- I - |
|
La mano de un caballero, |
|
de un caballero mundano, |
|
cortó una orquídea preciada, |
|
que en el tibio invernadero |
|
del gran parque cortesano |
|
creció cual niña mimada. |
|
|
|
Y la llevó a los salones |
|
donde, entre danzas y gritos, |
|
la fiesta mundana hervía |
|
con todas las tentaciones |
|
y todos los apetitos |
|
que Satanás encendía. |
|
|
|
«¡A la reina del placer!», |
|
dijo el gentil caballero, |
|
y ufano la flor le dio |
|
a una elegante mujer |
|
que con talante altanero |
|
sobre el seno la prendió. |
|
|
|
La ardiente atmósfera henchían |
|
brillantes luces que herían |
|
y aromas embriagadores, |
|
y pláticas seductoras, |
|
y cascadas de colores, |
|
y músicas tentadoras... |
|
|
|
Y aquella flor delicada |
|
sólo por brisas mecida |
|
que ella de aroma empapó, |
|
ahora danzaba asfixiada |
|
por la atmósfera encendida |
|
que su perfume sorbió. |
|
|
|
Su muerte, ¡qué triste fue! |
|
Ciega de rabia y despecho |
|
por celos de no sé qué, |
|
su altiva dueña, irritada, |
|
se la arrancó de su pecho |
|
y al suelo arrojóla airada. |
|
|
|
Y dos o tres caballeros |
|
distraídos y altaneros |
|
que platicando pasaron, |
|
con sus pies la mancillaron, |
|
y se alejaron ligeros |
|
¡y muerta allí la dejaron! |
|
- II - |
|
La mano de un caballero, |
|
de un caballero cristiano, |
|
cortó en el huerto una rosa |
|
y al templo fuese ligero, |
|
llevando alegre en la mano |
|
la flor fragante y hermosa. |
|
|
|
«¡A la Reina de los cielos!», |
|
dijo el hidalgo cristiano, |
|
dechado de fe sencilla; |
|
y ardiendo en santos anhelos, |
|
la puso a los pies, ufano, |
|
de la Reina sin mancilla. |
|
|
|
El tibio ambiente llenaban |
|
efluvios que a campo olían, |
|
cantos que de amor hablaban, |
|
suspiros que el aire hendían, |
|
bendiciones que bajaban |
|
y plegarias que subían... |
|
|
|
Y la flor encantadora |
|
que el ambiente transparente |
|
del huerto esenciara tanto, |
|
de esencia llenaba ahora |
|
otro purísimo ambiente |
|
que, a más de puro, era santo. |
|
|
|
Su muerte, ¡qué deliciosa! |
|
de humo de incienso un jirón |
|
llevó a la mansión gloriosa |
|
el rumor de una canción |
|
con la última exhalación |
|
el perfume de la rosa. |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
Caballero distraído |
|
que trasplantar tu hija quieres |
|
del jardín de tus amores, |
|
no des jamás al olvido |
|
que es como el de las mujeres |
|
el destino de las flores. |
|
El monte era feraz, hermoso y grande; |
|
la casa, alegre y blanca; |
|
la gente, vividora; |
|
sanos los cuerpos, vírgenes las almas, |
|
cadencioso el vivir, sereno el tiempo, |
|
honda la paz y la existencia larga. |
|
El mejor de los mundos se veía |
|
desde las puertas de la alegre casa |
|
y el pedazo más puro de los cielos |
|
sobre el dulce rincón se dilataba. |
|
¡Quién el alma de un ángel, |
|
quién me diera un pincel, quién unas alas |
|
para del cielo en el divino lienzo |
|
pintar el campo que debajo estaba, |
|
que hay pedazos del mundo que podrían |
|
servir al cielo de divina entrada! |
|
¡Qué hermosa, qué tranquila |
|
la alquería feliz de Casablanca! |
|
No quiso Dios que con salvajes gritos |
|
los mares la arrullaran, |
|
ni que aquellas riberas del silencio |
|
lamiesen bravas aguas; |
|
que es la lengua del mar lengua de fiera |
|
que lame torva, al domador las plantas; |
|
que el arrullo del mar es resoplido |
|
de león que descansa |
|
y de allí donde Dios vierte quietudes |
|
aleja las borrascas, |
|
porque ellas siempre nublarán los cielos, |
|
y enturbiarán las aguas, |
|
y troncharán las flores, |
|
y afligirán las almas. |
|
Ni puso en la alquería |
|
las tremendas grandezas soberanas |
|
de las cerradas tenebrosas selvas, |
|
los tajos sin hondón de las montañas, |
|
los ríos caudalosos de aguas turbias; |
|
las monstruosas cordilleras pardas, |
|
la muerte gris de los desiertos grandes, |
|
la vida sorda de las sierras bravas. |
|
¡Señor, cuán otra hiciste |
|
la alquería feliz de Casablanca! |
|
¿Para qué más arrullos que el suave |
|
del aire aquel que por los montes pasa, |
|
o del ronco pichón enamorado |
|
con un amor que su pechuelo inflama?... |
|
¿Y cuáles como aquellas |
|
frescas y puras, saludables aguas |
|
del manso regatuelo |
|
que cruza la pradera solitaria |
|
con música de paz, ritmo asonante |
|
que parece celeste canto de almas? |
|
¿Y qué mayor grandeza |
|
que la que humildes guardan |
|
una del soto madreselva virgen |
|
o una del prado margarita blanca, |
|
una canción de pájaro en amores, |
|
un germen microscópico que estalla...? |
|
¡Qué feliz es la vida de los buenos, |
|
y viviéndola allí, cuán sosegada! |
|
El tiempo venidero se aproxima |
|
cantando la canción de la esperanza |
|
y recita al pasar sobre nosotros |
|
el himno lleno de la vida honrada... |
|
¡Qué bello es el ayer que atrás murmura |
|
sólo memorias gratas! |
|
¡Qué sabroso es el hoy en Dios vivido, |
|
y qué consolador es el mañana!... |
- I - |
|
Vieja España, gloriosa madre santa, |
|
¿para qué requerir tu hermosa historia, |
|
si hasta el hijo más rudo que hoy te canta |
|
la conserva esculpida en su memoria? |
|
¿Y cómo tanta gloria |
|
cómo grandeza tanta, |
|
sin profanarlas celebrar podría |
|
la voz de mi garganta |
|
y el sordo acento de la lira mía? |
|
|
|
La madre de los grandes heroísmos, |
|
la que descubre los ignotos mundos |
|
que el Señor escondió tras los abismos |
|
de los mares profundos; |
|
la que de aquellos mundo ignorados |
|
fue con Dios cual segunda creadora, |
|
y, dándoles después con sangre escrita |
|
la ejecutoria de su fe bendita, |
|
fue con Cristo segunda redentora... |
|
|
|
La que al ver profanado |
|
por razas delirantes de ambiciones |
|
este viejo solar inmaculado, |
|
pujantes engendró generaciones |
|
de hijos como leones, |
|
y siete siglos de guerrero empeño |
|
costóle una victoria, |
|
que esculpió en las entrañas de la Historia |
|
una epopeya que parece un sueño; |
|
la que a la mar bajo la cruz se hiciera |
|
cuando la armada muchedumbre fiera |
|
de la barbarie y la impiedad rugiendo, |
|
fuerte sintióse y avanzó guerrera |
|
las turbias olas de la mar hendiendo, |
|
y en lucha horrible, admiración y espanto |
|
del amagado mundo estremecido, |
|
le dio la sepultura del vencido |
|
en las aguas sagradas de Lepanto; |
|
la noble madre que engendró admirables |
|
legiones incontables |
|
de reyes, caballeros, |
|
sabios gobernadores, |
|
intrépidos guerreros, |
|
santísimos varones que han poblado |
|
los altares divinos, |
|
portentosos ingenios peregrinos |
|
que la vida inmortal nos han robado...; |
|
la nación que tuviera |
|
del mundo en el rincón más apartado |
|
sobre cada ciudad una bandera; |
|
la que a la Historia hiciera |
|
grabar en cada página una hazaña, |
|
la que ayer soberana y grande era, |
|
la que ahora está caída..., ¡esa es España! |
|
- II - |
|
¿Qué dolientes gemidos |
|
llegan a mis oídos? |
|
Varón inconsolable, ¿por qué lloras? |
|
¿Lloras, dí, porque el hado, |
|
porque los vientos de contraria suerte |
|
trajeron a la Patria a tal estado? |
|
Pues el hijo amoroso, el hijo fuerte, |
|
que a la madre adorable ve caída, |
|
no con gemido vano |
|
la contemple afrentada y dolorida: |
|
¡tiéndale pronto la robusta mano |
|
y derrámele bálsamo en la herida! |
|
|
|
Tú puedes, ciudadano, |
|
prestarle nueva vigorosa vida, |
|
si esas míseras lágrimas que viertes |
|
en gotas de sudor, cual yo, conviertes |
|
por la doliente Patria empobrecida. |
|
|
|
¿No la ves otra vez ir resurgiendo |
|
del fondo del abismo, |
|
donde la hundiera el trepidar horrendo, |
|
del fiero cataclismo? |
|
¡Arriba el corazón! ¡Lucha y espera! |
|
Mira cuál su recinto van poblando, |
|
de frontera a frontera, |
|
formidables ejércitos izando |
|
la gloriosa bandera. |
|
Mira cómo a sus mares |
|
las gentes de sus puertos van lanzando, |
|
repletos de pertrechos militares, |
|
monstruos de guerra henchidos |
|
de innúmeros soldados aguerridos, |
|
gigantescos castillos animados, |
|
donde cada guerrero es una roca, |
|
cada mástil cien fuertes almenados, |
|
y el cráter de un volcán cada ancha boca |
|
de sus férreos costados... |
|
|
|
Mira qué apresuradas, |
|
qué llenas de vitales energías |
|
las naves de la paz, abarrotadas |
|
de ricas mercancías, |
|
navegan por estelas no borradas. |
|
|
|
¿No ves flotar debajo |
|
del ancho cielo puro |
|
de ciudades, de pueblos y de aldeas, |
|
el hálito solemne del trabajo, |
|
que surge denso, nublador y oscuro, |
|
de bosques de gallardas chimeneas? |
|
Escucha el vigoroso |
|
robusto trepidar de los talleres; |
|
mira a Mercurio rico y laborioso |
|
moviendo las ciudades afanoso; |
|
mira en el campo, coronada, a Ceres. |
|
|
|
¿No ves cómo la sierra |
|
van los hombres a palmo conquistando? |
|
¿Cómo le van robando |
|
mantas de abrojos, túrdigas de tierra, |
|
y en ella escalonando |
|
por sabias sucesivas regulares |
|
precoces huertecillos siempre frescos, |
|
azules olivares, |
|
fructíferos viñedos pintorescos |
|
y pomposos oscuros castañares? |
|
Mira cómo coronan las alturas |
|
de los antes escuetos horizontes, |
|
grandes masas oscuras |
|
de hoscos, feraces y apretados montes. |
|
Mira cómo aprisionan en sus vías |
|
aquel río que riega |
|
por miles de minúsculas sangrías |
|
lo que era estéril arenosa vega...; |
|
mira cómo descansa |
|
y un momento parece que dormita |
|
delante de la presa en que remansa, |
|
y cómo desde allí se precipita, |
|
moviendo con su fuerza prodigiosa |
|
los miembros de la vida laboriosa, |
|
molinos y lagares, |
|
batanes y telares, |
|
y fábricas de luz maravillosa...; |
|
cuenta, cuenta, si puedes, los millares |
|
de hijos que la enriquecen |
|
del rudor trabajar con las conquistas; |
|
mira cómo la ilustran y embellecen |
|
sus legiones de sabios y de artistas, |
|
y cómo sus valientes capitanes, |
|
émulos de las glorias |
|
de Pelayos, Rodrigos y Guzmanes, |
|
van logrando que en tierras extranjeras, |
|
al vernos bravos sacudir la muerte, |
|
saluden con respeto las banderas |
|
del pueblo del honor, otra vez fuerte. |
|
|
|
¿Dices que sueño? ¡Y mientras tenga vida |
|
soñando seguiré mi hermoso empeño! |
|
Pues di, pobre suicida: |
|
la historia de esta Patria, hoy afligida, |
|
¿No te parece, por sublime, un sueño? |
|
Si no quieres traer a la memoria |
|
las viejas epopeyas de esa historia, |
|
deja que duerman en el tiempo hundidas |
|
el sueño de la gloria; |
|
pero dile a tu padre que te cuente |
|
cosas vistas y oídas |
|
en su plácida edad de adolescente. |
|
|
|
¿Tú no sabes que ayer atravesaron |
|
las sagradas fronteras |
|
y el solar del honor locas hollaron |
|
enemigas legiones extranjeras? |
|
|
|
¡Oh, qué lucha tan épica! ¡Oh qué brava! |
|
Y el padre de tu padre, ¡qué valiente!, |
|
qué delirante de furor luchaba, |
|
cual todos sus hermanos, |
|
descubierta la frente a los tiranos, |
|
los pechos sin escudos, |
|
sin armas casi en las honradas manos; |
|
¡los leones también luchan desnudos! |
|
|
|
Escarba el patrio suelo dondequiera, |
|
y verás que es inmensa tumba fría |
|
de la gente extranjera, |
|
que ciega osara profanarle un día. |
|
|
|
¿Y dudas todavía |
|
del honor español? ¡Desventurado! |
|
¿Ignoras que la España que ha llenado |
|
con Sagunto y Numancia |
|
la historia de pretéritas edades, |
|
cuyo recuerdo engríe y alboroza, |
|
es la misma que hoy cuenta con ciudades |
|
que se llaman Gerona y Zaragoza? |
|
|
|
¡Zaragoza y Gerona!... ¿No palpita |
|
tu corazón a la esperanza abierto? |
|
Si el frío no te agita |
|
de lo sublime, ¡oh desdichado!, has muerto. |
|
|
|
¿Por ventura en la Patria no has nacido |
|
donde siempre luchando se ha vivido |
|
y en el puesto de honor de los deberes |
|
los hombres a cejar no han aprendido, |
|
ni a llorar las mujeres? |
|
|
|
¿Y ante tanta patriótica nobleza, |
|
no te sientes de orgullo estremecido, |
|
ni aspiras del martirio a la grandeza? |
|
¿Y al suelo inclinas la cobarde frente? |
|
¿Y aún la duda te mueve la cabeza? |
|
¿Y sigues pusilánime, impotente, |
|
llorando todavía? |
|
¡Tú no eres hijo de la Patria mía! |
|
Pues, señor, el otro día |
|
vino un tío a visitarme |
|
y sigue con la manía |
|
de venir a marearme. |
|
|
|
Con su charla singular |
|
la sangre misma me enciende; |
|
charla y charla sin cesar, |
|
¡pero cualquiera lo entiende!... |
|
|
|
Tiene él un prado inmediato |
|
a una linda huerta mía, |
|
y ayer fui a su casa un rato |
|
a ver si me lo vendía. |
|
|
|
«Tío Fabián, vamos a ver |
|
-le dije con claridad-: |
|
¿usted me quiere vender |
|
el prado de la hermandad?» |
|
|
|
«Si lo vende, hago una puerta |
|
para mi huerta lindante, |
|
mas si usted quiere mi huerta, |
|
yo se la vendo al instante.» |
|
|
|
El tío Fabián sonrió, |
|
con aire ufano y sencillo; |
|
después tosió, se rascó |
|
y escupió por el colmillo. |
|
|
|
Y echando al fuego unos palos, |
|
me contestó el tío Fabián: |
|
«que los tiempos andan malos...; |
|
que patatín..., que patatán...». |
|
|
|
«Deje esa palabrería |
|
y piense bien la cuestión: |
|
¿quiere usted la huerta mía? |
|
La vendo sin dilación. |
|
|
|
«Las dos fincas valen poco, |
|
más pudiéndolas juntar, |
|
resulta, o yo me equivoco, |
|
una finca regular.» |
|
|
|
Y con palabra calmosa |
|
el tío Fabián se resuelve |
|
a decir: «Que esa es la cosa, |
|
que torna..., que vuelve...» |
|
|
|
«Dígame usted sin rodeos |
|
cuáles son sus intenciones |
|
y cuáles son sus deseos, |
|
proyectos y aspiraciones. |
|
|
|
«Claridad pretendo yo |
|
y usted en divagar se empeña; |
|
¡pero dígame sí o no |
|
como Cristo nos enseña?» |
|
|
|
Y el tío Fabián sin piedad, |
|
de mis casillas me saca |
|
diciendo que es la verdad..., |
|
«que torna..., que daca...» |
|
|
|
«¡Ay tío Fabián, concretemos, |
|
y entendámonos, por Dios, |
|
o locos nos volveremos |
|
de esta manera los dos!» |
|
|
|
«En forma clara y abierta |
|
la cuestión le he planteado: |
|
o me vende usted el prado |
|
o me compra usted la huerta.» |
|
|
|
«Y si nada ha de querer, |
|
dígame sin vacilar |
|
que no quiere usted vender |
|
y no quiere usted comprar.» |
|
|
|
Pues tras estos alegatos |
|
diciéndome el hombre sale, |
|
que donde hay hombres, hay tratos..., |
|
«que tumba... que dale». |
|
|
|
«Si eso está bien, tío Fabián; |
|
mas es charlar tontamente, |
|
y yo no sé a qué ese afán |
|
de salir por la tangente. |
|
|
|
«Yo me traigo mis cuartitos |
|
si es que el prado he de comprar, |
|
y nombrando dos peritos |
|
que lo vayan a tasar.» |
|
|
|
Pero el tío Fabián me ataja |
|
diciendo con gran trabajo |
|
que su prado es una alhaja..., |
|
«que arriba... que abajo...». |
|
|
|
«Yo pagaré lo que valga |
|
si el prado tan bueno es; |
|
pero, por Dios, no me salga |
|
con otra tecla después. |
|
|
|
«Eso del valor del prado |
|
los peritos lo dirán |
|
y es asunto terminado; |
|
¿comprende usted, tío Fabián?» |
|
|
|
Y el tío Fabián no comprende |
|
y dice que velaí... |
|
que la gente así se entiende... |
|
«que por aquí... que por allí...». |
|
|
|
«¡Cuidado que es pesadez!; |
|
tío Fabián, tengo que irme; |
|
dígame usted de una vez |
|
lo que tenga que decirme. |
|
|
|
«Usted está en las Batuecas, |
|
pero a ver si ahora me entiende; |
|
contésteme usted a secas: |
|
¿vende el prado o no lo vende?» |
|
|
|
Y contesta el muy pesado |
|
que hogaño ha criao en el prado |
|
la miaja e ganao y el potro..., |
|
«que por este lado..., que por el otro...» |
|
|
|
Pero ¿usted no puede hablar |
|
de forma más apropiada? |
|
¡si eso es charlar por charlar, |
|
y charlar sin decir nada!... |
|
|
|
«No hay más tiempo que perder: |
|
el prado lo compro yo. |
|
¿Me lo quiere usted vender? |
|
¿Qué dice usted: sí o no?» |
|
|
|
Y el hombre dice que el prao |
|
se lo compró él a un sobrino...; |
|
que fue medio regalao..., |
|
que si fue..., que si vino...» |
|
|
|
«Tío Fabián, me voy a ir, |
|
y perdone si le ofendo, |
|
pero no puedo sufrir |
|
esa charla que no entiendo.» |
|
|
|
«Quedamos en eso, ¿eh? |
|
¿Me venderá usted el prado? |
|
¿No es eso? |
|
¿Qué dice usted?» |
|
|
|
Y al verse el hombre acosado, |
|
me dice con mucha flema |
|
que se lo dirá a la tía... |
|
y que esa es la su sistema..., |
|
«que ya vería..., que ya vería...» |
|
El sol que nos alumbra ya es muy viejo. |
|
Las primeras auroras |
|
que pintó su purísimo reflejo |
|
fueron del tiempo las primeras horas, |
|
del universo el inicial bosquejo. |
|
|
|
En el centro del mundo planetario, |
|
uno en sus leyes y en grandeza vario, |
|
la Eterna Voluntad que lo creara |
|
encendió la del sol rica lumbrera |
|
y le dijo a su fuego que radiara, |
|
y le dijo a su luz que presidiera. |
|
|
|
¡Soberano nació! Su vasto imperio |
|
las fronteras hundía |
|
más allá de la ignota lejanía |
|
que toca las riberas del misterio. |
|
|
|
El ámbito vacío, |
|
que abismo fuera de negrura y frío, |
|
brillaba, rutilante, |
|
sus senos al sentir de vida llenos, |
|
desde que aquella atravesó sus senos |
|
luz meridiana que vibró radiante. |
|
|
|
Mundo sin luz en derredor girando |
|
del mundo de la luz lo circuían, |
|
y en su luz se bañaban, volteando, |
|
y el calor del vivir en él bebían. |
|
|
|
Y en esta tierra que ayer llamé gigante, |
|
y hoy un ruin átomo errante, |
|
ayer edén riente, |
|
y hoy pobre cárcel de la humana gente, |
|
también por las de Dios leyes secretas |
|
reducida a perpetua servidumbre, |
|
rodó con el cortejo de planetas |
|
en derredor de la encendida lumbre. |
|
|
|
Rey era el sol de inmenso poderío, |
|
y los mundos que pueblan el vacío |
|
le siguieron, humildes servidores... |
|
¿Y quién iba a robarle el señorío |
|
que le diera el Señor de los señores? |
|
|
|
¡Humanas criaturas! |
|
Si en el silencio de las noches puras |
|
visteis el cielo atravesar ligeras, |
|
rasgando sus negruras, |
|
y vuestros ojos con su luz cegando, |
|
estrellas de encendidas cabelleras |
|
que torrentes de luz van arrastrando... |
|
|
|
Globos incandescentes, |
|
que llevan en sus nimbos y en sus senos |
|
fulgores de relámpagos ardientes |
|
y estrépitos de truenos... |
|
|
|
Puntos de luz ignotos |
|
que el cielo rayan con violácea estela |
|
cuando hienden los ámbitos remotos |
|
por donde solo el pensamiento vuela... |
|
|
|
Bengalas siderales |
|
que parodian del sol los resplandores, |
|
bellísimas auroras boreales |
|
que los cielos inundan de colores... |
|
|
|
¡No os deslumbréis, humanas criaturas! |
|
¡No las estelas persigáis impuras |
|
de fantasmas que pasan velozmente |
|
sin órbitas seguras!... |
|
|
|
Que no son ellos pedestal ingente |
|
de los muchos que pueblan las alturas, |
|
que no son ellos de la luz la fuente, |
|
que no son fuego incubador de vida, |
|
ni naves son con salvador oriente |
|
y hospitalaria playa conocida... |
|
|
|
¡Son efímeros mundos sin cimiento, |
|
fuegos fatuos que abrasan, |
|
fulgores que deslumbran un momento, |
|
visiones brillantísimas que pasan!... |
|
|
|
El rey del firmamento, |
|
el que perenne en los espacios arde, |
|
es aquel que esta tarde, |
|
tras una apoteosis de oro y grana, |
|
se fue por el Poniente... |
|
¡El mismo que mañana |
|
veréis venir por el dorado Oriente!... |
|
|
|
Nuestro sol del saber también es viejo. |
|
Dios lo puso en el cielo de la vida, |
|
y alumbró su vivísimo reflejo |
|
la del saber región oscurecida. |
|
|
|
Su luz bañó la hondura |
|
de los grandes abismos de la ciencia, |
|
y supimos, Señor, a cuánta altura |
|
deja volar la rica inteligencia, |
|
de una por ti vidente criatura. |
|
|
|
Del mundo del saber las secundarias |
|
brillantes luminarias |
|
por él fecundas y brillantes fueron, |
|
que todas en su torno se agruparon |
|
y fecundo calor en él tomaron |
|
y luz radiante de su luz bebieron. |
|
Iluminado por aquella hoguera, |
|
el cielo del saber ¡qué bello era! |
|
|
|
Grande y majestuoso, |
|
giraba en concertado movimiento |
|
en derredor del foco luminoso, |
|
que subía, subía... |
|
|
|
Y en alas de la gran sabiduría |
|
lo llevaba orientado hacia el tesoro |
|
por órbitas de luz, del bien emblema, |
|
para ponerlo ante las puertas de oro |
|
de la Verdad Suprema... |
|
|
|
¡Humanas criaturas! |
|
Si en las noches del mundo, tan oscuras, |
|
vierais errar veloces y encendidas, |
|
sin órbitas seguras, |
|
locas inteligencias atrevidas, |
|
exhalaciones de la luz impuras |
|
que el cielo del saber cruzan perdidas, |
|
¡no os deslumbréis ante esas luminarias |
|
dislocadas, efímeras, precarias...; |
|
no admiréis la mentira sorprendente |
|
de sus pobres grandezas ilusorias, |
|
ni sigáis con la mente |
|
sus excéntricas locas trayectorias!... |
|
|
|
Son vagos desvaríos, |
|
visiones que en el tiempo se disuelven, |
|
míseros extravíos, |
|
fuegos que pasan y a lucir no vuelven... |
|
|
|
El magnífico, el sólido, el ingente |
|
sol de sabiduría, |
|
cuya luz, cuyo fuego incandescente |
|
ni el mal enturbiará ni el tiempo enfría... |
|
|
|
La cúspide, la fábrica, el asiento |
|
del mundo del humano pensamiento, |
|
el de la ciencia faro peregrino, |
|
el astro diamantino |
|
que rueda con solemne movimiento |
|
en derechura al eternal destino, |
|
es el mismo de ayer. ¡Tomás de Aquino! |
|
¿Dónde a rodar nos llevará mañana |
|
esta fuerza invisible del destino |
|
que en el desierto de la vida humana |
|
señalándonos va nuestro camino? |
|
|
|
¿Dónde estará esperándome el pedazo |
|
de tierra, para mí desconocida, |
|
donde termine el misterioso plazo |
|
que haya Dios puesto en mi tranquila vida? |
|
|
|
¿Dónde el lugar incógnito y sombrío, |
|
triste rincón que para mí será |
|
lecho de muerte, solitario y frío, |
|
donde mi cuerpo a descansar irá? |
|
|
|
¿Quién podrá asegurarnos que mañana |
|
no puede separarnos el destino, |
|
con esa misma fuerza sobrehumana |
|
con que ayer nos lanzó por un camino? |
|
|
|
Para ese triste e inesperado día |
|
dejo escrita esta página sincera |
|
que un capricho tal vez del alma mía |
|
para ti me mandó que la escribiera. |
|
|
|
En sentido y cariñoso aviso, |
|
una cita ideal que darte intento, |
|
un capricho pueril que de improviso |
|
me ha venido a asaltar el pensamiento. |
|
|
|
¿Por qué negarlo si lo estoy sintiendo? |
|
¿Por qué ocultarlo si al hablarte así |
|
alguien parece que me está diciendo |
|
que tú también te olvidarás de mí? |
|
|
|
Bien sé yo que en el mundo donde vivo |
|
se ríen de estas íntimas ternuras, |
|
que el instinto grosero y positivo |
|
seguramente llamará locuras. |
|
|
|
¿Qué grandezas va a haber, ni qué ideales |
|
en un mundo grosero y sin decoro, |
|
hambriento de apetitos materiales |
|
y sediento de goces y de oro? |
|
|
|
¿Quién va a hablar de sus íntimos pensares |
|
en este mundo escéptico y grosero, |
|
que hasta a Dios arrojó de los altares |
|
para poner en ellos el dinero? |
|
|
|
¡El oro es el que reina, sólo el oro! |
|
El amor, la virtud más noble y alta, |
|
la amistad, el honor, la fe, el decoro, |
|
¿valen dinero? No. ¡Pues no hacen falta! |
|
|
|
Por dondequiera que se mire el mundo, |
|
¡el mismo tono gris, triste y sombrío! |
|
¡El mismo aspecto de desdén profundo! |
|
¡El mismo ambiente de egoísmo frío!... |
|
|
|
En esta sociedad frívola y necia, |
|
es un hombre ridículo y extraño |
|
el que ve el interés y lo desprecia |
|
cuando viene de manos del engaño. |
|
|
|
¿Quién que un soplo de fe tenga en el alma |
|
y un resto de pudor en la conciencia |
|
puede ir viviendo con serena calma |
|
entre esta criminal indiferencia? |
|
|
|
¡Yo vivo solo! Y aunque el alma siento |
|
que se asfixia en el aire que respiras, |
|
aparento vivir en mi elemento |
|
en medio de esta universal mentira. |
|
|
|
Por ese mar de corazones fríos |
|
voy bogando con fe y sin desalientos, |
|
entregado al cariño de los míos |
|
y embargado en mis propios pensamientos. |
|
|
|
Perdóname si distraídamente |
|
dejé correr la pluma demasiado. |
|
¡Ha sido un desahogo conveniente |
|
de que muy raras veces he gozado! |
|
|
|
¿Verdad que siempre, cuando tú seas hombre |
|
aunque te veas de mi lado lejos, |
|
te acordarás siquiera de mi nombre, |
|
que escrito dejo aquí con mis consejos? |
|
|
|
¡Dios te lo premiará si así lo hicieres, |
|
y yo jamás tu nombre borraré |
|
de la lista querida de los seres |
|
que más he amado, y amo, y amaré. |
|
Cuando pueda arrancar de los infiernos |
|
legiones de cariátides humanas; |
|
cuando pueda traer de los edenes |
|
almas de luz con luz apacentadas; |
|
cuando sepa sondear el de los réprobos |
|
infame corazón, lleno de llagas; |
|
cuando sepa sentir el de los ángeles |
|
sentir divino de purezas diáfanas... |
|
|
|
Cuando aprenda un idioma no creado |
|
para la grey humana, |
|
que tiene, para hablar, artificiosos |
|
idiomas de paupérrimas palabras, |
|
y no percibe músicas mejores |
|
que el resbalar de las corrientes aguas, |
|
el rebullir de mañaneras brisas, |
|
el arrullar de las palomas cándidas, |
|
y el dulce son de los canoros pájaros, |
|
y el hojear de la alameda gárrula, |
|
ni músicas más hórridas describe |
|
que el fiero aullido de la loba escuálida, |
|
la carcajada del siniestro cárabo, |
|
los alaridos de la hiena flaca, |
|
el silbo horrible de falaz serpiente |
|
y el grito ronco de feroz borrasca... |
|
|
|
Cuando aprenda a vibrar todos los rayos |
|
de la tremenda maldición que mata |
|
los gérmenes maléficos |
|
que anidan en las llagas, |
|
y a dar aprenda en bendiciones puras |
|
del alto Edén anticipadas ráfagas, |
|
¡entonces te diré, curioso amigo, |
|
lo que son las mujeres!... |
|
|
|
¡Qué!... ¿Te extrañas? |
|
Decir que son demonios, |
|
que son flores con alma, |
|
que son blancos arcángeles... |
|
me parece decir cosas muy pálidas. |
|
Y si en decires del humano idioma |
|
yo pretendiera bosquejar sus almas, |
|
tal voz oyeras con atento oído |
|
rumor de abismos y batir de alas; |
|
pero la vida de los dos es corta |
|
para que yo, con ruidos de palabras, |
|
cantar pudiese el colosal poema, |
|
maridaje de luz y sombras trágicas, |
|
y tú sentirlo en sus negruras hondas, |
|
y tú sentirlo en sus altezas diáfanas. |
|
|
|
Mientras aprendo a contestar, ¡oh amigo!, |
|
tu pregunta abismática, |
|
sigue a la letra mi consejo sano, |
|
regla prudente de conducta sabia; |
|
golpear en la puerta del misterio |
|
es brega estéril de curiosas almas; |
|
cierra los ojos para ver más claro, |
|
vuela y no escarbes, sintetiza y ama, |
|
y canta a la mujer cuando la veas |
|
en el trono de reina de su casa, |
|
o ante la cuna acariciando al hijo, |
|
o ante el sepulcro derramando lágrimas, |
|
o en las sombras de un claustro recluida, |
|
o esperando al esposo desvelada, |
|
o en el templo cantándole a la Virgen |
|
dudas, temores, inquietudes, ansias... |
|
|
|
¡Cántala dondequiera que la veas, |
|
ángel o mártir, heroína o santa! |
|
Y si tienes un día |
|
la pena de encontrarla |
|
caída en los infames pudrideros |
|
donde a los suyos el infierno enfanga, |
|
y no puedes hacer el bien supremo |
|
de redimir un alma... |
|
en vez de una canción fustigadora, |
|
dedícale en silencio un plegaria... |
|
|
|
Mejor que ver la llaga al microscopio |
|
es cubrirla de bálsamo y curarla. |