservó su antiguo nombre por lo menos hasta 1774. Ignoramos a cargo de quién estuviera durante el tiempo que medió desde la muerte de Eguiara hasta que pasó a ser propiedad de aquél.

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HEREDEROS DE MARÍA DE RIBERA

(1754-1768)

Doña María de Ribera murió, como hemos dicho, a fines de 1753, o, a más tardar, a principios de 1754, continuó su Imprenta bajo el nombre de sus Herederos, que no sabemos quienes fueron, sin que se dejase notar interrupción alguna en sus labores, y gozando de los mismos privilegios que tenía antes. Seguía designándosele, pues, como la del Nuevo Rezado y del Superior Gobierno443 y en ocasiones bajo el solo título de Imprenta Real444. Permaneció, asimismo, radicada en la calle el Empedradillo hasta fines de 1757 o principios de 1758445 en que fue trasladada a la calle de San Bernardo, esquina de la plazuela del Volador.

El trabajo, que le había mermado mucho con la fundación de la Imprenta de la Biblioteca Mexicana, vuélvele nuevamente por los años de 1765; pero este brillo debía ser sólo efímero, porque, despojada en 1768 del privilegio real, a cuyo amparo vivía, a favor del bachiller don José Antonio de Hogal, y del de los rezos, que se dio o adquirió don José de Jáuregui, hubo de cerrar casi inmediatamente sus puertas446.

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HEREDEROS DE LA VIUDA DE HOGAL

(1755-1766)

No sabemos cuántos ni quiénes fueran éstos, si bien uno de ellos era sin duda don José Antonio de Hogal447. El hecho es que bajo ese nombre continuaron con el taller desde muy a principios del año 1755448 y que no se conoce trabajo alguno salido de él durante los de 1759 y 1760. En los siguientes hasta el de 1764 funciona con regularidad en su local de la calle de las Capuchinas, pero allá por abril o mayo de ese último año, lo trasladan a la calle de Tiburcio449, donde quedó ya hasta 1766, fecha en que pasó a ser de propiedad de don José Antonio de Hogal.

CRISTÓBAL Y FELIPE DE ZÚÑIGA

(1761-1764)

Cristóbal y Felipe de Zúñiga y Ontiveros eran hermanos y copropietarios de la Imprenta que llamaron Antuerpiana, con la cual comenzaron a imprimir en 1761, establecidos en la calle de la Palma450. Trabajaron en compañía sólo hasta 1764, fecha en que el segundo de los socios se quedó con el taller, no sabemos si por causa de muerte de su hermano o por   —197→   haberle comprado su parte451. La obra más notable que salió con el nombre de ambos es el Llanto de la Fama452.

FELIPE DE ZÚÑIGA Y ONTIVEROS

(1764-1793)

Después de haber trabajado en compañía con su hermano don Cristóbal hasta fines de 1763, o a más tardar, parte del año siguiente, según dejamos indicado, don Felipe de Zúñiga y Ontiveros quedó de único dueño de la Imprenta Antuerpiana y siguió trabajando solo en ella, conservándole su designación453, desde fines de 1764, tiempo que acaso fue preciso para liquidar la compañía -de cualquiera manera que supongamos que concluyera- y siempre ubicada en la calle de la Palma454.

Don Felipe de Zúñiga y Ontiveros había nacido, según creemos, en España455, hacia los años de 1717456. En los de 1752 comenzó a publicar en México un Prognóstico y una Efemeris, en las que se intitulaba «philomathemático» de la Corte de México457, dando noticia de los eclipses y otros fenómenos, con cuyo anuncio creía servir a los labradores. Ya en 1754 añade a aquel título el de «agrimensor titulado por Su Majestad, de tierras, aguas y minas de todo el reino» en un Epitome perpetuo de días decretorios que se consideran en las enfermedades, y reglas fáciles para saber cuales sean y el modo de juzgarlos; y en ese carácter dio su parecer en 12 de Abril de 1761 al Reglamento general de las medidas de aguas que escribió y publicó en 1761 el presbítero don Domingo Lasso de la Vega458.

En su representación de 1792 habla de los servicios que en el carácter de tal había prestado al Estado descubriendo muchas tierras realengas, de   —198→   resultas de varias comisiones que le habían confiado la Real Audiencia y otros Tribunales y personas particulares, que había desempeñado, a su decir, con el mayor acierto, honor y desinterés, si bien, por lo respectivo a esto último, el fiscal don José de Areche se creyó en el caso de representar al Virrey, en 1771, la conveniencia de que se fijase un arancel a los honorarios de los agrimensores, en vista de las quejas que habían suscitado algunos pedidos por nuestro don Felipe y por don Francisco de Zúñiga y Ontiveros, que probablemente era hermano suyo, recurso que fue atendido por el Marqués de Croix, dictando, al efecto, un decreto que lleva fecha 25 de Marzo de aquel año459.

Zúñiga y Ontiveros daba a luz todos los años, a la vez que aquellos opúsculos, una nómina de los funcionarios públicos que residían en la capital, y que desde 1776 se convirtió en una Guía de forasteros, en virtud del privilegio exclusivo que le concedió en ese año el virrey don Antonio María Bucareli, extendiéndolo también al Calendario manual en forma de librito, llamado de bolsillo, en contraposición a los de hoja entera: privilegio que le produjo ganancias muy apreciables y que le permitió mejorar considerablemente su publicación.

No faltó, sin embargo, como era de esperarlo, quien saliese a contradecir el privilegio de que disfrutaba. Fue éste el licenciado don Ignacio de Vargas, que en dos ocasiones hubo de renovar sus gestiones al intento, logrando en último término que se limitase al Calendario de bolsillo y se le renovase sólo por diez años, dejando a su contradictor y a todos en general, en libertad de publicar los de pliego extendido.

Para concluir con este punto, añadiremos aún que, en 1792, Zúñiga y Ontiveros ofreció contribuir con mil pesos para la publicación de las Floras Americanas, a condición de que ese privilegio pudiese traspasarlo a su hijo don Mariano, a cuyo favor hacía valer sus propios méritos y los de este último, que era, como él, agrimensor con real título y que estaba bien impuesto en las tareas del oficio por haberle ayudado siempre y llevar en aquel entonces casi todo el peso del trabajo.

Y en efecto, se le concedió ese privilegio exclusivo por diez años para imprimir el Calendario manual de bolsillo y la Guía de forasteros de México, por real cédula de 26 de Diciembre de aquel año, previo el pago de la cantidad que ofrecía, si bien en marzo de 1793 el Virrey anunciaba a la Corte que Zúñiga no cumplía aún con ese requisito.

Además de los opúsculos indicados, Zúñiga y Ontiveros, fue autor de una Bomba hidráulica para levantar las aguas, que imprimió en 1770.

De sus aficiones poéticas nos ha quedado también una muestra en el soneto suyo que se incluyó en el Fénix de los mineros ricos, de Ximénez Frías, libro impreso por él en 1779.

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Como impresor, Zúñiga y Ontiveros no se detuvo en gastos para mejorar su establecimiento, a tal punto que un colega suyo no podía menos de declarar en un documento destinado a ser presentado al Virrey, que era, en 1785, «de la mejor y más hermosa fundición que se hacía entonces en Madrid, tan abundante de caracteres, prensas y todo lo demás necesario, que no habrá obra, por dilatada y dificultosa que sea, que no se pueda ejecutar en dicha oficina con la mayor perfección». Para ponerla en ese estado, don José Antonio Hogal, cuyas son las palabras precedentes, aseguraba que Zúñiga y Ontiveros había tenido que gastar más de cincuenta mil pesos.

Zúñiga dice, en efecto, en nota a la Guía de forasteros de 1777, que desde hacía cinco años tenía encargados tipos o caracteres, imprentas, como se decía entonces, a España; que la primera remesa sólo vino a llegarle el 7 de diciembre de aquel año, y que las restantes las esperaba de próximo, junto con otros encargos de caracteres y grabados nuevos. De aquí por qué desde ese mismo año de 1777 le dio a su establecimiento el título de Imprenta Nueva Madrileña.

Hablando en un documento destinado a presentarse al Virrey, Zúñiga nos da todavía al respecto algunos detalles curiosos sobre sus encargos a la Península. Repite desde luego que pidió su imprenta en 1777, remitiendo anticipadamente su importe, y que sólo al cabo de 12 años pudo completarla; que lo que recibió fueron en todo unos cien cajones, y aún así resultó incompleta; por lo cual había comprado a Gil «la fábrica de punzones, matrices y cajas que trajo consigo de España, y costear los instrumentos que no pudieron conducirse, para que por su dirección se me funda continuamente letras, expresaba, con la perfección, hermosura y arreglo de la de Madrid, y, por consecuencia, las tenga siempre nuevas el público para las impresiones que se ofrezcan; para cuyo mismo efecto continúa abriendo cantidad de punzones y matrices, como es notorio, erogando los crecidos gastos que exigen unas maniobras tan esquisitas y que por ser las primeras que se hacen en arte, los demandan mayores».

Lo menos de que consta una imprenta completa, añade, son de diez castas de letra, con sus respectivas cursivas y adornos de guarniciones, titulares, marmosetes, etc., las que se nombran gran canon, peticanon, misal, parangona, texto, atanasia, lectura, entredós, breviario y miñona, para las que pasan de tres mil punzones y otras tantas matrices las que se necesitan: las mías constan de más de veinte castas, no entrando las de las fundiciones mexicanas, que se me están trabajando en dicha fábrica y de que ya he dado muestras en una ú otra obra460.

Entre las obras a que Zúñiga se refiere, debemos anotar en primer término los Estatutos de la Real Academia de San Carlos, cuya impresión,   —200→   en 1785, con caracteres fundidos en México, importaba un gran adelanto en el arte y en la industria en el virreinato461.

Posiblemente, con el aumento de material, el local que ocupaba la Imprenta en la calle de la Palma vino a resultar estrecho y hubo de trasladarla en 1781 a otro de la calle del Espíritu Santo462, donde permaneció hasta la muerte de su propietario, ocurrida en 1793, después de mediado el año, según parece463.

Respecto a los empleados que tuviera en su imprenta, sólo tenemos noticia de Manuel Ayala, «oficial de una de las prensas», que le fue sacado del taller para alistarlo en la milicia el 17 de enero de 1780464.

JOSÉ DE JÁUREGUI

(1766-1778)

Era don José de Jáuregui clérigo y licenciado en teología. Se cita un libro mexicano de 1755 que se dice impreso por él, si bien por los términos en que está redactada la portada se presta a dudas respecto a esa fecha, la cual, por otra parte, es enteramente aislada y no concuerda con lo que sabemos de otras fuentes respecto al tiempo en que iniciara sus tareas tipográficas465. Observación análoga es aplicable a otro opúsculo que se dice impreso también por Jáuregui en 1762466. En este orden añadiremos todavía   —201→   que en 1766 aparece otro impreso con su nombre467 y también uno solo no más en 1767468, pero esta vez como propietario de la Imprenta de la Biblioteca Mexicana y establecido en la calle de San Bernardo. Precisando aún más el hecho, podríamos añadir que la adquisición de esta última Imprenta la había hecho Jáuregui a mediados de ese año, ya que en los preliminares del Arte de Neve y Molina, que llegan a fines de junio, se la llama simplemente por su antiguo nombre.

Hay indicios para creer que Jáuregui adquiriera también muy poco después la imprenta que había sido de los Herederos de doña María de Ribera. Consta, en efecto, que desde un principio Jáuregui había tenido la suya en la calle de San Bernardo, como hemos dicho, y para que no quepa duda de que en el mismo local que ocupó la de los Herederos de doña María de Ribera, podemos citar la portada de un libro en que expresamente se dan las señas de aquél. Nos referimos a los Justos lamentos del Clero Mexicano que se dicen «impresos en la Imprenta de la Biblioteca Mexicana á la calle de San Bernardo y esquina de la Plazuela del Volador469».

Añadiremos en comprobante de nuestra sospecha que, a contar desde 1769 por lo menos, hay declaración expresa de Jáuregui de que su Imprenta había pasado a ser la del Nuevo Rezado470; privilegio que pertenecía hasta poco antes a la familia de María de Ribera y que conservó hasta su muerte471.

Consta igualmente de una manera indubitable que en 17 de diciembre de 1768 había obtenido también privilegio «por Su Majestad» para imprimir todos los «libritos» y «cuadernos de los estudios menores»472, privilegio que no sabemos bajo qué condiciones se le otorgó, pero entre las cuales es de suponer que mediara alguna contribución de su parte al erario real. En vista de los términos en que está redactada la portada de uno de esos libros de estudio, puede dudarse de si había sido escrito por Jáuregui, si bien la negativa parece lo más probable473.

Lo que es un tanto difícil de explicar son las diferentes translaciones que Jáuregui hizo de su establecimiento, pues sin contar con las que quedan dichas respecto a la que había sido de la Biblioteca Mexicana, aparece en octubre de 1770 con ella en el Empedradillo474.

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Allí se le ve también en ejercicio en 1771, y en el mismo año pasa otra vez a la calle San Bernardo475, donde continuó ya sin interrupción.

Si Jáuregui, como es de creerlo, adquirió casi a un mismo tiempo las dos imprentas de que hemos hablado, es de suponer que su establecimiento se hallase abundantemente surtido de caracteres; sin embargo, él mismo cuidó de advertirnos en 1770 que los que usaba en la Descripción del barreno inglés, escrita por don José Antonio de Alzate, habían sido fabricados en México, a sus expensas, por don Francisco Javier de Ocampo476.

A su iniciativa se debió, pues, tan considerable adelanto en el arte tipográfico, que hubiera estado destinado a libertar a México de la dependencia económica de España y de los atrasos consiguientes a los encargos de material de las imprentas, que demoraban a veces años de años, como lo hemos dicho ya al hablar del establecimiento de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, si, como lo haremos también notar a su tiempo, la Corte no hubiera prohibido terminantemente, cuando más tarde se ofreció un caso análogo, que los caracteres de imprenta siguieran fundiéndose en la capital del virreinato, si bien nos cumple también advertir que, afortunadamente, al menos entrado ya el siglo XIX, esa prohibición no se cumplía en el hecho.

El taller de que fue dueño, nunca se distinguió por el esmero de las impresiones, contraído, de ordinario, por lo demás, a la publicación de novenas y otros libritos de devoción para la gente del pueblo. Al fin de su existencia produjo, sin embargo, dos muestras tipográficas de algún valer477; pero, en general, fue decayendo paulatinamente, llevándose la clientela culta y la impresión de las obras de más aliento, el taller de Zúñiga y Ontiveros. La última de alguna importancia que salió de su prensa fue las Rúbricas del Misal Romano de Galindo, impresas en 1778, año de su muerte478.

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JOSÉ ANTONIO DE HOGAL

(1766-1787)

Como queda dicho más atrás, los herederos de la viuda de don José Bernardo de Hogal continuaron a cargo de la imprenta fundada por éste y regida en seguida por aquélla, hasta 1766, año en que pasó a ser de propiedad de don José Antonio de Hogal479. Era hijo de don José Bernardo y había nacido en 1731480. Dedicado a la carrera eclesiástica, en los días en que la imprenta fundada por su padre había pasado a ser suya, era bachiller en teología y probablemente estaba ya ordenado de sacerdote. El taller continuó abierto en la calle de Tiburcio481. Al año siguiente de entrar la imprenta en funciones, obtuvo el título de impresor del Superior Gobierno482 y su establecimiento se llamó desde entonces Imprenta Real, título y cargo que habían estado vinculados hasta entonces a la imprenta de doña María de Ribera y a la de sus herederos y cuya concesión no sabemos a punto fijo a qué se debiera.

Hemos referido en otra parte483 los apuros en que se vio luego de principiar su carrera de impresor con motivo de las diligencias que precedieron a la expulsión de los jesuitas, cómo el virrey Marqués de Croix le tuvo encerrado en una pieza distante del palacio hasta que se resolviese lo del bando que al respecto debía publicarse, y cómo le amenazó con colgarle de un balcón si se traslucía el texto del bando que Hogal había de componer y tirar en persona, llevándole al Virrey los ejemplares a la hora que se le había señalado, después de distribuir la forma que sirviera para la tirada.

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El presbítero Hogal merecía, sin duda, esa confianza, no sólo por su carácter y procederes, sino también por lo bien dotado que se hallaba su taller, pues, según él mismo decía, en 1785, para su casa habían ido de Madrid en distintas ocasiones hasta cuatro imprentas completas de todos sus caracteres, de mayor a menor, que habían costado, hasta dejarlas en estado de servicio, más de sesenta mil pesos. Expresaba también que su oficina contaba entonces con tal número de escudos (viñetas) que pasaba de cuatro mil.

Cuatro años antes, esto es, en 1781, a, Hogal se le ofreció un negocio que consideró preferible al de impresor, y para el cual, según él mismo dice, «abandonó enteramente su imprenta y se separó del empleo que había tenido durante más de diez y seis años484 de impresor del Gobierno, renunciando el privilegio de impresor y todo lo demás que tenía en su casa»485. En 26 de Septiembre de 1781, en efecto, había obtenido privilegio para la impresión de los billetes de la lotería pública fundada en el virreinato. Las ganancias que el negocio le producía debieron ser considerables, pues cuando en 1790 se habló de renovar el contrato, se presentaron a solicitarlo don José Hernández Zapata, que se decía impresor, pero que en realidad no era dueño de imprenta, ni había tenido empleo permanente en alguna, y que no pasaba de ser un «oficial impresor de láminas».

Trabose entonces entre ambos un litigio o expediente, a que entraron también don Manuel Valdés, quien paladinamente afirmó que con matrices y cajas fabricadas perfectamente por don Jerónimo Gil no había podido lograr buenos caracteres para la imprenta que corría a su cargo. Con vista de esto, se acordó notificar a todos los impresores que había en la ciudad para que presentasen sus propuestas, y así se ejecutó el 22 de diciembre de 1790.

Se excusaron de concurrir el clérigo don José Fernández de Jáuregui y don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, y quedó, así, como único opositor de Hogal, Gerardo Flores Coronado, que era dependiente de correos desde hacía 26 años y dueño de una pequeña imprenta que se hallaba situada en la calle de las Escalerillas. Ya se comprenderá que todas las probabilidades de éxito quedaron desde ese momento a favor de Hogal, quien, a más de haber sido y continuar hasta entonces con el privilegio, por su   —205→   persona y por el capital de que disponía ofrecía garantías muy superiores a las de su contrincante, de quien decía Hogal que «era un pobre hombre que había querido meterse a impresor sin más fundamento que ser un mal grabador de láminas; que el taller que tenía no era imprenta, ni pedazo de imprenta, por estar toda diminuta y falta de todo lo necesario». Hízose todavía valer en su contra que en el ejercicio del empleo que tenía en la administración de correos había sido procesado por falsedad y que su propuesta, por consiguiente, debía tenerse por sospechosa. Aprobose, pues, al fin el contrato con Hogal, obligándose éste a fundir nuevos caracteres y números para la lista, avisos y billetes, pues si bien la Lotería poseía imprenta propia con dos prensas y tipos propios, yacía abandonada.

Ocupado, sin duda, de las impresiones oficiales, bandos especialmente, no puede parecer extraño que desde 1773 en adelante su nombre aparezca una que otra vez en las portadas de los libros mexicanos486, hasta 1787, en que ya no se ve figurar más. No hemos hallado noticia alguna de cuándo muriera.

HEREDEROS DE JOSÉ DE JÁUREGUI

(1778-1796)

Muerto don José de Jáuregui en 1778, su imprenta siguió desde esa misma fecha487 y al parecer sin interrupción, bajo el rubro de sus Herederos, que en ninguna parte se nombran y que no podemos decir quiénes fueran. Continuó siempre con los títulos de Imprenta de la Biblioteca Mexicana y del Nuevo Rezado488 y ubicada en su local de la calle de San Bernardo. En fines de 1781 aparece con la designación de «Imprenta nueva madrileña»489, circunstancia que está indicando que su material habría sido enriquecido con una fundición llevada de Madrid490 a que siguió otra de la   —206→   misma procedencia, que llegó a México en Mayo de 1788491. Merced, sin duda, a esta circunstancia, desde poco después de 1781 comenzaron a llegar al establecimiento trabajos, de más aliento492 que los libritos de devoción que habían estado manteniéndola, y las impresiones resultaron también mucho más limpias y esmeradas. Bajo ese pie continuó el taller hasta 1791493, en que pasó a figurar como de propiedad del bachiller don José Fernández Jáuregui, que sería probablemente sobrino del fundador y uno de sus herederos.