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Las hermanas de la caridad en la guerra

                                    ArribaAbajoÁngeles que a la tierra
     Dios os envía;
la patria os divinice,
     ella os bendiga
     yo no soy digno
ni de cantar siquiera
     vuestro heroísmo.
 
   Pero yo lo calculo,
     yo lo comprendo,
y en el fondo del alma
     yo lo venero.
     ¡Oh, cuántas veces
me hacéis llorar a solas,
     santas mujeres!
 
   ¡Qué pequeño es el hombre
     cuando contempla
desde el mundo egoísta
     vuestra grandeza
     ¡Oh, qué pequeño,
cuando os miro a vosotras,
     yo me parezco!
 
   El héroe enardecido
     que por la patria
derrama en el combate
     su sangre honrada,
     es noble, es grande;
mas la patria lo ordena,
     ¡y él da su sangre!
 
   Pero ¿quién a vosotras
     os ha pedido
vuestro largo calvario
     de sacrificio?
     ¿Quién os obliga
a inmolar por la ajena
     la propia vida?
 
   ¿Quién os lleva arrastradas
     adondequiera
que haya abiertas heridas
     que nadie cierra,
     y haya amarguras,
y haya lágrimas tristes
     que nadie enjuga?
 
   ¿Quién os lleva a vosotras,
     mujeres santas,
a endulzar agonías
     desesperadas,
     y a dar consuelos,
y a rezar por los vivos
     y por los muertos?
 
   ¿Quién es que os ha lanzado,
     humanos ángeles,
en medio del estruendo
     de los combates,
     donde los hombres
luchan y se destrozan
     como leones?
 
   ¿Quién os manda a vosotras,
     pobres mujeres,
i a cerrar los ojos
     de los que mueren,
     y a ser las madres
de los que lejos de ellas
     viertes su sangre?
 
   ¿Quién os lleva a la cumbre
     del heroísmo?
¿Quién os da fortaleza
     para el martirio?
     ¿Quién os obliga
a inmolar por la ajena
     la propia vida?
 
   Lo sé, santas mujeres:
     vuestro heroísmo
es el de los amantes
     hijos de Cristo,
¡No hay quien lo niegue!
     ¡La caridad cristiana
     todo lo puede!


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El destino de las flores

- I -

                                    ArribaAbajoLa mano de un caballero,
de un caballero mundano,
cortó una orquídea preciada,
que en el tibio invernadero
del gran parque cortesano
creció cual niña mimada.
 
   Y la llevó a los salones
donde, entre danzas y gritos,
la fiesta mundana hervía
con todas las tentaciones
y todos los apetitos
que Satanás encendía.
 
   «¡A la reina del placer!»,
dijo el gentil caballero,
y ufano la flor le dio
a una elegante mujer
que con talante altanero
sobre el seno la prendió.
 
   La ardiente atmósfera henchían
brillantes luces que herían
y aromas embriagadores,
y pláticas seductoras,
y cascadas de colores,
y músicas tentadoras...
 
   Y aquella flor delicada
sólo por brisas mecida
que ella de aroma empapó,
ahora danzaba asfixiada
por la atmósfera encendida
que su perfume sorbió.
 
   Su muerte, ¡qué triste fue!
Ciega de rabia y despecho
por celos de no sé qué,
su altiva dueña, irritada,
se la arrancó de su pecho
y al suelo arrojóla airada.
 
   Y dos o tres caballeros
distraídos y altaneros
que platicando pasaron,
con sus pies la mancillaron,
y se alejaron ligeros
¡y muerta allí la dejaron!
 

- II -

   La mano de un caballero,
de un caballero cristiano,
cortó en el huerto una rosa
y al templo fuese ligero,
llevando alegre en la mano
la flor fragante y hermosa.
 
   «¡A la Reina de los cielos!»,
dijo el hidalgo cristiano,
dechado de fe sencilla;
y ardiendo en santos anhelos,
la puso a los pies, ufano,
de la Reina sin mancilla.
 
   El tibio ambiente llenaban
efluvios que a campo olían,
cantos que de amor hablaban,
suspiros que el aire hendían,
bendiciones que bajaban
y plegarias que subían...
 
   Y la flor encantadora
que el ambiente transparente
del huerto esenciara tanto,
de esencia llenaba ahora
otro purísimo ambiente
que, a más de puro, era santo.
 
   Su muerte, ¡qué deliciosa!
de humo de incienso un jirón
llevó a la mansión gloriosa
el rumor de una canción
con la última exhalación
el perfume de la rosa.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Caballero distraído
que trasplantar tu hija quieres
del jardín de tus amores,
no des jamás al olvido
que es como el de las mujeres
el destino de las flores.



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Plegaria

                                    ArribaAbajoBajo tu amparo, Señor,
pongo mis hijos queridos.
Tú serás el protector
de estos ángeles dormidos
que ídolos son de mi amor.
 
   Entrego a tu Providencia
los hijos de mis entrañas.
¡Cuídame de su existencia
Tú que me los acompañas
en su sueño de inocencia!
 
   Y si consientes que un día
queden sin padre y sin madre,
en tu amor mi fe confía;
¡dales por Madre a María
y sé Tú su amante Padre!


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El amo

                                         ArribaAbajoEl monte era feraz, hermoso y grande;
la casa, alegre y blanca;
la gente, vividora;
sanos los cuerpos, vírgenes las almas,
cadencioso el vivir, sereno el tiempo,
honda la paz y la existencia larga.
El mejor de los mundos se veía
desde las puertas de la alegre casa
y el pedazo más puro de los cielos
sobre el dulce rincón se dilataba.
¡Quién el alma de un ángel,
quién me diera un pincel, quién unas alas
para del cielo en el divino lienzo
pintar el campo que debajo estaba,
que hay pedazos del mundo que podrían
servir al cielo de divina entrada!
¡Qué hermosa, qué tranquila
la alquería feliz de Casablanca!
No quiso Dios que con salvajes gritos
los mares la arrullaran,
ni que aquellas riberas del silencio
lamiesen bravas aguas;
que es la lengua del mar lengua de fiera
que lame torva, al domador las plantas;
que el arrullo del mar es resoplido
de león que descansa
y de allí donde Dios vierte quietudes
aleja las borrascas,
porque ellas siempre nublarán los cielos,
y enturbiarán las aguas,
y troncharán las flores,
y afligirán las almas.
Ni puso en la alquería
las tremendas grandezas soberanas
de las cerradas tenebrosas selvas,
los tajos sin hondón de las montañas,
los ríos caudalosos de aguas turbias;
las monstruosas cordilleras pardas,
la muerte gris de los desiertos grandes,
la vida sorda de las sierras bravas.
¡Señor, cuán otra hiciste
la alquería feliz de Casablanca!
¿Para qué más arrullos que el suave
del aire aquel que por los montes pasa,
o del ronco pichón enamorado
con un amor que su pechuelo inflama?...
¿Y cuáles como aquellas
frescas y puras, saludables aguas
del manso regatuelo
que cruza la pradera solitaria
con música de paz, ritmo asonante
que parece celeste canto de almas?
¿Y qué mayor grandeza
que la que humildes guardan
una del soto madreselva virgen
o una del prado margarita blanca,
una canción de pájaro en amores,
un germen microscópico que estalla...?
¡Qué feliz es la vida de los buenos,
y viviéndola allí, cuán sosegada!
El tiempo venidero se aproxima
cantando la canción de la esperanza
y recita al pasar sobre nosotros
el himno lleno de la vida honrada...
¡Qué bello es el ayer que atrás murmura
sólo memorias gratas!
¡Qué sabroso es el hoy en Dios vivido,
y qué consolador es el mañana!...


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Patria

- I -

                                         ArribaAbajoVieja España, gloriosa madre santa,
¿para qué requerir tu hermosa historia,
si hasta el hijo más rudo que hoy te canta
la conserva esculpida en su memoria?
        ¿Y cómo tanta gloria
     cómo grandeza tanta,
sin profanarlas celebrar podría
     la voz de mi garganta
y el sordo acento de la lira mía?
 
   La madre de los grandes heroísmos,
la que descubre los ignotos mundos
que el Señor escondió tras los abismos
     de los mares profundos;
la que de aquellos mundo ignorados
fue con Dios cual segunda creadora,
y, dándoles después con sangre escrita
la ejecutoria de su fe bendita,
fue con Cristo segunda redentora...
 
     La que al ver profanado
por razas delirantes de ambiciones
este viejo solar inmaculado,
pujantes engendró generaciones
     de hijos como leones,
y siete siglos de guerrero empeño
     costóle una victoria,
que esculpió en las entrañas de la Historia
una epopeya que parece un sueño;
la que a la mar bajo la cruz se hiciera
cuando la armada muchedumbre fiera
de la barbarie y la impiedad rugiendo,
fuerte sintióse y avanzó guerrera
las turbias olas de la mar hendiendo,
y en lucha horrible, admiración y espanto
del amagado mundo estremecido,
le dio la sepultura del vencido
en las aguas sagradas de Lepanto;
la noble madre que engendró admirables
     legiones incontables
     de reyes, caballeros,
     sabios gobernadores,
     intrépidos guerreros,
santísimos varones que han poblado
     los altares divinos,
portentosos ingenios peregrinos
que la vida inmortal nos han robado...;
     la nación que tuviera
del mundo en el rincón más apartado
sobre cada ciudad una bandera;
     la que a la Historia hiciera
grabar en cada página una hazaña,
la que ayer soberana y grande era,
la que ahora está caída..., ¡esa es España!
 

- II -

        ¿Qué dolientes gemidos
     llegan a mis oídos?
Varón inconsolable, ¿por qué lloras?
¿Lloras, dí, porque el hado,
porque los vientos de contraria suerte
trajeron a la Patria a tal estado?
Pues el hijo amoroso, el hijo fuerte,
que a la madre adorable ve caída,
     no con gemido vano
la contemple afrentada y dolorida:
¡tiéndale pronto la robusta mano
y derrámele bálsamo en la herida!
 
        Tú puedes, ciudadano,
prestarle nueva vigorosa vida,
si esas míseras lágrimas que viertes
en gotas de sudor, cual yo, conviertes
por la doliente Patria empobrecida.
 
   ¿No la ves otra vez ir resurgiendo
     del fondo del abismo,
donde la hundiera el trepidar horrendo,
     del fiero cataclismo?
¡Arriba el corazón! ¡Lucha y espera!
   Mira cuál su recinto van poblando,
     de frontera a frontera,
formidables ejércitos izando
     la gloriosa bandera.
     Mira cómo a sus mares
las gentes de sus puertos van lanzando,
repletos de pertrechos militares,
monstruos de guerra henchidos
de innúmeros soldados aguerridos,
gigantescos castillos animados,
donde cada guerrero es una roca,
cada mástil cien fuertes almenados,
y el cráter de un volcán cada ancha boca
     de sus férreos costados...
 
        Mira qué apresuradas,
qué llenas de vitales energías
las naves de la paz, abarrotadas
     de ricas mercancías,
navegan por estelas no borradas.
 
        ¿No ves flotar debajo
     del ancho cielo puro
de ciudades, de pueblos y de aldeas,
el hálito solemne del trabajo,
que surge denso, nublador y oscuro,
de bosques de gallardas chimeneas?
Escucha el vigoroso
     robusto trepidar de los talleres;
mira a Mercurio rico y laborioso
moviendo las ciudades afanoso;
mira en el campo, coronada, a Ceres.
 
        ¿No ves cómo la sierra
van los hombres a palmo conquistando?
     ¿Cómo le van robando
mantas de abrojos, túrdigas de tierra,
     y en ella escalonando
por sabias sucesivas regulares
precoces huertecillos siempre frescos,
     azules olivares,
fructíferos viñedos pintorescos
y pomposos oscuros castañares?
   Mira cómo coronan las alturas
de los antes escuetos horizontes,
     grandes masas oscuras
de hoscos, feraces y apretados montes.
   Mira cómo aprisionan en sus vías
     aquel río que riega
por miles de minúsculas sangrías
lo que era estéril arenosa vega...;
     mira cómo descansa
y un momento parece que dormita
delante de la presa en que remansa,
y cómo desde allí se precipita,
moviendo con su fuerza prodigiosa
los miembros de la vida laboriosa,
     molinos y lagares,
     batanes y telares,
y fábricas de luz maravillosa...;
cuenta, cuenta, si puedes, los millares
de hijos que la enriquecen
del rudor trabajar con las conquistas;
mira cómo la ilustran y embellecen
sus legiones de sabios y de artistas,
y cómo sus valientes capitanes,
     émulos de las glorias
de Pelayos, Rodrigos y Guzmanes,
van logrando que en tierras extranjeras,
al vernos bravos sacudir la muerte,
saluden con respeto las banderas
del pueblo del honor, otra vez fuerte.
 
¿Dices que sueño? ¡Y mientras tenga vida
soñando seguiré mi hermoso empeño!
     Pues di, pobre suicida:
la historia de esta Patria, hoy afligida,
¿No te parece, por sublime, un sueño?
   Si no quieres traer a la memoria
las viejas epopeyas de esa historia,
deja que duerman en el tiempo hundidas
     el sueño de la gloria;
pero dile a tu padre que te cuente
     cosas vistas y oídas
en su plácida edad de adolescente.
 
   ¿Tú no sabes que ayer atravesaron
     las sagradas fronteras
y el solar del honor locas hollaron
enemigas legiones extranjeras?
 
   ¡Oh, qué lucha tan épica! ¡Oh qué brava!
Y el padre de tu padre, ¡qué valiente!,
qué delirante de furor luchaba,
     cual todos sus hermanos,
descubierta la frente a los tiranos,
     los pechos sin escudos,
sin armas casi en las honradas manos;
¡los leones también luchan desnudos!
 
   Escarba el patrio suelo dondequiera,
y verás que es inmensa tumba fría
     de la gente extranjera,
que ciega osara profanarle un día.
 
        ¿Y dudas todavía
del honor español? ¡Desventurado!
¿Ignoras que la España que ha llenado
con Sagunto y Numancia
la historia de pretéritas edades,
cuyo recuerdo engríe y alboroza,
es la misma que hoy cuenta con ciudades
que se llaman Gerona y Zaragoza?
 
   ¡Zaragoza y Gerona!... ¿No palpita
tu corazón a la esperanza abierto?
     Si el frío no te agita
de lo sublime, ¡oh desdichado!, has muerto.
 
   ¿Por ventura en la Patria no has nacido
donde siempre luchando se ha vivido
y en el puesto de honor de los deberes
los hombres a cejar no han aprendido,
     ni a llorar las mujeres?
 
   ¿Y ante tanta patriótica nobleza,
no te sientes de orgullo estremecido,
ni aspiras del martirio a la grandeza?
¿Y al suelo inclinas la cobarde frente?
¿Y aún la duda te mueve la cabeza?
¿Y sigues pusilánime, impotente,
     llorando todavía?
¡Tú no eres hijo de la Patria mía!



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Los dichos del tío Fabián

                                         ArribaAbajoPues, señor, el otro día
vino un tío a visitarme
y sigue con la manía
de venir a marearme.
 
   Con su charla singular
la sangre misma me enciende;
charla y charla sin cesar,
¡pero cualquiera lo entiende!...
 
   Tiene él un prado inmediato
a una linda huerta mía,
y ayer fui a su casa un rato
a ver si me lo vendía.
 
   «Tío Fabián, vamos a ver
-le dije con claridad-:
¿usted me quiere vender
el prado de la hermandad?»
 
   «Si lo vende, hago una puerta
para mi huerta lindante,
mas si usted quiere mi huerta,
yo se la vendo al instante.»
 
   El tío Fabián sonrió,
con aire ufano y sencillo;
después tosió, se rascó
y escupió por el colmillo.
 
   Y echando al fuego unos palos,
me contestó el tío Fabián:
«que los tiempos andan malos...;
que patatín..., que patatán...».
 
   «Deje esa palabrería
y piense bien la cuestión:
¿quiere usted la huerta mía?
La vendo sin dilación.
 
   «Las dos fincas valen poco,
más pudiéndolas juntar,
resulta, o yo me equivoco,
una finca regular.»
 
   Y con palabra calmosa
el tío Fabián se resuelve
a decir: «Que esa es la cosa,
que torna..., que vuelve...»
 
   «Dígame usted sin rodeos
cuáles son sus intenciones
y cuáles son sus deseos,
proyectos y aspiraciones.
 
   «Claridad pretendo yo
y usted en divagar se empeña;
¡pero dígame sí o no
como Cristo nos enseña?»
 
   Y el tío Fabián sin piedad,
de mis casillas me saca
diciendo que es la verdad...,
«que torna..., que daca...»
 
   «¡Ay tío Fabián, concretemos,
y entendámonos, por Dios,
o locos nos volveremos
de esta manera los dos!»
 
   «En forma clara y abierta
la cuestión le he planteado:
o me vende usted el prado
o me compra usted la huerta.»
 
   «Y si nada ha de querer,
dígame sin vacilar
que no quiere usted vender
y no quiere usted comprar.»
 
   Pues tras estos alegatos
diciéndome el hombre sale,
que donde hay hombres, hay tratos...,
«que tumba... que dale».
 
   «Si eso está bien, tío Fabián;
mas es charlar tontamente,
y yo no sé a qué ese afán
de salir por la tangente.
 
   «Yo me traigo mis cuartitos
si es que el prado he de comprar,
y nombrando dos peritos
que lo vayan a tasar.»
 
   Pero el tío Fabián me ataja
diciendo con gran trabajo
que su prado es una alhaja...,
«que arriba... que abajo...».
 
   «Yo pagaré lo que valga
si el prado tan bueno es;
pero, por Dios, no me salga
con otra tecla después.
 
   «Eso del valor del prado
los peritos lo dirán
y es asunto terminado;
¿comprende usted, tío Fabián?»
 
   Y el tío Fabián no comprende
y dice que velaí...
que la gente así se entiende...
«que por aquí... que por allí...».
 
   «¡Cuidado que es pesadez!;
tío Fabián, tengo que irme;
dígame usted de una vez
lo que tenga que decirme.
 
   «Usted está en las Batuecas,
pero a ver si ahora me entiende;
contésteme usted a secas:
¿vende el prado o no lo vende?»
 
   Y contesta el muy pesado
que hogaño ha criao en el prado
la miaja e ganao y el potro...,
«que por este lado..., que por el otro...»
 
   Pero ¿usted no puede hablar
de forma más apropiada?
¡si eso es charlar por charlar,
y charlar sin decir nada!...
 
   «No hay más tiempo que perder:
el prado lo compro yo.
¿Me lo quiere usted vender?
¿Qué dice usted: sí o no?»
 
   Y el hombre dice que el prao
se lo compró él a un sobrino...;
que fue medio regalao...,
que si fue..., que si vino...»
 
   «Tío Fabián, me voy a ir,
y perdone si le ofendo,
pero no puedo sufrir
esa charla que no entiendo.»
 
   «Quedamos en eso, ¿eh?
¿Me venderá usted el prado?
¿No es eso?
¿Qué dice usted?»
 
   Y al verse el hombre acosado,
me dice con mucha flema
que se lo dirá a la tía...
y que esa es la su sistema...,
«que ya vería..., que ya vería...»


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Viejos soles

                                         ArribaAbajoEl sol que nos alumbra ya es muy viejo.
Las primeras auroras
que pintó su purísimo reflejo
fueron del tiempo las primeras horas,
del universo el inicial bosquejo.
 
   En el centro del mundo planetario,
uno en sus leyes y en grandeza vario,
la Eterna Voluntad que lo creara
encendió la del sol rica lumbrera
y le dijo a su fuego que radiara,
y le dijo a su luz que presidiera.
 
   ¡Soberano nació! Su vasto imperio
las fronteras hundía
más allá de la ignota lejanía
que toca las riberas del misterio.
 
   El ámbito vacío,
que abismo fuera de negrura y frío,
brillaba, rutilante,
sus senos al sentir de vida llenos,
desde que aquella atravesó sus senos
luz meridiana que vibró radiante.
 
   Mundo sin luz en derredor girando
del mundo de la luz lo circuían,
y en su luz se bañaban, volteando,
y el calor del vivir en él bebían.
 
   Y en esta tierra que ayer llamé gigante,
y hoy un ruin átomo errante,
ayer edén riente,
y hoy pobre cárcel de la humana gente,
también por las de Dios leyes secretas
reducida a perpetua servidumbre,
rodó con el cortejo de planetas
en derredor de la encendida lumbre.
 
   Rey era el sol de inmenso poderío,
y los mundos que pueblan el vacío
le siguieron, humildes servidores...
¿Y quién iba a robarle el señorío
que le diera el Señor de los señores?
 
   ¡Humanas criaturas!
Si en el silencio de las noches puras
visteis el cielo atravesar ligeras,
rasgando sus negruras,
y vuestros ojos con su luz cegando,
estrellas de encendidas cabelleras
que torrentes de luz van arrastrando...
 
   Globos incandescentes,
que llevan en sus nimbos y en sus senos
fulgores de relámpagos ardientes
y estrépitos de truenos...
 
   Puntos de luz ignotos
que el cielo rayan con violácea estela
cuando hienden los ámbitos remotos
por donde solo el pensamiento vuela...
 
   Bengalas siderales
que parodian del sol los resplandores,
bellísimas auroras boreales
que los cielos inundan de colores...
 
   ¡No os deslumbréis, humanas criaturas!
¡No las estelas persigáis impuras
de fantasmas que pasan velozmente
sin órbitas seguras!...
 
   Que no son ellos pedestal ingente
de los muchos que pueblan las alturas,
que no son ellos de la luz la fuente,
que no son fuego incubador de vida,
ni naves son con salvador oriente
y hospitalaria playa conocida...
 
   ¡Son efímeros mundos sin cimiento,
fuegos fatuos que abrasan,
fulgores que deslumbran un momento,
visiones brillantísimas que pasan!...
 
   El rey del firmamento,
el que perenne en los espacios arde,
es aquel que esta tarde,
tras una apoteosis de oro y grana,
se fue por el Poniente...
¡El mismo que mañana
veréis venir por el dorado Oriente!...
 
   Nuestro sol del saber también es viejo.
Dios lo puso en el cielo de la vida,
y alumbró su vivísimo reflejo
la del saber región oscurecida.
 
   Su luz bañó la hondura
de los grandes abismos de la ciencia,
y supimos, Señor, a cuánta altura
deja volar la rica inteligencia,
de una por ti vidente criatura.
 
   Del mundo del saber las secundarias
brillantes luminarias
por él fecundas y brillantes fueron,
que todas en su torno se agruparon
y fecundo calor en él tomaron
y luz radiante de su luz bebieron.
Iluminado por aquella hoguera,
el cielo del saber ¡qué bello era!
 
   Grande y majestuoso,
giraba en concertado movimiento
en derredor del foco luminoso,
que subía, subía...
 
   Y en alas de la gran sabiduría
lo llevaba orientado hacia el tesoro
por órbitas de luz, del bien emblema,
para ponerlo ante las puertas de oro
de la Verdad Suprema...
 
   ¡Humanas criaturas!
Si en las noches del mundo, tan oscuras,
vierais errar veloces y encendidas,
sin órbitas seguras,
locas inteligencias atrevidas,
exhalaciones de la luz impuras
que el cielo del saber cruzan perdidas,
¡no os deslumbréis ante esas luminarias
dislocadas, efímeras, precarias...;
no admiréis la mentira sorprendente
de sus pobres grandezas ilusorias,
ni sigáis con la mente
sus excéntricas locas trayectorias!...
 
   Son vagos desvaríos,
visiones que en el tiempo se disuelven,
míseros extravíos,
fuegos que pasan y a lucir no vuelven...
 
   El magnífico, el sólido, el ingente
sol de sabiduría,
cuya luz, cuyo fuego incandescente
ni el mal enturbiará ni el tiempo enfría...
 
   La cúspide, la fábrica, el asiento
del mundo del humano pensamiento,
el de la ciencia faro peregrino,
el astro diamantino
que rueda con solemne movimiento
en derechura al eternal destino,
es el mismo de ayer. ¡Tomás de Aquino!


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Cita

                                         ArribaAbajo¿Dónde a rodar nos llevará mañana
esta fuerza invisible del destino
que en el desierto de la vida humana
señalándonos va nuestro camino?
 
   ¿Dónde estará esperándome el pedazo
de tierra, para mí desconocida,
donde termine el misterioso plazo
que haya Dios puesto en mi tranquila vida?
 
   ¿Dónde el lugar incógnito y sombrío,
triste rincón que para mí será
lecho de muerte, solitario y frío,
donde mi cuerpo a descansar irá?
 
   ¿Quién podrá asegurarnos que mañana
no puede separarnos el destino,
con esa misma fuerza sobrehumana
con que ayer nos lanzó por un camino?
 
   Para ese triste e inesperado día
dejo escrita esta página sincera
que un capricho tal vez del alma mía
para ti me mandó que la escribiera.
 
   En sentido y cariñoso aviso,
una cita ideal que darte intento,
un capricho pueril que de improviso
me ha venido a asaltar el pensamiento.
 
   ¿Por qué negarlo si lo estoy sintiendo?
¿Por qué ocultarlo si al hablarte así
alguien parece que me está diciendo
que tú también te olvidarás de mí?
 
   Bien sé yo que en el mundo donde vivo
se ríen de estas íntimas ternuras,
que el instinto grosero y positivo
seguramente llamará locuras.
 
   ¿Qué grandezas va a haber, ni qué ideales
en un mundo grosero y sin decoro,
hambriento de apetitos materiales
y sediento de goces y de oro?
 
   ¿Quién va a hablar de sus íntimos pensares
en este mundo escéptico y grosero,
que hasta a Dios arrojó de los altares
para poner en ellos el dinero?
 
   ¡El oro es el que reina, sólo el oro!
El amor, la virtud más noble y alta,
la amistad, el honor, la fe, el decoro,
¿valen dinero? No. ¡Pues no hacen falta!
 
   Por dondequiera que se mire el mundo,
¡el mismo tono gris, triste y sombrío!
¡El mismo aspecto de desdén profundo!
¡El mismo ambiente de egoísmo frío!...
 
   En esta sociedad frívola y necia,
es un hombre ridículo y extraño
el que ve el interés y lo desprecia
cuando viene de manos del engaño.
 
   ¿Quién que un soplo de fe tenga en el alma
y un resto de pudor en la conciencia
puede ir viviendo con serena calma
entre esta criminal indiferencia?
 
   ¡Yo vivo solo! Y aunque el alma siento
que se asfixia en el aire que respiras,
aparento vivir en mi elemento
en medio de esta universal mentira.
 
   Por ese mar de corazones fríos
voy bogando con fe y sin desalientos,
entregado al cariño de los míos
y embargado en mis propios pensamientos.
 
   Perdóname si distraídamente
dejé correr la pluma demasiado.
¡Ha sido un desahogo conveniente
de que muy raras veces he gozado!
 
   ¿Verdad que siempre, cuando tú seas hombre
aunque te veas de mi lado lejos,
te acordarás siquiera de mi nombre,
que escrito dejo aquí con mis consejos?
 
   ¡Dios te lo premiará si así lo hicieres,
y yo jamás tu nombre borraré
de la lista querida de los seres
que más he amado, y amo, y amaré.


ArribaAbajo

La mujer

                                         ArribaAbajoCuando pueda arrancar de los infiernos
legiones de cariátides humanas;
cuando pueda traer de los edenes
almas de luz con luz apacentadas;
cuando sepa sondear el de los réprobos
infame corazón, lleno de llagas;
cuando sepa sentir el de los ángeles
sentir divino de purezas diáfanas...
 
   Cuando aprenda un idioma no creado
para la grey humana,
que tiene, para hablar, artificiosos
idiomas de paupérrimas palabras,
y no percibe músicas mejores
que el resbalar de las corrientes aguas,
el rebullir de mañaneras brisas,
el arrullar de las palomas cándidas,
y el dulce son de los canoros pájaros,
y el hojear de la alameda gárrula,
ni músicas más hórridas describe
que el fiero aullido de la loba escuálida,
la carcajada del siniestro cárabo,
los alaridos de la hiena flaca,
el silbo horrible de falaz serpiente
y el grito ronco de feroz borrasca...
 
   Cuando aprenda a vibrar todos los rayos
de la tremenda maldición que mata
los gérmenes maléficos
que anidan en las llagas,
y a dar aprenda en bendiciones puras
del alto Edén anticipadas ráfagas,
¡entonces te diré, curioso amigo,
lo que son las mujeres!...
 
   ¡Qué!... ¿Te extrañas?
Decir que son demonios,
que son flores con alma,
que son blancos arcángeles...
me parece decir cosas muy pálidas.
Y si en decires del humano idioma
yo pretendiera bosquejar sus almas,
tal voz oyeras con atento oído
rumor de abismos y batir de alas;
pero la vida de los dos es corta
para que yo, con ruidos de palabras,
cantar pudiese el colosal poema,
maridaje de luz y sombras trágicas,
y tú sentirlo en sus negruras hondas,
y tú sentirlo en sus altezas diáfanas.
 
   Mientras aprendo a contestar, ¡oh amigo!,
tu pregunta abismática,
sigue a la letra mi consejo sano,
regla prudente de conducta sabia;
golpear en la puerta del misterio
es brega estéril de curiosas almas;
cierra los ojos para ver más claro,
vuela y no escarbes, sintetiza y ama,
y canta a la mujer cuando la veas
en el trono de reina de su casa,
o ante la cuna acariciando al hijo,
o ante el sepulcro derramando lágrimas,
o en las sombras de un claustro recluida,
o esperando al esposo desvelada,
o en el templo cantándole a la Virgen
dudas, temores, inquietudes, ansias...
 
   ¡Cántala dondequiera que la veas,
ángel o mártir, heroína o santa!
Y si tienes un día
la pena de encontrarla
caída en los infames pudrideros
donde a los suyos el infierno enfanga,
y no puedes hacer el bien supremo
de redimir un alma...
en vez de una canción fustigadora,
dedícale en silencio un plegaria...
 
   Mejor que ver la llaga al microscopio
es cubrirla de bálsamo y curarla.


ArribaAbajo

La fuente vaquera

Balada

                               ArribaAbajoLejos, bastante lejos,
     del pueblo mío,
encerrado en un monte
     triste y sombrío,
hay un valle tan lindo
     que no hay quien halle
un valle tan ameno
     como aquel valle.
 
   Entre sus arboledas,
     por la espesura
solitaria y tranquila,
     corre y murmura
una fuente tranquilina
     y bullanguera,
a que dieron por nombre
     Fuente Vaquera.
 
   Está tan escondida
     bajo el follaje,
guarda tanto sus aguas
     entre el ramaje,
que cuando por el valle
     va murmurando
toda clase de hierbas
     va salpicando.
 
   Unas veces sonríe
     dulce y sonora,
y otras veces parece
     que gime y llora,
y siempre de sus aguas
     el dulce juego
arrullando, produce
     grato sosiego.
 
   Allí pasan las horas
     en dulce calma,
allí meditar puede
     tranquila el alma,
y todo son consuelos
     para el que llora
al pie de aquella fuente
     fresca y sonora.
 
   ¡Todo es allí sosiego,
     calma, tristeza!
Las auras, que suspiran
     en la maleza...
Los pájaros, que cantan
     en la espesura...
El agua, que en el valle
     corre y murmura...
 
   Los arrullos del viento,
     gratos y mansos...
Los juncos que vegetan,
     en los remansos...
Los claros resplandores
     del sol naciente,
que asoma entre vapores
     por el Oriente...
Las tórtolas que arrullan
     con armonía,
convidando a una dulce
     melancolía...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   ¡Todo, en fin, allí aleja
     presentimientos,
trayendo a la memoria
     mil pensamientos,
y adormeciendo el alma
     con impresiones
que convidan a dulces
     meditaciones!...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Tal es Fuente Vaquera,
     la hermosa fuente
que murmura en el valle
     tan sonriente,
que en su margen tranquila
     cantan amores
tórtolas, colorines
     y ruiseñores.

***

   Una hermosa mañana
     de junio ardiente
salió el sol como nunca
     de refulgente,
y pájaros y flores
     con alegría
la bienvenida daban
     al nuevo día.
 
   Elevábase el astro
     con gran sosiego,
esparciendo sus rayos
     de luz de fuego
sobre el fresco rocío
     de la mañana,
que formaba en los valles
     mantos de grana.
 
   Sacuden las ovejas
     sus cencerrillos,
y en el prado retozan
     los corderillos,
que del rústico valle
     sobre la hierba
forman jugueteando
     linda caterva.
 
   Al cielo sube el humo
     de los hogares,
los gallos ya despiertan
     con sus cantares,
y sacude la hermosa
     Naturaleza
el tranquilo letargo
     de su pereza.

***

   Dejé el mullido lecho
     con alegría,
cuando apenas rayaba
     la luz del día;
carguéme diligente
     con la escopeta,
y como siempre ha sido
     medio poeta,
 
   al nacer del gran Febo
     la luz primera,
ya estaba yo en la hermosa
     Fuente Vaquera...
Fuente en cuyas orillas
     cantan amores
tórtolas, colorines
     y ruiseñores.
 
   Ocultéme en la margen
     con el follaje,
y viendo las delicias
     de aquel paisaje,
esperé silencioso
     bajo la fronda,
viendo correr las aguas
     onda tras onda...

***

   Siguió el sol elevándose
     resplandeciente,
y era ya tan molesta
     su luz ardiente,
que, a medida que el astro
     más se elevaba,
todo se iba durmiendo,
     todo callaba.
 
   Se inclinan en su tallo
     todas las flores,
rendidas por los rayos
     abrasadores,
y las aves se esconden
     en las encinas
que a la tranquila fuente
     crecen vecinas.
 
   Sólo se escucha a veces,
     del fresco viento,
las ráfagas que lanza,
     sonoro y lento...
El agua, que su curso
     nunca suspende...
El rumor de una hoja...
     que se desprende...
 
   El pïar apagado
     de alguna alondra,
que entre las verdes matas
     busca una sombra...,
y los ecos lejanos
     de los zumbidos
de insectos, que en los aires
     vagan perdidos...

***

   Lejos de la apacible
     Fuente Vaquera,
que corre por el valle
     tan placentera,
existe un solitario
     y oscuro monte,
que encierra los confines
     del horizonte.
 
   Al compás de las auras,
     lenta se inclina
altiva, corpulenta
     y añosa encina,
y entre sus verdes ramas
     aprisionado
tiene una tortolilla
     su nido amado.
 
   En él está arrullando,
     dulce y sonora,
a los amantes hijos
     a quien adora,
gozando en su coloquio
     de las delicias
que sus hijos le endulzan
     con sus caricias.
 
   El calor la atormenta,
     la sed la abrasa,
y dejando con pena
     su pobre casa,
les dio con un arrullo
     la despedida
a los hijos queridos
     que eran su vida;
 
   batió sus puras alas
     tendió su vuelo
cruzó por los espacios
     del ancho cielo,
y pensando en sus hijos,
     se fue ligera
a beber a la clara
     Fuente Vaquera.

***

   ¡Ay! ¡Dónde irá esa madre
     tierna y sencilla!...
¡Dónde irá tan ligera
     la tortolilla,
mirando a todas partes,
     amedrentada,
al verse sola y lejos
     de su morada!...
 
   ¿Por qué deja sus hijos
     abandonados,
y ella, cruzando espacios
     tan dilatados,
va surcando los aires
     rápidamente
a beber en las aguas
     de aquella fuente?...
 
   ¡Pobre madre, si, ansiosa,
     vuelve a su nido
y sus amantes hijos
     ya se han perdido!...
¡Pobres hijos, si, a causa
     de abandonarlos,
no volviera su madre
     nunca a arrullarlos!...

***

   Por el verde follaje
     casi cubierto,
yo, casi más que un vivo,
     parezco un muerto,
y mudo y silencioso
     presto mi oído
al eco que produce
     cualquiera ruido.
 
   Al columpiar las hojas
     el viento blando,
pájaros me parecen
     que van volando,
y con mi diestra mano
     nerviosa, inquieta,
alzo la curva llave
     de la escopeta.

***

   Sobre la verde copa
     de vieja encina,
que cubre aquella fuente
     tan cristalina,
una tórtola hermosa
     paró su vuelo,
mirando la corriente
     del arroyuelo.
 
   Lanza su blando pecho
     tiernos arrullos,
que no imita la fuente
     con sus murmullos,
y a los lados humilde
     mira asustada,
débil, inquieta, esquiva
     y amedrentada.
 
   Tendió después su vuelo
     pausadamente,
y al llegar a la orilla
     de la corriente,
sobre la verde alfombra
     lenta se posa,
débil y acobardada,
     triste y medrosa.
 
   Dirige luego el paso
     tímidamente
hasta tocar la margen
     de la corriente,
donde, el agua fingiendo
     cuadros de plata,
le recoge su imagen
     y la retrata.
 
   Yo, silencioso, en tanto
     que la espiaba,
mi artística escopeta
     ya preparaba,
y ocasión esperando,
     cual diestro espía,
afiné cuanto quise
     la puntería.
   Disparé... ¡Sonó el tiro
     ronco, tremendo!...
El arroyuelo manso
     siguió corriendo.
El viento entre las hojas
     siguió sonando
con un eco apacible,
     sonoro y blando...
¡Y vi la tortolilla,
     que ya sufría
las tristes convulsiones
     de la agonía!...
 
   Cogí tan apreciado
     tierno despojo;
su hermoso pecho estaba
     de sangre rojo,
rojas las aguas puras
     del arroyuelo,
que corrían llorando
     con triste duelo,
y mis ardientes manos
     también manchadas
de sangre, enrojecidas
     y salpicadas.
 
   Con ellas oprimía
     su pecho blando:
sus latidos se iban
     amortiguando,
y cerraba sus ojos
     pausadamente,
su cabeza inclinando
     lánguidamente...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Yo vi en sus turbios ojos
     el sentimiento
y las fieras angustias
     de su tormento,
porque del nido lejos
     agonizaba
y a sus pobres hijuelos
     solos dejaba.
 
   Conocí en sus miradas
     bien claramente
esa inquieta agonía
     del inocente,
que sufre los rigores
     de su destino
muriendo por las manos
     de un asesino.
 
   Aquella pobre madre
     casi expirante
era la madre tierna,
     la madre amante,
que a sus hijos no pudo
     darles en vida
una lágrima dulce
     de despedida.
 
   Y aquella tierna madre,
     cuando sufría
la convulsión postrera
     de la agonía,
me dijo con sus ojos
     casi nublados
que dejaba dos hijos
     abandonados.
 
   Yo comprendí lo injusto
     de aquella muerte;
mas la víctima estaba
     fría e inerte...
y una lágrima amarga
     por mi mejilla
rodó, cuando vi muerta
     la tortolilla.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Desde entonces no quiero
     que un inocente
de alguna injusta muerte
     se me lamente,
y diga con sus ojos
     casi nublados
que deja sus hijuelos
     abandonados.
 
   Y en vez de estar cazando
     la tarde entera
junto a la cristalina
     Fuente Vaquera,
voy a ver cómo en ella
     cantan amores
tórtolas, colorines
     y ruiseñores,
y cómo de aquel monte
     sobre las lomas
arrullan solitarias
     blancas palomas.
 
San Saturnino, julio de 1889

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