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Diario de un viaje desde el fuerte de San Rafael del Diamante, hasta el de San Lorenzo, en las puntas del río Quinto

Esteban Hernández



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  —I→  

ArribaAbajoProemio al diario de Hernández

Mendoza, una de las provincias más retiradas del Río de la Plata, es también la más desconocida. Incorporada al reino de Chile en los primeros años de la conquista, a pesar de su situación excéntrica en las faldas orientales de la Gran Cordillera, estuvo por mucho tiempo fuera del alcance de sus administradores; y cuando pasó a formar parte del virreinato de Buenos Aires, su importancia política no bastó a sacarle de la obscuridad a que la había condenado su posición geográfica.

Centro de las provincias de Cuyo1, y punto preciso para las transacciones mercantiles de dos estados limítrofes, no debía haber sido desatendida una población, que, aunque poco numerosa, podía haber animado las extremidades de ese gran cuerpo político, cuya   —II→   cabeza es Buenos Aires; y mientras no se piense en disminuir las distancias para abaratar los gastos de conducción, no debe esperarse que mejore la situación actual de los pueblos interiores, por más que se pondere la feracidad de su territorio, y la abundancia de sus productos.

¿De qué le ha valido a la provincia de Mendoza llevar sus poblaciones hasta la costa del Diamante? Los obstáculos que traban su comercio detienen también su industria, que no puede desarrollarse sin que aquéllos desaparezcan.

Éste fue el motivo que tuvo el virrey Sobremonte para encargar a Hernández el reconocimiento de un camino más directo entre San Luis y Mendoza, a fin de cooperar al gran proyecto iniciado por Zamudio, continuado por Molina, Souillac y Cruz, de abrir un nuevo paso por la Gran Cordillera, más al sud de Mendoza.

A pesar de los errores que se advierten en la relación de este viaje, puede hacerse uso de él para aumentar los pocos materiales existentes sobre uno de los trozos más confusamente representado en todos los mapas de estas provincias. El mayor de estos errores es hacer desembocar de un mismo punto, o (como se expresa el autor del diario) del boquete, por donde se intenta abrir el nuevo camino al reino de Chile2, los ríos Diamante, Atuel y Salado3; cuando entre los arranques del primero y los del último media un grado del meridiano: ni es menos notable la equivocación del anotador de este derrotero, que hace del Diamante y Atuel un solo y mismo río4.

Con el Diario de Hernández acompañamos el primer itinerario   —III→   de Cerro y Zamudio, que hemos adquirido después de haber publicado el de su segundo viaje a la Cordillera de Talca.

El descubrimiento de este camino es debido a los indios. En 1793, uno de ellos, que salió del parlamento de Negrete con una comunicación oficial del General don Ambrosio O'Higgins para el Virrey de Buenos Aires, la entregó, y volvió con la contestación al cabo de sólo diez y seis días de viaje. La prontitud con que desempeñó su comisión, inspiró a don José Santiago Cerro y Zamudio el deseo de sacar provecho de este acontecimiento, y después de haberse cerciorado de su realidad, se ofreció al Consulado de Buenos Aires a pasar la Cordillera, en la estación más rígida del año, con un carro tirado por dos caballos. Por más extraña que pareciese entonces esta propuesta, se franquearon los auxilios para efectuarla; y en el corazón del invierno del año de 1803, salió Zamudio de la casa del Consulado, acompañado de dos blandengues, con oficios y cartas de recomendación para los caciques amigos, y las principales autoridades de Chile.

La única dificultad que ofrecía el camino era un trozo entre el Potrero del Yeso, y el de un tal Maturano. El Consulado de Buenos Aires, contando con la simpatía que debía inspirar esta empresa a los pueblos comarcanos, ofició al ayuntamiento de Talca para que se encargara de remover este obstáculo; ¡y no debió causarle poca sorpresa el aviso del Subdelegado de aquella ciudad, que le mandaba cobrar 213 pesos, 1 real y ¾ a que ascendió este gasto!

Zamudio regresó con las pruebas más auténticas de haber llenado su compromiso. Sin embargo se quiso repetir el experimento, y se hicieron los aprestos de una nueva expedición, cuyos trabajos científicos fueron confiados a Sourryère de Souillac, autor de otro diario que también forma parte del presente volumen.

Uno de los objetos que más recomendaba el Consulado en sus instrucciones, era examinar la confluencia del Diamante con el Río Negro, que desde Villarino nadie dudaba que se juntasen: error clásico, reproducido y confirmado por todos los que han tratado de   —IV→   la topografía de nuestras provincias; siendo así que el Diamante, después del fuerte de San Rafael, corre hacia el este hasta encontrarse con el Salado con el cual se sume en una gran laguna al sud de la Isla del Barbon, por los 36º y medio de latitud. Entre los últimos rastros del Diamante, y las costas septentrionales del Río Negro, corren con más o menos extensión, el Atuel, el Salado, Malalque, los ríos Grande y de Barrancas que forman el Colorado, y por último el Neuquen, que Villarino, engañado por los indios, confundió con el Diamante.

Estos conocimientos han sido transmitidos al señor Black, respetable comerciante de esta ciudad, por don José A. Álvarez Condarco, diligente observador de esta parte ignorada de la región andina de las pampas, y pueden servir a rectificar las infinitas equivocaciones que han padecido los que la han delineado.

Los datos recogidos por Zamudio y Souillac, sobre la posibilidad de abrir un camino carril por la Cordillera, fueron estériles, y se continuó arrastrándose afanosamente por el paso de Uspallata, perdiendo hasta el recuerdo de los esfuerzos que se habían hecho para evitarlo.

Zamudio, cuyo celo en promover esta empresa debía haberle hecho acreedor a algún premio, fue también olvidado, y envuelto en la mendicidad, (según se expresa en una solicitud que dirigió al Consulado de Buenos Aires) tuvo que implorar a título de compasión un pequeño auxilio, que por su exigüidad ni sufragaba al agraciado, ni honraba al donante.

Buenos Aires, octubre de 1837.

Pedro de Angelis





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ArribaAbajoDiario de Fernández

Abril 14 del año de 1806. Al toque de la diana hice levantar toda mi tropa, y antes de salir el sol hice que tomasen caballos los que estaban nombrados para guardia de ella, y después a todos los demás, y los que se necesitaban para cargas. A las ocho y media emprendí mi marcha por la costa de este río Diamante abajo, con el rumbo al E, por la banda del N: caminamos como siete leguas, donde lo cruzamos a la banda del S, y a poca distancia volvimos a pasarlo a la parte del N. Estas cruzadas las ocasionó las vueltas del río, y el mucho monte que estas costas tienen. A la legua volvimos a hacer la misma diligencia por la misma causa, y caminamos dos leguas, y alojamos sobre sus márgenes a la parte del N, a las cinco de la tarde; la jornada fue de 10 ó 12 leguas.

Di la orden se tomasen caballos, y que muy temprano se arrimase, para tomar los de carga que mandé no se pillasen.



Día 15. A las cinco de la mañana se arrimó la caballada y se tomaron los de carga. A las seis y media emprendimos la marcha, poniéndose mis compañeros los caciques delante, sus dos mocetones, sus mujeres, mi lenguaraz y yo, la tropa que no estaba empleada y las cargas detrás, y la caballada cerrando la retaguardia. A las dos cuadras pasamos el río a la banda del S, por cuya parte caminamos sobre cinco leguas, que lo pasamos a la banda del N, porque embarazaba una barranca: y para cortar más rectamente el camino, caminamos desde esta parte como legua y media, en donde alojamos en las mismas márgenes, en una isleta de algarrobos y chañares, en donde hice uno de mis alojamientos cuando anduve haciendo mis reconocimientos5; y todas estas jornadas y camino   —4→   han sido los mismos que transité sin baqueano6. Paré a las once con una jornada de seis y media leguas.

A la una y media de la tarde, hice trajesen la caballada para tomar los de carga que había hecho soltar, y a las dos emprendimos la marcha por la misma banda del N de dicho río, en los mismos términos que por la mañana, con el rumbo al SE y S por donde corre dicho río. Alojamos a las cinco menos cuarto en las márgenes de él, a las cinco y media leguas de jornada.

El Cerro Nevado lo tenemos al SO de este alojamiento. Este cerro nace de la misma cordillera, según lo que he visto, en donde finaliza un cordón de cerritos bajos, que se desprenden de la cordillera principal, esto es, de la desembocadura del Río Grande7, y ésta corre de SO a NE, y concluye en dicho Cerro Nevado8; y otra que llaman las Peñas, que pasa inmediatamente al fuerte de San Rafael, nuevamente formado en las márgenes del río Diamante, cuya serranía cruza éste y el río Atuel, y finaliza en el mismo Nevado y corre NE a SE. Se halla dicho Cerro Nevado a distancia de 35 leguas cordillera principal9.



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Mantiene todo el año nieve en abundancia sobre su cumbre, y en la actualidad se halla bien poblada, según se deja ver aún desde aquí, que dista sobre 26 a 28 leguas; esto es por regulación, por decirme mis compañeros los caciques, que desde este paraje para llegar a él, se necesitan tres días de buen camino.

Aquí dispuse soltasen todos los caballos, quedándose únicamente los de guardia para la custodia de ellos; y que bien temprano los trajesen para que tomasen los que se habían de destinar a carnear.

Esta noche en conversación me han dicho mis compañeros los caciques, que mañana fuese a carnear la gente para hacer charque, pero que la parada no debía de ser más que del día; que pasado debíamos de caminar hasta donde debía de ser la cruzada al otro río, en donde debíamos de parar otro día, no sólo para secar el charque, sino para que descansase la caballada un día, y entrase de refresco a la travesía. Y pareciéndome bien esta determinación me conformé con ella.



Día 16. Este día no he marchado por hacer carnear: a las seis de la mañana hice salir seis hombres a que tomasen dos reses para charquearlas, y no se pudo pillar más que una; que aunque hay abundancia de ganados alzados, es el campo de mucha montaña en que se oculta, por lo que determiné que mañana bien temprano saliesen cuatro hombres a ver si podían pillar dos reses, porque me parecieron pocas las dos que había pensado, por la mucha gente, y que no sabía los días de demora, ni si había ganado adelante, aunque los caciques me aseguran lo hay en todo este campo, y aun mucho más distante, tierra adentro. Al pie del Cerro Nevado, a la banda del N que es lo que descubrimos, se presentan dos cerritos bajos por separado de los demás; a uno de ellos llaman Guracoó, que en nuestro lenguaje quiere decir agua de piedra. En este me dicen hay agua que mana de dicho cerrito, y en toda la falda del Cerro Nevado10.



Día 17. A las cinco de la mañana hice tomase toda la partida caballos para silla y carga: despaché a las seis cuatro hombres con un sargento y el capitanejo don Vicente Goyco, para que fuesen delante a pillar las dos reses, y que siguiesen hasta donde debíamos hacer alto otro   —6→   día, para entrar a la travesía en donde me debía esperar: que yo, después de almorzar toda la gente, marcharía para no hacer parada alguna hasta no llegar al paraje determinado. Y con efecto, a las diez emprendí la marcha, y caminamos por la costa de dicho río siempre al SE, hasta las cuatro de la tarde, que los alcancé parados, carneando los dos reses; y aunque este paraje no era el determinado para el alojamiento y salida de cortar el campo, tuve que parar en él, por haberse quedado un soldado detrás, en busca de la carabina que había dejado olvidada a una legua de la salida, en donde le derribó el caballo, a causa de haberle echado todo el lomillo o montura detrás, y quizá el porrazo, de que quedó algo atontado, le motivó dejar el arma, de la que se vino a acordar a más de cuatro leguas de camino, de donde me dieron parte se había vuelto. Con cuya noticia caminé hasta donde estaba el sargento que había despachado a carnear, y el capitanejo don Vicente Goyco mi compañero, quienes sabía se hallaban en aquel paraje, por haberme hecho un humo de aviso donde estaban. El soldado llegó con su arma a las cinco y cuarto, y determinamos que mañana pararíamos hasta el mediodía, y que marcharíamos a la tarde hasta el paraje de donde debíamos ya salir a cortar el campo hasta el otro río. Hasta aquí son los campos buenos de pastos, los terrenos de la costa del río firmes; pero no se puede transitar siempre por ellos, por dar en parte contra la misma barranca, que embaraza y precisa subir y caminar por ella, que es muy montuosa y el terreno algo flojo; pero de tal naturaleza que con la frecuencia del tránsito se hace firme, y todo se reconoce es igual, y así me lo han afirmado mis compañeros los indios. Sólo en el camino desde el nuevo fuerte de San Rafael hasta distancia de diez leguas, es mala toda la costa, pues es muy pedregosa y la barranca montuosa: pero me dicen los compañeros naturales que por la banda del S es buena, y toda la costa de Atuel mejor, por ser camino ancho y espacioso, y más limpio de monte, y es por donde se debe dirigir el camino al Boquete de la Cordillera11. Di la orden que de mañana sólo tomasen caballos los de guardia bien temprano, y que todos los demás se mantuviesen sin ellos, y que los dejasen extender y pastar a su satisfacción hasta las doce que debían de traerlos para marchar. La jornada fue de seis leguas.



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Día 18. Este día a las doce hice trajesen la caballada, ensillamos todos, y a las dos salimos siempre por la misma costa hasta las cuatro y media de la tarde que paramos frente al Cerro Nevado, en una vuelta o esquina que forma el río que tira al S como el cerro. A este paraje llaman los nuestros el Juncal, por estar lleno de esta paja el río, que apenas se descubre, y los naturales llaman Chan-sicil en su idioma, que en el nuestro quiere decir árboles juntos. Aquí se encuentra una cabeza de caballo, y algunos otros fragmentos colgados en un árbol, los que me dicen mis compañeros los caciques que hacen muchos años están puestos para señal. Desde este paraje me dijeron debíamos de partir mañana a cruzar la travesía hasta el otro río. Antes de ponerse el sol, después de haber alojado la partida, y haber hecho soltar los caballos, salimos el cacique Guanquenecul, mi lenguaraz y yo, a reconocer por dónde debíamos salir; caminamos al N por dentro de la montaña como un cuarto de legua, de donde nos volvimos. Le pregunté al cacique por el lenguaraz, si habíamos de caminar a aquel rumbo, y me contestó que sí; y no pareciéndome fuese bueno, aunque no tenía conocimiento sino nociones por los informes que tengo tomados, y situación que tengo de los parajes, me pareció no el más acertado; pero como se me hiciese entender que era el rumbo que debíamos de llevar, no quise porfiarle, sin embargo de no parecerme bien, ni acomodarme. Luego que llegué al alojamiento, hice trajesen la caballada para que bebiese, y después hice tomar caballos a todos, tanto para silla como para las cargas, para no demorar, y marchar de madrugada. La jornada de esta tarde fue de cuatro leguas.



Día 19. A las cuatro de la mañana hice recordar la gente, para que fuese ensillando y cargando, hasta que aclarase, porque no podíamos salir obscuro por el mucho monte. A las cinco y media emprendimos la marcha en los términos siguientes: todos los naturales, sus mujeres, el lenguaraz y sus cargas delante, unos tras otros a corta distancia; toda la partida en los mismos términos, siendo yo el primero, detrás mi ayudante, y detrás de éste la carga de agua que venía para todos, que era lo que más cuidaba; en el centro un sargento, y a la retaguardia de todos otro sargento, y cerrando el todo de ella la caballada, seguimos por dentro de aquella montaña, a un paso de carga o de buey que llaman, que es paso a paso, por no permitirlo de otro modo la espesura del monte, como he dicho. En esta montaña, no se encuentran árboles de alguna magnitud, sino algunos chañares, que son excelentes para posterías de estacas y tijeras para ranchos, pues todo lo más de ella, o su espesura se compone de dichos árboles. Caminamos la mayor parte del día sin hacer alojamiento, por no saber en qué altura de la travesía nos hallábamos, y que no caminamos nada por la marcha lenta que llevábamos: pero no se podía llevar otra. A las cuatro y media de la tarde alojamos en un bajo sin   —8→   agua alguna, en donde me dio parte el cabo de la caballada haberse quedado tres caballos de los más flacos, y supongo la jornada de nueve leguas.

Esta noche hice venir a mis compañeros los caciques, para parlamentar, como ellos dicen, que es consultar alguna cosa sobre lo que se está tratando. Les hice presente que el rumbo que traíamos no me parecía el mejor para salir al otro río; que aunque yo no era baqueano me parecía íbamos muy arriba, y que debíamos caminar a donde salía el sol; que esto no era más que decirles lo que me parecía, y que ellos como baqueanos me desengañasen. Y habiéndoles hecho este razonamiento por el lenguaraz, me dijeron que ellos ya habían reconocido venían muy arriba, que estaban algo trascordados del camino por hacer muchos años que no lo andaban o transitaban; pero que desde mañana tenían intentado caminar adonde sale el sol que es el rumbo recto. Con lo que dispuse que al salir el lucero trajesen la caballada para la marcha, que la había hecho soltar toda para que descansase. En todo este campo el terreno es firme y excelente, abundantísima de pastos que no se puede hallar ni proporcionar otro, ni mejor, ni más abundante12.



Día 20. A las tres de la mañana se trajeron los caballos, se tomaron, pero no quise salir hasta de día claro; tanto porque no se quedase algún caballo que se podía haber separado de la ronda, como era factible por la espesura de la montaña, como en la marcha, o que se quedase alguno de los nuestros a alguna diligencia precisa, o descomposición de alguna carga; sin embargo que para todo esto tenía prevenido y dada la orden, que se diese la voz de alto para esperar. A las seis de la mañana, después de fuera el sol, emprendimos la marcha; antes de la salida subimos a un cerro de arena, a cuyo pie estaba mi alojamiento, a ver si se avistaba el Cerro Nevado, y con efecto lo descubrimos todo a la parte del S, al O la gran Cordillera de los Andes, mucha parte de ella, y principalmente por donde desembocan los ríos Diamante, Atuel y río Salado, que es el boquete de la entrada al reino de Chile, por donde se intenta abrir el camino. Caminamos al E desde la salida, hasta las once de la mañana, que llegamos a un médano de arena en medio de   —9→   la montaña, del que se divisó como a manera de una ceja de monte o bajío, en donde me esperaban los caciques mis compañeros para preguntarme qué era lo que me parecía aquel bajo que se descubría; y juntándonos todos les hice entender, que de no ser el río Tunuyan era algún saladillo, que son bajos, donde a poca distancia cavando, se encuentra agua, y que, según los montes de aquellos bajíos, demostraban inmediación a costas; y me contestaron, que ellos estaban en la inteligencia que era el río Chadileubú, que quiere decir río salado, y conocido por nosotros en sus nacientes por río Tunuyan. Para cerciorarme mejor llamé al sargento Pedro Lalinde y al soldado Martín Páez, que fueron los que hice entrar a registrar esta travesía desde el fuerte de San José del Bebedero, a ver si conocían fuesen los médanos, de donde se volvieron de su reconocimiento unos que se avistaron a alguna distancia, por ser estos médanos limpios y de arena colorada, como me habían informado; y no reconociendo fuesen los que hace un año y más que vieron, hice que mis compañeros los caciques guiasen derecho a ellos, que era el mismo rumbo que llevábamos. Caminamos como una legua y media, hasta otro medanito pequeño que había antes de llegar a dichos médanos colorados, que se descubrían ser bien altos; en este medanito me detuve un rato a esperar la caballada, que me avisaron venía algo retirada, por no oírse las voces de los que la arriaban, en donde hicieron sus asados; hice bajasen la carga de agua y se diese ración de ella, sin embargo que ya íbamos con la esperanza de tener el río a la vista, por descubrirse mejor aquel bajo.

A la una de la tarde llegamos a los médanos colorados, a los que subimos y entonces reconoció el sargento Lalinde y el soldado Páez, que eran los mismos en que ellos estuvieron, y de donde se volvieron el año pasado13; y que el bajo que se descubría era el río Tunuyan. Con cuya noticia volvimos a caminar todos contentos, por saber con certidumbre teníamos el río ya inmediato. Aquí nos incorporamos todos, y di la orden al cabo de la caballada a fin de que no quedasen algunos caballos, porque venían cansados por estar muy flacos, y sin beber ayer y hoy: me dio parte haberse quedado de los más extenuados cuatro caballos. Desde estos médanos al NE, se divisa el Cerro Varela, que se halla a cuatro leguas al S del fuerte de San José del Bebedero; pero se distingue apenas, y lo contemplo a más de treinta leguas de distancia, y el Cerro Nevado al SO. Caminamos hasta las cuatro de la tarde que hice alto en un bajo, en que   —10→   había un montecito pequeño, porque la caballada venía muy rendida por la falta del agua, y aunque teníamos el río a la vista no sufrían los animales caminar hasta él. A las seis y media hice trajesen la caballada, y que tomasen todos, y se amarrasen para salir de madrugada. Luego que mandé alojar, subí a un medanito que había inmediato, por ver si se descubría el Cerro Nevado, y le vi bien claro a la parte del SO, menos la gran Cordillera de los Andes que ya la habíamos perdido de vista enteramente14. Hasta aquí todos los campos son excelentes y buenos, como sus pisos, que aunque en partes son algo blandos con los primeros que veníamos delante, vienen los de atrás en la huella, o carril, que sin dificultad queda ya su terreno firme, sus pastos abundantísimos y excelentes. Desde el medanito en que estuve parado a las once, entramos a campos más limpios de montes: la jornada de este día la contemplo de diez leguas.



Día 21. A las cuatro de la mañana hice levantar la gente, y a las cinco emprendimos la marcha al E. A las siete y media llegamos al río deseado de Tunuyan, en donde dimos las debidas gracias al Todo Poderoso, por habernos concedido llegar a él con toda felicidad. Antes de él, a distancia de legua y media, dimos con un bajo que llaman Saladillo, de buen terreno firme, y se encontraron vestigios de haber habido ganado y caballos: desde este bajo, o saladillo entra una cerrillada hasta el mismo río, cuyas lomas son areniscas pero muy bajas; todo abundantísimo de pastos buenos, y en los bajos algunos montes. Determiné parar aquí tres o cuatro días, para reparar la caballada y girar desde aquí al fuerte de San Lorenzo, camino más recto, y ahorrar lo menos 40 leguas; porque desde aquí a San José hay más de 30 leguas; desde este río Quinto al paso de abajo, por donde transitan las tropas, 20 y tantas leguas; desde allí al fuerte de San Lorenzo, hacia sus puntas, otras tantas; y desde este paraje en que me hallo, sólo le pongo 30 leguas, cuando más; la jornada fue de cuatro leguas.

A las doce hice venir a mi tienda a todos los compañeros naturales y sus mujeres, para parlamentar: les hice entender cuál era mi determinación, de caminar derecho al fuerte de San Lorenzo, que ahorrábamos muchos días de camino y muchas leguas, y lo que era más, era descubrir lo más recto, que era lo que el Señor Virrey quería y mandaba, y que era preciso obedecer sus órdenes. Hecho todo este razonamiento   —11→   por el lenguaraz Dionisio Morales, me dijeron que estaba bien; que obedecerían y cumplirían con lo que mandaba el señor Virrey, pues debían hacerlo por que lo respetaban como Señor su padre, el Rey, en cuyo nombre gobernaba, pero que para entrar era menester parar dos o tres días; y quedamos acordes en parar en este paraje a dar descanso a la caballada.

Desde este paraje se descubre el Cerro Nevado15, más de un tercio de su eminencia al O; y contemplo el camino desde este río Tunuyan hasta el del Diamante, sólo de 16 leguas cuando más. Porque, aunque regulo por las jornadas haber caminado la travesía de 23 leguas, es de advertir las vueltas que se dieron, y no haber venido vía recta, como se ha reconocido después: que partiéndose en derechura a la punta del Cerro Nevado que mira al O, cuya baliza es indefectible porque se distingue bien desde este río, el camino será, aun para carruaje, de un día, sin la menor incomodidad ni dificultad.

Este río corre de N a S16, y es bastante abundante de agua, y hemos alojado en lo más explayado de él, pues tiene más de 100 varas de ancho; y fuera de este placer, tendrá su caja en lo más estrecho, de doce a catorce varas, y toda a nado. En este paraje pienso hacer reconocer si da o no vado: le he nombrado el Paso de San José. Aquí me dieron parte haberse quedado tres caballos cansados, pero que dos de ellos estaban como a distancia de una legua.



Día 22. A las seis de la mañana trajeron los de guardia la caballada para entregarla a los entrantes: di la orden que uno de ellos fuese por la misma huella que habíamos hecho, a ver si se encontraban los dos caballos que quedaron ayer cansados, y a poco rato volvió, diciéndome había hallado rastros que habían caído hacia la costa, pero que se incorporaban con otros rastros de cabalgaduras. Con cuya noticia despaché tres soldados a ver si daban con ellos; y a las tres y media de la tarde volvieron con la noticia que habían hallado doce caballos muy gordos, pero que como ya estaban algo alzados se les habían escapado, y que los que quedaron cansados no los habían encontrado.

Esta mañana, tratando en conversación con mi ayudante, don Manuel   —12→   Montaña, sobre la entrada desde este río al fuerte de San Lorenzo, previmos lo flaco de nuestra caballada, y que nos exponíamos a dejar muchos caballos cansados. Con estas reflexiones y otras dificultades que precavimos podían ser contingente, determinamos de acuerdo, que con concepto a que debíamos estar tres o cuatro días parados, pasase dicho ayudante al fuerte de San José del Bebedero, con un oficial mío, solicitando auxilio de algunos caballos para ayudar a los nuestros, y cuatro milicianos para que los devolviesen; y con efecto, conforme se premeditó se resolvió. A las doce del día salió dicho ayudante acompañado de dos soldados, cada uno con su caballo de diestro, y un oficio para el Comandante de dicho fuerte de San José.

Di la orden que para mañana se trajese bien temprana la caballada; que uno de los sargentos tomase caballo, y se nombrasen ocho hombres para que con éstos pasase bien temprano a buscar los doce caballos que daban aviso se les habían escapado, a fin de ver si se lograba pillarlos para refrescar nuestra caballada.



Día 23. A las seis de la mañana se trajo la caballada, y seis soldados y un sargento salieron en solicitud de los caballos alzados. A la una de la tarde hice echar la caballada en lo más explayado del río, haciendo pasar gente a pie, y vadearlo por todas partes, que no dio más que hasta la cincha; la caballada dio un poco que hacer por tener el río algún fango en medio17, y bastante feo en que callan todos; y aunque dos ocasiones les hice pasar a ver si se afirmaba el piso, según dicen que sucede en estos arroyos, no me fue posible porque se acobardó la caballada; y previniendo que en ellos no podíamos pasar, determiné se hiciesen balsas de los cueros que a prevención traía. Pasé algo de mi equipaje, y la gente que estaba de guardia de caballos pasó el suyo, quedándome con toda la partida en el mismo alojamiento hasta mañana. A las cuatro de la tarde llegó el sargento con su partida, sin haber hallado los caballos que fue a buscar, diciendo que sólo los rastros habían entrado, como para el Bebedero. Di la orden que mañana, lo que calentase el sol, pasaríamos al otro lado.



Día 24. A las cinco y media se levantó la tropa, y a las siete me dijeron, que cuanto más temprano, estaba el agua más caliente, que respecto a que habíamos de pasar este día, si me parecía, empezarían a pasar el río, aunque la mañana ha sido bastante fresca, a   —13→   causa de una gran helada que nos ha caído. Condescendí por verlos tan animosos; y con efecto, todos pasaron el río con el agua a la cincha, menos los caciques y sus mujeres que los hice pasar en las balsas de cuero; antes de las ocho estuvimos ya acampados en la banda del E de dicho río, en una isleta de chañares, a esperar en él al ayudante y demás que pasaron al fuerte de San José del Bebedero en busca de cabalgaduras, quienes fueron prevenidos de regreso por esta banda. No ha ocurrido novedad alguna: di la orden que la caballada, al ponerse el sol, le parasen rodeo contra el mismo arroyo18 y la dejasen, y que bien temprano mañana la recojan, sin que se le dé ronda.

Toda esta costa se halla abundantísima de pastos: sus terrenos se reconocen aún más firmes, su situación muy alegre; quizá sera por ser más despoblada de montaña. Proporciona una bellísima situación para poblaciones, y mucho más para formación de un fuerte; tanto por ser un terreno predominante a todos rumbos, tanto por las comodidades que ofrece, por la inmediación de las maderas, aguas, pastos etc. Lo contemplo muy necesario y preciso, pues los que se hallan en estos frentes, correspondientes a la jurisdicción de la Punta, a más de quedar muy adentro, no los conceptúo aún necesarios, ni de ninguna utilidad donde están situados.



Día 25. Este día no nos ha ocurrido novedad ninguna, ni hemos tenido resulta de los que fueron, en solicitud de caballos.



Día 26. A las tres de la tarde salí con el capitanejo don Vicente Goyco, a ver si divisábamos al ayudante que fue por la caballada, y no habiendo avistado cosa alguna, nos volvimos después de entrado el sol. No ha ocurrido novedad en este día.



Día 27. A las ocho de la mañana hice trajesen la caballada, formamos con mis compañeros los caciques, y el lenguaraz, y salimos río arriba como tres leguas. A las diez avistamos un polvo, y conceptué fuesen los de los caballos, por no ser paraje donde haya hacienda, ni de tránsito para gente alguna; por lo que les hice un humo y me retiré a mi alojamiento. A las cuatro de la tarde llegó el ayudante con el baqueano Lorenzo Gijón, el cabo de milicias Martín Carranza, y cuatro milicianos, con los que me conducía 29 caballos.

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Haciéndole cargo al ayudante de la demora, me contestó que no le fue posible regresar más pronto, por no haber hallado comandante alguno en el fuerte de San José, y que le fue preciso despachar un oficio a la ciudad de San Luis, acompañando el mío al Comandante de armas, quien mandó la orden a un cabo de milicias de aquellas inmediaciones para que prestase el auxilio; y no dándosele, tuvo por segunda vez que ocurrir a la ciudad. Ésta dista del fuerte más de 20 leguas.



Día 28. Este día llamé al baqueano Lorenzo Gijón, para informarme de los parajes y pasos que tiene este río: me dice, que desde éste en que nos hallábamos, río abajo para el S, que es a donde corre y gira, se halla con distancia de seis leguas un paso, que llaman el Salto, que sólo sirve para caballos, por dar algunas vueltas para pasarlo, por causa de las muchas piedras que tiene y pozos a nado, y que sólo siendo muy práctico se pasará. Más abajo, como a otra tanta distancia, hay un paraje que llaman el Caldón, que es un manantial que nace de debajo de una perla, y desde este lugar, como ocho leguas siempre al S río abajo, está un pozo, que llaman de los Aucases; éste da vado en todos tiempos, aun en creciente, no tiene fango alguno, como se experimenta en todos los demás. Este paso tiene el nombre de Aucases, porque fue hecho por los infieles, por el que pasaban a sus malocas, o malones como ellos llaman, y sale desde este paso un camino real, que gira por la costa del monte, que llaman de la Cruz quemada, y por otro de la Miel, porque en él se encuentran muchas colmenas, y es monte muy crecido, por cuya falda va el carril de los indios hasta el río Cuarto, todo por aguadas y terrenos firmes; pues su piso, dicen, es como de piedra, sus pastos abundantísimos como en éste, y que en aquella inmediación, o montaña hay abundancia de yeguas y ganados alzados, de donde se proveen los indios de todas haciendas; que aquellos campos, de un río a otro hasta nuestros establecimientos, son pampas rasas sin embarazo de montaña. Intenté hacer este reconocimiento, pero me desanimó el baqueano, no tanto por estar algo retirado el paraje, cuanto por la caballada muy flaca, porque la que se me trajo, que no eran más que 29, no alcanzaban para todos, y no teníamos con qué mantenerlos. A la llegada dispuse la marcha para este día, pero me hicieron presente que la caballada venía rendida, por lo que la detuve hasta mañana, sin embargo de hallarnos sin carne, ni haber donde proveemos.



Día 29. A las diez de la mañana, después de haber dado agua a la caballada, emprendí la marcha en los mismos términos que en la travesía anterior, con el rumbo al E. A la legua del río cruzamos un montecito que tendría como dos leguas de ancho; luego salimos a un   —15→   campo, limpio sin monte alguno, en donde había una cerrilladita baja de piedra, la que cruzamos por una quebrada que había en el medio. Ésta distará del río como cuatro leguas, pero se distingue aún de la parte del O de dicho río. Pasamos estos cerritos y caminamos como tres cuartos de legua por campo limpio, entrando luego en una montaña hermosísima, aunque muy rala; su arboleda era toda de algarrobos muy frondosos, elevados y corpulentos. Y había muchos que pueden servir para mazas de carretas. Caminamos por dentro de esta montaña hasta las cuatro de la tarde, que alojé sin salir de ella: la jornada fue de ocho leguas.



Día 30. A las seis de la mañana emprendí la marcha con el mismo rumbo, pero con una marcha muy lenta, por contemplar la cabalgadura, que, aunque estaba algo descansada, se hallaba sin fuerza alguna por flaca. A las ocho salimos de la montaña, y entramos a una pampa rasa, sin embargo de tener algunas isletas por toda ella, pero pequeñas, que sólo sirven para leña. A las cuatro menos cuarto alojé al pie de unos médanos, sin agua para la cabalgadura, pero con leña bastante para pasar esta noche, aunque no tiene la gente carne alguna, pues yo tuve que pasarla con un poco de sebo asado, como lo hice ayer noche. La jornada fue de seis leguas.



Día 1.º de mayo. A las cinco y tres cuartos de la mañana hice tomar caballos, y a las seis y media emprendí la marcha. A media legua de jornada dimos con unas sendas, o huella; la que me dijo el baqueano Gijón se dirigía a la Aguada, donde hay unas lagunas que se llaman las Halladas: nos adelantamos a divisar si había algún ganado en ellas, porque me dijo solía siempre haber del que se dispersa en tiempos epidémicos de las estancias, por ser lagunas de aguadas permanentes. Con efecto subimos a pie a un médano alto, y vimos en el valle que forman dichas lagunas, como 100 vacas; con lo que me devolví para preparar toda la gente para hacerles un cerco y ver modo de pillar algunas, pues la cabalgadura no estaba capaz para correrlas; siendo yo el primero que me preparé con mi lazo. Dispuse fuesen todos rodeando el valle, y quiso Dios pudiésemos pillar cuatro, con cuyo socorro y el de la agua, ya pensé no caminar este día. A las ocho llegaron todos con la caballada y demás tráfago: mandé alojar, y que se charqueasen todas las reses. La jornada fue de dos leguas.



Día 2. A las diez de la mañana mandé llegasen la caballada al agua, y que a las doce la trajesen para tomar para la marcha; a las tres de la tarde la emprendí, y a legua y media de jornada dimos con un camino muy espacioso y de muchas huellas. Éste me dijeron era hecho   —16→   por los indios en el tiempo que hacían sus insurrecciones en la jurisdicción de San Luis de la Punta y la de Córdoba, y que llegaba dicho camino hasta el mismo fuerte. de San Lorenzo, en las puntas del río Quinto. Toma dicho camino al E, y, según se manifiesta, viene como del SO, y es el mismo que cruza el río Tunuyan en el paso nombrado de los Aucases. Todo este camino es terreno firme, aunque dejado según me dicen, de mucho años19. Alojamos a las cinco de la tarde en una laguna hermosísima, y de una agua excelente, que hallamos a la misma vera del camino, a la parte del N; y como a distancia de una cuadra, a la parte del S, había otro igual en todo: abundantes de leña, pues tienen por sus costas sus islotes. La jornada ha sido de cuatro leguas.



Día 3. A las seis de la mañana emprendí la marcha por el mismo camino real de los indios, que se inclina al NE. A las nueve de la mañana llegamos a la frontera, que llaman de los Manantiales, que es el fuerte de San Lorenzo, de la jurisdicción de San Luis de la Punta. Me salió a recibir un cabo de milicias, con seis u ocho soldados milicianos que estaban de guarnición, y me dirigí a alojar al fuerte, en donde no hay Comandante alguno más que aquel cabo, quien me dio noticia andaban juntando la caballada para auxiliarme, según orden del Comandante de la ciudad. En dicho fuerte me alojé con mi partida, a esperar el auxilio para transportarme.

En este fuerte me han informado, que la travesía que yo suponía desde el río Tunuyan hasta las Lagunas de las Halladas, es impracticable, porque en medio del monte, donde alojé el día de mi salida de dicho río, hay una gran laguna de agua permanente que promedia la distancia del río a las Lagunas de las Halladas, y que hay un baqueano a distancia de 8 leguas de este fuerte que lo sabe. Que desde este punto hasta el río Tunuyan no hay travesía alguna; que la mayor distancia de una laguna a otra será de seis leguas, y que algunas de ellas tienen más de una legua de largo, y son de excelentes aguas. La jornada de este día fue de tres y media leguas.

Fuerte de San Lorenzo, 6 de mayo de 1806.

Esteban Hernández





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ArribaAbajoOficio de remisión al Virrey

Excelentísimo señor:

El día 14 del pasado abril verifiqué mi salida del nuevo fuerte de San Rafael del Diamante, situado en las márgenes de este río, por cuya costa caminé tres días y medio de jornada, aguas abajo, hasta un paraje que se llama por los nuestros el Juncal, frente al Cerro Nevado, y por los naturales Chan-siquil, que quiere decir en nuestro idioma árboles juntos. Éste dista del fuerte de San Rafael de 34 a 35 leguas; al que llegué el 18 por la tarde, a los cinco días y medio del de mi salida, por haber tenido que demorarme en el camino para proveerme de algunas reses, las que se charquearon y secaron para el viaje. En este punto me hicieron entender los caciques que me acompañaban, que era el determinado para cortar la travesía, desde el río Diamante al de Chadileubú, que quiere decir río salado, y conocido por nosotros con el nombre de río Tunuyan.

El 19, a las cinco y media de la mañana, emprendí mi marcha y entrada a la travesía, y caminamos hasta las cuatro y media de la tarde, sin haber hecho alojamiento o parada hasta dicha hora: lo uno, por aprovechar el tiempo que nos hacía fresco y a propósito para que las cabalgaduras no sintiesen la sed; lo otro, por avanzar camino, ignorando la distancia o altura en que nos podíamos hallar; y también por ser la marcha tan despacio que adelantábamos muy poco, haciendo muchos altos; ni permitía otra cosa la espesura de la montaña. Caminamos este primer día al N, hasta que alojamos. Esta jornada fue de nueve leguas; y pareciéndome que el rumbo que habíamos tomado no era el que debemos seguir, en la parada que hicimos, hice entender a los caciques por mi lenguaraz, que el rumbo que llevaban no era bueno; y me contestaron que se habían apercibido que iban perdidos, a causa de hacer muchos años que no transitaban por estos parajes. Que desde el siguiente día se dirigirían a donde sale el sol, que es el camino que debían haber tomado.

El 20, emprendimos la marcha al E, a las seis de la mañana, y a las doce hicimos alto, hasta la una que volvimos a marchar hasta las cuatro de la tarde; pero ya desde las once con el río a la vista, aunque se descubría su bajo a larga distancia, obligándonos la caballada, a parar a cuatro leguas antes de llegar a él, a causa de venir algo rendida, por estar muy flaca. Llegamos al día siguiente a las siete y media   —18→   de la mañana, conjeturando el camino hecho en los dos días y resto de aquel, de 23 leguas.

Esta travesía, en que hemos empleado dos días, aun para carruaje sólo la conceptúo de uno, y su mayor distancia, de 14 a 16 leguas de un río a otro; esto es, desde nuestra llegada al río Tunuyan, que distará rectamente del SE de San José del Bebedero, sobre 23 a 30 leguas al S, o más, en donde le pasamos. Le puse el nombre del Paso de San José, y desde este paraje tomamos entre SO y O, para dar con el Diamante, llevando la indefectible baliza de la punta del Cerro Nevado que mira al O, y que se descubre aún, mucho mas acá del río Tunuyan; sin que por este rumbo se pueda padecer ni experimentar la menor travesía ni dificultad. Sus terrenos son en su mayor parte pisos firmes; y los que se encuentran algo blandos, por ser areniscos, a los que llaman guadal, son de tal naturaleza, que con los primeros que veníamos delante y la caballada, transitaban los que venían detrás en huella o camine firme. Sus pastos excelentes, ni se podrán hallar otros mejores; abundantísimos de maderas, suficientes para estacadas y fabricar ranchos.

En el expresado río Tunuyan me fue preciso hacer parada de algunos días, tanto para que se repusiese las caballadas, cuanto por esperar algunos auxilios de caballos, que había solicitado para refuerzo del fuerte de San José del Bebedero; a cuyo fin había despachado al ayudante de la expedición, el alférez don Manuel Montaña, quien los condujo. En este paraje me detuve desde el día 21, a las siete y media de la mañana que llegué a él, hasta el 29, a las diez del día, que emprendí la marcha con dirección a este fuerte.

Caminé el 29 y 30 al E sin agua alguna, hasta el 1.º del presente, que llegué, entre siete y ocho de la mañana, a unos médanos en donde hallamos en su valle cinco lagunas de agua permanentes, las que se conocen con el nombre de las Halladas, y distarán de este río Tunuyan de 15 a 16 leguas. Sus pastos y terrenos son iguales a los de la otra parte, con excepción de que son pampas, sin montaña seguida; pero tienen infinitas isletas, y son abundantes de leña para fuego. En estas lagunas hice alto, para dar descanso a las cabalgaduras, y charquear algunas reses que se pudieron tomar, de algunos animales alzados que allí se encontraron; y el día dos, a las tres de la tarde, emprendí la marcha. A las cuatro y media dimos con un camino espacioso y de mucha huella, el que me dicen era por donde pasaban los indios a sus insurrecciones a toda esta jurisdicción y la de Córdoba; por el que nos conducimos, porque tomaba el mismo rumbo que traíamos al E; hasta dar con este fuerte, al   —19→   que llegamos el día tres, a las nueve de la mañana. Desde dichas lagunas de las Halladas hasta aquí el campo es abundantísimo de pastos, leña y agua, pues en el camino se hallan infinitas lagunas permanentes.

Según los reconocimientos que tengo practicados en estos campos, no encuentro haya el más mínimo impedimento, ni obstáculo que embarace la ejecución y facilitación de la apertura del camino, hasta el mismo boquete de la Cordillera; porque, según mi limitada inteligencia, la dirección es rectísima; sus campos llenos de agua, pastos, etc., en donde nunca se carece de estos indispensables auxilios; el piso firme, y con abundancia de leña.

Para dar a Vuestra Excelencia una noticia con más individualidad, me ha parecido dirigirle una copia de mi diario general, esto es, de los días invertidos desde la salida del fuerte de San Rafael del Diamante, hasta el día de mi arribo a éste: el que paso a las superiores manos de Vuestra Excelencia con el respeto debido.

Mi salida pienso verificarla el 8, respecto a que no me han traído la caballada que necesito para ponerme en marcha, y me dirigiré a Santa Catalina, por el camino que en la antigüedad se transitaba, y que pasa por este mismo fuerte.

Dios guarde la importantísima vida de Vuestra Excelencia muchos años. Fuerte de San Lorenzo, 6 de mayo de 1806.

Excelentísimo señor:

Esteban Hernández

Excelentísimo Señor Virrey, Marqués de Sobremonte.



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Arriba Diario que da don José Santiago de Cerro y Zamudio, natural de la Concepción de Penco, ayudante mayor de las milicias arregladas de la villa de San Martín de la Concha, reino de Chile, formado en el viaje para el descubrimiento de camino sin Cordillera, desde aquel reino a la ciudad de Buenos Aires

La ciudad de San Agustín de Talca, situada a los 34 grados y medio, divide los obispados de Chile y de la Concepción de Penco: aquél al norte y ésta al sur, en distancia igual de setenta y más leguas a uno y a otro. Éste fue el punto en que me coloqué y que tomé para el derrotero de mi viaje.

Día 26 de noviembre de 1802. A las 7 de la mañana salí de dicha ciudad, rumbo al N, y a cinco leguas del camino encontré un riachuelo, nombrado Pilarco, de 20 varas de ancho, que atraviesa el camino. Pasado éste a media cuadra, se halla una capilla pequeña, sita a la derecha, con muchos habitantes. De aquí seguí hasta la estancia de don Juan Manuel Bravo, donde tomé alojamiento, con regulación de 12 leguas de jornada.



Día 27. Salí de dicha estancia por el mismo camino, rumbo al E, y a poco más de 6 leguas pasé el río Claro, de media cuadra de ancho; su profundidad de tres varas. Baja de la Cordillera,   —22→   su curso N y S; atraviesa unas pampas, y el camino iba a incorporarse con el río Maule, a 20 leguas de distancia. Sus aguas son claras y abunda en truchas. Luego entré a las posesiones de don Ignacio Vergara, y caminando hasta el mediodía, se me presentó una ceja de montaña de diferentes maderas: árboles muy pomposos, criados por la naturaleza, siguiendo el camino por medio de ella. En este lugar observé varios habitantes, en el ejercicio de hacer quesos: en su compañía tomé alojamiento. El terreno es fertilísimo y abundante en pastos; regulé haber andado 10 leguas.



Día 28. A la mañana continué el mismo camino, y por igual rumbo entre la dicha montaña, que sigue más de 7 leguas. En su conclusión, o término se hallan muchas cañas bravas, y un río de pocas aguas y claras, nombrado Lontué, que atraviesa el camino corrido de S a N. A poco más de dos leguas encontré una estrechura de peñones rodados, que entre montes impedían fácil tránsito, y por falta de herramientas pasé con alguna incomodidad. A las tres cuadras pasé otra vez dicho río Lontué, y tomándolo a la derecha por su costa, hallé a la izquierda un baño de agua caliente, con descenso de la Cordillera, y aquí es donde ésta se ha cortado. Sigue un valle rumbo al E, y a distancia de una legua se ofrece un arroyo, que forma un salto al lado de abajo, por donde se descuelga el agua, causando considerable estrépito. Hacia ese mismo lado divisé otro camino. En toda la abertura o corte espacioso de la Cordillera, viene siempre a la derecha el río Lontué. Al fin de dicha abertura, dejando el río a la derecha, rumbo al S, y declinándome sobre la izquierda, rumbo al N, vine costeando las cordilleras de esta mano, por un valle de dos leguas, nombrado el Grande. En éste se ofrece un arroyo de N a S, de libre paso en todas sus partes. Sigue un portezuelo de arena, una legua a la derecha del camino, contra unos peñascos de agua muy cristalina, con muchas aves. En este valle encontré dos mozos, pastoreando caballos de don Manuel Girón, vecino de Talca, y en su compañía quedé aquella noche.



Día 29. Seguí el mismo camino, que gira por el centro de este valle, rumbo al N. En el intermedio ocurren unas pozas de agua clara, y en ellas unas aves semejantes a las gallinas, prietas, pico verde y sin cola, que llaman gallinetas, de las que tomaron mis mozos, porque no tienen vuelo, y hacen buen paladar. Concluido dicho valle pasé al otro, llamado de los Ciegos, y en distancia de una legua tomé el rumbo al E, dejando al N mucha parte del valle, que es de gran extensión; en él registré porción de caballos y varios corrales de piedra, que se conoce ser alojamiento para resguardo de   —23→   los vientos. Aquí observé que al N seguía otro camino, que después supe por los indios, baja a la villa de Curicó. Ya de este valle bajan las aguas para este continente. Después, pasado un portezuelo corto, pase a otro valle, nombrado las Cuevas, y en su principio hay unas casuchas que se conoce ser alojamientos, formadas de piedra por la naturaleza, con bastante elevación, y colocadas en el plan del valle. Al S del camino se forma una abra, por la que se divisa un delicioso valle de muchos pastos. A poco andar encontré por el camino una tropa de carneros, con dirección a Chile, a entregar a don Diego Valenzuela, vecina de Curicó; y en seguida, a distancia de 4 leguas, pasado un boquete, donde parece se borra el camino por las piedras rodadas de dos cerros que lo encajonan en corto trecho, y pasado un riachuelo de agua clara, entré en un valle de gran extensión al N, nombrado Valle Hermoso; en él observé unas cortas salinas de sal muy blanca, muchos caballos de los españoles de los lados de Chile, que tenían los indios en guarda y cuidado. Es amenísimo este lugar en pastos, y de vista muy agradable. Pasado este valle, alojé las cinco de la tarde, con 12 leguas de jornada.



Día 30. Salí de este punto a las siete u ocho de la mañana, y pasado un portezuelo corto, a poco más de tres leguas se presenta al camino otro valle, nombrado las Ánimas. Aquí encontré varios españoles comerciantes con los indios, individuos del partido y villa de Curicó. Al mediodía llegué a los toldos de los indios, situados en este valle; me recibió con agrado el cacique Antipan, y residí en su compañía algunos días. Ya en este lugar estuve fuera de toda la Cordillera, y sólo se presentan lomadas pastosas, de las que se divisan los planos de las pampas de Buenos Aires. Estos parajes tienen sobre la superficie de la tierra aguadas excelentes. En los días que permanecí aquí me ocupé en catear y reconocer los cerros, pretextando buscar yerbas medicinales, para ocultar la solicitud de minas de plata. Indagué de ellos otro camino, distinto del que había andado, y asegurándome lo había muy recto a la villa de Curicó; gratifiqué a dos de ellos que me lo fueron a enseñar. Retrocedimos por el mismo camino que yo había traído, siguiéndole hasta el punto que tengo expresado ser el Valle de los Ciegos. Aquí, dejando al S el camino que llevaba, me aparté hacia el N a tomar el anunciado por los indios. Se ofrece en él un retazo de Cordillera, llamado el Planchón, me encumbré a la cima, donde, al rumbo del S se ven unos peñascos colorados a corta distancia, de vista muy alegre. Todo este piso es arenoso; a su bajada hay algunas piedras sueltas, su faldeo tiene muchas maderas de ciprés, y en el plan se encuentra   —24→   un fuerte de trincheras de madera de ciprés, al que sirve de costado un río. Al rumbo del S tiene bastantes manzanos, duraznos, etc., en este sitio hice alojamiento.

Al siguiente día por la mañana seguí el camino, siempre a las partes de Chile, costeando dicho río por la banda del N. Maderas de varias clases, árboles de duraznos, avellanas y cañas bravas visten y adornan el camino por uno y otro lado. A las 4 ó 5 leguas atravesé el río, que se llama Teno, y siguiendo por montañas espesas, vi muchas indias cosechando maque, que es fruta dulce, abundante y de grano prieto. Se hace aloja de ella, aun para el uso de los españoles. En toda esta ruta hay varios arroyos de aguas hermosas. Después de haber hecho jornada de 13 leguas, tomé alojamiento con varios indios, que regresaban para las partes de Buenos Aires con cargas de trigo, porotos y otras miniestras que traían de los lados del reino de Chile.

Al siguiente día llegué, a las tres de la tarde, al plan y llanadas del reino de Chile, y la primera casa que encontré fue la del capitán Vergara, 7 leguas antes de la villa de Curicó, donde paré en compañía de más de 20 indios. Este segundo camino es sólo para cargas en mula.

Desde aquí regresé por el mismo camino a los toldos del cacique Antipan, de donde había salido a este reconocimiento. En este regreso tardé tres días. Después me destiné con cautela a descubrir unas minas poderosas que se anuncian estar en estos cerros, y descubrí vetas de metales cobrizos, que manifestaré al tiempo de ir a señalar el camino. También descubrí al pie de un cerro bastante elevado, dos copiosos arroyos de brea, que los españoles llevan al vender a Penco, para brear las tinajas en que guardan el vino. En estas expediciones tengo descubiertos muchos terrenos y valles dentro de las mismas cordilleras, que por naturaleza están como potreros, y con figuradas puertas en sus aberturas.

En los muchos días que residí en estas tolderías, hice varias preguntas relativas al tránsito para la capital de Buenos Aires, y así aquellos como otros indios de los contornos me informaron, que sin tropiezo se venía rectamente.

El 27 de enero del presente año, salí desde los dichos toldos, con dirección a las fronteras de Mendoza, rumbo al N, y por terrenos pastosos y caminos suaves, llegué al río Atué, que baja de   —25→   la Cordillera, con su curso al E: sus aguas algo turbias, sin impedimento para pasarle a caballo. De este lado, a las dos o tres leguas, hice mi pascana en campo muy divertido, por la hermosura de sus pastos y yerbas. Mi jornada fue de 13 o 14 leguas.



Día 28. La niebla, o cerrazón con que amaneció, me desvió del camino, y me obligó a tomar otro que indicaba conducir a unas salinas que tienen los indios, y de las que llevan los españoles del reino de Chile, y de Mendoza, según me informaron los indios. Disipada la niebla y reconocido el extravío hacia el E, tomé rumbo al N, cortando campo, y di con el río Diamante; y costéandolo, llegué al paso del tránsito que tienen los indios para ir a Mendoza y sus contornos, como también los españoles de esta parte por el reino de Chile: de ellos encontré algunos. A la orilla de este río, junto al dicho paso, hice mansión. La feracidad y amenidad de estos campos es admirable: mi jornada fue de 10 leguas.



Día 29. Como a las ocho de la mañana pasé el expresado río, aunque con algún trabajo, por ser la estación rigorosa de las nieves que encierran la Cordillera; sin embargo estaba a vado. Seguí el camino y rumbo al N, y aprovechándome de la suavidad del piso, sin tropiezo de río ni otro embarazo, hice jornada en el día de 21 leguas.



Día 30. Por el mismo rumbo al N llegué, como a horas del mediodía, a las posesiones o estancia del Teniente Coronel de milicias, don Miguel Teleo, vecino de Mendoza; y al ponerse el sol llegué a las chacras de trigo que aquellos vecinos tienen a la parte del N del fuerte de dicha ciudad; y en casa de un labrador, cerca del camino que baja de las partes de Chile, nombrado el Portillo, tomé alojamiento, con jornada de once leguas.



Día 31. Por la pérdida de dos de mis caballos me detuve allí todo el día.



Día 1.º de febrero. Después de andar 19 leguas y más, llegué al río Luján, distante de la ciudad de Mendoza, poco más de 5 leguas. Allí residí tres días, para reforzar las cabalgaduras, y el 5 entré a la ciudad.

José Santiago de Cerro y Zamudio







 
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