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Asturias/Singer: una coincidencia textual

Dante Liano

Entre la numerosa obra de Isaac Bashevis Singer se cuentan algunos relatos dedicados a la infancia1. Sin tratarse, naturalmente, de su obra mayor, comparten con esta el talento narrativo del autor y su gran capacidad de fabulación. Uno de estos cuentos, Shlemiel the Businessman2, narra las desventuras financiarías de un sencillo habitante del mítico poblado de Chelm. Según se infiere de la lectura, los chelmienses no han sido dotados de una particular inteligencia. Shlemiel representa muy bien a su pueblo. Sus tres incursiones en el mundo de los negocios se revelan tres auténticos desastres. El tercero de ellos es una historia cómica y sencilla. Shlemiel decide abrir un puesto en el mercado de Chelm. Allí, en compañía de su esposa, venderá un brandy dulce, a tres groschen el vaso. Espera, de esa forma, vender un entero garrafón al día, y obtener una ganancia de tres gulden. Solo que el precio del vaso de aguardiente es excesivo, y solo un comprador se asoma en la primera hora de venta. Pasa el tiempo, la sed acosa a Shlemiel y este se pregunta, retóricamente: «¿Es que acaso mi moneda es inferior a la de cualquier otro hombre?». Así que compra, con la moneda que le dio el primer comprador, un vaso de brandy que, gustosa, le sirve su mujer. La sed contagia a la señora Shlemiel quien se pregunta, a su vez: «¿Es que acaso mi moneda es inferior a la de cualquiera?».

Evidentemente no. Con la moneda que tiene en la mano, la señora compra un vaso de brandy a Shlemiel. Durante todo el día, marido y mujer se pasan la moneda a cambio de un vaso de brandy. Cuando termina la jornada, el garrafón está semivacío y los vendedores solo tienen una moneda en la mano. En vano buscan una explicación al misterio. Y no habiéndola hallado, Shlemiel decide retirarse de los negocios para dedicarse a las tareas domésticas.

Este cuento de Singer hace recordar un pasaje de Hombres de maíz3 de Miguel Ángel Asturias. La anécdota es la siguiente: Goyo Yic, también llamado Tacuacín, hace una sociedad con Domingo Revolorio. Ambos juntan su dinero y se compran un garrafón de aguardiente para ir a venderlo a la feria de Santa Cruz de las Cruces. El pacto es severo: cada porción de aguardiente será vendida a seis pesos contantes y sonantes, sin dar fiado ni regalar a nadie. Los dos compadres comienzan su largo camino hacia la feria y, a un cierto punto, la sed acosa a Goyo Yic, quien tiene seis pesos en la mano. Tanto es el deseo, que Yic propone a su compadre la compra de una porción de la bebida. Puesto que es comprado al contado, Revolorio acepta y vende. Más adelante en el camino, también Revolorio compra una porción de aguardiente y pasa con los seis pesos que acaba de recibir. Y así, sucesivamente, hasta que los dos amigos llegan al pueblo cayéndose de borrachos y como tales son capturados por la autoridad. Al despertar, no logran explicarse dónde terminó todo el dinero que debían de haber ganado con la venta del garrafón4.

La semejanza entre ambas anécdotas resulta evidente. En ambas se trata de una pérdida: la del aguardiente contenido en un garrafón. Este «discurso de la pérdida» tiene una estructuración narrativa muy semejante en ambos relatos5. En el de Singer, Shlemiel y Mrs. Shlemiel se sitúan simétricamente delante del garrafón. Al principio, son los poseedores. Al final, lo pierden. El camino que los lleva a la pérdida es una serie de transacciones, en el sentido lato de transacción comercial, pero también en el sentido de intercambio narrativo. Los tres groschen pasan de mano en mano, como de mano en mano pasan los vasos de brandy. Para poder empezar a rodar por la pendiente de su desgracia económica, un hecho los empuja: haber vendido el primer vaso. Eso les pone literalmente en la mano la condición necesaria para venderse todo el contenido del garrafón: la moneda. Sin embargo, el tener en mano la moneda no les concede la autorización moral. Surge entonces la pregunta-clave, que es la trampa que los precipita: «¿vale menos mi moneda que la de otro?», que es una variante de la más importante pregunta: acaso soy inferior a los demás?». La respuesta cae de su peso: no, absolutamente no. Ese reto es imposible de rechazar. De allí que sirva de perfecta cobertura para el inicio de las transacciones que terminarán en el vaciado del garrafón de licor. Se llega entonces a la esencia del cuento: la pérdida del brandy. Cuando los protagonistas se dan cuenta de que no tienen ni brandy ni dinero, sacan dos conclusiones: a) que lo sucedido ni siquiera los más sabios del pueblo lo podrían explicar; b) la aceptación de la realidad: que Shlemiel no es un buen negociante y que se debe retirar a las labores de la casa.

En la anécdota de Hombres de maíz, se trata, desde el punto de vista de la estructura narrativa, de igual cosa6. Es la historia de una pérdida y el objeto que se pierde es el mismo: el contenido de un garrafón de aguardiente. También aquí los dos protagonistas, Goyo y Mingo, se sitúan simétricamente delante del garrafón. Y también pasan de la posesión a la pérdida. Para que puedan cumplir con ese itinerario, un suceso inesperado los ayuda. De todo el dinero que han invertido en la compra del «guaro», sobran seis pesos. Esto los pone en las condiciones materiales para poder efectuar las infinitas transacciones con que se venderán, uno al otro, las porciones de aguardiente. El pretexto moral, en cambio, se los da el cansancio y la enfermedad. Como van caminando, ambos tratan de despertar la compasión del otro y, simultáneamente, también su codicia. Uno finge un ataque al corazón. El otro, un extremo cansancio. Ambos prometen pagar al estricto contado. Con tales y tantas condiciones, resulta imposible negar la venta. Esto desata el mecanismo narrativo que también aquí es un «discurso de la pérdida». Al final, los dos amigos, habiendo perdido el dinero, el licor y la libertad, llegan a la conclusión de que lo que les ha sucedido es completamente inexplicable. Solo que ellos no pueden decidir retirarse (como Shlemiel) a la paz hogareña; deben descontar tres años de prisión, a causa de su comercio con el aguardiente clandestino.

En ambos casos, el pequeño apólogo se basa en el desconocimiento de los protagonistas de algunos conceptos básicos de la economía. No se trata de gente tonta, sino de gente situada todavía en un estadio económico indiferenciado. La burla puede provenir solamente de un estamento que ya ha superado tal estadio y que conoce los rudimentos de la economía moderna. Muy probablemente, un estamento urbano, culto y con conocimientos del comercio. ¿En qué consiste el error de los protagonistas de ambos relatos?

Consiste en la ignorancia de la diferencia entre el valor en uso y valor en cambio. Cualquier diccionario de economía está en capacidad de informarnos al respecto. Así, encontramos que «valor en uso» es «la capacidad de un bien para satisfacer las necesidades humanas», mientras que «valor en cambio» es «la capacidad de las mercancías para intercambiarse»7 En lo que se refiere a nuestros relatos, el «valor en uso» sería la satisfacción de la necesidad, toda humana, de reconfortarse con un poco de licor. El «valor en cambio» son los tres groschen o los seis pesos, que, acumulándose, confieren su valor monetario, su riqueza, al garrafón. Shlemiel y su mujer, Goyo Yic y Mingo Revolorio, los cuatro, conocen el valor en uso, la satisfacción. Desconocen que parejo al uso va el cambio, la acumulación de capital. El licor, en sí, no «vale» nada si a cada transacción no corresponde un incremento del dinero. Por eso les parece inexplicable lo sucedido.

Ambos relatos son semejantes, también, por su ambiente de fábula, de cuento de hadas. En el caso de Singer, su intención es transparente, pues el cuento ha sido concebido y colocado dentro de una colección de «cuentos para niños». En el caso de Asturias, un poco menos, pues la anécdota pertenece a un registro más realista, y dentro de una novela con intenciones de alta literatura. El contexto de relato infantil lo da, en Singer, el propio libro, en el sentido auténtico de «contexto», pues los textos que rodean al cuento estudiado pertenecen todos a la categoría del cuento para niños. En cambio, la contextualidad asturiana es un poco más complicada, y la otorga la configuración mítica de toda la novela.

No obstante las abundantes coincidencias y, sobre todo, la similaridad estructural de ambos relatos, es inevitable señalar aquellas características que los hacen distintos el uno del otro. Antes que nada, la extensión.

Asturias cuenta despacio, se regodea en la descripción del progresivo emborrachamiento de sus protagonistas, hasta que a un cierto punto resume y concluye. Pero ha contado catorce transacciones, por ocho largas páginas8, en un moroso gusto del contar. Singer, en cambio, después de las dos primeras transacciones, abrevia: «To make a long story short...»9 y pasa a los resultados del desastroso negocio. Hay, pues, una fundamental discordancia acerca de la concepción de la economía narrativa. Muy ligada a esta discordancia se encuentra el estilo de ambos autores. Asturias, sin renunciar a un barroco que en el fragmento mencionado toca auténticos extremos, hace hablar a sus protagonistas, en una imitación extraordinaria del habla popular guatemalteca. Véase el momento en que Mingo Revolorio finge el colapso:

«-Compadre... -le dijo, con la mano en el pecho, no se le notaba lo pálido, porque era blanco-, me estoy alcanzando, ya no respiro...

-¡Trago quería usté, compadre!

-¡Me muero!

-¡Un trago!

-Deme unos golpecitos en la espalda y deme el trago...

Goyo Yic, Tatacuatzín, le golpeó la espalda.

-Y el trago, compadre... -reclamó Revolorio.

-Tiene para pagarlo, compadre?

-¡Sí, compadre, los seis pesos!

-Ansina sí baila mija, porque de regalado no podía darle el trago ni que se estuviera muriendo»10.


Singer, en cambio, de acuerdo con un registro propio del género que trata, coloca en labios de sus protagonistas frases escuetas y directas, casi sin complicaciones. Así, para poder tomarse el trago de brandy que necesita, Shlemiel enuncia un ritual: «In what way is my money inferior to another mansi Here is three groschen and sell me a drink11. La respuesta de la mujer también es simple: «You are right, Shlemiel. Your coin is as good as anyone else's»12. Poco tiempo después, como conviene a un cuento de hadas, la señora Shlemiel repite la frase que funciona de «ábrete sésamo»: «In what way is my three groschen piece worse than anothers? Here is my money and let me have a drink»13.

También diferentes son los protagonistas. Shlemiel y su mujer pertenecen a la categoría de los simples, que abundan en este tipo de literatura. Para entenderlos, hay que dar un paso atrás. Antes de llegar a la aventura del garrafón de brandy, Singer nos ha relatado otras dos «hazañas» financieras de Shlemiel. Puesto que su mujer era la hija de un hombre rico, Shlemiel recibió una cuantiosa dote, que decidió invertir inmediatamente. Así, viajó a Lublino, en donde compró una cabra joven y sana para la producción de leche. Sin embargo, al pasar por Piask, el tabernero le cambia su cabra por otra, casi difunta. Cuando llega a Chelm, Shlemiel exhibe el resultado de su negocio y la familia queda consternada. Shlemiel cree que la estafa sucedió en Lublino y emprende el camino de regreso. Para en la misma taberna, cuenta que va a denunciar a los vendedores de la cabra y el tabernero, que tenía cuentas pendientes con la justicia, vuelve a hacer el cambio. De modo que cuando Shlemiel llega a Lublino y presenta su reclamo, los vendedores le hacen ver que la cabra es joven y sana. Desconcertado, el protagonista emprende el viaje de regreso, se detiene en la taberna fatídica, le vuelven a cambiar la cabra, entra triunfante a Chelm y descubre, estupefacto, la nueva transformación.

Nada contento con su fracaso, Shlemiel viaja a Lemberg, en donde ve pasar a los bomberos precedidos por el sonido de una trompeta. Se duerme, y al despertar, pide explicaciones sobre el instrumento. Un ladrón le explica que se trata de una trompeta que apaga el fuego. Shlemiel la compra y llega a Chelm con la innovación tecnológica. Prende fuego a la casa de su suegro y se pone a tocar estruendosamente la trompeta. La casa del suegro se reduce a cenizas. Es entonces, con lo poco que le queda más un crédito recibido, que decide vender brandy, con los resultados que sabemos. Entonces, la mujer pone un puesto de verduras en el mercado, mientras Shlemiel cuida las labores de casa. Y hasta el fin de sus días la señora Shlemiel admiró a su marido, pues sabios como él había pocos, incluso en Chelm.

Goyo Yic y Mingo Revolorio, en cambio, forman una pareja diferente. Se trata, aquí, de un indígena y un ladino14, que no son ni tontos ni simples. Cada uno viene de historias diferentes, a cuales más dramáticas. Yic, como se recordará, era un ciego cuya mujer, la María Tecún, decidió abandonarlo porque la estaba cargando de hijos. Revolorio ya ha tenido dos experiencias comerciales con el aguardiente: puso una cantina y se la bebió. La segunda se la bebieron los amigos. Yic se ha hecho operar las cataratas por el curandero Chigüichón, y al recuperar la vista, se ha dado cuenta de la inutilidad de su sacrificio. No puede reconocer a María Tecún, pues nunca la ha visto. Y sin embargo, la sigue buscando. Revolorio es evidentemente un alcohólico en busca de rescate, y no encuentra mejor manera para hacerlo que comerciar con el objeto de su vicio.

La última diferencia es de género literario: mientras Asturias trabaja uña novela, y el relato citado es un fragmento de ella, Singer trabaja en cambio con un cuento, aunque el texto que nos interesa es solo la última parte de ese cuento.

A pesar de las diferencias anotadas anteriormente, queda, sobre todo, la impresión de las semejanzas. ¿Cómo es posible que dos autores tan lejanos, en idioma, orígenes y cultura, hayan coincidido en un relato casi idéntico? La hipótesis de una influencia de Singer sobre Asturias me parece improbable. La cultura del maestro guatemalteco era más vasta de lo que él mismo daba a entender, pero no hay trazas de un interés suyo por la obra del norteamericano. Sobre todo, lo que llevaría a descartar una hipótesis semejante son las fechas de publicación en inglés de los cuentos de Singer. Los primeros cuentos son de 1962 y los últimos de 1984. No conozco la fecha exacta de publicación de Shlemiel the Busmessman, mas no hay duda de que oscila entre las dos fechas. Si reparamos en que Hombres de maíz fue publicado en 1949, ello nos llevaría a descartar la hipótesis planteada.

Podríamos, entonces, suponer lo contrario, esto es, el influjo de Asturias sobre Singer. Resulta arduo de comprobar, habida cuenta de que, en realidad, Singer pertenece a la cultura medioeuropea y que su temática se orienta más bien hacia temas propios de la cultura yiddish. Sin embargo, si tomamos en cuenta que el Nobel de Literatura, en 1967, habrá dado fama universal a Asturias, una hipótesis de influencia Asturias-Singer podría ser motivo de discusión.

Otra hipótesis podría ser la de una raíz común. Tal presupuesto ofrece no pocas dificultades, habida cuenta de la citada diferencia cultural entre ambos autores. Una raíz de la narrativa medieval podría ser posible, aunque el tema, moderno, en donde la clave de interpretación está precisamente en la superación del concepto medieval de la economía, no ofrezca muchos alicientes para ello.

Descarto, de plano, una raíz indígena de cualquiera de las etnias que pueblan Guatemala, por dos motivos: el primero, que no se conoce, hasta ahora, un cuento semejante en la ya vasta producción indígena; segundo, que Asturias conocía, sobre todo, el Popol Vuh tercero, que me parece improbable un acercamiento de Singer a las fuentes indígenas guatemaltecas. Por razones opuestas, me parece plausible descartar un origen yiddish de la fábula, pues los intereses de Asturias se encontraban bastante lejos de esa tradición literaria. Queda, por tanto, una última hipótesis: que la raíz común tenga que situarse en la literatura clásica española, dotada de la suficiente universalidad como para influir a ambos autores; o que dicha raíz se tenga que situar, en cambio, en el folklore español, particularmente en el área sefardita, único punto de contacto imaginable entre ambos autores. Sin descartar del todo el origen medieval, pues no es excluyente, me parece que la investigación puede conducirse, como en efecto se hará, recorriendo los caminos indicados15.