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El artículo de costumbres o «Satyra quae ridendo corrigit mores»

Enrique Rubio Cremades





La primera mitad del siglo XIX puede considerarse como uno de los períodos más fecundos desde el punto de vista literario. Si nos atenemos al artículo de costumbres, al periodismo de la referida época, observamos que por primera vez sus autores figuran por derecho propio en los anales de la literatura española. Larra, por ejemplo, inicia el camino capaz de crear escuela y servir de modelo a las futuras generaciones. El artículo de costumbres fue, tal vez, el único género literario capaz de aunar y agrupar no sólo a escritores de distinto signo o escuela literaria, sino también a autores adscritos a géneros específicos y concretos. A los ya clásicos nombres de Mesonero Romanos, Larra y Estébanez Calderón, cabría añadir dramaturgos, poetas, novelistas o historiadores que hicieron también acto de presencia tanto en la primera colección costumbrista española1 como en las colecciones de la segunda mitad del siglo XIX2.

No es extraño, pues, que dramaturgos de indudable filiación romántica como Hartzenbusch3, García Gutiérrez4, Duque de Rivas5, Zorrilla6 etc., colaboren en Los españoles pintados por sí mismos o en las publicaciones periódicas más significativas del momento, como en El Semanario Pintoresco Español7, El Panorama8, El Laberinto9, El Museo de las Familias10... El lema horaciano que da título al presente trabajo es sólo un rasgo de los múltiples conceptos que rodean al artículo de costumbres. Existen aspectos ampliamente debatidos por la crítica, desde la misma definición del género costumbrista y desarrollo del mismo hasta su influencia positiva o negativa en la gran novela de la segunda mitad del siglo XIX11. El punto de partida al cual hacemos referencia nada tiene que ver con estos temas ampliamente debatidos por la crítica, sino al concepto de satira quae ridendo corrigit mores puesta en práctica pollos maestros del género y continuada por generaciones posteriores. El estudio se centra por ello en el peculiar costumbrismo de Larra, Mesonero Romanos y en la extensa y amplia nómina de escritores que figuran en las colecciones decimonónicas, desde Los españoles pintados por sí mismos hasta Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas12.

Es obvio que este concepto de sátira no se da con la misma intensidad entre los escritores costumbristas, pues predominan en ellos actitudes o rasgos de fácil identificación, como, por ejemplo, su profunda xenofobia, la nostalgia, la reforma teatral, su patriotismo y peculiar talante en el enjuiciamiento de los problemas que aquejan a España... Rasgos que configuran el perfil literario del escritor costumbrista. Ante las abrumadoras notas de seriedad, dolor o pesimismo que se deslizan entre las páginas costumbristas surge una sátira burlona no exenta de comicidad que pretende corregir los desmanes y defectos que aquejan a esa misma sociedad. Sátira que no irá dirigida a una persona concreta, sino a tipos genéricos representativos. El artículo nunca será utilizado como instrumento de venganza, ni siquiera en el costumbrismo satírico de Larra, autor que pondrá en práctica en la mayoría de sus escritos un humor triste y amargo. El mismo Fígaro en su definición en torno al género afirmará cuál es su propósito: «Reírnos de las ridiculeces: esta es nuestra divisa; ser leídos: este es nuestro objeto; decir la verdad: este es nuestro medio»13. El humor subyace a lo largo de la centuria decimonónica, aunque los tiempos no sean halagüeños ni aptos para demostrar una cierta hilaridad o humor, como en la colección Madrid por dentro y por fuera en donde se emite la siguiente interrogante: «Quién puede conservar el humor en tiempos como los actuales, en los que no se gana para sustos ni para sorpresas?».14

Suele ser frecuente entre los escritores costumbristas iniciar el artículo con la presentación del tipo visto desde una perspectiva humorística o, en ocasiones, descrito con iguales tonalidades una vez iniciada la redacción del propio artículo. En Los españoles pintados por sí mismos observamos cómo este rasgo aparece con cierta insistencia. Antonio Gil de Zarate definirá al cesante como «animal bípedo, bastante parecido al hombre, y que participa mucho de la naturaleza del camaleón; como éste vive en gran parte del aire, y merced a su forma exterior, se pasea entre los humanos, con los cuales alterna las más veces a guisa de sombra o espectro, que a tal suele reducirle el leve elemento de que se mantiene»15. Los tipos, oficios y peculiares comportamientos de todo el rico mosaico costumbrista inserto en Los españoles pintados por sí mismos, presentan este singular gracejo como en el artículo El sacristán, «eslabón o punto de contacto que une el estado eclesiástico al seglar, y lo sagrado con lo profano; así como el orangután es el intermedio del cuadrúpedo al bípedo desplumado, vera-efigies de un español, como si dijéramos el gallo de morón sin plumas y cacareando»16. El clérigo de misa y olla será para Fermín Caballero un presbítero sin carrera, un clérigo en bruto, un capellán que no sabe absolutamente nada, «un cura de los de su misa y su D.ª Luisa, un clérigo echado en casa, un curalienzos, un cantacredos, un saltatumbas, un clerizonte, en fin, por su vestimenta y modales, y un alquitivi, para servir mejor para alquilón de pasos que para preste de procesiones»17. La sonrisa asoma en los labios del lector con total espontaneidad al conocer la función de estos personajes desde la perspectiva o tonalidades humorísticas. Los artículos insertos en Los españoles pintados por sí mismos, como La patrona de huéspedes, El ama de cura, La nodriza, La coqueta, La santurrona, El choricero, El estudiante, El elegante, El hospedador de provincias, etc., se ajustan al ya citado lema horaciano, pues gracias a la presentación del lado cómico de sus protagonistas el autor ridiculiza y satiriza los comportamientos de todos estos tipos. El retrato actúa de esta forma como antesala del posterior comportamiento del tipo, satirizándose no sólo su actitud, sino también el aspecto grotesco o ridículo del protagonista del cuadro. En este sentido se puede afirmar que la totalidad de los escritores costumbristas pone en práctica esta modalidad, siendo precisamente los maestros del género -Mesonero Romanos, Larra y Estébanez Calderón- quienes mayor empeño pongan en la empresa. Estébanez Calderón, por ejemplo, ofrecerá el lado cómico de aquellos contendientes -Pulpete y Balbeja- dispuestos a sufrir singulares cuchilladas por el amor de una mujer. En Don Opando, o unas elecciones el mismo Estébanez Calderón ridiculiza el sistema electoral del momento a través de su protagonista, D. Opando, «hombre viudo de un ojo, menguadísimo de pelo, profluente de narices, fertilísimo de orejas, muy arrojado de juanetes, hendidísimo de jeta y desgarradísimo por extremo del agujero oral»18. La deformación y tonos caricaturescos así como la destreza e ingenio del protagonista del cuadro por conseguir sus propósitos revelan uno de los aspectos más negativos de la historia de España, pues el pucherazo electoral y el reparto de turrones eran prácticas harto conocidas. El lector se encontrará ante una pintura desenfadada y burlona, pero no por ello menos agresiva y mordaz. Larra utiliza en contadas ocasiones la descripción física con matices cómicos para producir hilaridad, reservando su humor mordaz y pesimista para el análisis de ciertos tipos y comportamientos. Recordemos como botón de muestra aquella descripción del criado que aparece en su artículo La Nochebuena de 1836: «Las manos se confundirían con los pies, si no fuera por los zapatos y porque anda casualmente sobre los últimos; a imitación de la mayor parte de los hombres tiene orejas que están a uno y otro lado de la cabeza como los floreros en una consola, de adorno, o como los balcones figurados, por donde no entra ni sale nada»19. La generación posterior de escritores costumbristas, como en el caso de Antonio Flores, será fiel continuadora de este tipo de descripciones20; incluso, en las colecciones costumbristas de la segunda mitad del siglo XIX aparecen estas notas humorísticas y sarcásticas para producir así el efecto deseado, es decir, la censura mediante sutiles toques de humor.

Se puede afirmar que un buen número de tipos con sus correspondientes profesiones u oficios están descritos con estas notas humoristas. Galería de honda tradición costumbrista en la que aparecen tanto el gomoso, lechuguino o petimetre como la coqueta o viuda verde. La escena costumbrista también suele describirse con estas pinceladas humorísticas, siendo el escenario preferido el de plazuelas, paseos, fondas o recintos en los que se celebra alguna festividad. Otro tanto ocurre con el análisis de ciertos comportamientos y hábitos de la sociedad española, enjuiciados y descritos con semejantes rasgos. En este rico mosaico de tipos no podía faltar el político, como el artículo de J. M. Díaz, El senador, publicado en Los españoles pintados por sí mismos: «Un senador sin gota es un revolucionario sin cabeza. Un senador sin cabeza es moneda corriente».21 Para el escritor Antonio Flores los políticos son como el mazapán pues cambian de estado e ideología con una facilidad pasmosa e increíble22. Las censuras a la política y a sus representantes encuentran feliz acogida en las colecciones de la segunda mitad del siglo XIX, como en el artículo Los fieras del Retiro, perteneciente a la colección Madrid por dentro y por fuera, al afirmar su autor que «lo mismo que sucede en la jaula de los monos ocurre en la política de nuestro país. Todos corren, se arañan y se persiguen por llegar a conseguir sus deseos. Con la facilidad que uno de aquellos monos saltaba desde el suelo al trapecio y desde éste al punto más elevado posible, con la misma facilidad, digo, salta un político en España desde periodista a gobernador, y de gobernador a ministro. Lo mismo trepan esos hombres por las gradas del presupuesto, que los monos por la alambrada de su jaula. El alegre tití que satisfecho desenvuelve el cartuchito de almendra que una mano caritativa le arroja, representa al que lanzado en el palenque político se encuentra de pronto con una credencial de cuarenta mil reales de sueldo».23

No menos mordaces son las censuras contra el sanchopancismo clerical, motivo de ilustre tradición literaria que encuentra amplio eco en las colecciones costumbristas. Por el contrario, se puede afirmar que los maestros del género son sumamente respetuosos con el clero, denunciando en más de una ocasión la desamortización de Mendizábal. Tanto Larra como Mesonero Romanos y Estébanez Calderón prescindieron del libelo o sátira contra dichos representantes eclesiásticos, no así, por ejemplo, en Los españoles pintados por sí mismos, censurándose, incluso, al tipo de beata o santurrona de oficio desde perspectivas harto cómicas. En el artículo El clérigo de misa y olla, de Fermín Caballero, se censura sin interrupción alguna el comportamiento de dicho tipo. Descripción que abarca desde el inicio o aprendizaje del latín hasta su interpretación de los misterios o santoral. Así, por ejemplo, Fermín Caballero dirá que del latín «no conserva otras palabras que las vulgarizadas entre los labriegos: el busilis, el intríngulis, el cum quibus, un quídam, un agilibus, la vitabona, la pecunia, de facto y de populo bárbaro. Baste saber que habiéndole rogado unos cazadores amigos que les dijera misa de madrugada, encareciéndole la ligereza con la frase de misa de palomas, pasó largo rato buscando por el misal este oficio, hasta que tropezando con la Dominica impalmis, que él leyó in palomis, les encajó la pasión entera del Redentor, dejando a los cazadores crucificados».24 El estado lastimoso de ignorancia sirve al autor del artículo para denunciar desde una perspectiva humorística el comportamiento de este representante eclesiástico, como sus interpretaciones del Añalejo, especie de calendario para los eclesiásticos que señala el orden y rito del rezo y oficio divino de todo el año: «Cuando veía que las lecciones del primer nocturno eran Justus si morte, decía que aquél era buen día para morirse en gracia de Dios; cuando señalaba Mulierem fortem, retraía a los hombres de que se casasen porque era día de mujer testaruda, y si en el rezo se prevenía el salmo Confitemini, abreviado confit., aseguraba que era el día propio para comprar dulces en las zuclerías. El siete de marzo tuvo una petera escandalosa con el sacristán, obstinado en que le había de poner el altar en medio de la nave porque el Añalejo decía Missa In medio Ecclesiae; y la Domina in albis se empeñó en celebrar sin casulla, tomando al pie de la letra lo del alba».25

No menos severa y humorística es la visión realizada a este respecto por Antonio Flores, como en sus cuadros A pares como los frailes, Un convento de frailes, La sopa boba, A capítulo van los frailes, La oratoria de pulmón o el pulpito en 1800... En este último artículo la sátira zumbona emerge a la manera de Fray Gerundio Campazas, del Padre Isla, entrecruzándose la crítica al tipo de oratoria hueca con la utilización de barbarismos anacrónicos. Tanto Fray Alejo del Valle, observante franciscano del convento de Guadalajara, como el padre Güito, cura de Ciézar, son fieles representantes del religioso indocto, de pocas luces y preocupados en exceso por las cosas mundanas. Grotescos personajes que con su sola presencia y ademanes producen la hilaridad. No faltan en esta galería de tipos pertenecientes a su obra Ayer, Hoy y Mañana el fraile dado a los falsos milagros o el sacerdote de dudosa fama beatífica, como aquel fraile trinitario que una vez finalizado el sermón ascendía al cielo para «pedir al Señor el perdón de los pecadores, y éstos le veían elevarse en cuerpo y alma de tal modo que iba subiendo hasta asomar los ribetes de la túnica y algo de los zapatos por encima del baluarte del pulpito».26 Ni que decir que tal milagro se debía a que el citado religioso utilizaba unos zancos con unos muelles en espiral con los que iba graduando la ascensión. Descubierto el engaño el trinitario dejaría de elevarse y descendería a los calabozos de la Inquisición, en cuya bajada -como diría A. Flores- perdería las carnes que había ganado con los subidas. El religioso es un tipo que suele interesar al escritor costumbrista, aunque éste sea consciente de que su descripción o pintura es una mezcla de lo real con la ficción. En la colección Los hombres españoles, americanos y lustitanos pintados por sí mismos27 Nicolás Díaz de Benjumea, prologuista de la obra, señala que los llamados tipos nacionales son en parte realidad y también creación poética, como en el caso del canónigo, pues afirma con cierta ironía y humor que puede haber, y de hecho existen en opinión taxativa del autor, canónigos ejemplares y frugales en sus alimentos; sin embargo, la literatura los ha presentado gruesos y aficionados al buen yantar, de ahí que dicho tipo forme parte de uno de los motivos preferidos por un determinado sector de lectores. El sanchopancismo clerical se acoplará de esta manera en los cuadros o artículos de costumbres, analizándose en la mayoría de los casos sus actitudes o comportamientos desde una perspectiva cómica, sin llegar nunca al ataque virulento, soez o grosero, tal como figuran en determinados relatos folletinescos de la época.

En el escrutinio realizado en torno a las colecciones costumbristas del siglo XIX aparecen numerosos tipos que se ajustan al lema horaciano sátira quae ridendo corrigit mores, algunos de aparición esporádica, otros, por el contrario, de forma reiterativa, como el lechuguino o petimetre. En Los españoles pintados por sí mismos Ramón de Navarrete establece su genealogía, desde el señorito de ciento en boca, pirraca y paquete hasta el de petit-maitre, currutacos o elegantes. No faltan denominaciones más acordes con los tiempos actuales -en el decir de Navarrete- desde el moderno lechuguino hasta el dandy, fashionable, león u hombre de buen tono28. El elegante será el hermano legítimo de la coqueta, preocupado siempre por su físico, compostura y ademanes. Tipo descrito siempre desde el lado ridículo y causante de no pocas sonrisas. Al final de su carrera el lechuguino no dudará en utilizar toda suerte de postizos para realzar su figura, como don Frasquito en la novela Pequeñeces, del padre Coloma. Años más tarde el heredero de este tipo se llamará gomoso, tal como observamos en el artículo de Luis Ricardo Fors, titulado, precisamente, El gomoso29. Para dicho autor, este tipo es pulcro y cuidadoso de su cutis como una doncella que se lava cien veces las manos con pastas de almendras y las cubre de cascarilla y leche cutánea. Su porte, ademanes y peculiar estilo rayan en lo grotesco y ridículo: «Por esto el gomoso se encierra en un verdadero laberinto de ballenas o se oprime y ahoga con ajustadísimas fajas y cinturones que estrujan su talle, le ponen los bofes en los labios, agolpan la sangre a sus carrillos y les adelgazan por abajo tanto cuanto la abotargan por arriba, dando a su pecho, hombros y espaldas la apariencia de una joroba circular».30 Petimetres, pisaverdes o pollos serán las denominaciones utilizadas por Antonio Flores, autor que gracias a la creación del personaje don Narciso Ceremonial nos introducirá en los lugares frecuentados por ellos, desde las fiestas o saraos de buen tono hasta los paseos de moda31.

La presencia de tipos con sus correspondientes oficios o profesiones analizados humorísticamente ocupa un mayor lugar en las colecciones costumbristas que en las colaboraciones de los maestros del género. Ello no quiere decir que la totalidad de las citadas colecciones deba ceñirse a este rasgo, pues el humor no siempre subyace en determinados artículos. El escritor de costumbres suele actuar con gran severidad ante el análisis de ciertos temas, arremetiendo con gran virulencia contra determinadas prácticas sociales, usos o costumbres. De igual forma el autor suele iniciar el artículo con cierta severidad, pero conforme se van deslizando sus palabras sobre el papel, la sátira zumbona emerge con total fluidez. Observamos pues, cómo en un mismo artículo se amalgaman distintas ópticas, entrecruzándose lo formal y serio con pinceladas humorísticas. El artículo de costumbres permite de esta manera el análisis de múltiples comportamientos, desde el ascenso social hasta la educación del momento, desde los nuevos hábitos sociales hasta la reforma del teatro. Todo, absolutamente todo, puede ser analizado con esta riqueza de matices que conducirá al lector a una única finalidad: la sátira social. En el conocido artículo de Larra, El castellano viejo, se parodia desde el principio la graciosa frase cervantina de una gran mano pegada a un grandísimo brazo, cordial saludo de don Braulio que como es bien sabido invitará al buen Fígaro a comer en su casa. La presencia de la nota caricaturesca, a través de una hábil sedación polisindética, para producir la hilaridad y la acumulación de frases conducentes a la plasmación de una situación harto jocosa, dará como resultado un cómico cuadro en el que los comensales sirven para acentuar aún más si cabe el contraste entre el peculiar talante de Fígaro y el de la familia y amigos del célebre castellano viejo. El humor de Larra se desliza en estas páginas y el lector no puede evitar la sonrisa, aunque al final se trueque por una triste mueca de desolación tal como refleja su estado anímico. En numerosos artículos de Larra hemos observado este tipo de humor amargo, sarcástico e irónico. Párrafos que leídos parcialmente pueden dar la sensación contraria, pero que engarzados en su contexto nos conducen irremisiblemente a este tipo de humor.

La educación, la burocracia española, carnavales, configuración urbanística, teatros, festividades, etc., son aspectos abordados por el propio Larra con una cierta bis cómica, aunque el resultado final del artículo sea bien distinto. Por ejemplo, en su artículo Carta a Andrés escrita desde las Batuecas por el Pobrecito Hablador se aborda la educación desde una perspectiva humorística, aunque en su trasfondo predomine el más hondo pesimismo, al igual que en su artículo La educación de entonces en el que los protagonistas del cuadro se sienten orgullosos de la educación recibida, educación basada en el lema la letra con sangre entra: «Raro era el día que no llevaba yo un par de zurras por cualquier friolera, con lo cual andaba tan en punto que más parecía lana vareada que cuerpo de persona ¡Qué tiempos aquellos! Así me entró el latín [...] Por supuesto que luego que me casé sucedía en mi casa lo propio que en la de mi padre: ¡Si viera usted qué tundas le pego a mi chico! La letra, con sangre entra; él podrá no salir bien enseñado, pero saldrá bien apaleado. ¡Eso es cariño, lo demás es cuento!».32 Destellos humorísticos que se deslizan en numerosos artículos de Larra como en Vuelva usted mañana, Yo quiero ser cómico, La fonda nueva, Las casas nuevas, La vida de Madrid, Una primera representación, Los calaveras... Artículos en los que se engarza lo jocoso con la seriedad del tema. Las infidelidades conyugales, la pereza nacional, la vejez y la manía de aparentar una juventud perdida ocupan un lugar privilegiado en estos artículos, al igual que la escasa preparación de los cómicos, ademanes y comportamiento de los mismos o la estrechez, suciedad y nula profesionalidad de quienes están al servicio de fondas o pensiones. No menos sutil es la parodia o crítica a la situación teatral del momento, como en su artículo ya citado Una primera representación en el que dos interlocutores exponen los tópicos del drama romántico: «madres que no son madres, padres que no son padres, el veneno, el hijo que mata al padre o la madre que mata al padre o al hijo...». Un año más tardé el mismo Larra insistirá en dicho motivo, como en su artículo Antony, publicado en El Español, el 23 y 25 de junio de 1836, al afirmar que el marido es hoy en día el coco, el objeto opresor, el monstruo a quien hay que engañar. No menos desolador es el papel de la mujer casada, pues como diría Larra es como estar emigrada, o cesante, o tener lepra. El autor filtra en sus artículos estas tonalidades como aquel señor orondo, redondo, gordo, que no puede entrar en una casa de nueva construcción, para acentuar aún más las nuevas corrientes literarias o las configuraciones urbanísticas de nuevo cuño. Incluso, como ya hemos apuntado, el análisis de ciertos comportamientos -como El castellano viejo- provoca en el lector una sonrisa por la acumulación ininterrumpida de situaciones encaminadas a la provocación de la hilaridad. Humor y sátira que Larra conjuga admirablemente.

No menos interesante al respecto es el caso de Mesonero Romanos, pues, tanto él como Larra influyen decisivamente en las generaciones posteriores. En lo que concierne a Mesonero Romanos numerosos son los artículos en los que surge la bis cómica, en ocasiones para censurar una determinada escuela literaria, tipo o festividad; en otras, por el puro placer de crear un mundo de ficción próximo al cuento con el único propósito de hacer sonreír al lector, como en El amante corto de vista, cuadro en el que el joven Mauricio sufre singulares situaciones a causa de su falta de vista. Las desventuras creadas por el autor, desde la misma confusión en el preciso momento de rondar a su amada hasta los celos de su futuro suegro por creer que corteja a su mujer, provocan la sonrisa en el lector. Nos encontramos ante un artículo dotado de una peripecia argumental que lo aproximaría al cuento, género, este último, difícil de deslindar del cuadro de costumbres, pues éste suele adoptar en múltiples ocasiones la forma del cuento. No faltan en Mesonero Romanos artículos en los que se censura alguna festividad con idénticas tonalidades, como en La romería de San Isidro, El día de toros, El martes de carnaval y La posada o España en Madrid. Igual ocurre con el análisis de tipos, como aquellas coplas puestas en boca del protagonista del cuadro El barbero, o el estudio y descripción de lechuguinos, petimetres o personajes que siguen fielmente la moda. Mesonero Romanos aborda desde esta perspectiva cómica numerosas escenas de la época, como las dedicadas al teatro -La comedia casera y Los cómicos en Cuaresma- o el análisis y sátira de un género literario, como el conocido artículo El romanticismo y los románticos, cuadro que supuso una demoledora crítica a los representantes de dicha escuela, ridiculizados y satirizados con no pocas dosis de humor. El contenido del mismo nos induce a pensar que fue mucho mayor el daño hecho al romanticismo que otros artículos escritos con severa seriedad. Sátira zumbona que hizo posible que los furores de la escuela romántica se apaciguaran. Los llamados jóvenes de la terrorífica escuela y los propios autores de dramas románticos al verse reflejados en dichos cuadros frenaron sus exageraciones y deformaciones de la realidad misma. El reparto de personajes y situaciones, desde el crimen, el panteón, el veneno..., hasta las obligadas decoraciones -salón de baile, bosque, capilla, subterráneo, alcoba y cementerio- suponen una singular visión cómica del teatro romántico. No menos jocosa es la situación creada entre los ardientes deseos de la ruda moza gallega y el joven romántico, relación amorosa que el buen Mesonero Romanos pondrá punto final por considerarla excesivamente grotesca. La oposición entre lo clásico y lo romántico o la denuncia del drama romántico fue realizada con extrema dureza por los escritores costumbristas. Incluso, el mismo Flores censurará el teatro romántico con no poca inquina por considerarlo corruptor de los hábitos tradicionales. Dicho escritor satiriza de manera especial la influencia francesa, de ahí su actitud xenófoba y la utilización del término gabacho como crítica a todo lo francés. Sin embargo, en el fondo de la cuestión lo más importante, al igual que en la mayoría de los escritores costumbristas, es la diatriba contra la corrupción moral de las costumbres españolas, pues el teatro romántico permite situaciones que van contra toda moralidad, como el artículo de Antonio Flores La escuela de las costumbres en donde se aborda dicho tema desde la ya referida bis cómica?33 Las críticas al teatro romántico desaparecen como consecuencia lógica en las colecciones de la segunda mitad del siglo XIX; sin embargo, este tipo de sátira reaparece en ciertos artículos, como en La suripanta y en La cómica de la legua34.

En los artículos de costumbres que predominan las situaciones cómicas observamos que el choque de perspectivas es uno de los recursos preferidos por el escritor costumbrista. Mediante la incursión de dos tipos de muy diferente forma de ser o de apreciar los asuntos sociales, el autor ridiculiza con no poca comicidad aquello que se ha propuesto censurar. De igual forma la huella de Larra o Mesonero Romanos se aprecia con claridad en los artículos pertenecientes a las colecciones de la segunda mitad del siglo XIX, como la división de un tipo en especies o castas para provocar la sonrisa en el lector. Al ya conocido caso del artículo de Larra, Los calaveras, añadiríamos otros artículos de época posterior, como el titulado La viuda, perteneciente a Las españolas pintadas por los españoles. Su autor, Antonio M.ª de Segovia, clasificará a su tipo en viuda verde, viuda seca, viuda reincidente y viuda fantástica. La referencia de los calaveras de Fígaro -calavera doméstico, calavera silvestre, calavera langosta, calavera mosca, calavera tramposo, calavera-cura, viejo-calavera y mujer calavera- actúa de manera decisiva en numerosos artículos como en La modelo, La pensionista, La fea..., artículos pertenecientes a Las españolas pintadas por los españoles. Otro tanto ocurre en Los españoles de ogaño, como en los cuadros El zarzuelero, El calesero, El maestro de escuela, El petardista, El pianista, La parroquiana de café, El estudiante de Medicina, El catalán, El del orden público, El... del comercio, El editor... No menos significativos son los cuadros pertenecientes a Los hombres españoles, americanos y lusitanos pintados por sí mismos, como El cacique, El ciego, El ayuda de cámara y El anticuario. Por regla general se suele respetar en todos estos artículos humorísticos pertenecientes a la segunda mitad del siglo XIX el esquema seguido por los maestros del género, desde la misma titulación, notas o epígrafes hasta la técnica perspectivística, digresiones y conclusiones personales del autor. Sin embargo observamos que aquellos artículos fácilmente identificables con el género cuento son los que mayores dosis humorísticas introducen en sus páginas. De esta forma, y gracias a la consabida peripecia argumental, el autor crea el escenario apto para su finalidad, pues las situaciones, diálogos y reflexiones están cargadas de una fuerte bis cómica35.

Destacar, finalmente, la utilización de un lenguaje plagado de vulgarismos para producir la comicidad. Tanto la utilización del lenguaje de germanía, como el empleo de metátesis, distorsiones sintácticas y vulgarismos en general son recursos usados con no poca profusión por el escritor costumbrista. Incluso es fácil encontrar en estas páginas el uso de galicismos, anglicismos e italianismos para ridiculizar una situación y producir la hilaridad. No menos frecuente es el uso de voces propias de lenguas y dialectos peninsulares para producir igualmente la sonrisa en el lector. Rasgo utilizado por la casi totalidad de escritores costumbristas, salvo raras excepciones, como en el caso de Larra. De los maestros del género se podría destacar el corpus literario de Mesonero Romanos que hace referencia a sus artículos El extranjero en su patria, El día de toros, El romanticismo y los románticos o El martes de carnaval. De todos ellos tal vez sea El romanticismo y los románticos el más conocido gracias a la irrupción de la conocida moza gallega que quería entablar relaciones clásicas con el señorito: «Señoritu..., señoritu..., ¿qué diablus tiene...? Entre y dígalo; Si quier una cataplasma para las muelas o un emplasto para el hígadu».36 El sonido de las palabras de la ardorosa gallega, parecidas al graznido del pato y los golpes de la codorniz, según palabras del propio autor, realzan aún más si cabe el efecto cómico, pues el amartelado galán seguirá recitando sus coplas de tumba y hachero ante la total incomprensión de la criada gallega.

No menos humorísticas son las situaciones creadas en los artículos de Estébanez Calderón, como en El asombro de los andaluces o Monolito Gázquez, el Sevillano. Las exageraciones del protagonista del cuadro, ya de por sí harto cómicas, alcanzan mayor proporción gracias a la pronunciación de ciertos sonidos, pues «Manolito Gázquez además del socunamiento o eliminación de las finales de todas las palabras y de la transformación continua de las eses en zetas y al contrario, pronunciaba de tal manera las sílabas en que se encontraba la ele o la erre, que sustituía estas letras por cierto sonido semejante a la d».37 De todos los escritores costumbristas tal vez sea Antonio Flores el autor que con mayor precisión e insistencia utilice este tipo de lenguaje, especialmente en los artículos dedicados a los tipos populares, adecuando así la condición social del personaje a su propio contexto, al igual que en los conocidos sainetes de don Ramón de la Cruz. En las colecciones costumbristas del siglo XIX también surge la variedad léxica, especialmente el vulgarismo para la ridiculización del personaje. En Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas Camila Calderón satiriza el ascenso social mediante el empleo de voces y giros utilizados incorrectamente, como en su artículo La señorita rica. En Los españoles de ogaño los ejemplos más significativos aparecen en los cuadros de José de la Fuente Andrés -El del orden público-, Luis de Santa Ana -La suripanta-, Ricardo Sepúlveda -El vendedor de periódicos-, Carlos Moreno López -El torero de afición-, Eduardo de Palacio -El cochero de alquiler-, etc. La xenofobia puesta en práctica por numerosos escritores costumbristas encuentra también perfecto acomodo en este tipo de lenguaje, censurándose al gabacho mediante la introducción de un personaje que alardea de una educación basada en los modelos franceses. La inclusión de galicismos, al igual que Cadalso en sus Cartas Marruecas, sirve para acentuar el propósito del autor: la sátira mediante el empleo de giros o frases con claro matiz humorístico. La satira quae ridendo corrigit mores es, pues, una de las vetas más significativas del artículo de costumbres. Humor carente de toda nota obscena e irrespetuosa. Humor, en definitiva, que dará a la sátira una mayor mordacidad. El lema horaciano cumplirá así su función, encontrando en el artículo de costumbres el perfecto acoplamiento.





 
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